lunes, 9 de mayo de 2016

2 Las Invasiones - Perry Anderson

2. LAS INVASIONES
Las invasiones germánicas que asolaron el Imperio de Occiden­te tuvieron lugar en dos fases sucesivas, cada una de las cuales siguió un modelo y una dirección diferentes. La primera gran oleada comenzó con la trascendental marcha por los hielos del Rin de una incierta confederación de suevos, vándalos y alanos en la noche invernal del 31 de diciembre del año 406. En unos pocos años, En el 410, los visigodos habían saqueado Roma al mando de Alarico. Dos décadas después, en el 439, los vándalos habían tomado Cartago. En el 480 ya se había establecido en el antiguo suelo romano el primero y tosco sistema de Estados bárbaros: los burgundios en Saboya, los visigodos en Aquita­nia, los vándalos en el norte de África y los ostrogodos en el norte de Italia. El carácter de esta pasmosa irrupción inicial -que suministró a las épocas posteriores sus imágenes arque­típicas de los comienzos de la Edad Oscura- fue, en realidad, muy complejo y contradictorio, porque fue al mismo tiempo el ataque más radicalmente destructor de los pueblos germánicos contra el Occidente romano y el más claramente conservador en su respeto hacia el legado latino. La unidad militar, política y económica del Imperio de Occidente quedó irreversiblemente destrozada. Unos pocos ejércitos romanos de comitatenses so­brevivieron durante algunas décadas después de que fueran ba­rridas las defensas fronterizas de los limitanei; pero, aisladas y rodeadas por territorios dominados por los bárbaros, las bol­sas militares autónomas como la Galia del Norte sólo servían para poner de manifiesto la completa dislocación del sistema imperial en cuanto tal. Ahogada o a la deriva su administra­ción tradicional, las provincias cayeron en el desorden y la confusión endémicos; el bandidaje y la rebelión social se adue­ñaron de grandes zonas; las culturas locales, arcaicas y ente­rradas, resurgían a medida que la pátina romana se agrietaba en las regiones más remotas. En la primera mitad del siglo y, el orden imperial había sido asolado por la irrupción de los bárbaros en todo el Occidente.   


