lunes, 9 de mayo de 2016

La lucha del Imperio por su existencia: la crisis del siglo V 1. EL SIGLO DE LA CRISIS (395-518) - Maier, Franz G.; Las transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III – VIII

Maier, Franz G.; Las transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III – VIII, Editorial Siglo XXI Editores, Madrid, 1994.

2.     La lucha del Imperio por su existencia: la crisis del siglo V
1. EL SIGLO DE LA CRISIS (395-518)

Cuando murió Teodosio, en el año 395, en Milán, antigua capital de Occidente, no se manifestaron de inmediato la fra­gilidad de su renovación política interna, lo problemático de las soluciones que había dado a los problemas políticos del im­perio. Después del «shock» de Adrianópolis, el imperio pare­cía nuevamente fortalecido. Forma política y espacio vital de la cristiandad parecían algo unitario en la conciencia política de la época; «Romania» se convirtió en el nuevo concepto con que se designaba el mundo del imperio cristiano. La renovada auto­ridad imperial era tan fuerte, que la dinastía superó sin peligro el momento crítico de la sucesión en el trono. Dos emperadores menores de edad tomaron el poder nominal del estado, sin sín­toma alguno de crisis política interna: En Constantinopla, Arca­dio, de 17 años; en Milán, Honorio, de sólo 11. La muerte de Teodosio constituyó, sin embargo, una cesura, con la que co­menzaba una crisis, esencialmente provocada desde el exterior, de las nuevas formas de existencia del tardío imperio romano.
Hasta el comienzo del gobierno del emperador Justino, en el año 518, que auguraba la época de Justiniano, se produjo una profunda transformación del mundo mediterráneo: caída del imperio en occidente, mantenimiento en oriente.
El diverso destino político de ambas mitades del imperio transformó la línea de separación entre las dos partes en un hecho geopolítico decisivo. La frontera atravesaba la prefectura de Iliria; las diócesis de Macedonia (la actual Grecia) y de Da­cia (Servia meridional) fueron incorporadas a Oriente. Este tra­zado de fronteras continúa influyendo aún hoy en la historia de los países balcánicos, pues, debido a ello, la mayor parte de los Balcanes eslavos quedaron sometidos a la influencia cul­tural bizantina y no a la occidental.
Teodosio, en realidad, había dividido el poder, y no el im­perio. Lo que él proyectaba, en consideración a la enorme tarea de gobierno que exigia la época, era la formación de dos uni­dades de gobierno: pars orientis y pars occidentis, corno se lla­maron en el lenguaje burocrático del tiempo. Constitucionalmente, seguía existiendo la unidad imperial; edictos y leyes fueron pro­mulgados con frecuencia por ambos emperadores conjuntamente. También siguió siendo válido de iure el derecho de designación del regente superviviente, en caso de trono vacante en la otra parte del imperio. La idea de un poder unitario se manifiesta en el deseo de los regentes e, inicialmente, incluso de los prín­cipes germanos de Occidente, de conseguir la legitimación de su poder por el emperador de Oriente, que mantuvo la aspira­ción a la soberanía de todo el imperio, tras la desaparición del imperio de Occidente. Falsearíamos, ciertamente, la realidad política si intentáramos supervalorar la ficción constitucional, que constituía la unidad de ambas mitades del imperio. 
La separación de Oriente y Occidente es el rasgo fundamen­tal del siglo: Las Romas del este y del oeste se procuraron sus propios aparatos estatales, para resolver diferentes problemas, tanto internos como externos. En el siglo V, se consolida la división, ya perceptible en la historia de los últimos decenios, que provocaron las nuevas fronteras, creadas, en principio, de un modo completamente artificial. La división técnico-adminis­trativa del imperio puso de manifiesto y reforzó las diferencias ya existentes. En este proceso ejerció un efecto catalizador la rivalidad política de los mismos regentes, de los grandes magister militum y de los prefectos pretorianos. Tanto estas rivali­dades personales, como los diferentes intereses políticos de am­bas partes del imperio, contribuyeron a dificultar considerable­mente la defensa contra la avalancha de la invasión de los bárbaros.
Los problemas centrales de la época siguen siendo la polí­tica religiosa y la invasión de los bárbaros. Pero los conflictos religiosos y las luchas contra las tribus germanas tuvieron solu­ciones muy distintas en Oriente y en Occidente. La invasión de los bárbaros terminó en el oeste con la disolución del imperio corno organización política. Oriente pudo superar los ataques exteriores y las migraciones germanas internas, subsistiendo corno Imperio Romano de Oriente. También fueron distintas la po­lítica eclesiástica y las controversias dogmáticas. La Iglesia Orien­tal siguió estrechamente unida en su evolución al estado, con­virtiéndose en parte integrante de la forma de vida bizantina. Por el contrario, en Occidente, el papado y la Iglesia evolucio­naron hasta convertirse en una fuerza autónoma, que, muchas veces entraba en contradicción con el estado. La cristología seguía siendo el tema teológico dominante en Oriente; el cisma monofisita afectó tanto a la Iglesia como a la política interior. En Occidente, la atención se centró en la doctrina de la gracia, que condujo a la llamada disputa pelagiana y a una polémica apolítica en el interior de la misma Iglesia.
Como había ocurrido con la discusión teológica, actitudes e intereses profundamente contrapuestos dieron también como re­sultado soluciones divergentes en el enfrentamiento de cristia­nismo y cultura antigua. Ya entonces surge, en realidad, la línea de separación entre el ámbito cultural latino-occidental y greco-bizantino-oriental. Sin embargo, siguen existiendo aspectos comu­nes y rasgos análogos. El estado romano tardío es también, des­pués de la división del imperio, un sistema de dominado; los aspectos exteriores del absolutismo y de la sumisión cortesana se acentúan más. De la misma manera, se mantiene el orden social y económico del siglo IV, con su estructura social inmo­vilista. Pero, la evolución social acaba por ser diferente. El orden social y estatal se mantiene en Oriente en sus rasgos funda­mentales, consolidándose de nuevo en la época de Justiniano.
En Occidente, por el contrario, se inicia, con la división del imperio en los diversos estados germánicos, una transformación de la estructura social, que si bien existía ya en Oriente, per­manecía todavía allí en estado latente.

