
En cada uno de ellos podemos encontrar elementos o
rasgos característicos. En la Alta Edad Media centraremos el análisis en el
surgimiento de lo que José Luis Romero llamó “la cultura occidental” y de los
reinos romano-germánicos (también llamados reinos de síntesis), en la
constitución de la Europa carolingia y en las consecuencias de su
fragmentación; en la Plena Edad Media, el feudalismo, el crecimiento y la
expansión demográfica, económica, cultural y territorial de Europa occidental
constituirán temas centrales; finalmente, en la Baja Edad Media, las crisis del
XIV y los caminos de recuperación, que implican transformación, serán
esenciales para comprender el tránsito del mundo medieval al mundo moderno.
Los tiempos medievales fueron tiempos de
diversidad, de contacto entre culturas y grupos diferentes, tanto a nivel local
y regional (el vecino, el habitante de la comarca cercana) como a nivel
nacional e internacional (el veneciano, el franco, el griego). Estas diversidades
también fueron confesionales (el cristiano, el judío, el musulmán), sociales y
económicas (el noble, el burgués, el campesino, el siervo, el esclavo),
sexuales y etarias (el hombre, la mujer, el niño, el joven, el adulto, el
viejo).
Nuestra propia cultura y nuestro propio presente no
podrían comprenderse sin la explicación de esos momentos medievales, tal como
queda evidenciado en interrogantes similares a los que detallamos: ¿cómo
entender las fronteras y la distribución política de Occidente?, ¿cómo comprender
los movimientos actuales del islam?, ¿cómo explicar las supervivencias
artísticas?, ¿dónde buscar las fuentes de muchos de los idiomas actuales?,
¿cómo no reconocer al sistema bancario, a las organizaciones gremiales y a las
universidades como propiamente medievales? Cuántos cómo y por qué de nuestro
presente que se explican en términos de historia medieval.

Los años finales del Imperio romano, su posterior
desmembramiento, la cristalización del cristianismo y su difusión por el
territorio oriental y occidental, la formación de los reinos romano-germánicos,
el desarrollo del Imperio carolingio y su desaparición, han sido y continúan
siendo para los estudiosos, momentos complejos; dado que su interpretación y
valoración dependen tanto de una selección del contenido temático, cronológico
y documental como de las posibilidades de las periodizaciones y el enfoque
historiográfico asumido. Un abordaje intelectual que permita su acceso global
depende de numerosos ingredientes que enfoquen algunos aspectos y dejen de lado
otros, o bien que se dirijan a la continuidad o la ruptura. Palabras como
continuidad, ruptura, transformación, cambio, tradición, innovación,
renovación, permanencia, síntesis, imbricación, metamorfosis conforman parte
del léxico interpretativo de estos siglos. Eduardo Manzano Moreno, haciéndose
eco de estas complejidades y dificultades, afirma que esto es así porque este
período es “demasiado bárbaro para los historiadores de la Antigüedad y
demasiado antiguo para los medievalistas tradicionales”.
Las perspectivas planteadas para explicar el paso
de la Antigüedad a la Edad Media, son los siguientes: la interpretación en
términos de transición, cuyo núcleo central está en las explicaciones
económicas y sociales que llevarían de la forma de producción esclavista,
propia del mundo antiguo, a la forma de producción feudal, propiamente
medieval. La misma se liga con la historiografía marxista y, en cuanto a
términos temporales, se
superpone con la tardoantigüedad o con el altomedioevo según los autores enfoquen la transición. La conformación de una Temprana Edad Media, coloca el acento en la caída del Imperio romano y la conformación del nuevo marco político e institucional de los denominados reinos romano-germánicos.
superpone con la tardoantigüedad o con el altomedioevo según los autores enfoquen la transición. La conformación de una Temprana Edad Media, coloca el acento en la caída del Imperio romano y la conformación del nuevo marco político e institucional de los denominados reinos romano-germánicos.

A estos problemas de interpretación debemos sumar
los generados por cuestiones idiomáticas, puesto que cada país tiene su propia
terminología que muchas veces es imposible traducir en otro contexto
nacional. Por ejemplo, Lester Little y Barbara Rosenwein decidieron traducir Early
Middle Ages como Alta Edad
Media, a pesar de los matices que es posible reconocer según se trate del
ámbito italiano, inglés, alemán, francés o español.
Respecto al problema en términos de transición,
pueden apreciarse dos tendencias. Los historiadores de la Antigüedad tratan,
desde mediados del siglo XX, de leer la transición del esclavismo al feudalismo
en el mundo tardorromano del Occidente europeo. En este contexto se pensaba en
las revueltas bagáudicas del siglo V como el acontecimiento que permitía dicho
cambio (con autores como Santo Mazzarino y Gonzalo Bravo), lo cual fue valorado
críticamente después, e incluso puesto en duda, por Raymon Van Dam para la zona
gala, quien mostró que desde los estamentos sociales elevados se produjeron las
transformaciones. En tanto, autores como Pierre
Bonnassiè llevaron su investigación
hasta el año mil, recorriendo el camino de la progresiva desaparición de la
esclavitud. Por su parte, Chris Wickham trabajó en lo que se denomina la otra transición,
que intenta delimitar hasta cuándo la renta impositiva se impuso en el terreno
antes romano y cuándo aparece rigiendo la economía la renta feudal.

Por el contrario, otros historiadores, como Jean Durliat,
han sostenido la inexistencia de formas de renta privada antes del siglo X, ya que las
monarquías germánicas habrían cobrado un tipo de impuesto público usufructuando
el sistema fiscal romano. Esta línea analítica se desprende de los estudios de George Duby
sobre la región del Maçon, donde se habría verificado una preeminencia de pequeña propiedad alodial (libre) hasta los siglos IX y X, y que habría sido
finalmente absorbida hacia el siglo X como consecuencia del agravamiento de las guerras intestinas de la
aristocracia. Así, habría habido pervivencia de mano de obra esclava doméstica
en las casas aristocráticas conviviendo con campesinos libres en posesión
efectiva de parcelas de tierra alodial.
La renovación de la interpretación de los tiempos
altomedievales es obra de la historiografía inglesa y, particularmente del
mencionado Wickham y de Ian Wood. El primero de ellos, si bien acepta que los germanos
mantuvieron en funcionamiento la estructura fiscal del imperio, lo hicieron en
un principio y no por mucho tiempo. Para el
siglo V o VI, ya no habrían podido sostener el costo de la infraestructura del sistema de recaudación por lo que se habría desatado una fase recesiva, una crisis a nivel de las fuerzas productivas que se habría caracterizado por una caída demográfica y de los intercambios que significaron la crisis del sistema impositivo. En paralelo, y como la evidencia arqueológica muestra, la evolución de la villa romana hacia el latifundio se potenció en el surgimiento de un grupo de campesinos autónomos, alejados de los grandes centros aglutinantes. Asimismo, se entiende que los reyes germanos que conservaron propiedades las cultivaron con servís instalados y esclavos domésticos. Como gobernaban distritos donde habitaban campesinos libres, el vínculo de sujeción era laxo. Su modelo analítico se basa en determinadas categorías conceptuales que son las que finalmente permiten su abordaje analítico. Campesinos independientes que funcionaban de acuerdo a lógicas de sociedades arcaicas: se consolidó un modo de producción de base campesina en el que la unidad de producción era la unidad doméstica. Había intercambio con otras unidades que obedecían a redes sociales de reciprocidad (don y contra don). No existía diferenciación de clases, sí de status (este era inestable, se negociaba); las fuerzas productivas tenían nivel bajo de desarrollo; no se verificaba un incentivo al desarrollo técnico ni al aumento de trabajo. Las caídas demográficas son parte de la dinámica del modo de producción. La estructura social era tripartita: hombres libres, dependientes y aristócratas. Los reyes eran vistos como caudillos de hombres libres. En algunos lugares como Italia, este modo coexistió con el feudal, aunque el predominio de campesinos libres autónomos resulta evidente y consecuencia de la involución del estado y debilidad estructural de la capacidad de coacción de la aristocracia, porque al no poder sostener en el tiempo el sistema fiscal, extrajo menos excedente. Las excepciones a esta regla se habrían dado en el norte de Francia donde las formas sostenidas de riqueza en manos de la aristocracia terminaron por modificar los patrones culturales vigentes. Así, para el autor la temprana aparición de estructuras feudales, características por la apropiación privada de renta y de poder político, se habría originado en las grandes estructuras productivas del norte de Francia.
siglo V o VI, ya no habrían podido sostener el costo de la infraestructura del sistema de recaudación por lo que se habría desatado una fase recesiva, una crisis a nivel de las fuerzas productivas que se habría caracterizado por una caída demográfica y de los intercambios que significaron la crisis del sistema impositivo. En paralelo, y como la evidencia arqueológica muestra, la evolución de la villa romana hacia el latifundio se potenció en el surgimiento de un grupo de campesinos autónomos, alejados de los grandes centros aglutinantes. Asimismo, se entiende que los reyes germanos que conservaron propiedades las cultivaron con servís instalados y esclavos domésticos. Como gobernaban distritos donde habitaban campesinos libres, el vínculo de sujeción era laxo. Su modelo analítico se basa en determinadas categorías conceptuales que son las que finalmente permiten su abordaje analítico. Campesinos independientes que funcionaban de acuerdo a lógicas de sociedades arcaicas: se consolidó un modo de producción de base campesina en el que la unidad de producción era la unidad doméstica. Había intercambio con otras unidades que obedecían a redes sociales de reciprocidad (don y contra don). No existía diferenciación de clases, sí de status (este era inestable, se negociaba); las fuerzas productivas tenían nivel bajo de desarrollo; no se verificaba un incentivo al desarrollo técnico ni al aumento de trabajo. Las caídas demográficas son parte de la dinámica del modo de producción. La estructura social era tripartita: hombres libres, dependientes y aristócratas. Los reyes eran vistos como caudillos de hombres libres. En algunos lugares como Italia, este modo coexistió con el feudal, aunque el predominio de campesinos libres autónomos resulta evidente y consecuencia de la involución del estado y debilidad estructural de la capacidad de coacción de la aristocracia, porque al no poder sostener en el tiempo el sistema fiscal, extrajo menos excedente. Las excepciones a esta regla se habrían dado en el norte de Francia donde las formas sostenidas de riqueza en manos de la aristocracia terminaron por modificar los patrones culturales vigentes. Así, para el autor la temprana aparición de estructuras feudales, características por la apropiación privada de renta y de poder político, se habría originado en las grandes estructuras productivas del norte de Francia.

centurias, a verdaderos historiadores nacionales (Jordanes,
Gregorio de Tours, Isidoro de Sevilla, Beda, Paulo Diácono).

