.III. EL IMPERIO Y LAS
INVASIONES BARBARAS: LA
IRRUPCION DE LOS GERMANOS EN LA «ROMANIA»
El
verdadero malestar de la época no se debía a la situación política interior,
oscura y sangrienta, sino a la política exterior
(íntimamente ligada a aquélla); el acontecimiento decisivo, por sus efectos en
la nueva estructuración política del mundo mediterráneo, fue el enfrentamiento
con los pueblos invasores. La expresión «invasión de los bárbaros», en sentido
clásico, como ataque de germanos y hunos al imperio, da una idea limitada de un acontecimiento, que suele
englobarse en un fenómeno migratorio general, que afectaba a toda la región de
los Balcanes y al Oriente y que amenazaba también al imperio desde otros puntos. No sólo los
sasánidas se mostraron enemigos peligrosos en el exterior. Ya en el siglo V se
inició el ataque de' los nómadas árabes y norteafricanos contra el limes
de la estepa sitia y contra la línea
defensiva de África, el fossatum Africae. Cuando se desencadenó el gran ataque de los germanos, las fronteras
restantes permanecieron relativamente tranquilas, sobre todo el flanco
oriental, ya que los sasánidas tenían que enfrentarse con los hunos en la
frontera norte de Persia.
La
desintegración del Imperio Romano de Occidente, en el choque con las tribus
invasoras, se inició con la ofensiva de los germanos orientales. Después de la
batalla de Adrianpolis, la propaganda oficial había repetido las viejas
fórmulas de la beata tranquilitas o de los felicia tempora («tranquilidad
bienaventurada» o «tiempos felices»). Pero ya en los primeros años del siglo V
el historiador Zósimo describía al imperio como «morada de los bárbaros». Los
germanos (que, en contraposición a los hunos, no eran nómadas) buscaban botín y
tributos, pero, sobre todo, tierras donde asentarse, es decir, la simple
incorporación a la más elevada civilización del imperio. Pero, en lugar de
esto, surgen, en torno al año 500, reinos germánicos independientes, desde
Inglaterra al Norte de África.
a) El peligro germánico interior.
El
peligro germano ofrecía dos aspectos distintos: el del ataque militar directo y
el de las migraciones en el interior del imperio. La penetración creciente de
los germanos en el ejército y en los altos cargos del imperio jugó un papel
decisivo en la política interior del siglo V. Aquí pudo existir un cierto
peligro para la capacidad defensiva del imperio. Sin duda, la idea de una
posible toma del poder por parte de los germanos hizo muy difícil
posición en el ejército y en los puestos militares directivos. La enorme fuerza
de la idea romana del estado no perdía vigencia. Los soldados y generales
germánicos no pretendían, en modo alguno, la destrucción del imperio; se
declararon decididamente partidarios de su mantenimiento, sosteniéndolo durante
bastante tiempo. No cabe duda alguna sobre la participación de los grandes magister
militum en las intrigas palaciegas, para satisfacer su orgullo y sus
propios intereses. Pero lo que se hizo en defensa del imperio contra los
germanos, fue obra de estas tropas y de estos generales. A pesar de ello, la
migración interna de los germanos provocaba siempre violentas reacciones. A
muchos jefes de tropa se les consideraba sospechosos o se les eliminaba. Esta
reacción, no siempre consciente, se disipó cuando hubo hacerse frente a una
situación en la que se hacía indispensable el ejército, ampliamente germanizado
y mandado por germanos.
En Oriente acertaron a
resolver definitivamente el problema interno de los germanos, tras largas
confrontaciones. También aquí existía a principios de siglo un claro predominio
de los godos en el ejército. El magister militum praesentalis, el
godo Gaínas, era la figura dominante y desempeñaba el mismo papel que Estilicón
en Occidente. Sin embargo, la resistencia contra el «dominio de los germanos»
era lo suficientemente fuerte como para hacer algo más que promover propaganda
del tipo de la vertida en los escritos de Sinesio o de Juan Crisóstomo. Un
levantamiento en Constantinopla eliminó a Gaínas, con ayuda del godo pagano
Fravita; el ejército fue reorganizado con total exclusión de los germanos. El
primer éxito del antigermanismo no fue de larga duración. Las circunstancias
hicieron que los germanos se infiltrasen nuevamente en el ejército. En la
última época del gobierno de Teodosio II (450), parecía la situación de nuevo
amenazadora, especialmente durante el régimen del magtster militum Aspar
que, aún siendo alano, mantenía estrecho contacto con los godos. Pero una vez
más, al contrario de lo que ocurría en Occidente, se encontró una solución: el
emperador León I trajo de Asia Menor, en el año 466, tropas mercenarias
isáuricas. E1 lugar de un grupo de
poder germano, hizo su aparición un nuevo estado dentro del estado, que había
de durar casi treinta años y que trajo serias dificultades incluso al emperador
Zenón, que procedía del círculo de los isaurios mercenarios. El gobierno de
Anastasio, apoyado en la población, eliminó el poder isáurico, liquidando por
mucho tiempo el problema político que representaba en Oriente la migración
interna de los pueblos bárbaros venidos en su auxilio. Por el contrario, en
Occidente eran losgenerales germánicos los que decidían casi siempre la política imperial. Las reacciones y disturbios antigermánicos, consiguieron, a lo sumo, cambiar a las personas, pero no modificar la situación. De Estilicón a Odoacro gobernó una serie de grandes magistri militum, a la que sólo puso fin la disgregación del imperio. El breve mandato del último general germano terminó consecuentemente con el sistema. Todo esto ocurría en un momento en que el Imperio de Occidente se encontraba en completa descomposición por múltiples motivos, y en que ya, de facto, se habían constituido varios estados germánicos.
b) La caída del Imperio Romano de Occidente.
