jueves, 3 de septiembre de 2015

Floria y belsunce Cap11 - LA CRISIS DEL PODER COLONIAL



LA CRISIS DEL PODER COLONIAL 

La acción virreinal hasta Sobre Monte 

No es una casualidad que, con excepción del marqués de I-oreto y del interino Olaguer y Feliú, todos los virreyes que sucedieron a Cevallos tenían experiencia política en América: Vértiz en Buenos Aires, Meló en Paraguay, Avilés y Pino en Chile, Arredondo en Charcas, Sobre Monte en Córdoba. Tampoco es casual que todos ellos fuesen militares. La combinación de estos dos caracteres subraya las necesidades del nuevo virreinato en el orden interno e internacional, y representa la unificación en una persona del poder civil y del militar. Es precisamente con Sobre Monte que se va a romper esta unidad, cuando las circunstancias políticas de su gobierno lo lleven a perder el “imperio” (poder militar) quedando limitado al poder civil o potestas y éste aun con limitaciones. 

En conjunto, los virreyes fueron gobernantes eficaces que hicieron mucho por el progreso del Virreinato y de su ciudad capital, méritos oscurecidos en parte por el brillo de la gestión de uno de ellos (Vértiz) y en gran medida por el colapso de la institución y de todo el régimen colonial que se produce a partir de Sobre Monte. 

Entre las preocupaciones constantes de los virreyes tiene un lugar primordial el problema de la frontera interior. Vértiz trazó caí el sur una línea fronteriza que perduró hasta la Independencia, y en el norte procuró asegurar la frontera chaqueña. También emprendió una labor colonizadora de la costa patagónica, que fracasaría dadas las enormes dificultades para abastecer a los pobladores. Al marqués de Loreto corresponde el mérito de haber iniciado una política pacificadora con los indios, basada en la coexistencia y en el intercambio comercial, política continuada por Arredondo y que significa en su trasfondo un cambio profundo en el enfoque del problema indígena y evangelizador. Tanto Arredondo como sus sucesores procuraron mantener los establecimientos patagónicos, no por razones de expansión colonizadora sino en función de las necesidades de la política internacional. 

Los problemas económicos de una sociedad en franca expansión constituyeron una base sobre la cual se desarrolló buena parte de la tarea de gobierno. Por esos años se creó el Consulado y los virreyes procuraron la agremiación de comerciantes y artesanos, pero sin lograr demasiado éxito en esto, pues ya por entonces comenzaban a abrirse paso las teorías contrarias a la agremiación en la que se veía un peligro para la libertad de trabajo. La producción agrícola-ganadera fue fomentada, alejando Vértiz los establecimientos ganaderos de los alrededores de Buenos Aires, con excepción de los tambos; Loreto exigió la marcación de la hacienda y los cueros y fomentó la exportación de trigo. Durante estos dos gobiernos se estableció definitivamente la industria de la salazón de cueros a la que se hizo referencia antes. Arredondo protegió a los ganaderos contra los comerciantes que se oponían a la exportación de cueros; Meló dispuso que se formara un depósito de trigo para remediar las dificultades del abasto en épocas de escasez de granos; Pino prestó mucha atención a la minería. En suma, fue un período de progreso económico. 

En el orden administrativo se empeñaron en* la moralización de la administración, especialmente Loreto, Avilés y Pino. También desde la época de Vértiz se persiguió a los vagos, pordioseros, bandidos y tahúres. Una labor especial realizaron los virreyes en Buenos Aires, a la que procuraron dar el nivel de capital que le correspondía. Vértiz creó la Casa de Corrección de mujeres V la Casa de Expósitos, alumbró las calles, las hizo rellenar, creó el Teatro y dictó múltiples reglamentos sobre la higiene urbana. Loreto continuó su obra nivelando las calles v empedrando la barranca de acceso al río, primera calle pavimentada de la ciudad. Arredondo comenzó el empedrado de la Plaza Mayor v de la actual calle Rivadavia y trazó el camino largo de Barracas, tareas que continuó Meló, pero el gran impulsor del empedrado porteño fue el marqués de Avilés. 

En materia cidtural correspondió a Vértiz, además del Teatro, reorganizar los estudios superiores en Buenos Aires con la apertura del Real Convictorio Carolino, procurar en vano la creación de una universidad y establecer la primera imprenta de Buenos Aires, con la que había quedado en Córdoba y pertenecido a los jesuitas expulsos. En la época de Meló se mejora la residencia del virrev introduciéndose el culto del buen moblaje y fomentándose desde la casa virreinal las reuniones sociales. Durante el gobierno de Avilés aparece el primer periódico: el Telégrafo Mercantil, se inaugura la Escuela de Náutica y se instala el tribunal del Protomedicato, encargado de custodiar el correcto ejercicio de la medicina. Los impulsos ilustrados continúan con el virrey del Pino, señalándose durante este período la actividad de varios científicos llegados de Europa. 

