2. TIPOLOGIA DE LAS FORMACIONES SOCIALES
Hasta aquí hemos analizado la génesis del
feudalismo en Europa occidental como una síntesis
de elementos liberados por la
convergente disolución de los modos de
producción primitivo comunal y esclavista.
Hemos esbozado después la estructura
constitutiva del modo de producción feudal desarrollado como tal en Occidente. Queda
ahora por mostrar brevemente de qué forma la naturaleza intrínseca de esta
síntesis produjo una tipología variada
de formaciones sociales en la época medieval, ya que el modo de producción
que acabamos de esbozar nunca existió en «estado puro» en ninguna parte de
Europa, del mismo modo que tampoco existiría más adelante el modo de producción
capitalista. Las formaciones
sociales concretas de la Europa
medieval siempre fueron sistemas complejos, en los que sobrevivieron y se
entremezclaron con el feudalismo propiamente dicho otros modos de producción:
los esclavos, por ejemplo, existieron durante toda la Edad Media , y los
campesinos libres nunca fueron liquidados por completo en parte alguna durante la Edad Oscura. Así
pues, es esencial analizar, aunque sea muy rápidamente, la diversidad del mapa
del feudalismo occidental tal como se presentó a partir del siglo IX. Las
historiadoras soviéticas Liublinskaia, Gutnova y Udaltsova han propuesto
correctamente una clasificación
tripartita [1]. En
efecto, la región central del
feudalismo europeo fue aquella en la que
tuvo lugar una «síntesis equilibrada» de
elementos romanos y germánicos, esencialmente el norte de Francia y sus
(P155) zonas limítrofes, esto es, el
corazón del Imperio carolingio[2] . Al sur
de esta zona, en Provenza, Italia y España la disolución y recombinación de los modos de producción
bárbaro y antiguo tuvo lugar bajo el legado
dominante de la
Antigüedad. Al norte y al este, en Alemania,
Escandinavia e Inglaterra, donde el dominio romano nunca había llegado o sólo
había echado pequeñas raíces, se
produjo por el contrario, una lenta transición hacia el feudalismo bajo el predominio indígena de la herencia bárbara. La síntesis «equilibrada» generó el feudalismo
de forma más rápida y completa y produjo su forma clásica, que a su vez
tuvo un gran impacto sobre zonas exteriores con un sistema feudal menos
articulado[3] . Aquí
fue donde apareció por vez primera la servidumbre,
donde se desarrolló un sistema señorial,
donde la justicia señorial fue más
profunda y, en fin, la subinfeudación
jerárquica fue más tupida. Por su parte, los sub tipos del norte y del sur
se distinguieron simétricamente por la presencia de fuertes vestigios de sus
respectivos modos de producción anteriores. En Escandinavia, Alemania y la In glaterra anglosajona, un
campesinado alodial con fuertes instituciones comunales mantuvo, hasta mucho
después del comienzo de una diferenciación jerárquica estable en la sociedad
rural, el desarrollo de los vínculos de dependencia y la consolidación en una aristocracia terrateniente
de los guerreros de clan. La servidumbre no se introdujo en Sajonia hasta los
siglos XII y XIII y en
sentido estricto nunca se estableció en Suecia. Por otra parte, en Italia y en las
regiones adyacentes la civilización urbana de la Antigüedad tardía nunca
desapareció por completo, y a partir del siglo x floreció una organización
política municipal, mezclada con el poder eclesiástico allí donde la Iglesia había heredado la
posición del viejo patriciado senatorial, a la vez que las concepciones
legales romanas sobre la propiedad como algo libre, heredable y alienable
definieron (p.157) desde el principio las normas feudales sobre la tierra[4]. El mapa del temprano feudalismo europeo comprendía, pues, esencialmente, tres
zonas que se extendían de norte a
sur, delimitadas a grandes rasgos por la densidad respectiva de alodios, feudos y ciudades.