La marcha de las tribus
germánicas se había perfilado claramente ya en los últimos años del siglo IV.
En las fronteras del Rin se encontraban las tribus de los francos; tras ellos,
en el Wéser, los sajones; en Schleswig-Holstein, los anglos; en la cuenca del
Elba, los suevos. La posición estratégica más peligrosa, comprendida entre las
cuencas del Rin y del Danubio, se hallaba ocupada
por los alemanes; a continuación, en las fronteras de la provincia Nórica, en la depresión
de la llanura húngara, se encontraban los burgundios, vándalos y alanos. Los
visigodos habían penetrado ya en las provincias imperiales del norte de Grecia,
en la zona del bajo Danubio; tras ellos, se encontraban los ostrogodos y los
hérulos. Naturalmente, no existía ningún mando unificado de estos grupos de
tribus, pero sí enfrentamientos sangrientos entre ellos. Los verdaderos
ataques, que sólo bajo una perspectiva histórica limitada pueden aparecer como
catástrofe única y universal, fueron, pues, ataques
locales con fuerzas limitadas. La magnitud de estos grupos tribales es difícil
de estimar. Debían contar entre 25.000 y 90.000 hombres, de los cuales, a lo
sumo una quinta parte era apta para el combate. Incluso en las grandes batallas
entre el ejército romano y los germanos, la cifra de los combatientes apenas
superó los 20.000. En el otro bando, el ejército estaba bien organizado y, con
frecuencia, extraordinariamente dirigido. Ciertamente, tenía que defender una
frontera que iba desde Escocia, pasando por el Rin, Danubio, Cáucaso, el
desierto de Siria y las cataratas del Nilo hasta el Sáhara y el Atlas. El
ataque más importante de los pueblos bárbaros, condicionado por la dirección de
la migración de los hunos, afectó de lleno a Occidente. La auténtica ruptura
de la línea fronteriza se produjo a principios del siglo V; hasta el año 425,
cayó sobre las provincias occidentales un verdadero alud de tribus germanas.
En diciembre del año 406 se rompi6 definitivamente la frontera del Rin,
frecuentemente desguarnecido de tropas a causa del peligro visigodo en el norte
de Italia. Los vándalos y, a continuaci6n los alanos y los suevos, que bajo la
presión de los hunos se habían abierto camino desde la llanura del Tisza, a
través de Panonia, Nórica y Recia, cruzaron el río helado la noche de San
Silvestre. Una vez que atravesaron el frente de los francos foederati, asentados en las orillas
occidentales del Rin, cesó toda oposición organizada. Las tribus se lanzaron al
saqueo de las Galias, convirtiendo en botín, sin hacer distinciones, ciudades
fortificadas, pueblos aislados e iglesias: «uno
fumavit Gallia tota rogo» (toda la Galia humeaba como una gigantesca hoguera). Solamente Tolosa, cuya defensa dirigió
enérgicamente su obispo, resistió todos los ataques. En los años 408-409,
pasaron las tres tribus los Pirineos en dirección
a España, donde la diplomacia
romana logró una solución momentánea mediante su asentamiento como foederati entre los hispano-romanos.
Junto a las operaciones
militares, se produjeron en estos años intentos de contraofensiva diplomática.
Entre el 395 Y el 476, fueron concertados más de 100 pactos entre el imperio y
las tribus bárbaras. La ocupación
germánica se produjo casi en todas partes, de una manera nominal, como
asentamientos regulados por la legislación de Arcadio sobre los foederati'. El mantenimiento de las formas jurídicas no cambiaba, sin
embargo, el hecho de que se hubiera dado un gran paso en la disolución del
Imperio Romano de Occidente.
España no conoció la paz
durante veinte años. Siguiendo un método acreditado ya en las relaciones con
los germanos Walia, rey de los visigodos, recibió el encargo de atacar a los
«bárbaros» en España. Una parte de los vándalos fue prácticamente aniquilada y
el pequeño resto de los alanos se alió con los vándalos asdingos. Los visigodos
empezaron a parecer peligrosos y se les pidió que regresasen y se estableciesen
en Aquitania. Para sustituirlos, se apoyó a los suevos contra los vándalos y
los alanos. Pero en esto se superó a sí misma la diplomacia romana. El temor de
los previsores políticos romanos ante el posible surgimiento de una fuerza
naval germánica iba a estar plenamente justificado: una ley de esta época,
recogida en el Codex Theodosianus, amenazaba
con la pena de muerte a toda persona que iniciase a los bárbaros en la construcción
naval.
Los vándalos fueron
rechazados por los suevos hacia el sur de España, pero, pese a la fuerte
oposición romana, conquistaron las ciudades costeras e iniciaron la
construcción de una flota. Genserico, rey de los vándalos desde el año 428 y,
junto a Clodoveo y Teodorico, el político germano más dotado y con menos
escrúpulos de la época, además de duro soldado, tomó una decisión llena de
consecuencias para el futuro, al planear la conquista del norte de África. El
granero de Italia ofrecía ricas tierras de asentamiento para su pueblo; pero el
control de la salida del cereal africano iba a poner en sus manos una inapreciable
arma diplomática. La desorganización general de la provincia facilitaba la
realización de la empresa: las tribus bereberes estaban en constante agitación,
los donatistas luchaban contra la
Iglesia católica y las relaciones entre el comes Bonifacio y Rávena eran tensas. En
el año 429, alrededor de 80.000 vándalos pasaron a África; la débil guarnición
romana se vio impotente para contener su avance. Sólo las ciudades se
mantuvieron durante algunos años. Un contrato de asentamiento (435) era sólo
una solución provisional; poco después de la conquista de Cartago (439), hubo
de reconocerse la independencia de los vándalos. Surgía así, sobre suelo
imperial, el primer estado soberano germánico, con una posición estratégica
clave en el Mediterráneo, que se convierte desde ahora en un coto de caza para
los piratas vándalos. De aquí en adelante el imperio se verá constantemente amenazado por un desembarco de tropas vándalas en las
costas de Italia o de Sicilia.
