VIII. LA
REVOLUCION INGLESA: CRISIS DE ESTADO O REV0LUCION BURGUESA
«Las revoluciones de 1648 y 1789 no fueron
revoluciones inglesas y francesas; fueron revoluciones de tipo europeo. No
representaban el triunfo de una determinada clase de la sociedad sobre el viejo
orden político; eran la proclamación de un régimen político para la nueva sociedad europea». La revolución
inglesa perteneció de hecho, a las grandes revoluciones que contribuyeron a la
aparición del mundo moderno. Su valoración, a pesar de las intensas
investigaciones realizadas, sigue siendo controvertida. Por grande que sea la importancia de los
hechos socioeconómicos, así como de los enfrentamientos religiosos que tuvieron
lugar en la revolución, su definición como- puritana o burguesa resulta poco
útil para distinguirla de otros movimientos revolucionarios del continente
europeo de mediados del siglo XVII. Al principio se trató de sin duda de un
conflicto más bien, «estamental», pero con el estallido de 1640 la revolución
adquirió una dinámica propia que no se puede explicar por sus comienzos, o lo
que es lo mismo, por los antecedentes. Tuvo sin duda algunos puntos en común
con los enfrentamientos que se estaban produciendo en el continente y que habían surgido también por la represión
de la autonomía estamental o regional, pero solamente la revolución inglesa
consiguió derrocar a la monarquía, proclamar
una república sobre la base de la soberanía del Parlamento y elaborar
una obra constitucional que rompía radicalmente con la tradición y que no pudo
ser totalmente eliminada más tarde por la restauración.
La
singularidad de la revolución inglesa solamente se puede comprender en el
contexto de una compleja situación sociopolítica que se remonta al siglo XVI y se diferencia inequívocamente, de la de los
países continentales.
Inglaterra había conocido una fuerte monarquía; cuyos derechos nadie ponía en duda,
pero a la que se enfrentaba un no menos consciente Parlamento, en el cual la
clase dirigente -pares, gentry y alta
burguesía londinense- defendía sus viejos derechos y libertades en contra de
las pretensiones de la corona. Todos los conflictos entre el rey y la nobleza
eran llevados aquí.
Por otro lado Inglaterra poseía una nobleza privilegiada
que, al igual que la continental, poseía extensos derechos políticos, sobre todo
en el campo. Esta nobleza no se retiró a la vida feudal sino que, por el
contrario, se abrió a las diversas actividades “burguesas», incluyendo la educación, ni se
aisló de la burguesía londinense. La fuerza de la nobleza inglesa era su
relativa independencia del' rey y su parcial comunidad de intereses con la burguesía.
Las nuevas relaciones de propiedad y la necesidad de dinero habían ya “nivelado” fuertemente a la sociedad·
inglesa.
Además, Inglaterra se caracterizó tanto
por él rápido crecimiento de su capital, Londres, que se convirtió en un
importante centro comercial, bancario e industrial, como por la expansión cada vez mayor del mercado,
influenciada por el crecimiento londinense, [361] que por un lado impuso una
amplia y rentable comercialización de los productos agrícolas y por otro
aumentó considerablemente las diferencias entre ricos y pobres. Las fuerzas del
capitalismo primitivo en la ciudad y el campo habían roto la estructura
económica tradicional en muchos sectores a mediados del siglo XVII, a pesar del
estancamiento económico existente desde la década de 1620.
Al contrario que en el continente, en
Inglaterra se había impuesto finalmente un sistema religioso o eclesiástico que
debido a sus contradicciones se transformaría en una fuerza dinámica de la
revolución. La Reforma trajo consigo por una lado, con el anglicanismo, una
nueva Iglesia jerárquica exclusivamente sometida a la corona, y por otro, un movimiento
puritano de protesta y reforma que intervino intensamente en la vida práctica,
insistiendo en la conciencia de los individuos y favoreciendo con ello un
pluralismo de creencias religiosas que no permitió la separación de política y
religión, posibilitando con ello una radicalización de la opinión pública en
esta época casi impensable en el continente, y que además produjo una movilidad
intelectual que afectó por primera vez a amplias capas de la población. Esta
apertura espiritual característica de la Inglaterra de principios del siglo
XVII no fue sólo consecuencia de la movilidad social, sino, esencialmente,
resultado de la revolución puritana.
