2. LAS INVASIONES
Las invasiones germánicas que asolaron el Imperio
de Occidente tuvieron lugar en dos fases sucesivas, cada una de las cuales
siguió un modelo y una dirección diferentes. La primera gran oleada comenzó con
la trascendental marcha por los hielos del Rin de una incierta confederación de
suevos, vándalos y alanos en la noche invernal del 31 de diciembre del año 406.
En unos pocos años, En el 410, los visigodos habían saqueado Roma al mando de
Alarico. Dos décadas después, en el 439, los vándalos habían tomado Cartago. En
el 480 ya se había establecido en el antiguo suelo romano el primero y tosco
sistema de Estados bárbaros: los burgundios en Saboya, los visigodos en Aquitania,
los vándalos en el norte de África y los ostrogodos en el norte de Italia. El
carácter de esta pasmosa irrupción inicial -que suministró a las épocas
posteriores sus imágenes arquetípicas de los comienzos de la Edad Oscura- fue, en
realidad, muy complejo y contradictorio, porque fue al mismo tiempo el ataque
más radicalmente destructor de los pueblos germánicos contra el Occidente
romano y el más claramente conservador en su respeto hacia el legado latino. La
unidad militar, política y económica del Imperio de Occidente quedó
irreversiblemente destrozada. Unos pocos ejércitos romanos de comitatenses sobrevivieron durante algunas
décadas después de que fueran barridas las defensas fronterizas de los limitanei; pero, aisladas y rodeadas por
territorios dominados por los bárbaros, las bolsas militares autónomas como la Galia del Norte sólo servían
para poner de manifiesto la completa dislocación del sistema imperial en cuanto
tal. Ahogada o a la deriva su administración tradicional, las provincias
cayeron en el desorden y la confusión endémicos; el bandidaje y la rebelión
social se adueñaron de grandes zonas; las culturas locales, arcaicas y enterradas,
resurgían a medida que la pátina romana se agrietaba en las regiones más
remotas. En la primera mitad del siglo y, el orden imperial había sido asolado
por la irrupción de los bárbaros en todo el Occidente.
110
Con todo, las tribus germánicas que hicieron pedazos al Imperio
occidental no eran capaces de sustituirlo por un orden político nuevo o coherente. La diferencia en «los niveles de
agua» entre ambas civilizaciones Era todavía demasiado grande y, para unirlas,
se necesitaba un conjunto artificial de esclusas. Los pueblos bárbaros
pertenecientes a la primera serie de invasiones tribales, a pesar de su
progresiva diferenciación social, eran todavía unas comunidades extremadamente
primitivas e incipientes cuando irrumpieron en el Occidente romano. Ninguno de
ellos había conocido jamás un Estado territorial duradero; en lo religioso,
todos eran ancestralmente paganos; la mayor parte carecían de escritura; pocos
poseían un sistema de propiedad articulado o estabilizado. La fortuita
conquista de vastas extensiones de las antiguas provincias romanas les presentó
naturalmente una serie de problemas insolubles de apropiación y administración
inmediatas. Estas dificultades intrínsecas se intensificaron a causa de la
pauta geográfica seguida por la primera oleada de invasiones. Porque en éstas Volkerwanderungen
propiamente dichas –que a menudo fueron
inmensas peregrinaciones a través de todo el continente- el asentamiento
final de cada pueblo bárbaro quedó muy lejos de su punto de partida. Los
visigodos se trasladaron desde los Balcanes a España; los ostrogodos desde
Ucrania a Italia; los vándalos desde Silesia a Tunicia; los burgundios desde:
Pomerania a Saboya. No hubo ningún caso de una comunidad bárbara que se
limitara a ocupar las tierras romanas directamente contiguas a su originaria
región de residencia. El resultado fue que los grupos de colonos germanos en el
sur de Francia, Hispania, Italia y el norte de África tuvieron desde el
principio un número necesariamente reducido, debido a los largos itinerarios
recorridos y a la imposibilidad de recibir refuerzos por la migración natural[1].
Los improvisados
dispositivos de los primeros Estados bárbaros reflejaban esta situación de
relativa debilidad y aislamiento. En
consecuencia, se apoyaban fuertemente en las preexistentes estructuras
imperiales, que de forma paradójica conservaron, siempre que fue
subjetivamente posible, en combinación con sus equivalentes germánicos para
formar un sistemático dualismo institucional.