También en la invasión de Italia por los visigodos
jugaría un papel decisivo un gran rey, Alarico, promovido al poder poco después
de la muerte de Teodosio. Más intensamente fascinado por el mundo romano que
Genserico, es posible que aspirara, en un principio, a seguir la carrera de un
influyente magister militum. En 395 se encontraba con sus tribus en el
Epiro; marchó después a Grecia y. tras ser nombrado en Iliria magister militum
(397), entró Alarico en Italia (401). Todavía consiguió Estilicón, una vez
más, detener el avance de los visigodos en Verona, concentrando todas las
fuerzas militares disponibles. A la muerte de Estilicón, los visigodos
renovaron sus ataques, que condujeron a la conquista de Roma por Alarico en el
año 410. No se ensañaron en el saqueo de la ciudad, pero la repercusión que
tuvo el acontecimiento entre los contemporáneos fue enorme. Alarico murió en
Italia al finalizar el año, tras una serie de marchas anárquicas de los godos,
que sufrían dificultades de abastecimiento. La actitud intransigente del
gobierno de Rávena y el bloqueo de las tropas godas obligaron a Ataúlfo, cuñado
y sucesor de Alarico, a atravesar
el norte de Italia, para desviarse luego hacia el sur de Francia. En Ataúlfo se
hace patente, como en ningún otro jefe germánico, que el ataque de los germanos
no perseguía la destrucción del imperio. Para ellos, el imperio era una forma
de organización política, en la que, a fin de cuentas, sólo pretendían
encontrar un puesto adecuado. Se atribuye a Ataúlfo el plan de transformar la
«Romania» en una «Gotia» con él mismo a la cabeza como emperador. Este plan,
sin embargo, hubo de ser desechado porque los godos eran demasiado
indisciplinados para sustituir a los romanos; por esta razón, Ataúlfo acabó por
contentarse con poner a su pueblo al servicio
del imperio, convirtiéndose él en un romanae restitutionis auctor, en un
renovador del mundo romano. Su sucesor, Walia, luchó también al lado de Roma en
España, y a continuación consiguió un tratado que permitía el asentamiento de
los visigodos en la región comprendida entre el Loira y el Garona (con
Poitiers, Burdeos y Tolosa), respetando a la población provincial romana. El
asentamiento se llevó a cabo según el principio de la tertia-hospitalitas (variable
en sus diferentes modalidades de tratado a tratado y con frecuencia imposible
de reconstruir con exactitud), En el imperio romano tardío, bospitalitas era
el terminus technicus utilizado para el alojamiento de las tropas, que
permitía al soldado utilizar la tercera parte de la casa que se le había asignado.
Este sistema se siguió usando para el asentamiento permanente de los foederati germánicos, al recibir el soldado
germánico la tercera parte aproximadamente de una propiedad (sólo se exceptuaban
los latifundios) en usufructo permanente (sors).
En realidad, se produjo una expropiación parcial de los propietarios
romanos. Pero, también aquí, la persistencia nominal de una administración y
soberanía romana constituía tan sólo el puente hacia la fundación del reino
independiente visigodo de Tolosa. Una reorganización provisional de las
relaciones jurídicas en las Galias cerraba la primera fase de la invasión. Esta
reorganización fue realizada esencialmente por el magister militum Constancio,
al que Francia debe, en gran parte, su actual condición de país latino. Pues,
al poder asentarse los germanos sin casi contratiempos en suelo romano,
tuvieron la oportunidad de asimilar lentamente la lengua, las costumbres y las
instituciones del imperio. Los burgundios, que habían luchado ya en el siglo
III junto a los alamanes en la región media del Rin y que habían atravesado el
río a principios del siglo IV, consiguieron, en el año 413, concertar un
tratado que les permitiera asentarse en la región de Worms, a ambos lados del
Rin, para proteger la frontera contra los ataques de los alamanes. Al norte de
esta zona, los francos habían amenazado también, a fines del siglo III, la
frontera del Rin, obligando a los romanos a trasladar la capital de las Galias
de Tréveris a Arlés. También en esta región la situación llegó a estabilizarse
mediante tratados con los francos.
Por la misma época, los
anglos y 1os sajones establecieron su
soberanía en Britania, que ya en torno al 400 había sido abandonada por las
tropas romanas.
Así, pues, por los años
treinta, parecía posible una solución política, basada en la asimilación
pacífica de los agresores germánicos. Pero esta valoración de la situación, que
se aceptó por mucho tiempo en Rávena, no hacía la suficiente distinción entre
lo jurídico y lo político. En la abstracción jurídica, los compactos grupos
colonizadores germánicos se encontraban sobre suelo imperial e incluso bajo la
autoridad del gobierno de Occidente; habían sido incorporados al imperio
mediante el sistema de la hospitalitas. En la realidad política, los
reyes burgundios y godos se encontraban ya en camino de alcanzar la misma posición
de estados independientes que había conseguido Genserico, cuya flota extendía
su piratería hasta Roma (455). La zona de soberanía real del Imperio Romano de Occidente se reducía a Italia, Sicilia,
pequeñas partes de África y determinadas regiones de las Galias. E incluso en
esta última se anunciaba ya, en las abiertas rivalidades entre la aristocracia
gala y la imperial (aquélla colaboraba con frecuencia con los germanos), la
incipiente disolución del imperio como federación política
Bajo el enérgico gobierno de
Aecio, pudo parecer posible por un momento una estabilización de la situación.