También hubo de afrontarse en este período, además de la amenaza portuguesa e inglesa —que absorbió prácticamente todas las preocupaciones de Olaguer y Feliú—, el temor a las perturbaciones interiores. La sublevación de Túpac Amaru, iniciada en noviembre de 1780, llenó de inquietud a Vértiz y a su colega del Perú. Movimiento de reivindicación indigenista ante todo, triunfó en el primer momento entre torrentes de sangre, pero la falta de medios adecuados así como la indisciplina de los sublevados permitieron a los españoles reunir las fuerzas del Perú y del Río de la Plata, derrotar a los indios, capturar y ejecutar al jefe indígena. La ejecución no puso fin al movimiento aunque le restó su mayor vigor y la represión duró todo el año 1781. Aún años ués hubo secuelas de menor envergadura que mantuvieron inquietas a las autoridades. 

No se puede dar a este movimiento un carácter precursor respecto del movimiento emancipador, por sus características esencialmente indígenas. El Virreinato desconoció en sus primeros años movimientos políticos criollos del tipo de los ocurridos a principios del siglo, como la revolución de los comuneros de Antequera en el Paraguay, el año 1728, y la posterior, menos importante y menos doctrinaria, de los comuneros de Corrientes, durante las guerras guaraníticas. Los comuneros paraguayos, comandados por José de Antequera, formularon por primera vez en América una teoría —que pretendió ser práctica— del gobierno propio y democrático, según la vieja tradición castellana. Pero este movimiento, pese a su valor de antecedente, pertenece a otro clima de opinión que los que se produjeron casi tres generaciones después, al comenzar el siglo xix. 

Los mencionados movimientos fueron precedidos por la acción de un grupo de hombres que han merecido la calificación de precursores de la emancipación. Dejaremos de lado la historia de algunos aventureros, como Aubaréde v Vidal, v sólo recogeremos los nombres de aquellos que, como Francisco de Mendiola en México, Gual en Venezuela, y Antonio Nariño en Colombia, revelan que una agitación simultánea movía los espíritus de ciertos americanos que presentían mejor que la mayoría de sus paisanos el destino de sus respectivas patrias. Se revela así la dimensión americana del proceso, simultáneo en distintas regiones de América, y el sentido de unidad que para los precursores tuvo el gesto emancipador: no se circunscribía a intereses locales sino que llevaba el signo de América como una unidad. Los sentimientos nacionales sólo eran por entonces confusamente intuidos como afectos regionales, que cedían al común denominador americano, al punto que producidos los movimientos revolucionarios, nacen primero los F.stados que las nacionalidades como entes definidos y perfectos. 

Sólo nos ocuparemos aquí de aquellos precursores que tuvieron relación con el Río de la Plata. En primer término corresponde citar a Juan José Godoy, ex jesuíta que se trasladó a Londres y allí trató de interesar al gobierno inglés desde 1781 en sus planes para emancipar el Río de la Plata v Chile, planes cuya génesis se desconoce realmente. Murió en una prisión gaditana. 

Si la empresa de Godoy no tuvo otros méritos que los de su personal esfuerzo, mayores ecos despertó la del abate Juan Pablo Viscardo. Natural de Arequipa, Perú, había obtenido las órdenes menores de la Compañía de Jesús cuando llegó la expulsión. Se retiró a Italia, como tantos otros, y padeció grandes privaciones que alentaron su resentimiento contra el gobierno español. De allí pasó gradualmente a concebir ideas independentistas y con ese objeto se trasladó a Londres en 1782, sin encontrarse aparentemente con Godoy ni con Miranda. En 1792 redactó una Carta a los españoles americanos, que publicó en 1799 firmada por “Uno de sus Compatriotas”, la que-posteriormente llegó a conocimiento de Miranda, quien la hizo traducir al español y la publicó en 1801, difundiéndola desde Trinidad entre 1802 y 1804 y posteriormente desde la sublevada Venezuela. La primera parte de la Carta resume los tres siglos de injusta dominación de los españoles en América, siguiendo la orientación del Inca Garcilaso y de Herrera; la segunda parte contiene una invitación a independizarse de España como única solución ante la violencia hispánica, que ejemplifica citando a Las Casas. Batllori ha señalado en la Carta las influencias de Rousseau y de Raynal.1 

Esta carta no parece haber tenido difusión en Buenos Aires antes de 1810, pero en 1816 sirvió a la literatura que propugnaba la coronación de un Inca. 

