LOS USOS DE LA CATEGORIA REGIÓN EN EL PENSAMIENTO
GEOGRÁFICO ARGENTINO
Alejandro Benedetti
Resumen
En el pensamiento geográfico, la categoría región adoptó tres sentidos fundamentales:
división de un territorio, construcción política e identitaria e instrumento conceptual. A
su vez, se pueden reconocer seis perspectivas conceptuales diferentes sobre la región:
fisiográfica, humana, funcionalista, humanista, económico-política y político cultural.
Teniendo en consideración estas diferentes perspectivas, se analizará el pensamiento
geográfico argentino (en sentido amplio) del siglo XX para dar cuenta de los distintos
usos que se le dio en el país a la idea de región, que en la actualidad siguen vigentes, y
que son: epistemológico, escolar, estadístico, toponímico, folclórico, planificador,
organizador de la administración pública, movilizador de solidaridades y como división
política.
Este trabajo tiene como objetivo presentar algunas ideas ordenadoras acerca de la
categoría región, en el contexto general del pensamiento geográfico occidental,
centrándose en el caso argentino[1]. El pensamiento y la práctica regional en la
Argentina se desarrollaron, en diferentes momentos, bajo la influencia de escuelas y
perspectivas regionales de diferentes procedencias, a partir de finales del siglo XIX
hasta llegar a nuestros días. Ideas sobre la región están presentes en los discursos
académico, político, escolar y de la planificación.
A diferencia de otros países, el regionalismo en tanto movimiento social autonomista,
de confrontación con el estado nacional, no ha tenido un desarrollo significativo. Sí ha
tenido, en cambio, mayor expansión el regionalismo como ideología territorial, para
pensar ciertas diferencias internas del país, especialmente a través de la educación
escolar, con una idea de región que no está asociada directamente a una entidad
político-administrativa, sino, por el contrario, a un área definida tanto por la geografía
física como por la geografía humana. Esta idea de región, de alguna forma, elude o
subsume los aspectos político-administrativos y las relaciones de poder en la
conformación de las regiones, enfatizando los naturales. Esta concepción sobre la región
también está presente en otros usos, como el estadístico y el de la planificación.
El presente artículo se organizará en cuatro ejes, a saber: los sentidos genéricos con que
se usa la categoría región; las lógicas de división espacial que fueron proponiendo
diferentes corrientes de la geografía; algunas ideas sobre geografía histórica regional; y,
finalmente, los usos de la categoría región en el pensamiento y la práctica regional de la
Argentina.
Sentidos con que se usa la categoría región
En la literatura que de una u otra forma aborda la categoría región se observa una
constante: se busca establecer una diferenciación de una parte con respecto a un todo o,
también, una clasificación por áreas.
La noción región es de origen romano. Designaba a cada una de las 14 divisiones del
imperio, dirigidas cada una por una autoridad. En
su origen, región se asociaba con regir, dirigir. En la
lengua española, para el siglo XVIII, la idea de región estaba vinculada a la forma de
organización territorial predominante en Europa: era un sustantivo y señalaba al
conjunto de terrenos diferenciados espacialmente, habitados por un conjunto de pueblos
que formaban una nación, bajo un mismo reino. La región era así el área total y,
también, cada una de las partes en las que podía dividirse:
“Considerada respecto de toda la tierra, es una grande extensión de ella, que está
habitada por muchos pueblos debajo de una misma Nación, la cual tiene sus términos, y
por lo regular obedece a un Rey o Príncipe. La región que es muy extendida se divide en
otras Regiones más pequeñas, respecto de los Pueblos, que cada una contiene: como la
Andalucía, la Mancha. También se divide la Región en alta y baja, como Andalucía la
alta, Andalucía la baja; y en citerior y ulterior: como la España ulterior, que era y
comprendía la Lusitania y la Bética, y la Citerior, que contenía toda la España
Tarraconense: y finalmente en interior y exterior, como el África: y en mayor o menor,
como el Asia, y en grande o pequeña, como la Tartaria. Viene del Latino regio, que
significa lo mismo”
.
La acepción general de región aún conserva esa idea de diferenciación geográfica por
áreas, ya no asociada a una entidad regia, sino a una comunidad nacional. Así, en el
diccionario de la Real Academia Española, en su edición 2001, puede leerse:
1. f. Porción de territorio determinada por caracteres étnicos o circunstancias especiales
de clima, producción, topografía, administración, gobierno, etc.
2. f. Cada una de las grandes divisiones territoriales de una nación, definida por
características geográficas e histórico-sociales, y que puede dividirse a su vez en
provincias, departamentos, etc.
En diferentes discursos la región se asocia con una parte de un área mayor,
generalmente un territorio; se vincula a la idea de diferenciación, a cierta homogeneidad
y uniformidad espacial (evidenciable sobre todo en el paisaje), a las relaciones de
semejanza hacia el interior y diferencia hacia el exterior, a los pares dicotómicos:
identidad/alteridad, inclusión/exclusión.
Actualmente, al menos en la Argentina, no es región sino territorio, la categoría
geográfica aglutinadora, que concita mayor interés, especialmente dentro del discurso
académico, pero también en el discurso escolar y de la planificación. Es creciente el
número de producciones académicas, de diferentes especialidades, que llevan a esta
categoría como uno de los términos con que se titulan las obras publicadas, por mencionar sólo algunas
referencias). Como propone Haesbaert, en la geografía contemporánea
territorio desempeña el papel que tuvo región en la geografía clásica, en el sentido de
ser el concepto integrador por excelencia. En cierta forma, territorio se convirtió en el
caballito de batalla de la geografía académica. No es el interés de este trabajo hacer una
genealogía de esta categoría, tarea ya iniciada por el mencionado autor, o un análisis de
sus usos actuales en el pensamiento geográfico argentino.
Sólo con el propósito de establecer, grosso modo, una distinción operativa entre región
y territorio, aquí se propone que ambas categorías suponen un intento de identificación,
delimitación y singularización de ámbitos geográficos; mientras que en las
regionalizaciones (clasificación del espacio por áreas que define una o más entidades
regionales) el foco está puesto en la diferenciación geográfica, en las
“territorializaciones” el foco está puesto en el control del espacio. En algunas de las
propuestas más difundidas, un territorio se construye mediante una determinada relación
social: la territorialidad, una estrategia orientada a afectar y controlar recursos y
personas en un área identificada, apropiada y delimitada; es un ámbito geográfico
definido por y a partir de relaciones de poder que presupone un agente social activo, que
controla un área; es un área diferenciada por alguna clase de límite. En este sentido, un territorio, como entidad
geohistórica, puede concebirse a la vez como una región: un espacio diferenciado. Una
región es entonces cualquier espacio donde ante todo se resalta un tipo de
diferenciación; un territorio es una región en la que se focalizan las diferenciaciones
definidas a partir de las relaciones de poder.
