jueves, 3 de septiembre de 2015

La argentina colonial Ca4


Durante la segunda mitad del siglo XVIII, se acelera un proceso que venía esbozándose desde al menos medio siglo atrás. El crecimiento del tándem Buenos Aires-Montevideo como mercado más relevante del espacio rioplatense se consolida. La paulatina integración de la economía pecuaria con el Atlántico se acentúa. Esto tiene como resultado una orientación hacia el mercado mundial cada vez más evidente, pese a que la continuidad del tráfico mular con el Alto Perú y el Perú presenta siempre la otra cara de la moneda de la producción pecuaria litoral. Hasta mediados de la segunda década del siglo XIX, cuando las guerras en el Alto Perú estén perdidas para los ejércitos abajeños, las relaciones con Potosí seguirán ocupando un lugar central en la trama de flujos económicos y financieros de todo este espacio.

A finales del siglo XVIII, la región pampeana bonaerense llegó a tener más de 70 000 habitantes. La ciudad de Buenos Aires, con unos 40 000, se convirtió entonces en una de las capitales importantes del imperio, si bien lejos estaba lejos de las urbes más populosas de la América hispana, como México, La Habana o incluso Lima. Este crecimiento urbano se halla estrechamente ligado al papel de los mercaderes locales en relación con el interior rioplatense y el Alto Perú minero. A finales del siglo XVIII, sólo un 25 por ciento del total de las mercancías salidas desde la ciudad del puerto van hacia Potosí, aunque, paradójicamente, Buenos Aires envía a Europa una parte sustancial del total de la plata producida en el área minera. Es decir, el 75 por ciento del metálico que Buenos Aires envía a Europa es captado por los comerciantes porteños a partir de los intercambios con los diversos mercados



regionales del interior. Así, la ciudad porteña funciona como una especie de “bomba aspirante” de una parte sustancial de los metales preciosos que circulan en el interior.
Gracias a su papel dominante en el comercio de efectos de Castilla y esclavos en el tráfico de yerba, ponchos, vinos, aguardientes, muías, vacas y otras mercancías menores, los comerciantes de Buenos Aires consiguen captar una parte del metálico producido en Potosí que circulaba en las economías regionales como resultado de los intercambios entre éstas y la región minera: alrededor de los dos tercios de la plata producida anualmente a partir de la década de 1760. El resto del metálico será atesorado en las economías regionales, incluyendo a Chile, que recibe también una parte de la plata altoperuana. Esto se comprueba al comparar los inventarios de productores y mercaderes del interior con sus homólogos litoraleños: la presencia de la plata, sea en objetos suntuosos o en moneda, parece ser más importante entre los del interior.
Cuando, desde mediados del siglo XVIII, la Corona decide que Buenos Aires debería convertirse en uno de los pilares de la defensa en el sur del continente por efecto de la presión combinada de ingleses y portugueses, el papel de Potosí como sostén de los gastos fiscales de la ciudad porteña iría progresivamente en aumento y el situado destinado a la defensa de Buenos Aires pasaría de un 13 por ciento de los ingresos de las cajas potosinas a finales del siglo XVII a más del 60 por ciento a fines del siglo siguiente: es decir, el situado porteño es el primer destino en el conjunto total de los ingresos fiscales potosinos.
Es evidente que la expedición de 1776-1777 contra Colonia do Sacramento, protagonizada por don Pedro de Cevallos, la concomitante instalación del virreinato en el Plata desde 1776 (el cual haría que la región minera del Alto Perú quedara ahora ya en forma institucional en el ámbito jurisdiccional de Buenos Aires), la creación de una Audiencia en la capital y otros cambios profundos que se delineaban desde tiempo atrás pesaron fuertemente en la fiscalidad de la Colonia; sería Potosí la que más recursos entregaría con estos cambios. Sólo en la segunda década del siglo XIX, ya en pleno período independiente, Buenos Aires comenzaría a vivir de sus ingresos aduaneros, reemplazando así al situado potosino que había desaparecido con la interrupción de las relaciones con el Alto Perú como consecuencia de las guerras inde- pendentistas.
Es decir, sea mediante relaciones puramente mercantiles o mediante los lazos de la fiscalidad, en el curso de este siglo Buenos Aires pudo colocarse en el centro nodal de las corrientes mercantiles y, por



ende, apropiarse de una parte sustancial del flujo de plata que desciende del Alto Perú minero y desde Chile. Si su rivalidad con Lima por el control de los ricos mercados altoperuanos parecía un tema casi cerrado a finales del siglo XVIII, las guerras independentistas reavivarían esa rivalidad por el Alto Perú. Esto también está estrechamente relacionado con el papel creciente de la ciudad frente a la economía-mundo.