El tercer precursor que nos interesa es el legendario y original Francisco de Miranda. F,1 héroe venezolano convergió como los anteriores en las antesalas de los ministerios británicos para obtener apoyo a sus planes independentistas, aunque no se limitó a ello y no dejó de hacer gestiones en los Estados Unidos, Francia y Rusia. No nos detendremos en su novelesca vida, en la que pasó por situaciones tan variadas como huésped de Catalina II y general de la Revolución Francesa. Atenderemos sólo a sus gestiones fundamentales. 

Esta concurrencia de los precursores ante los ingleses demuestra el público conocimiento del interés británico en la liquidación del imperio español. Desde 1701 políticos v ciudadanos ingleses habían proyectado la conquista de distintos puntos de América, v desde 1741 aparece como idea sustitutiva la de provocar una insurrección de las colonias españolas. A las actividades de Godov v Viscardo en la década del 80, se agrega un plan de Fullarton en 1782 v las actividades de Miranda. Este presenta en 1785 a los ingleses un plan para la ocupación de varios puntos de Costa Firme. F.I momento no era propicio v Miranda debió esperar hasta 1797 para presentar un nuevo provecto tendiente esta vez a la independencia de Venezuela. En ello coincidía con lord Melville, quien procuraba que desde Trinidad, conquistada por los ingleses, se fomentara la insurrección. I.a guerra con España favorecía los provectos de (Miranda: Melville se mostró partidario de ocupar Chile, en tanto que (Miranda propiciaba una acción conjunta de una escuadra británica v un ejército norteamericano con el objeto de establecer un gobierno independiente en América española. Este provecto, de 1798, contó con el apoyo en principio de Hamilton, pero no llegó a cuajar. Dos años después Melville v Vassintart presentaban varios provectos destinados a conquistar distintos puntos del continente. Otros dos años pasaron y Miranda presentó un nuevo provecto libertador. Las dos ideas se entrecruzaban permanentemente en los ministerios británicos, mientras el objetivo era uno sólo por parte de Gran Bretaña: aplastar política v económicamente el poderío español. 

En agosto de 1803 Miranda fue presentado a sir Home Po- pham, con quien desde entonces mantuvo una amistad regular. De las relaciones entre estos dos hombres surgió primero el plan de Popham de noviembre de 1803 referido a una expedición al

Río de la Plata, y luego, rotas nuevamente las hostilidades entre las dos potencias rivales, el memorándum de octubre de IK04, firmado por Popham pero realizado en colaboración con Miranda, donde se repetía la misma idea. La circunstancia de ser Pitt primer ministro v Melville primer lord del Almirantazgo hacían factible el plan. Pero como su aprobación se demoraba, Miranda resolvió expedicionar sobre Venezuela por su cuenta, v desembarcó en Coro en 1K05, pero no recogió ni triunfos ni adhesión popular, por lo que debió retirarse frustrado. 

Pero mientras tanto Miranda bahía dejado el germen de la expedición británica al Río de la Plata v a través de ella v sin intuir demasiado cómo se desarrollarían los sucesos, había dado un paso decisivo para la emancipación argentina v americana. 

El mismo año un espía británico, Burke, tras recorrer el Río de la Plata, había presentado planes coincidentes al gobierno ingles v había anudado una sintomática amistad con Juan José Castelli. Las bases para la invasión inglesa estaban echadas. 

La invasión británica convergía sobre el Río de la Plata tanto por la fuerza de los acontecimientos internacionales como por los tejemanejes ministeriales alentados por los precursores. El quehacer de los protagonistas v las líneas del movimiento histórico coincidían, y por ello el resultado era inevitable en la medida en que lo histórico puede considerarse inevitable. 

Reanudada la guerra entre Inglaterra v E'spaña, a causa de la deficiente neutralidad española v el subsidio que E'spaña entregaba a Francia en pago de su neutralidad, v derrotadas en Trafalgar las escuadras unidas de España v Francia, la marina inglesa quedó en gran libertad de acción, lo que a su vez hizo posible la puesta en marcha de la tradicional estrategia británica. Frente a un poder continental que superaba sus posibilidades militares, Gran Bretaña recurría a la estrategia indirecta, va cultivada por lord Malborough en el siglo anterior: golpear al enemigo, no en el centro de su poder, sino en los puntos más débiles, de modo tal que, sin obtener una victoria decisiva, se mejorase gradualmente la situación estratégica general obteniendo pequeños triunfos v pequeños territorios que hiciesen costosa al enemigo la prosecución de la guerra v ventajosa la posición de Gran Bretaña para las discusiones de paz.


Va que no se podía golpear al enemigo en la cabeza sin correr el riesgo de recibir de él un golpe fatal, se recurría a golpearle en los pies de modo que se viera imposibilitado de caminar. 