Durante el siglo XX la noción de región fue profusamente utilizada, observándose dos
usos básicos: descriptivo y analítico. El uso descriptivo de región supone el
reconocimiento de una o más partes dentro de un todo, a partir de la utilización de un
criterio específico, que dé cuenta de una determinada organización geográfica, por lo
tanto, estableciendo alguna clase de diferenciación espacial. Es el sentido más genérico
de región, cuando se identifica, delimita –o sea, se diferencia del resto- y describe a un
espacio, aún en forma imprecisa. La delimitación no supone siempre el trazado de una
línea separando dos realidades contrapuestas, ya que muchas veces no se puede
reconocer otra cosa que una zona de transición donde los matices de un espacio y el otro
se superponen y se hacen difíciles de reconocer. Las nociones de región urbana, región
montañosa, región agrícola, entre otras, responden a esta acepción general.
Región también se emplea con una finalidad analítica –o, de igual forma,
argumentativa-, en los diferentes discursos geográficos, entendiendo a la noción de
geografía en forma abierta, como toda reflexión y/o práctica orientada a
reconocer/intervenir en el espacio. En esta dirección, el concepto de región terminó
adquiriendo, al menos, tres sentidos, que remiten a tres prácticas interrelacionadas entre
sí: región como división territorial e instrumento de gestión, región como construcción
política e identitaria y región como instrumento conceptual. En todos estos casos el
ejercicio de la delimitación, de una u otra manera, siempre está presente en las
regionalizaciones. El límite geográfico define la periferia de un conjunto espacial
coherente, construido a partir de un centro o de un poder, o de la apropiación identitaria
de ese espacio, o por una finalidad epistemológica tendiente a recortar espacios a
estudiar.
La región como división territorial e instrumento de gestión
En este caso, las regiones derivan de un ejercicio de ordenamiento territorial y
diferenciación por áreas (regionalización), dentro de un determinado territorio, por parte
del agente social que controla ese ámbito geográfico. Dependiendo de quién regionalice
y de sus objetivos, de la forma en que se establezcan las relaciones de poder, los
resultados pueden llegar a ser múltiples: regiones autónomas, regiones-plan para
inversiones, zonificaciones para la mejor distribución de recursos, la identificación de
lugares centrales para propagar una acción territorial. Así, las regiones son partes de un
todo y tienen una función claramente territorial, de ejercicio del poder -sea económico,
simbólico o institucional- en áreas menores, delimitadas, subordinadas a un centro de
comando. Esta forma de regionalización, en el sistema de estados nacionales, es un
procedimiento de formación “desde arriba”, aún cuando su consecución conlleve
procesos de negociación con las identidades locales.
La regionalización resultante puede ser: continua, cuando se trata de una partición del
territorio donde el conjunto de las partes lo cubren en su totalidad y están yuxtapuestas;
discontinua (un archipiélago), cuando se identifican y delimitan espacios que cubren el
territorio en forma dispersa; o, puede llevar al reconocimiento de sólo un lugar (una
isla) en el caso que se recorte únicamente una región dentro del territorio, por ser de un
área que requiere de un tratamiento diferencial dada su singularidad.
Región como construcción política e identitaria
Vista así, la idea de región está asociada a los regionalismos, localismos y
nacionalismos. Se trata de movimientos de base territorial, de ideologías territoriales,
que se definen por argumentos geográficos que perfilan una determinada identidad y
que construyen o reconstruyen la otredad. Deriva de los sentimientos de pertenencia de
un grupo a un determinado ámbito sub o trasnacional y de las acciones que ese colectivo
efectuará tendientes a ejercer relaciones de territorialidad, sea con otros grupos
regionalizados o con la sociedad en su totalidad. Las regiones eventualmente cobran
autonomía y, en situaciones extremas, se separan. En este caso, a la inversa del
planteado arriba, se trataría de una acción “desde abajo”, de confrontación de un poder
subordinados hacia otro hegemónico.
La región, en este sentido, se transforma en una comunidad imaginada: una comunidad
políticamente movilizada, limitada geográficamente, donde se define un nosotros
regional. La reivindicación de esta identidad singular tiene diferentes
orígenes: el reconocimiento étnico y la legalización de la tenencia de la tierra, la
autonomía económica o la protección del patrimonio natural. Pueden entrar en juego
criterios lingüísticos, religiosos, económicos o culturales, y suponen un principio de
defensa de un interés grupal. A pesar de la aparente homogeneidad regional dada por
una religión, una lengua, una práctica económica o una etnia, como ocurre generalmente
con las naciones, las comunidades regionales suelen ser internamente fragmentadas y
diferenciadas, y muchas veces el interés regional responde más claramente a los de un
determinado grupo social.
La región como instrumento conceptual
Región es, asimismo, uno de los conceptos claves de la tradición geográfica y, junto al
de espacio, es el que tiene el mayor número de revisitas. La región ha sido objeto de
estudio (realidad ontológicas, objetiva), instrumento metodológico (herramienta para
comprender determinada lógica organizativa), o bien categoría empleada para reconocer
tanto diferencias existentes en la superficie terrestre como las ideas formadas
socialmente sobre esas diferencias; región es una
herramienta fundamental en el quehacer académico de diferentes campos del
conocimiento, como la geografía académica, la economía, la historia o la geología. A lo largo del proceso de
formación del campo disciplinar de la geografía se pueden reconocer al menos seis
perspectivas regionales, entendiéndose como tal la elaboración de herramientas
heurísticas destinadas a identificar, delimitar y describir ámbitos geográficos discretos,
que no necesariamente reciben la denominación de región. Cada perspectiva responde a
un momento epistemológico diferente de la disciplina, a un diálogo e interacción
singular con otros campos disciplinares.
La práctica académica de la regionalización se originó hacia mediados del siglo XIX
con la profesionalización de la geología: especialistas de ese campo tempranamente
elaboraron la noción de región natural, ampliamente recuperada por la tradición
fisiográfica alemana. La regionalización suponía entonces la división del medio natural
a partir de la consideración de unidades morfoestructurales, zonas climáticas, cuencas
hidrográficas y áreas biogeográficas. La región es una unidad fisiográfica donde el
conjunto de los elementos naturales alcanzan un cierto equilibrio.