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Con todo, las tribus germánicas que hicieron pedazos al Im­perio occidental no eran capaces de sustituirlo por un orden político nuevo o coherente. La diferencia en «los niveles de agua» entre ambas civilizaciones Era todavía demasiado grande y, para unirlas, se necesitaba un conjunto artificial de esclusas. Los pueblos bárbaros pertenecientes a la primera serie de in­vasiones tribales, a pesar de su progresiva diferenciación social, eran todavía unas comunidades extremadamente primitivas e incipientes cuando irrumpieron en el Occidente romano. Nin­guno de ellos había conocido jamás un Estado territorial du­radero; en lo religioso, todos eran ancestralmente paganos; la mayor parte carecían de escritura; pocos poseían un sistema de propiedad articulado o estabilizado. La fortuita conquista de vastas extensiones de las antiguas provincias romanas les presentó naturalmente una serie de problemas insolubles de apropiación y administración inmediatas. Estas dificultades in­trínsecas se intensificaron a causa de la pauta geográfica segui­da por la primera oleada de invasiones. Porque en éstas Volker­wanderungen propiamente dichas –que a menudo fueron in­mensas peregrinaciones a través de todo el continente- el asen­tamiento final de cada pueblo bárbaro quedó muy lejos de su punto de partida. Los visigodos se trasladaron desde los Bal­canes a España; los ostrogodos desde Ucrania a Italia; los ván­dalos desde Silesia a Tunicia; los burgundios desde: Pomerania a Saboya. No hubo ningún caso de una comunidad bárbara que se limitara a ocupar las tierras romanas directamente conti­guas a su originaria región de residencia. El resultado fue que los grupos de colonos germanos en el sur de Francia, Hispania, Italia y el norte de África tuvieron desde el principio un nú­mero necesariamente reducido, debido a los largos itinerarios recorridos y a la imposibilidad de recibir refuerzos por la mi­gración natural[1].  Los improvisados dispositivos de los primeros Estados bárbaros reflejaban esta situación de relativa debilidad y aislamiento. En consecuencia, se apoyaban fuertemente en las preexistentes estructuras imperiales, que de forma paradó­jica conservaron, siempre que fue subjetivamente posible, en combinación con sus equivalentes germánicos para formar un sistemático dualismo institucional.
El primero y más trascendental problema que las comunida­des tuvieron que decidir después de sus victorias en el campo de batalla fue el de la disposición económica de la tierra. La solución normalmente adoptada fue un modelo similar al de las anteriores prácticas romanas, particularmente familiares a los soldados germanos, y, al mismo tiempo, una ruptura radi­cal con el pasado tribal, orientándose hacia un futuro social claramente diferenciado. Los visigodos, burgundios y ostrogo­dos impusieron a los terratenientes locales romanos el régimen de la hospitalitas. Derivado del antiguo sistema imperial de alo­jamiento, en el que habían participado muchos mercenarios germanos, concedía a los «huéspedes» bárbaros dos tercios de la extensión cultivada de las grandes fincas en Borgoña y Aqui­tania y un tercio en Italia, cuyo mayor tamaño global permitía que se les asignara una parte menor de las villae individuales y donde, además, las fincas que no estuviesen divididas paga­ban un impuesto especial para igualar el sistema. El hospes burgundio recibía también un tercio de los esclavos romanos y la mitad de las tierras forestales[2] . En Hispania, los visigo­dos tomarían más tarde un tercio de las reservas señoriales y dos tercios de las tenencias en todas las fincas. Únicamente en África del Norte, los vándalos se limitaron a expropiar al grueso de la nobleza local y de la Iglesia, sin ningún tipo de compromisos o concesiones, opción que a largo plazo les cos­taría muy cara. La distribución de tierras bajo el sistema de «hospitalidad» probablemente afectó muy poco a la estructura de la sociedad romana local: dado el pequeño número de con­quistadores bárbaros, las sortes o parcelas que se les asigna­ban nunca abarcaron más que a una parte de los territorios situados bajo su dominio. Normalmente, este dominio estaba muy concentrado debido a su temor a la dispersión militar después de la ocupación: los asentamientos agrupados de los ostrogodos en el valle del Po constituyeron un modelo típico No hay ninguna señal de que la división de las grandes fincas tropezara con una resistencia violenta por parte de los propie­tarios latinos. Por lo demás, su efecto sobre las comunidades germánicas tuvo que ser necesariamente muy drástico, porque las sortes no se asignaban indistintamente a los guerreros ger­mánicos recién llegados. Al contrario, en todos los pactos entre romanos y bárbaros sobre las divisiones de las tierras que han llegado hasta nosotros intervienen únicamente dos personas: el terrateniente provincial y un germano, aunque posteriormente las sortes fueron cultivadas en realidad por cierto número de germanos. Parece probable, por tanto, que se apropiaran de las tierras los optimates de los clanes que inmediatamente asenta­ban en ellas a los hombres de sus tribus como arrendatarios o, posiblemente, como pequeños propietarios pobres[3]. Social­mente, los primeros se convirtieron de golpe en los iguales de la aristocracia provincial, mientras que los últimos cayeron directa o indirectamente bajo su dependencia económica. Este proceso -sólo tangencialmente visible a partir de los docu­mentos de la época-- fue mitigado sin duda por los recuerdos todavía recientes del igualitarismo forestal y por la naturaleza armada de toda la comunidad invasora, que garantizaba al gue­rrero ordinario su condición de libre. Inicialmente, las sortes no fueron propiedad plena o hereditaria, y los soldados del co­mún que las cultivaban conservaron probablemente la mayor parte de sus derechos consuetudinarios. Pero la lógica del sis­tema era evidente: al cabo de una generación, aproximadamen­te, ya se había consolidado sobre la tierra una aristocracia germánica, con un campesinado dependiente situado por deba­jo de ella e incluso en algunos casos con esclavos indígenas[4]. La estratificación de clases cristalizó rápidamente una vez que las federaciones tribales de carácter nómada se asentaron te­rritorialmente dentro de las antiguas fronteras imperiales.
      La evolución política de los pueblos germánicos después de las invasiones confirmó y reflejó esos cambios económicos. La formación del Estado era ahora ineluctable y, con él la auto­ridad central coercitiva sobre la comunidad de guerreros libres. El paso de una a otro se consiguió, en algunos casos, únicamente después de largas y tortuosas convulsiones internas. La evolución política de los visigodos a medida que se abrían paso por Europa, desde Adrianópolis hasta Toulouse, entre los años 375 y 417, es una secuencia gráfica de tales episodios, en los que un poder real autoritario -activamente ayudado y favore­cido por las influencias romanas- aseguró gradualmente su dominio sobre una turbulenta soldadesca tribal, hasta que con la llegada a Aquitania, lugar de descanso temporal, pudo afir­marse por fin un Estado dinástico institucionalizado dentro del marco imperial[5]. El «Libro de las Constituciones» monárquico, promulgado por el nuevo reino de Borgoña poco después, fue consagrado por un pequeño grupo de 31 nobles principales, cuya autoridad había eliminado ya de forma manifiesta todo influjo popular en las leyes de la comunidad tribal. El Estado vándalo de África se convirtió en la más implacable autocracia, debilitada únicamente por un sistema sucesorio excepcionalmen­te impredecible e insólito[6]. Y así como el proyecto económico de los primeros asentamientos germánicos se basaba en un re­parto formal de las tierras romanas, así también la forma po­lítica y jurídica de los nuevos Estados germánicos estaba fundada en un dualismo oficial que administrativa y legalmente dividía al reino en dos órdenes distintos, prueba evidente de la incapacidad de los invasores para dominar a la vieja socie­dad y organizar un sistema político nuevo y coherente que la abarcara. Los reinos germánicos característicos de esta fase eran todavía monarquías rudimentarias, con inseguras normas sucesorias, que se basaban en los cuerpos de la guardia real o en los séquitos domésticos[7], situados a mitad de camino entre los secuaces personales del pasado tribal y los nobles terra­tenientes del futuro feudal. Debajo de éstos se situaban los guerreros y campesinos del común, residencialmente segrega­dos, donde era posible -y especialmente en las ciudades-, del resto de la población.