Roger Collins, a mediados de los años setenta,
consideró que la Alta Edad Media abarcaba los años comprendidos entre el 400 y
el 1000, prestando atención a los sucesos políticos de dicho período, sucesos
que considera fueron magnificados por la historiografía posterior, dado que se
interpretaron las estructuras político-institucionales altomedievales con
herramientas teóricas del siglo XIX. De esta manera, la estabilidad de los
reinos germánicos resultó más un constructo historiográfico que una realidad
histórica, según su opinión.
Rosamond McKitterick, por su parte, considera que
el mundo carolingio resulta esencial para comprender la Alta Edad Media, puesto
que aquí se produjeron los principales cambios desde el mundo romano, las
cuales fueron graduales, con lo cual se opone a los argumentos de la visión
rupturista.
Las explicaciones que abarcan las transformaciones
políticas continúan estando en vigencia, fundamentalmente aquellas que se
centran en el último siglo del Imperio romano y la sucesión de emperadores y
jefes militares que enfrentaron las desavenencias internas tanto como las
externas y a la vez cada una de las migraciones, invasiones y recorridos que
los bárbaros en general realizaron. Esta es la interpretación de Peter Heather, quien ofrece una reconstrucción integral de los acontecimientos, de las explicaciones historiográficas y de los aportes arqueológicos y textuales recientes, referidos al mundo romano. Recrea los sucesos que están entre los años 376 y 476, y explica cómo la injerencia de los diversos pueblos germanos en el interior del territorio imperial fue el resultado de la acción de los hunos. Su aparición en la frontera oriental, su avanzada hacia la llanura húngara, sus movimientos con Atila como líder, su predominio político sobre otros pueblos germanos y su desaparición, jugarán un papel esencial en el desencadenamiento y posterior derrumbe del coloso romano.
los bárbaros en general realizaron. Esta es la interpretación de Peter Heather, quien ofrece una reconstrucción integral de los acontecimientos, de las explicaciones historiográficas y de los aportes arqueológicos y textuales recientes, referidos al mundo romano. Recrea los sucesos que están entre los años 376 y 476, y explica cómo la injerencia de los diversos pueblos germanos en el interior del territorio imperial fue el resultado de la acción de los hunos. Su aparición en la frontera oriental, su avanzada hacia la llanura húngara, sus movimientos con Atila como líder, su predominio político sobre otros pueblos germanos y su desaparición, jugarán un papel esencial en el desencadenamiento y posterior derrumbe del coloso romano.

Por lo general, los autores que trabajan desde las
perspectivas brindadas por la Antigüedad Tardía han analizado de lleno los
últimos siglos imperiales, desestimando los acontecimientos políticos en sus
explicaciones y asumiendo que la continuidad tanto cultural como religiosa es
el principal factor de dinamismo, como expresa Pablo Ubierna. Muchos de ellos
se abocaron a analizar la realidad del Imperio romano de Oriente puesto que
allí las continuidades también abarcan el aspecto político dado la carencia de
invasiones bárbaras. La ampliación de la cronología en los comienzos se
contrapone a los siglos de finalización, aunque también aquí hay que hacer una
llamada de atención. Los historiadores tienen un registro que incluye los
siglos VII a IX, en cambio los literatos denominan
Antigüedad Tardía al período que llega hasta fines del
siglo VI, incorporando los textos que denotan la convivencia de la población
latina y bárbara en los territorios romanos y prontamente la progresiva
desaparición de escritura de calidad; cuestión que será retomada dentro del
ámbito de la renovación cultural carolingia, de la cual el Waltharius constituye un ejemplo acabado de síntesis, como
bien demuestra Rubén Florio.

Los historiadores Santo Mazzarino y Arnaldo
Momigliano fueron los iniciadores de los estudios que se concentraron en la
sociedad y el mundo tardoantiguo. Trabajando desde la década del cuarenta
aproximadamente, desde perspectivas, ámbitos y realidades diferentes, encararon
diversas temáticas relacionadas con la alteridad bárbara, la confluencia del
cristianismo en el seno del paganismo y las tradiciones culturales helenística,
judaica y cristiana. Ambos autores encaminan sus estudios no hacia la crisis
del mundo que desaparecerá sino hacia los factores emergentes del mundo en
formación, donde el cristianismo estará en el eje directo con la sociedad y los
poderes eclesiales con la política del Imperio.
En la década del sesenta se publica una obra
colectiva, de gran impacto y relevancia, destinada a discutir las conflictivas
relaciones entre paganismo y cristianismo. Por lo general, los autores subrayan
que en los cambios sociales se aprecia la idea de continuidad y no la de
ruptura entre Roma, el cristianismo y los pueblos germánicos. Aunque subrayan
la idea de una relación entre la decadencia del Imperio romano y el triunfo del
cristianismo, puesto que produjo un nuevo estilo de vida, creó lealtades y
surgieron nuevas ambiciones y satisfacciones. Todos estos cambios quedan
expresados en la literatura de la época, como bien estudian muchos autores,
entre los cuales es necesario mencionar a Henry-Irenée Marrou, por su carácter
de pionero. Desde una mirada inicial de san Agustín como representación de un
hombre de una época de crisis, asumió luego otra interpretación de lo sucedido,
colocándolo ya no en una época de decadencia, concepto que revisaría porque
corresponde a un juicio de valor, sino en un contexto de cambios, en los cuáles
Agustín era animado por un espíritu distinto y ya no sería un hombre de la
Antigüedad. Finalmente, en
la década de los setenta, defenderá el concepto y la independencia de una época, la Antigüedad Tardía, contraponiéndola a la noción de decadencia romana. Su perspectiva apunta a una renovación metodológica de la periodización histórica más clásica, la cual está llena de prejuicios. De este período valoriza lo acontecido en los mundos latino, bizantino y árabe. Describe los aspectos que lo ayudan a reconocer la originalidad del mismo, como el vestido, el libro, el arte, el espíritu entre otros.
la década de los setenta, defenderá el concepto y la independencia de una época, la Antigüedad Tardía, contraponiéndola a la noción de decadencia romana. Su perspectiva apunta a una renovación metodológica de la periodización histórica más clásica, la cual está llena de prejuicios. De este período valoriza lo acontecido en los mundos latino, bizantino y árabe. Describe los aspectos que lo ayudan a reconocer la originalidad del mismo, como el vestido, el libro, el arte, el espíritu entre otros.

Averil Cameron considera una Antigüedad Tardía
acotada temporalmente, entre el 395 y el 600, pero amplia en espacio
geográfico, dado que la cuenca mediterránea en su conjunto forma parte de sus
análisis. En principio, el Mediterráneo es el centro del Imperio romano que en
395 está asistiendo a su bipartición en Oriente y Occidente, cuestión que no
tendrá vuelta atrás y que marcará la historia de cada una de las partes. Por un
lado Oriente, que salió bien librada del enfrentamiento con persas y germanos
no siendo afectada en ninguno de sus territorios; por el otro Occidente, que
perdió fuerza hasta que fue definitiva la caída en 476, y con un
desmembramiento territorial de la mano del fortalecimiento de la dinastía
franca en Galia y de los visigodos en España a fines del siglo VI. Presta
atención a
aspectos vinculados con la historia urbana y los tipos de asentamiento, para subrayar los grandes cambios y recurre al aporte de la arqueología y la antropología.
aspectos vinculados con la historia urbana y los tipos de asentamiento, para subrayar los grandes cambios y recurre al aporte de la arqueología y la antropología.

Estas discusiones historiográficas muestran que la
transformación del mundo romano en los tiempos medievales constituyó uno de los
procesos históricos más complejos e importantes de la historia universal.
Entre los años 400 y 1000, las bases materiales de
Occidente reconocieron diferentes situaciones, tanto jurídicas como sociales,
que merecen diferentes conceptualizaciones historiográficas: desde las miradas
clásicas de Marc Bloch y Georges Duby a las renovaciones planteadas por
Wickham, desde los análisis señoriales clásicos, como los de Robert Boutruche a
las perspectivas feudales, descriptas por Lodolf Kuchenbuch y Bernd Michael.
Estas centurias fueron esencialmente rurales, dado que el trabajo en el campo y
las riquezas que de él provenían constituyeron el sostenimiento económico y
determinaron las relaciones sociales de entonces.
Las tierras eran trabajadas por una multiplicidad
de hombres y mujeres, que por su condición jurídica (tenían libertad o estaban
privados de ella) o por su condición socioeconómica (diferentes status
derivados de una mejor o peor situación cotidiana), podían ser esclavos,
colonos (se encontraban adscriptos a la tierra), campesinos tenentes (tenían la
tierra para su uso pero no como su propiedad), siervos (campesinos adscriptos a
la tierra y sometidos al pago de tributo), campesinos propietarios. Las dueñas
de la tierra eran, en gran parte, las élites, propietarias de amplias
extensiones de tierras, conocidas como grandes dominios o señoríos, aunque
también los pequeños campesinos podían ser propietarios de sus tierras,
llamadas alodios.
Cada una de estas estructuras productivas tenía su
propia organización interna y sus áreas de difusión: mientras que en el norte
europeo los grandes dominios eran predominantes, en las regiones mediterráneas
y del centro Europa era posible reconocer la presencia y la importancia de los
pequeños campesinos propietarios de sus tierras.
El gran dominio conformaba una vasta unidad
productiva, caracterizada por la afirmación de espacios que le daban identidad:
los territorios explotados por esclavos y
campesinos tenentes (mansos), las reservas de bosques y pasturas, las tierras del señor. Los campesinos tenentes y los siervos debían, a cambio de la tenencia, del usufructo de la tierra, entregar parte de la producción al señor o bien trabajar en la reserva señorial (explotando la tierra, construyendo un camino, reparando un granero) o pagar un tributo en especies (que con el paso del tiempo se reemplazó por moneda), también conocido como renta. Los esclavos, colonos, tenentes y siervos recibían, a cambio de sus labores, protección por parte del señor, protección que resultaba relevante en momentos de inestabilidad política, de guerras entre reinos, de tensiones entre diversos señores.
campesinos tenentes (mansos), las reservas de bosques y pasturas, las tierras del señor. Los campesinos tenentes y los siervos debían, a cambio de la tenencia, del usufructo de la tierra, entregar parte de la producción al señor o bien trabajar en la reserva señorial (explotando la tierra, construyendo un camino, reparando un granero) o pagar un tributo en especies (que con el paso del tiempo se reemplazó por moneda), también conocido como renta. Los esclavos, colonos, tenentes y siervos recibían, a cambio de sus labores, protección por parte del señor, protección que resultaba relevante en momentos de inestabilidad política, de guerras entre reinos, de tensiones entre diversos señores.

