Maier,
Franz G.; Las transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III – VIII, Editorial Siglo XXI Editores, Madrid, 1994.
VI. TEODOSIO EL GRANDE
La parálisis interna del estado sasánida y
los parciales éxitos militares contra los godos permitieron a Teodosio, a
finales del siglo IV y aún por algún tiempo, concentrar las fuerzas del imperio
en un conjunto unitario y resistente. El resultado de su trabajo constituyó una
solución provisional de los problemas políticos y religiosos. Cortesía y
liberalidad alternaban en él con accesos de ira y brutalidad; su rigurosa
política financiera armonizaba con su prudente estrategia militar. Que la historia
haya sido justa al atribuirle el sobrenombre de Grande es asunto controvertido.
Pero él fue la última figura imperial que decidió soberanamente las grandes
cuestiones de política exterior, de estrategia y de política eclesiástica.
Agustín exagera al afirmar que consideraba más importante su pertenencia a la Iglesia Católica
que su dominio terrenal. Pero, es cierto que estuvo mucho más convencido que
Constantino de la legitimación divina de su poder y de la responsabilidad que
le incumbía de comportarse como señor de la Iglesia y de cuidar de la propagación de la fe,
reconocida por él como verdadera.
Teodosio impulsó decididamente la unidad
religiosa del imperio e hizo valer inequívocamente la autoridad del emperador,
incluso en cuestiones relativas a la fe. La división de la Iglesia quedó eliminada en
el concilio de Constantinopla y en las medidas político-eclesiásticas que le
siguieron. Durante algún tiempo se mantuvo la paz, pese al predominio
indiscutido de la ortodoxia; pero los nuevos conflictos dogmáticos con los
pelagianos y los monofisitas comenzaban a hacerse notar. Naturalmente, seguían
existiendo maniqueos, donatistas y un gran número de otras sectas más pequeñas.
Frente a ellos, Teodosio siguió una política rigurosa. Recibía a los obispos
heréticos y rompía ante (111) sus ojos los memoriales que le presentaban. Las
iglesias de los heréticos fueron confiscadas, y retirados incluso los derechos
civiles a los restos de algunas sectas.
La ecclesia catholica, el
cristianismo del credo niceno, debería convertirse en la religión exclusiva
del imperio romano. Para Teodosio, la Iglesia había vencido definitivamente; él quería
realizar, como soberano cristiano, el estado cristiano. La fe -liberada de la
cadena jurídica y favorecida por todos los medios- debería ser no sólo el
fermento de la sociedad, sino también el principio político que informara todo
orden terreno. La política teodosiana tampoco escapó al peligro de identificar
a Dios con la conservación del estado y de la sociedad, en lugar de poner a la
organización humana al servicio de Dios.
Teodosio arremetió con creciente energía contra el
paganismo. Es de destacar que no se invistió ya del cargo de pontifex
maximus. En los comienzos de su reinado, se produjo la última confrontación
importante entre paganos y cristianos, que naturalmente se desarrolló
pacíficamente y sin fanatismos, gracias a la segura posición de la Iglesia. Fue
simbólica, por su inutilidad, la lucha de la aristocracia senatorial pagana,
bajo la dirección del prefecto de Roma, Símaco, por la reincorporación del
altar de la Victoria ,
en la sala de sesiones del senado, que Graciano había ordenado retirar el año
382. Medidas similares a las dirigidas contra los heréticos -prohibición de
reuniones, supresión de templos, restricción de los derechos civiles- fueron
tomadas ahora contra los paganos. Se cerraron sus templos y se prohibieron,
bajo amenaza de graves penas, las ofrendas y la veneración de las estatuas de
los dioses, así como la totalidad de los ritos de la gentilitia superstitio
(superstición pagana). En el año 393, tuvieron lugar, por última vez, los
juegos olímpicos, lo que constituye también una fase en la represión del
paganismo. El paganismo estaba definitivamente destruido; incluso numéricamente
se inició un retroceso relativamente rápido. La lucha contra el paganismo
llegó a pasar incluso al plano político, en conexión con la segunda gran
realización de Teodosio: el restablecimiento de la unidad del imperio bajo la
soberanía de un solo emperador. Primero hubo de derrotar a Máximo,
antiemperador nombrado por el ejército de Inglaterra y las Galias. Pocos años más
tarde, tras la muerte de Valentiniano II (392), Arbogasto, magister militum
franco, proclamó antiemperador a Flavio Eugenio, profesor de retórica.
Eugenio se declaró nuevamente en favor del paganismo, aunque de una manera
mucho más suave que Juliano, pues tan sólo recomendó tolerancia para con 1os
partidarios de los viejos dioses. Pero las (112) tropas de Teodosio, favorecidas por un
huracán, lograron una clara victoria junto al río Frígido, en septiembre del
año 394. El resultado de la batalla y el «milagroso huracán» fueron considerados
como el juicio de Dios y la
corroboración reafirmada del triunfo del cristianismo: «Tú eres el emperador
amado por Dios sobre todas las cosas ( ...), por quien incluso el éter combate
y a cuyas banderas los vientos acuden a raudales», poetizó incluso el pagano Claudiano.
El praefectus praetorio Nicómaco Flaviano, prominente figura del
paganismo, escogió (como un día el joven Catón en Utica) la muerte voluntaria.
La tercera gran aportación de Teodosio se
produjo en la política exterior, con la superación del peligro godo, que hizo
posible el mantenimiento de la frontera imperial en el nordeste, con lo que la
invasión germánica fue, al menos por el momento, apaciguada. El imperio parece
haber salido fortalecido de los trastornos y dificultades de los decenios
anteriores. De nuevo se restablecía la administración unitaria en todo el
imperio, se fortalecía el poder central y se aseguraba la intervención imperial,
incluso en las provincias más alejadas. En las mismas provincias, sobre todo en
Oriente, se hizo perceptible una regeneración económica, aún cuando el elevado
esfuerzo militar seguía exigiendo una política fiscal muy rígida. El ejército
fue reorganizado, dotado de capacidad combativa y presto para la defensa; las
fronteras del imperio quedaron nuevamente aseguradas y sin mengua, tras la
situación de peligro del año 378. La natitia dignitatum, aparecida
presumiblemente poco después de la muerte de Teodosio, ofrece una
representación, en buena medida exacta, de la organización y disposición
estratégica del ejército. El ejército de campaña estaba formado por más de 135
legiones y 108 auxilia (tropas auxiliares), que en conjunto formaban
unas 140 grandes unidades de infantería; a esto hay que añadir 88 regimientos
de caballería. La fuerza de los efectivos hay que calculada sobre 180.000
hombres de infantería y 44.000 jinetes. La caballería estaba repartida por
igual entre Oriente y Occidente; el número de unidades de infantería era
aproximadamente un 10 % más elevado
en Occidente que en Oriente. El ejército de campaña estaba organizado y
acantonado en los puntos más conflictivos; así, por ejemplo, la reserva
estratégica del magister militum per Gallias contaba alrededor de
40.000 hombres. Las tropas de defensa de las fronteras comprendían alrededor
de 317 unidades de infantería y 258 de caballería, a las que hay que añadir 10
flotillas fluviales. Sus efectivos son más difíciles de estimar; debieron ser
de cerca de 250.000 hombres para la infantería y de 25.000 para la caballería.
Aquí se daba (113) una muy acusada diferencia en la distribución: 154
de las 258 unidades de caballería se encontraban en Oriente. El ejército romano
era por su número muy inferior a las unidades tribales que avanzaban sobre las
fronteras, pero poseía la ventaja de una mejor preparación y organización;
además, disponía de la decisiva ventaja estratégica de la línea defensiva
interior, con una red de comunicaciones relativamente buena.
La pausa de tranquilidad que creó el
esfuerzo desesperado de Teodosio por asegurar las fronteras y lograr la paz
interior, tuvo su repercusión también en la cultura. Esta época de relativo
sosiego aportó un florecimiento tardío, al que se ha dado el nombre de
«renacimiento teodosiano». Junto a las últimas creaciones clasicistas de la
literatura pagana, el cénit del humanismo cristiano y de la literatura de los
Padres de la Igle sia
caracterizó la vida espiritual. Además de grandes figuras, como las de Ambrosio
o Gregorio de Nisa, se formó una pléyade de talentos menores, como Sinesio de
Cirene, Teodoro de Mopsuestia o Paulino de Nola, que nos presenta Jerónimo en De
viris illustribus, un brillante testimonio de la época. Una correspondencia
extraordinariamente activa, que creó un intercambio espiritual en todo el
imperio y afectó a todas las cuestiones del tiempo, nos habla de la vivacidad
de la época. En el dominio del arte, el estilo teodosiano se basa intensamente
en los modelos de la
Antigüedad , con un cierto refinamiento en la ejecución, que
anuncia una nueva conciencia capaz de enjuiciar con mayor libertad las
tradiciones paganas. El estilo y la voluntad constructiva se manifiestan en
mosaicos, como los del ábside de Santa Pudenciana, en Roma (el primer gran
mosaico de ábside), o de San Jorge, en Salónica, pero también en los suntuosos
monumentos conmemorativos de victorias. En Constantinopla, se conserva la base
del gran obelisco que ordenó transportar Teodosio, en el año 390, al
hipódromo, desde la egipcia Heliópolis. Sus bajorrelieves muestran cómo el
emperador observa la colocación del obelisco o mira una carrera de carros,
mientras músicos y danzarinas entretienen al espectador; es éste un monumento
que sigue la tradición de las columnas imperiales romanas y de los arcos de
triunfo, pero el estilo solemne, casi hierático, se expresa aquí más
perfectamente que en el arco de triunfo de Constantino. El emperador, como ser
humano, desaparece casi por completo tras la encarnación del máximo poder sobre
la tierra. Tanto en el estilo como en la orientación política, estos monumentos
reúnen tradiciones paganas y anhelos cristianos; constituyen una clara
expresión de la conciencia de la época y de la autorrepresentación del Imperium Romanum
Christianum (114)
Teodosio fue también, a los ojos de sus
contemporáneos, el gran renovador de la obra constantiniana. Pero fue, al mismo
tiempo, el último soberano de un imperio cristiano unificado; su gran esfuerzo
carecía de consistencia. Lo característico de su actuación es esa extraña
mezcla de lo duradero y lo transitorio. Así como el arte teodosiano fue una
corta floración, un fenómeno de transición, de la misma manera gran parte de
sus éxitos y de sus soluciones, aparentemente destinadas a perdurar, se
manifiestan, en el curso de la historia, como algo totalmente provisional. La
eliminación del cisma arriano no trajo a la Igle sia una unidad de credo duradera. A lo largo
del siglo V, se desarrolló, con la herejía monofisita, un cisma que afectaba
más profundamente a la
Iglesia. Algo parecido ocurre en política exterior y en los
éxitos de la estrategia defensiva del emperador. Incluso aquí no se resolvió
verdaderamente el problema que planteaban las invasiones de los bárbaros. La
política de Teodosio para con los germanos, que, en muchos aspectos, se apoyaba
en las excelentes relaciones personales del emperador con los príncipes de las
tribus germánicas, unió al problema exterior de la defensa de las fronteras
imperiales, ya de por sí irresoluble el problema de la inmigración germana, un peligroso explosivo,
al menos para la parte occidental del imperio. Tampoco estaba liquidada la
cuestión persa en el frente oriental; en el siglo V, se agudizó de nuevo.
Escoceses y sajones se encontraban en Britania; francos y alamanes, además de
burgundios, vándalos y suevos, se hallaban en la frontera del Rin y del alto
Danubio, pero, sobre todo, los godos habían penetrado en el bajo Danubio. El
emperador no hubiera podido impedir esta marcha amenazadora de las tribus
bárbaras sobre las extensas fronteras del imperio.
El mismo Teodosio era posiblemente
consciente, al menos en un aspecto, de que la unidad del imperio, por él
recobrada, no podría mantenerse. De otra manera no se comprende que, ya en su
testamento político, él mismo diese marcha atrás en su mayor éxito político: el
imperio romano unificado fue dividido definitivamente a su muerte entre sus
hijos, en una parte oriental y otra occidental. Arcadio, el mayor, recibió
Oriente como Augusto; Honorio, Occidente. Políticamente se pensó esto, en
principio, como una simple estructuración del imperio en dos grandes unidades
administrativas, pero no radicalmente separadas. De facto, ambas
unidades administrativas, como era de esperar, se convirtieron rápidamente en
conjuntos imperiales autónomos, proceso que se vio favorecido por las
diferencias culturales entre la mitad latina del imperio y la mitad greco-oriental.
(115)
No hay comentarios:
Publicar un comentario