      La comunidad romana, por su parte, conservó normalmen­te su estructura administrativa, con sus unidades y funciona­rios condales, y su propio sistema jurídico, desempeñados am­bos por la clase terrateniente de las provincias. Este dualismo se desarrolló sobre todo en la Italia ostrogoda, donde se yuxta­pusieron un aparato militar germánico y una burocracia civil romana durante el gobierno de Teodorico, que conservó la ma­yor parte del legado de la administración imperial. Normalmente, subsistieron dos códigos legales diferentes, respectivamente aplicables a cada población: un derecho germánico derivado de las tradiciones consuetudinarias (multas tarifadas, jurados, vínculos de parentesco, juramentos) y un derecho romano que se mantuvo prácticamente sin cambios desde el Impe­rio. Los sistemas legales germánicos mostraban a menudo fuer­tes influencias latinas, inevitables una vez que las costumbres orales se convirtieron en códigos escritos: en el siglo v, los burgundios y los visigodos tomaron numerosos elementos del código imperial de Teodosio II [8]. Por otra parte, el espíritu de estos elementos era generalmente hostil a los principios de parentesco y de clan insertos en las antiguas tradiciones bár-                   

baras: la autoridad de estos nuevos Estados monárquicos tuvo que construirse contra el influjo tenaz de estas pautas de pa­rentesco más antiguas[9]. Al mismo tiempo, hubo pocas o nulas tentativas de alterar la legalidad estrictamente latina que regía la vida de la población romana. Así, en muchos aspectos las estructuras jurídicas y políticas de Roma quedaron intactas dentro de estos primeros reinos bárbaros, ya que sus bastardos correlatos germánicos se añadieron meramente a su lado. La pauta ideológica fue similar. Todos los grandes invasores ger­mánicos eran todavía paganos en vísperas de su irrupción en el Imperio[10]. La organización social tribal era inseparable de la religión tribal. El paso político a un sistema territorial de Es­tados fue igualmente acompañado de forma invariable por la conversión ideológica al cristianismo, que en todos los casos parece haberse producido una generación después .del cruce inicial de las fronteras. Este hecho no fue el fruto del celo mi­sionero de la Iglesia católica, que ignoró o desdeñó a los re­cién llegados al Imperio[11], sino la obra objetiva del proceso remodelador del propio trasplante, cuyo signo interior fue un cambio de fe. La religión cristiana consagraba el abandono del mundo subjetivo de la comunidad clánica: un orden divino más amplio era el complemento espiritual de una autoridad terrenal más sólida. También en este caso la primera oleada de invasores germánicos reprodujo la misma mezcla de respe­to y distanciamiento hacia las instituciones del Imperio. Los invasores adoptaron unánimemente el arrianismo, y no la or­todoxia católica, y aseguraron en consecuencia su distinta iden­tidad religiosa dentro del común universo del cristianismo. La
                                                                             
