LINIERS VIRREY

Próxima la segunda invasión inglesa, Liniers, jefe de armas del Virreinato, ascendido a brigadier de marina, era el oficial de mayor graduación del Río de la Plata, por lo que pasó, en junio de 1807, a desempeñarse como capitán general del Virreinato, con funciones de virrey interino. A los 54 años de edad, viudo, con nueve hijos v escasa fortuna, su energía militar en momentos cruciales, que reiteró inmediatamente en ocasión del ataque de VVhitelocke, lo llevó a desempeñarse como suprema autoridad, cargo para el que no tenía carácter, y en circunstancias políticas muy difíciles que hicieron su gobierno desasosegado v personalmente penoso.
La popularidad de Liniers era enorme, especialmente entre las tropas nativas, y su nuevo triunfo prolongó durante el año 1807 un estado de cordialidad entre el nuevo virrey y las demás autoridades del Virreinato. Sin embargo, las sordas inquietudes que se pusieron de manifiesto en 1806 continuaban desarrollándose bajo la provisoria paz del año siete.
En el ínterin la política inglesa hacia las colonias españolas sufrió un cambio radical. Aleccionado por el fracaso de Whitc- locke, el ministro Castlereagh formuló un programa político nuevo que consistía en renunciar definitivamente a la conquista de los establecimientos sudamericanos y en cambio promover la independencia de éstos, como modo de liquidar el poderío español v de obtener mercados para el comercio inglés, cuya fuerza exportadora y poder expansionista se ponía cada vez más de manifiesto. El gobierno británico aceptó la propuesta de Castlereagh V bajo este nuevo concepto desarrolló su política americana durante más de medio siglo.
Si las condiciones personales de Liniers no le aseguraban un gobierno sin complicaciones, es indudable que su desarrollo hubiese sido mucho más pacífico de no mediar las circunstancias internacionales que siguieron.
A fines de 1807, con el beneplácito del gobierno de Godoy, las fuerzas francesas atravesaron España c invadieron Portugal. La corte portuguesa se puso en salvo a último momento en la escuadra inglesa surta en Lisboa y conducida por el contralmirante Smith se dirigió a Río de Janeiro. 1.a llegada de los Bra- gan/.a al Brasil significaba el establecimiento por primera vez en América de una casa reinante v el hecho no carecía de significado para las posesiones españolas. Expulsado de Europa, el gobierno portugués, cuyo impulso expansionista en América hemos seguido a través de los años, dio nuevo vigor a su concepción imperialista, promoviendo desde entonces la idea de un gran imperio americano, que debía consolidarse a costa de España, idea en la que trató de hacer entrar a su aliado británico. El Río de la Plata era uno de los objetivos predilectos del príncipe reinante portugués, pero el casi inmediato levantamiento del pueblo español contra los Bonaparte. al transformar a España en aliada de Inglaterra. perturbó estos planes. Sin embargo, la corte portuguesa no dejó de promover —con sus gestiones v actitudes— problemas a los gobernantes del Plata, logrando o contribuyendo al enfrentamiento de sus autoridades entre sí.
Cuando, a raíz de la misión del brigadier Curado, se produce el primer estado de tirantez visible entre Limcrs y el Cabildo dirigido por ÁIzaga —los celos entre ambos hombres se remontan a los días de la Defensa, sin perjuicio de sus diferencias ideológicas—, Liniers había sido confirmado en España como virrey interino. El 13 de mayo de 1808 llega la noticia de tal confirmación a Buenos Aires. La manera en que Liniers lleva las relaciones con Portugal y la ambición del Cabildo de participar en la conducción política del Virreinato, conducen al mes siguiente a un nuevo enfrentamiento entre éste y el virrey.
Desde entonces Liniers fue permanentemente hostilizado por el Cabildo, v luego también por el gobernador de Montevideo Elío, que se alzó contra su autoridad. Las reacciones temperamentales del virrey, sus relaciones escandalosas con Anit» Peri- chón, y sobre todo su condición de francés, desde el momento en que se supo en Buenos Aires el alzamiento del pueblo español fueron los distintos factores que jaquearon su gestión administrativa v su conducción política.