Esta estrategia se combinaba muy bien con las posibilidades de una potencia naval sin rivales, capaz de trasladar sus tropas con mayor o menor secreto de un punto a otro del globo v asestar sobre sus adversarios golpes sorpresivos, que eran a la vez definitivos en el orden local.1’ 

En 1804 la alianza de Napoleón con Carlos IV producía tal suma de poder continental —pese a la debilidad relativa de España— que Gran Bretaña movió sobre aquéllos a las demás potencias continentales para mantenerlos en jaque, mientras ella se dedicaba a dar golpes periféricos sobre las posesiones coloniales de las dos potencias aliadas y sus satélites. 

Además el interés comercial inglés coincidía con las perspectivas de esta técnica militar. El mercado europeo estaba cerrado por la guerra v la producción manufacturera inglesa, realizada a nivel de país exportador, necesitaba con urgencia nuevos campos de venta. Los países coloniales constituían un excelente sustituto del mercado europeo. Todo esto explica que en 1805 el gabinete de Pitt encontrara perfectamente lógico, además de factible, lanzar una fuerza combinada sobre la Colonia de F.I Cabo, posesión holandesa sometida a la órbita napoleónica. 

Cuando el comodoro Home Popham fue nombrado jefe de las fuerzas navales de la operación, acababa de producir su plan —al que va hemos hecho referencia— en que se expresaba así: 

La idea de conquistar a América del Sur está totalmente fuera de cuestión. Pero la posibilidad de dominar todos sus puntos prominentes, de aislarla de sus actuales conexiones europeas, estableciendo alguna posición militar, y de gozar de todas sus ventajas comerciales, puede reducirse a un simple cálculo, sino va a una operación segura/1 

El gobierno inglés no había considerado oportuno aún atacar 

- E'sta estrategia, que se expresó en las guerras napoleónicas en las campañas transoceánicas, continuo en la Primera Guerra Mundial en las acciones periféricas, como la campaña del Asia Menor, Gallípoli. etc., y se mantuvo hasta la Segunda Guerra Mundial, mientras Gran Bretaña fue demasiado débil o estuvo demasiado sola para dar batallas decisivas en el teatro europeo: Narvik, Etiopía, África del Norte. 

-1 Ff.rns, H. S., Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX. Buenos Aires, Solar-Hachette, 1966. citado en pág. 31. El proyecto de Popham no difería básicamente de la actitud que iba a observar posteriormente (irán Bretaña en el Extremo Oriente, donde se aseguraría una serie de bases (Singapur. Hong-Kong) desde las cuales dominaría el comercio asiático. 

las posesiones españolas por temor a fortalecer la alianza hispanofrancesa. Pero cuando el comodoro presenció la fácil captura de f'.l Cabo y vio los medios militares disponibles en acuellas regiones, tuvo la audaz idea de llevar a la práctica su famoso Memorándum repitiendo sobre el Río de la Plata la operación realizada en Sud- áfrica. Suponía a la colonia española mal defendida, con una población enemistada con su gobierno \ proclive a los invasores que la liberarían del yugo español. I.s evidente que las conversaciones con Miranda habían influido en el ánimo del comodoro. 

No fue difícil para Popham obtener del general Baird el aporte militar necesario, el que quedó a las órdenes del brigadier Bcrcsford, compartiendo así los dos jefes de tierra y mar el mando militar y político de la expedición, f.sta no contaba con autorización alguna del gobierno inglés y sólo era para Bcrcsford una operación militar realizada por órdenes de su superior jerárquico, pero para Popham era la realización genial de los proyectos que había conocido y discutido con Metedle, Pitt y Miranda. Popham nunca se pronunció sobre los propósitos de la expedición: si propendía a provocar una sublevación americana, a constituir un punto de apoyo territorial británico, a ambas cosas o a una simple conquista. Bcrcsford. por su parte, ignoraba los propósitos ulteriores del gobierno, y tal vez, desconfiando de su colega, pidió instrucciones a Londres al pasar por Santa Flena. 

Ya en el mar la expedición, el resultado no parecía difícil i ambos jefes, pese a que sus fuerzas apenas pasaban de un millar y medio de hombres. I ,a circunstancia de hallarse defendida Montcvidco por fortificaciones v esperar allí el ataque las autoridades españolas, impulsaron a los jefes británicos a no atacar aquel puerto, que era el obvio pero difícil objetivo militar, sino a desembarcar directamente sobre Buenos Aires, ciudad abierta, desguarnecida y capital política v económica del Virreinato. 

Con los medios con que contaban v las informaciones que poseían, la elección no puede considerarse errónea. Pero la base del plan consistía en suponer que la división entre los criollos v los españoles era tan marcada que los primeros acogerían a los invasores como libertadores v constituirían el apoyo político de la ocupación. Ksta base era un tremendo error v fue la fuente del fracaso británico. 

