Durante
la segunda mitad del siglo XVIII, se acelera un proceso que venía esbozándose
desde al menos medio siglo atrás. El crecimiento del tándem Buenos
Aires-Montevideo como mercado más relevante del espacio rioplatense se
consolida. La paulatina integración de la economía pecuaria con el Atlántico
se acentúa. Esto tiene como resultado una orientación hacia el mercado
mundial cada vez más evidente, pese a que la continuidad del tráfico mular
con el Alto Perú y el Perú presenta siempre la otra cara de la moneda de la
producción pecuaria litoral. Hasta mediados de la segunda década del siglo
XIX, cuando las guerras en el Alto Perú estén perdidas para los ejércitos
abajeños, las relaciones con Potosí seguirán ocupando un lugar central en la
trama de flujos económicos y financieros de todo este espacio.
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A finales
del siglo XVIII, la región pampeana bonaerense llegó a tener más de 70 000
habitantes. La ciudad de Buenos Aires, con unos 40 000, se convirtió entonces
en una de las capitales importantes del imperio, si bien lejos estaba lejos
de las urbes más populosas de la América hispana, como México, La Habana o
incluso Lima. Este crecimiento urbano se halla estrechamente ligado al papel
de los mercaderes locales en relación con el interior rioplatense y el Alto
Perú minero. A finales del siglo XVIII, sólo un 25 por ciento del total de
las mercancías salidas desde la ciudad del puerto van hacia Potosí, aunque,
paradójicamente, Buenos Aires envía a Europa una parte sustancial del total
de la plata producida en el área minera. Es decir, el 75 por ciento del
metálico que Buenos Aires envía a Europa es captado por los comerciantes
porteños a partir de los intercambios con los diversos mercados
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regionales
del interior. Así, la ciudad porteña funciona como una especie de “bomba
aspirante” de una parte sustancial de los metales preciosos que circulan en
el interior.
Gracias a
su papel dominante en el comercio de efectos de Castilla y esclavos en el
tráfico de yerba, ponchos, vinos, aguardientes, muías, vacas y otras
mercancías menores, los comerciantes de Buenos Aires consiguen captar una
parte del metálico producido en Potosí que circulaba en las economías
regionales como resultado de los intercambios entre éstas y la región minera:
alrededor de los dos tercios de la plata producida anualmente a partir de la
década de 1760. El resto del metálico será atesorado en las economías
regionales, incluyendo a Chile, que recibe también una parte de la plata
altoperuana. Esto se comprueba al comparar los inventarios de productores y
mercaderes del interior con sus homólogos litoraleños: la presencia de la plata,
sea en objetos suntuosos o en moneda, parece ser más importante entre los del
interior.
Cuando,
desde mediados del siglo XVIII, la Corona decide que Buenos Aires debería
convertirse en uno de los pilares de la defensa en el sur del continente por
efecto de la presión combinada de ingleses y portugueses, el papel de Potosí
como sostén de los gastos fiscales de la ciudad porteña iría progresivamente
en aumento y el situado destinado a la defensa de Buenos Aires pasaría de un
13 por ciento de los ingresos de las cajas potosinas a finales del siglo XVII
a más del 60 por ciento a fines del siglo siguiente: es decir, el situado
porteño es el primer destino en el conjunto total de los ingresos fiscales
potosinos.
Es
evidente que la expedición de 1776-1777 contra Colonia do Sacramento,
protagonizada por don Pedro de Cevallos, la concomitante instalación del
virreinato en el Plata desde 1776 (el cual haría que la región minera del
Alto Perú quedara ahora ya en forma institucional en el ámbito jurisdiccional
de Buenos Aires), la creación de una Audiencia en la capital y otros cambios
profundos que se delineaban desde tiempo atrás pesaron fuertemente en la
fiscalidad de la Colonia; sería Potosí la que más recursos entregaría con
estos cambios. Sólo en la segunda década del siglo XIX, ya en pleno período
independiente, Buenos Aires comenzaría a vivir de sus ingresos aduaneros,
reemplazando así al situado potosino que había desaparecido con la
interrupción de las relaciones con el Alto Perú como consecuencia de las
guerras inde- pendentistas.
Es decir,
sea mediante relaciones puramente mercantiles o mediante los lazos de la
fiscalidad, en el curso de este siglo Buenos Aires pudo colocarse en el
centro nodal de las corrientes mercantiles y, por
|
ende,
apropiarse de una parte sustancial del flujo de plata que desciende del Alto
Perú minero y desde Chile. Si su rivalidad con Lima por el control de los
ricos mercados altoperuanos parecía un tema casi cerrado a finales del siglo
XVIII, las guerras independentistas reavivarían esa rivalidad por el Alto
Perú. Esto también está estrechamente relacionado con el papel creciente de
la ciudad frente a la economía-mundo.
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En los
primeros cuarenta años del siglo XVIII, Buenos Aires y Montevideo reciben
menos naves españolas que a finales del siglo anterior; en cambio, la
presencia francesa -que había sido muy fuerte sobre todo en el Pacífico-, la
inglesa y la portuguesa, desde Colonia, han crecido a ojos vista. Sólo entre
franceses e ingleses -sea como parte del Asiento negrero o como naves
independientes- llegamos a casi cien navios. Entre naves españolas y las
correspondientes a los dos asientos negreros, hasta 1778 hay alrededor de 350
navios para ese período anterior a la li- beralización del comercio. En
cambio, el tráfico desde Colonia do Sacramento resulta mucho más difícil de
evaluar, dado que es ilegal. En la segunda mitad del siglo, la presencia de
naves peninsulares se acrecienta y, después de las medidas del Libre Comercio
dictadas en 1778, la media resulta superior a los cincuenta buques al año. En
1794, uno de los últimos años en que el comercio atlántico funcionó
normalmente, 56 buques entraron en el Río de la Plata y 43 partieron hacia
Europa.