En los primeros cuarenta años del siglo XVIII, Buenos Aires y Montevideo reciben menos naves españolas que a finales del siglo anterior; en cambio, la presencia francesa -que había sido muy fuerte sobre todo en el Pacífico-, la inglesa y la portuguesa, desde Colonia, han crecido a ojos vista. Sólo entre franceses e ingleses -sea como parte del Asiento negrero o como naves independientes- llegamos a casi cien navios. Entre naves españolas y las correspondientes a los dos asientos negreros, hasta 1778 hay alrededor de 350 navios para ese período anterior a la li- beralización del comercio. En cambio, el tráfico desde Colonia do Sacramento resulta mucho más difícil de evaluar, dado que es ilegal. En la segunda mitad del siglo, la presencia de naves peninsulares se acrecienta y, después de las medidas del Libre Comercio dictadas en 1778, la media resulta superior a los cincuenta buques al año. En 1794, uno de los últimos años en que el comercio atlántico funcionó normalmente, 56 buques entraron en el Río de la Plata y 43 partieron hacia Europa.
De este modo, entre los metales preciosos y los productos locales, a finales del siglo XVIII el Río de la Plata ocuparía el cuarto lugar en las exportaciones desde las colonias españolas americanas a Europa, detrás de la Nueva España, el Perú y Cuba. Su crecimiento en este siglo fue sorprendente. Tan importante como ello es señalar el peso de los mecanismos mercantiles en esta área colonial. Buenos Aires había sabido colocarse en el centro de una corriente interna de flujos de metales preciosos de origen mercantil y fiscal (el situado potosino) pero, desde el puerto hacia el Atlántico, los flujos mercantiles dominaban abrumadoramente sobre los fiscales.



En este momento, como desde hace dos siglos, alrededor del 85 por ciento del valor de las exportaciones está compuesto por metales preciosos (sobre todo, plata altoperuana, aun cuando el oro -en especial, chileno- representa el 10 por ciento en el período 1715-1778). El resto son mercancías locales, entre las que se destaca el cuero vacuno que alcanza casi el 10 por ciento del valor de las exportaciones -más un débil porcentaje de mercancías reexportadas, en especial llegadas desde Chile-. La cantidad de cueros ha ido creciendo durante todo el siglo: pasó de las 50-70 000 unidades en la primera mitad a las 350 000 de fines de siglo, con una aceleración evidente desde las medidas de 1778, cuando alcanza, para el período 1779-1787, las 205 000 unidades (frente a las 130 000 que se registran para el período 1756-1778). Sin otorgarle a la libertad de comercio de 1778 un carácter mágico, es evidente que ésta aceleró un proceso que se hallaba ya in nuce. En el período 17151778 el metálico representa el 87 por ciento del valor exportado, y hacia fines de siglo el 80 por ciento de ese valor; la diferencia parece pequeña, pero es un anuncio de los nuevos tiempos que se abrirían para la economía pecuaria rioplatense en su relación con el Atlántico. La carne salada, cuyo destino era la población esclava de las Antillas, comenzaría a constituir una mercancía de cierta importancia desde 1790 en adelante. A partir de la segunda década del siglo XIX, las exportaciones derivadas de la explotación pecuaria (sobre todo, cueros vacunos y caballares, como también la carne salada) serían los pilares destacados de la balanza comercial, si bien la salida de metálico sigue constituyendo un aspecto relevante, aunque muy difícil de evaluar en forma cuantitativa.

El Libre Comercio afectó fuertemente a dos áreas de las economías regionales. Cuyo, donde la producción local se vería sacudida por la competencia de la España mediterránea (vinos, aguardientes, etc.), y los enclaves de producción textil de algodón (Catamarca, La Rioja y las ex misiones de los jesuítas); aquí, la producción catalana de cotonías tuvo un fuerte impacto al imponer en el mercado sus productos más baratos. Por el contrario, las áreas laneras del poncho, sobre todo por razones de índole cultural, resistieron mucho mejor y llegaron a finales del siglo XVIII en buena situación. De este modo, si bien el Libre Comercio benefició a la economía ganadera del litoral rioplatense (y en parte, de



Córdoba), complicó las cosas para algunas de las economías regionales que competían con la producción metropolitana y cuyos fletes terrestres las ponían en desventaja, tal el caso de Cuyo, frente a un mercado porteño servido desde el mar. En cualquier caso, las diversas guerras europeas del ciclo napoleónico, al interrumpir los contactos directos con la madre patria, atemperaron bastante la penetración de las mercancías importadas de la península.

Entre las mercancías llegadas desde el Atlántico, una de las más relevantes seguían siendo los esclavos. El Asiento francés entre 1702 y 1714 aporta unos 3500 negros y el Asiento inglés, entre 1722 y 1738, alrededor de unos 10 500. De estos últimos, un 37 por ciento toma el camino de Chile, pasando por Cuyo, un 35 por ciento se dirige a Potosí y cerca de un 25 por ciento permanece en Buenos Aires; el resto se reparte entre las diversas plazas del interior. El período siguiente, hasta el reglamento de Libre Comercio declarado en 1778, es menos conocido, pero sabemos que hay varias licencias individuales para la introducción de esclavos. Desde 1777 en adelante, los esclavos formarán una parte sustancial del tráfico; en especial, los que resultan de nuevas licencias (algunas de ellas otorgadas a vecinos de Buenos Aires) y del comercio con neutrales durante las guerras europeas. Entre 1779 y 1783, por ejemplo, el comercio tolerado con los portugueses durante la Guerra de América permitió la entrada de más de 5000 esclavos a la ciudad (nuevamente, el 75 por ciento de estos esclavos partió hacia el Perú, el Alto Perú y Chile). Las interrupciones producidas por las guerras en el Atlántico a partir de 1796 darán vida a un tráfico originado en el Río de la Plata, con frecuencia, en naves construidas localmente, que alcanzó, mientras duró el conflicto, proporciones relativamente importantes.
En esta sociedad urbana de las villas del interior y del Litoral que han crecido a ojos vista y en especial en Buenos Aires, el núcleo urbano más destacado, la presencia de los mercaderes era uno de los aspectos sobresalientes. La ciudad porteña estaba socialmente dominada por los comerciantes, quienes ocupaban los lugares más destacados en el Cabildo y en la burocracia media y constituían redes familiares que