consecuencia fue una Iglesia germánica «paralela» a la Iglesia romana en todos los primeros reinos bárbaros. No se produjo ninguna persecución arriana contra la mayoría de la población católica, excepto en el África vándala, donde se había expro­piado a la antigua aristocracia y reprimido con fuerza a la Iglesia. En otras partes, las dos fes coexistieron pacíficamente, y durante el siglo v generalmente fue mínimo el proselitismo entre ambas comunidades. Es más, los ostrogodos en Italia y los visigodos en Hispania hicieron legalmente difícil para los romanos la adopción de su propio credo arriano con objeto de asegurar la separación de ambas poblaciones[12] El arrianismo germánico no fue ni fortuito ni agresivo; fue, por el contrario, un símbolo de separación dentro de una cierta unidad aceptada.
El impacto económico, político e ideológico de la primera oleada de invasiones bárbaras quedó así relativamente limita­do en su alcance positivo una vez que hubo culminado la pri­mera e irreversible demolición de las defensas imperiales. Conscientes de la disparidad entre lo que habían destruido y lo que podían construir, la mayoría de los dirigentes germanos se afanaron por restaurar la mayor parte posible de los edificios romanos que inicialmente habían derribado. El mayor de esos dirigentes, el ostrogodo Teodorico, creó en Italia un meticuloso condominio administrativo, adornó su capital, patrocinó el arte y la filosofía posclásicos y dirigió las relaciones exteriores de acuerdo con un tradicional estilo imperial. En general, estos reinos bárbaros modificaron las estructuras sociales, económi­cas y culturales del tardío mundo romano de forma relativa­mente limitada y más por fisión que por fusión. Significativa­mente, se mantuvo la esclavitud agrícola en gran escala junto con las otras instituciones rurales básicas del Imperio de Oc­cidente, incluyendo el colonato. Los nuevos nobles germánicos no mostraron, lógicamente, ninguna simpatía por los bagaudes, y en ocasiones fueron utilizados por los terratenientes roma­nos, que ahora eran sus iguales sociales, para liquidarlos. Únicamente el último dirigente ostrogodo Totila, enfrentado con los victoriosos ejércitos bizantinos, recurrió in extremís a la emancipación de los esclavos en Italia -lo que prueba su im­portancia- para conseguir el apoyo popular en un intento fi­nal y desesperado antes de su destrucción[13]. Aparte de este hecho aislado, los vándalos, burgundios, ostrogodos y visigodos conservaron las cuadrillas de esclavos en las grandes fincas donde los habían encontrado. En el Occidente mediterráneo, la esclavitud rural continuó siendo un importante fenómeno eco­nómico. En particular, la Hispania visigoda parece haber te­nido un número excepcionalmente amplio de esos esclavos, a juzgar por las disposiciones legales punitivas referentes a su control y por el hecho de que posiblemente suministraran la mayoría del reclutamiento forzoso para el ejército permanen­te[14]. Así, mientras las ciudades continuaban su decadencia, el campo salió casi indemne de la primera ola de invasiones, apar­te del desorden creado por la guerra y por la guerra civil y de la introducción de fincas y campesinos germanos junto a sus prototipos romanos. El índice más elocuente de los límites que en esta fase tuvo la penetración bárbara fue que en ningún sitio cambió la frontera lingüística entre el mundo latino y el teu­tónico: ninguna región del Occidente romano fue lingüísticamente germanizada por ninguno de estos primeros conquista­dores. En el mejor de los casos, su llegada se limitó a dislocar el predominio romano en los rincones más remotos de las pro­vincias de tal forma que permitió la reaparición de los idiomas y las culturas locales
prerromanas: el vasco y el celta experi­mentaron más avances que el germánico a principios del si­glo v.
La vida de estos primeros Estados bárbaros no fue muy du­radera. La expansión franca sojuzgó a los burgundios y expulsó de la Galia a los visigodos. Las expediciones bizantinas aplas­taron a los vándalos en Africa y, tras una larga guerra de des­gaste, exterminaron a los ostrogodos en Italia. Finalmente, los invasores islámicos arrollaron a los visigodos en Hispania. De­trás quedaron muy pocos rastros de sus respectivos asentamientos, excepto en los reductos más norteños de Cantabria.
 La siguiente oleada de invasiones fue  la que de­terminó, de forma profunda y permanente, el, definitivo mapa dél feudalismo occidental. Los tres episodios principales de esta segunda fase de la expansión bárbara fueron, por supues­to, la conquista franca de la Galia, la ocupación anglosajona de Inglaterra y –un siglo después y siguiendo una dinámica propia- el descenso lombardo sobre Italia. El carácter y pro­bablemente también la magnitud de estas migraciones fueron muy diferentes a los de la primera oleada[15] , porque en todos los casos representaron una extensión relativamente modesta y lineal desde una base geográfica de partida adyacente. Los francos habitaban lo que ahora es Bélgica antes de infiltrarse hacia el sur en la Galia del Norte. Los anglos y los sajones es­taban localizados en las costas alemanas del mar del Norte, enfrente de las inglesas. Los lombardos se habían congregado en la Baja Austria antes de invadir Italia. Las líneas de comu­nicación entre las nuevas regiones conquistadas y las patrias recién habitadas eran por tanto muy cortas, de tal modo que constantemente podían llegar nuevos contingentes de tribus idénticas o aliadas para reforzar a los primeros emigrantes. El resultado fue un lento y gradual avance en la Galia, una oscura plétora de desembarcos en Inglaterra, y una serie gradual de deslizamientos hacia el sur en Italia, que poblaron a éstas an­tiguas provincias romanas mucho más densamente que las pri­meras irrupciones militares de la época de los hunos. Únicamente las primeras invasiones lombardas conservaron el carácter épico de una Volkerwanderung militar propiamente dicha, pero incluso en este caso aflojaron su marcha y se con­tuvieron a medida que se extendían más lejos y más profun­damente que la anterior ocupación ostrogoda. Y aunque el po-                                     
der lombardo habría de centrarse en las llanuras del norte, como fue también el caso de sus predecesores, sus asentamien­tos extendieron por vez primera la penetración bárbara hasta el sur de Italia. Las migraciones francas y anglosajonas fueron continuos movimientos de colonización armada hacia regiones donde previamente existía un verdadero vacío político. La Ga­lia del Norte era la avanzadilla del último y desamparado ejér­cito romano sesenta años después de que el sistema imperial hubiera caído en todo el Occidente. El poderío romano en Bri­tania nunca fue desafiado en el campo de batalla, sino que expiró dulcemente cuando hubo desaparecido su cordón umbi­lical con el continente, recayendo todo el país una vez más en las jefaturas moleculares celtas. La profundidad de esta segunda ola de migraciones puede apreciarse por los cambios lingüísticos que provocó. Inglaterra fue germanizada en blo­que a medida que se extendía la colonización anglosajona y las márgenes celtas de la isla ni siquiera suministraron una dosis de vocabulario a la lengua de los conquistadores, prueba de la tenue romanización de la provincia más septentrional del Im­perio, que evidentemente nunca afectó a la masa de la pobla­ción. En el continente, la frontera de las lenguas romances re­trocedió hasta una banda de territorio de 80 a 160 kilómetros de profundidad desde Dunquerque a Basilea, y de 160 a 320 kilómetros al sur del Alto Danubio[16] 16. El franco legó unas 500 palabras al vocabulario francés y el lombarda alrededor de 300 al italiano (mientras que el visigótico dejó sólo 60 al es­pañol y el suevo cuatro al portugués). La sedimentación cultu­ral de la segunda ola de conquistas fue mucho más profunda y duradera que la primera
Una de las principales razones de este fenómeno fue, na­turalmente, que la primera ola ya había barrido completamen­te toda resistencia organizada por el sistema imperial en Oc­cidente. Sus propias creaciones fueron meras imitaciones y se revelaron muy frágiles, y la mayoría de ellas ni siquiera inten­taron ocupar todo el terreno disponible. Las migraciones si­guientes tuvieron ya el peso y el espacio para construir en Occidente formas sociales más acabadas y duraderas. El rígido y frágil dualismo del siglo v desapareció progresivamente en el VI (excepto en la última fortaleza de los Estados de la pri­mera generación, la España visigoda, donde desapareció en el siglo VII). Gradualmente tuvo lugar un lento proceso de fusión