La revolución inglesa fue el producto de un
complejo desarrollo en el cual confluyeron el cambio social, la radicalización
religiosa y una crisis del Estado. Inglaterra estaba sometida, como hemos dicho,
a un importante cambio social que afectaba del mismo modo al campo y a la
ciudad. La expansión económica del siglo XVI y la consiguiente crisis de! siglo
XVII habían agudizado las contradicciones entre pobres y ricos y minado el
orden feudal. Pero mucha más influencia que esto tuvo el desplazamiento de la
propiedad en la clase dirigente del país con la situación revolucionaria.
Ciertamente la ascensión de la gentry
o, lo que es lo mismo, la pérdida de poder de la aristocracia desde finales del
siglo XVI, no tuvo ningún significado inmediato para el desencadenamiento de la
revolución; la gentry no era una
clase social burguesa y capitalista cerrada y su posición social en el país
permaneció intacta en todas partes. A pesar de todo, antes de la revolución, y
sobre todo bajo Carlos I, la inseguridad y la ansiedad se hicieron cada vez
mayores. «Los herederos, la capa social que transmite el estatus, parecían en
peligro; una atmósfera de desconfianza generalizada entre la clase dirigente
creó las premisas necesarias para el derrumbamiento de las lealtades
tradicionales y con ello para la aparición de una situación revolucionaria» [362]
De forma mucho más inmediata influyó el
puritanismo radical en el nacimiento de la revolución. De todos modos, esto no
debe ser entendido como si el puritanismo hubiera sido la ideología
revolucionaria. No hubo un contacto directo entre las ideas puritanas y las
reivindicaciones políticas de la oposición parlamentaria.
El puritanismo, a principios del siglo XVII,
estaba tan basado en la monarquía y el orden social estamental como el
anglicanismo; solamente había diferencias en cuestiones de rito, de la posición
de la Iglesia y de moral. Todo esto, de todos modos, se transformó fundamentalmente
con la política eclesiástica estatal de la década de 1630; por la que se harían
más estrechos los lazos entre el trono y
la Iglesia episcopal, serían reprimidas las influencias laicas en el seno de la
Iglesia anglicana y perseguidos los separatistas puritanos y la Iglesia estatal
se aproximaría de manera sospechosa al catolicismo. En la oposición a la
Iglesia oficial y a la política eclesiástica de Laud, se reforzaría
considerablemente el fundamento tanto antiautoritario como milenarista del
puritanismo. La idea de la creación de una nueva Jerusalén
por parte de la “comunidad de los santos», inspiraría, sobre todo desde 1642,
no solo a los miembros del Parlamento sino, por primera vez, a grandes capas de
la población, y promovería el espíritu de resistencia contra un poder que
mientras tanto se había vuelto ajeno a ellas. De todos modos, siguieron
existiendo diferencias entre el radicalismo político y el religioso.
Pero ni la crisis social ni la
radicalización del puritanismo explican por sí solas la revolución, a pesar de
que fueron «fermentos revolucionarios». No sólo ocasión sino también motor del
conflicto que llevó de la oposición parlamentaria a la revolución fue la
amenaza que para los estamentos (conscientes de sus derechos) suponía el poder
absolutista del Estado que se estaba formando y la reafirmación de la clase
dirigente, consciente de sus libertades políticas, frente a la corona. La verdadera
raíz de la revolución se encontró en la escalada del conflicto entre el Parlamento
y la corona, aun cuando este conflicto sin la radicalización religiosa no hubiera
conducido a la revolución
En la revolución se jugó algo más que la
solución de unos problemas constitucionales: al principio fue la autonomía
política de los estamentos y más tarde la emancipación del «pueblo». Mientras
la monarquía respetó los derechos y privilegios de las clases dirigentes del
país, unidas en el Parlamento, la fuerte posición del rey inglés fue inatacable. El Parlamento
apoyaba, en general, la política de la corona. Pero a pesar de ello los
Estuardo, movidos en buena medida por la duras crisis de la década de 1620 que
impulsaron en el continente el reforzamiento del Estado, intentaron extender el
poder real centralizado en el contexto de la Constitución inglesa, se
entrometieron en los asuntos de la [363] administración local por
medio de 'leyes y decretos y atentaron contra las atribuciones parlamentarias
mediante la recaudación de impuestos. La política voluble del rey y sus
consejeros hizo que el Parlamento perdiese la confianza en la corona. Así se
formó una oposición en el Parlamento que también se remitía a la tradición de
la Constitución inglesa, pero no rompía menos que el rey el equilibrio
tradicional: esa oposición no permitiría que el Parlamento funcionase como un
organismo de apoyo incondicional al rey, como una asamblea con una función ante
todo de asesoramiento, sino que intentaría transformarlo en una instancia de
control de la política real. Solamente por medio de este control, pensaba la
oposición, estarían salvaguardados los intereses del país. El conflicto sería
inevitable en el momento en que el rey ya no fuese capaz de gobernar en contra
de los intereses de los grupos, relevantes del país y la oposición exigiese
claras seguridades. Esto se pondría por primera vez de manifiesto con el
sometimiento de los escoceses. El derrocamiento de la monarquía no era el
objetivo primario de la oposición;
tampoco sus objetivos estaban sacados de un programa teórico
revolucionario bien definido: éste se iría formando sobre la marcha de los acontecimientos políticos, que
evolucionarían gradualmente hasta la resistencia total frente a la corona.