El primero y más trascendental problema que las
comunidades tuvieron que decidir después de sus victorias en el campo de
batalla fue el de la disposición
económica de la tierra. La
solución normalmente adoptada fue un modelo similar al de las anteriores
prácticas romanas, particularmente familiares a los soldados germanos, y, al
mismo tiempo, una ruptura radical con el pasado tribal, orientándose hacia un
futuro social claramente diferenciado. Los visigodos, burgundios y ostrogodos impusieron a los
terratenientes locales romanos el régimen de la hospitalitas. Derivado del antiguo sistema imperial de alojamiento,
en el que habían participado muchos mercenarios germanos, concedía a los
«huéspedes» bárbaros dos tercios de la extensión cultivada de las grandes
fincas en Borgoña y Aquitania y un
tercio en Italia, cuyo mayor tamaño global permitía que se les asignara una
parte menor de las villae individuales y donde, además, las fincas que no estuviesen
divididas pagaban un impuesto especial para igualar el sistema. El hospes burgundio recibía también un tercio
de los esclavos romanos y la mitad de las tierras forestales[2]
. En Hispania, los visigodos tomarían más tarde un
tercio de las reservas señoriales y dos tercios de las tenencias en todas las
fincas. Únicamente en África del Norte, los vándalos se limitaron a expropiar
al grueso de la nobleza local y de la
Iglesia , sin ningún tipo de compromisos o concesiones, opción
que a largo plazo les costaría muy cara. La distribución de tierras bajo el
sistema de «hospitalidad» probablemente afectó muy poco a la estructura de la
sociedad romana local: dado el pequeño número de conquistadores bárbaros, las sortes
o parcelas que se les asignaban nunca abarcaron
más que a una parte de los territorios situados bajo su dominio. Normalmente,
este dominio estaba muy concentrado debido a su temor a la dispersión militar
después de la ocupación: los asentamientos agrupados de los ostrogodos en el
valle del Po constituyeron un modelo típico No hay ninguna señal de que la
división de las grandes fincas tropezara con una resistencia violenta por parte
de los propietarios latinos. Por lo demás, su efecto sobre las comunidades
germánicas tuvo que ser necesariamente muy drástico, porque las sortes
no se asignaban indistintamente a los
guerreros germánicos recién llegados. Al contrario, en todos los pactos entre
romanos y bárbaros sobre las divisiones de las tierras que han llegado hasta
nosotros intervienen únicamente dos personas: el terrateniente provincial y un
germano, aunque posteriormente las sortes fueron cultivadas en realidad por cierto número de germanos. Parece
probable, por tanto, que se apropiaran de las tierras los optimates de los
clanes que inmediatamente asentaban en ellas a los hombres de sus tribus como
arrendatarios o, posiblemente, como pequeños propietarios pobres[3]. Socialmente,
los primeros se convirtieron de golpe en los iguales de la aristocracia
provincial, mientras que los últimos cayeron directa o indirectamente bajo su
dependencia económica. Este proceso -sólo tangencialmente visible a partir de
los documentos de la época-- fue mitigado sin duda por los recuerdos todavía
recientes del igualitarismo forestal y por la naturaleza armada de toda la
comunidad invasora, que garantizaba al guerrero ordinario su condición de
libre. Inicialmente, las sortes no
fueron propiedad plena o hereditaria, y los soldados del común que las
cultivaban conservaron probablemente la mayor parte de sus derechos
consuetudinarios. Pero la lógica del sistema era evidente: al cabo de una
generación, aproximadamente, ya se había consolidado sobre la tierra una
aristocracia germánica, con un campesinado dependiente situado por debajo de
ella e incluso en algunos casos con esclavos indígenas[4]. La
estratificación de clases cristalizó rápidamente una vez que las federaciones
tribales de carácter nómada se asentaron territorialmente dentro de las
antiguas fronteras imperiales.
La evolución
política de los pueblos germánicos después de las invasiones confirmó y reflejó esos cambios
económicos. La formación del Estado era ahora ineluctable y, con él la autoridad central
coercitiva sobre la comunidad de guerreros libres. El paso de una a otro se
consiguió, en algunos casos, únicamente después de largas y tortuosas
convulsiones internas. La evolución política de los visigodos a medida que se
abrían paso por Europa, desde Adrianópolis hasta Toulouse, entre los años 375
y 417, es una secuencia gráfica de tales episodios, en los que un poder real
autoritario -activamente ayudado y favorecido
por las influencias romanas- aseguró gradualmente su dominio sobre una
turbulenta soldadesca tribal, hasta que con la llegada a Aquitania, lugar de
descanso temporal, pudo afirmarse por fin un Estado dinástico institucionalizado
dentro del marco imperial[5]. El «Libro de las Constituciones» monárquico,
promulgado por el nuevo reino de Borgoña poco después, fue consagrado por un
pequeño grupo de 31 nobles
principales, cuya autoridad había eliminado ya de forma manifiesta todo influjo
popular en las leyes de la comunidad tribal. El Estado vándalo de África se
convirtió en la más implacable autocracia, debilitada únicamente por un sistema
sucesorio excepcionalmente impredecible e insólito[6]. Y así
como el proyecto económico de los primeros asentamientos germánicos se basaba
en un reparto formal de las tierras romanas, así también la forma política y
jurídica de los nuevos Estados germánicos estaba fundada en un dualismo oficial
que administrativa y legalmente dividía al reino en dos órdenes distintos,
prueba evidente de la incapacidad de los invasores para dominar a la vieja
sociedad y organizar un sistema político nuevo y coherente que
la abarcara. Los reinos germánicos característicos de esta fase eran todavía monarquías
rudimentarias, con inseguras normas sucesorias, que se basaban en los cuerpos
de la guardia real o en los séquitos domésticos[7], situados
a mitad de camino entre los secuaces personales del pasado tribal y los nobles terratenientes del futuro feudal.
Debajo de éstos se situaban los guerreros y campesinos del común,
residencialmente segregados, donde era posible -y especialmente en las
ciudades-, del resto de la población.