De este
modo, entre los metales preciosos y los productos locales, a finales del
siglo XVIII el Río de la Plata ocuparía el cuarto lugar en las exportaciones
desde las colonias españolas americanas a Europa, detrás de la Nueva España,
el Perú y Cuba. Su crecimiento en este siglo fue sorprendente. Tan importante
como ello es señalar el peso de los mecanismos mercantiles en esta área
colonial. Buenos Aires había sabido colocarse en el centro de una corriente
interna de flujos de metales preciosos de origen mercantil y fiscal (el
situado potosino) pero, desde el puerto hacia el Atlántico, los flujos
mercantiles dominaban abrumadoramente sobre los fiscales.
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En este
momento, como desde hace dos siglos, alrededor del 85 por ciento del valor de
las exportaciones está compuesto por metales preciosos (sobre todo, plata
altoperuana, aun cuando el oro -en especial, chileno- representa el 10 por
ciento en el período 1715-1778). El resto son mercancías locales, entre las que
se destaca el cuero vacuno que alcanza casi el 10 por ciento del valor de las
exportaciones -más un débil porcentaje de mercancías reexportadas, en
especial llegadas desde Chile-. La cantidad de cueros ha ido creciendo
durante todo el siglo: pasó de las 50-70 000 unidades en la primera mitad a
las 350 000 de fines de siglo, con una aceleración evidente desde las medidas
de 1778, cuando alcanza, para el período 1779-1787, las 205 000 unidades
(frente a las 130 000 que se registran para el período 1756-1778). Sin
otorgarle a la libertad de comercio de 1778 un carácter mágico, es evidente
que ésta aceleró un proceso que se hallaba ya in nuce. En el período 17151778 el metálico
representa el 87 por ciento del valor exportado, y hacia fines de siglo el 80
por ciento de ese valor; la diferencia parece pequeña, pero es un anuncio de
los nuevos tiempos que se abrirían para la economía pecuaria rioplatense en
su relación con el Atlántico. La carne salada, cuyo destino era la población
esclava de las Antillas, comenzaría a constituir una mercancía de cierta
importancia desde 1790 en adelante. A partir de la segunda década del siglo
XIX, las exportaciones derivadas de la explotación pecuaria (sobre todo,
cueros vacunos y caballares, como también la carne salada) serían los pilares
destacados de la balanza comercial, si bien la salida de metálico sigue
constituyendo un aspecto relevante, aunque muy difícil de evaluar en forma
cuantitativa.
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El Libre
Comercio afectó fuertemente a dos áreas de las economías regionales. Cuyo,
donde la producción local se vería sacudida por la competencia de la España
mediterránea (vinos, aguardientes, etc.), y los enclaves de producción textil
de algodón (Catamarca, La Rioja y las ex misiones de los jesuítas); aquí, la
producción catalana de cotonías tuvo un fuerte impacto al imponer en el
mercado sus productos más baratos. Por el contrario, las áreas laneras del
poncho, sobre todo por razones de índole cultural, resistieron mucho mejor y
llegaron a finales del siglo XVIII en buena situación. De este modo, si bien
el Libre Comercio benefició a la economía ganadera del litoral rioplatense (y
en parte, de
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Córdoba), complicó las cosas para algunas de las
economías regionales que competían con la producción metropolitana y cuyos
fletes terrestres las ponían en desventaja, tal el caso de Cuyo, frente a un
mercado porteño servido desde el mar. En cualquier caso, las diversas guerras
europeas del ciclo napoleónico, al interrumpir los contactos directos con la
madre patria, atemperaron bastante la penetración de las mercancías
importadas de la península.
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Entre las
mercancías llegadas desde el Atlántico, una de las más relevantes seguían
siendo los esclavos. El Asiento francés entre 1702 y 1714 aporta unos 3500 negros
y el Asiento inglés, entre 1722 y 1738, alrededor de unos 10 500. De estos
últimos, un 37 por ciento toma el camino de Chile, pasando por Cuyo, un 35
por ciento se dirige a Potosí y cerca de un 25 por ciento permanece en Buenos
Aires; el resto se reparte entre las diversas plazas del interior. El período
siguiente, hasta el reglamento de Libre Comercio declarado en 1778, es menos
conocido, pero sabemos que hay varias licencias individuales para la
introducción de esclavos. Desde 1777 en adelante, los esclavos formarán una
parte sustancial del tráfico; en especial, los que resultan de nuevas
licencias (algunas de ellas otorgadas a vecinos de Buenos Aires) y del
comercio con neutrales durante las guerras europeas. Entre 1779 y 1783, por
ejemplo, el comercio tolerado con los portugueses durante la Guerra de
América permitió la entrada de más de 5000 esclavos a la ciudad (nuevamente,
el 75 por ciento de estos esclavos partió hacia el Perú, el Alto Perú y
Chile). Las interrupciones producidas por las guerras en el Atlántico a
partir de 1796 darán vida a un tráfico originado en el Río de la Plata, con
frecuencia, en naves construidas localmente, que alcanzó, mientras duró el
conflicto, proporciones relativamente importantes.