Y cuando el virrey logró vencer al Cabildo o más propiamente al grupo político de Álzaga, en enero de IKOM. no logro sino quedar a merced de quienes hicieron posible su triunfo, o sea de las tropas criollas que reconocían a Cornclio Saavedra como su jefe indiscutido.
Así Liniers se vio frecuentemente obligado a contemporizar para mantenerse en el poder, v adoptó a veces actitudes demagógicas por necesidad, f'.l mismo hubo de decir en su Memoria de gobierno escrita mientras Cisneros le aguardaba en Montevideo.
...sin tener más fuerza que la opinión, v las que podía sacar de unos cuerpos patrióticos voluntarios con quienes a veces era preciso contemporizar. porque una exacta disciplina los hubiera disuelto o dispersado, cuvas malas consecuencias no era fácil determinar en aquellas circunstancias críticas, no quedándome más recurso para hacer frente a tantas dificultades que el de ganar tiempo en tanto que V. M. me remitía sus reales órdenes ..
Entre tales dificultades tenía un papel destacado la actividad de los distintos grupos políticos en que se dividían las tendencias innovadoras o revolucionarias del país. El Estado, como centro de coordinación y subordinación de los poderes singulares que albergaba en su seno, comenzaba a perder fuerza o efectividad. El poder político se presentaba dividido y por primera vez aparecía la oposición como fenómeno político; el poder militar adquiría personalidad propia y deliberaba al margen del poder político; el poder ideológico comenzaba a abandonar el sector oficial para adquirir trascendencia en las actitudes avanzadas de los núcleos revolucionarios, y el poder económico, antes patrimonio indiscutido de los comerciantes peninsulares, se repartía ahora, aunque tímidamente, con los hacendados exportadores y los comerciantes extranjeros instalados, legalmente o no, en el Plata. Liniers debió actuar, como su sucesor Cisneros, en un momento en que la estructura del Estado colonial se resquebrajaba por todos lados.
Desde los primeros años del siglo xix, ya lo hemos dicho, diversos hombres se nuclean en torno de la idea de un cambio del sistema político que regía al país. Este nucleamiento no fue homogéneo y la diversidad de miras y procedimientos dio origen a la constitución de varios grupos políticos, que algunos documentos de la época califican de partidos, si bien estaban lejos de haber alcanzado la homogeneidad o estructura de éstos. No obstante, su función política v su importancia fue similar a la de verdaderos partidos.
A partir de las invasiones inglesas estos grupos se precisan v se proponen objetivos concretos que los van definiendo.
El más antiguo de estos grupos es sin duda el que en diversos papeles de la época se llama partido de la independencia. Sus primeros signos se perciben ya en 1803, según Pueyrredón, v en 1804, según las actividades de Castelli v Burke. Ya en 1806 adquiere forma bajo la conducción de Juan José Castelli. Pertenecieron a este grupo: Saturnino Rodríguez Peña, Nicolás Rodríguez Peña, Manuel Belgrano, Hipólito Vieytes, Antonio Berutti, Manuel A. Padilla, Domingo French, Juan Martín de Pueyrredón, Juan José Paso y otros. Su objetivo era lograr la independencia del Río de la Plata y poner fin a la discriminación de que eran objeto los españoles americanos. Para alcanzar ese fin estuvieron dispuestos a diversos procedimientos, buscando primero la protección británica, luego el apoyo de la infanta Carlota de Borbón y por fin se decidieron por obtener la independencia absoluta sin apoyos exteriores. En este pragmatismo no debe verse una señal de inconsecuencia, sino un verdadero sentido político que trató de aprovechar las diversas circunstancias que se iban presentando. Su filosofía política no era definida, v vista en conjunto ofrece la imagen de un sincretismo donde se conjugan los principios del antiguo pacto suarista con las doctrinas de los filósofos jusnatu- ralistas del siglo xvm. En sus planteos políticos evitaron siempre hacerse ecos de una doctrina determinada, limitándose a afirmar que “toda autoridad es del pueblo y solo él puede delegarla” (S. Rodríguez Peña).