La comunidad romana, por su
parte, conservó normalmente su estructura administrativa, con sus unidades y funcionarios condales, y su
propio sistema jurídico, desempeñados ambos por la clase terrateniente de las
provincias. Este dualismo se desarrolló sobre todo en la Italia ostrogoda, donde se
yuxtapusieron un aparato militar germánico y una burocracia civil romana durante el gobierno de Teodorico, que
conservó la mayor parte del legado de la administración imperial. Normalmente,
subsistieron dos códigos legales diferentes, respectivamente aplicables a cada
población: un derecho germánico derivado de las tradiciones consuetudinarias
(multas tarifadas, jurados, vínculos de parentesco, juramentos) y un derecho romano que se mantuvo prácticamente sin
cambios desde el Imperio. Los sistemas legales germánicos mostraban a menudo
fuertes influencias latinas, inevitables una vez que las costumbres orales se
convirtieron en códigos escritos: en el siglo v, los burgundios y los visigodos
tomaron numerosos elementos del código imperial de Teodosio II [8]. Por otra
parte, el espíritu de estos elementos era generalmente hostil a los principios
de parentesco y de clan insertos en
las antiguas tradiciones bár-
baras: la autoridad de estos nuevos Estados
monárquicos tuvo que construirse contra el influjo tenaz de estas pautas de parentesco
más antiguas[9]. Al
mismo tiempo, hubo pocas o nulas tentativas de alterar la legalidad
estrictamente latina que regía la vida de la población romana. Así, en muchos
aspectos las estructuras jurídicas y políticas de Roma quedaron intactas dentro
de estos primeros reinos bárbaros, ya que sus bastardos correlatos germánicos
se añadieron meramente a su lado. La pauta ideológica fue similar. Todos los
grandes invasores germánicos eran todavía paganos en vísperas de su irrupción
en el Imperio[10]. La
organización social tribal era inseparable de la religión tribal. El paso
político a un sistema territorial de Estados fue igualmente acompañado de
forma invariable por la conversión ideológica al cristianismo, que en todos los
casos parece haberse producido una generación después .del cruce inicial de las
fronteras. Este hecho no fue el fruto del celo misionero de la Iglesia católica, que
ignoró o desdeñó a los recién llegados al Imperio[11],
sino la obra objetiva del proceso remodelador del propio trasplante, cuyo signo
interior fue un cambio de fe. La religión cristiana consagraba el abandono del
mundo subjetivo de la comunidad clánica: un orden divino más amplio era el
complemento espiritual de una autoridad terrenal más sólida. También en este
caso la primera oleada de invasores germánicos reprodujo la misma mezcla de
respeto y distanciamiento hacia
las instituciones del Imperio. Los invasores adoptaron unánimemente el
arrianismo, y no la ortodoxia
católica, y aseguraron en consecuencia
su distinta identidad religiosa dentro del común universo del cristianismo. La
consecuencia fue una Iglesia germánica «paralela» a la Iglesia romana en todos
los primeros reinos bárbaros. No se produjo ninguna persecución arriana contra
la mayoría de la población católica, excepto en el África vándala, donde se
había expropiado a la antigua aristocracia y reprimido con fuerza a la Iglesia. En otras
partes, las dos fes coexistieron pacíficamente, y durante el siglo v
generalmente fue mínimo el proselitismo entre ambas comunidades. Es más, los
ostrogodos en Italia y los visigodos en Hispania hicieron legalmente difícil
para los romanos la adopción de su propio credo arriano con objeto de asegurar
la separación de ambas poblaciones[12] El
arrianismo germánico no fue ni fortuito ni agresivo; fue, por el contrario, un
símbolo de separación dentro de una cierta unidad aceptada.
El impacto económico, político e ideológico de la
primera oleada de invasiones bárbaras quedó así relativamente limitado en su
alcance positivo una vez que hubo culminado la primera e irreversible
demolición de las defensas imperiales. Conscientes de la disparidad entre lo
que habían destruido y lo que podían construir, la mayoría de los dirigentes
germanos se afanaron por restaurar la mayor parte posible de los edificios
romanos que inicialmente habían derribado. El mayor de esos dirigentes, el
ostrogodo Teodorico, creó en Italia un meticuloso condominio administrativo,
adornó su capital, patrocinó el arte y la filosofía posclásicos y dirigió las
relaciones exteriores de acuerdo con un tradicional estilo imperial. En
general, estos reinos bárbaros modificaron las estructuras sociales, económicas
y culturales del tardío mundo romano de forma relativamente limitada y más por
fisión que por fusión. Significativamente, se mantuvo la esclavitud agrícola
en gran escala junto con las otras instituciones rurales básicas del Imperio de
Occidente, incluyendo el colonato. Los nuevos nobles germánicos no mostraron, lógicamente, ninguna
simpatía por los bagaudes, y en ocasiones fueron utilizados por los
terratenientes romanos, que ahora eran sus iguales sociales, para liquidarlos.
Únicamente el último dirigente ostrogodo Totila, enfrentado con los victoriosos
ejércitos bizantinos, recurrió in extremís a la emancipación de los esclavos en Italia -lo que
prueba su importancia- para conseguir el apoyo popular en un intento final y
desesperado antes de su destrucción[13]. Aparte
de este hecho aislado, los vándalos,
burgundios, ostrogodos y visigodos conservaron las cuadrillas de esclavos en
las grandes fincas donde los habían encontrado. En el Occidente mediterráneo,
la esclavitud rural continuó siendo un importante fenómeno económico. En particular, la Hispania visigoda parece
haber tenido un número excepcionalmente amplio de esos esclavos, a juzgar por
las disposiciones legales punitivas referentes a su control y por el hecho de
que posiblemente suministraran la mayoría del reclutamiento forzoso para el
ejército permanente[14]. Así,
mientras las ciudades continuaban su decadencia, el campo salió casi indemne de
la primera ola de invasiones, aparte del desorden creado por la guerra y por
la guerra civil y de la introducción de fincas y campesinos germanos junto a
sus prototipos romanos. El índice más elocuente de los límites que en esta fase
tuvo la penetración bárbara fue que en ningún sitio cambió la frontera
lingüística entre el mundo latino y el teutónico: ninguna región del Occidente romano
fue lingüísticamente germanizada por ninguno de estos primeros conquistadores.
