A partir de los primeros tiempos del siglo
VIII la historia de la cuenca del Mediterráneo se encuentra convulsionada por
la aparición de un pueblo conquistador que trastrueca todo el orden
tradicional: los árabes, que bien pronto se pondrán a la cabeza de un vasto
imperio internacional unificado por una fe religiosa.
Hasta entonces, los árabes no constituían
sino un pueblo preferentemente nómade, dividido en infinidad de pequeñas tribus
dispersas por el desierto de Arabia e incapaces [32] de cualquier
acción que sobrepasara sus fronteras. Adoradores de ídolos, su politeísmo era
firmado y no tenía otra limitación que el culto de la piedra negra que se
veneraba en la Kaaba ,
un santuario situado en La Meca
al que concurrían los árabes en peregrinación anual su organización política y
económica correspondía a la de los pueblos nómadas del desierto, y nada podía hacer sospechar al imperio bizantino o a los
persas que en ellos se escondía la fuerza necesaria para la formidable
conquista que emprendieron más tarde.
La galvanización
del pueblo debe fue obra de un profeta, Mahoma, que lo convirtió a un monoteísmo militante, de raíz judeocristiana,
pero teñido con caracteres propios y originados en la propia naturaleza.
Mahoma
pertenecía a la familia de los Coreichitas, a la que estaba confinada la
custodia de la Kaaba , y se dedicó durante
algún tiempo al comercio. Los viajes le proporcionaron el
conocimiento de otras costumbres y otras ideas distintas a las de
su pueblo, y especialmente del monoteísmo que practicaban las comunidades
judías y cristianas de la Siria
y el norte de la
Arabia. Cuando un cambio de fortuna, derivado de su matrimonio con Cadija, le proporcionó el ocio
necesario para dedicarse a la
meditación, comenzó a elaborar un pensamiento místico que sin poseer gran
originalidad, estaba movido por una fe ardiente y una inmensa capacidad de
difusión. Así nació la fe islámica, alrededor de la creencia de un Dios único,
Alá.
Mahoma hizo
algunos progresos en la catequesis, hasta que se consideró peligroso y se vio obligado a huir de La Meca en 622. La huida o
“hégira” constituye el punto de partida de la era musulmana, y
desde entonces Mahoma se radicó en Yatreb, que por él se llamó más tarde
Medinat-an-Nabí, esto es, "la ciudad del profeta", o Medina. Allí
continuó Mahoma su catequesis, [33] con más éxito que en La Meca , pues la proximidad de las comunidades judías y cristianas hacían en aquellas comarcas menos
extraño el monoteísmo.
Durante ese
tiempo su pensamiento evolucionó considerablemente y trató de aproximar su
concepción al carácter nacional árabe. No sólo afirmó la continuidad entre su
fe y la de Abraham, antepasado de su raza, sino que instituyó un culto ordenado
que más tarde culminaría en una aprobación
del mismo santuario de la Kaaba
pero para ello era necesario que la nueva fe suicida fuerte en la
tradicional capital religiosa de los árabes, La Meca , hacia la cual se lanzó Mahoma en son de guerra.
Porque, a diferencia de los judíos y los cristianos, los musulmanes
sostenían la necesidad de la guerra santa, pues
Mahoma había comprendido que nada podía oponerse al carácter belicoso de
los árabes y que, en cambio, se podría dirigir ese ímpetu guerrero hacia el
triunfo de su fe.
La doctrina del
profeta quedó consignada en el Corán, parte del cual fue escrito por sus discípulos en tanto que muchos fragmentos sólo
fueron conservados en la memoria hasta algún tiempo después. Sólo en 653
se ordenó definitivamente el texto por orden del califa Otmán, dividiéndolo en
114 capítulos. Como en la
Biblia , ahí así fragmentos históricos, enseñanzas, consejos,
ideas religiosas y morales, un conjunto de elementos, en fin, [34] sobre
los cuales los musulmanes podrían no sólo ordenar sus creencias, sino también
su vida civil.
Los
puntos fundamentales del dogma son la creencia en un Dios único, Alá; en los ángeles
y en los profetas, el último de los cuales, Mahoma, ha traído a los hombres el mensaje
definitivo de Dios; en el Corán y sus prescripciones; en la resurrección y
el juicio, y, finalmente, en la predestinación de los hombres según la
insondable voluntad de Alá. Cada uno de estos puntos fue objeto de una
considerable exégesis por parte de los
comentaristas, pues era necesario aclarar su sentido, sé que se advertían contradicciones significativas provenientes de las
distintas etapas formación de la doctrina, y especialmente la que se suscita
entre la idea del juicio final y la idea de la predestinación.
Esta última idea - coincidente cierta
tendencia natural del beduino - caracterizó a la doctrina. El Islam es
la sumisión a Dios y quienes creían en ella fueron los islamistas o musulmanes.
Sus deberes principales desde el punto de vista religioso era la declaración de
la fe en Alá y en Mahoma, su profeta, la plegaria, el ayuno, la limosna, el
peregrinaje y la guerra santa, esta última
destinada a conseguir la conversión de los infieles a la nueva fe.
Proveniente
del judaísmo y del cristianismo en sus aspectos doctrinarios, la religión musulmana
alcanzó cierta originalidad por la concepción militante de la fe que logró imponer
y que tan extraordinarias consecuencias debía significar para el mundo. Una
especie de teocracia surgió entonces en el mundo árabe y las vastas regiónes
que los musulmanes conquistaron, en la que el califa o sucesor del
profeta reunía una autoridad política omnímoda y una autoridad religiosa indiscutible.