Desde el punto de vista social este grupo proponía un cambio de sistema, poniendo fin al predominio de los peninsulares en todos los órdenes, incluido el político. Pero considerado en este último plano, su posición no era tan radical, pues procuraban realizar el cambio sin convulsiones anárquicas y si era posible sin derramamiento de sangre. Cuando abandonan la idea de la protección británica y deciden sostener los derechos de la infanta Carlota, no omiten señalar la importancia y conveniencia de conservar la dinastía, evitando así resistencia y caos. Son partidarios en su mayoría de una monarquía constitucional y su adhesión a la casa reinante en España da a su acción un matiz conservador. Esta posición, reformista en lo social v conservadora en lo político, iba a deslizarse en 1810 hacia una postura más avanzada políticamente, cuando el grupo decide adoptar el principio de las Juntas, que había combatido tenazmente el año anterior cuando éstaá servían a fines contrarios a los suyos. Sin embargo, algunos de sus hombres no abandonarán sus convicciones monárquicas. Belgrano se manifestó durante las gestiones ante la Infanta como contrario a las formas republicanas, que conducirían a la anarquía, que ya vislumbraba con la separación de Montevideo, de la autoridad central. Y el agente portugués Felipe Contucci, en contacto con aquél, escribía:
Ciertamente hemos convenido en la importancia y necesidad de propender a la independencia de la América de toda dominación europea, sea la que fuese; pero no podemos conformar con ideas de constitución democrática porque después de haber examinado, discutido y comparado cuanto es necesario para ello, es visto que falta todo, y que seríamos infelices con intentarlo.2
El mismo Belgrano, al juzgar en 1808 a los partidarios de la república, los considera en “una vana presunción de dar existencia a un proyecto de independencia demócrata no reflexionando que faltan las bases principales en que debería cimentarse”.'’
La adhesión de Belgrano al sistema monárquico constitucional —no compartida por otros miembros del grupo, sino como una necesidad política ocasional— si bien importa adhesión a una casa dinástica por razones de tradición y conveniencia, no significa dependencia de España. Los propósitos independentistas del grupo han quedado claramente establecidos desde 1806 —no puede hablarse entonces de independencia de Francia, que era aliada y no enemiga de España—, los reitera Saturnino Rodríguez Peña en 1808 al proponer “un sistema libre, honroso y respetable” en relación “con la feliz independencia de la patria” y continúa hasta 1810 siendo el objetivo básico del movimiento.
Paralelamente a este grupo, se movía otro con ideas muy definidas que respondía a la conducción de Martín de Álzaga y que ha recibido los nombres de partido republicano, de las Juntas, del Cabildo v de la independencia, nombres que sintetizan su programa, su origen y su objetivo.
Este grupo estaba formado por españoles europeos en su mayoría, sin excluir a algunos criollos. Entre otros lo formaban Antonio de Santa Coloma, Esteban Villanueva, Francisco de Nev- ra, Ignacio de Rezábal, Juan Larrea, Domingo Matheu, v los americanos Julián de Levva v Mariano Moreno. A diferencia del grupo independentista criollo, tenían un centro de poder en el Cabildo de Buenos Aires, dominado por ellos, y su manifestación más antigua podría encontrarse en el movimiento de febrero de 1807 que destituyó a Sobre Monte, donde, según testigos presenciales, el público reunido en la plaza, lanzó entre otros gritos de circunstancia, el de “Viva la República”.
Perseguía este grupo la independencia del Río de la Plata, convencido de que las autoridades dependientes de la metrópoli constituían una fuente de opresión contraria a los intereses del país, pero aspiraban a constituir el nuevo gobierno v sistema con los españoles europeos, comerciantes en su mayoría, v con exclusión de los americanos. El grupo, si bien era reformista desde el punto de vista político, pues además de independencia proponía un sistema republicano a realizar por medio de Juntas, era netamente conservador en lo social, buscando perpetuar el dominio de la clase dirigente peninsular y la exclusión del elemento nativo de las principales funciones de gobierno, y de las más altas actividades sociales y económicas.