que integró a elementos germánicos y romanos en una nueva síntesis que habría de sustituir a ambos. El más importante de  estos acontecimientos -la aparición de un nuevo sistema agra­rio- es desafortunadamente el que ofrece una luz más débil a la historiografía posterior. La economía rural de la Galia mero­vingia y de la Italia lombarda es todavía uno de los capítulos más oscuros en la historia de la agricultura occidental. Con todo, este período ofrece también algunos hechos evidentes. Ya no se hacía uso del sistema de hospitalitas. Ni los francos ni los lombardos (y a fortiori tampoco losanglosajones) pro­cedieron a un reparto regulado de las propiedades territoriales romanas. En su lugar parece que se impuso un modelo dual y más amorfo de asentamiento. Por una parte, los dirigentes francos y lombardos se limitaron a confiscar en gran escala los latifundios locales, anexionándolos al tesoro real o distri­buyéndolos entre sus séquitos nobiliarios. La aristocracia sena­torial que sobrevivió en la Galia del Norte había retrocedido en su mayor parte al sur del Loira incluso antes de que Clodo­veo derrotara al ejército de Siagrio en el año 476 y tomara po­sesión de los despojos provinciales de su victoria. En Italia, los reyes lombardos no realizaron ningún intento de congra­ciarse a los terratenientes romanos, que fueron aniquilados y eliminados donde quiera que pusieron algún obstáculo a la apropiación de la tierra; algunos fueron reducidos incluso a la condición de esclavos [17]. Así pues, el cambio de manos de la gran propiedad agraria fue probablemente mucho mayor en la segunda ola de invasiones que en la primera. Por otra parte, sin embargo, y como la masa demográfica de las últimas migra­ciones fue considerablemente superior al de las primeras y el ritmo de su avance a menudo más lento y constante, el compo­nente popular y campesino del nuevo orden rural fue también más señalado. Especialmente en este período fue cuando las comunidades aldeanas, que habrían de constituir un rasgo pos­terior tan sobresaliente del feudalismo medieval, parecen ha­ber arraigado por vez primera y de forma notable en Francia y en otras partes. En medio de la inseguridad y la anarquía de los tiempos, las aldeas se multiplicaron mientras decaían las villa e como unidades organizadas de producción.
Este fenómeno puede atribuirse, por lo menos en la Galia, a dos procesos convergentes. El derrumbe del dominio romano



socavó la estabilidad del instrumento básico de la colonización rural latina, el sistema de villae. A sus espaldas resurgió ahora un paisaje celta más antiguo, que mostraba primitivas aldehue­las de cabañas y viviendas campesinas, oculto por la romanización de la Galia. Al mismo tiempo, las migraciones de las co­munidades locales germánicas hacia el sur y el oeste -que ya no tuvieron necesariamente un carácter bélico- llevaron con­sigo muchas tradiciones agrarias de sus tierras nativas tribales, menos erosionadas por el tiempo y el viaje que en la época de las primeras y épicas Volkerwanderungen. Así reaparecieron en los nuevos asentamientos de los emigrantes las parcelas alo­diales campesinas y las tierras comunales de la aldea, legados directos de los bosques nórdicos. Por otra parte, el posterior estado de guerra de la época merovingia condujo a la captura de nuevos esclavos, traídos especialmente de las zonas fronte­rizas de Europa central. En la confusión y la oscuridad de esta época es imposible calcular las proporciones de la combinación final de fincas de nobles germanos, tenencias dependientes, pe­queñas propiedades campesinas, tierras comunales, villae ro­manas supervivientes y esclavitud rural. Está claro, sin embar­go, que en Inglaterra, Francia e Italia, un campesinado nativo y libre fue inicialmente uno de los elementos de las migraciones anglosajona, franca y lombarda, aunque su volumen no puede determinarse. En Italia, las comunidades campesinas lombar­das estaban organizadas en colonias militares, con su propia administración autónoma. En la Galia, la nobleza franca recibió tierras y cargos en todo el campo siguiendo un mo­delo notablemente distinto del asentamiento rural franco, lo que indica claramente que los emigrantes del común no eran necesariamente arrendatarios dependientes del anterior estrato de los optimates[18] . En Inglaterra, las invasiones an­gIosajonas provocaron un colapso rápido y total del sistema de villae, que de todas formas era más precario que en el continente debido a la limitada extensión de la romanización. En este caso, sin embargo, los señores bárbaros y los campesinos libres coexistieron también en diferentes combinaciones des­pués de las migraciones, con una tendencia general hacia un aumento de la dependencia rural a medida que aparecían uni­dades políticas más estables. En Inglaterra, el abismo más abrupto que existía entre los órdenes romano y germánico con­dujo posiblemente a un cambio más radical en los métodos


del cultivo agrícola. En todo caso, el modelo de los asentamien­tos rurales anglosajones contrastaba notablemente con el de la agricultura romana que le había precedido y prefiguraba algu­nos de los más importantes cambios de la posterior agricultura feudal. Mientras las fincas romanas estaban situadas normal­mente en terrenos montañosos con suelos ligeros, que se pare­cían a los de tipo mediterráneo y podían cultivarse con arados superficiales de madera, las anglosajonas estaban situadas ha­bitualmente en valles con suelos densos y húmedos, cuyos ha­bitantes utilizaban arados de hierro; mientras la agricultura romana tenía un componente pastoril más importante, los in­vasores anglosajones tendieron a despejar grandes zonas de bosque y pantanos para convertirlas en tierras cultivables[19] . Las dispersas aldehuelas celtas dieron pasos a aldeas centrali­zadas, en las que se combinaba la propiedad individual de las tierras campesinas con el coarado colectivo de los campos abier­tos. Los jefes y señores locales consolidaron sus poderes per­sonales por encima de estos asentamientos y a mediados del siglo VII ya se había afirmado en la Inglaterra anglosajona una aristocracia legalmente definida y hereditaria[20] . Así, esta se­gunda ola de invasiones, a la vez que producía por doquier una aristocracia germánica dotada de fincas más extensas que nunca, pobló también el campo con duraderas comunidades al­deanas y con núcleos de pequeña propiedad campesina. Al mis­mo tiempo, también surtió con frecuencia a la esclavitud agríco­la de prisioneros de guerra de la época[21]. Sin embargo, todavía no pudo organizar estos dispares elementos de la economía ru­ral de la Edad Media en un nuevo y coherente modo de pro­ducción.
Políticamente, la segunda oleada de invasiones marcó o pre­sagió el fin de las administraciones y los derechos dualistas con la desaparición del legado jurídico romano. Los lombardos no hicieron nada para repetir en Italia el paralelismo ostrogo­do, sino que refundieron el sistema civil y jurídico del país en las regiones que habían ocupado, promulgando un nuevo có­digo legal basado en las normas tradicionales germánicas, pero redactado en latín, que muy pronto predominó sobre el dere-

