martes, 10 de mayo de 2016

TIPOLOGIA DE LAS FORMACIONES SOCIALES

2. TIPOLOGIA DE LAS FORMACIONES SOCIALES
  Hasta aquí hemos analizado la génesis del feudalismo en Euro­pa occidental como una síntesis de elementos liberados por la convergente disolución de los modos de producción primitivo ­comunal y esclavista. Hemos esbozado después la estructura constitutiva del modo de producción feudal desarrollado como tal en Occidente. Queda ahora por mostrar brevemente de qué forma la naturaleza intrínseca de esta síntesis produjo una ti­pología variada de formaciones sociales en la época medieval, ya que el modo de producción que acabamos de esbozar nunca existió en «estado puro» en ninguna parte de Europa, del mismo modo que tampoco existiría más adelante el modo de pro­ducción capitalista. Las formaciones sociales concretas de la Europa medieval siempre fueron sistemas complejos, en los que sobrevivieron y se entremezclaron con el feudalismo pro­piamente dicho otros modos de producción: los esclavos, por ejemplo, existieron durante toda la Edad Media, y los campesinos libres nunca fueron liquidados por completo en parte alguna durante la Edad Oscura. Así pues, es esencial analizar, aunque sea muy rápidamente, la diversidad del mapa del feu­dalismo occidental tal como se presentó a partir del siglo IX. Las historiadoras soviéticas Liublinskaia, Gutnova y Udaltsova han propuesto correctamente una clasificación tripartita [1]. En efecto, la región central del feudalismo europeo fue aquella en la que tuvo lugar una «síntesis equilibrada» de elementos romanos y germánicos, esencialmente el norte de Francia y sus (P155) zonas limítrofes, esto es, el corazón del Imperio carolingio[2] . Al sur de esta zona, en Provenza, Italia y España la disolución y recombinación de los modos de producción bárbaro y antiguo tuvo lugar bajo el legado dominante de la Antigüedad. Al nor­te y al este, en Alemania, Escandinavia e Inglaterra, donde el dominio romano nunca había llegado o sólo había echado pe­queñas raíces, se produjo por el contrario, una lenta transi­ción hacia el feudalismo bajo el predominio indígena de la he­rencia bárbara. La síntesis «equilibrada» generó el feudalismo de forma más rápida y completa y produjo su forma clásica, que a su vez tuvo un gran impacto sobre zonas exteriores con un sistema feudal menos articulado[3] . Aquí fue donde apareció por vez primera la servidumbre, donde se desarrolló un siste­ma señorial, donde la justicia señorial fue más profunda y, en fin, la subinfeudación jerárquica fue más tupida. Por su parte, los sub tipos del norte y del sur se distinguieron simétricamente por la presencia de fuertes vestigios de sus respectivos modos de producción anteriores. En Escandinavia, Alemania y la In­glaterra anglosajona, un campesinado alodial con fuertes ins­tituciones comunales mantuvo, hasta mucho después del co­mienzo de una diferenciación jerárquica estable en la sociedad rural, el desarrollo de los vínculos de dependencia y la conso­lidación en una aristocracia terrateniente de los guerreros de clan. La servidumbre no se introdujo en Sajonia hasta los si­glos XII y XIII y en sentido estricto nunca se estableció en Sue­cia. Por otra parte, en Italia y en las regiones adyacentes la civilización urbana de la Antigüedad tardía nunca desapareció por completo, y a partir del siglo x floreció una organización política municipal, mezclada con el poder eclesiástico allí donde la Iglesia había heredado la posición del viejo patriciado sena­torial, a la vez que las concepciones legales romanas sobre la propiedad como algo libre, heredable y alienable definieron (p.157) desde el principio las normas feudales sobre la tierra[4]. El mapa del temprano feudalismo europeo comprendía, pues, esencial­mente, tres zonas que se extendían de norte a sur, delimitadas a grandes rasgos por la densidad respectiva de alodios, feudos y ciudades.
En este marco es posible esbozar ahora algunas de las prin­cipales diferencias que existían entre las principales formacio­nes sociales de Europa occidental en esta época y que tendrán con frecuencia importantes repercusiones ulteriores. En cada uno de estos casos, nuestro objetivo principal será el modelo de las relaciones rurales de producción, la extensión de los en­claves urbanos y, especialmente, el tipo de Estado político que surgió en la Alta Edad Media. Este último objetivo estará do­minado inevitablemente por el estudio de los orígenes y vicisi­tudes de la monarquía en los diversos países de Europa occi­dental.