Cuando se produce la doble abdicación de Carlos IV v Fernando VII y el pueblo español se subleva contra José I, constituyendo Juntas en los diversos reinos españoles, este partido encuentra una excelente base de sustentación afirmando la necesidad de recurrir a igual procedimiento, y aprovechando los sentimientos antifranceses de los españoles europeos. Se hace común entonces sostener la idea de independencia para evitar que estos reinos americanos sigan la suerte de los de España, o sea para sustraerlos a la dominación napoleónica.
Las diferencias de propósitos entre estos dos partidos y la oposición notoria de sus concepciones sociales los mantuvo opuestos entre sí casi permanentemente hasta el año 1810, cuando los republicanos, desesperanzados del apoyo de Cisneros, optaron por acercarse al grupo de la independencia de Belgrano y Castelli y coligados realizaron la revolución del 25 de mayo de 1810.
Algunos autores-1 han procurado dar carácter de grupo político a otro sector constituido por los jefes militares y dirigido por Saavedra. Este grupo militar, en el que se encontraban Martín Rodríguez, Juan José Viamonte, Juan Florencio Terrada, Pedro Andrés García, Juan Ramón Balcarce y otros, no llega en nuestra opinión a constituir un grupo político propiamente dicho y con objetivos propios. Sus miembros comulgan en líneas generales con los propósitos del partido independentista, si bien su adhesión a la princesa Carlota fue muy escasa por influencia de Saavedra, a quien aquella causa no convencía. Su importancia v lo que le da coherencia exterior reside en que por ser jefes militares de los batallones criollos, eran los detcntadores de la fuerza. Mientras el partido de Álzaga contaba con la participación y apoyo de los jefes de los tres batallones europeos, los criollos no tenían entre sus' corifeos originales a jefes militares, si se exceptúa a Puev- rredón —que por causa de sus misiones v prisiones no tenía mando de tropas—. No obstante pronto contaron —va abandonada la pretensión de obtener el apoyo inglés— con la simpatía de Martín Rodríguez y de Saavedra y, a través de éstos, de muchos otros. La condición de Saavedra de jefe de la fuerza de mayor significación, el regimiento de Patricios, hizo de él el jefe natural del grupo militar, a lo que contribuyó sin duda su condición personal para el mando. Pronto Saavedra imprimió a sus oficiales sus propias miras sobre la situación, caracterizadas por una prudente observación de las circunstancias locales e. internacionales. Sin embargo, a mediados de 1809 este grupo —o más propiamente subgrupo— carecía de homogeneidad, como se puso de manifiesto cuando se trató de impedir la entrada de Cisneros en Buenos Aires.
Por fin, existía otro grupo, constituido en su mayoría por funcionarios, a los que podríamos denominar oficialista. Partidarios del orden establecido y de la personal permanencia en los puestos de mando, este grupo consideraba perniciosa toda manifestación de cambio. Consciente de las corrientes políticas que amenazaban derrumbar la estructura colonial, se proponía conservar el orden a toda costa, incluso al precio del reconocimiento de las autoridades de la Península, cualesquiera que sean. Belgrano los señala como aquellos que opinan “que debemos seguir la suerte de la metrópoli, aunque reconozca la dinastía de Napoleón”.'’ El manifiesto de Linicrs del 15 de agosto de 1808 es un buen ejemplo de esta actitud. En esa oportunidad exhortaba al pueblo a permanecer en calma a la espera de las noticias de España para, llegado el caso, “obedecer a la autoridad legítima que ocupe el trono”. La otra faz de esta posición oficialista fue una resuelta actitud de repudio a todo intento de conmoción o independencia. Miembros conspicuos de este grupo fueron los miembros de la Real Audiencia. Aquél no poseía más fuerza que el prestigio de la autoridad v el peso que todavía tenía la jerarquía política colonial. Liniers le daba el aporte de su personal popularidad, pero carecía de fuerza material para reprimir a aquellos que consideraba enemigos de la Corona o perniciosos para la paz del Estado.
En conjunto, su línea fue netamente conservadora en todos los planos y por imperio de las circunstancias su actitud fue predominantemente estática.
Ua acción politi
Nada mejor para seguir la acción concreta de estos grupos políticos que historiar el desarrollo de los acontecimientos. El 14 de abril de 1808, el brigadier Curado, enviado por el príncipe regente de Portugal don Juan, inició su ofensiva diplomática con una propuesta de relaciones amistosas v acuerdo comercial con el Río de la Plata, l.inicrs, remiendo una reacción portuguesa si se negaba, aceptó entrar en negociaciones para ganar tiempo, en contra de la opinión de la Audiencia v de los particulares consultados, que juzgaron su actitud como una debilidad. Pocos días después fue recibida en el Cabildo porteño una propuesta del ministro portugués conde de Linhares de muy distinto tono: invitaba a aceptar la protección lusitana amenazando en caso de negativa con una invasión conjunta anglo-portuguesa. A diferencia de Liniers, la respuesta de Álzaga fue airada y cortante: la contestación no provocó la temida invasión, pero produjo un efecto favorable a los intereses de Portugal: el distanciamiento entre Liniers y Álzaga.
El desafecto del Cabildo por el virrey se puso de manifiesto nuevamente cuando Liniers, conforme a su política contemporizadora, designó por enviado ante Río de Janeiro a don Lázaro de Rivera, su pariente político. F,1 Cabildo cuestionó el 11 de junio la facultad de Liniers para designar enviados, a lo que respondió el virrey negando al Cabildo intervención en el gobierno superior. F.l Cabildo acusó el golpe y manifestó su voluntad de opinar “por más que se lo insulte, ultraje o conmine”. El rompimiento fue definitivo v las acusaciones del Cabildo contra el virrey llovieron sobre la Corte española.
Pero ésta estaba ocupada en más arduos problemas. El 2 de mayo se había producido el motín de Aranjuez, que enfrentó a españoles v franceses, y el 24 del mismo mes Asturias se levantaba contra la usurpación napoleónica. Inmediatamente Inglaterra se convertía en aliada de España.
Estas trascendentales noticias no las conocía aún el nuevo embajador inglés ante la corte portuguesa, lord Strangford, cuando llegó a Río de Janeiro en julio y se encontró en marcha un plan de invasión al Río de la Plata apoyado bizarramente por su connacional el contralmirante Smith. Este plan, sin duda, contrariaba los propósitos del gobierno inglés de promover la emancipación del Plata sin intervención de los portugueses. En Londres Strangford había dejado lista una expedición militar con ese objeto conducida por el futuro duque de Wellington, e ignoraba el cambio de destino de aquella fuerza, enviada va a Portugal.
El grupo criollo esperaba también la solución británica. Saturnino Rodríguez Peña, refugiado en Río desde que hizo fugar a Beresford, apremiaba ese mismo mes a Miranda el envío de la expedición que los acontecimientos españoles habían hecho va imposible, y Pueyrredón desde Cádiz enviaba a Moldes a Londres a pedir armas para sublevar Buenos Aires.
Mientras estos acontecimientos se sucedían, una imprevista embajada llegada a Buenos Aires iba a complicar definitivamente la situación política local.
El 28 de julio llegó la primera noticia a Buenos Aires de la abdicación de Carlos IV, por lo que el virrey procedió a ordenar la jura de Fernando VII, pero dos días después llegó la nueva de que el viejo rey había declarado nula su abdicación v nombrado a Napoleón árbitro del problema. Superando las rencillas existentes, Liniers se reunió con la Audiencia y el Cabildo y decidieron suspender el juramento del nuevo rey hasta que llegasen noticias aclaratorias, v así lo comunicó a Elío. En esos difíciles momentos, el 13 de agosto llegó a la capital del virreinato el marqués de Sassenav, enviado personal de Napoleón ante Liniers. El prevenido virrey recibió al enviado en presencia de las otras autoridades y todos juntos se enteraron por él de la abdicación de Fernando VII y de la designación de José Bonaparte como rcv. Se decidió nn poco tumultuosamente reembarcar al embajador v ocultar las noticias. Como el reembarco se demorase, la cortesía de Linicrs —como antes con Beresford— le dio ocasión de actuar imprudentemente entrevistándose nuevamente v a solas con Sasse- nav. De lo tratado no hay más versión que la del marqués, lógicamente favorable a sus propósitos v que presenta a éste como proclive a la dinastía bonapartista.
Sea de ello lo que fuere —y Linicrs lo negó en carta a Carlota de Borbón—, las consecuencias de esa actitud impolítica no se hicieron esperar. La entrevista trascendió, las noticias del ascenso al trono de José Bonaparte también. El brigadier Govcneche trajo en esos mismos días la noticia del alzamiento de España contra los franceses. F.lío, que se había adelantado a jurar a Fernando VII desobedeciendo a Linicrs, prendió a Sassenay en su paso de regreso por Montevideo. Las alarmantes novedades hicieron inmediatamente sospechoso a Liniers por su nacionalidad francesa. La idea de una traición se albergó en los espíritus suspicaces o facciosos y no la borró la decisión del virrey de jurar rápidamente a Fernando VII como rey de España. El 24 de agosto Elío se manifestó en rebeldía y de acuerdo con él el Cabildo de Montevideo pidió el 10 de setiembre la deposición de Linicrs.
1a permanencia de I.iniers en su cargo pendía de un hilo. El partido republicano de Álzaga, apoyado en I-fío "y en los tres batallones peninsulares, se preparó para dar el golpe definitivo. El partido criollo entretanto comenzaba a vislumbrar la imposibilidad del auxilio inglés ante la nueva situación. Linicrs recibió ese mismo setiembre una Justa Reclamación firmada por la infanta Carlota en la que solicitaba ser reconocida como regente de los dominios españoles en América, con el objeto confesado de impedir la dominación francesa. Temiendo una nueva maniobra de Portugal, rechazó la petición, fundado en haber jurado ya a Fernando VII, y decide recurrir al único apoyo posible, los batallones criollos, a los que reclama fidelidad ante los peligros de amenaza exterior y de anarquía interior. La respuesta favorable de los jefes criollos impide el golpe de Álzaga v conserva al virrev en su puesto.
Pero el manifiesto de la infanta Carlota tuvo un auditorio más favorable que el del Fuerte. Conocida la Reclamación por los dirigentes del grupo criollo, encontraron en ella la salida frente a la situación en que los había situado la bien presumida defección de los ingleses y la rapidez de los movimientos de los republicanos.
El 20 de setiembre —un día antes de que Elío proclamase en (Montevideo su secesión erigiéndose una Junta a la manera de las ciudades españolas— Castclli. Bclgrano, Vicvtcs, Berutti v Nicolas Rodríguez Peña se dirigen a la infanta, lamentando el rechazo de sus pretensiones “por motivos realmente intrigantes” v consideran superiores e incomparables los títulos de la infanta respecto de los de la Junta de Sevilla. Cuestionan en seguida la autoridad de ésta, pues:
no se puede ver el medio de inducir un acto de necesaria dependencia de la América española a la Junta de Sevilla; pues la constitución no precisa que unos reinos se sometan a otros...
Atacando la política de Liniers, afirman que no puede cohonestarse con la esperanza de la restauración de la Metrópoli, “porque si afectan creerla, no están dispensados de tener por posible un suceso infausto” y luego critican la intervención del Cabildo en los negocios públicos y Ia obsecuencia de funcionarios v particulares. Pero en seguida descubren el primer objeto de sus temores: desde 180(5 se promueven partidos para establecer un gobierno republicano que ganando a incautos c inadvertidos trata de:
elevar su suerte sobre la ruina de los débiles; bien persuadidos a que si en el estado de Colonia por consecuencia del sistema hacían la ventaja sobre los naturales o americanos, no la harían menor en el nuevo sistema, por la prepotencia que les daría la posesión del monopolio.
La alusión al grupo exclusivista de Álzaga es directa. Éste se oponía a las pretensiones de la infanta por motivos distintos a los de Liniers, y según los firmantes de la carta que analizamos, hacían creer que el reconocimiento de la infanta significaría la posterior no restitución de estos reinos a la Corona de Castilla, ocultando:
que cesaría la calidad de Colonia, sucedería la ilustración en el país, se haría la educación, civilización y perfección de costumbres, se daría energía a la industria y comercio, se extinguirían aquellas odiosas distinciones que los europeos habían introducido diestramente entre ellos y los americanos, abandonándolos a su suerte, se acabarían las injusticias, las opresiones, las usurpaciones y dilapidaciones de las rentas y un mil de males que dependen del poder que a merced de la distancia del trono español se han podido apropiar sin temor de las leves, sin amor a los monarcas, sin aprecio de la felicidad general.0
Este era el verdadero programa básico del grupo criollo o independiente. La infanta, a quien incitaban a no abandonar sus pretensiones, podía significar la independencia provisoria —al menos en principio— de estos reinos v el fin de la prepotencia peninsular, si ella entraba a reinar en el Plata apoyada por los criollos.
Rodríguez Peña, enterado de esta presentación, comienza a trabajar en Río de Janeiro con idéntico objeto, pensando va en que la infanta entre primero al Plata como regente v luego se convierta en reina constitucional. La infanta decide apoyar las propuestas de los criollos v seguir adelante en su empeño, aunque no deja de percibir las limitaciones que el apoyo de este grupo crea a su poder. El proyecto a su vez contraviene los intereses de Portugal, por lo que el regente se opone a los planes de su mujer. Ya por entonces la vida política del Río de la Plata se mueve desde tres centros: Río de Janeiro, Montevideo y buenos Aires. F.n Río entrechocan sus políticas la infanta, el regente, Inglaterra e intriga Saturnino Rodríguez Peña. F.n Montevideo, Filio se alza contra la autoridad virreinal y apoya el movimiento de Álzaga, siguiendo el principio del gobierno de Juntas; en Buenos Aires, en fin, el virrey, los dos grupos políticos v los militares acomodan sus actitudes a las circunstancias.
Para octubre de 1808 la infanta ha decidido trasladarse al Río de la Plata con el apoyo del almirante Smith y contra la opinión del regente. Pero en noviembre lord Strangford recibe la noticia confirmatoria de la alianza de Gran Bretaña v F'spaña y desautoriza a Smith. La infanta se ve así bloqueada en sus provectos, pero deseosa de obtener la regencia opta por un imprevisto cambio de frente: lograr el apoyo de Liniers para alcanzar el mismo objetivo, y a ese fin denuncia a sus antiguos amigos v a su emisario el inglés Paroissien.
Según Contucci, más de 120 ciudadanos habían apoyado el plan de traer a la infanta y habrían condescendido con dicho proyecto algunos criollos que lo habían resistido en un principio como Saavedra, y simpatizantes de Álzaga, como Leiva v Moreno.7
Frustrado el intento y desengañados de la princesa, el grupo criollo se encontró provisoriamente sin salida. Parecería ser que entonces volvieron sus ojos hacia Álzaga, de quien se sabía que desde octubre proyectaba derribar al virrey v establecer Junta, pero la renuencia de Álzaga en hacer partícipes a los criollos de su acción y de su futuro gobierno, imposibilitaron toda tentativa de arreglo. No debe haber sido extraño al obstáculo la manifiesta ojeriza del Cabildo hacia el jefe de los Patricios.
Álzaga, seguro de sus propias fuerzas, se encaminó hacia su revolución prescindiendo de los criollos. Estos se agruparon entonces en torno a Liniers. El 1^ de enero de 1809, una delegación del Cabildo pasó al Fuerte a exigir la renuncia del virrey, mientras una multitud invadía la plaza al grito de “Muera el francés Liniers” v “Junta como en España”, mientras los batallones de vizcaínos, catalanes v gallegos entraban con armas v tambores a la plaza. Liniers, al ver ese despliegue de fuerza v popularidad, cedió a la presión de los cabildantes v se dispuso a redactar su dimisión. El propósito de los revolucionarios parecía logrado v con él sus menos explícitos propósitos, que según la Audiencia eran “transformar cJ sistema de gobierno; y esto una vez conseguido, quedar franco el paso a la independencia que es el término a que aspiran”.R
Mientras esto sucedía, los cabecillas criollos alertaban a los militares adictos; Saavedra, seguro de contar con tres veces más tropas que los sublevados, decidió intervenir e hizo avanzar sus tropas sobre la plaza mientras él entraba al Fuerte con una escolta por la puerta que daba sobre el río.