cho romano. Los reyes merovingios conservaron un doble siste­ma legal, pero con la creciente anarquía de su reinado, los recuerdos y las normas latinas se desvanecieron progresivamen­te. El derecho germánico pasó a ser gradualmente el dominan­te, mientras los impuestos sobre la tierra, heredados de Roma, se derrumbaron ante la resistencia de la población y de la Iglesia a una fiscalidad que ya no correspondía a un servicio público ni a un Estado centralizado. La recaudación de impues­tos desapareció progresivamente de los reinos francos. En In­glaterra, el derecho y la administración romanos ya habían desaparecido casi por completo antes de la llegada de los an­glosajones, de tal forma que nunca se planteó este problema. Incluso en la España visigoda, el único Estado bárbaro cuyos orígenes se remontaban a la primera oleada de invasiones, el derecho y la administración dualistas llegaron a su fin en los últimos años del siglo VII, cuando la monarquía de Toledo abo­lió definitivamente el legado romano y sometió a toda la po­blación a un sistema godo modificado [22]22. Por otra parte, y a la inversa, el separatismo religioso germánico comenzó a desapa­recer. Los francos adoptaron directamente el catolicismo con el bautismo de Clodoveo en los últimos años del siglo v, des­pués de su victoria sobre los alamanes. Los anglosajones fue­ron convertidos gradualmente del paganismo en el siglo VII por las misiones romanas. Los visigodos abandonaron en España su arrianismo con la conversión de Recaredo en el 587. El reino 10mb ardo aceptó el catolicismo en el año 653. Pari passu con estos cambios se produjo un constante intercambio matrimo­nial y un proceso de asimilación de las dos clases terratenien­tes, la romana y la germana, allí donde coexistían. Este proceso fue más limitado en Italia por el exclusivismo lombardo y el revanchismo bizantino, que impidieron entre ambos la pacifi­cación duradera de la península; por otra parte, su conflicto echó las bases de la división secular entre norte y sur en épo­cas posteriores. Pero en la Galia avanzó ininterrumpidamente bajo el dominio merovingio. A comienzos del siglo VII estaba sustancialmente tenninado con la consolidación de una sola aristocracia rural, cuyo carácter no era ya senatorial ni de sé­quito. La mezcla similar de las ramas romana y gennánica en la Iglesia exigió mucho más tiempo: prácticamente todos los obispos de, la Galia continuaron siendo romanos durante la ma yor parte del siglo VI, y en la jerarquía eclesiástica la fusión étnica completa no tuvo lugar hasta el siglo VIII [23].
La superposición de meras adaptaciones dualistas a las for­mas imperiales romanas no produjo, sin embargo, una nueva fórmula política, sólida y permanente, a finales de la Edad Me­dia. En todo caso, el abandono de las tradiciones avanzadas de la Antigüedad clásica condujo a una regresión en el grado de complejidad y de eficacia de los Estados sucesores, agrava­da por las consecuencias de la expansión islámica en el Medi­terráneo a partir de principios del siglo' VII, que paralizó el comercio y bloqueó a Europa occidental en un aislamiento ru­ral. Es posible que las mejoras climáticas del siglo VII, que en Europa se plasmaron en un ciclo de tiempo algo más cálido y seco, y el aumento en el crecimiento demográfico beneficia­ran a la economía rural[24] . Pero en la confusión política de la época poco se puede apreciar el influjo de esos progresos. Las monedas de oro desaparecieron después del año 650, a conse­cuencia tanto de los endémicos déficits comerciales con el Oriente bizantino como de las conquistas árabes. La monarquía me­rovingia se mostró incapaz de mantener el control de la acuña­ción de monedas, que se degradó y dispersó paulatinamente. En la Galia, los impuestos públicos cayeron en el olvido; la diplomacia se entumeció y se hizo más limitada; la adminis­tración se embotó y se redujo. Los Estados lombardos de Italia, divididos y debilitados por los enclaves bizantinos, perma­necieron siempre primitivos y a la defensiva. En estas condi­ciones, es lógico que la realización positiva más importante de los Estados bárbaros fuera quizá la misma conquista de Ger­mania, llevada a cabo en el siglo VI por las campañas merovin­gias hasta el río Wéser [25]. Estas adquisiciones integraron por vez primera a las tierras de las que procedían las migracior..es en el mismo universo político que las antiguas provincias im­periales y, en consecuencia, unificaron en un solo orden territorial y cultural a las dos zonas cuyo conflicto inicial había dado origen a la Edad Oscura. El descenso de los niveles ins­titucionales de la civilización urbana en la Galia franca acom­pañaron y permitieron su elevación relativa en la Germania bávara y alamana. Sin embargo, incluso en este campo, la ad­ministración merovingia fue singularmente tosca y pobre: los condes enviados a gobernar más allá del Rin no introdujeron ni la escritura, ni la moneda, ni el cristianismo. En sus estruc­turas económicas, sociales y políticas, Europa occidental ha­bía dejado atrás el precario dualismo de las primeras décadas que siguieron a la Antigiiedad; había tenido lugar, entre tanto, un áspero proceso de mezcolanza, pero los resultados todavía eran informes y heteróclitos. Ni la simple yuxtaposición ni una tosca mezcla podían dar origen a un nuevo modo de pro­ducción general, capaz de salir del callejón sin salida de la esclavitud y el colonato, y con él un nuevo orden ..social inter­namente coherente. En otras palabras, únicamente una autén­tica síntesis podía conseguir esto. Sólo unas pocas señales premonitoras anunciaban la llegada a esa meta final. La más lla­mativa fue la aparición, evidente ya en el siglo VI, de sistemas antroponímicos y toponímicos completamente nuevos -que combinaban elementos lingiiísticos germánicos y romanos en unidades organizadas extrañas a ambos- en las tierras fron­terizas situadas entre la Galia y Germania 26. La lengua habla­da, lejos de seguir siempre a los cambios materiales, puede en ocasiones anticiparse a ellos.




