Le Goff,J.; La
Baja Edad Media (Continuación PRIMERA PARTE - LA EXPANSION DEL
OCCIDENTE CRISTIANO (1060-1180))
2. Aspectos y estructuras económicas
La expansi6n de Occidente se afirma en todos
los frentes en la segunda mitad del siglo XI y en el siglo XII, y a veces
parece difícil distinguir en las formas
que adquiere lo que es causa de lo que es consecuencia. Pero es preciso
intentar captar su estructura.
El
impulso demográfico: más brazos, más bocas, más almas
Su aspecto más sorprendente es el impulso demográfico. Ante la ausencia
de documentos directos y de datos numéricos es preciso captarlo mediante
índices que son su signo indirecto e intentar evaluarlo con amplias
aproximaciones.
El signo más aparente es la extensión de las superficies cultivadas. El
siglo y medio que transcurre entre 1060 y 1200 es el periodo de las grandes
roturaciones medievales. En este punto los documentos son innumerables. Las
cartas de población son las que definen las condiciones de establecimiento y de
revalorización de los terrenos concedidas por los señores a los roturadores, llamados en general, en los
documentos latinos, hospites o coloni, hôtes o colonos. También es significativa la toponimia de las
aglomeraciones que datan de este período: essarts,
artigues, plans y mesnils en
francés; topónimos alemanes en -rode,
-rade, -ingerode; -roth, -reutb y -rietb en Alemania del sur; -holz,
-wald, -forst, -hausen, -hain, -hagen, -bruch, -brand, -scheid, -schlag (a pesar
de que para esta última decena de sufijos la cronología no sea todavía muy
segura), lo mismo que ocurre con los topónimos ingleses en -ham o los daneses en -rup). También es revelador el testimonio
de los catastros que resalta los planos de las aldeas y los territorios que han
de roturarse en damero o en «espina de pescado» o herring bone (Haufendorfér o Waldhaufendorfer
alemanes). Y también los diezmos naturales establecidos por el clero sobre esos
terrenos que eran ganados para el cultivo: (novalia,
impuestos sobre los «rastrojos» o Gewannfluren).
Por ejemplo, en el año 1060 el rey de Francia Felipe I confirma la donación de
un bosque en Normandía hecha por un laico a los monjes de Marmoutier, que,
además del diezmo de la miel y
los productos de la recolección, les concede el diezmo novale sobre toda cosecha que provenga de las roturaciones en los
bosques. A comienzos del [29]
siglo XIII el preboste de la catedral de Mantua declara
que, en menos de un siglo, las tierras de un gran dominio de la Iglesia han sido «truncatae el aratae et de nemoribus et
paludibus traetae et ad usum panis
reductae» (roturadas y trabajadas, y convertidas del estado de bosque en
que se encontraban en tierras buenas para el pan).
Esas ganancias en el cultivo se hacen a expensas de muy diversos
terrenos. Se piensa especialmente en el bosque. Pero si el retroceso del bosque
es real, hay que recordar que está bien protegido por los derechos y los
intereses de los individuos y las comunidades: lugar de caza, de recolección,
de pasto para los ganados, el bosque es en muchos casos tan valioso como la
tierra arable y la resistencia que opone a la debilidad de las herramientas
empleadas refuerza su poder de defensa.
La zona exterior de los antiguos terrenos, sometida ya a rozas
temporales, pero menos defendida por simples tallos o malezas (el outfield inglés, la terre gaste provenzal), es la que ofrece el terreno más favorable
pata estos ataques de los roturadores y sus avances, que cortan en avanzadas
estrechas el límite forestal en vez de hacerle retroceder en un amplio frente.
De ello resultan esos márgenes mixtos del paisaje medieval tan bien descritos
por Wolfram von Eschenbach en Parzival:
«poco a poco el bosque aparece todo mezclado; aquí una avanzadilla de árboles,
allá un campo, pero tan estrecho que apenas se puede levantar en él una tienda.
Después, mirando ante sí, percibe un terreno cultivado...» Los campos ganados
para la agricultura o la ganadería son también las tierras menos fértiles, tierras: «frías», bed lands. Son los pantanos y las franjas litorales que: gracias a
la construcción de diques y al drenaje mediante canales transforman las
llanuras de las orillas del mar del Norte en polders. Flandes, Holanda, Frisia y la antigua Anglia oriental, ven
en el siglo XI y XII establecerse «ciudades de dique» (dyke villages, terpen frisonas).
En 1106 una famosa carta concedida por el arzobispo Federico de Hamburgo otorga
a los holandeses terreno para desecar cerca de Brema. Un acta del siglo XIII de
la abadía de Bourburgo, en el Flandes marítimo, recuerda la donación hecha al
abad por el conde de Flandes Roberto II, entre 1093 y 1111, del schorre (en holandés, tierra ganada
recientemente al mar) y de todo
lo que añadiera conquistándoselo al mar (»quicquid ibi accretierit per jactum
maris»). Igual de impresionantes son los trabajos que en la misma época desecan
y drenan la llanura del Po y los valles bajos de sus afluentes, al mismo tiempo
que, gracias a la roturación, se ganan las vertientes septentrionales de los
Apeninos: entre 1077 y 1091 el marqués Bonifacio de Canossa divide su
territorio en 233 mansos [30]
(parcelas que concede a familias
campesinas a cambio de que las roturen y
las pongan en cultivo).
Toda una serie de cálculos y deducciones fundados sobre índices
indirectos, entre los cuales el más espectacular es el de la extensión de los
cultivos, han servido para evaluar el aumento de la población europea como
sigue: 46 millones hacia 1050, 48 hacia 1100, 50 hacia 1150, 61 hacia 1200 (y
la cifra no aumentará hasta 73 millones hacia 1300).
Las consecuencias
cuantitativas de este impulso demográfico son claras: la cristiandad aumenta aproximadamente
en un tercio el número de bocas que hay que alimentar, cuerpos que hay que
vestir, familias que hay que alojar y almas que es preciso salvar.. Necesita
por tanto aumentar la producción
agrícola, la fabricación de objetos de primera necesidad, en primer lugar los
vestidos y la construcción de viviendas, y, antes que ninguna, aquellas en
donde se realiza esencialmente la salvación de las almas: las iglesias. Las
necesidades fundamentales de la cristiandad de los siglos XI y XII, las
urgencias que debe satisfacer primeramente son el desarrollo agrícola, el
progreso textil y el auge de la construcción.