En el mejor de los casos, su llegada se limitó a dislocar el predominio romano
en los rincones más remotos de las provincias de tal forma que permitió la
reaparición de los idiomas y las
culturas locales
prerromanas: el vasco y el celta experimentaron más avances que el germánico a principios del siglo v.
La vida de estos primeros Estados bárbaros no fue muy duradera.
La expansión franca sojuzgó a los burgundios y expulsó de la Galia a los visigodos. Las
expediciones bizantinas aplastaron a los vándalos en Africa y, tras una larga guerra de desgaste, exterminaron a los
ostrogodos en Italia. Finalmente, los invasores islámicos arrollaron a los
visigodos en Hispania. Detrás quedaron muy pocos rastros de sus respectivos
asentamientos, excepto en los reductos más norteños de Cantabria.
La
siguiente oleada de invasiones fue la
que determinó, de forma profunda y
permanente, el, definitivo mapa dél feudalismo occidental. Los tres episodios
principales de esta segunda fase de la expansión bárbara fueron, por supuesto,
la conquista franca de la Galia ,
la ocupación anglosajona de Inglaterra y –un siglo después y siguiendo una
dinámica propia- el descenso lombardo sobre Italia. El carácter y probablemente
también la magnitud de estas migraciones fueron muy diferentes a los de la
primera oleada[15] ,
porque en todos los casos representaron una
extensión relativamente modesta y lineal desde una base geográfica de partida
adyacente. Los francos habitaban lo que ahora es Bélgica antes de infiltrarse
hacia el sur en la Galia
del Norte. Los anglos y los sajones estaban localizados en las costas alemanas
del mar del Norte, enfrente de las inglesas. Los lombardos se habían congregado
en la Baja Austria
antes de invadir Italia. Las líneas de comunicación entre las nuevas regiones
conquistadas y las patrias recién habitadas eran por tanto muy cortas, de tal
modo que constantemente podían llegar nuevos contingentes de tribus idénticas o
aliadas para reforzar a los primeros emigrantes. El resultado fue un lento y
gradual avance en la Galia ,
una oscura plétora de desembarcos en Inglaterra, y una serie gradual de deslizamientos hacia el sur en
Italia, que poblaron a éstas antiguas provincias romanas mucho más densamente
que las primeras irrupciones militares de la época de los hunos. Únicamente
las primeras invasiones lombardas conservaron el carácter épico de una Volkerwanderung militar propiamente dicha, pero incluso en este caso aflojaron su marcha
y se contuvieron a medida que se extendían más lejos y más profundamente que
la anterior ocupación ostrogoda. Y aunque el po-
der lombardo habría de centrarse en las llanuras del norte, como fue
también el caso de sus predecesores, sus asentamientos extendieron por vez
primera la penetración bárbara hasta el sur de Italia. Las migraciones francas
y anglosajonas fueron continuos movimientos de colonización armada hacia
regiones donde previamente existía un verdadero vacío político. La Ga lia del Norte era la
avanzadilla del último y desamparado ejército romano sesenta años después de
que el sistema imperial hubiera caído en todo el Occidente. El poderío romano
en Britania nunca fue desafiado en el campo de batalla, sino que expiró
dulcemente cuando hubo desaparecido su cordón umbilical con el continente,
recayendo todo el país una vez más en las jefaturas moleculares celtas. La profundidad de esta segunda ola de migraciones puede apreciarse por los cambios lingüísticos que provocó.
Inglaterra fue germanizada en bloque a medida que se extendía la colonización
anglosajona y las márgenes celtas de la isla ni
siquiera suministraron una dosis de vocabulario a la lengua de los
conquistadores, prueba de la tenue romanización de la provincia más
septentrional del Imperio, que evidentemente nunca afectó a la masa de la
población. En el continente, la frontera de las lenguas romances retrocedió
hasta una banda de territorio de 80
a 160
kilómetros de profundidad desde Dunquerque a Basilea, y
de 160 a
320 kilómetros
al sur del Alto Danubio[16]
16.