Tomando como punto de partida la noción de región natural, la escuela regional
francesa buscó resaltar las distintas formas en que los grupos humanos aprovechan los
dones de la naturaleza, a través de la técnica y de diferentes formas organizativas. De la
interacción entre hombre y naturaleza, de larga duración, surge un paisaje y un modo de
vida que se puede individualizar, delimitar y describir. Se combinaban, en una idea de
síntesis, regiones naturales y acciones humanas, y de ello surgió la noción de región
geográfica. Como en la fisiográfica, en esta perspectiva la regionalización supone la
partición del territorio del estado nacional, formando un mosaico, donde no queda
ningún espacio fuera de las regiones. Cada región reúne rasgos que le otorgan
personalidad y la diferencian del resto. Igual que en un puzzle, el diverso conjunto
regional termina formando la unidad nacional.
Otra perspectiva, puso el énfasis en la polarización que ejercen ciertas localizaciones
particulares, como las ciudades o los puertos, en la organización del espacio. La región
polarizada está entonces formada por un lugar central y por su área de influencia, el
hinterland. Esta lógica de regionalización se diferencia de las anteriores en que no se
basa en factores topográficos o culturales, sino en la dinámica funcional del espacio.
Otra diferencia importante a resaltar es que las regiones dejaron de considerarse como
entidades ontológicas para ser empleadas como artilugios metodológicos en el análisis
espacial. En este tipo de regionalización se toma al espacio como una superficie
isomórfica y ahistórica, en la cual pueden reconocerse área, líneas y puntos.
Desde la perspectiva fenomenológica, la región pasa a ser un espacio de vida, un
espacio vivido por y desde el individuo. Es el refugio del ser humano. En este caso, la
diferenciación geográfica está asociada a la subjetividad de los individuos, a su
percepción, a la construcción del espacio como algo socialmente significativo, como un
ámbito de identidad.
La región económico-política atiende –a diferencias de las anteriores- a las
desigualdades espaciales que surgen por el avance del modo de producción capitalista.
Aquí se advierte un cambio importante en la concepción del espacio, que ya no es el de
una realidad objetiva ni un concepto relativo. El espacio es concebido como una
construcción social y, por lo tanto, resultado de un conflictivo proceso histórico, surgido
a partir del despliegue del capitalismo. Región-lugar, región-red, regiones que ganan,
espacios emergentes, declive regional, región relacional, medio de innovación, región
de aprendizaje, región inteligente, mundos productivos regionales son palabras clave de
esta perspectiva. Son las regionalizaciones inspiradas en las elaboraciones de la
economía política.
Desde mediados de la década de 1980 los estudios regionales tienen una fuerte impronta
política, histórica y cultural. La región político-cultural recupera la idea de la
construcción subjetiva del espacio, ya no por un sujeto individual, sino por un sujeto
colectivo. Región y territorio aparecen en algunas propuestas como categorías
equivalente. Se observa un énfasis en la historicidad de las regiones, lo que lleva a
considerarlas ya no como realidades fijas, sino como procesos abiertos, dinámicos,
contingentes, en permanente transformación a partir de las prácticas materiales y
culturales de la sociedad. Esta perspectiva, si bien no desconoce la dimensión material
de la región, pone un mayor énfasis en la dimensión simbólica de la región, en su
invención histórica, en las representaciones colectivas y en las relaciones de poder, en la
construcción colectiva de la idea de región y en el análisis de su faceta narrativa. Desde
esta mirada se pueden reconocer diferentes escalas espaciales y temporales en el
proceso de construcción regional, donde intervienen sujetos sociales e institucionales de
la más variada gama. En esta perspectiva se suelen analizar los procesos sociales
vinculados a la región, en los sentidos antes apuntados: la región como división espacial
que supone algún proceso de negociación entre niveles territoriales; la región como
regionalismo, como ideología territorial, como proceso de construcción de identidades
sub o supra estatal-nacionales. En otras palabras, la cuestión regional se plantea como
una geografía cultural, una instancia surgida de las relaciones de poder y, también,
como una entidad geográfica e histórica –o geohistórica-, prestando atención a las
manifestaciones sociales de las minorías, de los grupos excluidos, de los actores sociales
subalternos.
En síntesis, ya sea como forma de reconocer realidades objetivas, como estrategia
metodológica o como una combinación de ambas posibilidades, la regionalización en
definitiva es una clasificación, un reconocimiento de diferencias geográficas -algunas
veces naturales, pero generalmente sociales-, mediante la identificación, delimitación y
estudio de una o más áreas, con mayor o menor grado de precisión de sus límites. Las
regiones que surgen de esas diferenciaciones pueden operarse a partir de elementos
naturales, de los resultados materiales a través de los cuales las sociedades
transformaron la naturaleza, del funcionamiento de un sistema económico, de la
desigual distribución de la riqueza, de la circulación del poder o por la forma en que los
grupos sociales imaginan y practican las diferencias espaciales. Los movimientos
regionales, asimismo, pueden pensarse como estrategias de construcción de
identidades/alteridades, de diferenciación entre un “nosotros” (semejantes) y un “otro/s”
(diferente/s), a partir de ciertas diferencias espaciales.
Lógicas de la división regional: zonas, redes y lugares
Una preocupación constante de la geografía regional fue la determinación de el o los
criterio/s de identificación y delimitación de las regiones. Interesa aquí realizar algunas
consideraciones con respecto a la delimitación regional y al peso dado a la
continuidad/discontinuidad de las unidades regionales (y también territoriales)
resultantes de una clasificación por áreas. En este caso, dentro de la tradición, se pueden
identificar tres lógicas: las regiones/territorios-zonas, las regiones/territorios-red, las
regiones/territorios-lugar
En la geografía regional clásica, el objetivo central del trabajo académico era identificar,
delimitar y describir, en forma exhaustiva, la trama regional –cual puzzle- dentro del
cuadro territorial del estado nacional. Los límites regionales no necesariamente
recorrían límites político-administrativos y las regiones no definían inevitablemente
entidades de esa clase, sino unidades donde se desplegaba un paisaje y un género de
vida, único e irrepetible, donde se reconocía cierta homogeneidad y uniformidad
humana. Es, sin duda, aunque tal vez con móviles diferentes, la misma lógica de
regionalización de los estados nacionales, que presupone que todo espacio queda
incluido dentro de alguna región, donde las divisiones están yuxtapuestas y no existen
superposiciones. Definen, de este modo, geografías continuas. Ahora bien, es dable
preguntarse si el mosaico regional yuxtapuesto es el único sistema de clasificación
espacial posible. La respuesta sería negativa si entran a considerarse otras lógicas de
diferenciación espacial. La literatura contemporánea, cada vez más, hace referencia a
los territorios o regiones-red y a los territorios o regiones-lugar
Para definirlo a través de un ejemplo, un típico territorio-red es el del narcotráfico. El
tráfico ilegal de las drogas en Sudamérica, por caso, define una territorialidad compleja
organizada en forma de red, que incluye nodos productores, nodos transformadores,
enlaces de transporte y enlaces virtuales de comunicación, pasos de frontera,
territorialidades urbanas de distribución y consumo, etc. Se trata de una territorialidad
que compite y desafía a la territorialidad estatal, pero no la desplaza. Estas redes se
apoyan y aprovechan los territorios zona. El narcotráfico, las redes financieras, el
terrorismo internacional son algunas de las formas de organización territorial que
internamente establecen una regionalización que no se parece en principio al
rompecabezas de los otros mapas consabidos. Sin embargo, la regionalización comparte
un mismo principio: establecer una diferenciación geográfica interna, en este caso, para
garantizar la circulación de la producción y con ello reproducirse en el tiempo. Cada nodo en ese territorio-red participa, de
alguna forma, en algún mosaico regional del estado nacional y, a su vez, se posiciona
como lugar. Esta lógica, en el pensamiento académico, está presente en la perspectiva
funcionalista, la cual fue ampliamente recogida por la tradición historiográfica regional
argentina. En esta línea, un trabajo pionero fue el de Sempat Assadourian en su
reconstrucción del espacio económico peruano del período colonial en América
La idea de lugar suele estar asociada a un nivel escalar, el local, en oposición al regional
o al global. Otras veces a sitio o emplazamiento. También, lugar se asocia con la idea
de singular. El lugar pasa a ser entonces una singularidad, un espacio particular,
diferenciable, con una idiosincrasia y una dinámica propia, donde se condensa una
amplia gama de variables espacio-temporales. Las regiones o los territorios podemos
pensarlos como lugares definidos por aspectos sensoriales, afectivos, estéticos y
simbólicos, tanto desde su interior como desde su exterior. Dos ejemplos pueden ser ilustrativos.