Existía entre criollos v españoles por entonces una rivalidad v desafecto que se expresaba sobre todo en la sensación que tenían los criollos de su desplazamiento —relativo pero real— de la función pública. Pero esta rivalidad no llegaba al odio ni había adquirido forma de aspiraciones políticas concretas v generalizadas, excepto para una minoría, entre los cuales figuraban los Rodríguez Peña, Castelli, Puevrredón, Arroyo y otros. Peor que Miranda en Coro, Popham se dirigía al fracaso. 

El segundo gran error de la expedición fue no revestir un carácter libertador que habría puesto en marcha a la minoría nombrada. La indefinición en que se debatían los jefes británicos por falta de la debida autorización para el paso que daban, llevó a Bcrcsford a actuar como conquistador del territorio —aunque con toda moderación— y a exigir el juramento de fidelidad al monarca inglés. Ni criollos ni peninsulares estaban dispuestos a admitir una nueva dominación, menos de quien había sido la secular enemiga de España y era considerada una nación herética. La frase entonces acuñada por Belgrano, “El amo viejo o ninguno", expresa contundentemente el espíritu de la población de Buenos Aires y explica la solidaridad con que lucharon todos los sectores de su población, cualesquiera hayan sido sus diferencias. 

Cuando el 25 de junio de 1806 los ingleses desembarcaron en la costa de Quilines, sólo encontraron dos esporádicas c inefectivas resistencias: en las inmediaciones del lugar del desembarco y en el cruce del Riachuelo, resistencias presididas por la improvisación V la falta total de concepción táctica. El virrey Sobre .Monte, que vigilaba las operaciones a la distancia, optó por retirarse al interior dejando la Capital en manos del invasor, delegando el mando político en la Audiencia v llevándose las Cajas Reales. 

Esta acritud del virrey fue la causa de su ruina política y ha sido hasta hoy objeto de debates por los historiadores. La decisión de Sobre Monte no era inconsulta ni impremeditada. Se acomodaba a las conclusiones de la Junta de Guerra, que el 2 de abril del año anterior había adaptado el criterio de abandonar Buenos Aires en el caso de un ataque no resistible, v concentrar los refuerzos de todo el Virreinato más al norte, aislando al invasor en el Puerto, para luego volver sobre él con fuerzas superiores. Pero si esta medida era estratégicamente correcta, su ejecución fue desafortunada, apresurada v no contempló las consecuencias políticas de tal actitud. 

En primer lugar, la resolución fue precipitada en el momento de su adopción; en segundo lugar, no se intentó seriamente defender a Buenos Aires antes de resolver su abandono. F.n tercer término, no se organizó la retirada de las fuerzas militares disponibles ni se retiró la artillería del Puerto. Todos los depósitos militares (incluidas 106 piezas de artillería) caveron en manos de los ingleses v poco después se perdió también en Lujan el tesoro real. 

Políticamente, la decisión de Sobre Monte v su posterior lenta reacción, no sólo deterioraron profundamente la imagen del virrey —que se convirtió en sinónimo de cobarde para el pueblo- sino que provocó una crisis profunda de la autoridad virreinal, a la que por decisión popular se arrebató el mando de armas inmediatamente después de la Reconquista. 

Cuando los británicos ocuparon Buenos Aires el 27 de junio ofrecieron a la población porteña, como garantía de la bondad del nuevo monarca a quien debían obedecer, la seguridad del libre culto católico y la promesa del libre comercio. La prometida libertad religiosa no podía competir en el ánimo de una población católica con la identificación hasta entonces existente entre la Iglesia v el Estado, que constituía a éste en protector y custodio de aquélla. F.n cuanto a la libertad de comercio, no era propiamente tal, como bien ha señalado Ferns.4 sino la participación dentro de la estructura mercantil inglesa, igualmente proteccionista que la española, aunque más amplia v clástica. Como dice el autor citado; 

En los despachos de Popham, aquí v allá, podemos descubrir más de un rastro de los procedimientos politicoeconómicos mercantilistas del viejo Adam.' 

La medida se oponía directamente a los intereses del grupo comercial monopolista integrado por los españoles, y también, aunque menos directamente, a las ideas de quienes querían comerciar libremente con todo el mundo, como los comerciantes criollos v los ganaderos exportadores. 

Por fin, los grupos más avanzados en ideas políticas y que esperaban de los ingleses ayuda para independizarse, conforme a las ilusorias promesas de Miranda, se vieron sorprendidos por la actitud de conquista de los recién llegados. Juan José Castelli, una de las primeras figuras de aquel grupo, se entrevistó con Beresford para definir la situación, sin obtener otra promesa que la de requerir instrucciones a Londres. Pueyrredón, a su vez, se entrevistó con Popham, y quedó convencido de la improvisación de la expedición y la ninguna garantía que ofrecía a las aspiraciones independentistas. Como consecuencia, este sector se unió —tras la inicial expectativa— al espíritu general de resistencia y se movió con presteza y energía. 