El franco legó unas 500 palabras al
vocabulario francés y el lombarda alrededor de 300 al italiano (mientras que el
visigótico dejó sólo 60 al español y el suevo cuatro al portugués). La sedimentación cultural
de la segunda ola de conquistas fue mucho más profunda y duradera que la
primera
Una de las principales razones de este fenómeno fue, naturalmente, que
la primera ola ya había barrido completamente toda resistencia organizada por
el sistema imperial en Occidente. Sus propias creaciones fueron meras
imitaciones y se revelaron muy frágiles, y la mayoría de ellas ni siquiera
intentaron ocupar todo el terreno disponible. Las
migraciones siguientes tuvieron ya el peso y el espacio para construir en
Occidente formas sociales más acabadas y duraderas. El rígido y frágil dualismo del siglo v desapareció progresivamente en el VI (excepto en la última fortaleza de los
Estados de la primera generación, la
España
visigoda, donde desapareció en el siglo VII). Gradualmente tuvo lugar un lento proceso de
fusión
que integró a elementos germánicos y romanos en una nueva síntesis que
habría de sustituir a ambos. El más importante de estos acontecimientos -la aparición de un nuevo sistema agrario- es
desafortunadamente el que ofrece una luz más débil a la historiografía
posterior. La economía rural de la
Galia merovingia y de la Italia lombarda es todavía uno de los capítulos
más oscuros en la historia de la agricultura occidental. Con todo, este período
ofrece también algunos hechos evidentes. Ya no se hacía
uso del sistema de hospitalitas. Ni los francos ni los lombardos (y a
fortiori tampoco losanglosajones) procedieron
a un reparto regulado de las propiedades territoriales romanas. En su
lugar parece que se impuso un modelo dual y más amorfo
de asentamiento. Por una parte, los dirigentes francos
y lombardos se limitaron a confiscar en gran escala los latifundios locales,
anexionándolos al tesoro real o distribuyéndolos entre sus séquitos
nobiliarios. La aristocracia senatorial
que sobrevivió en la Galia
del Norte había retrocedido en su mayor parte al sur
del Loira incluso antes de que Clodoveo derrotara al ejército de
Siagrio en el año 476 y tomara posesión de los despojos provinciales de su
victoria. En Italia, los reyes lombardos no
realizaron ningún intento de congraciarse a los terratenientes
romanos, que fueron aniquilados y eliminados donde quiera que pusieron algún
obstáculo a la apropiación de la tierra; algunos fueron reducidos incluso a la condición de esclavos [17]. Así pues, el cambio de manos de la gran propiedad agraria
fue probablemente mucho mayor en la segunda ola de invasiones que en la
primera. Por otra parte, sin embargo, y como la masa
demográfica de las últimas migraciones fue considerablemente superior al de
las primeras y el ritmo de su avance a menudo
más lento y constante, el componente popular y
campesino del nuevo orden rural fue también más señalado. Especialmente
en este período fue cuando las comunidades aldeanas,
que habrían de constituir un rasgo posterior tan sobresaliente del feudalismo
medieval, parecen haber arraigado por vez primera y de
forma notable en Francia y en otras partes. En medio de la inseguridad y
la anarquía de los tiempos, las aldeas se multiplicaron
mientras decaían las villa e como unidades organizadas de producción.
Este fenómeno puede atribuirse, por lo menos en la Galia , a dos procesos
convergentes. El derrumbe del dominio romano
socavó la estabilidad del
instrumento básico de la colonización rural latina, el
sistema de villae. A sus espaldas resurgió ahora un paisaje celta más
antiguo, que mostraba primitivas aldehuelas de cabañas y viviendas campesinas,
oculto por la romanización de la
Galia. Al mismo tiempo, las migraciones de las comunidades
locales germánicas hacia el sur y el oeste -que ya no tuvieron necesariamente
un carácter bélico- llevaron consigo muchas tradiciones agrarias de sus
tierras nativas tribales, menos erosionadas por el tiempo y el viaje que en la
época de las primeras y épicas Volkerwanderungen.
Así reaparecieron en los nuevos asentamientos
de los emigrantes las parcelas alodiales campesinas y las tierras comunales de
la aldea, legados directos de los bosques
nórdicos. Por otra parte, el posterior estado de guerra de la época
merovingia condujo a la captura de nuevos esclavos,
traídos especialmente de las zonas fronterizas de Europa central. En la
confusión y la oscuridad de esta época es imposible
calcular las proporciones de la combinación final de fincas de nobles germanos, tenencias
dependientes, pequeñas propiedades campesinas,
tierras comunales, villae romanas supervivientes y esclavitud rural. Está claro, sin embargo, que en Inglaterra, Francia e Italia, un campesinado nativo
y libre fue inicialmente uno de los
elementos de las migraciones anglosajona, franca y lombarda, aunque su
volumen no puede determinarse. En Italia, las comunidades campesinas lombardas
estaban organizadas en colonias militares, con su propia administración autónoma.
En la Galia , la
nobleza franca recibió tierras y cargos en todo el campo siguiendo un modelo
notablemente distinto del asentamiento rural franco, lo que indica claramente
que los emigrantes del común no eran necesariamente arrendatarios dependientes
del anterior estrato de los optimates[18]
. En Inglaterra, las invasiones angIosajonas
provocaron un colapso rápido y total del sistema de villae, que de todas formas era más precario que en el
continente debido a la limitada extensión de la romanización. En este caso, sin
embargo, los señores bárbaros y los campesinos libres coexistieron también en
diferentes combinaciones después de las migraciones, con una tendencia general
hacia un aumento de la dependencia rural a medida que aparecían unidades políticas
más estables. En Inglaterra, el abismo más abrupto que existía entre los
órdenes romano y germánico condujo posiblemente a un cambio más radical en los
métodos
del cultivo agrícola. En todo caso, el modelo de los asentamientos
rurales anglosajones contrastaba notablemente con el de la agricultura romana
que le había precedido y prefiguraba algunos de los más importantes cambios de
la posterior agricultura feudal. Mientras las fincas romanas estaban situadas
normalmente en terrenos montañosos con suelos ligeros, que se parecían a los
de tipo mediterráneo y podían cultivarse con arados superficiales de madera,
las anglosajonas estaban situadas habitualmente en valles con suelos densos y
húmedos, cuyos habitantes utilizaban arados de hierro; mientras la agricultura
romana tenía un componente pastoril más importante, los invasores anglosajones
tendieron a despejar grandes zonas de bosque y pantanos para convertirlas en
tierras cultivables[19]
. Las dispersas aldehuelas celtas
dieron pasos a aldeas centralizadas, en las que se combinaba la propiedad
individual de las tierras campesinas con el coarado colectivo de los campos
abiertos. Los jefes y señores locales consolidaron sus poderes personales por
encima de estos asentamientos y a mediados del siglo VII ya se había afirmado en la Inglaterra anglosajona
una aristocracia legalmente definida y hereditaria[20]
.
