Maier, Franz G.; Las
transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III – VIII, Editorial
Siglo XXI Editores, Madrid, 1994.
2.
La lucha del Imperio por
su existencia: la crisis del siglo V
1. EL SIGLO DE LA CRISIS (395-518)
Cuando murió Teodosio, en
el año 395, en Milán, antigua capital de Occidente, no se manifestaron de
inmediato la fragilidad de su renovación política interna, lo problemático de
las soluciones que había dado a los problemas políticos del imperio. Después
del «shock» de Adrianópolis, el imperio parecía nuevamente fortalecido. Forma
política y espacio vital de la cristiandad parecían algo unitario en la
conciencia política de la época; «Romania» se convirtió en el nuevo concepto
con que se designaba el mundo del imperio cristiano. La renovada autoridad
imperial era tan fuerte, que la dinastía superó sin peligro el momento crítico
de la sucesión en el trono. Dos emperadores menores de edad tomaron el poder
nominal del estado, sin síntoma alguno de crisis política interna: En
Constantinopla, Arcadio, de 17 años; en Milán, Honorio, de sólo 11. La muerte
de Teodosio constituyó, sin embargo, una cesura, con la que comenzaba una
crisis, esencialmente provocada desde el exterior, de las nuevas formas de
existencia del tardío imperio romano.
Hasta el comienzo del
gobierno del emperador Justino, en el año 518, que auguraba la época de
Justiniano, se produjo una profunda transformación del mundo mediterráneo:
caída del imperio en occidente, mantenimiento en oriente.
El diverso destino
político de ambas mitades del imperio transformó la línea de separación entre
las dos partes en un hecho geopolítico decisivo. La frontera atravesaba la
prefectura de Iliria; las diócesis de Macedonia (la actual Grecia) y de Dacia
(Servia meridional) fueron incorporadas a Oriente. Este trazado de fronteras
continúa influyendo aún hoy en la historia de los países balcánicos, pues,
debido a ello, la mayor parte de los Balcanes eslavos quedaron sometidos a la
influencia cultural bizantina y no a la occidental.
Teodosio, en realidad,
había dividido el poder, y no el imperio. Lo que él proyectaba, en
consideración a la enorme tarea de gobierno que exigia la época,
era la formación de dos unidades de gobierno: pars orientis y pars
occidentis, corno se llamaron en el lenguaje burocrático del tiempo.
Constitucionalmente, seguía existiendo la unidad imperial; edictos y leyes
fueron promulgados con frecuencia por ambos emperadores conjuntamente. También
siguió siendo válido de iure el derecho de designación del regente
superviviente, en caso de trono vacante en la otra parte del imperio. La idea
de un poder unitario se manifiesta en el deseo de los regentes e, inicialmente,
incluso de los príncipes germanos de Occidente, de conseguir la legitimación
de su poder por el emperador de Oriente, que mantuvo la aspiración a la
soberanía de todo el imperio, tras la desaparición del imperio de Occidente.
Falsearíamos, ciertamente, la realidad política si intentáramos supervalorar la
ficción constitucional, que constituía la unidad de ambas mitades del imperio.
La separación de Oriente y
Occidente es el rasgo fundamental del siglo: Las Romas del este y del oeste se
procuraron sus propios aparatos estatales, para resolver diferentes problemas,
tanto internos como externos. En el siglo V, se consolida la división, ya
perceptible en la historia de los últimos decenios, que provocaron las nuevas
fronteras, creadas, en principio, de un modo completamente artificial. La división
técnico-administrativa del imperio puso de manifiesto y reforzó las
diferencias ya existentes. En este proceso ejerció un efecto catalizador la
rivalidad política de los mismos regentes, de los grandes magister militum y
de los prefectos pretorianos. Tanto estas rivalidades personales, como los
diferentes intereses políticos de ambas partes del imperio, contribuyeron a
dificultar considerablemente la defensa contra la avalancha de la invasión de
los bárbaros.
Los problemas centrales de la
época siguen siendo la política religiosa y la invasión de los bárbaros. Pero
los conflictos religiosos y las luchas contra las tribus germanas tuvieron soluciones
muy distintas en Oriente y en Occidente. La invasión de los bárbaros terminó en
el oeste con la disolución del imperio corno organización política. Oriente
pudo superar los ataques exteriores y las migraciones germanas internas,
subsistiendo corno Imperio Romano de Oriente. También fueron distintas la política
eclesiástica y las controversias dogmáticas. La Iglesia Orien tal
siguió estrechamente unida en su evolución al estado, convirtiéndose en parte
integrante de la forma de vida bizantina. Por el contrario, en Occidente, el
papado y la Iglesia
evolucionaron hasta convertirse en una fuerza autónoma, que, muchas veces
entraba en contradicción con el estado. La cristología seguía siendo el tema teológico
dominante en Oriente; el cisma monofisita afectó tanto a la Iglesia como a la política
interior. En Occidente, la atención se centró en la doctrina de la gracia, que
condujo a la llamada disputa pelagiana y a una polémica apolítica en el
interior de la misma Iglesia.
