jueves, 3 de septiembre de 2015

Floria y belsunce cap10 - CRISIS DE LA LEGITIMIDAD DINÁSTICA

CRISIS DE LA LEGITIMIDAD DINÁSTICA 

Dos recuerdos obsesionaban a los hombres de principios del siglo xix: la Revolución Francesa v el Imperio napoleónico. Desde 1789 en Francia y desde 1792 en Europa, la revolución v la guerra habían sacudido los cimientos del antiguo régimen. Veinticinco años de desórdenes y de guerras fueron bastantes para que los hombres buscasen restaurar el poder v hacer la paz. La sombra de Hobbes cubría, otra vez, a Europa. 

Esta sería la Europa de la Restauración, de los reconstructores que parten de la reacción monárquica, del Congreso de Viena v de las transacciones preventivas. Pero esa Europa que comienza en 1815 sólo se explica por los años de lucha, de revolución, de conflictos que asedian a los pueblos y comprometen a los dirigentes. 

Las doctrinas, las tendencias y las líneas de fuerza intelectuales e ideológicas, que eran como la estructura de esos tiempos de pendencia, no producen el mismo resultado en todas partes. Porque hechos e ideas producen efectos diferentes según sea la situación que les sirve de contorno o que atraviesan. 

Los acontecimientos del Río de la Plata no fueron ajenos a los sucesos de Europa y América que afectaron a todas las generaciones que eran contemporáneas hacia 1810 v que habían recibido la experiencia vivida, por la trasmisión oral, por el recuerdo o por el proselitismo ideológico, las resonancias positivas o negativas de los factores internacionales de la época. Además del propio contorno sudamericano, puede decirse que hubo entonces tres grandes situaciones del panorama internacional que de alguna manera gravitaron en la situación rioplatense: la emancipación norteamericana y su influencia doctrinal; las tesis del liberalismo revolucionario desde la “(Irán Revolución” —con sus secuelas concretas, que los acontecimientos del 95 sobre todo habían marcado en muchas mentalidades—, y el litigio en la propia España, de donde procedieron muchas de las influencias revolucionarias, renovadoras o innovadoras, de acuerdo con las tendencias que se disputaban el destino de la Península. 

Los acontecimientos eran la manifestación compleja de un fenómeno más profundo: la crisis de la legitimidad dinástica. 

La legitimidad tradicional, que reposaba en la costumbre, en las creencias y en los valores sociales de los pueblos europeos, caía con el antiguo régimen. Por un tiempo, nuevas fórmulas y doctrinas ingeniosas lograrían soslayar el significado profundo de la crisis del Ochocientos. Según las situaciones, el tiempo de la restauración fue más o menos prolongado. Pero pocos ignoraban, al final del proceso, que todo un mundo de tradiciones v de credos políticos y sociales había quedado atrás. 

El 4 de julio de 1776 los Estados Unidos de América declararon su independencia y poco más de diez años después —1787— tuvieron su constitución. Formaban una tensa pero concreta comunidad humana de tres millones de seres. 

Las pretensiones centralizadoras de la corona británica se fueron incrementando con el correr del tiempo v aunque teóricamente el Parlamento representaba los intereses de la totalidad del Imperio —incluyendo las colonias—, éstas interpretaban que lo hacía mucho mejor con los grandes comerciantes de Inglaterra. Para éstos, en efecto, el Parlamento era verdaderamente representativo. Para las colonias lo era cada vez menos. 

El clamor por representación apenas era escuchado en Inglaterra, cuya teoría parlamentaria era que el Parlamento no representaba a individuos o áreas geográficas, sino a los intereses de la nación toda v del Imperio. Pero los americanos veían a éste como una suerte de federación de comunidades, cada una con su cuerpo legislativo, unidas por la común lealtad al rey. No era ésta la visión de los ingleses. 

Se puede decir que el sistema norteamericano y el inglés constituían experiencias únicas, pero al mismo tiempo planteaban cuestiones y problemas ciue preocupaban a hombres de distintas latirudcs por ser problemas v cuestiones casi universales, de alguna manera presentes en la vida del hombre en comunidad. 

Como se advierte, el proceso independentista norteamericano es único, pero también común en ciertos rasgos importantes con el de las colonias rioplatenses. 