En este marco es
posible esbozar ahora algunas de las principales diferencias que existían entre las principales formaciones sociales de
Europa occidental en esta época y que tendrán con frecuencia importantes
repercusiones ulteriores. En cada uno de estos casos, nuestro objetivo principal será el modelo de las relaciones rurales de producción, la extensión de los enclaves urbanos y, especialmente, el tipo de Estado político
que surgió en la Alta Edad
Media. Este último objetivo estará dominado inevitablemente por el estudio
de los orígenes y vicisitudes de la monarquía en los diversos países de Europa
occidental.
Francia, al ser la patria central del
feudalismo europeo, puede estudiarse con relativa brevedad. En efecto, el norte
de Francia siempre se ajustó al arquetípico sistema feudal más estrechamente
que ninguna otra región del continente. El colapso del Imperio carolingio en
el siglo IX fue
seguido por un torbellino de guerras internas y de invasiones nórdicas. En medio
de la anarquía y la inseguridad generales tuvo lugar una universal
fragmentación y localización del poder nobiliario, que se concentró
progresivamente a lo largo de todo el país en fortalezas y castillos selectos
en unas condiciones que aceleraron la dependencia de un campesinado expuesto a
la constante amenaza de las rapiñas vikingas o musulmanas[5] . En esta época inhóspita, el
poder feudal se pegó, pues, a la tierra con una fuerza singular. Las severas
jurisdicciones señoriales sobre una masa rural caída en servidumbre, que había
perdido todos sus tribunales populares, prevalecieron prácticamente por
doquier, aunque el sur, donde fue mayor la impronta de la Antigüedad , quedó algo
menos feudalizado, con una mayor proporción de tierras nobles poseídas
directamente y no como feudo y con (p.157)
una superior población campesina no dependiente[6] . El carácter
más orgánico del feudalismo del norte le aseguró la iniciativa económica y
política durante toda la
Edad Media. Sin embargo, a finales del siglo x y principios
del XI el modelo general francés
formaba una jerarquía feudal insólitamente extensa, construida de abajo
arriba, a menudo con múltiples vínculos de subinfeudación.
El complemento de este sistema vertical era una extrema división territorial. A
finales del siglo X había más de 50 divisiones políticas diferentes en
el conjunto del país. Seis grandes potentados ejercían un poder provincial
autónomo: los duques o condes de Flandes, Normandía, Francia, Borgoña,
Aquitania y Toulouse. El ducado de Francia fue el que finalmente proveyó el
núcleo para la construcción de una nueva monarquía francesa.
Inicialmente confinada a un
débil enclave en la región de Laon-París, la casa real capeta consolidó
lentamente su base y afianzó progresivamente los derechos de soberanía sobre
los grandes ducados a fuerza de agresión militar, ayuda clerical y alianzas
matrimoniales. Los primeros grandes arquitectos de su poder fueron Luis VI y
Sigerio, que pacificaron y unificaron el propio ducado de Francia. El auge de
la monarquía capeta en los siglos XII Y XIII estuvo acompañado por un notable progreso económico, con
extensas roturaciones de tierra tanto en el dominio real como en los de sus
vasallos ducales y condales, y con la aparición de florecientes comunas
urbanas, particularmente en el lejano norte. El reinado de Felipe Augusto a comienzos
del siglo XIII fue decisivo para el establecimiento del poder monárquico como un verdadero
reino sobre los ducados: Normandía, Anjou, Maine, Turena y Artois fueron
anexionados al dominio real, que triplicó su extensión. La inteligente adhesión
de las ciudades del norte reforzó todavía más el poder militar de los Capetos.
