martes, 10 de mayo de 2016

EL MUNDO MUSULMÁN - Romero, José Luis; La Edad Media

4) EL MUNDO MUSULMÁN

    A partir de los primeros tiempos del siglo VIII la historia de la cuenca del Mediterráneo se encuentra convulsionada por la aparición de un pueblo conquistador que trastrueca todo el orden tradicional: los árabes, que bien pronto se pondrán a la cabeza de un vasto imperio internacional unificado por una fe religiosa.
    Hasta entonces, los árabes no constituían sino un pueblo preferentemente nómade, dividido en infinidad de pequeñas tribus dispersas por el desierto de Arabia e incapaces [32] de cualquier acción que sobrepasara sus fronteras. Adoradores de ídolos, su politeísmo era firmado y no tenía otra limitación que el culto de la piedra negra que se veneraba en la Kaaba, un santuario situado en La Meca al que concurrían los árabes en peregrinación anual su organización política y económica correspondía a la de los pueblos nómadas del desierto, y nada podía hacer sospechar al imperio bizantino o a los persas que en ellos se escondía la fuerza necesaria para la formidable conquista que emprendieron más tarde.
     La galvanización del pueblo debe fue obra de un profeta, Mahoma, que lo convirtió a un monoteísmo militante, de raíz judeocristiana, pero teñido con caracteres propios y originados en la propia naturaleza.
     Mahoma pertenecía a la familia de los Coreichitas, a la que estaba confinada la custodia de la Kaaba, y se dedicó durante algún tiempo al comercio. Los viajes le proporcionaron el conocimiento de otras costumbres y otras ideas distintas a las de su pueblo, y especialmente del monoteísmo que practicaban las comunidades judías y cristianas de la Siria y el norte de la Arabia. Cuando un cambio de fortuna, derivado de su matrimonio con Cadija, le proporcionó el ocio necesario para dedicarse a la meditación, comenzó a elaborar un pensamiento místico que sin poseer gran originalidad, estaba movido por una fe ardiente y una inmensa capacidad de difusión. Así nació la fe islámica, alrededor de la creencia de un Dios único, Alá.
    Mahoma hizo algunos progresos en la catequesis, hasta que se consideró peligroso y se vio obligado a huir de La Meca en 622. La huida o “hégira” constituye el punto de partida de la era musulmana, y desde entonces Mahoma se radicó en Yatreb, que por él se llamó más tarde Medinat-an-Nabí, esto es, "la ciudad del profeta", o Medina. Allí continuó Mahoma su catequesis, [33] con más éxito que en La Meca, pues la proximidad de las comunidades judías y cristianas hacían en aquellas comarcas menos extraño el monoteísmo.
    Durante ese tiempo su pensamiento evolucionó considerablemente y trató de aproximar su concepción al carácter nacional árabe. No sólo afirmó la continuidad entre su fe y la de Abraham, antepasado de su raza, sino que instituyó un culto ordenado que más tarde culminaría en una aprobación del mismo santuario de la Kaaba pero para ello era necesario que la nueva fe suicida fuerte en la tradicional capital religiosa de los árabes, La Meca, hacia la cual se lanzó Mahoma en son de guerra. Porque, a diferencia de los judíos y los cristianos, los musulmanes sostenían la necesidad de la guerra santa, pues  Mahoma había comprendido que nada podía oponerse al carácter belicoso de los árabes y que, en cambio, se podría dirigir ese ímpetu guerrero hacia el triunfo de su fe.
    La Meca cayó en poder de Mahoma en 630 y el triunfo de Alá comenzó a ser admitido por todos. Las diversas tribus árabes reconocieron poco a poco a Mahoma como profeta del verdadero y único Dios, unas por la fuerza y otras por la razón. Y cuando murió, en el año décimo de la Hégira - 632 de la era cristiana -, su visión puede ser cumplida, luego de haber dado a su pueblo una unidad de que carecía y un ideal para la lucha.