Junto con las actividades rurales, el desarrollo
del comercio y de la vida urbana dejó su huella en la economía altomedieval,
como bien señala Michael McCormick: ya fuera por la necesidad de los grandes señores de
obtener artículos suntuarios o de lujo provenientes de tierras lejanas (seda,
especias, esclavos de Oriente, oro, esclavos negros de África), ya por la
necesidad de los campesinos alodiales de abastecerse de artículos de primera
necesidad, los circuitos comerciales se mantuvieron. Las ferias y mercados
siguieron desempeñando un papel decisivo en los intercambios, basados tanto en
el metálico como en la existencia de una moneda de la tierra o en el trueque.
Rutas terrestres y marítimas pusieron en contacto a hombres y productos
provenientes de diferentes lugares y culturas, desde el Océano Atlántico al
Océano Índico, desde el Mar del Norte al Desierto del Sahara. Estas rutas
tuvieron en puertos y ciudades puntos de anclaje territorial, de allí la
importancia que los diferentes reinos le otorgaron a su mantenimiento y
resguardo.
El cristianismo, que se impuso en Europa, a través
de la labor de monjes y misioneros, de la Iglesia, de la acción de sus obispos
y de la materialización institucional que supuso la construcción de templos,
ofreció un marco espiritual que conjugó ideas teológico-filosóficas profundas y
complejas (la idea de la Trinidad: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo son tres
personas en una; la noción de la resurrección de Jesús, en carne y en
espíritu) con marcos de contención social específicos (relacionados con la idea de comunidad cristiana), manifestaciones concretas del poder de Dios (expresado en sus intervenciones milagrosas, que ponían fin a una desgraciada situación: hambre, enfermedad, temor), expresiones materiales relativas a la existencia de reliquias (del propio Jesús, de María, de los santos) que tenían fuerza de acción en la vida cotidiana (su invocación permitía alejar un mal o un peligro) y de conjuros (por ejemplo, aquellos que otorgaban fertilidad de los campos).
espíritu) con marcos de contención social específicos (relacionados con la idea de comunidad cristiana), manifestaciones concretas del poder de Dios (expresado en sus intervenciones milagrosas, que ponían fin a una desgraciada situación: hambre, enfermedad, temor), expresiones materiales relativas a la existencia de reliquias (del propio Jesús, de María, de los santos) que tenían fuerza de acción en la vida cotidiana (su invocación permitía alejar un mal o un peligro) y de conjuros (por ejemplo, aquellos que otorgaban fertilidad de los campos).

El Imperio romano de Oriente, luego de Justiniano y
sus inmediatos sucesores, entró en un proceso de retraimiento territorial
(pérdida de los territorios occidentales, problemas en las fronteras con el
islam) y de profundas transformaciones internas, que dieron origen a una nueva
entidad política: el Imperio bizantino. Entre fines del siglo VII y
principios del siglo VIII dos nuevos signos caracterizaron al Imperio: la
creciente helenización, que implicó la transformación definitiva de Oriente en
un espacio culturalmente griego y la eslavización, vinculada con la presencia y
las incursiones
de diferentes grupos eslavos (serbios, croatas, ezeritas, meligues), que ocuparon
territorios comprendidos entre Macedonia
y Mar Egeo. Constantinopla se erigió
como centro de la vida de este Imperio, comandado por un basikus, el emperador bizantino considerado como el elegido
de Dios, que gobernó sus
territorios apoyado en la labor de una
nobleza de funcionarios, que nutrió a las principales magistraturas del
Imperio: el canciller y ministro del interior, el gobernador de la ciudad, el
ministro de justicia, el interventor general.
En esta época tuvo lugar la llamada querella
iconoclasta, que con diferentes etapas y momentos, sacudió al Imperio entre el
726 y el 843. La querella fue un debate que cuestionó la función de las
imágenes en el culto religioso. En gran parte de esta época, las imágenes
fueron prohibidas por considerarse que
proponían o favorecían la idolatría o
el culto a falsos dioses.
El islam que se desarrollaba en Arabia a partir de
la prédica de Mahoma en torno al 610, conjugó tradiciones beduinas, monoteísmo
judeo-cristiano y novedad islámica. Esta conjunción permitió la rápida
aceptación y expansión, tanto a nivel espiritual como territorial. En el 622
Mahoma abandonaba, por disputas con otros grupos, La Meca la ciudad en la que
vivía, y predicaba dirigiéndose a Yatrib, rebautizada por la tradición islámica
como Medina (“Ciudad del Profeta”). Esta emigración, llamada hégira, marcó
profundamente la vida de Mahoma y se conoce como el inicio de la era islámica. El islam —cuyo significado es sumisión a un Dios Único— constituye una religión monoteísta revelada por Alá al profeta Mahoma, que recogió tal revelación en un libro sagrado —dado que contiene la palabra de Dios—: el Corán. Impone a todos los creyentes una serie de obligaciones conocidas como “pilares del islamismo”: reconocimiento de Alá como único Dios y de Mahoma como su último profeta; obligación de participar en la peregrinación a La Meca, ciudad sagrada, al menos una vez en la vida; respeto y participación en los cinco rezos diarios, en los que todo buen musulmán se manifiesta sumiso a la voluntad de Dios; respeto del ayuno del mes de Ramadán; entrega de la limosna, al concluir el Ramadán, como manera de hacer efectiva la solidaridad con los más necesitados.
profundamente la vida de Mahoma y se conoce como el inicio de la era islámica. El islam —cuyo significado es sumisión a un Dios Único— constituye una religión monoteísta revelada por Alá al profeta Mahoma, que recogió tal revelación en un libro sagrado —dado que contiene la palabra de Dios—: el Corán. Impone a todos los creyentes una serie de obligaciones conocidas como “pilares del islamismo”: reconocimiento de Alá como único Dios y de Mahoma como su último profeta; obligación de participar en la peregrinación a La Meca, ciudad sagrada, al menos una vez en la vida; respeto y participación en los cinco rezos diarios, en los que todo buen musulmán se manifiesta sumiso a la voluntad de Dios; respeto del ayuno del mes de Ramadán; entrega de la limosna, al concluir el Ramadán, como manera de hacer efectiva la solidaridad con los más necesitados.

Esta expansión dejó sus huellas en la estructura
económica y social de los territorios conquistados, dado que promovieron
intercambios de largo alcance, basados en la existencia de una red de caminos y
postas, dominados por los camellos y la circulación monetaria, y fomentaron la
existencia de pequeños campesinos libres, tributarios del poder central,
dedicados a la agricultura mediterránea (olivo o aceituna, vid o uva, trigo) y
a la cría de ovejas.
Entre el 705 y 715 los árabes conquistaban la
Transoxiana (región actualmente repartida entre los países de Uzbekistán,
Kazajistán, Turkmenistán y Tayikistán); en 711, las tropas de Tariq, invadieron
la península ibérica y en menos de treinta años dominaron casi todo el
territorio peninsular, hasta entonces en manos de los visigodos, logrando de
esta manera la mayor expansión del islam medieval. En 732, en la Batalla de
Poitiers, las tropas francas comandadas por Carlos Martel, mayordomo de palacio
del rey merovingio Thierry IV, detuvieron el avance del islam.
Hacia mediados del siglo VIII era posible reconocer
tres grandes bloques geopolíticos: el reino franco, el Imperio bizantino y el
área bajo dominio musulmán, que marcarán el pulso histórico durante los
próximos dos siglos.
El reino franco, establecido en la Galia (Francia)
desde el 509, conformaba una estructura política articulada en torno a
diferentes regiones geográficas (Galia, Aquitania, Neustria, Borgoña,
Austrasia), gobernada desde entonces y hasta el 751 por una dinastía, la de los
reyes merovingios.

En este contexto y a medida que los musulmanes se
adueñaban del control de las principales rutas comerciales mediterráneas, el
eje geopolítico y económico se trasladó hacia el Norte, dando mayor importancia
a las regiones controladas por los carolingios que reforzaron su poderío, que
se acrecentó luego de la batalla de Poitiers y se consolidó luego de que el
obispo de Roma (el Papa) los convocara para asegurar su primacía en el
territorio italiano ante el avance y la presión de los lombardos. Esta alianza
entre las necesidades papales y la fuerza militar carolingia llevó al papa
Zacarías a reconocer como legítimo rey de los francos a Pipino III el Breve,
quien se hizo coronar en Soissons en el 751, destronando a Childerico III. Esta
nueva dinastía aseguró el dominio franco en Occidente hasta el siglo X, merced
en parte a la labor de uno de los monarcas más representativos del medioevo:
Carlomagno.
Carlomagno, coronado rey de los francos en el 768 y
emperador de los romanos en la Navidad del 800 por el papa León III, expandió
los límites del reino franco, incluyendo bajo su dominio a bretones, sajones,
ávaros, lombardos. Durante su reinado, el esplendor del antiguo Imperio romano
se recuperó, en especial gracias al auge de las letras conocido como renovación
cultural carolingia. Esta renovación tuvo bases sólidas y modelos tomados de la
literatura clásica y la tradición germánica, aunadas bajo una óptica cristiana.
De esta manera, los reyes francos fueron representados como emperadores romanos
(Constantino, Teodosio), a la vez que como vicarios de Cristo y valerosos
guerreros germanos.
Reyes francos e Iglesia cristiana conformaron una
alianza que se consolidó entre los siglos VIII y X. Los papas perdieron
independencia política pero ganaron en consolidación
y difusión de la fe cristiana en tanto los carolingios se fortalecieron como el brazo armado de la Iglesia.
y difusión de la fe cristiana en tanto los carolingios se fortalecieron como el brazo armado de la Iglesia.

