jueves, 3 de septiembre de 2015

Floria y belsunce Cap9 - Los momentos preliminares

Los momentos preliminares 

Mientras se sucedían los acontecimientos internacionales que acabamos de describir, se desarrollaba en las autoridades españolas una doble serie de preocupaciones respecto de las posesiones del extremo sur americano, las que guardaban estrecha relación con la situación internacional. 

Una de estas preocupaciones consistía en establecer cuál era el mejor sistema para mejorar la administración indiana, eliminando los defectos v vicios acumulados a través del tiempo y que significaban escollos al desarrollo de las colonias v perjuicios para las arcas reales. La otra era determinar cuál sería la estructura política más adecuada a las necesidades del Río de la Plata, v a las amenazas que se cernían sobre esta región. 

Dentro del primer. género enunciado, el gabinete real se orientó a la aplicación en América del sistema de las intendencias ya impuesto en España. F.n 1764 se ensayó tímidamente el sistema en Cuba, aunque debe tenerse presente la gran importancia que la isla tenía en ese momento para la prosperidad v la defensa del Caribe y de Nueva España. En las manos del flamante intendente de Real Hacienda v Guerra se concentraron todos los poderes en materia fiscal, pero no se le dieron poderes políticos. José de Gálvez —una de las figuras más interesantes de la España ilustrada— tuvo en sus manos el futuro de la institución cuando fue designado en 1765 visitador de Nueva España con poderes semejantes a los del mismo virrey. Tres años después proyectó el régimen de intendencias para el virreinato mexicano, al que dividía en diez intendencias territoriales, agregando una intendencia general de ejército v hacienda. El provecto tendía a la moralización de la administración de justicia v al ordenamiento de la administración general, v especialmente del ramo de la Real Hacienda. Al año siguiente se ordenó establecer las intendencias en Nueva España, pero la medida encontró suficientes objeciones como para que la creación del virreinato del Río de la Plata se postergara. Pero el interés ministerial se volvió hacia el sur del continente, donde el ritmo de las reformas v las necesidades locales creaban el campo adecuado para la aplicación de la nueva institución, junto con las derivadas del nuevo régimen comercial: aduana V consulado. 

Si desde que promedió el siglo xvin las autoridades madrileñas estuvieron preocupadas por el Río de la Plata de una manera nueva y más intensa, desde 1770 comenzaron a pensar en modificar la organización político-institucional de la región v la índole de sus relaciones con el virreinato del Perú. 

Las dificultades de gobierno originadas por la distancia entre las provincias sureñas y Lima se habían hecho evidentes en los conflictos con los portugueses, en las campañas chaqueñas v en otros cien problemas. En junio de 1770 el fiscal de la Audiencia de Charcas, Tomás Álvarez de Accvcdo, produjo un informe sobre la situación administrativa del Tucumán que era lapidario. Como la Audiencia le pidió que sugiriese soluciones, Accvcdo, a principios del año siguiente, propuso separar a Buenos Aires, Tucumán, Cuyo y Paraguay de la dependencia de Lima v constituir a la ciudad de Buenos Aires en cabeza de las jurisdicciones separadas convertidas en Virreinato, v en sede de una nueva Real Audiencia. Señalaba además otros defectos del gobierno existente: la enorme extensión de la provincia de Tucumán, con siete ciudades; las excesivas facultades de los gobernadores en materia de la Real Hacienda, lo que dificultaba su control, y la falta de sede fija y de asesor letrado del gobernador de Tucumán. La Audiencia aprobó el dictamen del fiscal v lo elevó al Consejo de Indias. Este, siguiendo su antigua tradición, optó por pedir nuevos informes sobre el asunto al virrey del Perú v al gobernador de Buenos Aires. Mientras las comunicaciones se cursaron v los informes se prepararon, el enérgico dictamen de Accvcdo pareció relegado al archivo, como tantos otros. Los consultados tardaron años en enviar la respuesta. La del virrey Amat llegó en 1775 V merece considerarse: aprobaba el informe de Accvcdo, pero contemplando el aspecto económico-financiero del proyectado Virreinato, concluía que carecería de rentas propias suficientes si no se le agregaba la Capitanía General de Chile, que con sus minas podría sostener las finanzas virreinales. Amat dejaba pendiente pronunciarse sobre la sede capital, lo que aprove- . chó el Cabildo de Santiago de Chile para pedir para su ciudad tan señalado privilegio. La contestación del gobernador Yértiz, empeñado en campañas militares y otros problemas, llegó a Madrid en octubre de 1776 cuando todo estaba resuelto ya. Porque los asuntos internacionales no seguían el mismo ritmo suave de las consultas del Consejo de Indias. 

En junio de 1776 se había decidido expedicionar contra los portugueses en América en represalia por sus ataques contra el puerto de Río Grande. Cevallos, uno de los más prestigiosos generales que entonces tenía España, fue consultado sobre la táctica a seguir en razón de sus antecedentes rioplatenses, y los efectos de su dictamen fueron el atribuirle el mando europeo de la expedición. Destaca Gil Munilla que en su informe Cevallos sugirió que el jefe de la expedición fuera a la vez que jefe militar el jefe político de la jurisdicción para evitar controversias y malentendidos que comprometieran la empresa y que ese mando político se extendiera al Paraguay, Tucumán, Santa Cruz, Potosí v Charcas, porque con todas ellas “confinan las posesiones antiguas y las usurpaciones modernas de los portugueses”.1 

El informe de Cevallos fue un providencial rayo de luz que iluminó al rey y a sus asesores más inmediatos. Trajo a la memoria seguramente las semienvejecidas consideraciones sobre la conveniencia de crear el virreinato del Río de la Plata; la sugerencia de incorporar el mando político al militar encontraba en ello un adecuado vehículo, y la propuesta de extender la jurisdicción de la nueva autoridad a los territorios del Alto Perú proveía la solución económica buscada por Amat en la unión con Chile, pero que ahora era resuelta en coincidencia con las exigencias estratégicas del momento internacional, circunstancias de las que el virrey había prescindido en su informe. 

Muy pocos días después el rey, personalmente, con Gálvez y los ministros más allegados al monarca, adoptaron la decisión de crear el virreinato del Río de la Plata con los límites propuestos por el veterano general, a quien, unificando los mandos como él proponía sin suponer las consecuencias, se le invistió reservadamente con el carácter de virrey. Posteriormente se informó al Consejo de Indias y a las autoridades interesadas de América. 

Cevallos en el Rio de la Plata 

Diversos problemas demoraron la salida de la expedición mientras el rey la urgía ante el temor de que los ingleses llegaran a dominar la rebelión norteamericana y que sus aliados franceses, deseosos de desquitarse de la guerra anterior, provocaran un conflicto general en el que las perspectivas españolas no eran tan seguras como las del “conflicto controlado” contra Portugal. 

En noviembre de 1776 se hizo a la mar la expedición más grande salida de un puerto europeo para América: 115 buques tripulados por 8.500 hombres v trasportando un ejército de 9.500. El plan del virrey era apoderarse de Santa Catalina v de allí atacar Río Grande mientras el gobernador de Buenos Aires, general Vértiz, acumulaba elementos v tropas en /Montevideo v desde allí avanzaba hacia el norte v controlaba la plaza fuerte de Colonia. 

Cevallos ocupó Santa Catalina v todas sus fortificaciones sin mayor resistencia. Planeó en seguida el ataque conjunto con Vértiz a Río Grande, pero las pésimas comunicaciones navales de aquella época impidieron la oportuna coordinación del plan. Cevallos se dirigió entonces a Montevideo, desconfiando de las condiciones militares del gobernador Vértiz. Reunió todas las fuerzas y cercó Colonia que ante tamaño despliegue se rindió en tres días. Inmediatamente arrasó las fortificaciones v luego comenzó a reconcentrar sus tropas para marchar por tierra a Río Grande. La campaña había tenido, pese a los inconvenientes, un desarrollo relampagueante, v Cevallos se preparaba para la segunda parte pensando seguramente en su viejo plan de quince años antes para acabar con el dominio portugués. Pero una vez más la diplomacia interpondría sus oficios. El 27 de agosto llegó al Plata la noticia del convenio de suspensión de hostilidades firmado en junio. En octubre se firmó el Tratado de San Ildefonso, preliminar del Tratado de El Pardo de marzo de 1778, que fijaría los límites definitivos entre las posesiones portuguesas v españolas. 

El fracaso del proyectado ataque a Río Grande tuvo entonces sus frutos negativos, pues aquella región quedó para siempre en manos de Portugal. España, sin embargo, había logrado un triunfo importante: alejar también para siempre a su rival del Río de la Plata, asegurándose el dominio exclusivo de sus dos márgenes. 

No era éste el único triunfo español, sin contar el efecto sobre la opinión mundial: había logrado aislar a Portugal en la lucha, manteniéndola separada de Gran Bretaña, v aun había logrado mantener ese aislamiento en la convención de paz. F.1 asunto se había resuelto entre España v Portugal, sin que los aliados de ambas complicaran el panorama. Por entonces Francia va se había decidido por la guerra de revancha contra Gran Bretaña. Carlos III cerrado su litigio con Portugal, también iba a tomar parte en esa guerra aunque tardíamente, pero ahora daría frutos su política internacional. Ksta vez sería Portugal espectador de los apuros de su pasiva aliada británica. Por primera vez en un siglo la diplomacia española había logrado un triunfo trascendente. 

Cuando se creó el virreinato del Río de la Plata no se especificó si la creación era provisoria o definitiva. Largas discusiones han seguido hasta hoy sobre el carácter atribuido al nuevo Virreinato. Quienes, como Ravignani, opinan por la provisoriedad, se atienen a que se le otorgaba a Cevallos el carácter de virrey “por todo el tiempo que V. F.. se mantenga en está expedición” v en el hecho de que las instrucciones preveían que concluida la expedición el gobierno de las provincias involucradas en el Virreinato quedarían “en los términos que han estado hasta ahora”. 

E1 historiador español Gil Munilla se inclina por la tesis de la creación definitiva, aunque advirtiendo cierta condición impuesta por la situación internacional. Si la expedición fracasaba o si Gran Bretaña ponía impedimentos, podía darse un paso atrás dejando todo como estaba, sin desdoro para la Corona. Opina también que los actos de gobierno de Cevallos, inmediatamente posteriores al fin de la campaña, carecerían de sentido si no contase con la permanencia del Virreinato y la anuencia real para ello. 

Sea de esto lo que fuere, lo cierto es que Cevallos en julio de 1777 propuso al rey que el Virreinato permaneciera v pocos días después prohibió la salida de metálico hacia el Perú v luego dispuso la libre internación de las mercaderías entradas por Buenos Aires. El gabinete real, que había ocultado la creación del Virreinato al Consejo de Indias hasta junio de 1777, no pareció dudar ante la propuesta de Cevallos y el 20 de octubre de 1777 dio carácter definitivo al virreinato del Río de la Plata. 

El Tratado preliminar de paz estaba ya aprobado. La escuadra inactiva debía regresar. El prestigioso general va no era necesario en Sudamérica y podía serlo en Europa. Además, sus relaciones con el gobernador de Buenos Aires eran tirantes, tanto como lo habían sido con el jefe de la escuadra. Pese a su cjecu- tividad como gobernante, el rey ordenó su regreso y dispuso que le sucediese como segundo virrey del Río de la Plata don |uan José de Vértiz. 

Las reformas complementarias 

Correspondió al nuevo virrey presidir la creación de los organismos que en pocos años acompañarían la formación del Virreinato V le darían un sentido más trascendente. 

En efecto, si la segregación de varias provincias del virreinato del Perú y su reunión bajo una autoridad residente en Buenos Aires importaba un cambio fundamental y el reconocimiento de la creciente gravitación que las provincias del extremo sur atlántico tenían en el Imperio español, la incorporación de Buenos Aires al régimen del libre comercio, la consiguiente creación de la Aduana porteña, el establecimiento de la Audiencia en la capital virreinal y la reorganización de las jurisdicciones provinciales bajo el régimen de las intendencias, significó un cambio fundamental para la vida de estas regiones. 

El desarrollo que acompañó la puesta en funciones de estas instituciones —a las que seguiría años después el Consulado de Buenos Aires—, desarrollo político, económico v demográfico, hizo posible un clima de relativa adultez que proporcionaría en pocas décadas el adecuado marco para que —en consonancia con las circunstancias internacionales— se produjese una revolución emancipadora. En menos palabras: el proceso revolucionario de /Mayo tiene su punto de partida en la creación del virreinato del Río de la Plata. 

Casi simultáneamente con esta creación —un año después— se dicta para toda América el Reglamento para el comercio libre de España a Indias. Establecía éste que dicho comercio debía hacerse en naves españolas y con tripulaciones españolas, promovía las construcciones navales, en especial la de naves de alto tonelaje, reiteraba los puertos autorizados para el intercambio, incluyendo en el nuevo virreinato del Plata a Buenos Aires, Montevideo y Maldonado, establecía el registro de cargas, el establecimiento de consulados en los puertos con mayor movimiento, el comercio entre puertos americanos, y por último daba normas fiscales nuevas tendientes al fomento de las manufacturas metropolitanas y de la producción de materias primas americanas. 

Estas disposiciones aplicadas a Buenos Aires significaban la seguridad de mantener el ritmo de prosperidad iniciado, pero si se agrega a ellas la ampliación del radio de influencia comercial de Buenos Aires hasta La Paz en el Alto Perú y el aporte a la organización virreinal. de todas las riquezas de la región altopc- ruana, se comprende la gravitación del cambio. 

Además, el esquema del Reglamento se vio prontamente roto en varios puntos por circunstancias internacionales. En 1782 se autorizó a Francia a negociar con puertos americanos en buques españoles con retorno a Francia; poco después —1797— se permitió el comercio con buques de banderas neutrales mientras durase la guerra. 

Paralelamente a la instauración de este régimen comercial se estableció la Aduana en Buenos Aires y Montevideo, como consecuencia obvia. 

Cuando Cevallos llegó al Río de la Plata le acompañó Manuel Fernández con el cargo de intendente de guerra, o sea el funcionario encargado de todos los problemas financieros y administrativos del ejército y marina. Cuando se dio carácter definitivo al nuevo Virreinato, casi inmediatamente se otorgó a Fernández un nuevo rango al transformarse la Intendencia de Guerra en Superintendencia de Guerra y de Real Hacienda. Por esta institución se despojaba a los virreyes del manejo de las finanzas reales, evitando sus posibles abusos. El Superintendente estaría representado en las jurisdicciones provinciales —luego intendenfíales— por oficiales reales con funciones similares a las de siempre, pero que dependerían de el y no del virrey. Además se le remitirían los excedentes que pudiese haber en la recaudación para su envío —en principio— a España. 

Establecida en 1778 la Aduana de Buenos Aires, se creó en 1779 otra sufragánea en ,Montevideo. En 1788, diez años después de creada v teniendo en cuenta que los conflictos de jurisdicción entre el virrey v el superintendente causaban inconvenientes superiores a las ventajas de la separación de las funciones, se agregó la superintendencia de Real Hacienda al gobierno del virrey. 

Terminaba el gobierno de Yértiz cuando se dispuso la creación de la Audiencia de Buenos Aires (1783), medida sugerida doce años antes por el fiscal Acevedo, con lo que se completaba la centralización del poder político v judicial del Virreinato, si bien quedaba en pie la Audiencia de Charcas, con jurisdicción en todo el Alto Perú. En capítulos anteriores han sido analizadas las funciones de la Audiencia a través de lo cual el lector recordará la trascendencia de la institución. Sólo cabe añadir que en los últimos años de la dominación española desempeñó en 180ó v 1807 por breves períodos el mando político del Virreinato y que en 1807 depuso al virrey. 

Pero la reforma más significativa fue, como hemos dicho, el establecimiento de las intendencias, en sustitución del sistema de las gobernaciones. 

Cuando Gálvez completó su provecto de Ordenanza de Intendencias pensaba que sería aplicado en Nueva España, región objeto de su vista y motivo inmediato de la reforma; pero, paradójicamente, la Ordenanza, con leves modificaciones, sería aplicada por primera vez en el otro extremo de América, en el Río de la Plata. Fl Virreinato se dividía en 8 intendencias: Buenos Aires, Córdoba del Tucumán (que comprendía Cuyo), Salta del fucumán, Paraguay, Potosí, Charcas, Cochabamba y Ea Paz, quedando al margen del nuevo régimen cuatro gobernaciones militares en las fronteras orientales: Moxos, Chiquitos, Misiones y Montevideo. 

Pese a depender jerárquica y políticamente del virrey, los intendentes eran nombrados directamente por el rev. Como les correspondían las funciones de Hacienda dentro de su jurisdicción, en lo que debían cuenta al superintendente del ramo, excluyeron a los virreyes del manejo de la Real Hacienda hasta 1788, en que se produce la unificación ya mencionada v se crea como órgano de control la Junta de Real Hacienda presidida por el virrey. Los Cabildos fueron despojados del manejo y tenencia de los superávit producidos por los propios y arbitrios que recaudaban, y se crearon Juntas Provinciales de Real Hacienda. Pero además de esta limitación financiera, los intendentes debían confirmar las elecciones municipales. La intendencia de Buenos Aires tuvo una organización especial porque el virrey era a la vez el intendente de ella hasta 1803, en que se organizó la intendencia de Buenos Aires como ente separado y con funciones restringidas. 

Tenían los intendentes todas las prerrogativas que antes habían tenido los gobernadores, pero además contaban con asesores letrados para los casos en que debían intervenir en materia judicial, ejercían el Vicepatronato en la esfera de su jurisdicción y estaban sometidos al juicio de residencia, como los gobernadores v virreyes y demás altos funcionarios. En cada ciudad de la intendencia, distinta de la sede del intendente, se nombraba por el virrey un comandante de armas. Además de sus funciones de Guerra y Justicia, corrían a su cargo todas las tareas de policía o gobierno, como velar por la seguridad y el orden público, por el progreso urbano, etc. En materia de Hacienda, dependieron al principio directamente del superintendente. Tenían jurisdicción exclusiva en su territorio, presidían la Junta Provincial del ramo y tenían competencia judicial en los asuntos fiscales, sólo apelables ante la Junta Superior de Real Hacienda. Pero podían dar informes y remitir los fondos mensualmente a la Junta existente en Buenos Aires. 

Las intendencias representan un proceso de centralización en la vida administrativa colonial. 

Paralelamente, el paso de Buenos Aires de su rango de cabeza de gobernación al de cabeza de virreinato, significó una centralización política y una ordenación jerárquica que tuvo gran trascendencia en la vida argentina. Buenos Aires por primera vez se elevaba del nivel local para convertirse en la cabeza de todo un virreinato, al mismo tiempo que alcanzaba el rango de puerto más importante y de ciudad más populosa del mismo. Y en la medida en que Buenos Aires crecía, y con ella la admiración y el orgullo de sus ciudadanos, crecían los celos v las prevenciones de las otras ciudades frente a la nueva capital.


Los sentimientos localistas estaban muy arraigados en esta parte de América. Hemos examinado cómo la vida rudimentaria y aislada del siglo xvii sirvió de caldo de cultivo a una actitud de repliegue de cada ciudad sobre sus propias necesidades y sus propios intereses. La situación se repite en el siglo xvm, como ya se ha visto. En 1739 se reunió una junta de delegados de los Cabildos del Tucumán en Salta, a la que no asistió representación de Córdoba. Se acordaron allí gravámenes a toda la provincia para proveer fondos para combatir a los indios. Cuando al año siguiente se puso én práctica lo resuelto, Córdoba se alzó airada contra la resolución tomada sin su intervención. La misma lucha contra los indios dio origen, años después, a los levantamientos de las milicias catamarqueñas y riojanas que se negaban a abandonar sus lares en lo que juzgaban que era ir a defender intereses ajenos. Hemos hecho también mención de la actitud correntina hacia la guerra chaqueña. Cuando se da el caso de combatir a los portugueses en 1762 y las milicias de Corrientes son divididas en partidas con los indios, los milicianos disgustados pidieron ser licenciados y regresar a su región, y ante la negativa desertaron, lo que derivó en el curso de los dos años siguientes en un movimiento comunero que alzó el lema de “Viva el rey y muera el mal gobierno”. 

Es de notar que, salvo este último episodio, que constituyó un acto de desobediencia al gobierno de la provincia residente en Buenos Aires, todos los otros son ajenos a la participación o influencia de la futura capital argentina. Es decir, que los gérmenes del sentimiento localista no nacen de un enfrentamiento con Buenos Aires, aunque la posterior situación de ésta en lo político y económico contribuya a darles inesperado vuelo. Pero el terreno estaba preparado desde el principio para este tipo de reacciones. Hay una suerte de trasplante del espíritu regionalista español a nuestro mundo colonial, favorecido por las circunstancias geográficas, sociales y económicas. El argentino de entonces es un hombre independiente, acostumbrado a arreglárselas solo, y que mira ante todo al ámbito local donde encuentra satisfechas la gran mayoría de sus necesidades. La integración de esas ciudades y sus habitantes en unidades mayores es imperfecta y reciente. Una integración económica básica se produce sólo a principio del siglo; políticamente, Paraguay, el Río de la Plata, Tucumán y Cuyo no reconocían vínculo común más que el lejano y poco tangible de Lima; las provincias del Alto Perú no tenían con las de abajo más relación que las comerciales y las que derivaban de la emigración de ciertas familias. Y estos lazos de sangre eran insuficientes para crear una verdadera conciencia de comunidad. 

En este panorama se inserta en el último cuarto del siglo la creación del Virreinato y la constitución de Buenos Aires como cabeza de aquél. Superior en población, y el centro más activo del comercio marítimo sudatlántico, su elevación a capital debió ser vista por muchos como una ruptura de la igualdad de rango preexistente. Pero lo más significativo no fue eso, sino que desde la flamante capital las autoridades virreinales ejercitaron una política centralizadora conforme a los intereses reales y fomentaron una economía basada en el intercambio ultramarino que, a la vez que favoreció los intereses españoles y los de Buenos Aires, perjudicó la incipiente industria de las ciudades del interior. Surgió así patente una oposición de intereses entre Buenos Aires y las ciudades interiores, que en definitiva era la oposición de quienes eran importadores, comerciantes y exportadores de materias primas contra aquellos otros que eran productores de bienes de consumo interno. Esa oposición, que fue adquiriendo relieve durante el Virreinato, se prolongó a lo largo de toda la historia económica argentina y aún subsiste hoy en el enfrentamiento entre productores c importadores. 

A la par de estas oposiciones se generaban otras en el plano social e ideológico. Buenos Aires, ciudad puerto, punto de recepción y paso, dominio de los comerciantes, era una ciudad abierta a las innovaciones, a los cambios, apta para recibir al desconocido que llegaba de allende el mar y asimilarle en pocos años; su textura social era variada y móvil, el prestigio derivaba del potencial económico en una medida desconocida en otras partes de América española, los extranjeros abundaban y se incorporaban a los núcleos que poseían y concedían el prestigio social. Los propios comerciantes eran poseedores de una parte del poder político a través del gobierno municipal. Así, Buenos Aires presentaba ante las ciudades del interior la fisonomía de una ciudad cosmopolita, menos sensible a los prestigios de la tradición, pueblo de advenedizos donde las onzas contaban más que los méritos del linaje de primer poblador, ciudad, en fin, amiga de novedades. 

A su vez estas ciudades mediterráneas con menor aporte de nuevas oleadas de españoles europeos, donde la condición de encomendero y luego de terrateniente constituían el primer título de la escala social, donde el relativo aislamiento en que se desarrollaban hacían más valiosas las tradiciones, más reservada la gente, más celosos de sus posiciones a los poseedores del prestigio social —aunque conviene no exagerar en este aspecto—, eran vistas desde Buenos Aires como núcleos cerrados, vanidosos de sus anteriores glorias, tradicionalistas, desconfiados de las novedades v los cambios y recelosos del extranjero. 

Estos dos modos iban a chocar en las décadas venideras, pues los grandes cambios del siglo iban a repercutir de manera distinta en ellos. 

Una excepcional situación era la de Chuquisaca. Ciudad enclavada en una de las regiones del Virreinato donde la estratificación social era más marcada, la Universidad iba a constituir en ella un centro de irradiación de ideas nuevas, en especial del nuevo espíritu ilustrado. Kn este sentido superó a la misma Buenos Aires, muchos de cuyos hijos bebieron allí las nuevas ideas, para las cuales el ambiente social y la actitud mental de su ciudad natal constituirían el caldo ideal para el desarrollo del cultivo iluminis- ta primero, liberal luego, importado en parte de Chuquisaca y en parte venido de F.uropa directamente, España incluida. menos receptiva a las innovaciones. Eminentemente conservadora, careció de las condiciones para actuar como nexo entre Buenos Aires y el interior. Por el contrario, en alguna medida fue el centro aglutinante de la mentalidad contraria a la porteña. 

