martes, 10 de mayo de 2016

Continuación PRIMERA PARTE - LA EXPANSION DEL OCCIDENTE CRISTIANO (1060-1180) - Le Goff,J.; La Baja Edad Media

Le Goff,J.; La Baja Edad Media  (Continuación PRIMERA PARTE - LA EXPANSION DEL OCCIDENTE CRISTIANO (1060-1180))

2. Aspectos y estructuras económicas
  La expansi6n de Occidente se afirma en todos los frentes en la segunda mitad del siglo XI y en el siglo XII, y a veces parece difícil  distinguir en las formas que adquiere lo que es causa de lo que es consecuencia. Pero es preciso intentar captar su estructura.

El impulso demográfico: más brazos, más bocas, más almas
     Su aspecto más sorprendente es el impulso demográfico. Ante la ausencia de documentos directos y de datos numéricos es preciso captarlo mediante índices que son su signo indirecto e intentar evaluarlo con amplias aproximaciones.
     El signo más aparente es la extensión de las superficies cultivadas. El siglo y medio que transcurre entre 1060 y 1200 es el periodo de las grandes roturaciones medievales. En este punto los documentos son innumerables. Las cartas de población son las que definen las condiciones de establecimiento y de revalorización de los terrenos concedidas por los señores a  los roturadores, llamados en general, en los documentos latinos, hospites o coloni, hôtes o colonos. También es significativa la toponimia de las aglomeraciones que datan de este período: essarts, artigues, plans y mesnils en francés; topónimos alemanes en -rode, -rade, -ingerode; -roth, -reutb y -rietb en Alemania del sur; -holz, -wald, -forst, -hausen, -hain, -hagen, -bruch, -brand, -scheid, -schlag (a pesar de que para esta última decena de sufijos la cronología no sea todavía muy segura), lo mismo que ocurre con los topónimos ingleses en -ham o los daneses en -rup). También es revelador el testimonio de los catastros que resalta los planos de las aldeas y los territorios que han de roturarse en damero o en «espina de pescado» o herring bone (Haufendorfér  o Waldhaufendorfer alemanes). Y también los diezmos naturales establecidos por el clero sobre esos terrenos que eran ganados para el cultivo: (novalia, impuestos sobre los «rastrojos» o Gewannfluren). Por ejemplo, en el año 1060 el rey de Francia Felipe I confirma la donación de un bosque en Normandía hecha por un laico a los monjes de Marmoutier, que, además del diezmo de la miel y los productos de la recolección, les concede el diezmo novale sobre toda cosecha que provenga de las roturaciones en los bosques. A comienzos del                                                                  [29]
siglo XIII el preboste de la catedral de Mantua declara que, en menos de un siglo, las tierras de un gran dominio de la Iglesia han sido «truncatae el aratae et de nemoribus et paludibus traetae et ad usum panis reductae» (roturadas y trabajadas, y convertidas del estado de bosque en que se encontraban en tierras buenas para el pan).
    Esas ganancias en el cultivo se hacen a expensas de muy diversos terrenos. Se piensa especialmente en el bosque. Pero si el retroceso del bosque es real, hay que recordar que está bien protegido por los derechos y los intereses de los individuos y las comunidades: lugar de caza, de recolección, de pasto para los ganados, el bosque es en muchos casos tan valioso como la tierra arable y la resistencia que opone a la debilidad de las herramientas empleadas refuerza su poder de defensa.   La zona exterior de los antiguos terrenos, sometida ya a rozas temporales, pero menos defendida por simples tallos o malezas (el outfield inglés, la terre gaste provenzal), es la que ofrece el terreno más favorable pata estos ataques de los roturadores y sus avances, que cortan en avanzadas estrechas el límite forestal en vez de hacerle retroceder en un amplio frente. De ello resultan esos márgenes mixtos del paisaje medieval tan bien descritos por Wolfram von Eschenbach en Parzival: «poco a poco el bosque aparece todo mezclado; aquí una avanzadilla de árboles, allá un campo, pero tan estrecho que apenas se puede levantar en él una tienda. Después, mirando ante sí, percibe un terreno cultivado...» Los campos ganados para la agricultura o la ganadería son también las tierras menos fértiles, tierras: «frías», bed lands. Son los pantanos y las franjas litorales que: gracias a la construcción de diques y al drenaje mediante canales transforman las llanuras de las orillas del mar del Norte en polders. Flandes, Holanda, Frisia y la antigua Anglia oriental, ven en el siglo XI y XII establecerse «ciudades de dique» (dyke villages, terpen frisonas). En 1106 una famosa carta concedida por el arzobispo Federico de Hamburgo otorga a los holandeses terreno para desecar cerca de Brema. Un acta del siglo XIII de la abadía de Bourburgo, en el Flandes marítimo, recuerda la donación hecha al abad por el conde de Flandes Roberto II, entre 1093 y 1111, del schorre (en holandés, tierra ganada recientemente al mar) y de todo lo que añadiera conquistándoselo al mar (»quicquid ibi accretierit per jactum maris»). Igual de impresionantes son los trabajos que en la misma época desecan y drenan la llanura del Po y los valles bajos de sus afluentes, al mismo tiempo que, gracias a la roturación, se ganan las vertientes septentrionales de los Apeninos: entre 1077 y 1091 el marqués Bonifacio de Canossa divide su territorio en 233 mansos             [30]
 (parcelas que concede a familias campesinas a cambio de que las  roturen y las pongan en cultivo).
Toda una serie de cálculos y deducciones fundados sobre índices indirectos, entre los cuales el más espectacular es el de la extensión de los cultivos, han servido para evaluar el aumento de la población europea como sigue: 46 millones hacia 1050, 48 hacia 1100, 50 hacia 1150, 61 hacia 1200 (y la cifra no aumentará hasta 73 millones hacia 1300).