    La doctrina del profeta quedó consignada en el Corán, parte del cual fue escrito por sus discípulos en tanto que muchos fragmentos sólo fueron conservados en la memoria hasta algún tiempo después. Sólo en 653 se ordenó definitivamente el texto por orden del califa Otmán, dividiéndolo en 114 capítulos. Como en la Biblia, ahí así fragmentos históricos, enseñanzas, consejos, ideas religiosas y morales, un conjunto de elementos, en fin, [34] sobre los cuales los musulmanes podrían no sólo ordenar sus creencias, sino también su vida civil.
       Los puntos fundamentales del dogma son la creencia en un Dios único, Alá; en los ángeles y en los profetas, el último de los cuales, Mahoma, ha traído a los hombres el mensaje definitivo de Dios; en el Corán y sus prescripciones; en la resurrección y el juicio, y, finalmente, en la predestinación de los hombres según la insondable voluntad de Alá. Cada uno de estos puntos fue objeto de una considerable exégesis por parte de los comentaristas, pues era necesario aclarar su sentido, sé que se advertían contradicciones significativas provenientes de las distintas etapas formación de la doctrina, y especialmente la que se suscita entre la idea del juicio final y la idea de la predestinación.
    Esta última idea - coincidente cierta tendencia natural del beduino - caracterizó a la doctrina. El Islam es la sumisión a Dios y quienes creían en ella fueron los islamistas o musulmanes. Sus deberes principales desde el punto de vista religioso era la declaración de la fe en Alá y en Mahoma, su profeta, la plegaria, el ayuno, la limosna, el peregrinaje y la guerra santa, esta última destinada a conseguir la conversión de los infieles a la nueva fe.
    Proveniente del judaísmo y del cristianismo en sus aspectos doctrinarios, la religión musulmana alcanzó cierta originalidad por la concepción militante de la fe que logró imponer y que tan extraordinarias consecuencias debía significar para el mundo. Una especie de teocracia surgió entonces en el mundo árabe y las vastas regiónes que los musulmanes conquistaron, en la que el califa o sucesor del profeta reunía una autoridad política omnímoda y una autoridad religiosa indiscutible. Sobre esa base, el vasto ámbito de la cultura musulmana se desarrolló de una manera singular. De todas las regiones que [35] los musulmanes conquistaron supieron recoger el legado que le ofrecían las poblaciones sometidas, y con ese vasto conjunto de aportes supieron ordenar sistema relativamente coherente, del que predominaba, sin embargo, en cada comarca la influencia que allí había tenido su origen: la griega, la siria, la persa, la romana. Acaso la más importante contribución de los musulmanes - fuera de su propio desarrollo como cultura autónoma- haya sido la constitución de un vasto ámbito económico que se extendía desde la China hasta el estrecho de Gibraltar, por el que circulaban con bastante libertad no sólo los productos y las personas, sino también las ideas y las conquistas de la cultura y la civilización.
    A la muerte de Mahoma, el problema de su sucesión no había sido resuelto teóricamente, pero estaba definido a favor del más próximo de sus discípulos. Abu Becker, cuyo título de "califa", esto es, sucesor, significaba que no tenía otra autoridad que la que provenía de su designación por Mahoma. Durante un largo período no se alteró esta costumbre, y tres califas se sucedieron luego, elegidos siempre entre los allegados del profeta: Osmar sucedió a Abu Beker en 634 y hasta 644, y aquel siguieron Otmán (644-656) y Alí (656-661).