Como había ocurrido con
la discusión teológica, actitudes e intereses profundamente contrapuestos
dieron también como resultado soluciones divergentes en el enfrentamiento de
cristianismo y cultura antigua. Ya entonces surge, en realidad, la línea de
separación entre el ámbito cultural latino-occidental y greco-bizantino-oriental.
Sin embargo, siguen existiendo aspectos comunes y rasgos análogos. El estado
romano tardío es también, después de la división del imperio, un sistema de
dominado; los aspectos exteriores del absolutismo y de la sumisión cortesana se
acentúan más. De la misma manera, se mantiene el orden social y económico del
siglo IV, con su estructura social inmovilista. Pero, la evolución social
acaba por ser diferente. El orden social y estatal se mantiene en Oriente en
sus rasgos fundamentales, consolidándose de nuevo en la época de Justiniano.
En Occidente, por el
contrario, se inicia, con la división del imperio en los diversos estados
germánicos, una transformación de la estructura social, que si bien existía ya
en Oriente, permanecía todavía allí en estado latente.
II. RASGOS FUNDAMENTALES DE LA POLITICA INTERIOR :
EMPERADORES
FANTASMAS Y CAMARILLAS
La historia política de
los años que van del 395 al 518 es, especialmente en Occidente, aún más confusa
que la del siglo IV; proliferan las dinastías y los conflictos políticos
internos, tanto en el interior de cada una de las partes del imperio, como
entre ambas. Ningún emperador alcanzó, ni siquiera de lejos, la talla de
Teodosio. Una figura típica del siglo fue la del «emperador-niño», con
frecuencia demasiado joven, débil y, en general, escasamente dotado, que vivía
en su palacio, separado del mundo por el ceremonial de la corte, los cortesanos
y la guardia. La debilidad política del emperador, disimulada tras el velo de
un exagerado ceremonial cortesano, provocó el surgimiento de verdaderas camarillas.
Estas camarillas provocaban, naturalmente, un juego de rivalidad y
complicidades cargado de conflictos, en el que intervenían fuerzas de la más
diversa especie. Los palacios imperiales y los centros de gobierno se
convirtieron en escenarios de constantes
intrigas, cuya evolución y causas no podemos reconstruir con seguridad, pese a
los muchos tópicos históricos que hemos heredado de esta época. En el centro de
este mundo de intrigas se destacan con fuerza las mujeres de la casa imperial,
figuras enérgicas y orgullosas, que intentaban preservar en el juego político sus
intereses dinásticos (frecuentemente bajo la influencia de sus consejeros
espirituales). En Oriente jugaron un papel destacado durante el mandato de
Teodosio II su hermana Pulqueria y su esposa Eudocia; en Occidente, y bajo
Honorio y Valentiniano III, Gala Placidia, la hermana de Teodosio. Su vida es
realmente novelesca; hecha prisionera durante la conquista de Roma, en el año
410, casó primero con Ataúlfo, rey de los visigodos, y después con Constancio, magister
militum ilírico, ejerciendo una gran influencia, tanto por su experiencia
política como por su mística piedad (de la que da testimonio su mausoleo en
Rávena). Junto a las mujeres de la casa imperial, la camarilla cortesana
constituía una facción importante en la intriga política; a ésta se sumaban
ocasionalmente prefectos pretorianos, entre los que había elementos
capacitados. Un poderosísimo chambelán, como el eunuco Eutropio, movió
prácticamente todos los hilos de la política bajo Arcadio, decidiendo sobre la
política matrimonial de la casa imperial y procurando mantener el equilibrio
entre los altos mandos militares. Estos magistri militum, comandantes en
jefe del ejército de campaña y pertenecientes por lo general, como patricii,
a la clase social más elevada, constituían la tercera gran fuerza en torno
a la figura fantasma de los emperadores.
Aunque fueran germanos o
ilirios romanizados, como Constancia o Aecio, al controlar el ejército,
detentaban el poder real y, frecuentemente, eran los verdaderos responsables de
los destinos del imperio. El magister militum praesentalis, comandante
supremo de las fuerzas armadas, obtuvo una posición claramente superior a la de
los prefectos pretorianos de la administración civil, sobre todo en Occidente.