F.l proceso en sí mismo iba acompañado por una doctrina —de resistencia a las leves e instituciones tiránicas— que se fundamentaba especialmente en la Biblia v en los escritos del notable liberal John Locke. Quizás pueda decirse que el inglés Locke tuvo, respecto de la revolución norteamericana, una relación análoga a la de Karl Marx con la revolución comunista rusa. Tal vez tampoco Locke (1632-1704) se hubiera sentido muv cómodo al conocer el uso que los norteamericanos daban a sus doctrinas de Two Treateses of Government. Pero los norteamericanos no lo usarían en vano. En. los años 60 v 70 les parecía claro que los gobernantes británicos habían violado la lev natural v la palabra de Dios. Y de acuerdo con Locke, si un gobierno persiste en exceder sus limitados poderes, los hombres quedan dispensados de su obligación de obedecerle. Podían llegar a un nuevo pacto v establecer un nuevo gobierno. Y a eso iban. 

En la revolución americana, en efecto, una guerra por la autonomía de parte de las colonias unidas, tornóse paulatinamente en una guerra por la independencia de parte de los Estados Unidos. Durante el primer año de la guerra los norteamericanos luchaban todavía por su personalidad “dentro” del imperio británico, no por la independencia. Pero poco a poco las actitudes irían cambiando. En parte, porque la guerra se iba haciendo sangrienta V cruel —quizás una de las más sanguinarias del siglo—; en parte también porque el proceso hirió gravemente el afecto de los norteamericanos por la nación madre, que no vaciló en usar indios salvajes, esclavos negros y mercenarios extranjeros contra los colonos. Y por último, la independencia se hizo no sólo un sentimiento sino una necesidad, cuando el gobierno británico emitió la Prohibitory Act, que cerraba las colonias al comercio internacional v no hacía otra concesión que ofrecer el perdón a los rebeldes. 

Los acontecimientos de América del Norte se transformaron on una suerte de mito soreliano, con suficiente difusión como para representar un factor internacional de primera importancia en la vida v en las relaciones internacionales de fines del siglo xvm y buena parte del siguiente. Poco después que la lucha había comenzado, los norteamericanos: tenían va un comité secreto, eneabezado por Benjamín Franklin, con la misión de ponerse en contacto con los “amigos” en Gran Bretaña y más significativamente con los de “otras partes del mundo”. De todos esos amigos exteriores el más prometedor era Francia, aún resentida por su derrota de 1763 a manos de los ingleses. La comunicación franco-norteamericana se hizo más frecuente, mientras la hostilidad hacia los ingleses, imperiales reunía en una liga de neutrales a Rusia, Dinamarca y Suecia. El humor internacional había cambiado para Gran Bretaña, y presionaba en favor de la negociación, lo que contribuyó a la victoria de los norteamericanos luego de la decisiva batalla de Yorktown. Mientras ei pueblo norteamericano celebraba el embarco de las últimas fuerzas inglesas de ocupación en Nueva York, y George Washington entraba triunfalmente en la ciudad, se avizoraban tiempos difíciles, fricciones graves con España v con Francia y aun, de nuevo, con Gran Bretaña. 

El triunfo de la Revolución Americana impuso a los Estados Unidos como un modelo institucional y político digno de ser observado y, en buena medida, imitado. Francia recibió en triunfo a Franklin. Voltaire y aquél se abrazaron en la Academia de Ciencias mientras una multitud aplaudía. Las logias masónicas les rindieron homenaje. El proselitismo de la revolución americana tenía, pues, sus símbolos. 

El “modelo” norteamericano sirvió a quienes aspiraban a justificar el nacimiento de Estados nuevos y a renegar, al cabo, de la legitimidad monárquica. Promovió la admiración por el sistema inglés, de poderes separados y limitados frente a los derechos del ciudadano, que los norteamericanos decían, no sin razón, interpretar con fidelidad. Señaló la importancia funcional de un poder central fuerte, capaz de conducir unidos a los Estados entre apremios económicos y políticos. Expuso, en una constitución escrita, la línea argumental del pensamiento de Locke y dio fuerza a los tribunales de justicia para que pudieran aplicar sus prescripciones en lugar de dejar desguarnecido al ciudadano. Mostró un panorama de ideas pragmáticas junto a las liberales, que contenía desde la democracia centralizada de un Hamilton hasta la liberal de un Jefferson. Y se brindó como ejemplo de marcialidad v de fuerza de un grupo de pueblos que, en la lucha, lograron cohesión y confianza suficientes como para sobrevivir primero e independizarse después. 