controlaban los diversos espacios del poder local, algo habitual en las ciudades coloniales ibéricas. Como en el resto de las villas rioplaten- ses, la migración de varones solteros llegados del norte de la Península -vascos, montañeses, cántabros- que se acentúa desde mediados del siglo XVTII, consolida, mediante alianzas matrimoniales, un grupo mercantil poderoso que aspiraría a todos los signos sociales externos de reconocimiento de su éxito económico. Pero, si en la Nueva España, Cuba o el Perú, los más ricos de ellos terminaron recibiendo un título de nobleza, en la todavía modesta Buenos Aires, esto no ocurriría, pues salvo escasas excepciones, sus fortunas individuales estaban aún muy lejos de las sumas que el conde de la Valenciana o el marqués de Jaral del Berrio podían ostentar en la Nueva España o que el conde de las Cinco Torres disponía en Lima, ya que durante el siglo XVIII esas grandes fortunas eran la base indispensable para pretender la obtención de un título nobiliario.
Para comparar con el contexto iberoamericano de la época, el monto total de los bienes del puñado de comerciantes más ricos de Buenos Aires no superaba los 160 000 pesos. De acuerdo con el estudioso y viajero alemán Alexander von Humboldt, si un peruano rico podía tener una fortuna de 200 000 pesos y un poderoso comerciante o plantador de La Habana unos 500 000 o 700 000 pesos, los mexicanos más pudientes superaban generalmente el millón de pesos. Estas cifras muestran con claridad cuál era el lugar del Río de la Plata en el marco del imperio colonial hispano a finales del siglo XVIII. Por otra parte, el reforzamiento en Buenos Aires de la burocracia estatal en función de las necesidades militares y de defensa desde la década de 1760 con la aparición primero de algunos jefes militares prestigiosos, -como Bucareli, Cevallos y Vértiz- y después con la nominación de virreyes, intendentes y oidores, obligó a los orgullosos mercaderes miembros del Cabildo a dar un paso atrás en ese teatro del poder que escenificaba las luchas políticas y sociales en la sociedad urbana del barroco iberoamericano.
Por otra parte, sin minas en su territorio y con un papel muy secundario para aquellos que eran sólo propietarios de tierras, la burguesía porteña era casi exclusivamente mercantil, y mantenía relaciones directas bastante endebles con el mundo de la producción. Además, esta burguesía crecía en la medida en que se apropiaba de una parte sustancial de los beneficios del tráfico entre Potosí y el Atlántico, de aquellos derivados del comercio interior al espacio colonial y de los resultantes de la exportación de productos pecuarios, que fueron creciendo hacia

finales del siglo XVIII. Es decir, esa orientación múltiple de los negocios, en la cual las relaciones con la economía-mundo ocupaban un lugar destacado, le brindaba un abanico de posibilidades muy abierto, lo cual explica bastante bien que el Río de la Plata haya sido la única región americana en la que el movimiento independentista de 1810 triunfó desde el inicio sin ser nunca derrotado. La burguesía mercantil porteña tenía relativamente poco que perder (y mucho que ganar) con la ruptura del vínculo colonial.
Para comprender mejor el destino posterior de la región pampeana a ambas orillas del Plata hay que referirse a su economía agraria. Desde



los inicios del siglo XVIII, los diezmos del obispado de Buenos Aires (que abarcaba todo el Litoral, más las campañas de la Banda Oriental del Río de la Plata) crecerán en forma notable. Estos diezmos expresan el avance de la producción agraria -cereales, en especial- en términos reales, pues estamos en una época de estancamiento prolongado de los precios agrarios (los diezmos del trigo se han multiplicado por diez en un siglo). Este crecimiento acompaña e incluso sobrepasa un incremento demográfico de por sí ya bastante notable. Hacia las últimas décadas de este siglo, también se percibe un crecimiento de la producción pecuaria. Este incremento de los ganados es claramente positivo para la economía local, pues si las dos corrientes más importantes de su tráfico se ven beneficiadas -es decir, las muías y vacas que van al Perú, y cueros, y más tarde también carne salada, a Europa-, el importante mercado de la carne para la ciudad y su campaña puede seguir desarrollándose, permitiendo tasas de consumo de carne por habitante completamente desconocidas para la época en otras partes de América y Europa. Además, esto posibilitó un estado nutricional de la población relativamente alto, en comparación con la mayor parte de las áreas rurales de las colonias ibéricas. La población desconoce las repetidas crisis demográficas usuales en otras áreas.
¿Cuál es la estructura agraria de la campaña bonaerense? Es en este ámbito donde los progresos de la historiografía nos han permitido avanzar enormemente en los últimos quince años. Hemos dejado atrás la imagen de una economía rural dominada por la dupla grandes hacenda- dos/peones para dibujar un cuadro mucho más complejo. La oferta relativamente abierta del usufructo de tierras fértiles que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XIX permitió que las corrientes migratorias del Tucumán, Cuyo y el Alto Litoral (Paraguay y las ex misiones jesuíticas) abundasen en individuos que se fueron asentando como campesinos, bien oficiando como arrendatarios de estancieros y hacendados (generalmente, a cambio de ayuda en trabajo o de la renta de unas pocas fanegas de trigo), o de forma independiente, en parcelas cuyo estatus jurídico era incierto o totalmente libre. En todos los censos de la primera década revolucionaria, los labradores constituyen la primera ocupación en el área rural. Así, el crecimiento de la producción agropecuaria permitió multiplicar sus efectos en beneficio de una población rural que, aunque vivía muy pobremente, pudo acompañar ese incremento con un movimiento positivo. Pocos indicadores de la economía