Sus soldados y sus transportes fueron los que aseguraron la decisiva victoria
francesa sobre las fuerzas angloflamencas en Bouvines en el año 1212, momento
crucial en las luchas políticas internacionales de la época. Luis VIII, sucesor de Felipe Augusto,
tomó triunfalmente la mayor parte del Languedoc y extendió así el dominio
capeto hasta el Mediterráneo. (p.158)
Para administrar las tierras directamente bajo el control real se creó
un funcionariado relativamente amplio y leal de baillis y séneschaux. Sin embargo, el tamaño de esta burocracia era un índice no tanto del poder
intrínseco de los reyes franceses cuanto de los problemas a los que se
enfrentaba toda administración unitaria del país[7] . La peligrosa conversión de las
regiones recién adquiridas en infantazgos controlados por príncipes capetos
menores era tan sólo otro signo de las dificultades inherentes a esta tarea,
porque mientras tanto subsistía el poder independiente de los magnates de las
provincias y tenía lugar una fortificación similar de sus aparatos administrativos.
El proceso básico que se produjo en Francia fue, pues, una lenta
«centralización concéntrica», en la que el grado de control real ejercido desde
París era todavía muy precario. Después de las victorias de Luis IX y de
Felipe el Hermoso, esta inestabilidad interna se hizo demasiado evidente. En
las prolongadas guerras civiles de los próximos tres siglos (guerra de los
Cien Años y guerras de religión) el armazón de la unidad feudal francesa fue
repetida y peligrosamente rasgado, sin que nunca llegara a dividirse
definitivamente.
[….]
[1]A. D. Liublinskaia, «.Tipologiia Rannevo Feodalizma v
Zapadnoi Evrope i Problema Romano-Germanskovo Sinteza», Srednie
Veka, fasc. 31,, pp. 1968, pp.9-17; Z. V.
Udaltsova y E. V. Gutnova, «Genezis Feodalizma v Stranaj Evropy», 13th
World Congress of Historical Sciences, Moscú, 1970. ni
problema de una tipología fue planteado anterior y
brevemente por Porshnev en su Feodalizm i Narodni Massi, citado más arriba, pp. 507-18. ni artículo de Udaltsova y Gutnova es serio y minucioso, aunque no siempre puedan aceptarse sus particulares
conclusiones. Las autoras consideran al Estado bizantino de comienzos de la Edad Media como una de
las variantes del feudalismo, con una seguridad que es difícil compartir.
[2]Para una reciente tentativa de identificar cinco sub tipos
regionales dentro del feudalismo que apareció en la Galia pos bárbara, véase A.
Ya. Shevelenko, «K Tipologii Genezisa Feodalizma», Voprosy
Istorii, enero de 1971, pp. 97-107.
[3] La expansión
de las relaciones feudales por toda Europa siempre fue topográficamente
desigual dentro de cada una de las principales regiones. Las zonas montañosas
ofrecieron en todas partes resistencia a. la organización señorial, que era
intrínsecamente difícil de imponer y poco
rentable de mantener en las altiplanicies rocosas y estériles. De ahí que las
montañas tendieran a conservar bolsas de comunidades campesinas pobres pero
independientes, económica y culturalmente más atrasadas que las llanuras
señorializadas y capaces de defender militarmente sus magras fortalezas.
[4] Los alodios germánicos siempre fueron diferentes de la
propiedad romana, ya que al ser una forma de transición entre la propiedad comunal
e individual de la tierra en las aldeas constituían un tipo de propiedad
privada sujeto todavía normalmente a obligaciones y ciclos consuetudinarios
dentro de la comunidad y no eran libremente alienables
[5] La descripción de
esta época realizada por Bloch en la primera parte de La société
féodale es justamente célebre. Para la
expansión de los castillos, véase Boutruche, Seigneurie et
féodalité, u, París, 1970, páginas 31-9
[6] Esta
configuración estuvo acompañada por la mayor supervivencia de la esclavitud en el sur de
Francia durante toda la
Edad Media : para el tráfico renovado de esclavos a partir del
siglo XIII, véase Verlinden, L'esclavage médiéval, 1, pp.
748-833. Como veremos más adelante, hay una repetida correlación entre la
presencia de esclavos y el carácter incompleto de la servidumbre en diferentes
regiones de la Europa
feudal.
[7] Para el sistema administrativo de los
Capetos, véase Charles Petit-Dutaillis, Feudal monarchy in England and France,
Londres, 1936, páginas 233·58.
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