    II.   RASGOS FUNDAMENTALES DE LA POLITICA INTERIOR:
EMPERADORES FANTASMAS Y CAMARILLAS
La historia política de los años que van del 395 al 518 es, especialmente en Occidente, aún más confusa que la del siglo IV; proliferan las dinastías y los conflictos políticos internos, tanto en el interior de cada una de las partes del imperio, como entre ambas. Ningún emperador alcanzó, ni siquiera de lejos, la talla de Teodosio. Una figura típica del siglo fue la del «emperador-niño», con frecuencia demasiado joven, débil y, en general, esca­samente dotado, que vivía en su palacio, separado del mundo por el ceremonial de la corte, los cortesanos y la guardia. La debilidad política del emperador, disimulada tras el velo de un exagerado ceremonial cortesano, provocó el surgimiento de ver­daderas camarillas. Estas camarillas provocaban, naturalmente, un juego de rivalidad y complicidades cargado de conflictos, en el que intervenían fuerzas de la más diversa especie. Los palacios imperiales y los centros de gobierno se convirtieron en escenarios de constantes intrigas, cuya evolución y causas no podemos reconstruir con seguridad, pese a los muchos tópicos históricos que hemos heredado de esta época. En el centro de este mundo de intrigas se destacan con fuerza las mujeres de la casa imperial, figuras enérgicas y orgullosas, que intentaban preservar en el juego político sus intereses dinásticos (frecuentemente bajo la influencia de sus consejeros espirituales). En Oriente jugaron un papel destacado durante el mandato de Teodosio II su hermana Pulqueria y su esposa Eudocia; en Occidente, y bajo Honorio y Valentiniano III, Gala Placidia, la hermana de Teo­dosio. Su vida es realmente novelesca; hecha prisionera durante la conquista de Roma, en el año 410, casó primero con Ataúlfo, rey de los visigodos, y después con Constancio, magister militum ilírico, ejerciendo una gran influencia, tanto por su experiencia política como por su mística piedad (de la que da testimonio su mausoleo en Rávena). Junto a las mujeres de la casa imperial, la camarilla cortesana constituía una facción importante en la intriga política; a ésta se sumaban ocasionalmente prefectos pre­torianos, entre los que había elementos capacitados. Un pode­rosísimo chambelán, como el eunuco Eutropio, movió práctica­mente todos los hilos de la política bajo Arcadio, decidiendo sobre la política matrimonial de la casa imperial y procurando mantener el equilibrio entre los altos mandos militares. Estos magistri militum, comandantes en jefe del ejército de campaña y pertenecientes por lo general, como patricii, a la clase social más elevada, constituían la tercera gran fuerza en torno a la figura fantasma de los emperadores.
Aunque fueran germanos o ilirios romanizados, como Cons­tancia o Aecio, al controlar el ejército, detentaban el poder real y, frecuentemente, eran los verdaderos responsables de los des­tinos del imperio. El magister militum praesentalis, comandante supremo de las fuerzas armadas, obtuvo una posición claramente superior a la de los prefectos pretorianos de la administración civil, sobre todo en Occidente.
Estas camarillas ofrecían un aspecto eminentemente peligroso en lo que respecta a la política interior. Las luchas e intrigas políticas en cada una de las cortes y la agudización del conflicto latente entre el regente de Oriente y los de Occidente contri­buyeron, de muy diversos modos, a que se adoptaran decisiones políticas erróneas (consecuencia de la falta de coordinación) y, finalmente, al debilitamiento de la potencia defensiva. En el mismo sentido repercutió (como ya había ocurrido en el siglo IV) el intento de algunos altos funcionarios y militares de preservar ampliamente sus propias zonas de influencia de la intervención del gobierno central. Ya existían indicios de aspiraciones auto­nomistas entre la alta nobleza de las Galias y de África. Esta provincia, que seguía siendo muy importante para el apro­visionamiento cerealista de Italia, pasó a ser, de facto, autónoma del año 396 al 398, bajo el mandato del comes Gildón; el comes Africae Bonifacio se hizo independiente del gobierno ro­mano occidental desde el año 427 hasta la invasión de los ván­dalos. Las camarillas tuvieron también sus aciertos. Todavía, en ciertos momentos al menos, regentes enérgicos y capacitados lo­graron resolver los problemas políticos y militares que creó la avalancha germana y proteger las fronteras del imperio o, al menos, mal que bien, intentar defenderlas.
La dinastía de Teodosio, con Arcadio (395-408) y Teodo­sio II (408-450), no disponía en Oriente de talentos políticos. En opinión de sus contemporáneos, Arcadio era «tonto por encima de toda medida»; Teodosio II, que reinó durante casi medio siglo, era conocido como «el bello escribano», por su afición a la caligrafía monacal. La dirección política la detentó Rufino (gran desacierto de Teodosio), praefectus praetorio Orien­tis, hombre intrigante y desagradable como pocos. A los dos años de su mandato fue destituído por el chambelán Eutropio, que pronto sufrió idéntico destino que su antecesor. Durante algún tiempo, jugó un papel decisivo el godo Gaínas, como magister militum. Tras ser derribado por una reacción antiger­mánica, tomó nuevamente la dirección de la política, en combi­nación con Pulqueria y Eudocia, un civil: el prefecto pretoriano Antemio. Junto a las graves disputas cristológicas se produjeron en aquel tiempo tres acontecimientos importantes para la po­lítica interior: la publicación del Codex Theodosianus (438), que contenía los edictos imperiales desde la época de Constan­tino, y que ejerció destacada influencia, tanto en la legislación justinianea, como en el derecho tribal germano (la Lex Romana Visigothorum apenas es otra cosa que un extracto del Codex); la reorganización de la Universidad de Constantinopla (425), que dotó de un instrumento central de formación a la parte oriental del imperio, y la construcción de la gran muralla de Constantinopla ante la alarma provocada por los visigodos en el año 410, lo que convirtió a la capital en la fortificación más importante del área mediterránea, con extraordinarias consecuencias para el futuro.
Los tres emperadores que siguieron encarnaban un tipo de político diferente, aunque no nuevo. Marciano (450-457), León 1 (457-474) y Zenón (474-491) fueron generales capacitados, que no procedían de la capa social de las grandes familias griegas. 