del Antiguo Régimen son más certeros que el crecimiento de la población en el largo plazo; las tasas anuales para la campaña de Buenos Aires son muy altas durante el período 1700-1850 y superan el 3 por ciento anual. Se trataba de una población considerada española en un 75 por ciento, pero que albergaba también un fuerte contingente de africanos libres y esclavos. De hecho, la esclavitud tenía un papel de primer nivel en la estabilidad de las relaciones productivas agrarias y, hacia 1815, los censos indican que había tantos esclavos como peones yjoma- leros trabajando en los establecimientos rurales.
Los migrantes campesinos que se establecen en las fértiles tierras de la campaña forman familias nucleares trayendo una compañera desde sus pueblos de origen o con una mujer del lugar. Estas familias se ubican espacialmente de manera tal que conforman redes de parientes y aliados, anudando múltiples lazos de sociabilidad y ayuda recíproca que resultan vitales en los momentos más álgidos del ciclo agrario, como la siembra y la cosecha. Una vez establecidos, se convierten, dependiendo de una serie de factores muy variables, en labradores o, en un escalón un poco superior, en pastores de ganado vacuno, ovino y equino. Por lo genera, las mejores tierras o las más cercanas al mercado urbano son ocupadas primero y las sucesivas oleadas deben ubicarse cada vez más lejos y, en ciertos casos, muy próximas a la frontera indígena, con los consiguientes riesgos. Esta frontera separaba al mundo de los campesinos blancos pobres de las sociedades indígenas de la, pampa.


Existía allí una lucha sin piedad entre estas dos sociedades por el control de territorio fértil. Durante la primera mitad del siglo XIX, los avances indígenas son evidentes y llegan a ocupar una amplia zona en



la llanura interserrana bonearense, área dedicada sobre todo a la cría de ganado. Desde los años 1776-1780, entre ambas sociedades se establece una paz que duraría casi cuarenta años y les permitiría mantener intensas relaciones, pues llegaron a establecerse contactos repetidos y hasta una muy peculiar feria donde se intercambiaban algunos productos indígenas, como tejidos y adornos, por yerba, armas y aguardiente de los colonos. Además, esa paz posibilitaría una expansión sin precedentes de la economía campesina de los pastores y labradores de la pampa.

Junto a los campesinos, había un sector de medianos y grandes propietarios que también eran ganaderos y agricultores, y que producía novillos para el abasto -una parte relevante de los cueros que salían de Buenos Aires para Europa venía de los mataderos urbanos- y trigo para el mercado de consumo de la ciudad de Buenos Aires, así como también muías y vacas para enviar hacia el Alto Perú. La mayor parte de estos grandes y medianos propietarios de ganado poseía un puñado de esclavos africanos como elemento de estabilización de la fuerza de trabajo, contaba con la ayuda -o las fanegas de trigo- de sus ocasionales arrendatarios y contrataba como mano de obra a jornaleros y peones migrantes durante algunos momentos álgidos del ciclo agropecuario (yerras, siegas, etc.). La estancia “típica” poseía poco más de la mitad de su valor en ganado, siendo los esclavos el rubro siguiente; más atrás, las construcciones, y en un lugar menos destacado, la tierra, con un 13 por ciento del valor total. Este papel secundario de la tierra en los valores de inventario de las estancias muestra el carácter de frontera agropecuaria abierta que tiene todavía la región pampeana bonaerense en este momento. En las áreas más próximas al mercado urbano -donde la cercanía permitía afrontar los costosos fletes terrestres para llevar el trigo a los mercados de la ciudad- había cinturones de chacras productoras de cereales en las cuales la mano de obra esclava ocupaba un lugar predominante. En las áreas de alta especialización agrícola, como San Isidro y Matanza, uno de cada tres varones adultos era de origen africano. Es por esa razón que la campaña de Buenos Aires fue siempre un buen mercado para la venta de esclavos negros. Los valores de una chacra típica se dividían en partes casi iguales entre construcciones y árboles, dejando en un segundo lugar a los esclavos y



nuevamente, con el 13 por ciento del valor, la tierra aparece muy atrás en el total de los bienes inventariados. La importancia de los esclavos está dada justamente por el señalado problema de la abundancia relativa de tierras fértiles. Se volvía muy difícil la contratación de peones y jornaleros permanentes si no se les pagaba un alto precio por su trabajo, dado que era relativamente sencillo para los jóvenes formar una familia campesina asentándose en una parcela no ocupada, vendiendo sólo muy ocasionalmente su fuerza de trabajo. La relativa libertad de unos, los labradores y pastores campesinos, condicionó la esclavitud de otros, los africanos, obligados al trabajo forzado. ^