Estas camarillas ofrecían un
aspecto eminentemente peligroso en lo que respecta a la política interior. Las
luchas e intrigas políticas en cada una de las cortes y la agudización del
conflicto latente entre el regente de Oriente y los de Occidente contribuyeron,
de muy diversos modos, a que se adoptaran decisiones políticas erróneas
(consecuencia de la falta de coordinación) y, finalmente, al debilitamiento de
la potencia defensiva. En el mismo sentido repercutió (como ya había ocurrido
en el siglo IV) el intento de algunos altos funcionarios y militares de
preservar ampliamente sus propias zonas de influencia de la intervención del gobierno central. Ya existían
indicios de aspiraciones autonomistas entre la alta nobleza de las Galias y de
África. Esta provincia, que seguía siendo muy importante para el aprovisionamiento
cerealista de Italia, pasó a ser, de facto,
autónoma del año 396 al 398, bajo el mandato del comes Gildón; el comes Africae Bonifacio se hizo
independiente del gobierno romano occidental desde el año 427 hasta la
invasión de los vándalos. Las camarillas tuvieron también sus aciertos.
Todavía, en ciertos momentos al menos, regentes enérgicos y capacitados lograron
resolver los problemas políticos y militares que creó la avalancha germana y
proteger las fronteras del imperio o, al menos, mal que bien, intentar
defenderlas.
La dinastía de Teodosio,
con Arcadio (395-408) y Teodosio II (408-450), no disponía en Oriente de talentos políticos. En
opinión de sus contemporáneos, Arcadio era «tonto por encima de toda medida»;
Teodosio II, que reinó durante casi medio
siglo, era conocido como «el bello escribano», por su afición a la caligrafía
monacal. La dirección política la detentó Rufino (gran desacierto de Teodosio),
praefectus praetorio Orientis, hombre
intrigante y desagradable como pocos. A los dos años de su mandato fue
destituído por el chambelán Eutropio, que pronto sufrió idéntico destino que su
antecesor. Durante algún tiempo, jugó un papel decisivo el godo Gaínas, como magister militum. Tras ser derribado por
una reacción antigermánica, tomó nuevamente la dirección de la política, en
combinación con Pulqueria y Eudocia, un civil: el prefecto pretoriano Antemio.
Junto a las graves disputas cristológicas se produjeron en aquel tiempo tres
acontecimientos importantes para la política interior: la publicación del Codex Theodosianus (438),
que contenía los edictos imperiales desde la época de Constantino, y que
ejerció destacada influencia, tanto en la legislación justinianea, como en el
derecho tribal germano (la Lex Romana Visigothorum apenas es otra cosa que un
extracto del Codex); la
reorganización de la
Universidad de Constantinopla (425), que dotó de un
instrumento central de formación a la parte oriental del imperio, y la
construcción de la gran muralla de Constantinopla ante la alarma provocada por
los visigodos en el año 410, lo que convirtió a la capital en la fortificación
más importante del área mediterránea, con extraordinarias consecuencias para el
futuro.
Los tres emperadores que
siguieron encarnaban un tipo de político diferente, aunque no nuevo. Marciano
(450-457), León 1 (457-474) y Zenón (474-491) fueron generales capacitados, que
no procedían de la capa social de las grandes familias griegas.
.
La política fue dictada, en gran
medida, por el ejército. Tanto bajo Marciano, un tracio que llega al trono por
su matrimonio con Pulqueria, como bajo León, la verdadera cabeza rectora de la
política romana oriental fue el alano Aspar. Sólo en el 471 le eliminó una
reacción antigermánica. Los germanos fueron sustituidos por mercenarios
isaurios, pueblo montaraz y semicivilizado de Asia Menor (lo que era como
echar los demonios para llamar a Belcebú); Tarasicodisa, cabecilla de los
isaurios, subió al trono imperial en el año 474 con el nombre de Zenón,
legitimado por su matrimonio con Ariadna, hija de León. Zenón, primer emperador
coronado por el patriarca, fue una figura interesante dotada de cualidades
poco comunes. Durante casi veinte años, mantuvo con firmeza las riendas del
poder contra los ataques de sus compañeros de tribu isaurios y contra las conjuraciones
y levantamientos del partido antiisaurio. La resistencia contra los isaurios y
contra la política religiosa propugnada por Zenón condujo después de su muerte
a una reacción de la ortodoxia y del nacionalismo griego, que llevó al trono
al griego Anastasio (491-518). Funcionario de la administración, de edad
madura, Anastasio se mostró inesperadamente enérgico en la desarticulación de
la oposición isauria. Pero fue en el campo de la administración donde
verdaderamente demostró su capacidad. Realizó una reorganización de la
recaudación de impuestos que obtuvo importantes éxitos (a su muerte el erario público
poseía 320.000 libras-oro). Pero su dura política fiscal y su posterior
política eclesiástica en la cuestión monofisita provocaron, en los últimos años
de su gobierno, una serie de revueltas locales y de guerras civiles.