Así, esta segunda
ola de invasiones, a la vez que producía por doquier una aristocracia germánica
dotada de fincas más extensas que nunca, pobló también el campo con duraderas
comunidades aldeanas y con núcleos de pequeña propiedad campesina. Al
mismo tiempo, también surtió con frecuencia a la esclavitud
agrícola de prisioneros de guerra de la época[21].
Sin embargo, todavía no pudo organizar estos
dispares elementos de la economía rural de la Edad Media en un nuevo
y coherente modo de producción.
Políticamente, la segunda oleada de invasiones marcó o presagió el fin
de las administraciones y los derechos dualistas con la desaparición del legado
jurídico romano. Los lombardos no hicieron nada para repetir en Italia el
paralelismo ostrogodo, sino que refundieron el sistema civil y jurídico del
país en las regiones que habían ocupado, promulgando un nuevo código legal
basado en las normas tradicionales germánicas, pero redactado en latín, que muy
pronto predominó sobre el dere-
cho romano. Los reyes
merovingios conservaron un doble sistema legal, pero con la creciente anarquía
de su reinado, los recuerdos y las normas latinas se desvanecieron
progresivamente. El derecho germánico pasó a ser gradualmente el dominante,
mientras los impuestos
sobre la tierra, heredados de Roma, se derrumbaron ante la resistencia de la
población y de la Iglesia
a una fiscalidad que ya no correspondía a un servicio público ni a un Estado
centralizado. La recaudación de impuestos desapareció progresivamente de los
reinos francos. En Inglaterra, el derecho y la administración romanos ya
habían desaparecido casi por completo antes de la llegada de los anglosajones,
de tal forma que nunca se planteó este problema. Incluso en la España visigoda, el único
Estado bárbaro cuyos orígenes se remontaban a la primera oleada de invasiones,
el derecho y la administración dualistas llegaron a su fin en los últimos años
del siglo VII,
cuando la
monarquía de Toledo abolió definitivamente el legado romano y sometió a toda
la población a un sistema godo modificado [22]22. Por otra
parte, y a la inversa, el separatismo religioso germánico comenzó a desaparecer.
Los francos adoptaron directamente el catolicismo con el bautismo de Clodoveo
en los últimos años del siglo v, después de su victoria sobre los alamanes.
Los anglosajones fueron convertidos gradualmente del paganismo en el siglo VII por
las misiones romanas. Los visigodos abandonaron en España su arrianismo con la
conversión de Recaredo en el 587. El reino 10mb ardo aceptó el catolicismo en
el año 653. Pari passu con estos cambios se produjo un constante
intercambio matrimonial y un proceso de asimilación de las dos clases terratenientes,
la romana y la germana, allí donde coexistían. Este proceso fue más limitado en
Italia por el exclusivismo lombardo y el revanchismo bizantino, que impidieron entre
ambos la pacificación duradera de la península; por otra parte, su conflicto
echó las bases de la división secular entre norte y sur en épocas posteriores.
Pero en la Galia
avanzó ininterrumpidamente bajo el dominio merovingio. A comienzos del siglo VII estaba
sustancialmente tenninado con la consolidación de una sola aristocracia rural,
cuyo carácter no era ya senatorial ni de séquito. La mezcla similar de las
ramas romana y gennánica en la
Iglesia exigió mucho más tiempo: prácticamente todos los
obispos de, la Galia continuaron
siendo romanos durante la ma yor parte del siglo VI, y en la jerarquía eclesiástica la
fusión étnica completa no tuvo lugar hasta el siglo VIII [23].
La superposición de meras adaptaciones dualistas a las formas imperiales
romanas no produjo, sin embargo, una nueva fórmula política, sólida y permanente,
a finales de la Edad Me dia.
En todo caso, el abandono de las tradiciones avanzadas de la Antigüedad clásica
condujo a una regresión en el grado de complejidad y de eficacia de los Estados
sucesores, agravada por las consecuencias de la expansión islámica en el Mediterráneo
a partir de principios del siglo' VII, que paralizó el comercio y bloqueó a Europa occidental en un aislamiento
rural. Es posible que las mejoras climáticas del siglo VII, que en Europa se plasmaron en un ciclo de tiempo algo más
cálido y seco, y el aumento en el crecimiento demográfico beneficiaran a la
economía rural[24] . Pero en la confusión política de la época poco se
puede apreciar el influjo de esos progresos. Las monedas de oro desaparecieron
después del año 650, a consecuencia tanto de los endémicos déficits
comerciales con el Oriente bizantino como de las conquistas árabes. La
monarquía merovingia se mostró incapaz de mantener el control de la acuñación
de monedas, que se degradó y dispersó paulatinamente. En la Galia , los impuestos
públicos cayeron en el olvido; la diplomacia se entumeció y se hizo más
limitada; la administración se embotó y se redujo. Los Estados lombardos de
Italia, divididos y debilitados por los enclaves bizantinos, permanecieron
siempre primitivos y a la defensiva. En estas condiciones, es lógico
que la realización positiva más importante de los Estados bárbaros fuera quizá
la misma conquista de Germania, llevada a cabo en el siglo VI por las campañas merovingias hasta el río Wéser [25].