Si desde Santa Fe tomáramos una de las pesadas barcas que remontaban lentamente el río Paraná con su carga de retomo al Paraguay (mercaderías importadas de Europa, vino y aguardiente cuyano, ropa peruana, añil salvadoreño y pailas de cobre chileno, entre otras) y desembarcáramos en el tosco muelle de la Asunción de la década de 1720, veríamos que la ciudad se hallaba en esos momentos conmocionada por un movimiento político que se conocerá como las “rebeliones comuneras”.
Se dio el nombre de “rebeliones comuneras” a una serie de movimientos típicos del siglo XVIII no sólo en el Paraguay, sino también en áreas del Virreinato del Perú y de la Nueva Granada. Estos movimientos expresaban una presencia social nueva en la vida política colonial, desde siempre muy agitada y sujeta a conmociones en forma periódica. Esta presencia -“el común”- señalaba la importancia que el mestizaje había ido adquiriendo, pues en todos esos motines generalmente eran los mestizos quienes llevaban la voz cantante.
Esos años de conmociones, desde 1720 hasta 1735, tuvieron varias consecuencias en la economía local. Primer hecho destacado: la economía paraguaya -y el tráfico yerbatero en primer lugar- sufrió un duro impacto. Si a principios de siglo se contaba una media anual de 50 000 arrobas, esta cifra caería a las 15 000 en la década de 1730. Habría que esperar hasta la década de 1750 para volver a las cantidades de los primeros años del siglo. Además, los diezmos del obispado paraguayo señalan con claridad una muesca negativa hasta mediados del siglo XVIII.




También las reducciones de los jesuítas sufrieron los ataques y embates de los comuneros, los cuales dieron pie a un movimiento de migraciones forzosas hacia el bajo litoral y anticiparon los efectos disruptivos de la Guerra Guaranítica (1754-1756), cuando siete de los pueblos debieron ser transmigrados a causa del tratado de Madrid firmado en 1750 entre España y Portugal, el cual reglaba los límites del sur de ambos imperios en América. Los indígenas, dirigidos por algunos líderes como Sepé Tiaraju y Nicolás Neenguirú, corregidores de los cabildos de San Miguel y de Concepción, fueron derrotados y dejaron en una de las batallas (Cayboaté) más de un millar de muertos. Estas grandes conmociones tuvieron como resultado un proceso de migraciones desde las reducciones y debilitaron aún más la ya frágil posición de los jesuítas en la Corte madrileña. Los indígenas escapados de los pueblos se integrarían rápidamente en las campañas del Litoral y del norte de Buenos Aires, mestizándose en menos de una generación. Uno de los hechos sobresalientes es que los desórdenes del período de las rebeliones co-



muñeras acabaron por completo con el sistema de beneficios yerbateros realizados por los indígenas de los pueblos. De allí en más, los yerbales serían trabajados por los mismos campesinos mestizos que, endeudándose en mercancías a cambio de trabajo futuro, acudirían a estos auténticos infiernos a laborar la yerba mate en Mbaracayú, en plena selva, ya que la yerba seguía siendo un producto silvestre.
El Paraguay sale de este período exangüe y rodeado por los indios chaqueños que lo acosan por todas sus fronteras. Los campesinos serán los sacrificados soldados de la guerra fronteriza cuando no están dejando sus huesos en los yerbales. Desde mediados del siglo XVIII, a medida que la ciudad y la campaña de Buenos Aires, con su crecimiento demográfico y su peso como mercado, reclamen cantidades crecientes de yerba, al igual que las restantes villas del interior, el Alto Perú y el Pacífico, la producción paraguaya irá en progresivo aumento. Hacia las últimas décadas no es raro comprobar que algunos años las cifras alcanzan las 200 000 arrobas, aun cuando el promedio se sitúa alrededor de las 140 000 a 160 000 arrobas, cantidad de todos modos muy alta si la comparamos con las 50 000 de los comienzos del siglo XVIII.
Desde las últimas cuatro décadas del siglo XVIII, la estabilización de la frontera con los indios del Chaco y el crecimiento demográfico de la población campesina permitirían un desarrollo sostenido de la producción agropecuaria a punto tal que comienzan a enviarse cueros vacunos, en pequeñas cantidades, hacia el puerto de Buenos Aires. El Paraguay cuenta con más de 100 000 habitantes a finales del siglo XVIII y éstos son considerados españoles en un 75 por ciento; es decir, es una de las áreas demográficamente más densas de todo el espacio rioplatense, lo que explica la presencia de migrantes paraguayos en todo el Litoral. Pero, probablemente, el elemento determinante de la relación entre esta región y el Litoral rioplatense fuera su aislamiento espacial, que se arrastraba desde la conquista. Ello explica la rapidez con que el Paraguay se independizaría en la primera década postrevolucionaria de la tutela porteña, que había sido vivida siempre con bastante frustración pues los porteños hacían pagar muy caro al Paraguay su función de nexo obligado con los mercados regionales. En este caso también la ruptura de esta corriente mercantil durante las primeras décadas independientes será muy rápida y la yerba paraguaya se verá progresivamente suplantada por la de Paranaguá, llegada desde el Brasil.