A pocos días de iniciada la invasión se había producido una alianza de hecho entre todos los sectores de la población —criollos, peninsulares, comerciantes, productores, clérigos v militares— dispuestos a expulsar a los invasores. Éstos, por su parte, observaron una actitud política estática, sin percibir la tormenta que se cernía sobre ellos, o incapaces de adoptar actitudes que disociaran la alianza de sus enemigos. 

I'ue así como el capitán de navio Santiago de l.iniers, francés al servicio de España, se trasladó a Montevideo'a solicitar al gobernador Rui/. Huidobro, fuerzas para reconquistar Buenos Aires; Puevrrcdón se puso a la tarea de organizar tropas irregulares en la campaña bonaerense —entre la Capital, l.uján v San Pedro—, v Martín de Álzaga organizaba a los conspiradores dentro de la misma Buenos Aires v remitía armas a los hombres de la campaña. La reunión de fuerzas en la Banda Oriental bajo las órdenes de l.iniers v la concentración de voluntarios en los alrededores de la Capital se hicieron patentes a los jefes ingleses en los últimos días de julio. El 1" de agosto una columna de infantería inglesa dispersó a los pocos hombres con que Puevrrcdón la enfrentó, pero el hecho sólo sirvió para demostrar a los ingleses la imposibilidad de operar sin caballería en un territorio tan extenso. A la pasividad política, el invasor se veía obligado a agregar la inercia militar. 

El destino de los invasores estaba sellado. El 3 de agosto, infiltrándose a través de las islas del Delta, las fuerzas de l.iniers burlaron a la escuadra británica v desembarcaron en I.as Conchas donde se reunieron con los voluntarios de Puevrrcdón. Demorados por las lluvias, el 10 de agosto estaban sobre Buenos Aires, con sus efectivos multiplicados por la presencia de nuevos voluntarios de la ciudad. Los jefes ingleses intentaron entonces entrevistarse con Puevrrcdón —tal vez para proponer alguna fórmula conciliatoria o hacer promesas a su partido—, pero la generalización del fuego en la mañana del 12 de agosto interrumpió la gestión. Las fuerzas de l.iniers arrollaron a los ingleses hasta el Fuerte, donde Beresford izó la señal de capitulación. 

Los efectos de la Reconquista de Buenos Aires se hicieron sentir inmediatamente. El 14 de agosto se convocó a un cabildo abierto con el fin de asegurar la victoria obtenida, cabildo que pronto adoptó formas revolucionarias, pues el pueblo invadió el recinto v exigió que se delegara el mando en l.iniers. Para saltar las formas legales se designó una comisión para entrevistar al virrev, que por entonces bajaba hacia Buenos Aires, la que obtuvo que éste delegara en l.iniers el mando de armas v en el regente de la Audiencia el despacho urgente de los asuntos de gobierno V hacienda.“ La comisión, además, recomendó —en cierto sentido impuso— al virrey no entrar en Buenos Aires. 

Si bien con este procedimiento la legalidad se había salvado, la realidad política era muy otra: por primera vez la población había impuesto su voluntad al virrey, no sin resistencia de parte de este. De hecho, puede decirse que la convulsión revolucionaria que culminó en 1S10 comenzó con el cabildo del 14 de agosto de 1806. 

Otros pasos trascendentales se dieron en Buenos Aires en los días siguientes. Previendo acertadamente que no cejarían los esfuerzos ingleses por apoderarse del Río de la Plata, los voluntarios de la Reconquista, con el beneplácito de Liniers, decidieron organizarse en cuerpos militares. Así nacieron los escuadrones de Húsares, los Patricios y sucesivamente una multitud de batallones uniformados v armados conjuntamente por el pueblo v las autoridades. Pero lo más importante de la creación de estas fuerzas, más aún que poner' en estado de defensa a la ciudad, fue haber creado un nuevo centro de poder: el militar, donde los criollos tenían notoria gravitación. Los batallones y escuadrones se organizaron por afinidades regionales: los peninsulares crearon los cuerpos de catalanes, vizcaínos, gallegos, etc., v los criollos los de patricios, arribeños, corrcntinos, etc. I'.sta organización, típica manifestación del regionalismo que animaba a españoles y americinos, resultó en definitiva funesta para los afanes centralizadores de la Corona, pues los cuerpos criollos constituyeron un poder militar nativo que pronto entraría a rivalizar con sus colegas peninsulares. Mientras la minoría de precursores procuraba dar una ideología a la futura v nial entrevista revolución —que por entonces no era otra que la ideología del cambio v de un liberalismo indefinido—, las autoridades v el pueblo la habían dotado, de común acuerdo c ingenuamente, del instrumento para el poder. 