Estas adquisiciones integraron por vez
primera a las tierras de las que procedían las migracior..es en el mismo
universo político que las antiguas provincias imperiales y, en consecuencia,
unificaron en un solo orden territorial y
cultural a las dos zonas cuyo conflicto inicial había dado origen a la Edad Oscura. El
descenso de los niveles institucionales de la civilización urbana en la Galia franca acompañaron y permitieron su elevación relativa en la Germania bávara y alamana. Sin embargo, incluso en este campo, la administración merovingia fue singularmente tosca y pobre: los condes enviados a gobernar más allá del Rin no introdujeron ni la escritura, ni la moneda, ni el cristianismo. En sus estructuras económicas, sociales y políticas, Europa occidental había dejado atrás el precario dualismo de las primeras décadas que siguieron a la Antigiiedad; había tenido lugar, entre tanto, un áspero proceso de mezcolanza, pero los resultados todavía eran informes y heteróclitos. Ni la simple yuxtaposición ni una tosca mezcla podían dar origen a un nuevo modo de producción general, capaz de salir del callejón sin salida de la esclavitud y el colonato, y con él un nuevo orden ..social internamente coherente. En otras palabras, únicamente una auténtica síntesis podía conseguir esto. Sólo unas pocas señales premonitoras anunciaban la llegada a esa meta final. La más llamativa fue la aparición, evidente ya en el siglo VI, de sistemas antroponímicos y toponímicos completamente nuevos -que combinaban elementos lingiiísticos germánicos y romanos en unidades organizadas extrañas a ambos- en las tierras fronterizas situadas entre la Galia y Germania 26. La lengua hablada, lejos de seguir siempre a los cambios materiales, puede en ocasiones anticiparse a ellos.
[1] El
único dato digno de confianza sobre el volumen de las primeras invasiones es
que la comunidad vándala, contada por sus jefes antes de cruzar África del
Norte, tenía 80.000 miembros, que formaban un ejército de unos 20' a 25.000
hombres: véase C. Courtois, Les
van da les et l’,Afrique, París, 1955, pp. 215-21. La
mayor parte de los pueblos germánicos que irrumpieron por las fronteras
imperiales en esta época tenían probablemente un tamaño similar, y sus
ejércitos rara vez sumaban más de 20.000 hombres. RusselI estima que alrededor
del 500 d. C. la máxima población bárbara posible dentro del antiguo Imperio
de Occidente no ascendía a más de un millón de un total de 16 millones de
habitantes. J.
C. Russdl, Population in Europe, 500-1500, Londres, 1969, ,p. 21.
[2] La descripción más completa de los diversos convenios de hospitalitas
es la de F. Lot, “Du régime de
l'hospitalité”, Recueil des travaux historiques de Ferdinand Lot, Ginebra,
1970, pp. 63-99; véase también Jones, The later Roman Empire, 11, pp. 249-53; 111, p. 46.
[3] Esta es la reconstrucción de Thompson: “The Visigoths from Fritigern to Euric” Historia,
vol. XII, 1963, pp. 120-1, que es el más agudo
de los recientes análisis de las consecuencias sociales de esos asentamientos.
Bloch creía que las sortes se distribuían, dentro de la
comunidad tribal, por rangos y de forma desigual, a partir de un fundo
compuesto por todas las tierras confiscadas, creando así, desde el principio,
grandes terratenientes germánicos y pequeños campesinos más que arrendatarios
dependientes; pero, aunque esta hipótesis sea correcta, el resultado final
probablemente no habría sido muy diferente; Mélanges Historiques,
1, pp. 134-5
[4] E. A. Thompson, “The Barbarian kingdoms in Gaul and Spain ”, Nottingham Mediaeval Studies, VII, 1963, p. 11.
[5] Thompson, “The Visigoths from Fritigern to Euric”,
pp. 105-26, ofrece una admirable descripción de este complicado itinerario
geopolítico.
[6] Para el proceso de transición de los vándalos desde un
tribalismo conciliar a una autocracia real, obstaculizada por el sistema
sucesorio tanistry, véase Courtois, Les vandales et l'Afrique, pp.
234-48
[7] Díe Grenzen der germanischen
Gefolgschaft., Zeitschrift der Savigny-Stiftung fur Rechstgeschichte
(Germanistische Abteilung), LXXXVI,
1956, pp. 1-83, que afirma,
apoyándose ampliamente en pruebas filológicas, que los séquitos libres
propiamente dichos fueron un fenómeno relativamente raro, inicialmente
limitado al sur de Alemania, y no deben confundirse con los servidores
militares no libres o Díenstmanner, que en su opinión estaban mucho más extendidos. Sin embargo, el
propio Kuhn vacila ante el problema de si los séquitos tribales existieron
durante las Volkerwanderungen, y finalmente parece admitir su presencia (compárense pp.