Hasta finales del siglo XVII, Santa Fe había vivido casi al amparo de ataques indígenas, salvo algunas incursiones aisladas de las que hay testimonio desde los años ochenta del siglo XVII. Su papel de llave del comercio desde y con el Paraguay le había dado una posición de relativa abundancia pero, desde la primera década del siglo XVIII, los ataques indígenas en las fronteras santafesinas comenzaron a hacerse sentir con fuerza, lo que llevó a despoblar gran parte de la frontera. Sus habitan-



tes se desplazarían hasta San Nicolás de los Arroyos, Arrecifes y Areco, las pequeñas poblaciones que comenzaban a surgir en el norte bonaerense. Algunas fuentes cifran hasta en 100 vecinos esta migración forzosa, otras hablan de las dos terceras partes de los vecinos. El camino que se dirigía a Santiago del Estero se hallaba casi interrumpido. Una parte sustancial de la actividad ganadera de los santafesinos se trasladará a la otra banda del Paraná, relativamente segura hasta inicios de la década de 1730, ya que después sufre ataques de los indígenas chaque- ños y se interrumpe por momentos el tráfico con el Paraguay que, además, se hallaba sumido en las revueltas comuneras. Recién a mediados de este siglo XVIII la situación fronteriza se estabiliza y un largo período de relativa tranquilidad permite el crecimiento de la economía santafesina. Lógicamente, los jesuitas atribuyen esta tranquilidad a las reducciones que ellos mismos estaban llevando a cabo en la frontera. Entre tanto, la ocupación de las tierras entrerrianas enfrenta a los santafesinos con los jesuitas y con los pueblos de las misiones. Éstos entrarán en una crisis muy fuerte a partir de las rebeliones comuneras y de la Guerra Guaranítica.

Una serie de documentos del Archivo General de Indias de Sevilla permite delinear un cuadro de la economía rural rioplatense a finales del siglo XVIII. Se trata de documentación sobre los diezmos eclesiásticos del obispado de Buenos Aires, cuyo territorio incluye toda la Banda Oriental, las Misiones, Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires. Recordemos que el diezmo es una gabela eclesiástica por la cual se pagaba generalmente el 10 por ciento de toda producción agrícola y ganadera, sin incluir a los indios, que sólo pagaban una capitación que no estaba en relación con el monto de la producción agraria. Había distintos sistemas de percepción de este impuesto; en términos generales, esta gabela señalaba el papel relativo de las diversas especias gravadas y la diferencia relativa entre las distintas jurisdicciones y partidos decimales.
El diezmo rural se aplicaba sobre todas las producciones vegetales y animales. En el caso rioplatense, se cobraba sobre los vacunos, los equinos, los mulares y los ovinos (muy ocasionalmente caprinos y porcinos), en lo que se llamaba “diezmo de cuatropea” -cuatro pies-, siendo los



vacunos, los equinos y los mulares las especies más relevantes. El “diezmo de granos” se pagaba sobre los principales productos vegetales, en especial el trigo, pero también maíz, cebada y alfalfa. Existía también un diezmo especial para la producción de las huertas y chacras (frutas, hortalizas, etc.), que era bastante importante en los casos de Buenos Aires y Montevideo. En Corrientes había también otras producciones agrícolas, como el maní, sometidas al pago del diezmo agrícola. Las fuentes cubren el período 1782-1802, pero no hay datos para el año 1789. Hemos reagrupado los datos correspondientes a la Banda Oriental, agregando a Montevideo los partidos decimales que en ese entonces dependían de Buenos Aires.
La jurisdicción de Buenos Aires abarcaba desde Magdalena en el sur hasta San Nicolás de los Arroyos en el norte. Hacia el oeste, el límite estaba constituido por la línea de fortines llamada “de Vértiz”, establecida en los años ochenta del siglo XVIII, que unía el actual pueblo de Chas- comús con la Guardia de Rojas, pasando por Guardia del Monte, Lobos, Navarro, Guardia de Luján (Mercedes), Fortín de Areco (Carmen de Areco), Salto y Rojas; esta línea se prolongaba en Santa Fe con los fortines de Melincué e India Muerta.



Con algunos cambios que serán perceptibles a finales del período (sobre todo, el crecimiento del norte de la campaña con Arrecifes, que se transformará rápidamente en el primer partido decimal para los ganados), estos datos exhiben un cuadro bastante representativo. Los partidos cercanos a la ciudad de la Costa de San Isidro y Matanza son las áreas cerealeras dominantes, los partidos de Magdalena y Arrecifes, por el contrario, tienen la ganadería como elemento central, y los dos partidos de Areco y Luján son jurisdicciones en las cuales hay cierto equilibrio entre la producción triguera y los ganados.
El cuadro 3 muestra con claridad algunos aspectos relevantes de la situación de la economía agropecuaria de la Banda Oriental a finales del período colonial. Al igual que en Buenos Aires, en la banda occidental del Plata la fortaleza de la producción agraria es realmente notable: casi el 75 por ciento de los diezmos surgen de los granos (sobre todo, del trigo) y de las huertas y quintas. El área de Montevideo es la región dominante en este panorama agrícola: más del 85 por ciento del total de lo percibido por la producción agrícola se recauda en esta región, incluyendo en este rubro a las huertas y al ejido de la ciudad.
Detrás de Montevideo, se halla la región que bordea el río Uruguay y que se extiende a lo largo de los arroyos y cursos de agua que van a dar a esa gran vía fluvial: Víboras, Soriano, Espinillo y Rosario. Esta -que corresponde más o menos a los actuales departamentos de Colonia y Soriano- constituye la segunda área agropecuaria de la Banda Oriental. En dicha región, del mismo modo que del otro lado del Río de la Plata, tanto la gran propiedad como las unidades productivas medianas y pequeñas están abundantemente representadas; asimismo, la presencia de