[1] El único dato digno de confianza sobre el volumen de las primeras invasiones es que la comunidad vándala, contada por sus jefes antes de cruzar África del Norte, tenía 80.000 miembros, que formaban un ejér­cito de unos 20' a 25.000 hombres: véase C. Courtois, Les van da les et l’,Afri­que, París, 1955, pp. 215-21. La mayor parte de los pueblos germánicos que irrumpieron por las fronteras imperiales en esta época tenían probable­mente un tamaño similar, y sus ejércitos rara vez sumaban más de 20.000 hombres. RusselI estima que alrededor del 500 d. C. la máxima pobla­ción bárbara posible dentro del antiguo Imperio de Occidente no ascendía a más de un millón de un total de 16 millones de habitantes. J. C. Rus­sdl, Population in Europe, 500-1500, Londres, 1969, ,p. 21.
[2] La descripción más completa de los diversos convenios de hospitali­tas es la de F. Lot, “Du régime de l'hospitalité”, Recueil des travaux historiques de Ferdinand Lot, Ginebra, 1970, pp. 63-99; véase también Jones, The later Roman Empire, 11, pp. 249-53; 111, p. 46.
[3] Esta es la reconstrucción de Thompson: “The Visigoths from Friti­gern to EuricHistoria, vol. XII, 1963, pp. 120-1, que es el más agudo de los recientes análisis de las consecuencias sociales de esos asentamien­tos. Bloch creía que las sortes se distribuían, dentro de la comunidad tribal, por rangos y de forma desigual, a partir de un fundo compuesto por todas las tierras confiscadas, creando así, desde el principio, grandes terratenientes germánicos y pequeños campesinos más que arren­datarios dependientes; pero, aunque esta hipótesis sea correcta, el resul­tado final probablemente no habría sido muy diferente; Mélanges Histo­riques, 1, pp. 134-5
[4] E. A. Thompson, “The Barbarian kingdoms in Gaul and Spain”, Not­tingham Mediaeval Studies, VII, 1963, p. 11.
[5] Thompson, “The Visigoths from Fritigern to Euric”, pp. 105-26, ofre­ce una admirable descripción de este complicado itinerario geopolítico.
[6] Para el proceso de transición de los vándalos desde un tribalismo conciliar a una autocracia real, obstaculizada por el sistema sucesorio tanistry, véase Courtois, Les vandales et l'Afrique, pp. 234-48
[7] Díe Grenzen der germanischen Gefolgschaft., Zeitschrift der Sa­vigny-Stiftung fur Rechstgeschichte (Germanistische Abteilung), LXXXVI, 1956, pp. 1-83, que afirma, apoyándose ampliamente en pruebas filológicas, que los séquitos libres propiamente dichos fueron un fenómeno relativa­mente raro, inicialmente limitado al sur de Alemania, y no deben confun­dirse con los servidores militares no libres o Díenstmanner, que en su opinión estaban mucho más extendidos. Sin embargo, el propio Kuhn va­cila ante el problema de si los séquitos tribales existieron durante las Volkerwanderungen, y finalmente parece admitir su presencia (compáren­se pp. 15-16, 19-20, 79, 83). En realidad, el problema de la Gefolgschaft no puede resolverse verdaderamente recurriendo a la filología: el mismo término es de acuñación moderna. La impureza de sus formas era inhe­rente a la inestabilidad de las formaciones sociales tribales que aparecie­ron en Germania antes y después de las invasiones: los servidores no libres, cuyos posteriores descendientes fueron los ministeriales medie­vales, pudieron dar paso a seguidores libres con desplazamientos en las relaciones sociales, y viceversa. Las circunstancias de la época permitían frecuentemente poca precisión etimológica o jurídica en la definición de los grupos armados que rodeaban a los sucesivos jefes tribales. Natural­mente, la territorialización política que siguió a las invasiones produjo, a su vez. más organismos mixtos y de transición del tipo arriba esbozado. Para una vigorosa refutación de las tesis de Kuhn, véase Walter Schle­singer, ~Randbemerkungen zu drei Aufsatzen tiber Sippe, Gefolgschaft und Treue» Beitrage zur deutschen Verfassungsgeschichte des Mittelalters, volumen 1, Gotinga, 1963, pp. 296-316.