En esta
sociedad urbana de las villas del interior y del Litoral que han crecido a
ojos vista y en especial en Buenos Aires, el núcleo urbano más destacado, la
presencia de los mercaderes era uno de los aspectos sobresalientes. La ciudad
porteña estaba socialmente dominada por los comerciantes, quienes ocupaban
los lugares más destacados en el Cabildo y en la burocracia media y
constituían redes familiares que
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controlaban
los diversos espacios del poder local, algo habitual en las ciudades
coloniales ibéricas. Como en el resto de las villas rioplaten- ses, la
migración de varones solteros llegados del norte de la Península -vascos,
montañeses, cántabros- que se acentúa desde mediados del siglo XVTII,
consolida, mediante alianzas matrimoniales, un grupo mercantil poderoso que
aspiraría a todos los signos sociales externos de reconocimiento de su éxito
económico. Pero, si en la Nueva España, Cuba o el Perú, los más ricos de
ellos terminaron recibiendo un título de nobleza, en la todavía modesta
Buenos Aires, esto no ocurriría, pues salvo escasas excepciones, sus fortunas
individuales estaban aún muy lejos de las sumas que el conde de la Valenciana
o el marqués de Jaral del Berrio podían ostentar en la Nueva España o que el
conde de las Cinco Torres disponía en Lima, ya que durante el siglo XVIII
esas grandes fortunas eran la base indispensable para pretender la obtención
de un título nobiliario.
Para
comparar con el contexto iberoamericano de la época, el monto total de los
bienes del puñado de comerciantes más ricos de Buenos Aires no superaba los
160 000 pesos. De acuerdo con el estudioso y viajero alemán Alexander von
Humboldt, si un peruano rico podía tener una fortuna de 200 000 pesos y un
poderoso comerciante o plantador de La Habana unos 500 000 o 700 000 pesos,
los mexicanos más pudientes superaban generalmente el millón de pesos. Estas
cifras muestran con claridad cuál era el lugar del Río de la Plata en el
marco del imperio colonial hispano a finales del siglo XVIII. Por otra parte,
el reforzamiento en Buenos Aires de la burocracia estatal en función de las
necesidades militares y de defensa desde la década de 1760 con la aparición
primero de algunos jefes militares prestigiosos, -como Bucareli, Cevallos y
Vértiz- y después con la nominación de virreyes, intendentes y oidores,
obligó a los orgullosos mercaderes miembros del Cabildo a dar un paso atrás
en ese teatro del poder que escenificaba las luchas políticas y sociales en
la sociedad urbana del barroco iberoamericano.
Por otra
parte, sin minas en su territorio y con un papel muy secundario para aquellos
que eran sólo propietarios de tierras, la burguesía porteña era casi
exclusivamente mercantil, y mantenía relaciones directas bastante endebles
con el mundo de la producción. Además, esta burguesía crecía en la medida en
que se apropiaba de una parte sustancial de los beneficios del tráfico entre
Potosí y el Atlántico, de aquellos derivados del comercio interior al espacio
colonial y de los resultantes de la exportación de productos pecuarios, que
fueron creciendo hacia
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finales
del siglo XVIII. Es decir, esa orientación múltiple de los negocios, en la
cual las relaciones con la economía-mundo ocupaban un lugar destacado, le
brindaba un abanico de posibilidades muy abierto, lo cual explica bastante
bien que el Río de la Plata haya sido la única región americana en la que el
movimiento independentista de 1810 triunfó desde el inicio sin ser nunca
derrotado. La burguesía mercantil porteña tenía relativamente poco que perder
(y mucho que ganar) con la ruptura del vínculo colonial.
Para
comprender mejor el destino posterior de la región pampeana a ambas orillas
del Plata hay que referirse a su economía agraria. Desde
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los
inicios del siglo XVIII, los diezmos del obispado de Buenos Aires (que
abarcaba todo el Litoral, más las campañas de la Banda Oriental del Río de la
Plata) crecerán en forma notable. Estos diezmos expresan el avance de la
producción agraria -cereales, en especial- en términos reales, pues estamos
en una época de estancamiento prolongado de los precios agrarios (los diezmos
del trigo se han multiplicado por diez en un siglo). Este crecimiento
acompaña e incluso sobrepasa un incremento demográfico de por sí ya bastante
notable. Hacia las últimas décadas de este siglo, también se percibe un
crecimiento de la producción pecuaria. Este incremento de los ganados es
claramente positivo para la economía local, pues si las dos corrientes más
importantes de su tráfico se ven beneficiadas -es decir, las muías y vacas
que van al Perú, y cueros, y más tarde también carne salada, a Europa-, el
importante mercado de la carne para la ciudad y su campaña puede seguir
desarrollándose, permitiendo tasas de consumo de carne por habitante
completamente desconocidas para la época en otras partes de América y Europa.
Además, esto posibilitó un estado nutricional de la población relativamente
alto, en comparación con la mayor parte de las áreas rurales de las colonias
ibéricas. La población desconoce las repetidas crisis demográficas usuales en
otras áreas.
¿Cuál es
la estructura agraria de la campaña bonaerense? Es en este ámbito donde los
progresos de la historiografía nos han permitido avanzar enormemente en los
últimos quince años. Hemos dejado atrás la imagen de una economía rural
dominada por la dupla grandes hacenda- dos/peones para dibujar un cuadro
mucho más complejo. La oferta relativamente abierta del usufructo de tierras
fértiles que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XIX permitió que las
corrientes migratorias del Tucumán, Cuyo y el Alto Litoral (Paraguay y las ex
misiones jesuíticas) abundasen en individuos que se fueron asentando como
campesinos, bien oficiando como arrendatarios de estancieros y hacendados
(generalmente, a cambio de ayuda en trabajo o de la renta de unas pocas
fanegas de trigo), o de forma independiente, en parcelas cuyo estatus
jurídico era incierto o totalmente libre. En todos los censos de la primera
década revolucionaria, los labradores constituyen la primera ocupación en el
área rural. Así, el crecimiento de la producción agropecuaria permitió
multiplicar sus efectos en beneficio de una población rural que, aunque vivía
muy pobremente, pudo acompañar ese incremento con un movimiento positivo.