campesinos pastores y labradores, que suelen ser sólo ocupantes de la tierra, no propietarios, es algo indudable. “Las mismas causas producen mismos efectos” y, por lo tanto, las similitudes entre ambas márgenes del Plata son bastante evidentes. Por último mencionaremos a San Carlos de Maldonado (la región que se extiende hacia la frontera con los dominios portugueses del Brasil y que es en la actualidad el departamento de Rocha), Arroyo Garzón (que hoy marca el límite entre los departamentos de Maldonado y Rocha) y San Fernando de Maldonado (el área que rodea al entones pueblito de Maldonado).



La producción pecuaria se divide en dos mitades casi exactas entre el área dependiente de Montevideo y la región de los arroyos de las Víboras, Soriano y otros. En cuanto a la primera, a partir del año 1790, co-



mienzan a percibirse en forma separada los diezmos de dos subregiones destinadas a crecer en los años siguientes: el área que va desde Montevideo al río Yi y la que se extiende a la otra banda de ese mismo río. En esta región, la gran propiedad es presencia dominante. De todos modos, es evidente que, a finales del período colonial, la riqueza agraria más destacada de la Banda Oriental está todavía fundada en la producción triguera y que la producción pecuaria es aún una promesa de futuro. Esta producción agrícola, asentada en la abundante presencia de campesinos labradores (no es casual que uno de los dos únicos tratados de agricultura que existen en el Río de la Plata, el de Pérez Castellanos, se haya originado en este ámbito), sufriría enormemente las consecuencias de las guerras independentistas; ellos serán, junto con los paisanos pastores, uno de los pilares sociales de las fuerzas movilizadas por Artigas.
El cuadro 4 muestra los datos correspondientes al período 1781-1791 de los diezmos de Santa Fe, que incluyen el actual territorio de Entre Ríos. Una parte relevante de las estancias santafesinas se hallaban en la otra banda del Paraná pero, ya a finales de este período, aparecen también los diezmos de las chacras y estancias del oriente entrerriano con Gua- leguaychú, Arroyo de la China (la futura Concepción del Uruguay) y Gualeguay. Los partidos decimales del actual territorio de Santa Fe comprenden la ciudad y las huertas y chacras de sus alrededores. Hacia el sur se extiende el territorio de Coronda, que llega hasta el Carcarañá. Siguiendo hacia el sur por este río, se halla el partido decimal de Los Arroyos, donde se encuentra la capilla de Rosario de los Arroyos, cuyo límite con la jurisdicción de Buenos Aires es el Arroyo del Medio, llamado de ese modo porque señala la frontera entre las dos jurisdicciones.
Hay aquí una evidente diferencia entre las jurisdicciones decimales de Buenos Aires y Montevideo, en las cuales el papel de la producción agrícola es relevante, y las de Santa Fe-Entre Ríos (como será también el caso de Corrientes), en las cuales las actividades agrícolas están en un segundo plano respecto a la ganadería: el 65,4 por ciento de los diezmos corresponde al ganado contra un 36,4 por ciento de la producción agrícola. Una de las razones fundamentales de esta diferencia es la presencia de los consistentes mercados de las ciudades de Buenos Aires y Montevideo, que permiten una demanda sostenida y creciente de trigo para panificar. Ello da pie a la existencia de una masa de labradores y agricultores (es decir, labradores ricos) que trabajan sobre todo para



esos mercados. En cambio, ni la ciudad de Santa Fe, ni todavía la Capilla del Rosario o la Bajada del Paraná podían sostener un mercado consistente para la producción triguera. Aquí, el destino principal de esta producción es el autoconsumo campesino, aun cuando los envíos a Buenos Aires e incluso a la Banda Oriental no son raros; el Paraná es una vía cómoda y, sobre todo, barata para el transporte de mercancías pesadas como los granos. Es así como los diezmos de la cuatropea (es decir, el ganado de todas clases, vacunos, equinos, mulares -producción muy importante para el sur santafesino- y ovinos) llevan la delantera.

En cuanto al perfil de los distintos partidos decimales, como se ve en el cuadro 4, hay una repartición bastante equilibrada, con una clara dominación del área de Entre Ríos en la producción pecuaria durante este período, con al menos un 46,3 por ciento del total. Decimos “al menos”, porque los diezmos de las áreas que corresponden al oriente en- trerriano pocas veces están discriminados entre granos y cuatropea; cuando eso ocurre -sólo en dos ocasiones en todo el período- hay un cierto equilibrio entre ambos, pero la tendencia al crecimiento de la ganadería parece insinuarse hacia el futuro.