15-16, 19-20, 79, 83). En realidad, el problema de la Gefolgschaft no puede resolverse verdaderamente
recurriendo a la filología: el mismo término es de acuñación moderna. La
impureza de sus formas era inherente a la inestabilidad de las formaciones
sociales tribales que aparecieron en Germania antes y después de las invasiones: los
servidores no libres, cuyos posteriores descendientes fueron los ministeriales medievales,
pudieron dar paso a seguidores libres con desplazamientos en las relaciones
sociales, y viceversa. Las circunstancias de la época permitían
frecuentemente poca precisión etimológica o jurídica en la definición de los
grupos armados que rodeaban a los sucesivos jefes tribales. Naturalmente, la
territorialización política que siguió a las invasiones produjo, a su vez. más
organismos mixtos y de
transición del tipo arriba esbozado. Para una vigorosa refutación de las tesis
de Kuhn, véase Walter Schlesinger, ~Randbemerkungen zu drei Aufsatzen tiber
Sippe, Gefolgschaft und Treue» Beitrage zur
deutschen Verfassungsgeschichte des Mittelalters, volumen 1,
Gotinga, 1963, pp. 296-316.
[10] Vogt niega esto en The decline
of Rome , pp. 218-20. Pero las pruebas acumuladas por
Thompson en su ensayo «Christianity and the Northern Barbarians», en A.
Momigliano (comp.), The conflict
between paganism and christianity in the fourth century, Oxford , 1963, pp. 56-78, parecen convincentes. En
esta época, la única excepción parece haber sido el escaso contingente de
rugios convertidos en la
Baja Austria antes del año 482
[11] La pretensión de Momigliano de que
una de las razones de la importancia del cristianismo en el tardío Imperio
romano fue que tenía un programa para integrar a los bárbaros por medio de la
conversión, mientras que el paganismo clásico sólo ofrecía la exclusión, parece
pura fantasía: The conflict between paganism and
christianity in the fourth century, pp. 14-5. En realidad, la
Iglesia católica no hizo prácticamente ninguna labor
proselitista oficial entre los pueblos germánicos en estas fechas.
Nottingham Mediaeval
Studies, IV, 1960, pp. 30-1;
Jones, The late Roman
Empire , II, p. 263.
[13] Santo
Mazzarino, «Si puo parlare di rivoluzione sociale alla fine del mondo antico?», Centro ltaliano di Studi sull'Alto Medioevo, Settimani
di Spoleto, IX, 6-12 de abril de 1961, pp.
415-6, 422. Mazzarino cree que los campesinos
insurgentes de Panonia participaron en las invasiones vándalo-alanas de Galia
del ano 406, lo que representaría el único caso de alianza bárbaro-campesina
contra el Estado imperial. Pero la evidencia sugiere que las fuentes del siglo v
se refieren en realidad a los antiguos federados ostrogodos, asentados
temporalmente en Panonia en medio de la población local. Véase Laszlo Varady, Das letzte Jahrhundert Pannoniens (376476), Amsterdam, 1969, pp. 218 ss. Por otra parte, la indicación de
Thompson de que los visigodos y los burgundios podían haber sido asentados
hasta cierto punto por las autoridades romanas en Aquitania y Saboya para
sofocar el peligro de las insurrecciones locales de los bagaudes es,
posiblemente, una suposición incorrecta: «The settlement of the barbarians in
Southern Gaul» , The Joumal of Roman Studies, XLVI, 1956, pp. 65-75.
[14] Thompson, «The Barbarian kingdoms
in Gaul and Spain »,
pp. 25-7; Robert Boutruche, Seigneurie et féodalité, París, 1959, 1, p. 235. “Señorío y feudalismo”, Buenos Aires,
Siglo XXI, 1973,] Los
aspectos legales y militares de la esclavitud visigoda
están documentados en Thompson, The
Goths -"¡min, Oxfol'Ll. 1<)(,9. pp, 267·74, 3111·JC)
[f.o.\' I/odo,\' t'l/
FSf1(//lo,
Madrid, AILlIlr'I, 1'J'lI1.
y •. ,,11 IIwyor rxf('"lls¡"lIl ("11 ClliIr/('"S V("llllId"II, 1,','"
dlll'II,,~ ,r'JlU 1'/:'1101'" ","'¡i,'I'o¡J.-, 1. 'hu).u, I'l~~,
pp. 1II 101
118
[15] Para
una comparación de las dos oleadas de migraciones, véase Lucien Musset, Les invasions. Les vagues germaniques, París, 1965, páginas 116-7
ss, [Las invasiones. Las
oleadas germánicas, Barcelona, Labor, 1967.] El libro de Musset es, con mucho, la obra de
síntesis más clarividente sobre todo el período. 119
120
121
122
[21] Para la
continua importancia de los esclavos a finales de la Alta Edad Media, véase
Georges Duby, Guerriers et
paySallS, París, 1973, pá:,inas
41-3_ [Guerreros y campesinos, Madrid, Siglo XXI, 1976.]
123
[22] Para
los posibles antecedentes históricos de este proceso, véase Thompson, The Goths in Spain, pp. 216-7
[24] Esta hipótesis es formulada por Duby: Guerriers et paysans, páginas 17-19. Pero
las pruebas son demasiado escasas para deducir conclusiones fehacientes. En
general, Duby tiende a presentar de esta época una interpretación más optimista
que otros historiadores. Así, considera la desaparición de la moneda de oro
como un signo de la revitalización del comercio, y las monedas de plata más
pequeñas de esta época, como un índice de transacciones comerciales más fluidas
y
frecuentes, es decir, lo contrario de la opinión habitual
sobre la historia monetaria merovingia.
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