Pocos indicadores de la economía
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del
Antiguo Régimen son más certeros que el crecimiento de la población en el
largo plazo; las tasas anuales para la campaña de Buenos Aires son muy altas
durante el período 1700-1850 y superan el 3 por ciento anual. Se trataba de
una población considerada española en un 75 por ciento, pero que albergaba
también un fuerte contingente de africanos libres y esclavos. De hecho, la
esclavitud tenía un papel de primer nivel en la estabilidad de las relaciones
productivas agrarias y, hacia 1815, los censos indican que había tantos
esclavos como peones yjoma- leros trabajando en los establecimientos rurales.
Los
migrantes campesinos que se establecen en las fértiles tierras de la campaña
forman familias nucleares trayendo una compañera desde sus pueblos de origen
o con una mujer del lugar. Estas familias se ubican espacialmente de manera
tal que conforman redes de parientes y aliados, anudando múltiples lazos de
sociabilidad y ayuda recíproca que resultan vitales en los momentos más
álgidos del ciclo agrario, como la siembra y la cosecha. Una vez
establecidos, se convierten, dependiendo de una serie de factores muy
variables, en labradores o, en un escalón un poco superior, en pastores de
ganado vacuno, ovino y equino. Por lo genera, las mejores tierras o las más
cercanas al mercado urbano son ocupadas primero y las sucesivas oleadas deben
ubicarse cada vez más lejos y, en ciertos casos, muy próximas a la frontera
indígena, con los consiguientes riesgos. Esta frontera separaba al mundo de
los campesinos blancos pobres de las sociedades indígenas de la, pampa.
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Existía
allí una lucha sin piedad entre estas dos sociedades por el control de
territorio fértil. Durante la primera mitad del siglo XIX, los avances
indígenas son evidentes y llegan a ocupar una amplia zona en
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la
llanura interserrana bonearense, área dedicada sobre todo a la cría de
ganado. Desde los años 1776-1780, entre ambas sociedades se establece una paz
que duraría casi cuarenta años y les permitiría mantener intensas relaciones,
pues llegaron a establecerse contactos repetidos y hasta una muy peculiar
feria donde se intercambiaban algunos productos indígenas, como tejidos y
adornos, por yerba, armas y aguardiente de los colonos. Además, esa paz
posibilitaría una expansión sin precedentes de la economía campesina de los
pastores y labradores de la pampa.
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Junto a los
campesinos, había un sector de medianos y grandes propietarios que también
eran ganaderos y agricultores, y que producía novillos para el abasto -una
parte relevante de los cueros que salían de Buenos Aires para Europa venía de
los mataderos urbanos- y trigo para el mercado de consumo de la ciudad de
Buenos Aires, así como también muías y vacas para enviar hacia el Alto Perú.
La mayor parte de estos grandes y medianos propietarios de ganado poseía un
puñado de esclavos africanos como elemento de estabilización de la fuerza de
trabajo, contaba con la ayuda -o las fanegas de trigo- de sus ocasionales
arrendatarios y contrataba como mano de obra a jornaleros y peones migrantes
durante algunos momentos álgidos del ciclo agropecuario (yerras, siegas,
etc.). La estancia “típica” poseía poco más de la mitad de su valor en
ganado, siendo los esclavos el rubro siguiente; más atrás, las
construcciones, y en un lugar menos destacado, la tierra, con un 13 por
ciento del valor total. Este papel secundario de la tierra en los valores de
inventario de las estancias muestra el carácter de frontera agropecuaria
abierta que tiene todavía la región pampeana bonaerense en este momento. En las
áreas más próximas al mercado urbano -donde la cercanía permitía afrontar los
costosos fletes terrestres para llevar el trigo a los mercados de la ciudad-
había cinturones de chacras productoras de cereales en las cuales la mano de
obra esclava ocupaba un lugar predominante. En las áreas de alta
especialización agrícola, como San Isidro y Matanza, uno de cada tres varones
adultos era de origen africano. Es por esa razón que la campaña de Buenos
Aires fue siempre un buen mercado para la venta de esclavos negros. Los
valores de una chacra típica se dividían en partes casi iguales entre
construcciones y árboles, dejando en un segundo lugar a los esclavos y
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nuevamente, con
el 13 por ciento del valor, la tierra aparece muy atrás en el total de los
bienes inventariados. La importancia de los esclavos está dada justamente por
el señalado problema de la abundancia relativa de tierras fértiles. Se volvía
muy difícil la contratación de peones y jornaleros permanentes si no se les
pagaba un alto precio por su trabajo, dado que era relativamente sencillo
para los jóvenes formar una familia campesina asentándose en una parcela no
ocupada, vendiendo sólo muy ocasionalmente su fuerza de trabajo. La relativa
libertad de unos, los labradores y pastores campesinos, condicionó la
esclavitud de otros, los africanos, obligados al trabajo forzado. ^
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Si desde
Santa Fe tomáramos una de las pesadas barcas que remontaban lentamente el río
Paraná con su carga de retomo al Paraguay (mercaderías importadas de Europa,
vino y aguardiente cuyano, ropa peruana, añil salvadoreño y pailas de cobre
chileno, entre otras) y desembarcáramos en el tosco muelle de la Asunción de
la década de 1720, veríamos que la ciudad se hallaba en esos momentos
conmocionada por un movimiento político que se conocerá como las “rebeliones
comuneras”.