Sobre esa base, el vasto ámbito de la cultura musulmana se desarrolló de una
manera singular. De todas las regiones que [35] los musulmanes conquistaron supieron recoger el legado
que le ofrecían las poblaciones sometidas, y con ese vasto conjunto de
aportes supieron ordenar sistema relativamente coherente, del que predominaba, sin embargo, en cada comarca la
influencia que allí había tenido su origen: la griega, la siria, la persa,
la romana. Acaso la más importante contribución de los musulmanes - fuera de su
propio desarrollo como cultura autónoma-
haya sido la constitución de un vasto ámbito económico que se extendía desde la China hasta el estrecho de
Gibraltar, por el que circulaban con bastante libertad no sólo los productos
y las personas, sino también las ideas y las conquistas de la cultura y la
civilización.
A la muerte de Mahoma, el problema de
su sucesión no había sido resuelto teóricamente,
pero estaba definido a favor del más próximo de sus discípulos. Abu Becker,
cuyo título de "califa", esto es, sucesor, significaba que no tenía
otra autoridad que la que provenía de su
designación por Mahoma. Durante un largo período no se alteró esta costumbre, y tres califas se
sucedieron luego, elegidos siempre entre los allegados del profeta:
Osmar sucedió a Abu Beker en 634 y hasta 644, y aquel siguieron Otmán (644-656)
y Alí (656-661).
Durante este período, los musulmanes
realizaron vastas conquistas. Abu Beker debió restablecer en un
principio la autoridad de la
Arabia , disgregada otra vez a la muerte del profeta;
pero, una vez lograda, se dedicó a extender su dominación y pudo apoderarse, mediante
dos campañas afortunadas, de Irak y la Palestina. Su sucesor, Osmar, sigue
la política conquistadora de Abu Beker - que él mismo había inspirado -, y
sometió la Persia primero, y luego la Siria y Egipto, que arrebató
al imperio bizantino. Era el momento en que aquellos dos grandes
imperios [36] se hallaban debilitados tras la contienda que los había enfrentado, y fue empresa fácil para
los musulmanes cumplir sus propósitos. Osmar se dedicó entonces a
organizar los nuevos territorios según los principios señalados por el
Corán, pero aprovechando en todos los casos la experiencia política y
administrativa de los estados sometidos, en los que persas y bizantinos habían estudiado y resuelto multitud de graves problemas
económicos y políticos. Más aún, numerosos funcionarios fueron
conservados o elegidos entre los burócratas de Persia o de Bizancio.
La conquista se detuvo luego por algún tiempo. El problema sucesorio no
fue tan fácil a partir de la muerte de Osmar, pues ya eran varios los que
podían alegar títulos equivalentes y cada uno podía hacer pesar las
preferencias de ciertos grupos en su favor. Otmán vio aparecer ante sí
numerosos grupos hostiles, especialmente los que sostenían-de acuerdo con las tradiciones persas - que sólo
los descendientes del profeta tenían derecho a heredar su autoridad.
Finalmente, Otmán fue asesinado y sobrevino entonces una guerra civil, de la
que salió vencedor Alí, yerno de Mahoma; pero la paz era ya imposible en el vasto califato. No sólo los
distintos grupos de La Meca
y Medina aspiraban a apoderarse del poder, sino que también comenzaban
ya a gravitar las nuevas regiones conquistadas, de las cuales solían sacar unos
y otros las tropas mercenarias con que
esperaban lograr sus propósitos. Uno de los rivales de Alí, Moawiya, que
ejercía la gobernación de Siria, pudo finalmente derrotar a Alí en 661, y fundó
entonces una dinastía vigorosa en Damasco, la de los Oméyades, que debía regir
el imperio hasta mediados del siglo VIII.
Los Oméyades se dedicaron primero a organizar el estado árabe, siguiendo
sobre todo las huellas de la administración bizantina. [37] Un
vigoroso y bien ajustado aparato estatal y militar proporcionó a los califas de
esa época un control absoluto sobre sus estados, una cuantiosa riqueza y una capacidad expansiva que muy pronto habría de
ponerse en movimiento. En efecto a fines del siglo VII los musulmanes se
extendieron por el norte de África y hacia el Asia Menor, y emprendieron luego,
en los primeros años del siglo VIII, la conquista de la Transoxiana y de
España. La culminación de sus esfuerzos fue el
sitio de Constantinopla en 717, frente a la que fracasaron. Empezaron entonces su retirada en esa región por obra del emperador
León III Isáurico. Pero en Europa siguieron
avanzando por algún tiempo y luego de ocupar la casi totalidad de la península
ibérica, entraron en Francia, donde no se detuvieron hasta que los derrotó el
mayordomo del palacio del reino franco, Carlos Martel, en la batalla de
Poitiers (732).
Ésta expansión del califato pareció peligrosa
a algunos califas que, como Abd-el-Melik quisieron arabizarlo imponiendo
el uso de la lengua árabe en toda su extensión y sobre todo, afianzando el
prestigio de la fe musulmana entre los pueblos conquitados. El mismo Abd-el-Melik
ordenó la construcción del santuario conocido con el nombre de mezquita de
Omar, en Jerusalén, así como también otra
mezquita en un lugar próximo. Porque si los Oméyades aspiraban a arabizar el califato, necesitaban que la Siria adquiriera una significación religiosa capaz de competir con la
que tradicionalmente se asignaba a Arabia, pues en aquella región
residía el centro de su poder.
A
mediados del siglo VIII, los Oméyades vieron levantarse frente a ellos otra
fuerza proveniente de otra región del califato: el Irak. Discordias
políticas y religiosas armaron el brazo de Abul Abas, que en 750 puso fin a la
vieja dinastía de Damasco. [38]
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