Por ello y a pesar de los esfuerzos de la
monarquía, la estructura política carolingia resultó débil. Las propias bases
ideológicas acrecentaron las fricciones y contradicciones, dado que conjugaron
la tradición romana de las conquistas territoriales como un ámbito público con
la práctica germánica de considerarlas como bienes personales del rey, que podía
repartirlos como parte de su herencia. Entonces, varios herederos generaban
tensiones y desencadenaban guerras civiles, que conspiraron contra la unidad,
que se fracturó definitivamente en 843; año en el cual los nietos de Carlomagno
se repartieron el poder y el territorio, a través del Tratado de Verdún, dando
origen a tres entidades diferentes: dos reinos (Francia occidental y Francia
oriental) y un imperio (conocido como la Lotaringia).
Las bases materiales, el trabajo rural y el
desarrollo comercial se mantuvieron dentro de los lineamientos marcados
anteriormente: los grandes dominios coexistieron con los alodios. Sin embargo, gran
parte de la documentación que poseemos, capitulares y polípticos, se
corresponde a las explotaciones de grandes usufructos. Las capitulares eran
disposiciones jurídico-legales emanadas de la autoridad carolingia, que hacían
referencia a diversos aspectos de la vida de los francos. Una parte importante
se relacionaba a la estructuración de una villa o gran dominio, estableciendo
desde los utensilios
y las formas de
producción hasta la protección de la que debían gozar los campesinos tenentes y los siervos.
Los polípticos, por su parte, representaban la contabilidad, de bienes y de
personas,
llevada a cabo en los grandes dominios eclesiásticos, contabilidad que registró desde las tareas de labranza a los volúmenes comerciados de cada productos, el bautismo de los campesinos, entre otras cuestiones referidas tanto a la vida económica como social.
llevada a cabo en los grandes dominios eclesiásticos, contabilidad que registró desde las tareas de labranza a los volúmenes comerciados de cada productos, el bautismo de los campesinos, entre otras cuestiones referidas tanto a la vida económica como social.

Hacia finales del siglo IX, el poderío militar
carolingio, tanto en Francia occidental como en Francia oriental fue puesto a
prueba con la llegada de nuevos pueblos: los normandos o vikingos, los suecos o
varegos, los eslavos y los magiares, etapa conocida como “las segundas
invasiones”. Estos pueblos, de manera violenta (en su mayoría) o pacífica (los
suecos), transformaron la realidad territorial y política, dando lugar a nuevas
formas de organización social y política, en especial, el feudalismo.
Originarios del norte de Europa, los normandos o
vikingos avanzaron militarmente sobre las costas de Francia e Inglaterra,
incluso de España, Portugal y Sicilia, sometiendo a sus poblaciones a pillajes
y saqueos. Los pueblos sometidos debieron, en un primer momento, pagar tributos
para evitar futuras acciones y luego entregar tierras, donde se asentaron.
Estos grupos llegaron incluso, a Islandia, Groenlandia y Canadá. Se
caracterizaban por sus fuertes disputas tribales, que resolvían con expulsiones
y movimientos migratorios; por su economía, basada en el botín de guerra y el
pillaje y el comercio y las actividades vinculadas con la pesca en las heladas
aguas del Círculo Polar Ártico. El asentamiento normado en Normandía, el norte
de Francia, constituyó un temprano ejemplo de organización territorial. Desde
este reino partieron los ejércitos del duque normando Guillermo “el
Conquistador”, quien en 1066, derrotó al último rey anglosajón en la batalla de
Hastings, instalando, entonces, a una dinastía normanda en el trono inglés. Por
su parte, los suecos practicaron un comercio denominado silencioso, que
consistía en dejar en la orilla de un río una serie de productos que las
poblaciones locales intercambiaban por producciones propias, casi sin
establecer contactos humanos directos. De esta manera y navegando los ríos
rusos, llegaron hasta el Mar Negro y los límites de la propia ciudad de
Constantinopla, fundando, en su camino, poblados que luego y tras la ocupación
eslava serían conocidos como Moscú, Kiev, Novgorod.
Los eslavos y los magiares, pueblos provenientes
del Este, de las estepas asiáticas, ocuparon grandes extensiones territoriales,
que abarcaban los países actuales de Rusia, Rumania, Bulgaria, Hungría,
República Checa, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, disputándole al Imperio
bizantino y a los reinos cristianos occidentales el control sobre estos
territorios, ricos en pasturas para animales, en tierras para la agricultura,
en minería y en rutas comerciales terrestres, que unían China con Portugal. Su
llegada a tierras europeas generó miedos y terrores: amplias zonas devastadas,
regiones despobladas, campesinos que abandonaron sus tierras o las pusieron
bajo la protección de un señor local poderoso para poder subsistir. Esta
entrega voluntaria de las tierras a cambio de protección implicó, en algunas
regiones de Europa y para algunas interpretaciones historiográficas, el
surgimiento del feudalismo.

El año mil supuso, además, una fuerte fragmentación
política, dado que cada uno de los señores feudales tuvo amplios poderes
militares, fiscales y jurídicos dentro de su territorio. Como afirma Alain
Guerreau, en el marco de la Europa feudal había que razonar, fundamentalmente,
en término de poder y no de derechos. Esta fragmentación se hizo en detrimento
del poder real, que perdió el dominio efectivo de vastas zonas territoriales,
en las que mantuvo su primacía sólo nominalmente y mediante unas articuladas
relaciones feudo-vasalláticas. Si bien reconocían antecedentes en las relaciones
de dependencia personal entre hombres libres pertenecientes a la nobleza,
usuales tanto en la tradición romana como en la germánica, tomaron, entre los
siglos XI y XIII, su cariz distintivo: un señor entregaba a su vasallo tierras,
moneda, una renta determinada a cambio de fidelidad y obediencia. El vasallo
aceptaba esta fidelidad y obediencia, participando de las campañas militares de
su señor, acompañándolo con su propia fuerza, denominada hueste o mesnada,
integrando los tribunales de justicia o los concejos consultivos que se
conformaban.
Los debates historiográficos vinculan año mil con
inicios del feudalismo y plenitud medieval de los siglos XI al XIII, con las
discusiones en torno a la revolución feudal, el señorío banal, el
encastillamiento, la constatación de la existencia o inexistencia de las
tipologías feudales en el Occidente cristiano, la expansión agrícola, comercial
y urbana. Sostienen la mayoría de los historiadores, entre ellos Jacques Le
Goff, que si hay un período medieval en la historia de Europa es este.

Surgió así una nueva estructuración social, también
jerárquica y piramidal, conocida como sociedad feudal, estudiada con maestría
por Duby, que reconoció la existencia de tres grupos u órdenes sociales: los
oradores (clérigos y monjes), los guerreros (la nobleza) y los trabajadores
(mayormente los campesinos sujetos a servidumbre). La sociedad feudal, en
expresión del historiador Marc Bloch, desarrolló unas formas culturales
propias, reconocidas en el amor cortés, las justas de caballeros, los torneos,
los trovadores y los juglares. Los siglos XII y XIII son los siglos de gran
difusión del ciclo artúrico (del rey Arturo, Ginebra y el mago Merlín, de los
Caballeros de la Mesa Redonda) y de la empresa
cultural promovida por Leonor de Aquitania (c.1122-1204). Es el mundo de los señores feudales, a la vez brutales y corteses.
cultural promovida por Leonor de Aquitania (c.1122-1204). Es el mundo de los señores feudales, a la vez brutales y corteses.

La Iglesia expresó su poderío a través de la
construcción de grandes catedrales en las ciudades, que de estilo románico
(siglos IX al XII) o gótico (siglos XII al XV) expresaron el poder de papas y
obispos y el orgullo de la misma ciudad al mostrar y mostrarse a los demás. Los
estilos de estas construcciones religiosas (basílicas, monasterios, iglesias,
catedrales) evidencian los estrechos vínculos entre la realidad social y
económica, las innovaciones técnicas y artísticas y las construcciones
monumentales. Por un lado, el románico expresó el triunfo de un mundo rural y
guerrero, defensivo que intentó mostrar solidez en sus muros de piedra; por el
otro, el gótico puso de manifiesto el poder consolidado de la Iglesia, que
asociado al esplendor y a la luminosidad de las catedrales — propios del
triunfo de Dios—, que requirieron de expertos en diferentes oficios
(arquitectos, yeseros, vitralistas) para su construcción y que con el manejo de
la luz, el color y la perspectiva se adelantaron varios siglos al Renacimiento.
La sociedad se parceló por la acción de la nobleza
y se instaló un clima de guerra permanente, en tanto se establecieron lazos de
unidad, generados por la pertenencia a una misma comunidad cristiana y por la
acción de la Iglesia, que impuso espacios de encuentro y de paz: las
denominadas “treguas de Dios”. Estas treguas ofrecieron garantías diplomáticas
o salvoconductos a todos aquellos que participaban en determinado circuito
productivo, asistían con sus bienes a una feria o bien peregrinaban hacia
Santiago de Compostela, Jerusalén o Roma.
La Iglesia encontró en este contexto el momento
oportuno para reforzar la figura y la importancia del papado. En 1075, el papa
Gregorio VII estableció las bases del papado tal como lo conocemos hasta la
actualidad: supremacía papal en el orden espiritual, sometimiento de los
poderes terrenales a su poder, noción de infalibilidad papal. Esta situación
generó tensiones entre el papado y los emperadores, reyes y príncipes, que se
enfrentaron por dos motivos: la elección de los obispos y la supremacía en
Occidente.
En Occidente, en la parte oriental del antiguo
Imperio carolingio se consolidó una nueva dinastía, la de los otónidas, que
debe su nombre a Otón I, coronado rey en
Aquisgrán en 936 y luego emperador, en 962 hasta su muerte
en 973. Este monarca y sus sucesores buscaron restaurar el antiguo esplendor
imperial, tanto de época romana como carolingia, lo que les generó disputas con
otros nobles y, en particular, con el papado.

La cuestión de la supremacía en Occidente tiene una
historia muy larga pero en estos años (1050-1350) adquirió unas formas y unas
justificaciones que le otorgaron al período una identidad propia. Es el momento
de la “lucha por el dominio del mundo”, es decir, de la oposición por la
supremacía en Occidente. Estas disputas fueron analizadas por diversos
historiadores y, de manera reciente por Glauco Maria Cantarella.
A partir del desarrollo del feudalismo en el siglo
XI, Europa occidental se expandió y creció. Entre los años 1050 y 1300
surgieron una serie de instituciones, de formas de vida, de objetos que aún hoy
tienen vigencia. Las ciudades constituyeron el germen de muchas de las
transformaciones y tensiones que darán origen al capitalismo mercantil, a la
expansión europea, al Humanismo y el Renacimiento, a las Reformas religiosas
que gestadas en la Edad Media lograrán su consolidación luego de la crisis del
siglo XIV, llamada por algunos autores “crisis del mundo feudal”.
Los siglos XI al XIII constituyeron los siglos de
plenitud medieval dado que en estas centurias Europa se extendió demográfica,
económica, tecnológica, territorial y militarmente. En estos siglos Europa
prosperó, aunque las causas siguen dando lugar a debates historiográficos, ya
que como señala Guerreau, gran parte de esta interpretaciones constituyen
verdaderas aporías.
Un primer indicador del cambio lo constituye el
evidente crecimiento de las ciudades, que incluye la aparición de nuevos
enclaves urbanos y el fortalecimiento de los antiguos, en paralelo a la
expansión de la actividad mercantil y al desarrollo de áreas de producción
manufacturera orientadas a la producción específica de determinadas mercancías.
Tal vez tengamos que buscar el origen de este fenómeno histórico en el campo,
en las estructuras productivas que bajo un marcado proceso de crecimiento
poblacional, no alcanzaban a cubrir la demanda efectiva de trabajo. Al mismo tiempo, las rutas de peregrinaje como Santiago de Compostela o la fortaleza política o marítima de ciudades como Frankfurt o Génova, respectivamente, coadyuvaron a la modificación de los consumos materiales y culturales de los sectores hegemónicos. Así, la nobleza feudal comenzó a demandar bienes suntuarios de muy alta calidad, como determinadas telas o vinos que contribuyeron a fortalecer la actividad mercantil a larga distancia. La nota social estuvo dada por la aparición de personajes urbanos, asociados a la actividad mercantil y conocidos en la época como burgueses por habitar en los burgos. Los burgos se encontraban más allá de los muros que protegían las ciudades. Las murallas protegían a los habitantes de las ciudades del exterior, de los peligros de la noche, de los ataques de los animales, de los salteadores. De allí que fuera necesario destinar recursos de manera constante para mantenerlas.
poblacional, no alcanzaban a cubrir la demanda efectiva de trabajo. Al mismo tiempo, las rutas de peregrinaje como Santiago de Compostela o la fortaleza política o marítima de ciudades como Frankfurt o Génova, respectivamente, coadyuvaron a la modificación de los consumos materiales y culturales de los sectores hegemónicos. Así, la nobleza feudal comenzó a demandar bienes suntuarios de muy alta calidad, como determinadas telas o vinos que contribuyeron a fortalecer la actividad mercantil a larga distancia. La nota social estuvo dada por la aparición de personajes urbanos, asociados a la actividad mercantil y conocidos en la época como burgueses por habitar en los burgos. Los burgos se encontraban más allá de los muros que protegían las ciudades. Las murallas protegían a los habitantes de las ciudades del exterior, de los peligros de la noche, de los ataques de los animales, de los salteadores. De allí que fuera necesario destinar recursos de manera constante para mantenerlas.

El lento proceso de conformación de la burguesía
como clase social coincidió con un potente proceso de movilidad social, atípico
en el mundo feudal, en virtud del cual variaron la conformación interna de los
estamentos como así también las relaciones intra- estamentales. Para el siglo
XIV, fue evidente un contundente fenómeno de marcada estratificación social al
interior del estamento campesino y de la burguesía en las ciudades, en
correlato con la expansión de una crisis de tipo sistémica que inundó todo el
tejido social, con lo que se fueron dislocando las relaciones preestablecidas y
se posibilitó la aparición de lógicas urbanas en las que las posiciones que se
ocupaban no eran estáticas con lo que se creaban tantas posibilidades de
ascenso social como personas capaces de aventurarse en ellas.
El proceso de crecimiento urbano también trajo
aparejado el surgimiento de las universidades, fundamentalmente vinculadas a la
reaparición de dos corpus de absoluta importancia para el futuro de Europa: el
aristotélico y el justinianeo, rescatados a partir de las relaciones
comerciales con Oriente y con la influencia cultural que los musulmanes
ejercían sobre el sudoeste del Occidente europeo. Esto sirvió para arrebatar a la Iglesia el monopolio de la educación ya que ahora se ampliaba la base social y podía llegar a los claustros, donde se enseñaba el digesto o los codex, un número mayor de personas que excedían a los que pertenecían al estamento eclesiástico. La jurisdicción educativa en manos del papado, comenzó a declinar a favor del fortalecimiento de las autonomías universitarias, con lo que se comenzó a conformar una nueva estructura mental e ideológica de justificación del orden social. Los burgueses representaban un nuevo sector social que habiendo nacido de las entrañas del feudalismo contribuyeron a romper, en el largo plazo, la lógica autoreproductiva del mismo.
ejercían sobre el sudoeste del Occidente europeo. Esto sirvió para arrebatar a la Iglesia el monopolio de la educación ya que ahora se ampliaba la base social y podía llegar a los claustros, donde se enseñaba el digesto o los codex, un número mayor de personas que excedían a los que pertenecían al estamento eclesiástico. La jurisdicción educativa en manos del papado, comenzó a declinar a favor del fortalecimiento de las autonomías universitarias, con lo que se comenzó a conformar una nueva estructura mental e ideológica de justificación del orden social. Los burgueses representaban un nuevo sector social que habiendo nacido de las entrañas del feudalismo contribuyeron a romper, en el largo plazo, la lógica autoreproductiva del mismo.

A nivel geográfico, corresponde explicar la
diferenciación productiva entre las dos grandes zonas de elaboración de
manufacturas del Occidente europeo; la región del Mar del Norte y el área
italiana, especialmente Génova y Florencia. Hacia el siglo XII, se puede constatar
la existencia de un sistema artesanal de producción de paños en la primera
región en tanto que en la segunda, se estaba refinando la producción de paños
de alta calidad. Como se podrá observar, esto implicaba la existencia de dos
zonas productivas diferenciadas: una que estaba comenzando a producir de forma
masiva con trabajo doméstico y en algunos casos asalariado, y otra, que
refinaba la manufactura bajo estándares feudales. Esto es: control de los
gremios, existencia de topes a las cantidades producidas y política de control
de los precios, por citar algunos ejemplos.
Estas dos grandes zonas socio-productivas y
comerciales, estaban vinculadas a través de las ferias de Champaña (siglos
XII-XIV) y las de Frankfurt (siglos XIII-XIV), compuestas por una multiplicidad
de mercados locales y ferias que contribuían a la expansión del fenómeno de
urbanización. Todo se compraba y se vendía, utilizándose para ello tanto
monedas como instrumentos de pago, que comenzaron a desarrollarse. En los
mercados locales y regionales, en las ferias, las monedas eran utilizadas como
medio de pago en las transacciones realizadas. Pero recorrer los caminos
europeos cargados con ellas resultaba riesgoso, dado que había salteadores de
caminos esperándolos antes de las entradas de las ciudades o bien ocultos en
los bosques. Surgieron entonces modos alternativos, que reemplazaron,
lentamente, el traslado del metálico (no su uso). Las llamadas letras de feria
permitían que los mercaderes transitaran los caminos con papeles
que se cambiaban en cada feria por monedas locales. En las plazas de los mercados se instalaban, sentados en bancos de madera, cambistas, que trocaban las monedas de los comerciantes por la moneda local o aceptaban recibir dinero como depósito, que en permuta de un papel firmado sería canjeado por dinero en otra ciudad. De esta manera surgieron los primeros bancos, que desde fines del siglo XII adquirieron una importancia fundamental, dado que se transformaron en prestamistas.
que se cambiaban en cada feria por monedas locales. En las plazas de los mercados se instalaban, sentados en bancos de madera, cambistas, que trocaban las monedas de los comerciantes por la moneda local o aceptaban recibir dinero como depósito, que en permuta de un papel firmado sería canjeado por dinero en otra ciudad. De esta manera surgieron los primeros bancos, que desde fines del siglo XII adquirieron una importancia fundamental, dado que se transformaron en prestamistas.