En donde se encuentran la Argentina, Bolivia y Chile, es posible reconocer un lugar,
una región funcional trinacional, definida por una red de complementación comercial de
larga data, donde se conectan entre sí un conjunto de nodos que se activaron,
desactivaron y reactivaron en diferentes momentos de los siglos XIX y XX donde,
inclusive, pueden reconocerse vestigios de la dinámica espacial del período colonial.
Una evidencia material de dicho lugar es una red ferroviaria trinacional, único caso en
Sudamérica. Se trata de la región circumpuneña, denominación heterodoxa que surgió
en el ámbito académico en el último período. Aquí no hay un proceso de construcción
imaginaria fuerte desde adentro, sino desde afuera, desde la academia en el intento de
reconstruir la organización social de un ámbito determinado.
Otro espacio singular es el sitio donde se encuentran los territorios de la Argentina,
Paraguay y Brasil. Se trata, de igual manera, de una región trinacional pero con
características bien diferentes a las de la región circumpuneña, recién mencionada. Este
lugar se lo conoce como la Triple Frontera, denominación que se gestó fuera y dentro
del lugar, y está presente en los discursos científico, periodístico, político y de la vida
cotidiana: existe una Triple Frontera, un ámbito cuyos límites son difusos, pero que
tiene un nodo claramente identificable que es el sistema urbano formado por Ciudad del
Este, Foz de Iguazú y Puerto Iguazú, en la confluencia de los ríos Iguazú y Paraná. En
su dimensión imaginaria, la categoría Triple Frontera está fuertemente asociada a las
nuevas teorías de la seguridad y de la amenaza exterior de los Estados Unidos, que
identifican allí la presencia de células dormidas del terrorismo trasnacional; a las redes
de narcotráfico y contrabando; al circuito turístico en torno a las Cataratas del Iguazú,
etc. Es la región de la Triple Frontera, lugar en el que tres estados por acción u omisión,
permiten o no la circulación de bienes, personas e información, de una forma que no
ocurre en los otros 12 puntos tripartitos de Sudamérica; todo esto es lo que colabora a la
construcción de su singularidad.
Dos puntos tripartitos, dos regiones-lugar, con marcadas diferencias entre sí, pero que
constituyen a la vez nodos de las redes ilegales e integran sistemas de territorios-zonas
de tres países. Esto lleva a pensar en una la multiterritorialidad, idea
muy en boga dentro de la geografía, o, en forma más genérica, en la multiescalaridad
geográfica. Cada sitio participa simultáneamente en diferentes espacialidades: cualquier
persona al visitar Puerto Iguazú, está en un lugar de escala local con una dinámica
urbana propia; que forma parte de la Triple Frontera, lugar en la que se mezclan rasgos
de tres estados; transita por uno de los nodos del contrabando; observa un ícono
paisajístico de la región Noreste Argentino el NEA, que a su vez es una de las piezas del
típico mosaico regional argentino, por nombrar sólo algunas de las escalas geográficas
que allí se articulan. Captar la multiescalaridad geográfica es una tarea compleja, pero
permite reconocer el sistema de fuerzas que se despliega espacialmente.
Los espacios son fragmentados, rugosos, discontinuos, se organizan en forma de zonas,
redes, lugares, configuran aglomerados de exclusión. La territorialidad estatal, que
tradicionalmente buscó una geometría estable, compite con diferentes geometrías del
poder, multiescalares, muchas de las cuales se traducen en territorialidades
temporalmente inestables y de límites elásticos. Al abordar la multiescalaridad
geográfica, el mapa regional deja de ser un mapa compacto clásico donde las unidades
son contiguas y cubren todo el territorio, con límites fijos y únicos a todos los efectos.
En ese caso se está, más bien, ante mapas de geometría variable, formados por piezas
con tamaños distintos y cambiantes.
Geografía histórica regional
En la perspectiva político-cultural sobre la región, la reconstrucción histórica tiene una
importancia mayúscula. Se puede reconocer en el proceso de institucionalización de
cualquier región, un momento de emergencia, uno de transformación y otro de
desaparición. En todo ese proceso la región o el territorio adquiere forma por la
definición de sus límites (y eventualmente fronteras), cobra una determinada
organización político-administrativa, productiva, poblacional e inclusive ambiental. Los
territorios y las regiones ya no son concebidos como entidades ontológicamente fijas,
sino como estructuras dinámicas, en transformación, que están constituyéndose
permanentemente a través de las prácticas materiales y culturales de la sociedad. Estas
entidades pueden imaginarse, por lo pronto, como procesos abiertos e históricamente
contingentes. Las regiones son, a la vez, entidades institucionales, funcionales y
simbólicas.