   Las consecuencias cuantitativas de este impulso demográfico son  claras: la cristiandad aumenta aproximadamente en un tercio el número de bocas que hay que alimentar, cuerpos que hay que vestir, familias que hay que alojar y almas que es preciso salvar.. Necesita por tanto aumentar la  producción agrícola, la fabricación de objetos de primera necesidad, en primer lugar los vestidos y la construcción de viviendas, y, antes que ninguna, aquellas en donde se realiza esencialmente la salvación de las almas: las iglesias. Las necesidades fundamentales de la cristiandad de los siglos XI y XII, las urgencias que debe satisfacer primeramente son el desarrollo agrícola, el progreso textil y el auge de la construcción.

La revolución agrícola
  El desarrollo agrícola que indudablemente se produce desde el  período carolingio, por lo menos en determinadas regiones de Europa (concretamente al noroeste), probablemente es más una  causa que un efecto del crecimiento demográfico. Este proceso de la producción agrícola no sólo se manifiesta en la extensión, ya que al aumento de las superficies cultivadas se añade un progreso cuantitativo y cualitativo en los rendimientos, la diversificación de los productos y de los tipos de cultivo y el enriquecimiento de los regímenes alimenticios. Lo que se llama  la «revolución agrícola» se expresa tanto en un conjunto de progresos técnicos como en la ampliación del espacio productivo.

El primero de esos perfeccionamientos técnicos es la difusión del arado asimétrico con ruedas y vertedera. Este tipo de arado remueve más profundamente la tierra, la ablanda más, trabaja las tierras pesadas o duras que el arado tradicional no podía penetrar o sólo podía aflorar; asegura una mejor nutrición a la semilla y, por tanto un rendimiento superior.
Su acción, además, resulta más eficaz debido a la mejora en la tracción animal. La difusión del «sistema moderno de enganche», que reemplaza al antiguo sistema que se aplicaba al  [31] pecho del animal y le comprimía, le ahogaba y disminuía su potencia (el collarón para los caballos y el yugo frontal para los bueyes) permite una mayor eficacia del esfuerzo: la tracción de un peso cuatro o cinco veces mayor. El método de herraje, al mismo tiempo, da más firmeza a la marcha del animal. De este modo el caballo, al que el antiguo sistema de tiro apartaba del trabajo en los campos porque no lo soportaba como el buey, puede si no sustituirle, por lo menos reemplazarle sobre un número cada vez mayor de tierras. Porque el caballo, más rápido que el buey, tiene un rendimiento superior.
    Experiencias modernas han probado que un caballo que realiza el mismo trabajo que un buey lo hace a una velocidad que aumenta su productividad en un 50 por 100. Además el caballo, más resistente, puede trabajar una o dos horas .más por día. Este aumento en la rapidez del trabajo no sólo representa un progreso cuantitativo. Permite además aprovechar mejor las circunstancias atmosféricas favorables para labrar y plantar. Y por último, el caballo permitió al campesino habitar más lejos de los campos y, en determinadas regiones, favoreció la constitución de grandes burgos en vez de pequeñas aldeas o caseríos dispersos, con lo que una parte del campesinado pudo acceder a un género de vida semi-urbano, con las ventajas sociales que esto lleva consigo.
   Al mismo tiempo, la potencia de los animales de tiro, acrecentada aún más por la difusión del enganche en fila, permitió aumentar la capacidad de los transportes. A partir de la primera mitad del siglo XII la gran carreta (longa carretta) con cuatro ruedas se difundió junto a la tradicional carretilla de dos ruedas. El nuevo sistema de enganche y el empleo del caballo desempeñaron un papel capital en la construcción de las grandes iglesias .que necesitaban e! transporte de grandes piedras y grandes maderos. Los escultores, en la cima de las torres de la catedral de Laon, han magnificado en la piedra el esfuerzo de los bueyes de tracción que, gracias al progreso de los sistemas de enganche y acarreo, pudieron asegurar la edificación de las catedrales.
   A todo esto hay que añadir el progreso decisivo que supuso para las herramientas el empleo de! hierro, cada vez en mayor medida a partir del siglo XI. De todas formas es indudable que el hierro todavía no se utilizó más que para la construcción de algunos instrumentos (los mangos, por ejemplo, siguieron siendo de madera). Pero lo esencial para el aumento de la potencia del instrumental medieval fue que las partes cortantes contundentes de las herramientas, comenzando por las rejas  del arado, pudieran utilizarse en mayor cantidad. Si se añaden los demás instrumentos del tipo del rastrillo, que puede verse por vez primera en el tapiz de Bayeux de finales del siglo XI, en cuya tracción se empleó preferentemente al caballo, se observa hasta qué punto la tierra, mejor trabajada, pudo llegar a ser más generosa. En 1100, por ejemplo, se habla de un ferrarius qui vendi  ferrum in foro, un mercader de hierro en el mercado de Bourges. Pero a mediados del siglo XII es cuando parece generalizarse la explotación y e! empleo del hierro. Una serie de actas de los condados de Champaña autorizan en aquel momento a las abadías a tomar mineral o a poseer una forja (La Crete en 1156, Claraval en 1157, Boulancourt e Igny en 1158, Auberive en 1160 y otra vez Claraval y Congay en 1168). Un ejemplo, aunque ciertamente es ajeno al campo agrícola, manifiesta .el desarrollo del empleo del hierro a mediados del siglo XII: desde 1039, una serie de curiosos contratos de préstamos venecianos muestra que los patrones de los  [33] navíos alquilaban en el momento de partir un ancla de hierro a un precio muy elevado y la devolvían al regresar. El último de estos contratos data de 1161. En este momento todo navío debía poseer su ancla.
   Diversos testimonios del siglo XIII atestiguan que los progresos técnicos que hemos enumerado estaban ya ampliamente extendidos. El uso del arado con ruedas se había generalizado hasta el punto de que Joinville en la Cruzada se extraña al ver los campesinos egipcios arar con «un arado sin ruedas». Las grandes carretas de cuatro ruedas se utilizaban con bastante frecuencia tanto que la frase «ser la quinta rueda de la carreta» designa proverbialmente ti una persona sin importancia. Los caballos de trabajo no aparecen en el Domesday Book (1086) las alusiones a la extracción o al trabajo del hierro son rarísimas. Pero a mediados del siglo XII, en Inglaterra, por lo menos en el centro y en el este, aparecen los caballos asociados a los bueyes y una serie de abadías inglesas se benefician de los mismos privilegios concernientes a la metalurgia que las abadías de Champaña o Borgoña citadas más arriba.
   Hay además otro progreso que afecta también profundamente la agricultura en este período: el desarrollo de la rotación de cultivos trienal (Dreifeldcrwirtschaft, three field rotation, assolement triennal).
Como faltaban abonos suficientes para que la tierra cultivada se pudiera reconstituir con rapidez, las superficies puestas en cultivo debían dejarse en reposo durante un cierto tiempo. Incluso en los .territorios roturados, había siempre una porción que se dejaba sin cultivar: en barbecho. De ello resultaba una rotación de cultivos que, tradicionalmente, dejaba reposar durante un año cerca de la mitad del suelo; después se sembraba por un año la mitad que había permanecido en barbecho: era la sucesión de cultivos bienal. Ello suponía el desperdicio de un 50 por 100, aproximadamente, de la producción que podía extraerse de la superficie cultivada. La sustitución de este sistema por el trienal tenía evidentes 'ventajas. En primer lugar, la superficie cultivada se dividía en tres porciones o suelos sensiblemente iguales, y sólo una de ellas se dejaba anualmente en barbecho, con lo que la producción pasaba de la mitad a los dos tercios y había, por tanto, una ganancia cuantitativa de un sexto de la cosecha con relación al conjunto de la superficie cultivada y de un tercio con relación a la cosecha obtenida mediante el método de sucesión de cultivos bienal. Pero el progreso era también cualitativo. Los cultivos que se hacían sobre los suelos sembrados eran distintos. Unos se sembraban en otoño y daban cereales de invierno, (trigo, centeno), otros se sembraban en primavera con avena, cebada o leguminosas (guisantes, judías, lentejas y, poco después, repollos) y el tercer suelo permanecía en barbecho. Al año siguiente el primer suelo recibía plantas de verano, el segundo quedaba en barbecho y el tercero se sembraba con cereales de invierno.
    De este modo había una diversificación factible de los cultivos alimenticios que proporcionaba una triple ventaja: alimentar al ganado al mismo tiempo que a los hombres (desarrollo del cultivo de la avena), luchar  eventualmente contra el hambre al tener la posibilidad de compensar una mala cosecha de primavera por una mejor cosecha en otoño (o inversamente, según las condiciones meteorológicas) y variar los regímenes alimenticios e introducir en la alimentación principios energéticos, concretamente las proteínas, muy abundantes en las legumbres que se sembraban en primavera. La pareja cereales-legumbres llegó a ser tan normal que el cronista Oderico Vital al hablar de la sequía que afecta en 1094 a Normandía y Francia dice que destruye «segetes et legumina», (mieses y legumbres). El folklore recoge el testimonio de estas nuevas costumbres rurales que  se convirtieron en uno de los símbolos de la vida campesina.
   Una antigua canción inglesa dice:
Do you, do I, does anyone know,
How oats, peas, beans and barley grow?

 Y una antigua tonada francesa pregunta:

Savez.-vous planter les choux?

    Sin duda alguna por entonces es cuando se adquirió la costumbre en algunas regiones de meter en el roscón de reyes, en la Epifanía, el haba (faba), símbolo de la fecundidad.
    El aumento de rendimiento obtenido por la difusión de la alternancia de cultivos trienal permitía, al mismo tiempo, reducir la porción de tierra empleada en cultivar grano en beneficio de determinados cultivos especializados: principalmente plantas tintóreas (la rubia y el glasto) y, sobre todo, viñedos.
En el caso del marqués Bonifacio de Canossa, citado más arriba'; los contratos de arrendamiento de los mansionarii favorecían sobre todo la plantación de viñas. En Francia se desarrollaron a partir del siglo XI los contratos de plantío gracias a los cuales los cultivadores obtenían del propietario de las tierras no cultivadas, o incluso, aunque más raramente, del propietario de tierras arables, la autorizaci6n para plantar viñas en las condiciones    [35] siguientes: «Un cultivador iba a buscar al propietario, de una tierra sin cultivar, y a veces de una tierra arable o de, una viña decrépita, y le rogaba que se la cediese, comprometiéndose a plantar en ella cepas. El propietario, cuyos intereses se beneficiaban con esta petición, le dejaba como dueño absoluto del terreno durante cinco años, el tiempo que se consideraba necesario para la realización de diversas operaciones (desfondamiento, labranza, abono, plantación, injertos, labores diversas) largas, costosas y delicadas, sin las que no puede crearse un viñedo y ponerlo en pleno rendimiento. Cuando expiraba este plazo, la viña se dividía en dos partes iguales, una de las cuales pasaba en completa propiedad al autor de la concesión y la otra permanecía en manos del concesionario, según condiciones jurídicas variables que iban, en los distintos casos, tiempos y países, desde la plena propiedad al simple disfrute vitalicio de las mejoras, pero, salvo raras excepciones, con la carga de una renta anual que a veces se pagaba en dinero, pero que generalmente consistía en una parte proporcional de la cosecha».En el nombre de algunos lugares o de algunas fincas se encuentran los topónimos les plantes, el plantay o el plantey, el plantier y los plantieurs que recuerdan los territorios sembrados con viñedos gracias a los contratos de quart (el cuarto) que conserva el recuerdo de la cantidad de renta que se debía pagar al propietario. La finca llamada Quart de Chaumes (Anjou, valle del Layon) ha conservado el recuerdo no sólo de la renta sino también de las tierras en baldío medievales sobre las que se estableció la viña.
     Pero no hay que olvidar que la difusión y la cronología de estos progresos agrícolas unidos al desarrollo demográfico han variado de un lugar a otro de la cristiandad. Las condiciones geográficas, demográficas, sociales, y las tradiciones agrarias explican esta diversidad. Por eso, la sucesión trienal de cultivos no sólo ha penetrado en las tierras de buena calidad y bien explotadas (principalmente por los señores eclesiásticos) sino que además no ha rozado prácticamente las regiones meridionales, donde las condiciones del suelo y las climáticas favorecieron o impusieron el mantenimiento del sistema de rotación bienal. En la Europa septentrional y central, que era el ámbito preferido del cultivo en campos quemados por rozas y del cultivo mixto «campos-bosques» (feldwaldwirtschaft en lugar de
feldgrasswirtschaft), la amenaza del retroceso natural, mediante la reconquista realizada por el bosque de las tierras baldías en barbecho, redujo considerablemente durante la Edad Media los progresos del sistema de rotación, tanto bienal como trienal. En estas regiones, y principalmente en Escandinavia, se dio un [36] sístema de «cultivo permanente» (Einfeldwirtschaft o Dauerwirtschaft) que ha continuado predominando. En Europa central y oriental, donde la oleada demográfica parece haber llegado con una cierta ruptura, no se difundió el sistema trienal hasta el siglo XII y se empleó sobre todo en el siglo XIII; especialmente en Polonia, Bohemia y Hungría. Cuando se ha creído que tal  sistema podría remontar a la alta Edad Media, e incluso a la época romana o protoeslava, parece indudable que ha habido una mala interpretación de los documentos, escritos o arqueológicos, o que se ha confundido un caso aislado con la difusión de la técnica, que es lo único que interesa al historiador. Además en Hungría,donde la cría de ganado adquirió en seguida una gran importancia, parece que el sistema de rotación trienal, que era más favorable para la alimentación del ganado, reemplazó en general directamente al sistema de cultivo permanente, y que el sistema de rotación bienal fue siempre de extensión limitada. De modo inverso, en Bohemia, donde el cultivo de cereales parece haber predominado siempre durante la Edad Media sobre la cría de ganado, el sistema de rotaci6n trienal (que aparece por primera vez con certeza en un documento que data del período 1125-1140) ha ocupado un lugar restringido al lado del sistema de rotación bienal e incluso junto a sistemas de cuatro o cinco suelos.  (Ctyrpolní, systém, systém petipolí).               
   También ha sido muy grande la diversidad de uso dado a los cereales. En las regiones marítimas de Alemania septentrional, en Escandinavia y en Inglaterra, la cebada siguió siendo durante toda la Edad Media el principal cereal empleado para hacer pan. La cebada ocupaba el principal lugar en el infield, que se enriquecía con los excrementos de los ganados, mientras que el centeno y la avena se cultivaban en el outfield, sin estercolar. En Polonia puede observarse, entre el siglo X y XIII, que, al mismo tiempo que se sustituye el cultivo mediante el sistema de roza, por el cultivo con arado y tracción animal, se pasa del cultivo del mijo al de los cereales panificables, entre los cuales es el centeno, que en un primer momento apareció como mala hierba mezclada con el trigo, ocupó inmediatamente el lugar principal, a la vez que la avena se imponía sobre la cebada como forraje para los caballos.
  Queda por decir que el enriquecimiento de la población, como resultado de estos progresos agrícolas, generalizó el uso del pan; que disputó a las gachas el primer puesto en la alimentación campesina y aumentó la energía de las poblaciones europeas, principalmente la de los campesinos y trabajadores. Se ha podido sostener cum grano salis que la difusión del cultivo   [37] por rotación trienal y el progreso de las legumbres, ricas en proteínas, permitieron el desarrollo ascendente de la cristiandad, las roturaciones, la construcción de ciudades y catedrales y las cruzadas. No se puede negar que se mantiene la impresión de que a partir del siglo XI existe una población más vigorosa.
    Por último hay que añadir que en esta «revolución agrícola» hay un elemento que ha desempeñado un gran papel: la difusión del molino de agua y, más tarde, la del molino de viento. Pero como el empleo de la fuerza hidráulica no transformó solamente las explotaciones rurales,  sino también al artesanado urbano, le dedicaremos más adelante una exposición de conjunto.          


La renovación comercial
   Ya hemos hecho alusión a los mercados en relación con los progresos y las necesidades de la economía rural a propósito de un comerciante de hierro. Las aldeas y los señoríos experimentan también la necesidad de tener relaciones más continuadas con los mercados, porque los progresos en la producción hacen surgir excedentes comercializables y las ganancias en dinero que de ello resultan permiten comprar géneros u objetos que la producción local no proporciona. En la primera mitad del siglo XIII, por ejemplo, puede verse cómo los habitantes de la aldea de Prissé, junto a Macon, obtienen del rey Luis VIII (1223-1226) la autorización para tener un mercado regular, «Cuando el rey de Francia, Luis, de feliz memoria, atravesó Prissé de camino a Aviñón, concedió a los hombres de la aldea un mercado semanal, los lunes. El trigo, cualquiera que sea el lugar en que se venda, si se mide en la aldea el día de mercado o cualquier otro día, es tributario... »
    De este modo, el desarrollo agrícola  y el progreso del comercio se hallan estrechamente unidos. Además, aunque nosotros pensemos que como la tierra era la base de todo en la Edad Media será, por tanto, la «revolución rural» la base del desarrollo general, otros historiadores, siguiendo sobre todo a Henri Pirenne, han visto en la renovación del comercio el motor del desarrollo de la cristiandad. La recuperación del comercio, al margen de las causas por las que se explica, puede remontarse a más allá de mediados del siglo XI y algunos de sus principales antecedentes aparecen y hacia 1060, pero van a precisarse y a desarrollarse al final del siglo XII.  Se trata en  primer lugar de un comercio de un amplio radio   de   [38]  acción. Se desplaza a lo largo de unos ejes que unen los puntos extremos de la cristiandad entre sí, desde York a Roma, a través del valle del Ródano o por el Rhin y los pasos de los Alpes, desde Italia septentrional o Flandes a Santiago de Compostela, de Flandes a Bergen, Gotland y Novgorod, o que, desde la cristiandad o a través de ella, llegan a los grandes centros musulmanes y bizantinos: la ruta de Córdoba a Kiev a través del valle del Ródano, Verdún, Maguncia, Ratisbona, Praga, Cracovia y Przemysl; la ruta del Danubio desde Ratisbona a Constantinopla; las rutas mediterráneas desde Barcelona, por Narbona, Génova, Pisa, Amalfi y Venecia, hacia Constantinopla, Túnez, Alejandría y Tiro.
   Estas rutas continúan, como en la alta Edad Media, usando las grandes vías fluviales, pero a, favor del desarrollo de los transportes terrestres (las grandes carretas, desempeñan su papel al lado del acarreo, asegurado sobre todo por las mulas) y marítimos (hacia 1200 aparecen la brújula y el timón de codaste, mientras que aumentan los tonelajes con los galerines italianos y los koggen hanseáticos) manifiestan también la renovación de las rutas terrestres y marítimas. Los cruzados, a partir de 1095, no crearán nuevas rutas, sino que utilizarán aquellas creadas por el comercio.
     Los grandes centros comerciales se encuentran siempre en las dos extremidades del eje que une el mar del Norte con la península italiana. Al sur, junto a Venecia, que sigue dirigiéndose especialmente a Bizancio, y obteniendo de ella extraordinarios beneficios (en 1082 una bula dorada de Alejo Comneno liberaba a los comerciantes venecianos de toda tasa comercial en todo el imperio bizantino), y Amalfi, tanto Pisa como Génova no dejan de desarrollar su actividad. Pisa y Génova, que con mucha frecuencia se enfrentaban como rivales, se alían en cambio, en 1087, para ir a tomar y saquear Mahdya, donde se apoderan de un abundante botín. En 1114, los pisanos saquean Ibiza y Mallorca y se instalan en Cerdeña y Córcega. En la primera mitad del siglo XII, Pisa es la mayor potencia del Mediterráneo occidental y las ganancias obtenidas de sus botines y de su comercio le permiten alzar la primera gran obra urbana de la cristiandad: la catedral a partir de 1063, el Baptisterio a partir de 1153 y el Campanil a partir de 1174. Pero Génova, en el curso del siglo XII, se prepara para superarla.
Entre 1101 y 1110 una serie de expediciones victoriosas proporcionan a los genoveses barrios en Tortosa, Acre, Gibelot, Trípoli, Sidón, Beirut y Mamistra. Pronto dirigen sus incursiones hacia el Mediterráneo occidental (Bugía, 1136; Almería, 1146; Tortosa, 1148), dejando a un lado a Pisa. En 1155  [39]  obtienen por fin, después de Venecia y Pisa, un barrio en Constantinopla.
    En el norte, los normandos y los frisones han perdido la iniciativa, porque los flamencos y los alemanes les reemplazan, y superan. Brujas se desarrolla rápidamente desde el momento en que, en el siglo XI, se traza un canal que une la ciudad con el estuario del Zwyn. Se acerca también al país mosano hacia el que convergen, formando una estrella en torno, las grandes rutas citadas más arriba. Más hacia el este se vislumbra el auge de las ciudades alemanas. «Los mercaderes del mundo entero se encuentran en Brema», escribe hacia 1075, no sin exageración, Adán de Brema. Los dos acontecimientos decisivos son, después de la destrucción de Schleswig (que había sustituido
a Haithabu) en 1156, la fundación definitiva de Lübeck en 1158-1159 y, en 1161, bajo la hégida de Enrique el León, la constitución de la «comunidad de los mercaderes alemanes que frecuentan Gotland» (universi mercatores imperii Roman Gotlandiam frequentantes), núcleo de la Hansa. Una colonia sedentaria de mercaderes se estableció poco después en Visby, tras que la nueva comunidad dominaba con rapidez el gran mercado ruso de Novgorod: en 1189 el príncipe Jaroslav asegura mediante un tratado de comercio ventajas exorbitantes a los alemanes y a los gotlandeses.
     Por lo que se refiere a las mercancías, el comercio de los siglos XI y XII conservó algunos rasgos del comercio anterior. Los productos de lujo ocupaban un lugar predominante: especias, pieles. Pero los tejidos de valor (sedas para la importación y paños para la exportación) alcanzaban cantidades cada vez mayores. Desde el siglo XII no sólo Flandes, sino toda la Europa noroccidental (Inglaterra, Francia septentrional y nord-oriental desde Normandía a la Champaña, los Países Bajos, los
países mosanos y bajo-renanos) exportaba los «bellos paños» o «paños tintados» (panni pulchri, panni colorati) hacia la zona mediterránea y hacia Alemania, Escandinavia, Rusia y los países del Danubio. Y las mercancías poderosas en cualquier sentido comenzaron a ocupar una parte cada vez mayor del, tráfico: productos de primera necesidad, como la sal o el alumbre (importado por los genoveses de Focea y utilizado como mordiente en la tintura de los paños), maderas, hierros, armas e incluso, ocasionalmente y siempre en período de hambre (como lo confirma Gualberto de Brujas para Flandes a comienzos del siglo XII), cereales. Por último, el comercio de esclavos, también en cualquier sentido, a pesar de que no fue la actividad comercial más lucrativa continuó enriqueciendo a los mercaderes judíos y cristianos, por ejemplo, en Praga y en Venecia. La llamada  [40] del comercio fue tal que supuso a veces una tendencia a la especialización agrícola de determinadas regiones, concretamente aquellas que se hallaban próximas a zonas fluviales o marítimas: así ocurrió con el glasto o pastel en Cataluña y Aragón, en la Alemania media y sobre todo en Picardía; es lo que sucedió sobre todo con el vino. Verdaderos viñedos para la exportación se  formaron en los valles del Mosela y del Rhin, en el oeste de  Francia, hacia Inglaterra y el mar del Norte, por Burdeos y La Rochelle. De ello surge una legislación comercial marítima. A finales del siglo XII los «juicios» relativos a los buques que transportaban vino se ponen por escrito en Oléron, escala para el comercio del vino. Los Róles d'Oléron fueron traducidos inmediatamente al flamenco en Damme, antepuerto de
Brujas, y de allí se difundieron por Inglaterra y el Báltico bajo el nombre de Wisbysches Seerecht.
Junto a los «grandes» puertos de exportación e importación había algunos grandes mercados temporales que comenzaban a desempeñar un gran papel: las ferias. Las principales se establecían en la zona de contacto entre el comercio mediterráneo y el comercio nórdico: Flandes y la Champaña. Las ferias de Champaña, aún más que las ferias flamencas, desempeñaron desde fines del siglo XII un papel internacional. Dotadas por los condes de Champaña de privilegios que aseguraban la protección de los mercaderes, las mercancías y las transacciones, se celebraban una o dos veces al año en cuatro lugares sucesivamente: Bar-sur-Aube, Troyes, Lagny y Provins. De hecho, constituían un mercado permanente donde no sólo se vendían e  intercambiaban los productos del gran comercio (paños y especias particularmente), sino donde, además, se regulaba toda una serie de operaciones de cambio y crédito.
      En efecto, el último aspecto del desarrollo comercial es el auge de la economía monetaria y de las operaciones de cambio y crédito. Pero, en este aspecto, lo que debe ser resaltado es el carácter todavía arcaico y limitado del gran comercio más que su progreso real.
    Indudablemente, la acuñación y la circulación monetaria aumentan. Pero la parcelación de la acuñación, la diversidad de tipos de monedas y las limitaciones de su área de difusión muestran que todavía no se puede hablar de Weltwirtschaft (economía mundial) a finales del siglo XII. Las pequeñas piezas de plata que acuñan casi cada ciudad o cada señor, por usurpación u otorgación del poder real, no tienen ni los mismos tipos ni la misma ley. Algunas tienen un área de circulación y una reputación mayores que otras: por ejemplo, los dineros torneses, los parisis, los de Provins, los de Colonia y los que [41]                                                                                             Conrado III permite acuñar a los pisanos en el año con curso válido para toda Italia. Pero la fragmentación sigue siendo considerable.
   El cambio directo es la principal operación monetaria. Se realiza en determinadas ciudades y determinadas ferias sobre unos bancos, y los mercaderes especializados que lo practican toman el nombre de «banqueros» (como los trapetizai de la antigüedad griega). A partir de 1180 se extiende en Génova el nombre de bancherius, y Génova es precisamente uno de los más importantes centros de banca.
   Las operaciones de crédito siguen siendo limitadas y sencillas. No tanto por las prohibiciones eclesiásticas (la Iglesia ve oficialmente en casi todas las operaciones de crédito una forma de préstamo con interés, y por tanto de usura, pero es fácil eludir estas prohibiciones y, en la mayor parte de los casos, las autoridades eclesiásticas cierran los ojos con gran facilidad, ya que ellas son las primeras en quebrantarlas) como por la poca importancia de las operaciones financieras y el carácter rudimentario de las técnicas de crédito.
   El préstamo clásico para el consumo está por lo general a cargo de judíos y de establecimientos monásticos que, con sus tesoros en monedas o en piezas de orfebrería, son los más aptos para proporcionar rápidamente importantes sumas. En el año 1096 las iglesias de la diócesis de Lieja proporcionan al obispo Otberto el dinero necesario para la compra de los castillos de Bouillon y de Couvin. Hay numerosos textos que nos muestran a los monasterios y las iglesias en época de hambre empeñando o fundiendo sus tesoros para proporcionar víveres a los monjes, a la familia del monasterio y a los pobres que mantiene. En 1197 un monje alemán se encuentra con otro que camina a gran velocidad: «Habiéndole preguntado que hacia dónde corría, me respondió: A cambiar. Antes de la cosecha nos vimos obligados, para alimentar a los pobres, a matar nuestro rebaño y a empeñar nuestros cálices y nuestros libros. Y aquí que el Señor acaba de enviarnos a un hombre que nos ha dado una cantidad de oro que cubre ambas necesidades. Por eso voy a cambiarlo por dinero para poder rescatar lo empeñado y reponer nuestros rebaños.» Por lo general, los establecimientos eclesiásticos prestaban los fondos necesarios a cambio de una hipoteca sobre la tierra, de la que tomaban las rentas mientras esperaban el reembolso íntegro; era el sistema llamado de mort gage (inamortizable). El mort gage, que no era exactamente un interés y que, por tanto, no se consideraba como una forma de usura, fue, sin embargo, prohibido por la Iglesia, lo que impidió que su práctica continuara manteniéndose hasta   que [42] cayó en desuso cuando fue reemplazado por nuevas formas de crédito, como, por ejemplo, la commenda, llamado colleganza en  Venecia y societas maris en Génova, que se extendió en el siglo XII por los puertos mediterráneos. Consistía en un contrato  que asociaba a un individuo que aportaba su capital y a un empleado, un mercader o un capitán de navío, que aportaba su  trabajo y se ofrecía para hacer rentable el capital prestado marchando a comerciar al extranjero. Los dos contratantes se repartían el beneficio eventual, por lo general en razón de tres cuartas partes para el que había aportado el capital y un cuarto para el prestatario. La proporción podía variar, y otros tipos de contrato (compagnia o societas terrae, para el comercio terrestre)podían unir a un capitalista y a un trabajador, o a los asociados con participaciones financieras desiguales. He aquí un ejemplo de contrato, concluido en Génova el 29 de septiembre de 1163:
     «Testigos: Simone Bucuccio, Ogerio Peloso, Ribaldo di Sauro y  Genoardo Tosca. Stabile y Ansaldo Gerraton han formado una societas en la cual, según sus declaraciones, Stabile ha aportado una contribución de 88 liras y Ansaldo 44 liras. Ansaldo lleva este capital para hacerlo rentable a Túnez o a todas aquellas partes a donde debe ir el buque que tomará; a saber, el buque de Baldizzobe Grasso y de Girardo. A su regreso, depositará los beneficios en manos de Stabile o de su representante, para el reparto. Deducción hecha del capital, ellos dividirán los beneficios por la mitad. Hecho en la casa del Capítulo, el 29 de septiembre de 1163. Además, Stabile da a Ansaldo la autorización de enviar a Génova este dinero, para el buque que desee.»
   En Génova, a finales del siglo XII, surgen otros tipos de operaciones. Ciertas agrupaciones de acreedores, los compere, se hacen otorgar de la comuna, por venta anticipada, la percepción de determinados impuestos de los que obtienen beneficio sin quebrantar las leyes de la Iglesia. Una nueva forma de préstamo marítimo implica cláusulas referentes al riesgo en el mar, que son  en realidad la forma más antigua de seguro, y estipula a veces que el reembolso se haga en otro lugar y con otra moneda, lo que permite crédito y transferencia de fondos y esboza el esquema de la letra de cambio.
Estas son las más refinadas técnicas comerciales de finales del siglo XII, elaboradas por la ciudad más avanzada en ese campo.                                                           [43]

El desarrollo urbano y la división del trabajo
    Las ciudades son, junto a las roturaciones, el signo más espectacular del desarrollo demográfico. El desarrollo urbano es también anterior a la mitad del siglo XI, pero se hace irresistible a partir de 1050. Se manifiesta, además, lo mismo en creaciones nuevas que en la ampliación de los núcleos urbanos preexistentes. En el caso de las «ciudades nuevas», es difícil diferenciar las grandes aldeas, los burgos y las ciudades propiamente dichas. En muchos casos, los nombres que llevan (Villeneuve, Villefranche, Sauveté, en Francia; Freistadt o Neustadt, en Alemania; Villafranca o Villanova, en Italia; Wola o Nowe Miasto, en Polonia; Ujezd, Lhota o Nové Mesto, en Bohemia) evocan o bien su novedad o bien los privilegios de que gozan sus habitantes: aspecto jurídico y social que manifiesta la unión existente entre el cultivo y la ocupación del suelo, la roturación y la colonización, e injerta al movimiento urbano en el movimiento más general de expansión demográfica.
   En estas ciudades nuevas, en estos nuevos barrios, se manifiesta un nuevo espíritu urbanístico. El plano regular, circular o, más corrientemente, en damero, expresa una fase de maduración del genio urbano, un esfuerzo de «racionalización» que deja adivinar mutaciones mentales que se estudiarán más adelante.
    La construcción de nuevas murallas materializa a través de toda la cristiandad el crecimiento de las ciudades más antiguas. En Colonia, en el año 1106, una nueva muralla engloba a los nuevos barrios de Niederich, Oversburg y de los Santos Apóstoles (St. Aposteln) y, en el año 1180, una fortificación más amplia (die grosse Mauer) debe proteger a una ciudad que ha crecido de prisa. Aproximadamente entre 1100 y 1230 Viena conoce cuatro murallas sucesivas que enmarcan a un perímetro que se amplía sin cesar. Basilea se extiende con nuevos recintos en el siglo XI (núcleo del Munsterhugel), y en 1180 (englobando el BarfUsserplatz y la Freie Strasse). Pisa construye su nueva muralla a partir de 1155, y a partir de 1162 encierra en sus muros también el barrio de Chinzica, al otro lado del Arno. También Génova, en 1155-1156 (el miedo ante Federico Barbarroja sirvió en ambos casos de estímulo para la edificación) extiende su recinto del año 952 para englobar al burgus de reciente desarrollo y a la costa, a lo largo del mar, hasta la Porta dei Vacca al norte. El cronista Guillermo el Bretón narra en estos términos la construcción, realizada por Felipe Augusto en 12I2, de una nueva muralla parisina: «El mismo año, Felipe, rey magnánimo, rodeó todo París con un recinto desde la parte    [44] meridional hasta el río Sena, por los dos lados; encerró una gran superficie de tierra en el contorno de los muros y obligó a los poseedores de los campos y las viñas a alquilar esas tierras  y esas viñas a habitantes que construyesen casas, o bien que ellos mismos construyesen esas nuevas viviendas, a fin de que toda la ciudad parezca llena de habitaciones hasta las murallas... »
    Esta estrecha aglomeración de las ciudades medievales, ese rellenar el espacio urbano que parece hacer surgir los monumentos de la ciudad (torres, iglesias, palacios) de la opresión de las casas que les rodean, se ha acentuado más aún en las representaciones artísticas sobre los escudos y en la pintura.
Un impulso vertical endereza a la mayoría de las ciudades medievales y, al modo de los castillos en las campiñas, las hace dominar, en sentido propio y en sentido figurado, sobre el «país aplastado».
    En el siglo XIII, el geógrafo árabe al-Idrisi, al hablar de las ciudades polacas, señala en ellas la disposición apretada de las construcciones: «Es un país de grandes ciudades. Estas ciudades son: (I)kraku (Cracovia), G(i)nazna (Gniezno), R(a)t(i)slaba (Bratislava), S(i)rad(i)a (¿Sieradz?), N(u)grea(?), Sitnu (¿Szczecin?). Tienen construcciones que están muy próximas unas a las  otras y poseen muchas riquezas naturales. Se parecen en cuanto a su tamaño; su disposición y su aspecto son idénticos.» No se puede expresar mejor la unidad del fenómeno urbano, que se produce en toda la cristiandad en el siglo XII.
   Estas ciudades concretas inspiran imágenes urbanas estilizadas, idealizadas. Los escudos de las ciudades, cuya significación política trataremos después, se cuentan entre los primeros testimonios de esta mentalidad urbana. El escudo de Tréveris (cuya imagen se remonta al año 1113) muestra ya esta definición de la ciudad por la muralla y la puerta. Muralla que acoge los tesoros de la ciudad, lugar de acumulación de riquezas, depósito por excelencia, puerta que, más que una abertura, más que un paso, es un «punto de conjunción de dos mundos», el exterior y el interior, la ciudad y el campo.
   En efecto, no se pueden aislar estos dos mundos cuyo crecimiento es simultáneo: la «revolución urbana» repercute a su vez sobre el contorno rural. Sea cual fuere la parte que la renovación del comercio a larga distancia haya tenido en el renacimiento urbano, en la función económica que define fundamentalmente a la ciudad medieval lo esencial es el crecimiento de la población y el de la población rural, que ha hecho posible y necesaria la creación y el desarrollo de centros de redistribución, consumo y producción artesanal. La división del trabajo [45] está en la base del fenómeno urbano. También aquí el progreso técnico que la acompaña y facilita, si no la crea, transforma a la vez la economía rural y la economía urbana. El molino de agua permite, en efecto, desarrollos tecnológicos que tienen profundas consecuencias tanto en el campo como en la ciudad. «El molino de agua -ha dicho Marc BIoch- es medieval en cuanto a la época de su auténtica expansión.» Entre el siglo XI y el XVI deja de ser una curiosidad para convertirse en la pieza maestra del equipo energético de Occidente. A partir de 1086 existen, según el Domesday Book, 5.624 molinos de agua en Inglaterra. El molino para trigo es la primera y la más importante de las aplicaciones del molino hidráulico. Pero la utilizaci6n de la energía hidráulica en usos artesanales o industriales adquiere cada vez mayor importancia en el siglo XII. Y la ciudad es el lugar por excelencia para el funcionamiento de los molinos «industriales», al mismo tiempo que la concentración de los molinos de trigo que producen la harina para el consumo urbano es mayor en ella. La «invención» que permite la adaptación de la energía hidráulica a otras máquinas, y cuya difusión se da junto a la del molino de agua, es el árbol con rueda dentada, que transforma el movimiento circular continuo de la rueda motriz en movimiento vertical alternante al accionar un aparato fijo en el extremo del mango o el vástago: martillo, mazo de madera o pilón.
   El primer molino de batán, que permite batir el tejido mecánicamente y reemplaza al enfurtido que se realizaba con los pies, aparece en una carta de la abadía de Saint-Wandrille fechada en 1086-1087. En Francia, entre 1086 y 1220, los textos han dejado hasta ahora el nombre de treinta y cinco ciudades y aldeas que poseían un molino de batán al menos. Sin embargo, el primer molino de batán inglés de que hay constancia es de 118.5; el primero italiano, de finales del siglo XII; el primero polaco, de 1212, y el primero alemán, en Spira, de 1223.  Es posible que la walkemolla mencionada en un auto real de 1161 relativo a la Scania designe un molino de batán.
   El más antiguo molino empleado para curtir pieles aparece en el año 1138, cerca de Chelles, en una ciudad nueva equipada en común por el capítulo de Nótre-Dame de París y el conde de Champaña. Dos molinos para cerveza hidráulicos existían ya en 1042 en Montreuil-sur-Mer. En cualquier caso, había uno en Evreux en 1088. El primer molino de hierro conocido sería el de Cardedeu, en Cataluña (1104). En 1151 se señala la existencia de catorce forjas equipadas en los Pirineos catalanes, y la abadía de Soroe, en Suecia, instala una en 1197.
     Por último, el molino de viento viene a duplicar la acción  [46]  de1 molino de agua a fines del siglo XII. Aparece primero en una región perfectamente delimitada: Inglaterra, el Ponthieu, Normandía septentrional y Bretaña. El primero que se conoce fue  construido por la abadía de Saint-Mary of Swineshead, en Linconshire, en 1181, a menos de que sea algo anterior a él, el que se ha encontrado en un texto concerniente a la abadía normanda de Saint-Sauver-le- Vicomte. Es posible que en la Península Ibérica el molino de viento fuera conocido en la misma época o incluso antes.
   Este equipo tecnológico permite que las ciudades medievales cumplan mejor su función  constructora, que refuerza y desborda la función comercial. Se convierten en centros de intercambio y  en motores de la producción. Crean y ponen en circulación técnicas, mercancías e ideas. Sustituyen a los monasterios de la alta Edad Media. Realizan la división y especialización del trabajo.

Progreso de la seguridad: «la paz de Dios»
Todo este desarrollo económico exige un mínimum de seguridad. El fin de las grandes invasiones concurre al desarrollo. Pero es precisa al mismo tiempo la tranquilidad interior. Se desarrollan las instituciones de paz aparecidas al final del siglo x. La protección de las actividades económicas se menciona expresamente en las actas que tienden a hacer imperar la paz. En 1095, Urbano II, cuando predicaba la primera cruzada en Clermont, coloca bajo la salvaguarda de la paz de Dios «los bueyes y los caballos trabajadores, los hombres que guían los arados y los rastrillos y los caballos con los que rastrillan».
    En la lucha de la reforma gregoriana contra el laicado guerrero existe  toda una política proteccionista para las nuevas actividades económicas y los hombres que las ejercen. Gregorio, en 1074, escribe al rey de Francia, Felipe I, para ordenarle restituir a los mercaderes italianos llegados a su reino las mercancías que había hecho confiscar; es el «comienzo de una larga serie de documentos del mismo género». El canon 22 del tercer Concilio de Letrán, de 1179, al reglamentar la tregua de Dios, reclama la seguridad «para los sacerdotes, los monjes, los clérigos, los conventos, los peregrinos, los mercaderes, los campesinos y las bestias de carga». Las instituciones de paz, más que a las actividades económicas y a sus productos, tienden a proteger a los hombres que las ejercen. Esto se debe a que el desarrollo económico trajo consigo profundas transformaciones sociales. Nace una nueva sociedad cristiana.    [47]


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