Todas las discusiones en el 'Parlamento desembocarían pronto en cuestiones de
principio. Por ello la revolución no fue un acontecimiento casual, ni tampoco
el resultado de una política equivocada por parte de Carlos I, como por
ejemplo, su falta de compromiso, sino el producto de una situación de
resistencia cuyos comienzos se remontan a épocas anteriores y en la que las
crisis religiosas y sociales dieron al conflicto entre el Parlamento y la
corona una dimensión revolucionaria, lo
que trajo consigo la guerra civil en todo el país.
Aunque en el año 1629 (disolución del
Parlamento) se había puesto de manifiesto la última e irreconciliable contradicción entre el
Parlamento y la corona, no se llegó todavía a un conflicto abierto. A pesar de
las jugarretas del rey contra sus enemigos,
no hubo ni siquiera levantamientos regionales. Al conflicto se llegó solamente
después de diez años de gobierno de
Carlos l sin Parlamento, cuando el rey, para derrotar a los escoceses en 1639,
solicitó, en contra de Sus principios, el apoyo del Parlamento; Carlos I; como
rey de Escocia, había intentado con Laud introducir, el sistema episcopal
anglicano y con ello lograr el sometimiento de Escocia a su gobierno
absolutista. Cuando ante esta situación los presbiterianos escoceses,
conjuntamente con los aristócratas; no menos amenazados por el rey, se dispusieron a resistir mediante el
Covenant, Carlos I intentó atacar por la fuerza, pero como [365] sin la ayuda financiera del Parlamento
era demasiado débil se vio obligado a convocarlo en 1640 (Parlamento Corto). A
pesar del largo tiempo sin ParIamento, la oposición no había permanecido
inactiva. Ciertamente, no ofreció
una resistencia activa contra la
política real, pero sí llevó a cabo diversas acciones de boicot a las órdenes y
los impuestos reales, que aun cuando
condujeron a detenciones, reforzaron mucho más la resistencia de lo que sirvieron
para que prevaleciera la voluntad real . Así pues, no fue ningún milagro que en
1640 el Parlamento se declarase por un lado a favor, pero antes de cualquier
.ayuda exigiese la eliminación de toda “anomalía” es decir, en último término,
de su sistema político. El rey no quiso ceder, y no sólo disolvió nuevamente el
Parlamento, sino que intentó, por medio del aumento de los empréstitos forzosos
y del controvertido ship money
(derecho feudal a exigir barcos a los súbditos},
así como de la creación de un ejército en la Irlanda católica, someter a presión a los ingleses y a
los escoceses. Pero los escoceses no sólo pudierón resistir sino que obligaron a
capitular a Carlos I. Para una retirada segura de sus, tropas exigieron tales
cantidades de dinero que el rey tuvo que acudir nuevamente al Parlamento. Esta
fue la segunda declaración de bancarrota de su política. Cuando se produjo la convocatoria
del Parlamento -esta· vez el· Parlamento Largo porque su' periodo de sesiones
se prolongaría durante trece años-se hizo patente la total pérdida de autoridad
del rey en el parlamento. Las elecciones dieron como resultado una clara
mayoría de la oposición parlamentaria.