La
revolución agrícola
El desarrollo agrícola que
indudablemente se produce desde el
período carolingio, por lo menos en determinadas regiones de Europa
(concretamente al noroeste), probablemente es más una causa que un efecto del crecimiento
demográfico. Este proceso de la producción agrícola no sólo se manifiesta en la
extensión, ya que al aumento de las superficies cultivadas se añade un progreso
cuantitativo y cualitativo en los rendimientos, la diversificación de los
productos y de los tipos de cultivo y el enriquecimiento de los regímenes
alimenticios. Lo que se llama la
«revolución agrícola» se expresa tanto en un conjunto de progresos técnicos
como en la ampliación del espacio productivo.
El primero de esos perfeccionamientos técnicos es la difusión del arado
asimétrico con ruedas y vertedera. Este tipo de arado remueve más profundamente
la tierra, la ablanda más, trabaja las tierras pesadas o duras que el arado
tradicional no podía penetrar o sólo podía aflorar; asegura una mejor nutrición
a la semilla y, por tanto un rendimiento superior.
Su acción, además, resulta más eficaz debido a la mejora en la tracción
animal. La difusión del «sistema moderno de enganche», que reemplaza al antiguo
sistema que se aplicaba al [31] pecho del animal y le comprimía, le ahogaba y
disminuía su potencia (el collarón para los caballos y el yugo frontal para los
bueyes) permite una mayor eficacia del esfuerzo: la tracción de un peso cuatro
o cinco veces mayor. El método de herraje, al mismo tiempo, da más firmeza a la
marcha del animal. De este modo el caballo, al que el antiguo sistema de tiro apartaba
del trabajo en los campos porque no lo soportaba como el buey, puede si no
sustituirle, por lo menos reemplazarle sobre un número cada vez mayor de
tierras. Porque el caballo, más rápido que el buey, tiene un rendimiento
superior.
Experiencias modernas han
probado que un caballo que realiza el mismo trabajo que un buey lo hace a una
velocidad que aumenta su productividad en un 50 por 100. Además el caballo, más
resistente, puede trabajar una o dos horas .más por día. Este aumento en la
rapidez del trabajo no sólo representa un progreso cuantitativo. Permite además
aprovechar mejor las circunstancias atmosféricas favorables para labrar y
plantar. Y por último, el caballo permitió al campesino habitar más lejos de
los campos y, en determinadas regiones, favoreció la constitución de grandes
burgos en vez de pequeñas aldeas o caseríos dispersos, con lo que una parte del
campesinado pudo acceder a un género de vida semi-urbano, con las ventajas
sociales que esto lleva consigo.
Al mismo tiempo, la potencia
de los animales de tiro, acrecentada aún más por la difusión del enganche en
fila, permitió aumentar la capacidad de los transportes. A partir de la primera
mitad del siglo XII la gran carreta (longa
carretta) con cuatro ruedas se difundió junto a la tradicional carretilla
de dos ruedas. El nuevo sistema de enganche y el empleo del caballo
desempeñaron un papel capital en la construcción de las grandes iglesias .que
necesitaban e! transporte de grandes piedras y grandes maderos. Los escultores,
en la cima de las torres de la catedral de Laon, han magnificado en la piedra
el esfuerzo de los bueyes de tracción que, gracias al progreso de los sistemas
de enganche y acarreo, pudieron asegurar la edificación de las catedrales.
A todo esto hay que añadir el
progreso decisivo que supuso para las herramientas el empleo de! hierro, cada
vez en mayor medida a partir del siglo XI. De todas formas es indudable que el
hierro todavía no se utilizó más que para la construcción de algunos
instrumentos (los mangos, por ejemplo, siguieron siendo de madera). Pero lo
esencial para el aumento de la potencia del instrumental medieval fue que las
partes cortantes contundentes de las herramientas, comenzando por las rejas del arado, pudieran utilizarse en mayor
cantidad. Si se añaden los demás instrumentos del tipo del rastrillo, que puede
verse por vez primera en el tapiz de Bayeux de finales del siglo XI, en cuya
tracción se empleó preferentemente al caballo, se observa hasta qué punto la
tierra, mejor trabajada, pudo llegar a ser más generosa. En 1100, por ejemplo,
se habla de un ferrarius qui vendi ferrum
in foro, un mercader de hierro en el mercado de Bourges. Pero a mediados
del siglo XII es cuando parece generalizarse la explotación y e! empleo del
hierro. Una serie de actas de los condados de Champaña autorizan en aquel momento
a las abadías a tomar mineral o a poseer una forja (La Crete en 1156, Claraval en
1157, Boulancourt e Igny en 1158, Auberive en 1160 y otra vez Claraval y Congay
en 1168). Un ejemplo, aunque ciertamente es ajeno al campo agrícola, manifiesta
.el desarrollo del empleo del hierro a mediados del siglo XII: desde 1039, una
serie de curiosos contratos de préstamos venecianos muestra que los patrones de
los [33] navíos
alquilaban en el momento de partir un ancla de hierro a un precio muy elevado y
la devolvían al regresar. El último de estos contratos data de 1161. En este
momento todo navío debía poseer su ancla.
Diversos testimonios del siglo
XIII atestiguan que los progresos técnicos que hemos enumerado estaban ya
ampliamente extendidos. El uso del arado con ruedas se había generalizado hasta
el punto de que Joinville en la
Cruzada se extraña al ver los campesinos egipcios arar con
«un arado sin ruedas». Las grandes carretas de cuatro ruedas se utilizaban con
bastante frecuencia tanto que la frase «ser la quinta rueda de la carreta» designa
proverbialmente ti una persona sin importancia. Los caballos de trabajo no
aparecen en el Domesday Book (1086)
las alusiones a la extracción o al trabajo del hierro son rarísimas. Pero a
mediados del siglo XII, en Inglaterra, por lo menos en el centro y en el este,
aparecen los caballos asociados a los bueyes y una serie de abadías inglesas se
benefician de los mismos privilegios concernientes a la metalurgia que las abadías
de Champaña o Borgoña citadas más arriba.
Hay además otro progreso que
afecta también profundamente la agricultura en este período: el desarrollo de
la rotación de cultivos trienal (Dreifeldcrwirtschaft,
three field rotation, assolement triennal).
Como faltaban abonos suficientes para que la tierra cultivada se
pudiera reconstituir con rapidez, las superficies puestas en cultivo debían
dejarse en reposo durante un cierto tiempo. Incluso en los .territorios
roturados, había siempre una porción que se dejaba sin cultivar: en barbecho.
De ello resultaba una rotación de cultivos que, tradicionalmente, dejaba
reposar durante un año cerca de la mitad del suelo; después se sembraba por un
año la mitad que había permanecido en barbecho: era la sucesión de cultivos
bienal. Ello suponía el desperdicio de un 50 por 100, aproximadamente, de la
producción que podía extraerse de la superficie cultivada. La sustitución de
este sistema por el trienal tenía evidentes 'ventajas. En primer lugar, la
superficie cultivada se dividía en tres porciones o suelos sensiblemente iguales, y sólo una de ellas se dejaba
anualmente en barbecho, con lo que la producción pasaba de la mitad a los dos
tercios y había, por tanto, una ganancia cuantitativa de un sexto de la cosecha
con relación al conjunto de la superficie cultivada y de un tercio con relación
a la cosecha obtenida mediante el método de sucesión de cultivos bienal. Pero el
progreso era también cualitativo. Los cultivos que se hacían sobre los suelos
sembrados eran distintos. Unos se sembraban en otoño y daban cereales de
invierno, (trigo, centeno), otros se sembraban en primavera con avena, cebada o
leguminosas (guisantes, judías, lentejas y, poco después, repollos) y el tercer
suelo permanecía en barbecho. Al año siguiente el primer suelo recibía plantas
de verano, el segundo quedaba en barbecho y el tercero se sembraba con cereales
de invierno.
De este modo había una
diversificación factible de los cultivos alimenticios que proporcionaba una
triple ventaja: alimentar al ganado al mismo tiempo que a los hombres
(desarrollo del cultivo de la avena), luchar eventualmente contra el hambre al tener la
posibilidad de compensar una mala cosecha de primavera por una mejor cosecha en
otoño (o inversamente, según las condiciones meteorológicas) y variar los
regímenes alimenticios e introducir en la alimentación principios energéticos,
concretamente las proteínas, muy abundantes en las legumbres que se sembraban
en primavera. La pareja cereales-legumbres llegó a ser tan normal que el
cronista Oderico Vital al hablar de la sequía que afecta en 1094 a Normandía y Francia
dice que destruye «segetes et legumina»,
(mieses y legumbres). El folklore recoge el testimonio de estas nuevas
costumbres rurales que se convirtieron
en uno de los símbolos de la vida campesina.
Una antigua canción inglesa dice:
Do you, do I, does anyone
know,
How oats, peas, beans and
barley grow?
Y una antigua tonada francesa pregunta:
Savez.-vous
planter les choux?
Sin duda alguna por entonces
es cuando se adquirió la costumbre en algunas regiones de meter en el roscón de
reyes, en la Epifanía ,
el haba (faba), símbolo de la fecundidad.
El aumento de rendimiento
obtenido por la difusión de la alternancia de cultivos trienal permitía, al
mismo tiempo, reducir la porción de tierra empleada en cultivar grano en beneficio
de determinados cultivos especializados: principalmente plantas tintóreas (la
rubia y el glasto) y, sobre todo, viñedos.
En el caso del marqués Bonifacio de Canossa, citado más arriba'; los
contratos de arrendamiento de los mansionarii
favorecían sobre todo la plantación de viñas. En Francia se desarrollaron a
partir del siglo XI los contratos de plantío gracias a los cuales los
cultivadores obtenían del propietario de las tierras no cultivadas, o incluso,
aunque más raramente, del propietario de tierras arables, la autorizaci6n para
plantar viñas en las condiciones [35] siguientes: «Un cultivador iba a buscar al propietario, de una tierra
sin cultivar, y a veces de una tierra arable o de, una viña decrépita, y le
rogaba que se la cediese, comprometiéndose a plantar en ella cepas. El
propietario, cuyos intereses se beneficiaban con esta petición, le dejaba como
dueño absoluto del terreno durante cinco años, el tiempo que se consideraba
necesario para la realización de diversas operaciones (desfondamiento,
labranza, abono, plantación, injertos, labores diversas) largas, costosas y
delicadas, sin las que no puede crearse un viñedo y ponerlo en pleno
rendimiento. Cuando expiraba este plazo, la viña se dividía en dos partes
iguales, una de las cuales pasaba en completa propiedad al autor de la
concesión y la otra permanecía en manos del concesionario, según condiciones
jurídicas variables que iban, en los distintos casos, tiempos y países, desde
la plena propiedad al simple disfrute vitalicio de las mejoras, pero, salvo
raras excepciones, con la carga de una renta anual que a veces se pagaba en
dinero, pero que generalmente consistía en una parte proporcional de la cosecha».En
el nombre de algunos lugares o de algunas fincas se encuentran los topónimos les plantes, el plantay o el plantey, el plantier y los plantieurs que recuerdan los territorios sembrados con viñedos
gracias a los contratos de quart (el
cuarto) que conserva el recuerdo de la cantidad de renta que se debía pagar al
propietario. La finca llamada Quart de
Chaumes (Anjou, valle del Layon) ha conservado el recuerdo no sólo de la
renta sino también de las tierras en baldío medievales sobre las que se
estableció la viña.
Pero no hay que olvidar que
la difusión y la cronología de estos progresos agrícolas unidos al desarrollo
demográfico han variado de un lugar a otro de la cristiandad. Las condiciones geográficas,
demográficas, sociales, y las tradiciones agrarias explican esta diversidad.
Por eso, la sucesión trienal de cultivos no sólo ha penetrado en las tierras de
buena calidad y bien explotadas (principalmente por los señores eclesiásticos)
sino que además no ha rozado prácticamente las regiones meridionales, donde las
condiciones del suelo y las climáticas favorecieron o impusieron el
mantenimiento del sistema de rotación bienal. En la Europa septentrional y
central, que era el ámbito preferido del cultivo en campos quemados por rozas y
del cultivo mixto «campos-bosques» (feldwaldwirtschaft
en lugar de
feldgrasswirtschaft), la amenaza del retroceso natural,
mediante la reconquista realizada por el bosque de las tierras baldías en
barbecho, redujo considerablemente durante la Edad Media los
progresos del sistema de rotación, tanto bienal como trienal. En estas
regiones, y principalmente en Escandinavia, se dio un [36] sístema
de «cultivo permanente» (Einfeldwirtschaft
o Dauerwirtschaft) que ha continuado
predominando. En Europa central y oriental, donde la oleada demográfica parece
haber llegado con una cierta ruptura, no se difundió el sistema trienal hasta el
siglo XII y se empleó sobre todo en el siglo XIII; especialmente en Polonia,
Bohemia y Hungría. Cuando se ha creído que tal sistema podría remontar a la alta Edad Media,
e incluso a la época romana o protoeslava, parece indudable que ha habido una
mala interpretación de los documentos, escritos o arqueológicos, o que se ha
confundido un caso aislado con la difusión de la técnica, que es lo único que
interesa al historiador. Además en Hungría,donde la cría de ganado adquirió en seguida
una gran importancia, parece que el sistema de rotación trienal, que era más
favorable para la alimentación del ganado, reemplazó en general directamente al
sistema de cultivo permanente, y que el sistema de rotación bienal fue siempre
de extensión limitada. De modo inverso, en Bohemia, donde el cultivo de
cereales parece haber predominado siempre durante la Edad Media sobre la
cría de ganado, el sistema de rotaci6n trienal (que aparece por primera vez con
certeza en un documento que data del período 1125-1140) ha ocupado un lugar
restringido al lado del sistema de rotación bienal e incluso junto a sistemas
de cuatro o cinco suelos. (Ctyrpolní, systém, systém petipolí).
También ha sido muy grande la
diversidad de uso dado a los cereales. En las regiones marítimas de Alemania
septentrional, en Escandinavia y en Inglaterra, la cebada siguió siendo durante
toda la Edad Media
el principal cereal empleado para hacer pan. La cebada ocupaba el principal
lugar en el infield, que se enriquecía
con los excrementos de los ganados, mientras que el centeno y la avena se cultivaban
en el outfield, sin estercolar. En
Polonia puede observarse, entre el siglo X y XIII, que, al mismo tiempo que se
sustituye el cultivo mediante el sistema de roza, por el cultivo con arado y
tracción animal, se pasa del cultivo del mijo al de los cereales panificables,
entre los cuales es el centeno, que en un primer momento apareció como mala
hierba mezclada con el trigo, ocupó inmediatamente el lugar principal, a la vez
que la avena se imponía sobre la cebada como forraje para los caballos.
Queda por decir que el
enriquecimiento de la población, como resultado de estos progresos agrícolas,
generalizó el uso del pan; que disputó a las gachas el primer puesto en la
alimentación campesina y aumentó la energía de las poblaciones europeas,
principalmente la de los campesinos y trabajadores. Se ha podido sostener cum grano salis que la difusión del
cultivo [37] por
rotación trienal y el progreso de las legumbres, ricas en proteínas,
permitieron el desarrollo ascendente de la cristiandad, las roturaciones, la
construcción de ciudades y catedrales y las cruzadas. No se puede negar que se
mantiene la impresión de que a partir del siglo XI existe una población más
vigorosa.
Por último hay que añadir que
en esta «revolución agrícola» hay un elemento que ha desempeñado un gran papel:
la difusión del molino de agua y, más tarde, la del molino de viento. Pero como
el empleo de la fuerza hidráulica no transformó solamente las explotaciones
rurales, sino también al artesanado urbano,
le dedicaremos más adelante una exposición de conjunto.
La renovación comercial
Ya hemos hecho alusión a los
mercados en relación con los progresos y las necesidades de la economía rural a
propósito de un comerciante de hierro. Las aldeas y los señoríos experimentan
también la necesidad de tener relaciones más continuadas con los mercados,
porque los progresos en la producción hacen surgir excedentes comercializables
y las ganancias en dinero que de ello resultan permiten comprar géneros u
objetos que la producción local no proporciona. En la primera mitad del siglo
XIII, por ejemplo, puede verse cómo los habitantes de la aldea de Prissé, junto
a Macon, obtienen del rey Luis VIII (1223-1226) la autorización para tener un
mercado regular, «Cuando el rey de Francia, Luis, de feliz memoria, atravesó Prissé
de camino a Aviñón, concedió a los hombres de la aldea un mercado semanal, los
lunes. El trigo, cualquiera que sea el lugar en que se venda, si se mide en la
aldea el día de mercado o cualquier otro día, es tributario... »
De este modo, el desarrollo
agrícola y el progreso del comercio se
hallan estrechamente unidos. Además, aunque nosotros pensemos que como la
tierra era la base de todo en la
Edad Media será, por tanto, la «revolución rural» la base del
desarrollo general, otros historiadores, siguiendo sobre todo a Henri Pirenne,
han visto en la renovación del comercio el motor del desarrollo de la
cristiandad. La recuperación del comercio, al margen de las causas por las que
se explica, puede remontarse a más allá de mediados del siglo XI y algunos de
sus principales antecedentes aparecen y hacia 1060, pero van a precisarse y a
desarrollarse al final del siglo XII. Se
trata en primer lugar de un comercio de
un amplio radio de [38] acción. Se desplaza a lo largo de unos ejes
que unen los puntos extremos de la cristiandad entre sí, desde York a Roma, a través
del valle del Ródano o por el Rhin y los pasos de los Alpes, desde Italia
septentrional o Flandes a Santiago de Compostela, de Flandes a Bergen, Gotland
y Novgorod, o que, desde la cristiandad o a través de ella, llegan a los
grandes centros musulmanes y bizantinos: la ruta de Córdoba a Kiev a través del
valle del Ródano, Verdún, Maguncia, Ratisbona, Praga, Cracovia y Przemysl; la
ruta del Danubio desde Ratisbona a Constantinopla; las rutas mediterráneas
desde Barcelona, por Narbona, Génova, Pisa, Amalfi y Venecia, hacia
Constantinopla, Túnez, Alejandría y Tiro.
Estas rutas continúan, como en
la alta Edad Media, usando las grandes vías fluviales, pero a, favor del
desarrollo de los transportes terrestres (las grandes carretas, desempeñan su
papel al lado del acarreo, asegurado sobre todo por las mulas) y marítimos
(hacia 1200 aparecen la brújula y el timón de codaste, mientras que aumentan
los tonelajes con los galerines italianos y los koggen hanseáticos) manifiestan también la renovación de las rutas
terrestres y marítimas. Los cruzados, a partir de 1095, no crearán nuevas
rutas, sino que utilizarán aquellas creadas por el comercio.
Los grandes centros
comerciales se encuentran siempre en las dos extremidades del eje que une el
mar del Norte con la península italiana. Al sur, junto a Venecia, que sigue
dirigiéndose especialmente a Bizancio, y obteniendo de ella extraordinarios
beneficios (en 1082 una bula dorada de Alejo Comneno liberaba a los
comerciantes venecianos de toda tasa comercial en todo el imperio bizantino), y
Amalfi, tanto Pisa como Génova no dejan de desarrollar su actividad. Pisa y
Génova, que con mucha frecuencia se enfrentaban como rivales, se alían en
cambio, en 1087, para ir a tomar y saquear Mahdya, donde se apoderan de un
abundante botín. En 1114, los pisanos saquean Ibiza y Mallorca y se instalan en
Cerdeña y Córcega. En la primera mitad del siglo XII, Pisa es la mayor potencia
del Mediterráneo occidental y las ganancias obtenidas de sus botines y de su
comercio le permiten alzar la primera gran obra urbana de la cristiandad: la
catedral a partir de 1063, el Baptisterio a partir de 1153 y el Campanil a partir
de 1174. Pero Génova, en el curso del siglo XII, se prepara para superarla.
Entre 1101 y 1110 una serie de expediciones victoriosas proporcionan a
los genoveses barrios en Tortosa, Acre, Gibelot, Trípoli, Sidón, Beirut y
Mamistra. Pronto dirigen sus incursiones hacia el Mediterráneo occidental (Bugía,
1136; Almería, 1146; Tortosa, 1148), dejando a un lado a Pisa. En 1155 [39]
obtienen por fin, después de Venecia y Pisa,
un barrio en Constantinopla.
En el norte, los normandos y los frisones han perdido la iniciativa,
porque los flamencos y los alemanes les reemplazan, y superan. Brujas se
desarrolla rápidamente desde el momento en que, en el siglo XI, se traza un
canal que une la ciudad con el estuario del Zwyn. Se acerca también al país
mosano hacia el que convergen, formando una estrella en torno, las grandes
rutas citadas más arriba. Más hacia el este se vislumbra el auge de las
ciudades alemanas. «Los mercaderes del mundo entero se encuentran en Brema»,
escribe hacia 1075, no sin exageración, Adán de Brema. Los dos acontecimientos
decisivos son, después de la destrucción de Schleswig (que había sustituido
a Haithabu) en 1156, la fundación definitiva de Lübeck en 1158-1159 y,
en 1161, bajo la hégida de Enrique el León, la constitución de la «comunidad de
los mercaderes alemanes que frecuentan Gotland» (universi mercatores imperii Roman Gotlandiam frequentantes), núcleo
de la Hansa. Una
colonia sedentaria de mercaderes se estableció poco después en Visby, tras que
la nueva comunidad dominaba con rapidez el gran mercado ruso de Novgorod: en
1189 el príncipe Jaroslav asegura mediante un tratado de comercio ventajas
exorbitantes a los alemanes y a los gotlandeses.
Por lo que se refiere a las
mercancías, el comercio de los siglos XI y XII conservó algunos rasgos del
comercio anterior. Los productos de lujo ocupaban un lugar predominante: especias,
pieles. Pero los tejidos de valor (sedas para la importación y paños para la
exportación) alcanzaban cantidades cada vez mayores. Desde el siglo XII no sólo
Flandes, sino toda la Europa
noroccidental (Inglaterra, Francia septentrional y nord-oriental desde
Normandía a la Champaña ,
los Países Bajos, los
países mosanos y bajo-renanos) exportaba los «bellos paños» o «paños
tintados» (panni pulchri, panni colorati) hacia la zona mediterránea
y hacia Alemania, Escandinavia, Rusia y los países del Danubio. Y las mercancías
poderosas en cualquier sentido comenzaron a ocupar una parte cada vez mayor
del, tráfico: productos de primera necesidad, como la sal o el alumbre
(importado por los genoveses de Focea y utilizado como mordiente en la tintura
de los paños), maderas, hierros, armas e incluso, ocasionalmente y siempre en
período de hambre (como lo confirma Gualberto de Brujas para Flandes a
comienzos del siglo XII), cereales. Por último, el comercio de esclavos,
también en cualquier sentido, a pesar de que no fue la actividad comercial más
lucrativa continuó enriqueciendo a los mercaderes judíos y cristianos, por ejemplo,
en Praga y en Venecia. La llamada [40] del comercio fue tal que supuso a veces una tendencia a la especialización
agrícola de determinadas regiones, concretamente aquellas que se hallaban
próximas a zonas fluviales o marítimas: así ocurrió con el glasto o pastel en
Cataluña y Aragón, en la Alemania
media y sobre todo en Picardía; es lo que sucedió sobre todo con el vino.
Verdaderos viñedos para la exportación se formaron en los valles del Mosela y del Rhin,
en el oeste de Francia, hacia Inglaterra
y el mar del Norte, por Burdeos y La Rochelle. De ello surge una legislación comercial
marítima. A finales del siglo XII los «juicios» relativos a los buques que transportaban
vino se ponen por escrito en Oléron, escala para el comercio del vino. Los Róles d'Oléron fueron traducidos inmediatamente
al flamenco en Damme, antepuerto de
Brujas, y de allí se difundieron por Inglaterra y el Báltico bajo el
nombre de Wisbysches Seerecht.
Junto a los «grandes» puertos de exportación e importación había
algunos grandes mercados temporales que comenzaban a desempeñar un gran papel:
las ferias. Las principales se establecían en la zona de contacto entre el
comercio mediterráneo y el comercio nórdico: Flandes y la Champaña. Las ferias
de Champaña, aún más que las ferias flamencas, desempeñaron desde fines del
siglo XII un papel internacional. Dotadas por los condes de Champaña de
privilegios que aseguraban la protección de los mercaderes, las mercancías y
las transacciones, se celebraban una o dos veces al año en cuatro lugares
sucesivamente: Bar-sur-Aube, Troyes, Lagny y Provins. De hecho, constituían un
mercado permanente donde no sólo se vendían e intercambiaban los productos del gran comercio
(paños y especias particularmente), sino donde, además, se regulaba toda una
serie de operaciones de cambio y crédito.
En efecto, el último
aspecto del desarrollo comercial es el auge de la economía monetaria y de las
operaciones de cambio y crédito. Pero, en este aspecto, lo que debe ser
resaltado es el carácter todavía arcaico y limitado del gran comercio más que su
progreso real.
Indudablemente, la acuñación y la
circulación monetaria aumentan. Pero la parcelación de la acuñación, la
diversidad de tipos de monedas y las limitaciones de su área de difusión muestran
que todavía no se puede hablar de Weltwirtschaft
(economía mundial) a finales del siglo XII. Las pequeñas piezas de plata que
acuñan casi cada ciudad o cada señor, por usurpación u otorgación del poder
real, no tienen ni los mismos tipos ni la misma ley. Algunas tienen un área de
circulación y una reputación mayores que otras: por ejemplo, los dineros torneses,
los parisis, los de Provins, los de
Colonia y los que [41] Conrado III permite acuñar a los pisanos
en el año con curso válido para toda Italia. Pero la fragmentación sigue siendo
considerable.
El cambio directo es la
principal operación monetaria. Se realiza en determinadas ciudades y
determinadas ferias sobre unos bancos, y los mercaderes especializados que lo practican
toman el nombre de «banqueros» (como los trapetizai
de la antigüedad griega). A partir de 1180 se extiende en Génova el nombre de
bancherius, y Génova es precisamente
uno de los más importantes centros de banca.
Las operaciones de crédito
siguen siendo limitadas y sencillas. No tanto por las prohibiciones
eclesiásticas (la Iglesia
ve oficialmente en casi todas las operaciones de crédito una forma de préstamo
con interés, y por tanto de usura, pero es fácil eludir estas prohibiciones y,
en la mayor parte de los casos, las autoridades eclesiásticas cierran los ojos
con gran facilidad, ya que ellas son las primeras en quebrantarlas) como por la
poca importancia de las operaciones financieras y el carácter rudimentario de
las técnicas de crédito.
El préstamo clásico para el
consumo está por lo general a cargo de judíos y de establecimientos monásticos
que, con sus tesoros en monedas o en piezas de orfebrería, son los más aptos
para proporcionar rápidamente importantes sumas. En el año 1096 las iglesias de
la diócesis de Lieja proporcionan al obispo Otberto el dinero necesario para la
compra de los castillos de Bouillon y de Couvin. Hay numerosos textos que nos muestran
a los monasterios y las iglesias en época de hambre empeñando o fundiendo sus
tesoros para proporcionar víveres a los monjes, a la familia del monasterio y a
los pobres que mantiene. En 1197 un monje alemán se encuentra con otro que camina
a gran velocidad: «Habiéndole preguntado que hacia dónde corría, me respondió:
A cambiar. Antes de la cosecha nos vimos obligados, para alimentar a los
pobres, a matar nuestro rebaño y a empeñar nuestros cálices y nuestros libros.
Y aquí que el Señor acaba de enviarnos a un hombre que nos ha dado una cantidad
de oro que cubre ambas necesidades. Por eso voy a cambiarlo por dinero para
poder rescatar lo empeñado y reponer nuestros rebaños.» Por lo general, los
establecimientos eclesiásticos prestaban los fondos necesarios a cambio de una hipoteca
sobre la tierra, de la que tomaban las rentas mientras esperaban el reembolso
íntegro; era el sistema llamado de mort
gage (inamortizable). El mort gage, que no era exactamente un interés
y que, por tanto, no se consideraba como una forma de usura, fue, sin embargo,
prohibido por la Iglesia ,
lo que impidió que su práctica continuara manteniéndose hasta que [42]
cayó en desuso cuando fue
reemplazado por nuevas formas de crédito, como, por ejemplo, la commenda, llamado colleganza en Venecia y societas maris en Génova, que se
extendió en el siglo XII por los puertos mediterráneos. Consistía en un contrato
que asociaba a un individuo que aportaba
su capital y a un empleado, un mercader o un capitán de navío, que aportaba su trabajo y se ofrecía para hacer rentable el capital
prestado marchando a comerciar al extranjero. Los dos contratantes se repartían
el beneficio eventual, por lo general en razón de tres cuartas partes para el
que había aportado el capital y un cuarto para el prestatario. La proporción
podía variar, y otros tipos de contrato (compagnia
o societas terrae, para el comercio
terrestre)podían unir a un capitalista y a un trabajador, o a los asociados con
participaciones financieras desiguales. He aquí un ejemplo de contrato,
concluido en Génova el 29 de septiembre de 1163:
«Testigos: Simone Bucuccio,
Ogerio Peloso, Ribaldo di Sauro y Genoardo Tosca. Stabile y Ansaldo Gerraton han
formado una societas en la cual, según sus declaraciones, Stabile ha aportado
una contribución de 88 liras y Ansaldo 44 liras. Ansaldo lleva este capital
para hacerlo rentable a Túnez o a todas aquellas partes a donde debe ir el
buque que tomará; a saber, el buque de Baldizzobe Grasso y de Girardo. A su
regreso, depositará los beneficios en manos de Stabile o de su representante,
para el reparto. Deducción hecha del capital, ellos dividirán los beneficios
por la mitad. Hecho en la casa del Capítulo, el 29 de septiembre de 1163.
Además, Stabile da a Ansaldo la autorización de enviar a Génova este dinero,
para el buque que desee.»
En Génova, a finales del siglo
XII, surgen otros tipos de operaciones. Ciertas agrupaciones de acreedores, los
compere, se hacen otorgar de la
comuna, por venta anticipada, la percepción de determinados impuestos de los
que obtienen beneficio sin quebrantar las leyes de la Iglesia. Una nueva
forma de préstamo marítimo implica cláusulas referentes al riesgo en el mar,
que son en realidad la forma más antigua
de seguro, y estipula a veces que el reembolso se haga en otro lugar y con otra
moneda, lo que permite crédito y transferencia de fondos y esboza el esquema de
la letra de cambio.
Estas son las más refinadas técnicas comerciales de finales del siglo XII,
elaboradas por la ciudad más avanzada en ese campo. [43]
El desarrollo urbano y la división del trabajo
Las ciudades son, junto a las
roturaciones, el signo más espectacular del desarrollo demográfico. El
desarrollo urbano es también anterior a la mitad del siglo XI, pero se hace
irresistible a partir de 1050. Se manifiesta, además, lo mismo en creaciones
nuevas que en la ampliación de los núcleos urbanos preexistentes. En el caso de
las «ciudades nuevas», es difícil diferenciar las grandes aldeas, los burgos y
las ciudades propiamente dichas. En muchos casos, los nombres que llevan (Villeneuve, Villefranche, Sauveté, en Francia; Freistadt o Neustadt, en
Alemania; Villafranca o Villanova, en Italia; Wola o Nowe Miasto, en Polonia; Ujezd,
Lhota o Nové Mesto, en Bohemia) evocan o bien su novedad o bien los
privilegios de que gozan sus habitantes: aspecto jurídico y social que
manifiesta la unión existente entre el cultivo y la ocupación del suelo, la roturación
y la colonización, e injerta al movimiento urbano en el movimiento más general
de expansión demográfica.
En estas ciudades nuevas, en estos nuevos barrios, se manifiesta un
nuevo espíritu urbanístico. El plano regular, circular o, más corrientemente,
en damero, expresa una fase de maduración del genio urbano, un esfuerzo de
«racionalización» que deja adivinar mutaciones mentales que se estudiarán más
adelante.
La construcción de nuevas
murallas materializa a través de toda la cristiandad el crecimiento de las
ciudades más antiguas. En Colonia, en el año 1106, una nueva muralla engloba a
los nuevos barrios de Niederich, Oversburg y de los Santos Apóstoles (St.
Aposteln) y, en el año 1180, una fortificación más amplia (die grosse Mauer) debe proteger a una ciudad que ha crecido de
prisa. Aproximadamente entre 1100 y 1230 Viena conoce cuatro murallas sucesivas
que enmarcan a un perímetro que se amplía sin cesar. Basilea se extiende con
nuevos recintos en el siglo XI (núcleo del Munsterhugel), y en 1180 (englobando
el BarfUsserplatz y la
Freie Strasse ). Pisa construye su nueva muralla a partir de 1155,
y a partir de 1162 encierra en sus muros también el barrio de Chinzica, al otro
lado del Arno. También Génova, en 1155-1156 (el miedo ante Federico Barbarroja
sirvió en ambos casos de estímulo para la edificación) extiende su recinto del
año 952 para englobar al burgus de
reciente desarrollo y a la costa, a lo largo del mar, hasta la Porta dei Vacca al norte. El
cronista Guillermo el Bretón narra en estos términos la construcción, realizada
por Felipe Augusto en 12I2, de una nueva muralla parisina: «El mismo año,
Felipe, rey magnánimo, rodeó todo París con un recinto desde la parte [44]
meridional hasta el río Sena,
por los dos lados; encerró una gran superficie de tierra en el contorno de los
muros y obligó a los poseedores de los campos y las viñas a alquilar esas
tierras y esas viñas a habitantes que
construyesen casas, o bien que ellos mismos construyesen esas nuevas viviendas,
a fin de que toda la ciudad parezca llena de habitaciones hasta las murallas...
»
Esta estrecha aglomeración de
las ciudades medievales, ese rellenar el espacio urbano que parece hacer surgir
los monumentos de la ciudad (torres, iglesias, palacios) de la opresión de las
casas que les rodean, se ha acentuado más aún en las representaciones
artísticas sobre los escudos y en la pintura.
Un impulso vertical endereza a la mayoría de las ciudades medievales y,
al modo de los castillos en las campiñas, las hace dominar, en sentido propio y
en sentido figurado, sobre el «país aplastado».
En el siglo XIII, el geógrafo
árabe al-Idrisi, al hablar de las ciudades polacas, señala en ellas la
disposición apretada de las construcciones: «Es un país de grandes ciudades.
Estas ciudades son: (I)kraku (Cracovia), G(i)nazna (Gniezno), R(a)t(i)slaba
(Bratislava), S(i)rad(i)a (¿Sieradz?), N(u)grea(?), Sitnu (¿Szczecin?). Tienen
construcciones que están muy próximas unas a las otras y poseen muchas riquezas naturales. Se
parecen en cuanto a su tamaño; su disposición y su aspecto son idénticos.» No se
puede expresar mejor la unidad del fenómeno urbano, que se produce en toda la
cristiandad en el siglo XII.
Estas ciudades concretas
inspiran imágenes urbanas estilizadas, idealizadas. Los escudos de las
ciudades, cuya significación política trataremos después, se cuentan entre los
primeros testimonios de esta mentalidad urbana. El escudo de Tréveris (cuya imagen
se remonta al año 1113) muestra ya esta definición de la ciudad por la muralla
y la puerta. Muralla que acoge los tesoros de la ciudad, lugar de acumulación
de riquezas, depósito por excelencia, puerta que, más que una abertura, más que
un paso, es un «punto de conjunción de dos mundos», el exterior y el interior,
la ciudad y el campo.
En efecto, no se pueden aislar
estos dos mundos cuyo crecimiento es simultáneo: la «revolución urbana»
repercute a su vez sobre el contorno rural. Sea cual fuere la parte que la renovación
del comercio a larga distancia haya tenido en el renacimiento urbano, en la
función económica que define fundamentalmente a la ciudad medieval lo esencial
es el crecimiento de la población y el de la población rural, que ha hecho
posible y necesaria la creación y el desarrollo de centros de redistribución,
consumo y producción artesanal. La división del trabajo [45] está
en la base del fenómeno urbano. También aquí el progreso técnico que la
acompaña y facilita, si no la crea, transforma a la vez la economía rural y la
economía urbana. El molino de agua permite, en efecto, desarrollos tecnológicos
que tienen profundas consecuencias tanto en el campo como en la ciudad. «El
molino de agua -ha dicho Marc BIoch- es medieval en cuanto a la época de su
auténtica expansión.» Entre el siglo XI y el XVI deja de ser una curiosidad
para convertirse en la pieza maestra del equipo energético de Occidente. A partir
de 1086 existen, según el Domesday Book,
5.624 molinos de agua en Inglaterra. El molino para trigo es la primera y la
más importante de las aplicaciones del molino hidráulico. Pero la utilizaci6n
de la energía hidráulica en usos artesanales o industriales adquiere cada vez
mayor importancia en el siglo XII. Y la ciudad es el lugar por excelencia para
el funcionamiento de los molinos «industriales», al mismo tiempo que la
concentración de los molinos de trigo que producen la harina para el consumo
urbano es mayor en ella. La «invención» que permite la adaptación de la energía
hidráulica a otras máquinas, y cuya difusión se da junto a la del molino de
agua, es el árbol con rueda dentada,
que transforma el movimiento circular continuo de la rueda motriz en movimiento
vertical alternante al accionar un aparato fijo en el extremo del mango o el
vástago: martillo, mazo de madera o pilón.
El primer molino de batán, que permite batir el tejido mecánicamente y
reemplaza al enfurtido que se realizaba con los pies, aparece en una carta de
la abadía de Saint-Wandrille fechada en 1086-1087. En Francia, entre 1086 y
1220, los textos han dejado hasta ahora el nombre de treinta y cinco ciudades y
aldeas que poseían un molino de batán al menos. Sin embargo, el primer molino
de batán inglés de que hay constancia es de 118.5; el primero italiano, de
finales del siglo XII; el primero polaco, de 1212, y el primero alemán, en
Spira, de 1223. Es posible que la walkemolla mencionada en un auto real de
1161 relativo a la Scania
designe un molino de batán.
El más antiguo molino empleado
para curtir pieles aparece en el año
1138, cerca de Chelles, en una ciudad nueva equipada en común por el capítulo
de Nótre-Dame de París y el conde de Champaña. Dos molinos para cerveza hidráulicos existían ya en 1042 en Montreuil-sur-Mer.
En cualquier caso, había uno en Evreux en 1088. El primer molino de hierro conocido
sería el de Cardedeu, en Cataluña (1104). En 1151 se señala la existencia de
catorce forjas equipadas en los Pirineos catalanes, y la abadía de Soroe, en
Suecia, instala una en 1197.
Por último, el molino de
viento viene a duplicar la acción [46] de1 molino de agua a fines del siglo XII.
Aparece primero en una región perfectamente delimitada: Inglaterra, el
Ponthieu, Normandía septentrional y Bretaña. El primero que se conoce fue construido por la abadía de Saint-Mary of
Swineshead, en Linconshire, en 1181,
a menos de que sea algo anterior a él, el que se ha
encontrado en un texto concerniente a la abadía normanda de Saint-Sauver-le- Vicomte.
Es posible que en la
Península Ibérica el molino de viento fuera conocido en la
misma época o incluso antes.
Este equipo tecnológico
permite que las ciudades medievales cumplan mejor su función constructora, que refuerza y desborda la función
comercial. Se convierten en centros de intercambio y en motores de la producción. Crean y ponen en
circulación técnicas, mercancías e ideas. Sustituyen a los monasterios de la
alta Edad Media. Realizan la división y especialización del trabajo.
Progreso
de la seguridad: «la paz de Dios»
Todo este desarrollo económico exige un mínimum de seguridad. El fin de las grandes invasiones concurre al
desarrollo. Pero es precisa al mismo tiempo la tranquilidad interior. Se desarrollan
las instituciones de paz aparecidas al final del siglo x. La protección de las
actividades económicas se menciona expresamente en las actas que tienden a
hacer imperar la paz. En 1095, Urbano II, cuando predicaba la primera cruzada
en Clermont, coloca bajo la salvaguarda de la paz de Dios «los bueyes y los
caballos trabajadores, los hombres que guían los arados y los rastrillos y los
caballos con los que rastrillan».
En la lucha de la reforma
gregoriana contra el laicado guerrero existe toda una política proteccionista para las
nuevas actividades económicas y los hombres que las ejercen. Gregorio, en 1074,
escribe al rey de Francia, Felipe I, para ordenarle restituir a los mercaderes
italianos llegados a su reino las mercancías que había hecho confiscar; es el
«comienzo de una larga serie de documentos del mismo género». El canon 22 del
tercer Concilio de Letrán, de 1179, al reglamentar la tregua de Dios, reclama
la seguridad «para los sacerdotes, los monjes, los clérigos, los conventos, los
peregrinos, los mercaderes, los campesinos y las bestias de carga». Las
instituciones de paz, más que a las actividades económicas y a sus productos,
tienden a proteger a los hombres que las ejercen. Esto se debe a que el desarrollo
económico trajo consigo profundas transformaciones sociales. Nace una nueva
sociedad cristiana. [47]
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