iVlientras estos cambios se operaban en Buenos Aires, Londres se veía sacudido sucesivamente por la noticia del éxito de la expedición no autorizada, v el impacto de su fracaso final. Kl gobierno u’Zi/'g, que había reemplazado al equipo tory de Pitt, era menos afecto que éste a las ideas independentistas de América v proclive en cambio a la de conquista, la que se vio súbitamente reforzada por la fácil ocupación de Buenos Aires, v por las presiones de los comerciantes ingleses que veían en Sudamérica un excelente mercado. Inmediatamente se despacharon al Río de la Plata grandes cantidades de mercaderías v paralelamente se enviaron tropas de refuerzo a Buenos Aires v se planeó otra expedición para atacar la costa chilena. 

La noticia de la capitulación de Beresford no tronchó estas esperanzas v provocó la concentración de los esfuerzos militares en el Río de la Plata. Apoyados en su base de Maldonado v en número de más de 7.000, los ingleses atacaron Montevideo en los primeros días de febrero, tomando la ciudad por asalto. Una vez más, el virrey, que circulaba por los alrededores con un fuerte contingente, optó por retirarse, abandonando a su suerte a los defensores. Ya no había Junta de guerra que le excusara v este hecho provocó una segunda explosión en Buenos Aires. 

El 6 de febrero de 1807, una masa de pueblo reunida frente al Cabildo exigió a voces la deposición del virrey. Se convocó en seguida a cabildo abierto en el que se resolvió pedir a la Audiencia que destituyera a Sobre Monte por incapaz. Días después, el 10 de febrero, Linicrs convocó a una Junta de guerra que resolvió destituir al virrey, mantenerlo bajo custodia, entregar a la Audiencia el gobierno civil v a Linicrs el mando militar. Todas estas medidas tomadas a espaldas del depuesto y aun de la misma Audiencia, por un cuerpo municipal y una junta de guerra, eran totalmente ajenas a la estructura jerárquica del gobierno colonial y por lo tanto francamente subversivas. No obstante contaron con el apoyo de muchos españoles que juzgaban que el virre\ había faltado a sus obligaciones. 

La caída de Montevideo aumentó los temores por la suerte de Buenos Aires y a la vez los deseos de quienes eran partidarios de la independencia de España para aprovechar esta circunstancia para librarse simultáneamente del peligro de un ataque inglés v del gobierno de Madrid. Pocos documentos traducen mejor el estado de ánimo reinante en esos momentos que la carta del teniente Gascón al doctor Echevarría del 18 de febrero de 1807, dada a conocer por Williams Álzaga: 

Sobre los males domésticos se acumulan las calamidades públicas. ¿Quién podría calcular su crisis? Si no se anticipan los auxilios de España o Francia a los refuerzos de Inglaterra, vamos a ver dentro de poco organizada la independencia como lo está va bajo su protección la de la provincia de Caracas con su jefe, natural de ella, don M. Miranda ... 

Duplicarán (los ingleses) los bloqueos en Europa v aumentarán los auxilios acá, v resultará o su dominación o la independencia. ¿Y quién soñará que no abrace ésta toda la América como un bien general v único medio de evitar los males que nos amenazan? No se necesita ser un profundo político para conocer esta verdad. La distancia tan larga entre España v América hace decaer la esperanza de prontos auxilios como se necesitan a frustrar los que acelerará la Inglaterra. ¿Y quién sale por garante de que ésta, en los tratados de paz, no quiera va devolver esta alhaja y sea dueña? Si la escuadra de doce navios de Lima y ochenta buques con catorce mil hombres que se está anunciando próxima; sale inglesa, como ya se dice, es negocio concluido por la independencia ...' 

Dentro de ese clima, Saturnino Rodríguez Peña se puso al habla con el general Beresford, prisionero en Luján, para interesarle en la emancipación americana, convencerle de que por las armas Gran Bretaña sólo ganaría enemigos en estos países, y ofrecerle la libertad si secundaba sus ideas. El general británico se mostró favorable a estas gestiones y se ofreció a hacerlas conocer al conquistador de Montevideo, general Auchmuty, y al gobierno inglés. En consecuencia, con la complicidad de varios amigos y el conocimiento del alcalde Álzaga v de Liniers, Rodríguez Peña hizo fugar a Beresford el 17 de febrero. 

Los informes de Beresford a Auchmuty V los otros obtenidos por este, convencieron a este jefe que un fuerte partido criollo deseaba la independencia, pero que preferían el domjnio inglés' al español, siempre que se les asegurara que el país no sería devuelto a España en las tratativas de paz; en caso contrario los ingleses serían siempre considerados enemigos. Aunque ahora los británicos estaban mejor informados que en su primera llegada, tampoco era cierto que se prefiriese el dominio inglés al español. Lo único en que coincidían los criollos y algunos españoles era en aceptar la ayuda inglesa para declarar la independencia, pero aun esta idea era patrimonio exclusivo de un grupo que —aunque importante por las personas— era reducido en su número. 