La colaboración de la administración imperial con las nuevas tribus germánicas
invasoras posibilitó la última victoria militar del Imperio de Occidente: la
defensa contra los hunos. El imperio de los hunos era uno de los llamados
«reinos de la estepa», que fueron instaurados con increíble rapidez por pueblos
de jinetes nómadas de la región de Mongolia y del Altai. La estructura y
evolución de estos reinos se ajustaba estrechamente al especial estilo de vida
de sus pueblos. Los hunos, en su avance hacia occidente, destruyeron el reino
godo del sur de Rusia y cayeron después sobre Rumania y Hungría y, posiblemente
también, sobre Silesia y Polonia. El imperio de los hunos, cuyo mando asumió
Atila en el año 433, era ya un estado constituido por múltiples pueblos;
formaba, por así decirlo, una especie de cuadro de la invasión de los bárbaros.
Estaban federados a este imperio, aunque con cierta autonomía, ostrogodos,
hérulos gépidos y lombardos, así como ciertos grupos de tribus eslavas.
Estratégicamente, amenazando al mismo tiempo las partes oriental y occidental
del imperio, Atila concentró inicialmente sus ataques en la frontera
romana-oriental del Danubio. Simultáneamente, ponía a disposición de Aecio
mercenarios hunos, que contribuyeron decisivamente a contener el avance de los
burgundios sobre Bélgica (436). De estos combates surgió la leyenda de los
Nibelungos, con la historia de la caída del rey Gunter, en la que las figuras
de Aecio y de Atila se funden para formar la del mítico Etzel. El resto de los
burgundios se asentó, en el año 443, en la región del Jura francés, donde se
formó un estado autónomo burgundio.
En el año 450, se
agravaron las relaciones entre el imperio de los hunos y Roma. El emperador de
Oriente, Marciano, así como el gobierno de Occidente se negaron a seguir
pagando tributos, sin duda en una acción calculada. Según las referencias del
historiador bizantino Prisco, que en el año 449 fue embajador en la corte de
Atila, éste debió supervalorar sus fuerzas y sus posibilidades, endiosado por
sus constantes éxitos y la expansión de su zona de influencia.
El rey de los hunos, que
vivía con lujo barbárico en su corte-campamento, estaba claramente decidido a
una conquista de gran estilo y, en el año 451, concentró sus fuerzas en las
fronteras del Rin. Los hunos alcanzaron el Loira, avanzando sobre los puestos
defensivos trabajosamente preparados por Aecio. Sin embargo, el ejército
romano, con ayuda de contingentes visigodos, burgundios y francos, consiguió
una clara victoria en los Campos Cataláunicos (Champaña) sobre las fuerzas
hunas. Es cuestionable si la batalla de los Campos Cataláunicos fue una de las
decisivas de la historia del mundo, aunque la valoraran así los cronistas de la
época, pues las operaciones de los hunos prosiguieron al año siguiente en el
norte de Italia. Sólo merced a los esfuerzos diplomáticos del Papa León 1
(440-461), simultáneos a una ofensiva romana-oriental en e! Danubio, se logró la
retirada de los hunos. León representaba el papel de los obispos, que actuaron como
verdaderos portadores de la autoridad en aquellos tiempos de confusión y
decadencia del poder estatal. El verdadero cambio de la evolución se produjo
con la muerte inesperada de Atila, en el año 453. Con ella se inició la rápida
desintegración del imperio huno, que parecía gigantesco e invencible; un
proceso típico de tales imperios de nómadas procedentes de la estepa.
Se diría que este esfuerzo
defensivo hubiese agotado totalmente las fuerzas de occidente. Comenzaba la
última fase de la disgregación, de la agonía del Imperio de Occidente. A la
muerte de Aecio y de Valentiniano III, se desmoronó el último resto de
soberanía sobre España y las Galias, en el rápido cambio de emperadores y magistri
militum. La nobleza senatorial de las Galias, en conflicto con la
aristocracia italiana, intentaba llenar por sí misma el vacío político
existente, contribuyendo también a este continuado desmoronamiento. Pero,
aunque tales tendencias centrífugas de la nobleza senatorial favoreciesen la
división, en e! orden político constituían ya un elemento de retaguardia. El
momento decisivo fue e! de la ulterior expansión y consolidación de las
unidades tribales germánicas sobre e! suelo imperial. La flota de los vándalos
era dueña y señora del Mediterráneo occidental. Los visigodos ocupaban España
(a excepción de la provincia de Galicia, retenida por los suevos) y algunas
zonas del sur de Francia; el ámbito de su soberanía iba desde Gibraltar hasta
el Loira. En Saboya, los burgundios conquistaron Lyon y extendieron sus
dominios hasta Durance y los Alpes Marítimos.
En el interior del reino
de los francos de Childerico, que se extendía desde Colonia y Maguncia hacia
occidente y que más al sur estaba en lucha con los visigodos, se
encontraba una extraña reliquia de la soberanía romana en las Galias: el reino
de Siagrio. Su padre, Egidio, había sido comandante de las tropas romanas en la
zona central de Francia y, al quedarse aislado de Italia por los visigodos y
los burgundios, se convirtió en una especie de soberano independiente. El mismo
Siagrio ostentaba el curioso título de “Rex Romanorum” y logró mantener durante
bastante tiempo sus dominios en torno a su capital, Soissons. En el año 481, Clodoveo tomó el poder sobre una parte de los
francos. En un tiempo relativamente corto sometió, por asesinato, intrigas u
operaciones militares, toda la
Francia central y septentrional. Su primera víctima fue
Siagrio, que, tras ser derrotado cerca de Soissons, trató de huir, pero fue entregado a sus enemigos por
los visigodos y ajusticiado. De esta manera se cimentaban las bases del reino
merovingio franco.