El cuadro 5, que corresponde al período 1792-1802, muestra algunos cambios interesantes. Primero, el continuado incremento de la producción pecuaria, que pasa del 65,4 por ciento al 78,8 por ciento del total, siempre sin tomar en cuenta el partido decimal del oriente entrerriano y el río Uruguay, que ha crecido en forma notable, pasando de 2775 pesos a 18 021 pesos en ese lapso. Muestra claramente de qué modo se orientará la economía local hasta la crisis ocasionada por los conflictos armados de las décadas de 1810 y 1820, que tendrán un impacto enorme sobre la ganadería santafesina y, en menor medida, entrerriana. Pese al crecimiento sostenido de la población -a fines de siglo, Rosario todavía es un pequeño pueblito sobre la barranca del Paraná, pero laju- risdicción tiene más de 6000 habitantes-, la producción triguera, a pesar de duplicarse en Los Arroyos, no puede seguir el ritmo de la evolución de la ganadería que, sobre todo en esta área del sur santafesino, ha crecido en forma evidente, pasando de 4576 pesos en el primer período a 19 765 pesos en el segundo. No es ajeno a este crecimiento el establecimiento de los fortines de Melincué e India Muerta (éstos continúan la línea de fronteras iniciada en Buenos Aires), que permitieron la expansión de la frontera ganadera hacia el oeste. Un documento citado por



Juan Álvarez habla de 85 estancias para Los Arroyos a finales del siglo XVIII, pero con stocks ganaderos de tamaño mediano. El cuadro no es distinto de lo que ocurre en los partidos del norte de la campaña bonaerense, donde la ganadería ocupa un lugar central, con una estructura productiva y social muy similar. En este período, las tres áreas decimales pecuarias de Santa Fe-Entre Ríos tienen un peso muy equilibrado, como puede verse en el cuadro 5, pero si tuviéramos discriminados los diezmos del oriente y el área del río Uruguay, la presencia entrerriana sería mucho más evidente en la ganadería.
Esta situación promisoria de la expansión ganadera santafesina y entrerriana sufrió enormemente las consecuencias de los conflictos armados de las primeras décadas postrevolucionarias y en la primera mitad del siglo XIX. En especial Santa Fe, pero también Entre Ríos, tardarán bastante en recobrar el estado de la ganadería de finales del período colonial.

Terminamos este capítulo con el análisis de un cuadro general que recoge los datos que hemos visto, con el agregado de la jurisdicción de Corrientes. Se observa en el cuadro 6 cuál es el peso de cada una de las jurisdicciones decimales correspondientes al obispado de Buenos Aires, con la división entre ganadería y producción cerealera y hortícola (excepto en el caso de los partidos decimales del río Uruguay, dependientes de Santa Fe, para los cuales no hay datos discriminados).








Es fácil hacer una clara división entre los casos de Buenos Aires y la Banda Oriental (en el período 1794-1802, la relación entre ganadería y granos era similar a la-de Buenos Aires), por un lado, y Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, por el otro. Una de las razones más evidentes del peso diferencial de la producción agrícola -y en especial, de la producción de trigo— se relaciona con la existencia de los consistentes mercados de Buenos Aires-Montevideo que permiten a una gran cantidad de labradores mantenerse -y en algunos casos prosperar- con la venta de su producto a los mercaderes itinerantes y pulperos que serán los encargados de venderlo en esas dos ciudades. La correlación entre los diezmos de granos de Buenos Aires y de la Banda Oriental es bastante alta, lo que muestra la tendencia a la constitución de un mercado casi unificado entre ambas orillas. Por supuesto, las guerras de las primeras décadas postrevolucionarias revertirán esa tendencia, pues tanto en la Banda Oriental como en el norte de Buenos Aires, el sur santafesino y Entre Ríos, los efectos de los conflictos armados serán terriblemente disruptores.
Debemos llamar la atención sobre un vacío en los datos: el referido a la producción agraria de las misiones regidas hasta el momento de su



expulsión por los jesuitas y que habían pasado a manos de administradores laicos, ocupados en saquear al máximo los bienes supuestamente comunitarios. En estos pueblos de indios hubo, al menos hasta los primeros años del siglo XIX, consistentes rebaños de ganados y una producción agrícola bastante importante, pero el tipo de datos accesibles no permiten la comparación con los de los diezmos. Sólo señalaremos que los pueblos de Yapeyú y La Cruz poseían ingentes rebaños al momento de la expulsión de los jesuitas y que una gran parte de ellos se mantuvo hasta finales del siglo XVIII.


Para terminar, veamos cuál fue la dinámica de la producción agraria rio- platense a fines del siglo XVIII. El cuadro 7 nos muestra la evolución de la producción agraria medida por los diezmos, calculada en dos períodos: 1782-1792 y 1793-1802. Mientras Buenos Aires y la Banda Oriental tienen un comportamiento similar en ambos, Corrientes y Santa Fe-Entre Ríos presentan evidentes diferencias. Mientras que la primera tiene una evolución negativa, en Santa Fe y Entre Ríos, en cambio, el crecimiento de los diezmos es realmente notable: su duplican entre uno y otro período. Los datos acerca de Santa Fe, Entre Ríos, el norte de Buenos Aires y algunas áreas de la Banda Oriental (como Colonia y la zona que se extiende más allá del río Yí) indican que este crecimiento de la producción agraria se debe al aumento de los ganados y, en especial, al incremento de los stocks de ganado vacuno, aun cuando la producción mular sigue siendo importante en el norte de Buenos Aires y en el sur santafesino. Este incremento en pesos de los diezmos tiene un correlato positivo apreciable, pues hasta fines del período considerado, los precios tendrán una tendencia depresiva bastante marcada. El crecimiento de la masa decimal en pesos significa un incremento real de la riqueza agraria para toda la región, con la llamativa excepción de Corrientes.


1 comentario: