martes, 10 de mayo de 2016

El imperio bizantino.- Romero, José Luis; La Edad Media

3) El imperio bizantino.

   Consumada la división del imperio en 395, el Oriente quedó en manos de los emperadores de Constantinopla, cuya primera actitud fue afirmar teóricamente sus derechos sobre el Occidente, pero preocuparse sobre todo defender su propio territorio.   Esta fue la orientación de los emperadores del siglo V, debido a la cual se manifestó una acentuada tendencia a la afirmación de los elementos [25] griegos y orientales con detenimiento de la tradición romana propiamente dicha. Ésa tendencia estaba alimentada en parte por la misma Constantinopla, pero más aún por las provincias orientales del imperio.
    Tras el reinado de Arcadio (325-408), subió al trono Teodosio II, que rigió el imperio hasta 450. Durante ese largo período, las dificultades internas y externas fueron graves y numerosas, pues el peligro de las invasiones se cernía constantemente sobre el imperio y, entre tanto, los conflictos internos arreciaban. Para precaverse contra los enemigos internos, Teodosio II ordenó la construcción de una gran Muralla que protegía la frontera septentrional; pero las dificultades interiores no podían solucionarse tan fácilmente, pues provenían de la hostilidad entre los distintos grupos cortesanos y, sobretodo, de las controversias religiosas que se suscitaron a raíz de la posición teológica adoptada por Nestorio. La larga polémica doctrinaria y las pasiones desatadas por ella, así como también las rivalidades que se manifestaban entre el patriarcado de Alejandría y el de Constantinopla, pusieron en peligro la estabilidad del imperio. Sin embargo, Teodosio pudo llevar a cabo dos obras que han salvado su nombre: la ordenación del código que por él se llama teodosiano, y la fundación de la Universidad de Constantinopla.
   A su muerte, nuevas dificultades surgieron debido a la lucha por el poder. Tras el breve reinado de Marciano subió al trono León I (457-474), cuyo poder fue sostenido por las tropas mercenarias de origen Isaurio que trajo a Constantinopla para contrarrestar las tropas germánicas que hasta entonces predominaban y le eran hostiles. La rivalidad entre los grupos armados prestaba mayor peligrosidad a las querellas palaciegas que distraían la atención de la capital imperial, y a la larga los Isaurios lograron imponerse hasta el punto de consagrar como emperador, a la muerte de León I, a uno de entre ellos, Zenón, que ocupó el trono hasta 491.    [26]
     A Zenón se debió el intento de reconquistar Italia, para lo cual se envió a Teodorico Amalo, rey de los ostrogodos para que sometiera a Odoacro. Este intento revela que Constantinopla no creía llegado el momento de abandonar definitivamente la parte occidental del imperio, aún cuando comprendía la imposibilidad de llevar una política enérgica por sus propios medios. El fracaso debido a la autonomía alcanzada en los hechos por Teodorico, condujo al sucesor de Zenón, Anastasio (491-518), a modificar sus líneas políticas, sosteniendo que los intereses del imperio estaban principalmente en el Oriente. Y no se equivocaba, pues tuvo que soportar no sólo repetidas olas de invasores eslavos y búlgaros, sino también el desencadenamiento de la guerra por los persas, que desde 502 hasta 505 tuvieron en jaque al imperio. Pero el definitivo abandono del Occidente no cabía todavía en la mente de los herederos de la tradición romana, y la dinastía Justiniana, que empezó tras la muerte de Anastasio, retomó al programa de la reconquista de la perdida mitad del imperio.
   Justino I, emperador de 518 hasta 527, era un campesino ilírico que no carecía de habilidad, y a quien ayudó en el delineamiento de una nueva política su sobrino Justiniano, destinado a sucederlo en el trono. El eje de esa política era la reanudación de las relaciones con el Occidente, y por eso procuró Justiniano reconciliarse con el papado, después del conflicto que se habían producido entre ambos poderes a causa de las querellas religiosas. Ésa reconciliación le atrajo las simpatías de la población romana de Italia, que, inversamente, se manifestó cada vez más hostil a las reyes ostrogodos. Quedaba así abierta la puerta para un intento militar, que debía llevar a cabo Justiniano, en el trono a partir de 527 y hasta 565. [27]
    Justiniano, en cuyo gobierno ejerció particular influencia su esposa Teodora, tuvo que afrontar una situación interior delicadísima que, finalmente, desembocó en una conspiración que sólo pudo vencer con grandes esfuerzos. Pero desde entonces su poder se hizo cada vez más firme, y concibió grandes proyectos, tanto desde el punto de vista de la organización interna del estado, como en cuanto se refería la política exterior. Los persas y los pueblos eslavos y magiares que estaban al acecho tras las fronteras septentrionales obligaron a Justiniano a consagrar una constante atención al problema de la seguridad del imperio, y no solamente perfeccionar el sistema de fortificaciones, sino que también procuro acrecentar los recursos del fisco, mediante una importante reforma financiera y administrativa, con el objeto de disponer de los medios necesarios para mantener un ejército numeroso y eficaz.
    Su concepción general de los intereses del imperio le aconsejó llegar a una paz con los persas para poder dedicar su atención al Occidente. Una vez lograda, volcó sobre el Mediterráneo sus poderosas fuerzas, que al mando de Belisario, dieron fin primeramente al reino vándalo del norte de África (533). Poco después comenzaban las operaciones contra los ostrogodos de Italia; pero aquí las cosas no tuvieron un curso tan favorable, pues la resistencia de los germanos y las intrigas de la corte - que obligaron a alternar en el mando del ejército a Belisario y a Narsés -, dilataron la resolución de la campaña hasta 553. Ese año, Italia quedó definitivamente libre de ostrogodos, y Constantinopla pudo organizarla como provincia romana.
    Entretanto, Justiniano se llevaba a cabo otras empresas no menos importantes. Fuera de la reorganización interior, que echó las bases del estado bizantino propiamente dicho, se preocupó por los conflictos religiosos para asegurarse una autoridad indiscutida frente a la Iglesia. Como ortodoxo, suprimió la Universidad de Constantinopla, que se [28] consideraba como un reducto de la tradición clásica, y en cuanto administrador, se preocupó por establecer un sistema jurídico ordenado mediante las sucesivas compilaciones de derecho que mandó hacer. Si se recuerda la erección de la catedral de Santa Sofía, se tendrá, finalmente, un cuadro de los principales aspectos de su labor.
    Al morir Justiniano, parecía a los devotos de la tradición romana que la pesadilla de las invasiones comenzaba a desvanecerse. Pero no era sino una ilusión pasajera, y poco después la obra del gran emperador se vería amenazada por nuevos y más numerosos enemigos.
    La época que siguió a la muerte de Justiniano fue oscura y difícil. Ninguno de los emperadores que gobernaron por entonces reunió el conjunto de cualidades que se requería para hacer frente a los disturbios interiores a las rivalidades de los partidos -verdes y azules, según sus preferencias en el hipódromo -, a las querellas religiosas y, sobre todo, a las amenazas exteriores. Era necesario mantener un ejército poderoso, que consumía buena parte de los recursos imperiales, y con él se mantenía dentro de las fronteras un poder que sobreponía con frecuencia al emperador. Pero el ejército era cada vez más imprescindible. Los lombardos se lanzaron sobre Italia y se apoderaron de buena parte de ella; los avaros entraron a través del Danubio, y fue necesario apelar a toda suerte de recursos para contenerlos; y, finalmente, los partos desencadenaron en 572 una guerra contra el imperio que debía durar hasta 591, poco antes de que comenzara la ofensiva de avaros y eslavos en la frontera septentrional. En esta ocasión, el ejército se sublevó y llevó al trono a Focas, cuyas crueldades y torpezas condujeron a una situación grave. [29] Sólo pudo salvarla, oponiéndose al mismo tiempo al avance de nuevos enemigos, una figura vigorosa que hizo por entonces su entrada en el escenario de Constantinopla: el exarca de Cartago, Heraclio, que gobernó desde 610 hasta 641, en una de las épocas más característica del imperio bizantino.
    Nunca como entonces, en efecto, estuvo en mayor peligro, y nunca como entonces pudo realizar un esfuerzo tan vasto y eficaz. No sólo la situación interior era grave por las discordias y rivalidades de los diversos grupos y las querellas religiosas, sino que también era dificilísima la situación exterior mientras los eslavos y los avaros amenazaban la frontera septentrional, los persas se preparaban para el más vigoroso ataque que hasta entonces llevarán contra el imperio. En 612 - dos años después de la llegada de Heraclio al poder -, persas lanzaron la invasión contra Capadocia, y desde ese momento progresaron aceleradamente dentro del territorio imperial. Desde 612 hasta 619 hicieron notables progresos y se apoderaron sucesivamente de Siria, Palestina, en Asia Menor y Egipto, sin que los desesperados esfuerzos de Heraclio pudieran contenerlos. Más aún, el emperador empezó a desalentarse y fueron necesarias las invocaciones del patriarca Sergio y el dinero de la Iglesia para que Heraclio decidiera reorganizar una fuerza suficientemente poderosa como para repeler un ataque.
   Desde 619 hasta 622, y a pesar de que los Eslavos y los Avaros habían llegado entonces para golpear enérgicamente las fronteras, Heraclio preparó un poderoso ejército con el que se lanzó contra los invasores persas después de haber pactado con los avaros. Desde 622 hasta 626 las operaciones marcharon con cierta lentitud en ese último año, los persas y los avaros unidos pudieron poner sitio a Constantinopla, que estuvo a punto de sucumbir y se salvó difícilmente. Pero a partir de 626 [30] Heraclio consiguió sobreponerse a los persas y tres años después había conseguido arrebatarles sus conquistas. Pero el esfuerzo había sido demasiado grande y los dos ejércitos estaban exhaustos, de modo que ambos imperios quedaron a merced de una nueva potencia militar y conquistadora que amenazaba a levantarse en el oriente: los árabes.
     En efecto, en 634 se lanzaron los árabes contra la Siria, de la que se apoderaron al cabo de dos años, ese a los esfuerzo del imperio, y poco después iniciaron una campaña victoriosa que les proporcionó el dominio de Persia. Justamente al morir Heraclio se dirigieron contra el Egipto, cuya conquista concluyeron en 642, y los sucesores del emperador durante el siglo VII vieron la progresiva expansión de los árabes que, a fines del mismo, se apoderaron del norte de África.
    Para ese entonces, el imperio bizantino se había transformado considerablemente en su fisonomía. Distintos pueblos - eslavos y mongólicos - se habían introducido en su territorio y habían impreso su sello en algunas comarcas, dando lugar a la formación de colectividades que coexistían dentro de un mismo orden político, pero que acentuaban cada vez más sus rasgos diferenciales. Entre todas esas influencias, la de los eslavos fue la más importante, y se ha podido hablar de una "eslavización" del imperio bizantino; pero la tradición helénica se sobrepuso y, eso sí, aniquiló definitivamente a la latina, cuya lengua se extinguió en el imperio.
    La crisis interior fue, entretanto, agudizándose. Los distintos grupos que aspiraban al poder y las encontradas direcciones religiosas que, en general, respondían a actitudes favorables hostiles al papado romano, condujeron al imperio a una situacn desesperada que hizo crisis hacia 695, en que [31] comenzó una era de anarquía que se prolongó hasta 717, y que se inicia precisamente cuando concluyó una era similar en el mundo musulmán, durante cuyo transcurso habíase paralizado su expansión. La consecuencia fue que los árabes comenzaron el asedio del imperio y le arrebataron nuevas provincias en el Asia Menor. La salvación del imperio estaba reservada a un jefe militar de origen Isáurico, León III, que fue impuesto por las tropas como emperador en 717. Con mano firme reorganizó el régimen interior y logró contener a los musulmanes en 739, fijando definitivamente el límite de su expansión septentrional en los montes Taurus, con lo cual el Asia Menor permanecía dentro de los límites de Bizancio. Pero León III optó decididamente por uno de los grupos religiosos que mayor fuerza tenían en su país de origen, el Asia Menor, y que se conoce con el nombre de "iconoclastas" porque sostenía la necesidad de abolir el culto de las imágenes. El triunfo de los iconoclastas condujo a una ruptura con Roma y con el mundo occidental, precisamente en la época en que el occidente iba a unirse bajo la corona imperial de Carlomagno, cuyo lema debía ser la defensa de la fe romana. [32]

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