El componente simbólico-conceptual alude al conjunto de representaciones socialmente
producidas con respecto a la o las regiones. La identificación de un colectivo social con
una región o un territorio se desarrolla a través de símbolos. La toponimia y la
genealogía de categorías regionales, junto al discurso escolar, la literatura de viajeros,
los discursos académico y político, la cartografía histórica y la iconografía oficial, la
prensa y medios de comunicación, pueden constituir terrenos fructíferos para indagar
sobre la producción de imaginarios regionales. El discurso escolar, por ejemplo, a través
de la geografía, la historia y el civismo, se constituye en un poderoso agente para la
construcción simbólica de la identidad/alteridad regional, participando activamente en la
formación de opiniones, categorías y miradas sobre el país, modelando la conciencia y
los sentidos de pertenencia de la ciudadanía
La toponimia es otra fuente no menos importante para la construcción de identidades
regionales. La elección del nombre de un lugar, sus sucesivos ajustes y resignificación,
participan en la creación de sentidos de pertenencia, contribuyen a forjar memorias
colectivas y a producir imaginarios regionales. Los topónimos suelen resaltar
determinado aspecto o dimensión de la entidad regional, del pasado del conjunto de
sitios que abarca la región, expresan la posición que ocupa cada región dentro de
determinadas territorialidades y puede ser expresión elocuente del paisaje significativo
del lugar. La toponimia expresa relaciones de poder, forma parte de las
estrategias de control de un área. La denominación le otorga existencia al lugar; es una
forma de apropiación real o simbólica . Asimismo, los topónimos son
categorías, términos para una clasificación nominativa que, como tales, tienen una
historia, fueron formuladas en determinado momento y, como suele ocurrir muchas
veces, han sido resignificados en cada período histórico.
En el pensamiento geográfico argentino, es muy común encontrar relatos regionales que
arrancan en el pasado remoto y llegan hasta nuestros días, creando una ilusión de
continuidad y permanencia, más allá de los procesos sociales de cambio que se estudian.
En la toponimia regional del actual espacio argentino hay algunos nombres de lugar que
tienen un origen arcaico, prehispánico inclusive, como Puna, Pampa, Tucumán, Chaco o
Cuyo. Esta gran persistencia alimenta interpretaciones de larga duración, donde el
surgimiento de las regiones muchas veces se rastrea, inclusive, hasta el neolítico. ¿Es posible que una misma categoría regional haya sido utilizada
para organizar las diferencias geográficas en momentos tan radicales y transformadores
como la ocupación incaica, la Conquista, la creación de virreinatos, los movimientos de
Independencia, la formación de los estados nacionales o el actual proceso de integración
física interestatal?
Esta forma de abordar el estudio regional deriva de la gran influencia que tuvieron la
perspectiva fisiográfica y la humana en el pensamiento geográfico argentino, que
naturalizaban las regiones y las presentaban como escenarios estáticos, más que como
construcciones sociales. Pero, aun en el caso de las regiones naturales, que se piensan
como entidades obvias para cualquier período histórico, generalmente se olvida que son
construcciones del siglo XIX, que responden a una cosmovisión moderna, a una
clasificación de la naturaleza basada en el pensamiento científico y no, como otrora, en
el pensamiento mágico o mitológico.
En las visiones clásicas, las regiones son escenarios previos y externos a los procesos
sociales. Dichos espacios a lo sumo varían en su extensión y en el grado de
transformación de su paisaje (en tanto aspecto visible del sustrato material),
dependiendo del autor que proponga la regionalización. Esta visión tiene dos
consecuencias, relacionadas entre sí:
· una, ya apuntada, es que la región, como idea para mostrar las diferencias
geográficas, se vuelve una entidad ahistórica, naturalizada, un soporte material para las
relaciones sociales;
· la otra, es que se imponen al pasado, para pensar las diferencias geográficas del
pasado, categorías creadas en el presente, que surgen a partir de los procesos de
diferenciación geográfica del presente.
Desde una perspectiva político-cultural, al estudiar las regiones, se tienen en cuenta los
contextos históricos de emergencia, la compleja trama de actores sociales que
participaron en su construcción material y en su definición imaginaria. Cada región que
conocemos en el presente, tuvo su origen en un momento determinado y, en su
conformación, estuvieron activos elementos de formaciones geográficas pasadas, pero
que no son otra cosa que eso: relictos de geografías desaparecidas, presentes en nuevas
entidades emergidas, que a su vez se están transformando permanentemente en un
proceso abierto y contingente, y, a posteriori, eventualmente, se constituirán en relictos
de regiones futuras, en rugosidades. Las categorías regionales forman
parte del entramado de relaciones sociales, no son productos externos a la sociedad, no
se forman en instancias previas o posteriores a los acontecimientos sociales: la región
es, también, un acontecimiento social. Y no sólo la región como espacio social tiene su
historia, sino también como idea, como categoría, como nombre.
Tomemos como ejemplo al Noroeste Argentino (en adelante NOA), una de las
consabidas divisiones regionales de la Argentina surgida durante el siglo XX. ¿Es
posible hacer uso de la categoría NOA en un estudio del siglo XV? ¿Podemos hablar de
procesos sociales en el NOA, en el período prehispánico? Para ello habría que
preguntarse ‘¿qué es NOA?’ Actualmente, NOA es una categoría regional, un vocablo
utilizado para designar a un espacio diferenciado dentro del mosaico regional argentino.
Como tal, tiene su gestación durante el siglo XX, estableciéndose como el nombre de
una región geográfica hacia la década de 1950, e institucionalizándose
como región-plan en la década de 1960, en el contexto del auge de las políticas
desarrollistas (“Sistema Nacional de Planeamiento y Acción para el Desarrollo” ley
19964, de 1966). Desde entonces, NOA se volvió una marca regional ampliamente
utilizada.
La categoría NOA tiene dos componentes. Un componente es geohistórico, Argentino,
lo que marca un determinado recorte espacio-temporal: no puede haber noroeste antes
que la Argentina, y no hay Argentina antes del siglo XIX. El otro componente es
geopolítico: noroeste, una posición relativa, en un esquema de poder, no por oposición
al sudeste, sino al centro. El noroeste, al igual que el noreste, el sur y el oeste, en la
Argentina, se definen con respecto al centro de comando territorial: Buenos Aires. Por
lo tanto, no hay proceso social posible en el NOA, eventualmente, antes siglo XIX.
Para hacer referencia a configuraciones regionales del siglo XVII, que en un mapa
actual se pueden superponer a la geometría del NOA, se puede apelar a, al menos, tres
alternativas. Una es utilizar las categorías de la época. En lugar de hablar del NOA, tal
vez sea correcto hablar de el Tucumán, recuperando una categoría regional significativa
para esa época. Otra alternativa, sería hacer uso de categorías toponímicas actuales, pero
con las necesarias salvedades, como cuando se dice, por poner un ejemplo, “en lo que
actualmente es el área que cubre la región del NOA…”. Pero este es un recurso que
puede volverse engorroso y se presta a forzar ciertas coincidencias cartográficas. Otra
opción, finalmente, es utilizar nombres ad hoc, como cuando Assadourian, por ejemplo,
propuso la categoría espacio económico peruano, una región polar definida en torno a
las ciudades coloniales de Lima y Potosí, que se conformó hacia el siglo XVII. Espacio tucumano o del centro-sudeste del Perú -definido por
entonces en relación a Lima, y no a Buenos Aires-, tal vez, sería una categoría heurística
apropiada para emplear en un estudio de configuraciones regionales originadas en las
tierras que después formarían, grosso modo, el NOA. Referir siempre del mismo modo
a diferentes entidades geohistóricas, designando por ejemplo NOA o Cuyo siempre al
mismo sector y brindando sus coordenadas geográficas o su extensión sobre un mapa
actual, implica forzar las variables geometrías que tales denominaciones fueron
adquiriendo, en cada momento, en las representaciones de los actores, en los
documentos jurídicos y en el terreno, en la geografía material del espacio considerado.
En las ciencias sociales, muchas veces se utilizan las denominaciones regionales en
forma poco o nada reflexiva, como sugiere Chiaramonte, como mero recurso de
comodidad del lenguaje.
Los usos de región en la Argentina
En la Argentina, la categoría región fue adquiriendo diferentes usos, con el desarrollo
de distintas prácticas y discursos, dentro y fuera del ámbito académico, en el marco de
la geografía académica o no. A lo largo del siglo XX, región tuvo al menos los nueve
usos que se desarrollan a continuación. Estos diferentes usos recogen y están en sintonía
con las seis perspectivas regionales antes señaladas.
Epistemológico
El pensamiento regional tuvo una amplia difusión en el ámbito académico argentino.
Disciplinas como la geografía, historia, arqueología y economía fueron desarrollando,
en el pasado y en el presente, programas de estudio e investigación sobre cuestiones
regionales.
En el caso de la geografía, región fue una categoría central en el proceso de formación
de un campo disciplinar independiente, especialmente hacia la década de 1940, en el
momento en que se crean los departamentos de geografía en algunas universidades del
país. En ese momento, la comunidad de geógrafos
comienza a ampliarse, y a tener a la cuestión regional como su caballito de batalla y a la
escuela como el principal ámbito de transposición de la producción académica. La perspectiva predominante, por entonces, era la humana, con una fuerte
impronta ambientalista, donde los geógrafos tenían como principal pretensión
recomponer el rompecabezas de regiones geográficas argentinas (Escolar, Quintero y
Reboratti 1994). Con el tiempo, las diferentes perspectivas regionales tuvieron
diferentes grados de influencia en el pensamiento geográfico argentino, pero fue la
concepción de la región geográfica la que sin duda ha tenido mayor influencia dentro y
fuera del ámbito académico en general.
En el caso de la historia, una perspectiva que ha tenido gran desarrollo en el último
tiempo es la historia regional, especialmente en los ámbitos universitarios extra
metropolitanos. Lo que se proponen los historiadores de esta corriente es reconstruir
ámbitos espaciales diferentes al de la nación y al de las provincias, especialmente a
través del estudio de las relaciones sociales de producción, que permitan dar cuenta de
configuraciones regionales que la mortaja de los límites políticos muchas veces impide
reconocer, como por ejemplo el comercio de arriería transcordillerano del siglo XIX.
Escolar
La geografía académica tuvo, por mucho tiempo, al sistema escolar como el principal
medio para la transposición del saber disciplinar. Durante todo el
siglo XX las regiones fueron tema central en la enseñanza de la geografía, alcanzando
su mayor desarrollo hacia 1950. Aún en la actualidad, las regiones geográficas siguen
siendo un eje ordenador de los contenidos que organizan la comprensión de la
diversidad espacial internas de la Argentina.
Hasta la década de 1950, la enseñanza de la geografía del país proponía como principal
itinerario de lectura -una vez aprendidos los rasgos básicos del territorio nacional-, una
recorrida comprensiva de los aspectos políticos y económicos, por las provincias y
territorios nacionales. Desde la década de 1950,
con la influencia de la Sociedad Argentina de Geografía, se consagraría a la
región geográfica como unidad significativa para la comprensión de la organización
territorial del país. Esta concepción se volvió al fin hegemónica en el pensamiento
geográfico argentino, tanto en el ámbito académico como en el escolar.
Desde entonces, la enseñanza de la geografía argentina, la lectura de sus diferencias
internas, comenzó a realizarse a través del puzzle de regiones geográficas. Esta
regionalización supone una división zonal, haciendo una partición exhaustiva del
territorio nacional, en regiones con una delimitación precisa. Este esquema, aggiornado,
con geometrías cambiadas, con mayor o menor número de regiones, o cambiados
algunos nombres, pervivió hasta la actualidad.
La principal consecuencia que trajo este cambio sobre la imagen del propio país fue que
el mapa dividido en 24 unidades políticas se transformó en uno dividido en 6 a 8
regiones geográficas, dependiendo del autor, entidades que no se definirían
políticamente sino, en gran medida, por su componente geofísico. En otras palabras,
desde la década de 1950 el pensamiento geográfico en el sistema escolar logró una
ponderación de las regiones para comprender las diferencias internas del país, ubicando
a la división territorial provincial del mapa federal en un segundo plano. La división de
la Argentina en regiones geográficas se convirtió en una narrativa hegemónica en la
geografía escolar. Tuvo su correlato en otros discursos y prácticas de regionalización
como, por ejemplo, el sistema estadístico nacional.
Estadístico
En los nueve censos generales de población realizados en la Argentina, desde el siglo
XIX, la información estadística se presenta organizada en un conjunto de agrupamiento
de provincias. Los criterios de agrupamiento, el número y extensión de las regiones y la
toponimia fueron variando. Sin embargo, el principal cambio se produjo después del
censo de 1947, cuando los agrupamientos se aproximaron en su delimitación y
denominación a las regiones geográficas recién mencionadas, en un momento de fuerte
centralización de la gestión territorial en el estado nacional, en competencia con las
provincias, y de auge del discurso nacionalista del período peronista
Esta regionalización está presente en todo el sistema estadístico nacional y se
transformó en uno de los niveles de agregación de información del país, intermedio
entre las provincias y la nación. Estos agrupamientos tuvieron como principal efecto
territorial una homogeneización estadística zonal, con su correlativo efecto simbólico,
de por sí muy poderoso en algunos casos.
Toponímico
Las regiones tienen además un uso toponímico. En diversidad de productos o eventos,
se utiliza las difundidas expresiones regionales, aun cuando no subyazca una práctica o
movimiento regionalista, aun cuando el alcance del evento sea local o recorte una
geometría bien diferente a la región invocada. NOA, Cuyo y Patagonia tienen amplia
difusión, dentro y fuera del país. A veces NOA se intercambia por norte y Patagonia por
sur. Algunas categorías, como Patagonia o Cuyo, se utilizan como una imagen
corporativa o como apelación de origen de algunos productos. Cuyo
o Patagonia designan unidades espaciales que no se condicen con una unidad política,
sino, con una unidad teóricamente homogénea en cuanto al paisaje cultural y natural. A partir de la década de 1940 muchas de estas categorías regionales se
nacionalizaron. Así, Patagonia suele mencionarse como Patagonia argentina, el Chaco
como Chaco argentino y noroeste como el NOA. Lo mismo ocurrió con Puna, que hasta
entonces se conocía como Puna de Atacama y desde entonces se suele designar como
Puna argentina.
A nivel subprovincial ocurre lo mismo: las divisiones en regiones geográficas
cristalizaron un sentido común sobre las diferencias internas, divisiones que
generalmente son de base natural, y no tanto política. Otras divisiones subprovinciales,
como los departamentos, tienen un doble uso: unidad de agregación de información
estadística (los departamentos son regiones estadísticas) y referencia toponímica. Sólo
en algunas provincias, como en Buenos Aires por ejemplo, designa a una unidad
político-administrativa.
Folclórico
En diferentes formatos se suele utilizar la expresión regional para dar cuenta de
espacios caracterizados por el atraso, lo telúrico e inclusive lo arcaico. Esto se puede
visualizar, especialmente, en la publicidad gastronómica y turística: comidas regionales,
artesanías regionales y música regional. Se trata de los productos culturales que
proceden del llamado interior del país. En la Argentina existe un histórico
enfrentamiento entre Buenos Aires y el interior, que durante mucho tiempo se expresó
en rivalidades por el control del poder central, por el comando territorial del país y por
la definición del modelo productivo de país. La ciudad de Buenos Aires aparece en el
imaginario de propios y ajenos como un espacio de avanzada, una parte de Paris en
Latinoamérica, la fiel expresión de la cultura europea. El tango, producto cultural de la
ciudad de Buenos Aires no suele pensarse como parte del folclore, aún cuando tenga las
mismas raíces y el mismo tiempo de permanencia que otras expresiones artísticas del
país.
Frente a Buenos Aires se encuentra un extenso interior que en su estética suele
considerarse se aproxima más claramente a los patrones latinoamericanos, a la
idiosincrasia de los países vecinos: el noroeste se suele imaginar como una cuña de
Bolivia y la andinidad en la Argentina, el noreste una zona invadida por las influencias
paraguayas y el occidente cordillerano un espacio chilenizado. Asimismo, muchos
lugares, sobre todo los del norte del país (Noroeste Argentino y Noreste Argentino), son
estigmatizados por el tradicionalismo, el atraso y la falta de presencia de patrones
culturales europeos. De esta forma, la comida, la música, las danzas y las expresiones
artísticas suelen adjetivarse como regionales, donde lo regional, puede sugerirse, se
asocia con “lo típico”, lo artesanal, las supersticiones, las creencias tradicionalistas y, en
una visión romántica, a grupos sociales originarios de las tierras en las que viven (en
oposición al cosmopolitismo de Buenos Aires). Tanto en la provincia noroeste de Salta
como en la ciudad de Buenos Aires, por poner un ejemplo, la cocina regional es la
cocina no porteña, tradicional, con marcadas influencias de la tierra propia en la que sus
habitantes la diseñaron, olvidando, por cierto, la fuerte influencia europea (hispana) en
esa gastronomía.
El uso folclórico de lo regional tiene su correlato en los estudios sociales. Las
expresiones economías regionales y circuitos regionales suelen dar cuenta de espacios
diferenciados dentro del país, zonas extrametropolitanos de la Argentina, caracterizados
por la fuerte influencia de las actividades extractivas y agropecuarias en la organización
del espacio y la trama social. La
actividad industrial estratégica en la economía del país, como así también los servicios
financieros y de marketing, con una fuerte localización metropolitana –formando una
franja que une a la Región Metropolitana de Buenos Aires con las ciudades de Rosario y
Córdoba- no suele llamarse regional.
Planificador
En la década de 1960 la categoría región comenzó a designar unidades de planificación
y ordenamiento territorial creadas por el estado nacional. La principal experiencia de
regionalización, como estrategia de planificación de las inversiones públicas, fue
desplegada en 1966 por el Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE) que dividió al
país en 8 regiones-plan. Estas regiones alcanzaron
dinamismos internos variables según el caso. Comahue o Norpatagonia, una regiónplan
definida a partir de una política nacional para la generación de energía, probablemente sea el mejor resultado de esta experiencia en cuanto a gestión
territorial.
Esta regionalización, en la que subyace la perspectiva funcionalista, no supuso un
proceso sostenido de descentralización de la gestión territorial hacia entidades políticas
intermedias entre nación y provincias. Las regiones programa se transformaron en una
división administrativa más, superpuesta al resto de la madeja de divisiones creada para
la administración pública nacional. Asimismo, esas regiones no llegaron a adquirir
forma institucional y no pudieron consolidarse entonces como territorios diferenciados
Organizador de la administración pública
Para la administración pública, las sucesivas administraciones de gobierno establecieron
una compleja trama de divisiones. Esas regionalizaciones, que en
general adoptan la lógica de la zonificación y armado de una malla continua de unidades
espaciales, y sólo en algunos casos como el de los parques nacionales se arman con
porciones discontinuas, establecen delimitaciones que muchas veces no respetan las
divisiones interprovinciales y parten a las provincias en porciones que pertenecen a más
de una región administrativa.
En las diferentes zonificaciones, se utiliza el mismo nombre para designar áreas con
extensiones variables. La región NOA, por ejemplo, a veces incluye a 4 provincias,
otras 5, otras 6, inclusive dentro de una misma área de la administración pública
nacional, como la producción agropecuaria.
Lo mismo ocurre al interior de cada provincia. En el caso de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, distintas áreas de gobierno trazaron divisiones completamente diferentes
entre sí. Esto complica, por ejemplo, el cruce de información estadística entre
cuestiones de salud y educación, en la medida que cada zonificación tiene una traza
diferente. La reciente creación de comunas, todavía en proceso de organización,
corregiría esta situación, al hacer coincidir los límites de las diferentes zonificaciones.
Movilizador de solidaridades
Los regionalismos en la Argentina no adquirieron el carácter de movimientos
separatistas ni independentistas. Los movimientos regionalistas no han cobrado gran
protagonismo, siendo las identidades provinciales, probablemente, más poderosos
movilizadores de solidaridades. Son las provincias, las unidades subnacionales que
definen territorialidades y que entran en conflicto sistemáticamente con la territorialidad
del estado nacional. Algunos provincialismos son muy marcados, como los casos
correntino, salteño o neuquino. La construcción de una narrativa sobre las regiones
geográficas desde el discurso oficial del estado nacional, puede pensarse como una
estrategia simbólica para diluir las fuertes territorialidades provinciales.
Asimismo, en la Argentina pueden identificarse históricamente algunas conformaciones
de bloques regiones interprovinciales, pero que no se transformaron en autonomismos
marcados ni mucho menos en separatismos. El más reciente es una serie de acuerdos
entre gobernadores, que llevaron al establecimiento de cuatro regiones: Región del
Nuevo Cuyo (1988), Región Patagónica (1996), Región del Centro (1998) y Norte
Grande Argentino (1999) (ver figura 10). La provincia de Buenos Aires y el área
Metropolitana de Buenos Aires no integraron ninguna de estas regiones. El objetivo de
estos bloques, básicamente, es negociar inversiones del estado nacional y la
coordinación de algunas políticas sectoriales. Se fueron gestando en diferentes
momentos y se institucionalizó la posibilidad de conformarse como regiones para el
desarrollo económico a partir de la Reforma Constitucional de 1994 (ver artículo 124).
No se trata de un regionalismo asociado a la construcción de identidades desde los
sectores populares, desde los actores sociales de la sociedad civil. Se trata, más bien, de
acuerdos a nivel de las gobernaciones, una suerte de alianza estratégica, con el propósito
de negociar la distribución de recursos con el estado nacional. Son territorialidades, a la
vez, subnacionales y supraprovinciales, pero con una capacidad de control espacial aún
acotada.
Existen, asimismo, algunos movimientos de base regional, sub o trans-provinciales.
Ejemplos son la Red Puna (provincia de Jujuy, con extensión hacia Salta) o el Mocase
(provincia de Santiago del Estero), movimientos de base campesina en el norte del país.
La Red Puna es una organización conformada por una red social, con una articulación
territorial discontinua, es decir, configurando un territorio-red. Se define a partir del
lugar en el cual se gestó: la Puna; pero su geografía excede a ese lugar. Es una
institución que surgió en la década de 1990 a partir de la vinculación de organizaciones
de base, técnicos de ONG, oficinas gubernamentales y representantes de la Iglesia.
Pronto cobró forma de movimiento de base campesina, con rasgos propios del período
actual, de articulación territorial en red. Es un agente social con fuerte presencia en el
NOA, que disputa parcelas de poder a algunas agencias del gobierno nacional, de los
gobiernos provinciales y municipales. Un caso de movimiento sub-provincial con visos de separatismo es el de Bahía
Blanca, en el sur de la provincia de Buenos Aires, que mantiene como objetivo la
creación de una nueva provincia. De todas formas, ninguno
de estos movimientos se radicalizó y se transformó en una lucha por la autonomía o la
separación.
En la Argentina, podría afirmarse, los conflictos territoriales siguen estableciéndose y
resolviéndose en la tensión Nación-Provincias.
División política
La categoría región, en occidente, ha sido incorporada por muchos estados nacionales
en los sistemas de división política. Bélgica, España y Chile son algunos ejemplos de
países donde el territorio está dividido en regiones. Las regiones son divisiones de
primer orden, que tienen funciones políticas y administrativas de diversa índole. En
estos casos, la regionalización se operó con un objetivo descentralizador del poder
estatal nacional -desde arriba- (caso chileno), que confluyó con movimientos
regionalistas -desde abajo- con capacidades de negociación diferenciales (caso español).
En estos países se crearon sistemas de gobierno con autonomías subnacionales e
inclusive federales (caso belga).
En la Argentina, la idea de región no está asociada a una entidad política autónoma, sino
más bien a un espacio definido por la naturaleza y transformado por la sociedad, que
mantiene cierta homogeneidad en toda su extensión, expresada en un paisaje. No
obstante, considerando la acción homogeneizadora estatal, se puede afirmar que son los
estados provinciales los agentes que marcan las más notorias diferencias geográficas
internas en el país, por las posibilidades que les otorga el sistema federal de gobierno.
En la Argentina no se definió ninguna regionalización supraprovincial duradera como
división política del territorio, fuera de los pactos interprovinciales. El país surgió hacia
la década de 1860 por la unión de pequeños estados, que inicialmente se confederaron y
que finalmente se transformaron en un estado federal.
Las provincias son, así, entidades geohistóricas con casi dos siglos de existencia,
procesos abiertos en permanente transformación, donde sus límites se consolidaron a
partir de la resolución de querellas jurídicas, políticas y militares, que
cuentan en su mayoría con ciudades fundadas tras la conquista, que ya se habían
organizado como entornos geográficos de esas localizaciones en períodos anteriores, y
que, finalmente, las actuales entidades geohistóricas provinciales heredaron. Las
provincias argentinas, que en total son 23 más la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
cumplen una función regional, de diferenciación territorial, siendo partes de un todo
nacional, pero a su vez áreas fuertemente homogeneizadas por la acción de los
gobiernos provinciales; espacios vividos y espacios de vida, referenciados por
colectivos sociales con una fuerte pertenencia provincial, con poderosos argumentos
territoriales para la construcción de identidades/alteridades, presentes en la literatura, en
el cancionero folklórico, en la iconografía y la toponimia, entre otros recursos narrativos
surgidos en estas regiones/territorios llamados provincias.
Consideraciones finales
El pensamiento y la práctica regional tienen una larga tradición en la Argentina, en la
cual la geografía académica tuvo su participación, aún poco estudiada. Fue sobre todo la
geografía escolar -la geografía enseñada en las escuelas- la que tuvo mayor difusión e
influencia en la forma de pensar las diferencias internas del país.
El pensamiento regional argentino tendió a restarle relevancia a las provincias como
unidades significativas en el modelado del paisaje, ponderando a la región geográfica,
síntesis de componentes naturales y humanos, como diferenciador por excelencia de
espacios internos. La geografía regional, desde una perspectiva humana, comenzó a
desarrollarse lentamente en la década de 1930, con Federico Daus como figura
emblemática de esta corriente, para ganar hegemonía hacia la de 1950. Esta concepción
puede reconocerse en otros discursos y prácticas, como el de la planificación y el de la
publicidad de las estadísticas oficiales, o en la promoción turística de lugares, aun hasta
la actualidad. Aún son pocas las investigaciones que den cuenta de estos múltiples
cruces. Se trata de una empresa intelectual en ciernes.
Este trabajo pretendió realizar una revisión de los diferentes usos de región, sino todos,
los más relevantes, dentro del pensamiento regional argentino, abriendo un abanico de
conceptualizaciones que, a futuro, requieren de un abordaje más profundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario