lunes, 9 de mayo de 2016

El marco germánico - Perry Anderson


1. 
El marco germánico 

     En este, mundo decadente de oligarcas sibaritas, de defensas desmanteladas y de masas rurales desesperadas fue en el que entraron los bárbaros germanos cuando cruzaron el Rin helado el último día del año 406, ¿Cuál era el sistema social de estos invasores? Cuando, en tiempos de César, las legiones romanas tropezaron por vez primera con las tribus germanas, eran agri­cultores sedentarios con una economía predominantemente pastoril. Entre ellos imperaba un modo de producción primi­tivo y comunal. La propiedad privada de 1a tierra era desco­nocida y todos los años los jefes dé las tribus decidían qué parte del suelo común habría de ser arada y asignaban las diversas porciones a los clanes respectivos, que cultivaban  y se apropiaban de los campos de forma colectiva. Las redistribuciones periódicas impedían grandes  diferencias de riqueza entre clanes y familias, aunque los rebaños eran propiedad privada y constituían la riqueza de los principales guerreros de las tri­bus[1] , En tiempos de paz no había jefaturas que gozaran de autoridad sobre todo un pueblo; los jefes militares de carácter excepcional se elegían en tiempo de guerra. Muchos clanes eran todavía matrilineales. Esta rudimentaria estructura so­cial se modificó muy pronto con la llegada de los romanos al Rin y con su ocupación temporal de Alemania hasta el Elba durante el siglo I d. C. El comercio de artículos de lujo a través de la frontera produjo rápidamente una creciente estratificación interna en las tribus germánicas: para comprar los artículos romanos, los jefes guerreros de las tribus vendían ganado o asaltaban a otras tribus para capturar esclavos con objeto de exportarlos a los mercados romanos. En tiempos de Tácito, la tierra ya había dejado de ser asignada a los clanes y era distribuida directamente a personas concretas, mientras disminuía la frecuencia de las redistribuciones. El cultivo era todavía muy cambiante, debido a la existencia de terrenos fo­restales desiertos, y las tribus carecían, por tanto, de una gran fijeza territorial. Este sistema agrario favorecía la guerra es­tacional y permitía frecuentes y masivos movimientos migra­torios[2] . Una aristocracia hereditaria, con riquezas acumuladas, formaba un consejo permanente que ejercía el poder estratégico en la tribu; aunque una asamblea general de guerreros libres todavía podía rechazar sus propuestas. Estaban surgiendo, además, linajes dinásticos, de carácter casi monárquico de los que salían jefes electivos situados por encima - del consejo. Pero, sobre todo, los dirigentes de cada tribu habían reunido a su alrededor a «séquitos»'de guerreros para las expediciones de saqueo que trascendían las unidades clánicas de parentesco. Estos séquitos procedían de  la nobleza y se mantenían con el producto de las tierras que se les había asignado y estaban alejados de toda participación en la producción agraria; formaban  el núcleo de una permanente división de clases y dé una autoridad, coactiva institucionalizada en el marco dé estas primitivas formaciones sociales[3]. Las luchas entre guerreros del común y  ambiciosos jefes nobiliarios para usurpar el poder dictatorial dentro de las tribus apoyándose en la fuerza de sus séquitos leales estallaron cada vez con más frecuencia. El mismo Arminio, vencedor en el bosque de Teutoburgo, fue aspi­rante y víctima de uno de ellos. La diplomacia romana atizaba activamente esas disputas internas, por medio de subvenciones y alianzas, con objeto de neutralizar la presión de los bárbaros sobre la frontera y de que cristalizara un estrato de dirigentes  aristócratas deseosos de colaborar con Roma.
   Así pues, económica y políticamente, por medio del .inter­cambio comercial y de la intervención diplomática, la presión romana aceleró la diferenciación social y la desintegración de los modos de producción comuna1es en los bosques germáni­cos. Los pueblos que tenían un contacto más estrecho con el Imperio revelaban, también, inevitablemente, las estructuras sociales y económicas más «avanzadas» y la mayor lejanía del modo de vida tradicional de las tribus. Los alamanes en la Selva Negra y, sobre todo, los marcomanos y los cuados en Bohemia tenían villas de estilo romano, con fincas cultivadas por esclavos capturados en las guerras. Los marcomanos además, habían sometido a otros pueblos germanos y, en el siglo II, habían creado un Estado organizado con. Un gobierno real en la región del Danubio central. Su imperio fue derrocado  pronto, pero era ya un síntoma de la configuración del futuro.  