No es difícil imaginar la incidencia de la consolidación
de los linajes en la organización del gobierno urbano. Por ejemplo, algunas
familias de mercaderes vinculadas al comercio internacional, lograron asentarse
y dejar de ser ambulantes con lo que aparecieron cuerpos de agentes
comerciales, emisarios o representantes de estos, que favorecieron en el largo
plazo, la aparición de los cheques, o las letras de cambio por lo que el
capital financiero comenzó a jugar un rol fundamental. El capital tendrá ahora
la forma de capital mercantil y usurario por lo que la ganancia provendrá o se
generará de la diferencia de precios que se conseguía a partir de la distancia
de los mercados.
A partir del siglo XIII encontramos en el Occidente
europeo evidencia de la estructuración de relaciones socio-productivas asociadas
a la aparición de una nueva y original forma de articulación económica, social
y política: el capitalismo. Esta nueva estructura que abarcará cada uno de los
poros del tejido social no es absoluta aún, la encontramos en estado
embrionario, con mayor consistencia en el norte de Europa, y sostenida por la
gradual desintegración de las relaciones sociales de producción que perduraron
por siglos en los espacios rurales y en los nuevos sectores urbanos, liderados
por la naciente burguesía.
Desde la perspectiva demográfica, es el momento del
crecimiento de la población europea como nunca antes se había visto. Las
razones se relacionaron con mejoras concretas en la calidad de vida, que
permitieron aumentar la supervivencia de los niños al nacer, la alimentación de
los adultos, su capacidad de reproducción. Este mayor número de hombres y
mujeres permite explicar los procesos de expansión territorial característicos
de esta época: cruzadas, guerras contra los musulmanes establecidos en la
península ibérica, expansión de las tierras roturadas en el este europeo
(Alemania, Polonia).
Una mejora en la alimentación de la población
supuso un crecimiento de la producción. Este crecimiento de la producción
agrícola-ganadera se relacionó con los
nuevos espacios dedicados a los cultivos y a la ganadería, con las mejoras climáticas y con razones tecnológicas. Los nuevos espacios ganados para las actividades agrícolas supusieron, principalmente, el desmonte de amplias áreas y su roturación posterior, lo que implicó una transformación radical del paisaje europeo. Los territorios arados ampliaron sus extensiones gracias al bosque, que constituía tanto una realidad material como cultural en la Edad Media.
nuevos espacios dedicados a los cultivos y a la ganadería, con las mejoras climáticas y con razones tecnológicas. Los nuevos espacios ganados para las actividades agrícolas supusieron, principalmente, el desmonte de amplias áreas y su roturación posterior, lo que implicó una transformación radical del paisaje europeo. Los territorios arados ampliaron sus extensiones gracias al bosque, que constituía tanto una realidad material como cultural en la Edad Media.

Estas innovaciones técnicas fueron acompañadas con
cambios en la utilización de las tierras, generalizándose una forma de rotación
efectiva: la rotación trienal, en lugar de la rotación bienal practicada
mayormente hasta entonces. Esta rotación trienal permitió que cada dos años de
labranza, al tercero la parcela se reservara para el pastoreo. Esto evitó el
agotamiento de los nutrientes del suelo a la vez que abonó la tierra con la
bosta de los animales. De esta forma, los animales al defecar y caminar sobre la
tierra la abonaban y mezclaban, mejorándola para su próxima siembra.
Junto con molinos, acequias y aljibes se aplicaron
una serie de innovaciones que posibilitaron esta expansión económica: colleras
de tiro y arados. Las colleras permitieron afirmar mejor los arneses de los
animales de labranza o de tiro. Hasta entonces se colocaban sobre el cogote del
animal, generando que al hacer fuerza se ahorcara, con lo cual debía disminuir
la marcha. A partir del siglo XI, estos arneses se colocaron en la grupa, evitando
así su ahorcamiento y consintiendo un trabajo más continuo y constante. Los
arados mejoraron tanto en su forma de calzar en el arnés como en su vertedera,
que se perfeccionó con la incorporación de un filo de metal que posibilitó
hacer más profundo los surcos o bien arar tierras duras.
Se introdujeron, además, cambios en la utilización
de los animales de tiro y lentamente el caballo, reservado hasta entonces para
la guerra, reemplazó al buey (o el ganado bovino en general) como animal de
tiro. El caballo tenía mayor resistencia y realizaba mayor fuerza que el buey,
razones que pueden explicar el aumento de la productividad de las tierras de
labranza o la ampliación de los espacios cultivados.
Los incrementos de la producción habilitaron
alimentar bien a la población y sostener la expansión de la actividad
comercial, que relacionó diferentes regiones geográficas, europeas y
extraeuropeas. Así, productos provenientes del Lejano Oriente y de África se
compraban y vendían en ferias, que ponían al alcance de todos, productos de las
áreas rurales francesas, de las zonas textiles flamencas o italianas, de las
áreas cántabras o hanseáticas, está última dedicadas a la pesca y el comercio
con la sal, entre otras.

Las urbes medievales fueron ámbitos de
sociabilidad, permitieron el contacto de gentes provenientes de distintos
lugares geográficos, mundos culturales y estratos sociales: se hablaban
diferentes lenguas, se respetaban diferentes derechos y costumbres (por ejemplo
de los judíos, de los genoveses, de los españoles), se predicaba, se
comerciaba, se pedía limosna, se expresaba el júbilo con fiestas alegres (como
los carnavales o la fiesta del asno), o la piedad religiosa, con solemnes
procesiones (como las que tenían lugar en Semana Santa).
Todo se enunciaba en las ciudades por medio de
ruidosas manifestaciones o coloridas representaciones. Cada gesto tenía su
lectura en esa sociedad, que encontraba en ellos la forma de leer e interpretar
lo que pasaba: determinados colores se reservaron a oficios o condiciones sociales
específicas, la tonsura de la cabeza era propia de monjes y locos, el uso de
campanillas alertaba sobre la presencia de un leproso, el beso (ósculo)
mostraba la existencia de lazos feudo-vasalláticos (de acuerdo al lugar en que
el vasallo diera el beso a su señor, indicaba los diversos grado de poder y
altura social, yendo del beso en la mano, en la frente, en la mejilla y en la
boca), el sonido de las campanas (cristianas), el llamado vocinglero del muecín
desde el alminar o minarete de las mezquitas (musulmanas),
la convocatoria a los tres rezos del rabino (judío) marcaban los ritmos de la oración, que en muchas ocasiones constituían los ritmos de la ciudad misma.
la convocatoria a los tres rezos del rabino (judío) marcaban los ritmos de la oración, que en muchas ocasiones constituían los ritmos de la ciudad misma.

En las ciudades también se desarrolló la cultura.
Además de la promoción de la enseñanza por medio de maestros pagados por los
concejos, que impartían primeras letras a hijos de nobles y burgueses, surgió
la Universidad como ámbito de estudios superiores, constituida como un gremio.
¿Por qué se llamó Universidad? Porque allí se abordaban conocimientos genéricos
y profundos, “universales” en la denominación medieval. En las universidades,
maestros y estudiantes se reunían y analizaban temas determinados: cuestiones
inherentes al derecho canónico, al derecho natural, a la teología, a la
filosofía, a la medicina, entre otras. El método de estudio, conocido como
escolástico, consistía en seleccionar una cuestión a estudiar, abordar todos
los argumentos a favor y en contra posibles, someterlos a una discusión profunda
para arribar a una conclusión en la que se expresaba con claridad una premisa
conceptual.
Tradiciones judías, musulmanas y cristianas se
superponían y relacionaban para explicar desde el funcionamiento de los astros
a las cuestiones vinculadas a salud y la enfermedad. Sabios provenientes de
estas tres religiones dejaron en sus escritos los conocimientos de la época.
Abraham ibn Ezra (1092-c.1167), rabino, médico, astrónomo, matemático español
introdujo en Occidente, gracias a su Libro
del Número, el actual sistema
de numeración, basado en el uso del cero de acuerdo a la antigua tradición
hindú apropiada y difundida por los musulmanes en su vasta Umma. Tanto él como Maimónides (11351204) y
otros muchos médicos judeoespañoles realizaron grandes aportaciones en la
medicina teórica y experimental, abordando cuestiones referidas al nombre y uso
de las drogas en general a dificultades concretas en el embarazo o parto, por
ejemplo. Médicos de las tres religiones, pero fundamentalmente musulmanes,
defendieron la importancia de la
lactancia materna durante los primeros tiempos de la vida de un niño (hasta los seis meses en el caso de las mujeres, hasta los dos o tres años en el caso de los varones). El astrónomo musulmán español al-Zaqali (1029-1087), además de inventor de astrolabios, publicó unas Tablas astronómicas que ofrecían las posiciones en el cielo de los astros, para así poder fechar fenómenos cósmicos y establecer mapas estelares que permitieron la exacta navegación a largas distancias mucho tiempo antes de las expediciones atlánticas portuguesas de fines del siglo XIV o del propio Cristóbal Colón (c.1450-1506).
lactancia materna durante los primeros tiempos de la vida de un niño (hasta los seis meses en el caso de las mujeres, hasta los dos o tres años en el caso de los varones). El astrónomo musulmán español al-Zaqali (1029-1087), además de inventor de astrolabios, publicó unas Tablas astronómicas que ofrecían las posiciones en el cielo de los astros, para así poder fechar fenómenos cósmicos y establecer mapas estelares que permitieron la exacta navegación a largas distancias mucho tiempo antes de las expediciones atlánticas portuguesas de fines del siglo XIV o del propio Cristóbal Colón (c.1450-1506).

Una de las expresiones más relacionadas con la
expansión fueron las cruzadas. Convocadas por el papado para recuperar los
santos lugares, en especial Jerusalén de manos de los musulmanes, se sucedieron
en una serie de llamamientos y campañas militares que, entre fines del siglo XI
y fines del siglo XIII, tuvieron como objetivo los territorios de Siria,
Líbano, Israel, Palestina y Egipto, aunque en algún momento se realizaron
cruzadas en el interior de Europa para combatir la herejía cátara, dentro del
reino franco.
También viajaron a Oriente religiosos y
comerciantes que abrieron puertas al diálogo y a las transacciones comerciales.
Así, diferentes personajes recorrieron y llegaron a tierras en Mongolia, Tíbet,
China. Uno de los más conocidos, Marco Polo (1254-1324), nos dejó un detallado
informe de la vida en Oriente, en especial de la deslumbrante vida cortesana y
los suntuosos palacios del Gran Kan, en el que mezcla realidad (descripciones
de caminos, costumbres) con fantasía (la existencia de unicornios, de hombres
sin cabeza o de pies gigantes).
Este crecimiento, esta expansión tuvo primero un
freno, hacia fines del siglo XIII y luego entró, en el transcurso del siglo
XIV, en una etapa de retracción y crisis.
La simple pregunta relativa a por qué se detuvo el
crecimiento requiere de una respuesta compleja, que puede resumirse en los
siguientes términos: la población creció más que la producción, la tecnología y
los recursos, por lo que en algún momento fue necesario un ajuste, en este
caso, una reducción de la población.