El último acto del drama se desarrolló
en Italia. Aquí, como en cualquier otra parte en que se encontrasen las tribus
germánicas, el ejército se había convertido en un factor autónomo, que apenas
si tomaba ya en consideración al último emperador romano y lo que quedaba de su
administración. Cuando el gobierno de Rávena negó una concesión de tierras al
ejército, semejante a la garantizada a los foederati, las tropas
aclamaron como rey a su comandante en jefe Odoacro. Este conquistó Rávena y
depuso a Rómulo AugústuIo (476). El gobierno romano oriental terminó por
reconocer de facto a Odoacro, al otorgarle el título de patricius. Odoacro,
haciendo gala de gran tacto político, se mantuvo en el poder durante un
decenio, pero después llegó también su fin. El gobierno de Zenón conseguía, en
el año 488, mediante maniobras diplomáticas, desviar hacia Italia a los
ostrogodos, que marchaban sobre las fronteras de la Roma Oriental.
Estos, al mando de Teodorico, conquistaron el país en el año 493. Rávena,
último foco de resistencia de Odoacro, estuvo sitiada durante dos años.
Finalmente, los dos germanos pactaron un reparto de la soberanía, pero, a los pocos días,
Teodorico apuñalaba a su colega en el palacio de Rávena. La familia de Odoacro
y sus tropas fueron también pasadas a cuchillo. Teodorico se convirtió en dueño
y señor de Italia, aunque en principio sólo fuera como patricio, lugarteniente
del emperador de Occidente, siguiendo la ficción jurídica de derecho público.
En realidad, con Teodorico culminaba el proceso desintegrador del Imperio de Occidente:
Italia, su último reducto, se convierte en un reino
ostrogodo independiente.
Así, pues, a finales del siglo V,
del Imperium Romanum sólo quedaba como realidad política el Imperio
Romano de Oriente (bizantino). Pero como idea política, el imperio romano no
había desaparecido aún. Esto se manifestó claramente durante estos años y no
sólo por la afirmación atribuida por Orosio al godo Ataúlfo de no pretender
gobernar una «Gotia», sino una «Romania». Los soberanos germánicos seguían
buscando en el emperador de Bizancio una legitimación de su poder. Teodorico
era patricius, pero también Clodoveo, rey de los francos, mucho menos
familiarizado con las tradiciones romanas, se hizo revestir por el emperador del título de consul.
Al menos en los comienzos de la creación de los estados germánicos, se reconocía la idea
imperial romana en su expresión típicamente bizantina, es decir, en el concepto
de «familia del emperador», del cual todos los demás señores y príncipes son
«hijos», pues sólo él es la fuente de todo poder legítimo.
c) Conciencia histórica e invasión de los
bárbaros.
En estos decenios de brusca
transformación, e! drama de los acontecimientos políticos y la pérdida de la
seguridad en vastas regiones de! imperio se repite insistentemente en cartas,
poemas y obras históricas, tanto de contemporáneos cristianos como paganos.
Situación de los refugiados, sitio de ciudades, papel de los obispos como
pilares de la resistencia, todo esto se manifiesta pormenorizadamente, así como
otras múltiples informaciones sobre los intrusos extranjeros. Muchas cosas
importantes pasan lógicamente desapercibidas: las rutas que seguían, su fuerza
real, las formas de sus contactos políticos y personales, etc. Pero aquí y allá
surgen pinceladas realistas en forma de cliché convencional: los burgundios
medían más de dos metros de estatura, utilizaban como pomada mantequilla
rancia, tenían un apetito tremendo y hablaban con voz estentórea, según las
narraciones de Sidonio Apolinar.
La situación es calificada por muchos
contemporáneos como la crisis más profunda que haya conocido Roma desde las
guerras civiles, pero, en el fondo, no se percibe en toda su importancia lo que
está sucediendo con el imperio romano en esta crisis. El paganismo tardío de
las clases altas de occidente vivía los acontecimientos de la invasión de los
bárbaros como la desaparición del orden mundial, sostenido por la fe en Roma,
aquella fe en la que se había encontrado consuelo y seguridad en el pasado.
Esta idea de Roma era defendida aún por Claudio Claudiano a comienzos del siglo
V con una fuerza inquebrantable. Cuando el poeta y propagandista de la corte de
Honorio (talento nada insignificante, formado en los modelos clásicos), no
comentaba con hostilidad o con espíritu guerrero la política de cada día;
cantaba en sus rimas a la historia romana, al emperador o al estado imperial,
como si la batalla de Adrianópolis no se hubiese producido nunca. Estilicón,
aseguraba, habría obligado a los bárbaros a convertir sus espadas en rejas de arado
y a someterse a la autoridad romana. Aun cuando Roma haya envejecido, sólo
caerá cuando caiga el mundo.
La caída de Roma, algunos
años más tarde, sacó al paganismo de esta actitud ilusoria; aunque carecía de
interés militar, tuvo este acontecimiento un gran valor simbólico. Pero también
ahora, del sobresalto inicial se pasa a una laxitud estoica e incluso a una
cierta confianza. Al menos en la primera mitad del siglo, renacía la esperanza
de que el imperio habría de superar también esta crisis. Un testimonio de esta
confianza lo constituye el verso del senador pagano Rutilio Namaciano: «ardo
renascendi est crescere posse malis» (“para el renacer, es esencial sacar
partido de la adversidad”).