[8] J. M. Wallace-Hadrill, The Barbarian West, 400-1000, Londres, 1967, página 32.

[9] 'Thompson, «The Barbarian kingdoms in Gaul and Spain», pp. 15­16, 20
[10] Vogt niega esto en The decline of Rome, pp. 218-20. Pero las prue­bas acumuladas por Thompson en su ensayo «Christianity and the Nor­thern Barbarians», en A. Momigliano (comp.), The conflict between pa­ganism and christianity in the fourth century, Oxford, 1963, pp. 56-78, parecen convincentes. En esta época, la única excepción parece haber sido el escaso contingente de rugios convertidos en la Baja Austria an­tes del año 482
[11] La pretensión de Momigliano de que una de las razones de la im­portancia del cristianismo en el tardío Imperio romano fue que tenía un programa para integrar a los bárbaros por medio de la conversión, mientras que el paganismo clásico sólo ofrecía la exclusión, parece pura fantasía: The conflict between paganism and christianity in the fourth century, pp. 14-5. En realidad, la Iglesia católica no hizo prácticamente ninguna labor proselitista oficial entre los pueblos germánicos en estas fechas.

[12] E. A. Thompson, «The conversion of the Visigoths to catholicism ».
Nottingham Mediaeval Studies, IV, 1960, pp. 30-1; Jones, The late Roman Empire, II, p. 263.
[13] Santo Mazzarino, «Si puo parlare di rivoluzione sociale alla fine del mondo antico?», Centro ltaliano di Studi sull'Alto Medioevo, Settimani di Spoleto, IX, 6-12 de abril de 1961, pp. 415-6, 422. Mazzarino cree que los campesinos insurgentes de Panonia participaron en las invasiones vánda­lo-alanas de Galia del ano 406, lo que representaría el único caso de alianza bárbaro-campesina contra el Estado imperial. Pero la evidencia sugiere que las fuentes del siglo v se refieren en realidad a los antiguos federados ostrogodos, asentados temporalmente en Panonia en medio de la población local. Véase Laszlo Varady, Das letzte Jahrhundert Panno­niens (376476), Amsterdam, 1969, pp. 218 ss. Por otra parte, la indicación de Thompson de que los visigodos y los burgundios podían haber sido asentados hasta cierto punto por las autoridades romanas en Aquitania y Saboya para sofocar el peligro de las insurrecciones locales de los ba­gaudes es, posiblemente, una suposición incorrecta: «The settlement of the barbarians in Southern Gaul» , The Joumal of Roman Studies, XLVI, 1956, pp. 65-75.

[14] Thompson, «The Barbarian kingdoms in Gaul and Spain», pp. 25-7; Robert Boutruche, Seigneurie et féodalité, París, 1959, 1, p. 235. Señorío y feudalismo”, Buenos Aires, Siglo XXI, 1973,] Los aspectos legales y mi­litares de la esclavitud visigoda están documentados en Thompson, The Goths -"¡min, Oxfol'Ll. 1<)(,9. pp, 267·74, 3111·JC) [f.o.\' I/odo,\' t'l/ FSf1(//lo, Madrid, AILlIlr'I, 1'J'lI1. y •. ,,11 IIwyor rxf('"lls¡"lIl ("11 ClliIr/('"S V("llllId"II, 1,','" dlll'II,,~ ,r'JlU 1'/:'1101'" ","'¡i,'I'o¡J.-, 1. 'hu).u, I'l~~, pp. 1II 101
118
[15] Para una comparación de las dos oleadas de migraciones, véase Lucien Musset, Les invasions. Les vagues germaniques, París, 1965, pá­ginas 116-7 ss, [Las invasiones. Las oleadas germánicas, Barcelona, Labor, 1967.] El libro de Musset es, con mucho, la obra de síntesis más clarivi­dente sobre todo el período.                                                                                                                                                                                                               119
[16] Musset, Les invasions. Les vagues germaniques, pp. 172-81
120
[17] L. M. Hartmann, Geschichte ltaliens im Mittela!ter, u/H, Gotha, 1903, páginas 2-3
                                                                                                                                              121
[18] Musset, Les invasions. Les vagues germanique5, p. 209.
122
[19] H. R. Loyn, Anglo-Sa.xon England and the Norman conquest, Lon­dres, 1962, pp. 19-22.
[20] Loyn, Anglo-Saxon England and the Norman conquest, pp. 199 ss
[21] Para la continua importancia de los esclavos a finales de la Alta Edad Media, véase Georges Duby, Guerriers et paySallS, París, 1973, pá­:,inas 41-3_ [Guerreros y campesinos, Madrid, Siglo XXI, 1976.]
                                                                                                                                              123
[22] Para los posibles antecedentes históricos de este proceso, véase Thompson, The Goths in Spain, pp. 216-7
[23] Musset, Les invasions. Les vagues germaniques, p. 190
[24] Esta hipótesis es formulada por Duby: Guerriers et paysans, pá­ginas 17-19. Pero las pruebas son demasiado escasas para deducir conclu­siones fehacientes. En general, Duby tiende a presentar de esta época una interpretación más optimista que otros historiadores. Así, considera la desaparición de la moneda de oro como un signo de la revitalización del comercio, y las monedas de plata más pequeñas de esta época, como un índice de transacciones comerciales más fluidas y frecuentes, es de­cir, lo contrario de la opinión habitual sobre la historia monetaria me­rovingia.

[25] Musset, Les invasions. Les vagues germaniques, pp. 13(










1 comentario:

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