Se dio el
nombre de “rebeliones comuneras” a una serie de movimientos típicos del siglo
XVIII no sólo en el Paraguay, sino también en áreas del Virreinato del Perú y
de la Nueva Granada. Estos movimientos expresaban una presencia social nueva
en la vida política colonial, desde siempre muy agitada y sujeta a
conmociones en forma periódica. Esta presencia -“el común”- señalaba la
importancia que el mestizaje había ido adquiriendo, pues en todos esos
motines generalmente eran los mestizos quienes llevaban la voz cantante.
Esos años
de conmociones, desde 1720 hasta 1735, tuvieron varias consecuencias en la
economía local. Primer hecho destacado: la economía paraguaya -y el tráfico
yerbatero en primer lugar- sufrió un duro impacto. Si a principios de siglo
se contaba una media anual de 50 000 arrobas, esta cifra caería a las 15 000
en la década de 1730. Habría que esperar hasta la década de 1750 para volver
a las cantidades de los primeros años del siglo. Además, los diezmos del
obispado paraguayo señalan con claridad una muesca negativa hasta mediados del
siglo XVIII.
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También
las reducciones de los jesuítas sufrieron los ataques y embates de los
comuneros, los cuales dieron pie a un movimiento de migraciones forzosas
hacia el bajo litoral y anticiparon los efectos disruptivos de la Guerra
Guaranítica (1754-1756), cuando siete de los pueblos debieron ser
transmigrados a causa del tratado de Madrid firmado en 1750 entre España y
Portugal, el cual reglaba los límites del sur de ambos imperios en América.
Los indígenas, dirigidos por algunos líderes como Sepé Tiaraju y Nicolás
Neenguirú, corregidores de los cabildos de San Miguel y de Concepción, fueron
derrotados y dejaron en una de las batallas (Cayboaté) más de un millar de
muertos. Estas grandes conmociones tuvieron como resultado un proceso de migraciones
desde las reducciones y debilitaron aún más la ya frágil posición de los
jesuítas en la Corte madrileña. Los indígenas escapados de los pueblos se
integrarían rápidamente en las campañas del Litoral y del norte de Buenos
Aires, mestizándose en menos de una generación. Uno de los hechos
sobresalientes es que los desórdenes del período de las rebeliones co-
|
muñeras
acabaron por completo con el sistema de beneficios yerbateros realizados por
los indígenas de los pueblos. De allí en más, los yerbales serían trabajados
por los mismos campesinos mestizos que, endeudándose en mercancías a cambio
de trabajo futuro, acudirían a estos auténticos infiernos a laborar la yerba
mate en Mbaracayú, en plena selva, ya que la yerba seguía siendo un producto
silvestre.
El
Paraguay sale de este período exangüe y rodeado por los indios chaqueños que
lo acosan por todas sus fronteras. Los campesinos serán los sacrificados
soldados de la guerra fronteriza cuando no están dejando sus huesos en los
yerbales. Desde mediados del siglo XVIII, a medida que la ciudad y la campaña
de Buenos Aires, con su crecimiento demográfico y su peso como mercado,
reclamen cantidades crecientes de yerba, al igual que las restantes villas
del interior, el Alto Perú y el Pacífico, la producción paraguaya irá en
progresivo aumento. Hacia las últimas décadas no es raro comprobar que
algunos años las cifras alcanzan las 200 000 arrobas, aun cuando el promedio
se sitúa alrededor de las 140 000 a 160 000 arrobas, cantidad de todos modos
muy alta si la comparamos con las 50 000 de los comienzos del siglo XVIII.
Desde las
últimas cuatro décadas del siglo XVIII, la estabilización de la frontera con
los indios del Chaco y el crecimiento demográfico de la población campesina
permitirían un desarrollo sostenido de la producción agropecuaria a punto tal
que comienzan a enviarse cueros vacunos, en pequeñas cantidades, hacia el
puerto de Buenos Aires. El Paraguay cuenta con más de 100 000 habitantes a
finales del siglo XVIII y éstos son considerados españoles en un 75 por
ciento; es decir, es una de las áreas demográficamente más densas de todo el
espacio rioplatense, lo que explica la presencia de migrantes paraguayos en
todo el Litoral. Pero, probablemente, el elemento determinante de la relación
entre esta región y el Litoral rioplatense fuera su aislamiento espacial, que
se arrastraba desde la conquista. Ello explica la rapidez con que el Paraguay
se independizaría en la primera década postrevolucionaria de la tutela
porteña, que había sido vivida siempre con bastante frustración pues los
porteños hacían pagar muy caro al Paraguay su función de nexo obligado con
los mercados regionales. En este caso también la ruptura de esta corriente
mercantil durante las primeras décadas independientes será muy rápida y la
yerba paraguaya se verá progresivamente suplantada por la de Paranaguá,
llegada desde el Brasil.