   Durante este período, los musulmanes realizaron vastas conquistas. Abu Beker debió restablecer en un principio la autoridad de la Arabia, disgregada otra vez a la muerte del profeta; pero, una vez lograda, se dedicó a extender su dominación y pudo apoderarse, mediante dos campañas afortunadas, de Irak y la Palestina. Su sucesor, Osmar, sigue la política conquistadora de Abu Beker - que él mismo había inspirado -, y sometió la Persia primero, y luego la Siria y Egipto, que arrebató al imperio bizantino. Era el momento en que aquellos dos grandes imperios [36] se hallaban debilitados tras la contienda que los había enfrentado, y fue empresa fácil para los musulmanes cumplir sus propósitos. Osmar se dedicó entonces a organizar los nuevos territorios según los principios señalados por el Corán, pero aprovechando en todos los casos la experiencia política y administrativa de los estados sometidos, en los que persas y bizantinos habían estudiado y resuelto multitud de graves problemas económicos y políticos. Más aún, numerosos funcionarios fueron conservados o elegidos entre los burócratas de Persia o de Bizancio.
   La conquista se detuvo luego por algún tiempo. El problema sucesorio no fue tan fácil a partir de la muerte de Osmar, pues ya eran varios los que podían alegar títulos equivalentes y cada uno podía hacer pesar las preferencias de ciertos grupos en su favor. Otmán vio aparecer ante sí numerosos grupos hostiles, especialmente los que sostenían-de acuerdo con las tradiciones persas - que sólo los descendientes del profeta tenían derecho a heredar su autoridad. Finalmente, Otmán fue asesinado y sobrevino entonces una guerra civil, de la que salió vencedor Alí, yerno de Mahoma; pero la paz era ya imposible en el vasto califato. No sólo los distintos grupos de La Meca y Medina aspiraban a apoderarse del poder, sino que también comenzaban ya a gravitar las nuevas regiones conquistadas, de las cuales solían sacar unos y otros las tropas mercenarias con que esperaban lograr sus propósitos. Uno de los rivales de Alí, Moawiya, que ejercía la gobernación de Siria, pudo finalmente derrotar a Alí en 661, y fundó entonces una dinastía vigorosa en Damasco, la de los Oméyades, que debía regir el imperio hasta mediados del siglo VIII.
    Los Oméyades se dedicaron primero a organizar el estado árabe, siguiendo sobre todo las huellas de la administración bizantina. [37] Un vigoroso y bien ajustado aparato estatal y militar proporcionó a los califas de esa época un control absoluto sobre sus estados, una cuantiosa riqueza y una capacidad expansiva que muy pronto habría de ponerse en movimiento. En efecto a fines del siglo VII los musulmanes se extendieron por el norte de África y hacia el Asia Menor, y emprendieron luego, en los primeros años del siglo VIII, la conquista de la Transoxiana y de España. La culminación de sus esfuerzos fue el sitio de Constantinopla en 717, frente a la que fracasaron. Empezaron entonces su retirada en esa región por obra del emperador León III Isáurico. Pero en Europa siguieron avanzando por algún tiempo y luego de ocupar la casi totalidad de la península ibérica, entraron en Francia, donde no se detuvieron hasta que los derrotó el mayordomo del palacio del reino franco, Carlos Martel, en la batalla de Poitiers (732).
 Ésta expansión del califato pareció peligrosa a algunos califas que, como Abd-el-Melik  quisieron arabizarlo imponiendo el uso de la lengua árabe en toda su extensión y sobre todo, afianzando el prestigio de la fe musulmana entre los pueblos conquitados. El mismo Abd-el-Melik  ordenó la construcción del santuario conocido con el nombre de mezquita de Omar, en Jerusalén, así como también otra mezquita en un lugar próximo. Porque si los Oméyades aspiraban a arabizar el califato, necesitaban que la Siria adquiriera una significación religiosa capaz de competir con la que tradicionalmente se asignaba a Arabia, pues en aquella región residía el centro de su poder.
    A mediados del siglo VIII, los Oméyades vieron levantarse frente a ellos otra fuerza proveniente de otra región del califato: el Irak. Discordias políticas y religiosas armaron el brazo de Abul Abas, que en 750 puso fin a la vieja dinastía de Damasco.  [38]



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