En Occidente, el reinado de Honorio estuvo dominado por la figura del
vándalo Estilicón, que se había hecho cargo de la regencia durante la minoría
de edad del emperador, quien contaba once años (395-423). Estilicón, que muy
probablemente planeaba la extensión de su zona de influencia al Imperio de
Oriente, se mantuvo en constante conflicto con el gobierno de Constantinopla;
simultáneamente hubo de entendérselas con usurpadores en África e Inglaterra
(el caso de Constan tino se repitió en
el año 407). Sólo consiguió retrasar la primera invasión de los germanos en el
amplio frente del oeste. La situación empeoró tanto, que Rávena, cuya posición
era inmejorable por encontrarse sobre una estrecha franja de terreno entre el
Adriático y extensas lagunas, hubo de sustituir a Milán como residencia
imperial. El antiguo refugio de la flota se convertiría ahora en uno de los más
importantes lugares del temprano arte bizantino.
El sepulcro de Gala
Placidia (h. el 450) inaugura una serie de grandes monumentos, cuya
construcción proseguiría hasta la era justinianea.
Este generalísimo del
imperio, querido por pocos, cayó en el año 408, víctima del partido
nacionalista romano y del odio siempre vivo de los emperadores contra los
«consejeros» demasiado poderosos; Honorio le hizo ejecutar en Rávena. Tampoco
a su sucesor como magister militum, Constancia, le fue posible detener
por mucho tiempo el avance de los germanos, aunque tuvo una gran importancia el
que fuera capaz de dirigir con orden la ocupación germánica de las Galias. Al
morir Constancio en el año 421, dos años antes que el emperador
Honorio, Teodosio II intentó extender su soberanía a Occidente. Sin embargo,
hubo de reconocer como augusto a Valentiniano III, de cuatro años de edad, hijo
de Constancia, en cuyo nombre asumió la regencia Gala Placidia. Durante treinta
años, Aecio, nuevo generalísimo del imperio, rigió los destinos de Occidente,
aunque en constante tensión con Gala Placidia y con sus generales favoritos,
Félix y Bonifacio. El último gran éxito de las continuas guerras defensivas fue
el triunfo de Aecio sobre los hunos (451). Tres años más tarde sería apuñalado
por Valentiniano III, durante una entrevista; al año siguiente, el mismo
emperador fue asesinado.
Con el fin de la dinastía
teodosiana, comenzó en Occidente la disgregación definitiva; la autoridad del
gobierno de Rávena no sobrepasaba ya, de hecho, las fronteras de Italia, e
incluso en Italia eran frecuentes las situaciones caóticas. En veinte años se
sucedieron en el trono nueve emperadores fantasma, a gusto del magister
militum Ricimero. Mayoriano, demasiado independiente y capacitado, fue asesinado, y Ricimero hizo
consagrar obispo a Avito (uno de los métodos más eficaces del siglo V para
alejar a alguien de la política, junto al asesinato puro y simple). Finalmente,
en el año 476, los germanos federati aclamaron en Italía como rey al
general Odoacro y destronaron al emperador niño Rómulo Augústulo (Nepote, el
emperador legitimado por Oriente, vivió aún hasta el año 480 en Dalmacia).
Reconocido por Constantinopla como una especie de virrey, Odoacro gobernó
Italia hasta el advenimiento de Teodorico
Guía de
análisis
1.
Realizar una línea de tiempo referida al siglo V. En la parte superior ubicar
los emperadores que sucedieron a
Teodosio; y en la parte inferior, los sucesos de esta etapa que considere de mayor
relevancia.
2. En
un mapa marcar la división del Imperio en el año 395.
2 En
un cuadro sinóptico consignar las características más sobresalientes del siglo
V en las 2 partes del Imperio Romano.
3.
Explique el porqué del título “RASGOS FUNDAMENTALES DE LA POLITICA INTERIOR :
EMPERADORES
FANTASMAS Y CAMARILLAS”.
4. ¿Qué caminos siguieron
cada una de las partes del Imperio luego de la división?
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