El "boom" económico

Las modificaciones introducidas en la estructura económica americana y sus relaciones con la metrópoli: régimen de libre comercio v sus posteriores ampliaciones, aduanas, intendencias, consulado, etc., provocaron una reactivación de la vida comercial del nuevo Virreinato de notable vigor v persistencia, ijue superó incluso los inconvenientes de situaciones políticas internacionales adversas. F.sta expansión constituyó un verdadero boom cconómico, uno de los más visibles de nuestro desarrollo histórico, aunque, por supuesto, no exento de sombras bien marcadas. En efecto, todo este proceso económico respondió a una orientación doctrinaria concebida en Europa y por lo tanto pensada en función de Europa, concretamente, de España. De allí que no tuviese en cuenta el desarrollo de las industrias americanas, que se percibían entonces como competitivas de las españolas y por lo tanto in-' convenientes. Se buscó fomentar la industria española peninsular; por lo tanto todo centro manufacturero americano restaba clientela a la industria metropolitana. La idea de una América o una parte de América autoabastecida o industrializada, no existía entonces, más aún, era contraria a las concepciones económicas de la época. Esta circunstancia no debe perderse de vista al juzgar la política económica del período virreinal. La consecuencia de ella fue un gran desarrollo del comercio y de la producción de materias primas, así como una ampliación de los consumos interiores como resultado del aumento de población y de riqueza, y una decadencia de las incipientes industrias, que no pudieron competir con la producción europea. Así el boom económico virreinal fue sustancialmente comercial, con. excelentes resultados financieros, acompañado de un colapso de la naciente industria. 

Signo claro de la expansión comercial producida es la cifra de buques entrados al puerto de Buenos Aires: durante el quinquenio 1772-76 habían entrado 35; en la década del 90 exceden de sesenta por año; permitido el comercio con buques de naciones neutrales en 1797, se registra en 1802 una entrada de 188 buques. 

Entre 1791 y 1802 las rentas reales de la Aduana de Buenos Aires se incrementan dos veces y media; en 1791 se declara libre el comercio de negros, aunque este rubro nunca adquirió gran importancia; la producción agropecuaria adquiere un nuevo volumen, se introducen las ovejas de raza Merino —obra de Lavardén, que además de poeta y economista fue un destacado empresario— y la producción lanera se quintuplica en sólo diez años, pasando a ser un rubro importante; se aprovechan nuevos productos antes despreciados, produciendo una saludable diversificación de la producción rural antes limitada a cueros y sebo. Ahora se exportan pieles de vicuña y chinchilla, cueros de tigre y lobo, venado y zorro, plumas de cisne y crines de caballo. 

Mientras tanto decaían por la competencia europea la producción de vinos de las provincias interiores y, más sensible aún, la industria textil, una de las más antiguas del Tucumán. Las telas bastas producidas por los telares domésticos no podían competir con la producción de los telares industriales españoles y europeos de más refinada factura y de precios más acomodados. 

Pero no todo era decadencia en el orden industrial. Si bien el golpe sufrido por las provincias interiores fue duro, quedó libre de competencia la producción talabartera y la industria de higos secos de Cuyo. Pero más importante aún fue el desarrollo —acorde éste sí con las ideas de los gobernantes españoles— de la industria de la carne salada y la industria naval. 

La salazón de carnes iniciada útilmente en 1784 constituyó una revolución en la economía agropecuaria del Río de la Plata. El valor de los animales aumentó y consiguientemente el de las tierras. Las estancias situadas en zonas próximas a los puertos (Ensenada, Buenos Aires, Colonia, etc.) se encontraron en situación óptima para la nueva industria. Un grupo de emprendedores españoles se lanzó a la empresa —sobresaliendo Francisco Medina y Tomás Antonio Romero— superando múltiples obstáculos: escasez de sal, falta de barriles para almacenar el producto, falta de operarios conocedores del oficio. Pero todo fue superado poco a poco. La primera exportación de carne seca salada o tasajo se hizo en 1785 y en 1795 había alcanzado un nivel importante. A su vez la producción de sebo aumentó quince veces en treinta años. 

El primer saladero se instaló en las proximidades de Colonia. Una novedad fue la instalación de la fábrica del conde de Liniers, que producía “pastillas de carne”, carne cocida conservada én gelatina. 

Los saladeros subsistieron exitosamente hasta la época revolucionaria. Hacia los años del Directorio adquirirían nueva fuerza y significación económica. 

Otra industria que contaba con una vieja tradición en el Plata, pues se remontaba a los lejanos días de Irala, era la industria naval. Su desarrollo se mantuvo oscilante, obedeciendo más a las circunstancias del momento que a un criterio de producción. Pero en los años que siguieron a la creación del Virreinato, alentada por la política naval de la Corona, se produjo una verdadera expansión que se extendió desde Asunción y Corrientes a la Ensenada de Barragán. En los últimos cinco años del siglo se construyeron diez buques mayores y muchos menores, además de adquirirse muchos barcos extranjeros de buen porte. De este modo llegó a constituirse una verdadera flota mercante rio- platense. 

El descubrimiento de América coincidió con una floración del pensamiento filosófico v político español que se prolongó durante siglo v medio. A esta eclosión siguió un siglo de decadencia durante el cual la escolástica se fosilizó al punto de ser una rareza encontrar un innovador de segunda línea, como Losada, v la introducción del cartesianismo no produjo más representante de fuste que Caramuel. F.n el siglo xvm el movimiento ilustrado hizo surgir nuevas figuras en la ciencia, la economía v el derecho, pero la filosofía española se mantuvo escasa de grandes nombres. 

Paralelamente, el pensamiento americano siguió las huellas del español dentro de un tono menor, sin luminarias propias, limitándose a repetir a aquellos maestros que constituían la erudición de los canónigos v doctores. Se mantuvo una variedad de orientaciones, siempre dentro de la filosofía cristiana: tomistas, suaristas, escotistas —recordemos a Alonso Briceño en el Perú—, aristotélicos —como Antonio Rubio en México— v posteriormente aparecen algunos cartesianos. 

Iguales características bahía tenido el pensamiento rioplatense. Rubio v Suárez fueron los maestros por antonomasia del siglo xvii y aparecen algunos hombres que incursionan con proporcionado éxito en el quehacer filosófico, como el platónico Tejeda y el ecléctico Diego de León Pinelo. 

El siglo xvm, con el desarrollo de la población y de los institutos de enseñanza, trajo un mayor desvelo intelectual, v aunque no se llegó al plano creativo, las provincias del futuro virreinato comenzaron a vivir las inquietudes culturales del siglo. Hasta la expulsión de los jesuítas, las doctrinas de Suárez dominaron la enseñanza filosófica, v aun después, pese a las prohibiciones oficiales, los discípulos de aquéllos, llegados a la cátedra, trasmitieron muchos de sus principios filosóficos v políticos. El cartesianismo tuvo difusión a través de Caramuel v Maignan, se leyó a Feijoo y a Wolff, a Pufcndorf v a Newton —la influencia de éste es visible en el jesuíta Faulkner— v las famosas v revolucionarias Memorias de Trevovx fueron discutidas v comentadas. 

F.l reemplazo de los jesuítas en la conducción de la enseñanza superior por los franciscanos, luego de la expulsión de aquéllos. se tradujo en un cambio de orientación filosófica. Los francíscanos seguían a Escoto y estaban abiertos a las influencias cartesianas; también se mostraron partidarios de las ciencias experimentales y desafectos a la escolástica tradicional. Dentro de la corriente cartesiana podemos mencionar a fray Cayetano Rodríguez y a fray Elias Pereira en los últimos años de la época virreinal. Los dominicos y mercedarios se mantuvieron fieles al tomismo, adoptando hacia el fin del siglo una actitud cerrada. 

La historia ha conservado los nombres de algunos profesores destacados en este siglo por la trascendencia de sus enseñanzas. En sus principios debemos recordar al padre Torqucmada, quien enseñaba la doctrina del poder según Suárez, y posteriormente a Rospigliosi, quien fue maestro del deán Funes. 

A medida que nos acercamos a las postrimerías del siglo podemos ir estableciendo ciertas filiaciones intelectuales de los futuros protagonistas del gran cambio que iba a producirse en el Río de la Plata. Montero, primer catedrático de filosofía del Colegio de San Carlos, discípulo del jesuíta Querini, fue maestro de Luis José Chorroarín y de Cornelio Saavcdra, dentro de la línea escolástica. A su vez Chorroarín fue, una vez profesor, maestro de Manuel Belgrano, a quien trasmitió su posición escolástica y anticartesiana. El ilustre procer neutralizaría este último aspecto de las enseñanzas de su maestro en España, donde recibiría influencias de Descartes y donde tomaría conocimiento de Locke, Wolff y Condillac. 

Gregorio Funes, por su parte, recibió la tradición jesuítica de la universidad de Córdoba y continuó sus estudios en España, donde se puso en contacto con las ideas de Pluquet, Grocio, Pufendorf, Jovellanos, etc. Como en éstos, en muchos otros casos se fue trasvasando el pensamiento europeo y español del último medio siglo. Así se fueron formando hombres como Maciel, Millás y Fernández de Agüero, seguidores de las novedades filosóficas, y que con los otros y una pléyade de juristas, más algunos economistas como Lavardén, Belgrano y Vieytes, constituyeron un núcleo intelectualmente inquieto y despierto de donde surgieron luego los ideólogos y los eclécticos del movimiento revolucionario. 

Pero no son éstas las únicas preocupaciones intelectuales de los .habitantes del Virreinato. Nativos y europeos que recorren sus tierras demuestran en sus producciones el progreso de la región. Araujo, Leiva y Seguróla se aproximan a la ciencia histórica, el santiagueño Juárez se luce en botánica, Caamaño y Qui- roga hacen aportes geográficos, el va citado Lavardén produce la primera obra de teatro escrita en el país v sor María de Paz v Kigueroa es en el género epistolar la Sevigné americana. 

/Mariluz Urquijo ha descrito en acertada síntesis el clima cultural del Virreinato al filo del siglo xix. Es el reflejo de la metrópoli pero modificado por las circunstancias v las limitaciones locales: 

No era en el plano político donde sólo se sentían los efectos del sacudón que agitaba al mundo. En las letras se desarrollaba idéntico forcejeo entre las tendencias arcaizantes v modernistas v si bien la tonalidad general era neoclásica aún podían sorprenderse curiosos resabios de un barroquismo tardío, refugiado en las intendencias donde era menor el influjo de los modernos escritores españoles v franceses.2 

/Momento de cambio también en las colonias, se produce —dice el mismo autor— una incongruente mezcla de tendencias. Esta mezcla no sólo nacía de un pragmatismo táctico o de un eclecticismo consciente, sino también de fusiones confusiones de principios contrapuestos. En las bibliotecas se encontraban Santo Tomás v Buffon, frav Luis de Granada v Fontenelle. I.as bibliotecas espejaban la mente de sus lectores. 

El arte es uno de los campos donde se revela con más nitidez el progreso de la sociedad rioplatense de este siglo. 

En el arte colonial hispanoamericano se produjeron determinadas fijaciones estilísticas, alteraciones resultantes de nuevas importaciones europeas, remembranzas de los monumentos de las ciudades de origen de los arquitectos v constructores v por fin la metamorfosis que los modelos europeos sufrieron en manos de los artesanos indígenas que les trasmitieron su idiosincrasia v tradiciones artísticas. Todo ello produjo una verdadera coexistencia de estilos v modalidades que dificulta seriamente datar los monumentos cuando no se dispone de datos ciertos sobre su fecha de origen. Pero sobre esta multiplicidad América española obró en un sentido unificador, que hizo del “colonial hispanoamericano” un verdadero estilo. 

En este sentido, y en la abundancia e importancia de las obras que han subsistido, el siglo xvm es el gran siglo del arte colonial en el Río de la Plata, a diferencia de otras regiones donde hubo un despertar anterior. No obstante que en materia de artes plásticas no se puede hablar de una uniformidad de tendencias para todo el país, el conjunto todo se destaca del resto del continente por la mayor sobriedad y sencillez de la arquitectura. Los escasos recursos, la falta de piedras y maderas tallables y el predominio del neoclasicismo en la época contribuyeron a ese resultado. De allí la sencillez reposada de las líneas, la sobriedad de la decoración y el predominio de lo arquitectónico sobre lo escultórico. Blanqui, Kraus y Masella han perpetuado sus nombres en obras como las iglesias del Pilar, San Ignacio y la Catedral, respectivamente, añadiéndose al historial del primero La Merced, el Cabildo y San Francisco. 

Pero no fue patrimonio exclusivo de Buenos Aires este desarrollo arquitectónico. La Catedral de Córdoba es otro testimonio de alto valor, en especial su cúpula barroca ejecutada por fray Vicente Muñoz. Y también las grandes estancias jesuíticas donde Blanqui y Prímoli dejaron su sello inconfundible. 

La arquitectura civil también produjo obras de valor. Salta 

es un excelente ejemplo de ello, no sólo por su notable Cabildo, conservado sin las mutilaciones del porteño, sino por sus mismas casas de familia, que ofrecen múltiples ejemplos de portales, balcones, ménsulas v artesonados. 

A medida que se avanza hacia el norte se nota un aumento en la riqueza del decorado, en la abundancia de las tallas v en la presencia de la mano de obra indígena. Pero además de las grandes construcciones de las ciudades, merece un párrafo aparte la multitud de capillas diseminadas en el noroeste argentino/ Son obras simples, sencillas e ingenuas, construidas en barro o adobe v salidas no de manos de arquitectos sino de simples vecinos aficionados que hicieron lo mejor que podían para honra de Dios, y que revelan, más que las obras de mayor calidad, la sensibilidad artística del pueblo y la autenticidad del estilo. 

Paralelamente en el extremo nordeste, en los pueblos misioneros, los jesuítas desarrollaron otra obra arquitectónica de jerarquía con la abundante participación de los indios reducidos. Cada pueblo misionero levantó su iglesia de piedra, sus casas v dependencias. Arquitectos como Brassanelli, Petragrassa v Kraus trabajaron en la región, v los indios tallaron en las piedras los motivos ornamentales, adaptando con sentido original los modelos europeos. 

También fue muv rica la imaginería de la época. Podemos reconocer una influencia altoperuana, otra misionera v una portuguesa, con fuerte incidencia barroca. No faltaron tampoco los pintores, cuyo primitivismo confiere a sus cuadros un valor original. 

Frente a este desarrollo de la plástica, las artes musicales se mantuvieron en un nivel muy mediocre. Mayor desarrollo tuvo en cambio la literatura, si bien el siglo no produjo ningún émulo del poeta Tejeda, de la centuria anterior. Hubo más vocación por la literatura científica que por la meramente creativa. Haenkc, Faulkner, Cárdenas, Quiroga, ilustraron las ciencias naturales y la cartografía. Pero fue necesario llegar al fin del siglo para escuchar los versos de Lavardén en su Oda al Paraná o en su obra teatral Siripo, donde se entremezclaban la vocación clasicista con los nuevos impulsos románticos. Sin embargo, aun entonces, el propio poeta dedicaba parte de su tiempo a artículos sobre economía, y Manuel Belgrano pergeñaba páginas sobre economía política y educación que revelan un estilo directo y un pensamiento claro. 

VIRREYES DEL RiO DE LA PLATA 

Pedro de Cevollos. 

Juan José de Vértiz y Salcedo. 

Cristôbal del Campo, marqués de Loreto. 

Nicolas de Arredondo. 

Pedro Melo de Portugal y Villena. 

Antonio Olaguer Feliü (interinol. 

Gabriel de Avilés y del Fierro. 

Joaquin del Pino. 

Rafael de Sobre Monte. 

Santiago de Liniers (interinol. 

Baltasar Hidalgo de Cisneros. 

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