También entre los
cristianos dominaba este doble sentimiento de fracaso y de esperanza. De todos
modos, hubo dos excepciones significativas en esta tónica general de la época:
los escritores galos Salviano y Sidonio Apolinar. Ellos percibieron primero y
más claramente que otros la realidad de la irrupción de los germanos y de la
convivencia con ellos. Salviano, que vivió aproximadamente hasta el año 480 en
los alrededores de Marsella, desarrolló ideas sociales radicales y fue el único
escritor contemporáneo que, en su obra capital De gubernatione Dei, defendió
la tesis de que el Imperio Romano de Occidente había dejado de existir. La
causa de la caída residía, según su concepción moralizante de la historia, en
la opresión social de los humiliores por
los potentes y en la desunión de los mismos romanos. Aunque Salviano no
idealiza precisamente a los bárbaros -son analfabetos y sin instrucción, de
extrañas costumbres, no se lavan y huelen mal-, declara, en tono polémico, que
bajo su poder será posible encontrar libertad y humanidad. Su descripción de la
ocupación germánica de las Galias es sobremanera penetrante y ciertamente nos
ofrece numerosos detalles sobre la miseria general reinante.
Sidonio representaba a la
clase social opuesta, la de los potentes: sus cartas y poemas arrancan
de los comienzos de la segunda mitad del siglo. Ampliamente instruido en la
literatura y dueño de una gran finca en Auvernia, estuvo frecuentemente
implicado en la política de la alta nobleza gala. Su suegro fue el
antiemperador galo Avito. Sidonio le celebró como correspondía a los
emperadores legítimos, haciéndose de este modo merecedor, en el año 468, de la
prefectura romana. Al fin, de una manera casi inesperada, fue nombrado obispo
de Clermont-Ferrand. Dirigió la defensa de la ciudad contra los visigodos y
defendió más tarde un entendimiento godo-latino. Sidonio describe el estilo de
vida de la nobleza de su tiempo con gran fuerza expresiva. Caza, viajes,
visitas recíprocas, deportes ocupaban la vida de la nobilium universitas, junto
a la inspección de sus propiedades. La vida de los humiliores
en general, así como la de los propios colonos no interesaba. Una política
de igualdad entre latinos y godos era para Sidonio una actitud obligada más que
una convicción política, como ocurría en Salviano. Sidonio no perdió nunca el
espíritu de superioridad de romano noble y civilizado:
«Tú te apartas de los bárbaros porque al parecer son malos; yo lo hago aunque
fueran buenos». Sólo después de ser nombrado obispo, por su obligado y estrecho
contacto con la vida de las capas inferiores, aprendió a comprender que la
igualdad con los nuevos señores era de interés para la población, y aceptó la
sustitución de la dominación romana por la goda. Pero siguió profundamente
convencido de la superioridad de la cultura romana, como representante de aquella
nobleza provincial, que salvó propiedades, cultura y posición social,
acomodándose a la dominación germánica, y que influyó de este modo
decisivamente en la evolución ulterior del feudalismo en estas regiones.
En los lugares más alejados
del escenario de los acontecimientos, se mezclaba como en las cartas y
sermones de los Padres de la
Iglesia Latina- una apasionada y estereotipada representación
de las necesidades de la época con la conmoción producida por la catástrofe
política. Agustín dirigió a su grey múltiples sermones sobre el tema de
tribulationibus el pressuris mundi, con frases centrales como la siguiente:
«Toda nuestra tierra no es otra cosa que un gran barco que nos lleva a través
de la vida, expuestos a las sacudidas, a los peligros y a todas las tormentas y
temporales». Este sentimiento de inseguridad se extendía por regiones que ni
siquiera se veían directamente afectadas por el ataque de los germanos (la
irrupción de los vándalos tuvo lugar veinte años más tarde).
La conmoción de la
seguridad política desembocó fácilmente entre los súbditos cristianos del
imperio en la desesperación, cuando no en la seguridad del próximo fin del
mundo. La combinación de fe cristiana y conciencia imperial romana había dado
lugar a un patriotismo peculiar teñido de religiosidad: orbis romanus fue
identificado con orbis christianus; pax christiana y pax romana eran en el fondo una misma cosa. Prudencio dio
expresión, con mucho calor, a esta conciencia misionera romana y cristiana. Con
su renacimiento en el cristianismo, comenzó Roma a realizar su destino
verdadero: «Sólo ahora soy en verdad digna de veneración, como cabeza del círculo
terráqueo», declara Roma en uno de sus poemas; «aunque todo lo mortal
envejezca, a mí me concedieron los tiempos un nuevo siglo». Para Prudencio,
Teodosio inició la eterna soberanía cristiana, que lleva a cabo la tarea predestinada a Roma, reúne a los
pueblos y les conduce a la verdadera fe.
La peligrosa vinculación de la
realidad política a la religiosa " residía en semejante conciencia
cristiana del imperio. Por esto se elevó entre los cristianos, bajo la
impresión de los acontecimientos y, sobre todo, como eco de la caída de Roma en
el año 410, la pregunta crítica: « ¿Por qué el Dios cristiano no protege al
imperio, si a su ayuda se atribuyó su existencia renovada?». Con gran fuerza
muestran este sentimiento las reacciones de Jerónimo. Sus exclamaciones de
consternación recargadas retóricamente («He olvidado el lenguaje, he callado
durante mucho tiempo, pues sabía que es el tiempo de las lágrimas») llevan,
cuando Roma es amenazada por primera vez, a la pregunta: «Si Roma perit quid
salvum est?» ¿Qué es lo que se salva si perece Roma?). Y la caída de Roma
la comenta con esta constatación lapidaria: Orbis terrarum ruit (El
mundo se derrumba) ". Precisamente en la exageración retórica se hace visible
la inseguridad de los cristianos en la crisis política; se puso de manifiesto
lo poco enraizada que estaba la fe cristiana en amplios círculos.
Sólo pocos teólogos de la
época percibieron la razón última de esta inseguridad. Para Agustín, provenía
del compromiso político demasiado estrecho de los miembros de su grey, de la
equiparación de la salvación religiosa con la política en la ideología romana.
Su gran obra De civitate Dei, comenzada bajo la impresión de la caída de Roma, se
dirigió no sólo contra los paganos, sino también, y en igual medida, contra el exagerado patriotismo cristiano de sus
contemporáneos. Representaba también un ajuste de cuentas con la ideología
cristiana de Roma, en la que Agustín veía, no sin razón, lo mismo que en la fe
de los paganos en la eternidad del imperio, una forma anticristiana de
religiosidad política. Agustín se separó de los modos de pensamiento cristiano
de la época, hacia una nueva posibilidad de conciencia cristiana en sí. Frente
a la compacta creencia en Roma de la época, él representaba una sola voz
y, por lo demás, poco escuchada.
d) La supervivencia del
Imperio Romano de Oriente.
La disolución del Imperio
Romano de Occidente fue tan sólo un aspecto de la totalidad del proceso
político. El Imperio Romano de Oriente logró la superación del peligro que
constituían los germanos en el interior (cf. arriba pp. 124 Y ss.) y se defendió
victoriosamente contra la invasión de los bárbaros. El enfrentamiento a los
ataques de las tribus invasoras se llevó a cabo en la parte
oriental del imperio de una manera completamente distinta a como se realizó en
Occidente. Si el peligro germano interno significó aquí una amenaza de tiempo
en tiempo, la tormenta exterior de los germanos pasó, sin embargo, con
relativa suavidad. La invasión de los bárbaros sólo afectó a la Roma oriental en tres
ocasiones, pudiendo rechazarse a los invasores con relativa facilidad.
El ataque de
los visigodos, que por algún tiempo estuvieron asentados en los Balcanes como foederati, bajo
el mando de Alarico, pero que volvieron sin embargo a revolverse a partir del
año 395, y se pusieron en movimiento en dirección a Constantinopla, pudo ser
desviado gracias a las medidas diplomáticas del prefecto senatorial Rufino, que
desvió su marcha hacia Grecia y el Epiro. Las negociaciones de Alarico, poco
claras en sus particularidades, con Constantinopla y con Estilicón no tuvieron
éxito. Después de ser saqueada Grecia durante varios años, se logró finalmente,
en el año 401, provocar la retirada de los godos hacia Italia, a través de
Dalmacia, mediante una encomienda imperial al magister militum Alarico.
El Imperio Romano de Oriente se salvo por primera vez de un ataque de los germanos
a costa de Occidente -procedimiento del que supo apropiarse rápidamente la
diplomacia romano-oriental-. Última consecuencia de esta política fue la
ocupación de España por los visigodos.
Siguieron
casi cincuenta años de gran tranquilidad política en el exterior, a excepción
de las luchas que continuaban en la frontera persa. Esta tregua dio tiempo al
Imperio Romano de Oriente a liquidar el problema germano interior, sin
molestias exteriores. Después fue el imperio de los hunos el que provocó la
segunda gran crisis política exterior. Desde los años cuarenta, las constantes
incursiones en los países de los Balcanes llevaron a la Roma oriental al borde de la
ruina financiera, con la lenta devastación de la región y con las siempre
nuevas exigencias de pago de tributos por parte de los invasores. Ni la
diplomacia romana-oriental ni las acciones militares cambiaron la situación,
que sólo pudo salvarse por la desviación de la dirección del ataque de los hunos,
inexplicable hasta hoy, y la rápida desintegración del imperio huno a la
muerte de Atila.
La
última crisis política venida del exterior y provocada por los ostrogodos se
produjo hacia finales de siglo. Después que el reino ostrogodo de Ermanrico,
entre el Dniester y el Don, hubo sucumbido bajo la avalancha de los hunos,
Teodosio I asentó en Panonia al grueso de los ostrogodos. Aquí cayeron nuevamente
bajo la soberanía de los hunos y lucharon al lado de Atila en los Campos
Cataláunicos. A su muerte, siguieron siendo para el imperio romano oriental
vecinos incómodos. En el año 471, un príncipe de la dinastía de los Amalos,
Teodorico, pasó a ser el jefe de la federación de tribus. En los diez años que
había permanecido como rehén en la corte de Constantinopla, se había
convertido, como Alarico, en un buen conocedor de la situación política y
militar del imperio y había entrado en contacto, al menos superficialmente, con
la cultura de la época. Bajo Teodorico, nombrado rey, los contingentes
ostrogodos pasaron de la saqueada Panonia a la región de Salónica y fueron
arrastrados, de esta manera, a intervenir en las luchas internas del Imperio de
Oriente. En el año 473, el emperador León I daba posesión a Teodorico del cargo
de magister
militum praesentalis, con el rango de patricius. y
asentaba a los ostrogodos en la Mesia Inferior. Después, durante casi un decenio,
el emperador Zenón intentó enfrentar al rey de los ostrogodos con el
influyente general, también ostrogodo, Teodorico Estrabón, que mandaba los
contingentes godos del ejército romano-oriental. En el año 488, encontró una
solución a la espinosa cuesti6n de los ostrogodos, mediante el alejamiento
diplomático hacia el oeste de estos grupos de tribus, que tan peligrosos
resultaban en las proximidades del centro del imperio. No se sabe si Zenón
acarició alguna vez la idea de recuperar el control político sobre Italia
mediante la sustitución de Odoacro por Teodorico. De momento, era decisiva la
liberación de la Roma
Oriental. En el año 488, los ostrogodos, al mando de
Teodorico, nombrado magister militum per Italiam, atravesaron la región de los
Balcanes en dirección a Italia. En el 489 consiguieron una clara victoria
junto al Adda y, finalmente, conquistaron Rávena -en la «batalla de los
cuervos» de la epopeya nacional germana-. Teodorico, como plenipotenciario del
emperador, había eliminado a Odoacro, nombrado patricius por
el mismo soberano; es éste un aspecto típico de la política romana de la época
de la invasión de los bárbaros. Después de largos combates, Teodorico se
convertía, en el año 493, en el señor de Italia.
La
existencia del Imperio Romano de Oriente se compraba una vez más al precio de
la renuncia de los intereses imperiales en occidente. Aunque Teodorico, como patricius y magister militum, gobernaba
nominalmente en nombre de Zenón (o de Anastasio), aunque la ficción jurídica de
derecho público seguía manteniéndose en torno a la
unidad imperial, de facto, surgió
de entre los restos de la Roma
occidental un reino
ostrogodo independiente. Las razones de tan distinta evolución no se encontraban
sólo en una diplomacia más acertada por parte de Oriente, sino también en la
menor capacidad defensiva de Occidente y en el hecho de que la dirección
natural de ataque de la segunda oleada de la invasión de los bárbaros se
dirigió especialmente, desde un principio, contra la parte occidental del
Imperio.
Debido a la menor dureza
del enfrentamiento con los pueblos bárbaros, falta en Oriente aquel
sentimiento de gran crisis. En
la literatura de la época, como por ejemplo en las cartas de los Padres de la Iglesia Sinesio y
Juan Crisóstomo, se exterioriza la reacción antigermánica de la aristocracia
imperial y eclesiástica, pero no una conciencia profundamente arraigada de
pérdida de la seguridad política. Sin embargo, existían graves problemas
políticos y militares: la rebelión latente de los mercenarios isaurios, la aparición
de nómadas búlgaros en el bajo Danubio, las dificultades surgidas de la disputa
monofisita en las provincias orientales del imperio, las ofensivas de los nómadas
árabes en los límites del desierto, los ataques de los blemnios en la frontera
meridional de Egipto y la presión de los hunos, que, momentáneamente, hacía
perder significación al frente persa. Pero estos problemas eran locales y
limitados; no se trataba de una crisis estatal. El Imperio Romano de Oriente
superó las crisis del siglo V sin sufrir daños decisivos. La forma de
gobierno de la monarquía absoluta hereditaria, con su burocracia rígidamente
centralizada y su ejército profesional, se mantuvo como sistema político. El
orden social no conoció ningún cambio decisivo y, mientras que en la parte
occidental del imperio la desintegración política iba ligada a una creciente
depresión económica y social, en el
Imperio Romano de Oriente se alcanzaba nuevamente un apreciable florecimiento
económico. El Imperio Romano de Oriente salió incluso ganando, en cierto
sentido, con la caída de Occidente: Bizancio se mostraba ahora como el único
sucesor legítimo del imperio y, frente a los estados germánicos, era la
potencia dominante del Mediterráneo, tanto en el plano político como militar y económico.
Esta situación creó las bases de la era justinianea.
La invasión de los
bárbaros transformó las tierras comprendidas entre el Danubio, Escocia y el
Sáhara. En lugar de un imperio mediterráneo unitario, apareció un sistema
político pluralista; un mundo de estados, constituído
por los estados germánicos, sucesores del imperio de Occidente, y por el
imperio bizantino. El resultado de este
proceso de transformación, que duró más de cien años, no es tan claro como
pudiera parecer ex eventu. Hubo momentos en que el destino parecía incierto;
momentos, hacia la mitad del siglo, en que parecía posible que, bajo la
presión del imperio de los hunos y de los vándalos, la evolución histórica
pudiese tomar caminos totalmente distintos. Pese a todas las situaciones
extremas locales y temporales, el enfrentamiento de los germanos con el
mundo romano no revistió nunca un carácter catastrófico, ni siquiera en
occidente. Ciertamente, aceleró una evolución ya en marcha. Sobre el suelo del
viejo imperio subsistían los elementos de la cultura romano-tardía, de su estructura social y económica y, en parte, de
su organización administrativa. La «Romania», como ámbito de cultura común,
sólo se encontraba en peligro en las regiones marginales, en las que estaban
asentados grupos germánicos cerrados, como en la zona oriental del Rin, en el
norte de Bélgica y en las provincias de Recia, Nórica y Panonia. En todas
partes tuvo una significación decisiva la persistencia de los antiguos
latifundios y de la vieja aristocracia, con la que rápidamente se aliaron los
inmigrantes para formar un compacto grupo de intereses. Era éste un proceso que
favorecía el avance de la evolución social y política por caminos ya abiertos.
La invasión de los
bárbaros, en un sentido amplio, no termina con los sucesos del siglo V. Hacia
el año 500, aparece una especie de factor retardatario; el ala nórdica de todo
el eje de movimiento sobre el que discurrieron las migraciones de los germanos
y hunos, se aquieta con la formación de nuevos estados sobre el suelo del viejo
imperio. El ala oriental se encuentra aún muy retrasada y sólo en los siglos VI
y VII podrá desplegar, con los sasánidas primero y después con los árabes, su
plena potencia de ataque.
Muy útil. Gracias
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