Al margen de las dramáticas conversaciones que se sucedieron en el Fuerte, la suerte del movimiento estaba decidida. Los Patricios, Arribeños, Húsares, Pardos v Morenos apoyaban al virrey, v a poco se pronunciaron los Andaluces en igual sentido. Hasta las siete de la tarde permanecieron las tropas sobre las armas mientras se buscaba una conciliación por parte del obispo Lué. Finalmente Liniers rompió su renuncia e intimó rendición a los batallones sublevados. A punto de producirse el choque armado las tropas adictas a Álzaga se dispersaron. Los tres batallones comprometidos en el intento fueron disueltos, el Cabildo castigado en sus prerrogativas v los jefes revolucionarios desterrados a Patagones.
Paradójicamente fueron las tropas criollas las que apoyaron la autoridad virreinal y conservaron a Liniers en el poder contra la acción revolucionaria de los republicanos españoles. Inmediatamente se percibieron los efectos de la acción de Saavedra y Liniers: el magro equilibrio de poder militar entre peninsulares y criollos había desaparecido por completo y los últimos se habían convertido en los árbitros de la situación. El mismo virrey, salvado por ellos, carecía de medios para adoptar cualquier resolución positiva que no contara con el asentimiento de Saavedra y sus seguidores. A su vez el partido republicano había quedado decapitado.
La nueva situación sugirió a los emigrados en Río la idea de retornar al plan de independencia con la infanta Carlota al frente, debiendo ser Liniers quien diera el paso definitivo para lograr un cambio pacífico. Pero Liniers rechazó las sugerencias de las que Contucci fue portador. Las indecisiones del virrey volvieron a inclinar a Belgrano y sus amigos hacia la infanta, pero Saavedra se mantuvo apartado del proyecto. En tanto Elío, desafiando la autoridad virreinal, se apoderaba en Patagones de los desterrados y los albergaba en Montevideo; al tiempo que Inglaterra por medio de lord Strangford, trataba de evitar todo trastorno.
En esta situación incierta se llegó a mediados de 1809 en que se supo que el virrey sería reemplazado por el general de marina Baltasar Hidalgo de Cisneros. Esta noticia, unida a la de que Elío sería designado jefe de las tropas, causó gran malestar entre los criollos, especialmente entre los militares. Se reunieron éstos y ofrecieron a Liniers sostenerle y resistir al nuevo virrey designado por la Junta Central. La aceptación de Liniers hubiera significado la ruptura con las autoridades peninsulares, pero éste, fiel a aquéllas, pese a sus sospechadas simpatías bonapartistas, rechazó el ofrecimiento. Ya antes Había solicitado él mismo su reemplazo recomendando que su sucesor fuera acompañado por dos regimientos peninsulares para remediar la sujeción en que él se encontraba. El rechazo de Liniers creó gran desconcierto entre los complotados. Pueyrredón opinó por prescindir de Liniers y actuar por cuenta propia y traer a la infanta Carlota. Saavedra se pronunció por aceptar al nuevo virrey a condición de que Elío no asumiera el mando militar y de que no se desarmara a los batallones criollos. El propio Liniers se ofreció de conducto para hacer conocer a Cisneros, que llegó en julio a Montevideo en vez de ir directamente a Buenos Aires, estas condiciones, que serían aceptadas por su reemplazante.
En el momento en que Cisneros llega a Buenos Aires, el 2 de agosto, existe una marcada desorientación operativa entre quienes aspiran a sacudir la dominación metropolitana, pero al mismo tiempo se han aunado muchos propósitos básicos. El acceso mismo de Cisneros al poder está marcado por una discreta pero real transacción que demuestra que el poder no estaba plenamente en manos del nuevo virrey. Su predecesor se alejó del gobierno con la sensación de haberse despojado de una pesada carga a la que había debido sacrificar muchas opiniones v no pocos afectos.
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