Más inteligente fue la visión del teniente general Whitelocke, llegado en marzo como comandante supremo: 

Ciertamente el carácter nacional no se ha beneficiado con nuestras primeras operaciones bajo el comando de sir Home Popham. Todo el sistema parece haber irritado a los habitantes v en lugar de una impresión favorable a Ciran Bretaña estoy convencido de que será difícil apartar alguna vez. la idea de que todos estos procedimientos estuvieron movidos por el interés individual y no como un gran objetivo nacional. 

Lo digo porque no puedo sino lamentar lo que es demasiado realidad en los hechos: que difícilmente veremos un amigo en el país .. .N 

Con los últimos refuerzos llegados, los ingleses reunieron unos 11.000 hombres o sea bastante menos que los 15.000 que Auchmuty consideraba necesarios para dominar el país. En Buenos Aires, entretanto, el Cabildo v Linicrs desplegando una febril actividad reunían K.600 hombres, de los cuales menos de mil eran veteranos. Los oficiales en su mayor parte habían sido civiles hasta pocos meses antes: hacendados como Saavcdra o profesionales como Belgrano. 

El 2K de junio. Whitelocke desembarcó en la Ensenada con H.400 hombres v avanzó sobre Buenos Aires. El general inglés sabía que la mejor manera de tomar la ciudad, cuyas casas eran verdaderos reductos, era con artillería pesada, destruyendo las defensas una por una. Pero las consecuencias políticas de tal técnica para la buscada adhesión a los ingleses hizo dudar al general, como dice Ecrns. quien traza además este sagaz retrato: 

... puede colegirse que Whitclockc er:i hombre mm in- v de aguda percepción; en verdad demasiado : para obtener éxito, pues vio demasiadas posibilidades en las situaciones a que tuvo que hacer frente. Si era demasiado inteligente era también demasiado falto de confianza en sí mismo." 

F.sta indecisión llevó a Whitclockc a adoptar el plan de su segundo Gower, basado en penetrar en la ciudad en columnas causando el menor daño posible. I'.stc plan era militarmente absurdo v políticamente utópico, pues los atacados no iban a pararse en similares miramientos. 

K.l 2 de julio Linicrs fue flanqueado por los ingleses v libró un imprudente combate en el Miserere, donde fue dispersado v estuvo a punto de perderlo todo. Pero los ingleses sólo atacaron la ciudad el día 5, dando tiempo a la defensa a rehacerse. Avanzaron por las calles sin hacer fuego v enfrentados no sólo por las tropas, sino por los habitantes rodos de la ciudad, desde cada casa v cada esquina. Kl resultado fue catastrófico para el invasor, que al caer la tarde, pese a haber alcanzado la mayor parte de sus objetivos, había perdido mil hombres entre muertos v heridos v casi dos mil prisioneros. Whitelocke optó por entrar en negociaciones v capituló el día 6, comprometiéndose a la evacuación de las dos bandas del Río de la Plata. 

Las consecuencias de estos episodios fueron vastas. La doble victoria hizo nacer un sentimiento de patria v una conciencia de poder. Buenos Aires se había salvado a sí misma, sin ayuda ninguna de España ni siquiera del Perú. Había depuesto al virrey eligiendo sus jefes, lo que dio a la población nativa conciencia de su poder político. Había formado su propio ejército, eligiendo aquí también —por un peculiar procedimiento— a sus jefes, y ese ejército se había probado exitosamente frente al invasor, lo que daba a los criollos conciencia de su poder militar. Los españoles a su vez se encontraban divididos, pues había entre ellos vasallos de gran fidelidad al rey y otros que, como Álzaga, eran proclives a hacerse eco de propósitos independentistas a condición de que el cambio no implicara modificaciones sociales v que la tenencia del poder estuviera en manos del grupo español. El jefe emergente de la victoria era Liniers, hombre de inspiraciones momentáneas, pero sin carácter para gobernar, y en torno del cual se agruparon y enfrentaron distintos grupos, terminando por minar en 'breve plazo el prestigio de la autoridad. Las consecuencias económicas fueron también notorias. Los vencedores se encontraron con un inmenso stock de mercaderías inglesas, cuyos consignatarios procuraban vender para evitar consecuencias ruinosas. La abundancia de tales mercaderías provocó una oferta excesiva V los precios bajaron notoriamente. Productos de calidad se vendieron a menos del costo y la población se acostumbró a una producción de calidad superior a la conocida hasta entonces. Esto creó una imagen por demás optimista de las ventajas del comercio libre. 

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