Francia, al ser la patria central del feudalismo europeo, puede estudiarse con relativa brevedad. En efecto, el norte de Francia siempre se ajustó al arquetípico sistema feudal más estrechamente que ninguna otra región del continente. El co­lapso del Imperio carolingio en el siglo IX fue seguido por un torbellino de guerras internas y de invasiones nórdicas. En me­dio de la anarquía y la inseguridad generales tuvo lugar una universal fragmentación y localización del poder nobiliario, que se concentró progresivamente a lo largo de todo el país en fortalezas y castillos selectos en unas condiciones que acelera­ron la dependencia de un campesinado expuesto a la constante amenaza de las rapiñas vikingas o musulmanas[5] . En esta época inhóspita, el poder feudal se pegó, pues, a la tierra con una fuerza singular. Las severas jurisdicciones señoriales sobre una masa rural caída en servidumbre, que había perdido todos sus tribunales populares, prevalecieron prácticamente por doquier, aunque el sur, donde fue mayor la impronta de la Antigüedad, quedó algo menos feudalizado, con una mayor proporción de tierras nobles poseídas directamente y no como feudo y con (p.157)  una superior población campesina no dependiente[6] . El carác­ter más orgánico del feudalismo del norte le aseguró la inicia­tiva económica y política durante toda la Edad Media. Sin embargo, a finales del siglo x y principios del XI el modelo general francés formaba una jerarquía feudal insólitamente ex­tensa, construida de abajo arriba, a menudo con múltiples vínculos de subinfeudación. El complemento de este sistema vertical era una extrema división territorial. A finales del si­glo X había más de 50 divisiones políticas diferentes en el con­junto del país. Seis grandes potentados ejercían un poder pro­vincial autónomo: los duques o condes de Flandes, Normandía, Francia, Borgoña, Aquitania y Toulouse. El ducado de Francia fue el que finalmente proveyó el núcleo para la construcción de una nueva monarquía francesa.
Inicialmente confinada a un débil enclave en la región de Laon-París, la casa real capeta consolidó lentamente su base y afianzó progresivamente los derechos de soberanía sobre los grandes ducados a fuerza de agresión militar, ayuda clerical y alianzas matrimoniales. Los primeros grandes arquitectos de su poder fueron Luis VI y Sigerio, que pacificaron y unificaron el propio ducado de Francia. El auge de la monarquía capeta en los siglos XII Y XIII estuvo acompañado por un notable pro­greso económico, con extensas roturaciones de tierra tanto en el dominio real como en los de sus vasallos ducales y condales, y con la aparición de florecientes comunas urbanas, particular­mente en el lejano norte. El reinado de Felipe Augusto a co­mienzos del siglo XIII fue decisivo para el establecimiento del poder monárquico como un verdadero reino sobre los ducados: Normandía, Anjou, Maine, Turena y Artois fueron anexionados al dominio real, que triplicó su extensión. La inteligente adhe­sión de las ciudades del norte reforzó todavía más el poder mi­litar de los Capetos. Sus soldados y sus transportes fueron los que aseguraron la decisiva victoria francesa sobre las fuerzas angloflamencas en Bouvines en el año 1212, momento crucial en las luchas políticas internacionales de la época. Luis VIII, sucesor de Felipe Augusto, tomó triunfalmente la mayor parte del Languedoc y extendió así el dominio capeto hasta el Mediterráneo. (p.158)   Para administrar las tierras directamente bajo el con­trol real se creó un funcionariado relativamente amplio y leal de baillis y séneschaux. Sin embargo, el tamaño de esta buro­cracia era un índice no tanto del poder intrínseco de los reyes franceses cuanto de los problemas a los que se enfrentaba toda administración unitaria del país[7] . La peligrosa conversión de las regiones recién adquiridas en infantazgos controlados por príncipes capetos menores era tan sólo otro signo de las difi­cultades inherentes a esta tarea, porque mientras tanto subsis­tía el poder independiente de los magnates de las provincias y tenía lugar una fortificación similar de sus aparatos adminis­trativos. El proceso básico que se produjo en Francia fue, pues, una lenta «centralización concéntrica», en la que el grado de control real ejercido desde París era todavía muy precario. Des­pués de las victorias de Luis IX y de Felipe el Hermoso, esta inestabilidad interna se hizo demasiado evidente. En las prolon­gadas guerras civiles de los próximos tres siglos (guerra de los Cien Años y guerras de religión) el armazón de la unidad feu­dal francesa fue repetida y peligrosamente rasgado, sin que nunca llegara a dividirse definitivamente.
                                                                               [….]