La política de reformas del Parlamento
Largo sólo pretendía en un principio, la
reinstauración de la vieja Constitución y
el equilibrio entre la corona y el Parlamento. Pero en su autodefensa
frente al imprevisible rey, que en el fondo no estaba dispuesto a hacer serias
concesiones, pronto la oposición fue más allá de sus primeros objetivos. La
capitulación de la política real sería utilizada para eliminar a todos los representantes
del absolutismo inglés y en primer lugar a Strafford y Laud. Al director de la
política real le fue instruido un proceso, tras su recusación, seguido de su
ejecución con la firma del rey (verano de 1641). Esto no sólo fue la venganza
de la aristocracia y la gentry,
excluidas políticamente durante largo
tiempo; la ejecución delante de una multitud apasionada fue, precisamente, una
demostración de la nueva fuerza política del Parlamento a la que no podía
renunciar ni frente al rey ni frente al pueblo. A continuación tenían suprimidas
las principales instituciones de la corona, como la Court of Star Chamber y la Court of High Commission, las aduanas
serían puestas bajo control del Parlamento y el odiado Ship Money sería
declarado ilegal. Decisiva a largo plazo para la reafirmación de la oposición
fue la Triennal Act, según la cual el
Parlamento debía ser convocado cada tres años y al rey no le estaba permitido
disolverlo sin la aprobación de éste. Con ello se consiguió una importante
premisa para la independencia política parlamentaria.
El ataque del Parlamento no habría tenido
seguramente tanto éxito de no haber contado la oposición con e! apoyo decisivo
de la población londinense . Aquí existían ya desde hacía tiempo fuertes
protestas y, sobre todo, revueltas contra la política eclesiástica del rey. La
unión de los políticos parlamentarios con la oposición extraparlamentaria fue
el factor decisivo tanto para la radicalización de la resistencia como para el
éxito frente al rey. Primeramente fueron solamente las clases medias y bajas
las que con peticiones, manifestaciones y otras acciones reforzaron a los
parlamentarios de la oposición, mientras que las autoridades municipales
estarían, hasta el comienzo de la revolución, de parte del rey. Pero a medida
que el puritanismo encontrara más adeptos y el Parlamento consiguiera imponer
sus exigencias, la administración de la ciudad de Londres sería ocupada (1642)
por fuerzas puritanas radicales. Con la movilización de la población
londinense, que pronto, junto con el Committe
of Public Safety, representaban la salvaguardia militar del Parlamento, el
conflicto entre éste y la corona
adquirió una nueva dimensión. La revolución ya no sería por más tiempo una
cuestión de las clases dirigentes tradicionales, sino que todo el pueblo
comenzaría a tomar parte en ella.
A pesar de que el rey tenía que cumplir
todas las exigencias del Parlamento, no se daba por vencido. Estaba tan poco
dispuesto a un compromiso como el Parlamento y esperaba que el tiempo trajese
una solución. Después de no haber podido evitar la ejecución de Strafford, proyectó
un golpe de Estado, pero los rumores sobre ello aumentaron considerablemente la
desconfianza de los parlamentarios. Todavía más desafortunado fue el intento de
encarcelar a cinco parlamentarios de la oposición, entre ellos al portavoz de
la Cámara Baja, Pym. La consiguiente respuesta de Pym (Grand Remonstrance de noviembre de 1641), en la que enumeró
claramente todos los errores de la política real, expuso las reivindicaciones
políticas del Parlamento y solicitó un sínodo nacional y una nueva constitución
eclesiástica, sería hecha pública antes de que el rey pudiera reaccionar, y
tuvo una gran resonancia entre la población, incluso fuera de la capital.
Con
la radicalización de la posición parlamentaria y la consiguiente huida del rey
de Londres, el Parlamento se transformó decisivamente. Dado que muchos sólo
querían corregir los errores anteriores y temían que la politización popular
desembocara en una amenazadora anarquía, se creó un partido realista. [366] Si en 1640 la
totalidad de la Cámara Baja había votado a favor de la recusación contra
Strafford, la Grand Remonstance
(1641) sólo se aproximaba por escasa mayoría. Finalmente, durante la guerra
civil, el 43% de los representantes de
la Cámara Baja estarían de nuevo a favor
del rey como garantía del orden.
La división cada vez mayor en partidarios y
adversarios y del rey no debe ser considerada a la ligera como debida a
posiciones sociales diferentes o a intereses políticos basados en diferentes
posiciones sociales. En ambos bandos encontramos por igual representantes de la
aristocracia, la gentry y la burguesía,
e incluso comerciantes y juristas, si bien los partidarios del rey eran por
término medio diez años más jóvenes. Aun cuando no se pueda hacer una
clasificación simplista, por un lado porque sólo una activa minoría tomaba las
oportunas decisiones, mientras que la mayoría en general quería evitar la
guerra civil, y por otro porque la pertenencia a un partido estaba motivada
casi exclusivamente por criterios locales, existen efectivamente algunas
diferencias que, por lo menos a largo plazo, fueron de importancia. Mientras
que los realistas tenían fortalezas tenían sus fortalezas en el norte y en el
oeste, y por tanto sobre todo en las regiones agrícolas, el Parlamento encontraba
su apoyo en el sur y en el este del país, donde predominaban la industria y el
comercio, También el puritanismo, que en general respaldaba al Parlamento,
reclutaba sus activos partidarios entre
las clases medias de la industria y la agricultura. Así, pues, no se puede
atribuir a las contradicciones sociales la función de desencadenantes de la
guerra civil, pero en el fondo determinaban el clima político cada vez más
tenso, por lo menos cuando los levellers anunciaron
su programa político.
Con la creación de un partido realista, el
conflicto armado era inevitable. El hecho de que el Parlamento, tras los éxitos
iniciales del rey, lo decidiera a su favor con ayuda de los escoceses, se debió
esencialmente a la nueva política financiera del Parlamento, que permitió
conseguir el dinero suficiente para pagar a las tropas. El ejército creado por
el Parlamento, el New Model Army,
sería un importante instrumento de la revolución, al que el rey no tenía nada
que pudiera oponerle. La fuerza del ejército residía en el fervor religioso y
en la férrea disciplina de sus soldados, así como en las posibilidades de ascenso de cualquiera
que fuese puritano y tuviese la
necesaria capacidad. El ejército, con sus 22.000 hombres, se formó en principio
a partir de antiguas unidades, estaba financiado por el Parlamento y fue dotado
de un nuevo estado mayor que bajo la dirección de Oliver Cromwell pretendía la total victoria militar sobre las tropas
reales. Con la reorganización del ejército en 1645, se produjo un nuevo fraccionamiento
del Parlamento que, a pesar del gran significado de las [367]
cuestiones religiosas, no estaba motivado por las contradicciones entre
presbiterianos e independientes, sino por los diferentes objetivos políticos.
Mientras que el partido de la paz -en general compuesto por presbiterianos-
estaba dispuesto a un compromiso con el rey para acabar con la guerra civil, el
partido de la guerra, cuyo portavoz pronto· sería Cromwell, exigía la
capitulación incondicional del rey, aunque para ello hubiera que movilizar a la
población. Su victoria señalaría también el destino del rey, que sería hecho
prisionero por el ejército.
Pero el rey cifraba todavía sus esperanzas
en un conflicto entre ingleses y escoceses, así como entre presbiterianos e
independientes. Mientras que los independientes querían delegar toda la
soberanía en las simples comunidades, a costa de cualquier organización eclesiástica,
los presbiterianos pretendían una Iglesia nacional presbiteriana, tal como
existía en Escocia. Mientras tanto, el Parlamento ya no controlaba la marcha de
los acontecimientos, sino que cada vez más era el ejército quien lo hacía o, lo
que es lo mismo, la oposición, extraparlamentaria. Cuando el Parlamento, controlado
esencialmente por presbiterianos, pretendió disolver las tropas al finalizar la
guerra civil; el ejército, en el que cada vez se oían más las voces de los
radicales, se opuso. Entre sus propias filas, los soldados habían elegido
«agitadores» que actuaban frente a los jefes del ejército como sus portavoces y
presentaron claras exigencias políticas que intranquilizaron fuertemente al
Parlamento y produjeron movimientos contrarrevolucionarios por parte de los presbiterianos,
no sólo en Loncites. Pero cuando el rey, después de su huida (1647), amenazó con
una nueva ofensiva militar, se produjo rápidamente una reconciliación entre el
ejército y el Parlamento. También la segunda guerra civil finalizaría con la
victoria del New Model Army sobre el rey, aliado con la nobleza
escocesa. Mientras que el Parlamento
moderado todavía confiaba en llegar a un acuerdo, con el rey Carlos, aunque
fuera a costa de grandes concesiones, en el ejército se impuso el
convencimiento, después de las últimas maniobras del rey, de que con él no
había solución posible. Con el apoyo del ala radical, el Parlamento abrió un corto
proceso. El ejército ocupó la capital y limpió el Parlamento de todos los
enemigos de su política. El llamado Parlamento Depurado, con los 231 diputados
restantes, resolvió procesar al rey. «Los Comunes de Inglaterra; reunidos en el
Parlamento, declaran que por debajo de Dios, el pueblo es el origen de todo
poder justo», anunciaba una resolución del Parlamento. Con la ejecución pública
de Carlos I el 30 de enero de 1649 sería eliminada la monarquía. Inglaterra se
había transformado en una república, cuya soberanía se encontraba en manos del
pueblo. [368]
La ejecución
del rey fue sin duda el punto culminante de la revolución inglesa pero
deseado sólo por una minoría. Pareció necesaria, dada la intransigencia del
rey, pero fue una pesada carga para la corta historia de la república inglesa.
Solamente los puritanos radicales celebraron la ejecución y la saludaron como
el cumplimiento de la voluntad divina y el comienzo de una nueva era de
libertad.
La abolición
dela monarquía y la proclamación de la república fueron ante todo, obra
del ejército, que a partir de 1645-46 se convirtió cada vez más en la fuerza política decisiva .En su círculo
surgió el primer programa revolucionario, en relación con los enfrentamientos con
el Parlamento y también con sus mandos superiores y con los independientes, que no sólo
cuestionaba la monarquía, sino además los compromisos del Parlamento: el
Parlamento Largo debía ser disuelto y ser introducido el derecho general a voto para todos los hombres libres de Inglaterra
sobre la base de la soberanía popular, y, finalmente, el Parlamento debía estar
sujeto una constitución superior. Este
primer programa democrático de la historia europea no había surgido de las discusiones
del Parlamento, sino que nació en la oposici6n extraparlamentaria de los levellers,
que tenían sus portavoces políticos en el ejército, sobre todo entre los agitadores. La corta
historia del movimiento de los levellers,
en realidad pequeño pero ruidoso, demuestra ejemplarmente las posibilidades y
los límites de la revolución inglesa».
Incesantemente, a pesar de las maniobras, detenciones y difamaciones,
los levellers habían difundido su programa político de libertad de conciencia e
igualdad de derechos por medio, de panfletos y enmiendas que, por cierto,
fueron rechazadas totalmente en el Parlamento. Los levellers, y sobre, todo su
dirigente John Lilburne, estaban en estrecho contacto con las comunidades eclesiásticas
libres de Londres, pero se diferenciaban del radicalismo religioso, del presbiterianismo parlamentario y de los
independientes por sus principios políticos de libertad e igualdad, sin embargo
estos principios no iban unidos a exigencias,
sociales revolucionarias. Estas surgieron y fueron propagadas en los círculos
de los diggers «comunistas» formados
en torno a G.Winstanley, pero sin encontrar resonancia alguna en la población;
y sobre todo entre la burguesía, cosa que, temporalmente al menos, no habían conseguido
los levellers londinenses. Estos articularon
por primera vez una clara alternativa liberal democrática a la monarquía, que
iba más allá de cualquier modelo estamental de los que conocemos el continente.
No es de extrañar que el Parlamento, los jefes del ejército y la clase
dirigente de las zonas rurales se opusieron claramente a las exigencias
democráticas, aunque las formaciones sociales [369] implícitas en ellas fueran
muy reducidas. Una ampliación de los derechos políticos sobre la base de la
soberanía popular amenazaba no sólo la posición prepotente de las antiguas capas
dirigentes, que a pesar de la revolución conservaban sus cargos, sino que hacía
temer una revolución social que pondría en cuestión todos los privilegios de la
élite dirigente. Como a pesar de todas las influencias propagandísticas
realizadas en el seno del ejército no sólo no se llegó a una alianza sino que,
por el contrario, en buena medida bajo la influencia de Cromwell, poco después
de la ejecución del rey el ejército se retractó de sus objetivos revolucionarios,
e! movimiento de los levellers se
derrumbó al poco tiempo. Pero el hecho de que, después de todo, se produjese la
abolición de la monarquía y la instauración de la república, se debió tanto a
los levellers como al radicalismo
religioso, por pequeña que fuese su base popular.
De un movimiento de resistencia estamental a
la expansión del poder estatal centralizado surgió una oposición parlamentaria
que, bajo la influencia cada vez mayor del puritanismo radical, transformó el
Parlamento de una instancia de control del poder real en una institución
popular soberana. Mientras que en el continente, en general, en los
levantamientos revolucionarios, sólo se llegó a una articulación de un intento
de reafirmación feudal, éstos en Inglaterra se transformaron, bajo unas
condiciones políticas, sociales y culturales específicas, en una
autodeterminación democrática del pueblo. Aunque ya en el interregno
aparecieron tendencias restauradoras, la monarquía constitucional surgida de la
Gloriosa Revolución de 1688, era fundamentalmente distinta de! sistema de los
Estuardo.
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