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Hasta
finales del siglo XVII, Santa Fe había vivido casi al amparo de ataques
indígenas, salvo algunas incursiones aisladas de las que hay testimonio desde
los años ochenta del siglo XVII. Su papel de llave del comercio desde y con
el Paraguay le había dado una posición de relativa abundancia pero, desde la
primera década del siglo XVIII, los ataques indígenas en las fronteras
santafesinas comenzaron a hacerse sentir con fuerza, lo que llevó a despoblar
gran parte de la frontera. Sus habitan-
|
tes se
desplazarían hasta San Nicolás de los Arroyos, Arrecifes y Areco, las
pequeñas poblaciones que comenzaban a surgir en el norte bonaerense. Algunas
fuentes cifran hasta en 100 vecinos esta migración forzosa, otras hablan de
las dos terceras partes de los vecinos. El camino que se dirigía a Santiago
del Estero se hallaba casi interrumpido. Una parte sustancial de la actividad
ganadera de los santafesinos se trasladará a la otra banda del Paraná,
relativamente segura hasta inicios de la década de 1730, ya que después sufre
ataques de los indígenas chaque- ños y se interrumpe por momentos el tráfico
con el Paraguay que, además, se hallaba sumido en las revueltas comuneras.
Recién a mediados de este siglo XVIII la situación fronteriza se estabiliza y
un largo período de relativa tranquilidad permite el crecimiento de la
economía santafesina. Lógicamente, los jesuitas atribuyen esta tranquilidad a
las reducciones que ellos mismos estaban llevando a cabo en la frontera.
Entre tanto, la ocupación de las tierras entrerrianas enfrenta a los
santafesinos con los jesuitas y con los pueblos de las misiones. Éstos
entrarán en una crisis muy fuerte a partir de las rebeliones comuneras y de
la Guerra Guaranítica.
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Una serie
de documentos del Archivo General de Indias de Sevilla permite delinear un
cuadro de la economía rural rioplatense a finales del siglo XVIII. Se trata
de documentación sobre los diezmos eclesiásticos del obispado de Buenos
Aires, cuyo territorio incluye toda la Banda Oriental, las Misiones,
Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires. Recordemos que el diezmo es una gabela
eclesiástica por la cual se pagaba generalmente el 10 por ciento de toda
producción agrícola y ganadera, sin incluir a los indios, que sólo pagaban
una capitación que no estaba en relación con el monto de la producción
agraria. Había distintos sistemas de percepción de este impuesto; en términos
generales, esta gabela señalaba el papel relativo de las diversas especias
gravadas y la diferencia relativa entre las distintas jurisdicciones y
partidos decimales.
El diezmo
rural se aplicaba sobre todas las producciones vegetales y animales. En el
caso rioplatense, se cobraba sobre los vacunos, los equinos, los mulares y
los ovinos (muy ocasionalmente caprinos y porcinos), en lo que se llamaba
“diezmo de cuatropea” -cuatro pies-, siendo los
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vacunos,
los equinos y los mulares las especies más relevantes. El “diezmo de granos”
se pagaba sobre los principales productos vegetales, en especial el trigo,
pero también maíz, cebada y alfalfa. Existía también un diezmo especial para
la producción de las huertas y chacras (frutas, hortalizas, etc.), que era
bastante importante en los casos de Buenos Aires y Montevideo. En Corrientes
había también otras producciones agrícolas, como el maní, sometidas al pago
del diezmo agrícola. Las fuentes cubren el período 1782-1802, pero no hay
datos para el año 1789. Hemos reagrupado los datos correspondientes a la
Banda Oriental, agregando a Montevideo los partidos decimales que en ese
entonces dependían de Buenos Aires.
La
jurisdicción de Buenos Aires abarcaba desde Magdalena en el sur hasta San
Nicolás de los Arroyos en el norte. Hacia el oeste, el límite estaba
constituido por la línea de fortines llamada “de Vértiz”, establecida en los
años ochenta del siglo XVIII, que unía el actual pueblo de Chas- comús con la
Guardia de Rojas, pasando por Guardia del Monte, Lobos, Navarro, Guardia de
Luján (Mercedes), Fortín de Areco (Carmen de Areco), Salto y Rojas; esta
línea se prolongaba en Santa Fe con los fortines de Melincué e India Muerta.
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Con
algunos cambios que serán perceptibles a finales del período (sobre todo, el
crecimiento del norte de la campaña con Arrecifes, que se transformará
rápidamente en el primer partido decimal para los ganados), estos datos
exhiben un cuadro bastante representativo. Los partidos cercanos a la ciudad
de la Costa de San Isidro y Matanza son las áreas cerealeras dominantes, los
partidos de Magdalena y Arrecifes, por el contrario, tienen la ganadería como
elemento central, y los dos partidos de Areco y Luján son jurisdicciones en
las cuales hay cierto equilibrio entre la producción triguera y los ganados.
El cuadro
3 muestra con claridad algunos aspectos relevantes de la situación de la
economía agropecuaria de la Banda Oriental a finales del período colonial. Al
igual que en Buenos Aires, en la banda occidental del Plata la fortaleza de
la producción agraria es realmente notable: casi el 75 por ciento de los
diezmos surgen de los granos (sobre todo, del trigo) y de las huertas y
quintas. El área de Montevideo es la región dominante en este panorama
agrícola: más del 85 por ciento del total de lo percibido por la producción
agrícola se recauda en esta región, incluyendo en este rubro a las huertas y
al ejido de la ciudad.