[1]A. D. Liublinskaia, «.Tipologiia Rannevo Feodalizma v Zapadnoi Evro­pe i Problema Romano-Germanskovo Sinteza», Srednie Veka, fasc. 31,, pp.  1968, pp.9-17; Z. V. Udaltsova y E. V. Gutnova, «Genezis Feodalizma v Stranaj Evropy», 13th World Congress of Historical Sciences, Moscú, 1970. ni problema de una tipología fue planteado anterior y brevemente por Porshnev en su Feodalizm i Narodni Massi, citado más arriba, pp. 507-18. ni artículo de Udaltsova y Gutnova es serio y minucioso, aunque no siempre puedan aceptarse sus particulares conclusiones. Las autoras con­sideran al Estado bizantino de comienzos de la Edad Media como una de las variantes del feudalismo, con una seguridad que es difícil com­partir.
[2]Para una reciente tentativa de identificar cinco sub tipos regionales dentro del feudalismo que apareció en la Galia pos bárbara, véase A. Ya. Shevelenko, «K Tipologii Genezisa Feodalizma», Voprosy Istorii, enero de 1971, pp. 97-107.
[3] La expansión de las relaciones feudales por toda Europa siempre fue topográficamente desigual dentro de cada una de las principales re­giones. Las zonas montañosas ofrecieron en todas partes resistencia a. la organización señorial, que era intrínsecamente difícil de imponer y poco rentable de mantener en las altiplanicies rocosas y estériles. De ahí que las montañas tendieran a conservar bolsas de comunidades campesinas pobres pero independientes, económica y culturalmente más atrasadas que las llanuras señorializadas y capaces de defender militarmente sus magras fortalezas.

[4] Los alodios germánicos siempre fueron diferentes de la propiedad romana, ya que al ser una forma de transición entre la propiedad co­munal e individual de la tierra en las aldeas constituían un tipo de pro­piedad privada sujeto todavía normalmente a obligaciones y ciclos con­suetudinarios dentro de la comunidad y no eran libremente alienables

[5]  La descripción de esta época realizada por Bloch en la primera parte de La société féodale es justamente célebre. Para la expansión de los castillos, véase Boutruche, Seigneurie et féodalité, u, París, 1970, páginas 31-9
[6] Esta configuración estuvo acompañada por la mayor supervivencia de la esclavitud en el sur de Francia durante toda la Edad Media: para el tráfico renovado de esclavos a partir del siglo XIII, véase Verlinden, L'esclavage médiéval, 1, pp. 748-833. Como veremos más adelante, hay una repetida correlación entre la presencia de esclavos y el carácter in­completo de la servidumbre en diferentes regiones de la Europa feudal.

[7] Para el sistema administrativo de los Capetos, véase Charles Petit­-Dutaillis, Feudal monarchy in England and France, Londres, 1936, páginas 233·58.

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