No son desdeñables, por cierto, los datos históricos que la revolución norteamericana aporta para la comprensión de los sucesos rioplatenses. 

La primera descarga en el puente de Concord, Massachusetts, daría varias veces la vuelta al mundo. Jefferson había previsto que “la enfermedad de la libertad es contagiosa”, v dio en el blanco.1 

En realidad, una doble corriente convergía hacia las soluciones revolucionarias desde ambos lados del Atlántico. Desde 1770 las influencias de los revolucionarios norteamericanos v de los escritores franceses se combinaban para crear una atmósfera de resistencia, de rebelión y de sacudimientos políticos, económicos v sociales. 

La influencia doctrinal del liberalismo revolucionario norteamericano se añade a las manifestaciones del “modelo” institucional ya citadas. Se evidencia vigorosamente en la Declaración francesa de Derechos. Las garantías reconocidas al individuo en 1789 pertenecen a la más pura tradición estadounidense. Una verdadera revolución social estaba en marcha, y en el caso norteamericano había hecho eclosión. Las ondas llegarán con fuerza a Europa, donde la influencia de la independencia de las colonias inglesas encuentra tres vías de acceso intelectual, admirablemente dispuestas en Francia: Brissot, Condorcet y Mme. Roland. 

Ellos ayudan a admirar la declaración de 1776 v a considerarla, junto con las instituciones norteamericanas, obras maestras dignas de imitación. En el “Elogio” de Franklin, Condorcet escribe que en la mayoría de los Estados americanos una declaración de derechos asigna a los poderes de la sociedad los límites que la naturaleza v la justicia íes imponen. Francia “debería dar el primer ejemplo al viejo mundo”. La pintura de Condorcet era demasiado optimista, pero denuncia la penetración de la imagen revolucionaria americana en Francia, v demuestra la huella de esa influencia. Brissot elogia la libertad religiosa tal como los Estados Unidos, por motivos procedentes de su origen migratorio, la habían establecido de hecho y clama por la libertad de prensa como la única barrera contra la tiranía. Los tres franceses son partidarios de la igualdad de todos ante la lev, de la universalidad de sufragio sin prerrogativas hereditarias o cívicas. I.a representación de la nación debe reposar sobre la población, no en la fortuna o la propiedad. El pueblo no puede sujetarse sino a la lev que consiente. I.a Declaración de la Independencia norteamericana tiene, para estos franceses v muchos más, vigencia original y explosiva: igualdad, derechos naturales e inalienables, legitimidad de la insurrección cuando los derechos son violados. Expresaba el espíritu americano, tenía el tono de las circunstancias v cristalizaba el sentimiento común. Cuando Jefferson, años después, traduce a Destutt de Tracv, documentará el puente intelectual establecido entre representantes distintos de las tesis del liberalismo revolucionario en sus diferentes versiones nacionales. Sobre ellas se tiende, asimismo, el pensamiento de la Ilustración.2 

Tanto la Revolución Americana como la “Gran Revolución” de 1789 suscitaron un prodigioso movimiento del pensamiento v del proselitismo político. Pero en la retina de las generaciones posteriores al 89 o situadas en parajes distantes v con distintas costumbres y mentalidad, como las rioplatenses, la imagen revolucionaria era difusa o indeseable. No sería extraño, pues, que Francia —al menos la Francia de la revolución— fuera anatema para los representantes del antiguo régimen o para los creyentes en los valores tradicionales que los revolucionarios galos habían puesto en cuestión, v “misionera de la libertad” para muchos filósofos e ideólogos. Pese a todo, llamaba la atención la formidable generosidad revolucionaria de hombres que se sentían llamados a servir como guías de sus contemporáneos. La Declaración francesa de derechos del hombre y del ciudadano trasparenta esa intención. Se trata de echar luz sobre los derechos esenciales de los hombres viviendo en sociedad y sobre los principios fundamentales de todo gobierno. Los ciudadanos —todos— deben disfrutar de sus derechos merced a una constitución libre, sabia v sólida. Los provectos se fundan en los derechos naturales v en el contrato social. Hay rastros del pensamiento de Montesquieu, de Rousseau, de los enciclopedistas. La declaración votada el 26 de agosto de 1789 en Francia contiene la doctrina individualista de la revolución y funda la democracia liberal. En realidad, habíase fundado también una suerte de mística universal: la mística del individuo. Pero, ¿es ésa la imagen de la Revolución que circulará por el mundo entre generaciones distantes en el tiempo v en el espacio? La respuesta a esta cuestión es importante para entender el tipo de influencia condicionada que se dará en ambientes y situaciones diferentes. 

La revolución se hará luego nacionalista y la idea de “salud pública” predominará. Para muchos será el fin de la inspiración jurídica y racionalista de los derechos del hombre y del ciudadano. Triunfará más bien la mística ardiente de los derechos v de los deberes de la colectividad nacional emanada del contrato social. La Constitución francesa de 1793 no será al cabo democrática, sino antiliberal, antiparlamentaria, expresión de un Estado sin límites por obra de la voluntad general. 

Entre 1789 v 1793, en efecto, el camino recorrido es considerable. La seducción de los primeros tiempos es a veces neutralizada, y seguramente enervada, por las prevenciones que suscita la ideología del 93. ¿Qué trecho del camino, qué imagen de la “Gran Revolución” es el que recibirán con más nitidez hombres de otros lugares, años después? 

Si el proceso se aprecia a través de la sociedad religiosa, quizás aparezcan más claros los condicionamientos —no la ausencia- de la influencia francesa en otros grupos humanos y situaciones históricas. La antigua y gloriosa Iglesia galicana, que hacia 1750 parecía un edificio inatacable e inconmovible, sería bruscamente agrietada y asaltada a raíz de la revolución. Pocos sospechaban que la dramática reunión de los Estados Generales para hacer frente a una situación financiera crítica, terminaría por discutir hasta las ideas religiosas de los franceses y, con el Terror, llevaría a cabo una empresa deliberada de descristianización. Cuando en 1778 se encontraron en la “Loge des Neuf Soeurs” de París, el “patriarca de la irreligión” —Voltaire— v el “patriarca de la democracia” —Franklin— no sospechaban que catorce años más tarde comenzaría un violento temporal anticatólico, que arrastraría en sangrienta persecución tanto al clero refractario como al propio clero francés partidario de la constitución. El tiempo probaría la vitalidad del catolicismo francés, pero la República nació bajo el signo anticlerical. Lacordaire vio claro en su tiempo cómo la revolución había cambiado al mundo y, sobre todo, “cambiado en el mundo la situación de la Iglesia”.s Esto explicará, años más tarde, los condicionamientos a la receptividad de la “Gran Revolución” en otros tiempos y otras tierras. 

Inglaterra: la transformación del régimen 

¿Qué sucede en Inglaterra? Los revolucionarios franceses la miran con simpatía. ¿Acaso no había inspirado a predecesores como iMontesquieu? Creían que sus ideas revolucionarias serían fácilmente compartidas por quienes, a su modo y con su especial talante, habían hecho su gran revolución un siglo antes. ¿F.rror de perspectiva? 

Inglaterra vivía, en verdad, un movimiento reformador. La atmósfera de Londres estaba cargada de doctrinas radicales. F.l voto de todos los electores, su elegibilidad universal, la frecuencia con que debían ser convocados, la apertura de los registros, eran principios consagrados en Westminster hacia la primavera de 1780. Las clases medias tenían sus reformadores v activistas, protegidos por algunos miembros de la aristocracia. Pero así como los revolucionarios norteamericanos fueron estimulados en su rebeldía por obstáculos metropolitanos, para los reformadores ingleses había una barrera impasable: el Parlamento. Se alegraban por la caída de la monarquía fuerte de F.uropa, la francesa. Se emocionaban con la declaración de 1789. Fueron fascinados por los principios de la libertad, la igualdad y la fraternidad entre todos los hombres, v los partidos de oposición recibieron un impulso nuevo. Un vasto movimiento de sociedades amigas de la revolución se desarrolla en muchas villas v ciudades de Inglaterra. Se preparan para festejar como una fiesta de la libertad política la revolución inglesa de 1688 que pronto cumpliría un siglo. Sociedades de “amigos del pueblo” se fundan por doquier. Especialmente en los distritos industriales del norte se difunde la idea de reclamar para el pueblo más representación en el Parlamento.' 

Empero, lo que la mayoría de los ingleses está dispuesta a sentir v creer, termina por ser expresado en una crítica exitosa v hábil, en la teoría contrarrevolucionaria de F.dmund Burke a través de sus Reflexiones sobre la Revolución Francesa. Porque para Burke, como para muchos ingleses, la política no debe traducirse en dogmas ni en creencias. Y’ale la tradición, que apuntala las instituciones inglesas, sólidas y necesarias. Si la Revolución Francesa proclama una ruptura total con el pasado, ¿cómo apoyarla sin crítica? Aplaude v rezonga. Y termina por redactar la filosofía del orden. Señala que detrás de la voluntad popular hay una voluntad soberana. Apologista de la religión de Estado, defensor de la tradición, de la propiedad v sobre todo del pragmatismo político, teórico de la contrarrevolución, como el teócrata Maistrc o el sistemático Bonald, su pensamiento tendrá el éxito que prometía la opinión pública inglesa, reservada v prevenida.4 

En Alemania, la repercusión de las tesis del liberalismo revolucionario también advierte sobre las generalizaciones excesivas. Cierto es que en los medios intelectuales los principios franceses de la revolución entusiasman, pero ocurre que en Alemania no hav por entonces unidad nacional, ni espíritu revolucionario, ni centros políticos, donde las nuevas corrientes arraiguen. 1.a Alemania de entonces es la de Kant, quien aceptará la revolución sin sus desbordes —buen ejercicio intelectual, si se quiere— v en sus escritos de 1790 a 1795 testimoniará su adhesión a los principios de la igualdad, la fraternidad, la libertad, mientras Fiebre representará, años más tarde, el paso del individualismo a la liberación nacional como condición para la fraternidad universal. 

Paladín del nacionalismo desde sus Discursos a la nación alemana, 

Fichte revela, como todos, las resonancias diversas de las tesis del liberalismo revolucionario v las imágenes públicas v no siempre convergentes, de la revolución encarnada en Francia. 

España: revolución, reforma, reacción 

Estos tiempos coinciden en F'.spaña con la llegada al trono de Carlos IV, quien es coronado con la reina Alaría I.uisa en 1788, cuando la crisis francesa entra en su etapa decisiva v los Estados Generales convocados señalan los prolegómenos de la revolución. 

Mientras reinó su padre Carlos 111, la Ilustración se tradujo en la afirmación de la monarquía. Con Carlos IV cambian los hombres y las circunstancias. No en vano el predecesor desconfiaba de la firmeza y capacidad dirigente del príncipe de Asturias. Al principio no se advirtió que el cambio traería consigo la modificación de un estilo v de un sistema de gobierno. Floridablanca continuó en su cargo, pero cavó en 1792 procesado v recluido en prisión. Lo sucede por unos meses Aranda. Su discutida política exterior es suficiente para caer en el desfavor real primero y del cargo luego. 

Pero también el contexto internacional haría más difícil el gobierno de este rey. España vivía asediada por las doctrinas revolucionarias y demasiado cerca del teatro de los acontecimientos como para evitar todo contacto. La ideología de la Revolución Francesa se propaga. Algunas medidas desesperadas y en muchos casos con dudosa convicción, se adoptan para evitar el contagio. Vimos va que los libros de Rousseau se prohibieron v que, no obstante, la prohibición tenía efecto publicitario. Samaniego lo revela en sus sátiras a Iriarte: Tus obras, Tomás, vo sov / ni buscadas ni leídas / ni tendrán estimación, / aunque sean prohibidas / por la Santa Inquisición.r' 

Hay tensión entre la tradición, las constantes históricas españolas v las nuevas ideas. Reverdecen la ortodoxia y el antimaquiavelismo frente a la heterodoxia y el maquiavelismo atribuidos a la revolución de los franceses y su antimonarquismo. Pero la ideología revolucionaria y los grandes temas de la época, como el del contrato social, llegan a todos los sectores decisivos de la pirámide política y social española. Si la Ilustración, según vimos, transformó la monarquía tradicional en una monarquía reformadora v en una etapa posterior los críticos dirigían sus dardos contra el despotismo ministerial y contra los favoritos, y no contra el monarca, en esta etapa de Carlos IV se avizoran nuevas estructuras para la constitución española. Con este rey comienza la crítica contra el régimen y se perfila la crisis de legitimidad que disimulará más tarde, durante buen tiempo, la Restauración. La influencia revolucionaria, las nuevas ideas, la inestabilidad política que desnuncian los cambios frecuentes de los ministros, la situación económica de la monarquía, las guerras, la pérdida relativa de prestigio del clero y de la nobleza, hacen decir a León de Arroval: “Si vale la pena hablar de verdad, en el día no tenemos constitución, es decir, no conocemos regla segura de gobierno ..." 

La propaganda ideológica atravesaba los expedientes de los inquisidores. En el ambiente de la Corte, el esnobismo, el espíritu de contradicción, la frivolidad cortesana, alguna vez la convicción, llevaba sobre todo a las mujeres de la aristocracia a alardear de ideas filorrevolucionarias. Cuando Belgrano relata en su autobiografía que se contagió de las ideas de la Revolución Francesa por su relación con las clases cultas españolas, v en sus estudios de Salamanca, se refiere a dicho ambiente. Alguna conspiración frustrada, como la del Cerrillo de San Blas fraguada por Pi- cornell, quería “proclamar una República española v convocar una Junta Suprema Legislativa y Ejecutiva al estilo francés’’. Los elementos de clase media —gente letrada, jóvenes abogados, profesores de ciencias, pretendientes y estudiantes, según revela en sus escritos el mismo Godov— son los más permeables a las nuevas ideas. Por ellas disertan contra el gobierno absoluto v contra el despotismo del favorito. 

La sociedad en que esto acontecía era, al decir de Alfrcd Sauvy, “demográficamente primitiva”, con fecundidad v mortalidad elevadas, y por lo tanto con equilibrio natural provocado por guerras, hambre y enfermedades. “La vida media no alcanzaba a treinta años. Un niño de cada cinco moría antes del primer año; un hombre de cada dos moría niño".'1 Años felices seguidos por lustros desgraciados; períodos normales por años de guerra. A fines del siglo xvm v principios del xix, l'.spaña tenía cerca de once millones de habitantes. Las estructuras sociales manifiestan algunos cambios, respecto de lo va visto. Desde 1775 la periferia arrebató a la capital v a los órganos monopolistas del K.stado el papel predominante en.la economía española. Se inicia en Barcelona, Valencia, Málaga, Cádiz, Santander, Bilbao, la formación de un nuevo tipo de burguesía, surgida del comercio v de la vida industrial. No hubo, sin embargo, una revolución burguesa diociochcsca al estilo europeo, porque l-'.spaña tenía una burguesía elemental, \ la sociedad española es, en realidad, una abstracción voluntaria, pues, en rigor, hav varias sociedades imbricadas que reaccionan de manera desigual al choque del industrialismo. Las “nuevas ideas" que recibió Bclgrano entraron en una nobleza reducida, pero bastante más influvente en el caso español que en otros países. No figuraba en los censos, pero tenía vigencia en la realidad. Y esto acontecerá todavía en todo el siglo xix v parte del xx, lo que explica »preciables diferencias con el resto del continente europeo. I'.n l'.spaña la nobleza mantiene influencia tanto por sus riquezas —sobre todo agrarias— como por la gravitación de su imagen en las demás clases sociales. I ,as corrientes democráticas que abolieron pruebas de sangre para el ingreso a las fuerzas militares v pugnaron por la igualdad civil v la unidad de los fueros, actuaron en l'.spaña a partir de INII, llegaron a imponer la Constitución de 1S12 v, según veremos, fueron batidas por el partido de Fernando VIL f'.stc haría bandera de la restauración, v con ello conquistaría la adhesión de los nobles, ávidos de revancha v reacción, agredidos por los demócratas v los innovadores. 

F.l clero era rico v numeroso a principios del Ochocientos. Superaba los doscientos mil eclesiásticos, que mantenían cierta influencia intelectual v padecerían luego la guerra de la independencia frente a Napoleón, al punto que su situación sería, al cabo, deplorable. No sólo se advertirá la ruptura de parte de la población con las órdenes religiosas —el idilio entre la Iglesia y el pueblo español parece terminado hacia 1K55— sino la penetración de las nuevas ideas v su consecuencia: renuncias a sotos religiosos, crisis de creencias. 

Las clases medias a las que se refiere (¡odov en sus escritos, cuando alude a la penetración de la ideología revolucionaria, eran distintas de la nueva burguesía industrial v de la alta clase media próxima a la aristocracia. Compuesta por intelectuales, burócratas v militares, esas clases medias no eran muv numerosas, pero tenían influencia. Los intelectuales —sobre todo los médicos v los abogados— eran progresistas, liberales v dinámicos en las ideas políticas. F.l ejército, entendido como “la articulación institucional formada por los generales, los jefes v oficiales de las fuerzas armadas” según Yicens Vives, era uno de los grupos sociales más importantes de la vida española v, rota toda tradición de poder y obediencia en el seno de la sociedad española a raíz de las guerras de la independencia, fue árbitro de los conflictos en una sociedad en violenta reestructuración. 

El censo de 1803 mostraba que eran aún los jornaleros y los labradores —2.893.713 v 2.721.691— la mayoría absoluta de la población activa. Los artesanos sumaban 812.967, los fabricantes 119.250, y los comerciantes algo más de cien mil. Los abogados eran poco menos de doscientos mil —como el clero— v los empleados civiles y militares casi trescientos cincuenta mil. La nobleza reunía aún 144.000 miembros. 

La economía acompaña con sus datos los cambios operados en el régimen. A principios del 800, el Kstado funcionaba de acuerdo con principios mercantilistas. Los Aranceles Reales de 1785 así lo demostraban. Pero los que Carlos IV establece en 1802, revelan el tránsito del mercantilismo al proteccionismo tipo siglo xix. No es desdeñable esta serie de datos: el aumento del proteccionismo se hace inevitable luego de 1815, tanto para remediar la catastrófica guerra de la independencia, como para neutralizar los perjudiciales efectos de la separación de las colonias americanas. F.l comercio exterior se contrajo —y eso duró por lo menos cuarenta años— y a la depresión económica siguió el anacrónico reinado de Fernando VII. A la guerra siguió la reacción. F.n pocos años F.spaña se vio afectada por el proceso político que el Ochocientos anuncia —la pérdida de las posesiones americanas, la difusión del maqumismo, la organización industrial moderna— y por una “subversión del espíritu”, en términos de V cens Vives: el romanticismo de una generación renovadora e innovadora que vio caer en su juventud al antiguo régimen v que cubrió casi todos los cuadros de la minoría intelectual, burocrática y militar. La generación romántica culminó en 1854, pero, según se advierte, la subversión del espíritu aconteció en un período decisivo para los americanos de ultramar. 

El impacto napoleónico 

Los resultados de la revolución burguesa en Europa tuvieron en España su paralelo a raíz de la guerra con los ejércitos de Napoleón. El telón de fondo de la emancipación sudamericana debe contener, en efecto, un bosquejo de los conflictos, las alianzas y los litigios militares y políticos, sociales y económicos en la Europa de principios del Ochocientos. El 18 de mayo de 1803 el Reino Unido de Gran Bretaña —como se llamaba oficialmente Inglaterra desde 1800— declaraba la guerra a Francia, que dirigida por Napoleón procuraba el predominio mundial. Al año siguiente, el jefe francés se designa emperador, y mientras las dos potencias combaten, España se aproxima a un nuevo conflicto, inevitable, arrastrada por Francia y ofendida por Gran Bretaña. La paz de Amiens, firmada en 1802, estallaba en pedazos y Europa entraba en una década de conflictos y guerras. Precisamente la que contiene las dos invasiones de los ingleses al Río de la Plata. 

La vieja monarquía autoritaria y foral de los Reyes Católicos, relativamente modernizada y centralizada por la burocracia afrancesada de los Borbones, era entonces un antiguo edificio, con un armazón impresionante, pero apenas afirmado en una tierra sin reposo ni seguridad. A la guerra con los ingleses sucede la invasión napoleónica, lo que significó una forma brutal de intervención en los asuntos de España y estimuló la convergencia de las corrientes renovadoras. Todo estalló cuando el motín de Aran juez terminó con Godoy y el reinado de Carlos IV. De este modo comenzó uno de los períodos fascinantes de la historia española que, al propio tiempo, explican en buena medida el comportamiento de los españoles que estaban en Buenos Aires, las actitudes sucesivas de los criollos, y las decisiones ambivalentes de la metrópoli. 

España se lanzó a resistir a Napoleón, pero al mismo tiempo la guerra de la independencia fue un laboratorio en el que se dieron, juntas, la guerra militar, la guerra civil, el conflicto de ideas v la lucha de tendencias.7 Conservadores, reformadores, innovadores, llevaban consigo un esquema de la Fspaña que había sido hasta entonces y de la que debía ser. Antiliberales —si se los aprecia desde la perspectiva europea— o liberales “a la española”, si se acepta que no hubo, ni hay, un liberalismo sino varios. La pequeña aristocracia v la burguesía, que toman el poder en las provincias periféricas v producen hechos apenas recordados, cuando en realidad se lanzaban al reemplazo de la burocracia central y de las altas jerarquías sociales, todas claudicantes. Intelectuales, artesanos, eclesiásticos enemigos de Napoleón como “supervivencia del espíritu revolucionario”, se reunían bajo el lema “Dios, Patria v Rey” contra la omnipotencia dictatorial al estilo Godoy. Juntas regionales autónomas surgían por doquier, pero además Juntas corregimentales, expresión de la resistencia popular v de los problemas sociales latentes en una suerte de antiaristocracia que se manifestaba ante la claudicación de ésta. La élite nacional española toma entonces tres direcciones: la burocracia acepta el estado de cosas anterior a mayo de 1808; los tradicionalistas pretenden la reconstrucción monárquica junto a los realistas defensores de sus fueros, aunque con los reformistas combaten a los invasores, quienes creen en la necesidad de una Carta constitucional de corte revolucionario v tienen como apéndice inconstante a los “afrancesados”, que veían en el régimen de Bonaparte la introducción de las innovaciones europeas para cambiar España (de hecho, más de doce mil familias pasaron a Francia cuando Bonaparte cayó).

Esa lucha de tendencias se resolverá al principio en favor de los liberales innovadores, aunque españoles, que darán batalla en las Cortes hacia 1810, sancionarán la “revolución tradicional” a través de la Constitución de Cádiz de 1812 v propiciarán la controversia sobre la extinción del Tribunal del Santo Oficio en 1813, que significará la primera polémica pública sobre el pasado español, entre una España “oficial” y otra “popular”.

Pero el litigio ideológico, el peso de las constantes españolas en el liberalismo, cierto ambivalente anticlericalismo, el temor de las clases aristocráticas por la reforma agraria —sin embargo tímida—, la lucha de personalismos, crearon el ambiente necesario para que se produjera la reacción monárquica anticonstitucional. Cuando Fernando Vil recupera la libertad, el movimiento restaurador, apoyado por la nobleza, recobra el poder. La restauración se impone en España entre 1814 y 1833. Fernando es juguete de la nobleza y del partido reaccionario y absolutista, mientras la mayoría del pueblo queda lejos de las intrigas de palacio. Exhausto por la guerra, el país no es representado en esa “parodia de gobierno nacional”, donde el egoísmo, la mediocridad y la represión de los afrancesados y los constitucionalistas se suman como factores de una clase dirigente sin arraigo. Si a eso se añade el favoritismo del rey en las designaciones militares, que alejó a muchos jefes y oficiales que pasaron a ser afiliados de logias masónicas liberales, se explicará en buena medida el éxito de los emisarios argentinos que hicieron circular oro americano entre los jefes del cuerpo expedicionario que preparaba en Andalucía una de las tentativas de reconquista de las colonias de América del Sur, como queda claro en Vicens-Vives.

El llamado pronunciamiento de Riego surge de una milicia en parte reconquistada por los liberales, que recobran el poder entre 1820 y 1823 y terminan su breve experiencia de gobierno derrotados por un ejército francés invasor llamado de los Cien Mil Hijos de San Luis. La segunda reforma constitucional termina en España con un paseo militar, v tendencias extremistas conservadoras v liberales seguirán librando, sobre el fondo de causas sociales y económicas, un litigio que marca casi toda la historia española futura. Un segmento de ese litigio es también contexto del proceso revolucionario de los argentinos.

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