Ciento cincuenta, años después,  a principios del siglo IV, los  visigodos que habían ocupado Dacia después de que Aureliano retirara de allí sus legiones, mostraron nuevos signos de ese mismo proceso social. Sus técnicas  agrícolas eran más  avanzadas, y ellos mismos eran en su mayoría  labradores dedicados al cultivo, con algunas artesanías rurales (utilizaban la rueda de alfarero) y un alfabeto rudimentario. La economía visigoda de esta antigua provincia romana, con sus fuertes y sus ciudades residuales, dependía ahora tanto del comercio transdanubiano  con Europa que los romanos podían recurrir con éxito al bloqueo comercial como arma decisiva de guerra contra ellos. La asamblea general de los guerreros había desaparecido por completo, Un consejo confederado de optimates ejercía ahora la autoridad política central sobre unas aldeas obedientes. Los optimates formaban una clase poseedora, con fincas, séquitos y esclavos, claramente diferenciada del resto de su pueblo[4]. En efecto, cuanto más perduraba el sistema imperial romano, más tendía el poder de su influjo y de su ejemplo a arrastrar a las tribus situadas en la frontera hacia una mayor diferenciación  social y hacia niveles más altos de organización política y militar. A partir de la época de Marco Aurelio, los sucesivos aumentos de la presión bárbara sobre el Imperio no fueron; pues, rachas fortuitas de mala suerte de Roma, sino que en buena medida fueron las consecuencias estructurales de su propia existencia y de su triunfo. Los lentos cambios provoca­dos en su entorno exterior, por imitación e intervención, se harían acumulativos: el peligro de las fronteras germánicas creció a medida que la civilización romana las transformaba gradualmente.
    Mientras tanto, y dentro del propio Imperio romano, los ejércitos imperiales utilizaban en sus filas a un número crecien­te de guerreros germanos. La diplomacia romana había inten­tado tradicionalmente, y siempre que era posible, rodear las fronteras del Imperio con un glacis exterior de foederati, jefes aliados o clientes que conservaban su independencia fuera de las fronteras romanas, pero que defendían los intereses roma­nos dentro del mundo bárbaro a cambio de subvenciones financieras, apoyo político y protección militar. En el Imperio tardío, sin embargo, el gobierno imperial recurrió al recluta­, miento habitual de soldados procedentes de esas tribus para sus propias unidades. Al mismo tiempo, los refugiados o cau­tivos bárbaros eran asentados en tierras desiertas en calidad de laeti, con la obligación de prestar servicio militar en el ejér­cito a cambio de sus propiedades. Además, muchos guerreros germánicos libres se alistaban como voluntarios en los regi­mientos de Roma, atraídos por la perspectiva de la paga y la promoción dentro del sistema militar del Imperio[5]. A mediados del siglo IV, un porcentaje relativamente alto de generales, ofi­ciales y soldados palatino s de choque eran de origen germánico y estaban cultural y políticamente integrados en el universo so­cial de Roma: generales francos como Silvano o Arbogasto, que alcanzaron el rango de magister militum o comandante en jefe de Occidente, eran moneda corriente. Había, pues, cierta mezcla de elementos romanos y germánicos dentro del propio aparato del Estado imperial. Los efectos sociales e ideológicos que la integración en el mundo romano de un gran número de soldados y oficiales teutónicos tuvo sobre el mundo germánico que de forma provisional o permanente habían dejado atrás, no son difíciles de reconstruir: representaron un poderoso re­fuerzo de las corrientes de estratificación y diferenciación ya presentes en las sociedades tribales de allende las fronteras. La autocracia política, el rango social, la disciplina militar y la remuneración monetaria fueron lecciones aprendidas en el ex­terior y fácilmente asimiladas en el interior por los jefes y los optimates. Así, en la época de las Volkerwanderungen del si­glo V, cuando toda Germania sufrió la conmoción provocada por la presión de los hunos -invasores nómadas procedentes de Asia central- y las tribus comenzaron a lanzarse a través de las fronteras romanas, las fuerzas internas y externas habían llevado a la sociedad germánica a una considerable distancia de las formas que tenía en los días de César. Ahora, una nobleza con séquito solidificada y la riqueza individual de la tierra ha­bía suplantado casi por doquier a la tosca igualdad originaria de los clanes. La larga simbiosis de las formaciones sociales romana y germánica en las regiones fronterizas había colmado gradualmente el abismo que existía entre ambas, aunque toda­vía subsistiera en muchos aspectos importantes[6] . De la colisión y fusión de ambas en su cataclismo final habría de surgir, en último término, el feudalismo.







[1] Esta descripción sigue a E. A. Thompson, The early Germans, Ox­ford, 1965, pp. 1-28, estudio marxista de las formaciones sociales germá­nicas desde César a Tácito que constituye un modelo de claridad y ele­gancia. Las obras de Thompson forman un ciclo inestimable que abarca en realidad toda la evolución de la sociedad. germánica en la Antigüedad. desde esta época hasta la caída del reino visigodo de Hispania, unos siete siglos después
2 M. Bloch, «Une mise au point: les invasions", Mélangl!cs Historiques, 1,París 1963, pp. 117·8.
[3] Thompson, The early Germans, pp. 48·60. La formación de un siso tema de séquitos es en todas partes un paso preliminar decisivo en la transición gradual de un orden tribal a otro feudal, porque constituye la ruptura definitiva con un sistema social regido por relaciones de pa­rentesco. El séquito puede definirse siempre como una élite que trascien­de la solidaridad de parentesco al sustituir los vínculos biológicos por vínculos convencionales de lealtad, e indica la próxima desaparición del sistema de c1anes. Naturalmente, una aristocracia feudal plenamente foro mada tendrá su propio (y nuevo) sistema de parentesco, que sólo ahora comienzan a estudiar los historiadores;. pero estos sistemas nunca' serán su estructura dominante. Hay un buen estudio de este punto .fundamen­tal en el estimulante artículo de Owen Lattimore. «Feudalism in history», Past and Present, núm, 12, noviembre de 1957, p. 52.
[4] E, A. Thompson,' The Visigoths in the time_al VIfila, Oxford, 1966, especialmente PP.' 40-51; otro diáfano estudio' que constituye la continuación de su primer trabajo
[5] Frank, Scholae Pala tina e, pp. 63-72: Jones, The later Roman Empire, n, pp. 619-22.
[6]En nuestro siglo, y como reacción contra las concepciones tradicio­nales, ha existido algunas veces entre los historiadores la tendencia a exagerar el grado de la simbiosis previa entre ambos mundos. Un ejem­plo extremo es la tesis de Porshnev, según la cual toda la infraestruc­tura: romana se basaba en la mano de obra esclava de los cautivos bár­baros, y, por tanto, ambos sistemas sociales estaban desde el comienzó estructural mente ligados: las asambleas de guerreros de los primeros pueblos germánicos serían simplemente la respuesta defensiva a las ex­pediciones romanas en busca de esclavos. De acuerdo con esta concep­ción, el Imperio siempre formó una «unidad compleja y antagónica» con su periferia bárbara. Véase B. F. Porshnev Feodalizm i Narodni Massie, Moscú, 1964, pp. 510-2. Esta opinión exagera enormemente el papel de la mano de obra esclava en el Imperio tardío y la proporción de esclavos traídos del limes germánico incluso a comienzos del Imperio.

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