Detrás de
Montevideo, se halla la región que bordea el río Uruguay y que se extiende a
lo largo de los arroyos y cursos de agua que van a dar a esa gran vía
fluvial: Víboras, Soriano, Espinillo y Rosario. Esta -que corresponde más o
menos a los actuales departamentos de Colonia y Soriano- constituye la
segunda área agropecuaria de la Banda Oriental. En dicha región, del mismo
modo que del otro lado del Río de la Plata, tanto la gran propiedad como las
unidades productivas medianas y pequeñas están abundantemente representadas;
asimismo, la presencia de
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campesinos
pastores y labradores, que suelen ser sólo ocupantes de la tierra, no
propietarios, es algo indudable. “Las mismas causas producen mismos efectos”
y, por lo tanto, las similitudes entre ambas márgenes del Plata son bastante
evidentes. Por último mencionaremos a San Carlos de Maldonado (la región que se extiende hacia la frontera con los
dominios portugueses del Brasil y que es en la actualidad el departamento de
Rocha), Arroyo Garzón (que hoy marca el límite entre los departamentos de Maldonado y Rocha) y San Fernando de Maldonado (el área que rodea al entones pueblito de Maldonado).
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La
producción pecuaria se divide en dos mitades casi exactas entre el área
dependiente de Montevideo y la región de los arroyos de las Víboras, Soriano
y otros. En cuanto a la primera, a partir del año 1790, co-
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mienzan a
percibirse en forma separada los diezmos de dos subregiones destinadas a
crecer en los años siguientes: el área que va desde Montevideo al río Yi y la
que se extiende a la otra banda de ese mismo río. En esta región, la gran
propiedad es presencia dominante. De todos modos, es evidente que, a finales
del período colonial, la riqueza agraria más destacada de la Banda Oriental
está todavía fundada en la producción triguera y que la producción pecuaria
es aún una promesa de futuro. Esta producción agrícola, asentada en la
abundante presencia de campesinos labradores (no es casual que uno de los dos
únicos tratados de agricultura que existen en el Río de la Plata, el de Pérez
Castellanos, se haya originado en este ámbito), sufriría enormemente las consecuencias
de las guerras independentistas; ellos serán, junto con los paisanos
pastores, uno de los pilares sociales de las fuerzas movilizadas por Artigas.
El cuadro
4 muestra los datos correspondientes al período 1781-1791 de los diezmos de
Santa Fe, que incluyen el actual territorio de Entre Ríos. Una parte
relevante de las estancias santafesinas se hallaban en la otra banda del
Paraná pero, ya a finales de este período, aparecen también los diezmos de
las chacras y estancias del oriente entrerriano con Gua- leguaychú, Arroyo de
la China (la futura Concepción del Uruguay) y Gualeguay. Los partidos
decimales del actual territorio de Santa Fe comprenden la ciudad y las
huertas y chacras de sus alrededores. Hacia el sur se extiende el territorio
de Coronda, que llega hasta el Carcarañá. Siguiendo hacia el sur por este
río, se halla el partido decimal de Los Arroyos, donde se encuentra la
capilla de Rosario de los Arroyos, cuyo límite con la jurisdicción de Buenos
Aires es el Arroyo del Medio, llamado de ese modo porque señala la frontera
entre las dos jurisdicciones.
Hay aquí
una evidente diferencia entre las jurisdicciones decimales de Buenos Aires y
Montevideo, en las cuales el papel de la producción agrícola es relevante, y
las de Santa Fe-Entre Ríos (como será también el caso de Corrientes), en las
cuales las actividades agrícolas están en un segundo plano respecto a la
ganadería: el 65,4 por ciento de los diezmos corresponde al ganado contra un
36,4 por ciento de la producción agrícola. Una de las razones fundamentales
de esta diferencia es la presencia de los consistentes mercados de las
ciudades de Buenos Aires y Montevideo, que permiten una demanda sostenida y
creciente de trigo para panificar. Ello da pie a la existencia de una masa de
labradores y agricultores (es decir, labradores ricos) que trabajan sobre
todo para
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esos
mercados. En cambio, ni la ciudad de Santa Fe, ni todavía la Capilla del
Rosario o la Bajada del Paraná podían sostener un mercado consistente para la
producción triguera. Aquí, el destino principal de esta producción es el
autoconsumo campesino, aun cuando los envíos a Buenos Aires e incluso a la
Banda Oriental no son raros; el Paraná es una vía cómoda y, sobre todo,
barata para el transporte de mercancías pesadas como los granos. Es así como
los diezmos de la cuatropea (es decir, el ganado de todas clases, vacunos,
equinos, mulares -producción muy importante para el sur santafesino- y
ovinos) llevan la delantera.
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En cuanto
al perfil de los distintos partidos decimales, como se ve en el cuadro 4, hay
una repartición bastante equilibrada, con una clara dominación del área de
Entre Ríos en la producción pecuaria durante este período, con al menos un
46,3 por ciento del total. Decimos “al menos”, porque los diezmos de las
áreas que corresponden al oriente en- trerriano pocas veces están discriminados
entre granos y cuatropea; cuando eso ocurre -sólo en dos ocasiones en todo el
período- hay un cierto equilibrio entre ambos, pero la tendencia al
crecimiento de la ganadería parece insinuarse hacia el futuro.