Si bien la aparición de relaciones capitalistas en
el Occidente europeo suele estar asociada a la expansión ultramarina de algunas
monarquías y la consecuente creación de mercados de larga distancia, en
realidad deviene de un complejo proceso histórico que hunde sus raíces en la
dinámica socioeconómica de los siglos bajomedievales. En este sentido, tanto la
génesis de la acumulación capitalista como la desintegración de la lógica que
articulaba la sociedad tardomedieval son parte constitutiva de un mismo
fenómeno histórico.
Si bien en la Baja Edad Media coexistían y se
complementaban funcionalmente las lógicas productivas de la ciudad y del campo,
con la expansión del comercio urbano y la incipiente penetración del capital
comercial en la organización productiva de la agricultura, lo que nos permite
comprender lo nodal del período, es la gradual y sostenida separación del
productor directo (el campesino), de los medios de producción secundarios que
termina por definirse con la aparición de la clásica tríada capitalista en la
agricultura inglesa: el yeoman, campesino rico arrendatario, el campesino empobrecido que
le vende a éste su fuerza de trabajo y el señor, que es quien cobra el
arrendamiento de los enchsum (tierras cercadas que habían sido parte de los viejos
señoríos). Una síntesis de estos procesos, comparativamente a nivel europeo, lo
brindan los trabajos de Susana Bianchi y Fabián Campagne.
Por estas cuestiones, el período que transcurrió
entre los siglos XIV y XVI estuvo signado por un frágil equilibrio social que
integraba, al mismo tiempo que enfrentaba, a un mundo rural, caracterizado por
la desestructuración de las relaciones serviles, y a una sociedad urbana
dinámica en su construcción, que atraía a la población que huía de los campos.
Si bien la relación servil pervivió más allá del siglo XVI en el paisaje
agrario del
continente europeo, esto no impidió que se generara un proceso de demanda creciente de bienes de consumo, que acompañaba el desarrollo urbano y la disminución de los ingresos señoriales producto de la tasa decreciente de la renta. Esto sucedía de forma conexa con la baja demográfica que se dio desde las primeras décadas del siglo XIV y hasta mediados del siglo XV, cuando las tasas de natalidad comenzaron a manifestar el crecimiento poblacional que sostendría la expansión del siglo XVI. Así, se terminó por alentar el mercado ultramarino y la intensificación de la circulación monetaria. Asimismo, se inició un acelerado proceso de comercialización de la producción agrícola, que presupuso la intensificación y la especialización de la producción.
continente europeo, esto no impidió que se generara un proceso de demanda creciente de bienes de consumo, que acompañaba el desarrollo urbano y la disminución de los ingresos señoriales producto de la tasa decreciente de la renta. Esto sucedía de forma conexa con la baja demográfica que se dio desde las primeras décadas del siglo XIV y hasta mediados del siglo XV, cuando las tasas de natalidad comenzaron a manifestar el crecimiento poblacional que sostendría la expansión del siglo XVI. Así, se terminó por alentar el mercado ultramarino y la intensificación de la circulación monetaria. Asimismo, se inició un acelerado proceso de comercialización de la producción agrícola, que presupuso la intensificación y la especialización de la producción.

Por lo dicho, es claro que en lo relativo a la
explicación del surgimiento del capitalismo y la creciente participación del
pueblo en las cuestiones del Estado y del gobierno, el nudo gordiano resulta de
evaluar si la dinámica histórica de este período contiene, o no, los gérmenes
del futuro sistema. De ser afirmativa la respuesta, debemos considerar que
habría existido un periodo de tiempo en el que se habrían interrumpido las
relaciones sociales que hasta el momento habían sido dominantes, para dar paso
al nacimiento de la nueva relación capitalista. Veamos ahora, con datos
empíricos, qué es lo que explica la crisis de la sociedad estamental y la
potenciación, al mismo tiempo, del capitalismo comercial y de la moderna
representación popular.
El siglo XIV se caracteriza por una marcada
depresión demográfica que acompañó un período de crisis y transformación de las
estructuras socioeconómicas. Si bien desde el siglo XI se venían sucediendo
roturaciones, nuevos cultivos y ocupaciones de nuevas tierras, hacia la segunda
mitad del siglo XIII la expansión comenzó a menguar hasta que dos períodos de
malas cosechas, 1315 y 1330, mostraron los límites del crecimiento de las
fuerzas productivas.
Cuando la peste negra llegó al Occidente europeo en
1348, encontró condiciones óptimas para su reproducción: una población
hambrienta que se diezmó en los dos años siguientes. Para 1350 dos tercios de
la población habían muerto en Alemania y en Inglaterra, lo que tuvo un fuerte
impacto psicológico que influyó en las prácticas reproductivas y determinó la
huida de los campesinos del campo a la ciudad.
Así, primero se detuvo la roturación de tierras y
el aumento de los cultivos, luego se generaron malas cosechas, producto de un
nuevo cambio climático (un descenso de las temperaturas, en esta ocasión de un
grado promedio), guerras y conflictos entre señores y entre estados. Hubo
repetidas situaciones de escasez y luego de varios años de hambres
generalizadas se dio una situación de hambruna, que diezmó a las poblaciones,
que quedaron en el límite mismo de la subsistencia. Sobre esta población
disminuida por la falta de alimentos, por la violencia endémica, golpearon
diferentes enfermedades, que entre 1348 y 1351 se transformaron en una
epidemia: la peste negra (que en realidad se trata de la peste bubónica). Esta
enfermedad afectó las vías respiratorias y se manifestó con dificultades para
respirar, altas fiebres, dolores musculares y la aparición de llagas henchidas
de pus, que adquirían un color violáceo, negruzco (de allí el nombre de
peste negra). Trasmitida por roedores (ratas pero probablemente también por
conejos y ardillas), por medio de sus excrementos, de su mordida o a través de
las pulgas infectadas que vivían como parásitos huéspedes en ellos, afligió a
hombres y mujeres de todas las edades y condiciones sociales y no tuvo cura o
remedio.

Dos fenómenos se asociaron a esta peste: la idea de
la muerte macabra, la muerte representada como un esqueleto cubierto por un
sayal y con una guadaña en la mano y las llamadas danzas de la muerte, en las
cuales la muerte invitaba a danzar a todos los miembros de la sociedad, de
manera jerárquica y, al hacerlo, les reprochaba sus vicios y pecados. Esta
muerte se manifestaba como igualadora social, ya que todos
morirían, independientemente de la fortuna o posición social.
También las nuevas técnicas de la guerra contribuyeron
a este descenso demográfico: por caso, en Castilla los Trastámara comenzaron a
utilizar armas de fuego, artillería, que complementaban con ejércitos más
numerosos: en proporción se pasó de tropas de 400 a 4000 efectivos, de los
cuales muchos eran mercenarios. Esto estaba vinculado con una mayor fiscalidad
real por encima de la división de los señoríos;
aparecieron así nuevas cargas como las “monedas” en España,
que solían convertirse en detonantes de conflictos sociales urbanos y grandes
sublevaciones de campesinos en contra de sus señores.

Los sacerdotes que lideraban la revuelta, Wat Tyler
y John Ball, son la muestra de un complejo fenómeno social que evidencia la
polarización social de los subalternos y la vinculación de algunos miembros de
la Iglesia con sectores enriquecidos del campesinado en todo lo relativo al
surgimiento de posiciones anticlericales y antiseñoriales. Aunque la revuelta
fue de momento reprimida, en el largo plazo se hizo evidente que había
significado un quiebre del status quo vigente: el campesinado inglés logró a lo
largo del siglo XV la emancipación legal de la condición servil, es por esto
que en la perspectiva analítica de la lucha de clases, la revuelta inglesa de
1381 es un hito histórico ya que cambiaron las condiciones de la tenencia
enfitéutica. Así, la renta fue derogada en dos sentidos: el señor ya no podía
ni establecer ni aumentar unilateralmente el monto de la renta, que quedaba de
acá en más establecido por medio de la firma de un contrato enfitéutico, el copybold.
Desde la composición social, la revuelta fue
llevada a cabo por campesinos que contaron con apoyo de sectores artesanales
urbanos y si bien los líderes pertenecían al campesinado, eran miembros de la
fracción enriquecida.
Lo dicho inserta la revuelta campesina inglesa en
el concierto de un proceso que se generalizó a lo largo del siglo XIV y que
informa del surgimiento de relaciones capitalistas
en el campo inglés tempranamente y la profunda estratificación socio económica del campesinado, que retroalimenta el fenómeno porque aporta la fuerza de trabajo necesaria para que el sistema se concretase.
en el campo inglés tempranamente y la profunda estratificación socio económica del campesinado, que retroalimenta el fenómeno porque aporta la fuerza de trabajo necesaria para que el sistema se concretase.

Desde la corriente demografista, el historiador
inglés Michael Postan observó que la variable que condiciona la alternancia de
los ciclos crecientes y decrecientes de las fuerzas productivas es la
población. Así, él sostenía que la evolución de la renta dependía de la
ecuación hombres-tierra ya que las bajas poblacionales hacían que el señor
hiciera concesiones, con lo que se originaban las crisis que generaban
micropropiedad y polarización social.
Esta crítica social fue también de índole religiosa
y frente a la desolación de la peste y ante la magnificencia del papado muchos
se preguntaron dónde estaba Dios. Esta angustia existencial generó rechazos
hacia la religión, pedidos de transformaciones institucionales y reformas, como
las promovidas, sin éxito, en Bohemia e Inglaterra.
Surgieron nuevas formas de explicar el mundo, que
dejaron de lado interpretaciones centradas en Dios para dar lugar a otras, de
corte humanista, es decir, centradas en las posibilidades del entendimiento
humano. El humanismo, tan característico de los fines de la Edad Media,
encuentra sus raíces en un pensador cristiano: Dante Alighieri (1265-1321). Del
mismo modo, la devoción moderna, que insistía en la vida espiritual interior,
tuvo su génesis en las experiencias místicas conocidas desde la segunda mitad
del siglo XII.
El equilibrio entre los poderes espiritual y
temporal se vio afectado e incluso el papado debió enfrentar un proceso de
deterioro que llevó al traslado de la corte pontificia a Avignon y,
posteriormente, al Cisma de Occidente (1378-1429), época durante la cual hubo
dos papas reconocidos, uno en Francia y otro en Roma.
En el transcurso de los siglos XIV y XV los
principales reinos occidentales se desangraban en luchas internas y externas.
Francia e Inglaterra se enfrentaron en la Guerra de los Cien Años (1337-1453).
El conflicto, con diferentes etapas de tregua, superó los marcos feudales y
constituyó el preámbulo de las grandes guerras del siglo XVI. Motivada por
razones dinásticas, territoriales, económicas y sociales, esta guerra generó la
aparición de uno de los personajes más representativos de la Baja Edad Media:
Juana de Arco. Inglaterra encaró un cruel enfrentamiento entre la Casa de
Lancaster (cuyo emblema era una rosa roja) y la Casa York (cuyo emblema era una
rosa blanca), conocida como la Guerra de las Dos Rosas (1455-1485), que implicó
la desaparición de la casa Plantagenet (instaurada en el siglo XII) y el
surgimiento de la nueva dinastía Tudor. Este cambio dinástico posibilitó el
ascenso de la burguesía inglesa, en detrimento de la vieja nobleza que había
quedado aniquilada tras casi 150 años de guerra, contando desde el inicio de la
Guerra de los Cien Años. Castilla y Aragón superaron la guerra de sucesión
castellana y la crisis dinástica aragonesa y, a partir de 1479, tuvieron una
experiencia singular de gobierno: los Reyes Católicos, Fernando e Isabel
(contrajeron matrimonio en 1469) reinaron conjuntamente hasta la muerte de la
reina en 1504, desarrollando un programa político basado en la pacificación
interior, en el ejercicio de la autoridad y justicia regias así como en la
concentración de energías bélicas hacia el exterior (reino nazarí de Granada,
Norte de África, América).

La reconfiguración de las bases del poder político
y la aparición de nuevas formas de estatalidad son uno de los ejes que definen
el periodo bajomedieval. La revalorización de la noción romana de soberanía
popular, la desacralización del Estado, el poder político popular como
fundamento del gobierno y la aparición de derechos de propiedad individual, son
algunas de las claves que informan un nuevo contrato político social.
Si bien la naturaleza del poder político medieval,
fragmentado y privatizado, impide que lo podamos disociar analíticamente de la
estructura económica, a partir del siglo XIV encontramos determinados elementos
que nos permiten observar el surgimiento de la sociedad civil como actor
político diferenciado. El sistema político de corte representativo que
caracteriza a las sociedades contemporáneas, es consecuencia directa del mapa
ideológico conciliar de la Iglesia y de las prácticas parlamentarias de algunos
de los reinos
medievales. Tanto los concilios ecuménicos como los parlamentos laicos, consiguieron imponer límites jurídico-ideológicos al poder del rey.
medievales. Tanto los concilios ecuménicos como los parlamentos laicos, consiguieron imponer límites jurídico-ideológicos al poder del rey.

En la mayoría de los casos, la transformación es
indudable ya que se comienza por reconocer la presencia política de la
comunidad a partir del rescate de las nociones de soberanía popular y comunidad
política, la legitimación de la participación institucional de cada uno de los
estamentos y la revigorización de los contratos/pactos políticos. Sin embargo,
el Estado bajomedieval seguía perpetuando el dominio de la nobleza. No fueron
pocas las regiones en que incluso se produjo una refeudalización de las
relaciones sociales. Es por esto que la expansión económica del siglo XVI no
implicó el fin del equilibrio de fuerzas feudal, sino que lo que hizo fue
agudizar las tensiones socioeconómicas y políticas de la sociedad estamental.
Sin duda, el surgimiento de nuevas formas de
estatalidad fue uno de los rasgos más significativos del período. Más allá de
la mayor o menor influencia que cada una de las fuerzas políticas ejercieran y
que iban desde los intereses dinásticos de los príncipes hasta la praxis
política de una elite burocrática en formación, se desarrolló un proceso de centralización
estatal que trajo aparejada la implantación de un sistema fiscal que desde el
poder central recaudaba en todo el territorio. Si bien en líneas generales
podemos decir que se exceptuaba a la nobleza del pago de impuestos, en el siglo
XV aparecieronn impuestos indirectos que todos debían pagar, por lo que dejaba
de ser axiomática la identificación de los tributarios con la ausencia del
privilegio. Esto señaló el inicio de la crisis de la sociedad estamental.
El Estado requería, de forma creciente, a la par
que la legitimación religiosa tradicional, una legitimación racional que
provenía de las novedosas teorías de la soberanía. Para ello, era necesaria la
domesticación política de cada uno de los actores, básicamente de
la nobleza. No obstante el tipo de organización política y social dependió de la coyuntura, de la estructura social y del desarrollo económico de cada una de las monarquías.
la nobleza. No obstante el tipo de organización política y social dependió de la coyuntura, de la estructura social y del desarrollo económico de cada una de las monarquías.

El gran desafío que enfrentaron las monarquías del
Occidente europeo de los siglos XIV al XVI fue llegar a posicionarse como
sistemas de poder estables, que contuvieran y dieran respuesta a las demandas
políticas de los diferentes grupos de poder. Tal vez lo esencial del proceso
fuera la pervivencia en paralelo de formas centralizadas de poder, como la
corte, con otras formas descentralizadas, como los señoríos particulares de
titularidad nobiliar. Se trata de una condición dual y contradictoria del poder
que caracterizó las relaciones políticas del periodo. No obstante, los fundamentos
del Estado moderno tenían anclaje en una sociedad esencialmente feudal, que
comenzaba a vislumbrar la capacidad humana de comprensión del mundo material en
el que la existencia se despliega; una sociedad que percibía al individuo y lo
individual como posibilidad, por lo que la consecuencia de esto a nivel del
psiquismo colectivo fue decisiva. El mundo empezaba a secularizarse, ya no era
necesario Dios como explicación total de lo real por lo que la Iglesia declinó
la hegemonía del discurso al tiempo que la relación del hombre con la divinidad
se personalizó. En estos siglos, Europa creó las condiciones decisivas para la
estructuración de la sociedad actual y el fundamento de su dinámica. En el
curso de la génesis del Estado moderno y del capitalismo no se llegó a la
disolución del sistema feudal, sino a la racionalización de la estructuración
del orden social, político y económico. El pasaje de un tipo de sociedad a otro
no constituyó un pasaje automático, sino que la aparición del nuevo sistema de
gobierno se efectuó, en gran medida, a costa de la sustracción de poder del
pueblo y de la destrucción de la cultura subalterna tradicional, como la
desaparición de los mecanismos de solidaridad que habían caracterizado a los
campesinos.
Desde mediados del siglo XV, tras un largo período
de estancamiento, comenzaron a detectarse los primeros síntomas de reactivación
que darían origen a un proceso de expansión económica a lo largo del siglo XVI.
El fenómeno más notable fue el proceso de expansión ultramarina iniciado por
España y Portugal que llevó a la construcción de dos enormes imperios
coloniales. Metales americanos, pimienta de Oriente y esclavos de África se
transformaron en el trípode que convirtió al mercado europeo en un mercado
mundial. Sin embargo, los dos imperios asumieron formas diferentes: Portugal
prefirió establecer una extensa línea costera (puertos, depósitos, factorías)
destinada a controlar el tráfico marítimo. España, en cambio, optó por la
conquista de territorios y poblaciones. No obstante, la organización imperial
era producto de su tiempo ya que sendos imperios se guiaron por el precepto que
establecía que la riqueza no se creaba sino que se acumulaba. Era una
concepción estática de la riqueza que la entendía como un bien fijo e inmóvil.
Por lo tanto, era necesario monopolizar los mercados como garantías de mayor
acumulación. Todo ese proceso de expansión dio origen a lo que Immanuel
Wallerstein llamó “economía mundo europea”. No se trataba de un Imperio, aunque
se desplegara sobre grandes territorios. Se trataba de un sistema social
novedoso, caracterizado por ser una entidad económica pero no política. Era un
sistema mundial, no porque incluyera la totalidad del mundo, sino porque era
mayor a cualquier unidad política jurídicamente definida. Y era una economía
mundo debido a la naturaleza del vínculo entre las partes del sistema: lo
económico y lo político se relacionaban llegando a constituir estructuras
confederales. La conformación de la economía mundo se asentó sobre la expansión
ultramarina y sobre todo, sobre la producción de manufacturas con vistas al
mercado de ultramar, producidas a través de trabajo doméstico y rural. Así,
desde mediados del siglo XV y durante el siglo XVI la industria rural a
domicilio terminó por transformar la estructura social y económica de Europa
que se expandía al compás de la creciente demanda de bienes de consumo
(cereales, productos textiles) así como de la disminución del rendimiento del
suelo, lo que puso de manifiesto los límites productivos del feudalismo.

prosperar si el proceso no hubiera estado dirigido o
apoyado por innovaciones o condiciones técnicas y organizativas.

En conclusión, el crecimiento demográfico llevó a
una mayor producción de alimentos (cereales) y por ende una nueva expansión de
la superficie cultivada. Esta mayor necesidad de alimentos encontró sustento en
la creación de un sistema mixto de producción agropecuaria y cultivos
rotativos. Este nuevo sistema, desarrollado en especial en Gran Bretaña y
Países Bajos, tuvo un alto impacto en el mundo rural: transformó la estructura
de la aldea campesina porque acabó con la antigua organización productiva
basada en campos abiertos y trabajo comunitario. Se dio un proceso de
concentración y cercamiento de los campos. Los promotores de estos cercamientos
fueron generalmente los grandes terratenientes. Para los campesinos la suerte
fue dispar: algunos pudieron aprovechar la coyuntura y convertirse en pequeños
arrendatarios, aunque la mayoría necesitó vender fuerza de trabajo. Las leyes
del mercado comenzaron a penetrar en el mundo rural y surgió una incipiente
acumulación de capital. El otro polo de desarrollo fue el Oriente europeo
(básicamente Rusia y Polonia) que ensayó una respuesta diferente a la crisis
estructural: allí se produjo una refeudalización de las relaciones sociales,
aunque a diferencia del feudalismo clásico del Occidente europeo, la producción
ya no estaba destinada a la subsistencia sino al mercado mundial, lo que
manifestaba hasta qué punto el mundo se había transformado.

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