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El cuadro
5, que corresponde al período 1792-1802, muestra algunos cambios
interesantes. Primero, el continuado incremento de la producción pecuaria,
que pasa del 65,4 por ciento al 78,8 por ciento del total, siempre sin tomar
en cuenta el partido decimal del oriente entrerriano y el río Uruguay, que ha
crecido en forma notable, pasando de 2775 pesos a 18 021 pesos en ese lapso. Muestra
claramente de qué modo se orientará la economía local hasta la crisis
ocasionada por los conflictos armados de las décadas de 1810 y 1820, que
tendrán un impacto enorme sobre la ganadería santafesina y, en menor medida,
entrerriana. Pese al crecimiento sostenido de la población -a fines de siglo,
Rosario todavía es un pequeño pueblito sobre la barranca del Paraná, pero
laju- risdicción tiene más de 6000 habitantes-, la producción triguera, a
pesar de duplicarse en Los Arroyos, no puede seguir el ritmo de la evolución
de la ganadería que, sobre todo en esta área del sur santafesino, ha crecido
en forma evidente, pasando de 4576 pesos en el primer período a 19 765 pesos
en el segundo. No es ajeno a este crecimiento el establecimiento de los
fortines de Melincué e India Muerta (éstos continúan la línea de fronteras
iniciada en Buenos Aires), que permitieron la expansión de la frontera
ganadera hacia el oeste. Un documento citado por
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Juan
Álvarez habla de 85 estancias para Los Arroyos a finales del siglo XVIII,
pero con stocks ganaderos de tamaño mediano. El cuadro no es distinto de lo
que ocurre en los partidos del norte de la campaña bonaerense, donde la
ganadería ocupa un lugar central, con una estructura productiva y social muy
similar. En este período, las tres áreas decimales pecuarias de Santa
Fe-Entre Ríos tienen un peso muy equilibrado, como puede verse en el cuadro
5, pero si tuviéramos discriminados los diezmos del oriente y el área del río
Uruguay, la presencia entrerriana sería mucho más evidente en la ganadería.
Esta
situación promisoria de la expansión ganadera santafesina y entrerriana
sufrió enormemente las consecuencias de los conflictos armados de las
primeras décadas postrevolucionarias y en la primera mitad del siglo XIX. En
especial Santa Fe, pero también Entre Ríos, tardarán bastante en recobrar el
estado de la ganadería de finales del período colonial.
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Terminamos
este capítulo con el análisis de un cuadro general que recoge los datos que
hemos visto, con el agregado de la jurisdicción de Corrientes. Se observa en
el cuadro 6 cuál es el peso de cada una de las jurisdicciones decimales
correspondientes al obispado de Buenos Aires, con la división entre ganadería
y producción cerealera y hortícola (excepto en el caso de los partidos
decimales del río Uruguay, dependientes de Santa Fe, para los cuales no hay
datos discriminados).
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Es fácil
hacer una clara división entre los casos de Buenos Aires y la Banda Oriental
(en el período 1794-1802, la relación entre ganadería y granos era similar a
la-de Buenos Aires), por un lado, y Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, por el
otro. Una de las razones más evidentes del peso diferencial de la producción
agrícola -y en especial, de la producción de trigo— se relaciona con la
existencia de los consistentes mercados de Buenos Aires-Montevideo que
permiten a una gran cantidad de labradores mantenerse -y en algunos casos
prosperar- con la venta de su producto a los mercaderes itinerantes y
pulperos que serán los encargados de venderlo en esas dos ciudades. La
correlación entre los diezmos de granos de Buenos Aires y de la Banda
Oriental es bastante alta, lo que muestra la tendencia a la constitución de
un mercado casi unificado entre ambas orillas. Por supuesto, las guerras de
las primeras décadas postrevolucionarias revertirán esa tendencia, pues tanto
en la Banda Oriental como en el norte de Buenos Aires, el sur santafesino y
Entre Ríos, los efectos de los conflictos armados serán terriblemente
disruptores.
Debemos llamar la atención sobre un vacío en los datos:
el referido a la producción agraria de las misiones regidas hasta el momento
de su
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expulsión
por los jesuitas y que habían pasado a manos de administradores laicos,
ocupados en saquear al máximo los bienes supuestamente comunitarios. En estos
pueblos de indios hubo, al menos hasta los primeros años del siglo XIX,
consistentes rebaños de ganados y una producción agrícola bastante
importante, pero el tipo de datos accesibles no permiten la comparación con
los de los diezmos. Sólo señalaremos que los pueblos de Yapeyú y La Cruz
poseían ingentes rebaños al momento de la expulsión de los jesuitas y que una
gran parte de ellos se mantuvo hasta finales del siglo XVIII.
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Para
terminar, veamos cuál fue la dinámica de la producción agraria rio- platense
a fines del siglo XVIII. El cuadro 7 nos muestra la evolución de la
producción agraria medida por los diezmos, calculada en dos períodos:
1782-1792 y 1793-1802. Mientras Buenos Aires y la Banda Oriental tienen un
comportamiento similar en ambos, Corrientes y Santa Fe-Entre Ríos presentan
evidentes diferencias. Mientras que la primera tiene una evolución negativa,
en Santa Fe y Entre Ríos, en cambio, el crecimiento de los diezmos es
realmente notable: su duplican entre uno y otro período. Los datos acerca de
Santa Fe, Entre Ríos, el norte de Buenos Aires y algunas áreas de la Banda
Oriental (como Colonia y la zona que se extiende más allá del río Yí) indican
que este crecimiento de la producción agraria se debe al aumento de los
ganados y, en especial, al incremento de los stocks de ganado vacuno, aun
cuando la producción mular sigue siendo importante en el norte de Buenos
Aires y en el sur santafesino. Este incremento en pesos de los diezmos tiene
un correlato positivo apreciable, pues hasta fines del período considerado,
los precios tendrán una tendencia depresiva bastante marcada. El crecimiento
de la masa decimal en pesos significa un incremento real de la riqueza
agraria para toda la región, con la llamativa excepción de Corrientes.
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La Argentina Colonial .
ResponderEliminarRaúl Fradkin - Juan Carlos Garavaglia