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          La política fue dictada, en gran medida, por el ejército. Tanto bajo Marciano, un tracio que llega al trono por su matrimonio con Pulqueria, como bajo León, la verdadera cabeza rectora de la política romana oriental fue el alano Aspar. Sólo en el 471 le eliminó una reacción antigermánica. Los germanos fueron sustituidos por mercenarios isaurios, pueblo montaraz y semici­vilizado de Asia Menor (lo que era como echar los demonios para llamar a Belcebú); Tarasicodisa, cabecilla de los isaurios, subió al trono imperial en el año 474 con el nombre de Zenón, legitimado por su matrimonio con Ariadna, hija de León. Zenón, primer emperador coronado por el patriarca, fue una figura in­teresante dotada de cualidades poco comunes. Durante casi vein­te años, mantuvo con firmeza las riendas del poder contra los ataques de sus compañeros de tribu isaurios y contra las conju­raciones y levantamientos del partido antiisaurio. La resistencia contra los isaurios y contra la política religiosa propugnada por Zenón condujo después de su muerte a una reacción de la orto­doxia y del nacionalismo griego, que llevó al trono al griego Anastasio (491-518). Funcionario de la administración, de edad madura, Anastasio se mostró inesperadamente enérgico en la desarticulación de la oposición isauria. Pero fue en el campo de la administración donde verdaderamente demostró su capacidad. Realizó una reorganización de la recaudación de impuestos que obtuvo importantes éxitos (a su muerte el erario público poseía 320.000 libras-oro). Pero su dura política fiscal y su posterior política eclesiástica en la cuestión monofisita provocaron, en los últimos años de su gobierno, una serie de revueltas locales y de guerras civiles.
En Occidente, el reinado de Honorio estuvo dominado por la figura del vándalo Estilicón, que se había hecho cargo de la regencia durante la minoría de edad del emperador, quien conta­ba once años (395-423). Estilicón, que muy probablemente pla­neaba la extensión de su zona de influencia al Imperio de Orien­te, se mantuvo en constante conflicto con el gobierno de Cons­tantinopla; simultáneamente hubo de entendérselas con usurpa­dores en África e Inglaterra (el caso de Constan tino se repitió en el año 407). Sólo consiguió retrasar la primera invasión de los germanos en el amplio frente del oeste. La situación empeoró tanto, que Rávena, cuya posición era inmejorable por encontrarse sobre una estrecha franja de terreno entre el Adriático y exten­sas lagunas, hubo de sustituir a Milán como residencia imperial. El antiguo refugio de la flota se convertiría ahora en uno de los más importantes lugares del temprano arte bizantino.     





El sepulcro de Gala Placidia (h. el 450) inaugura una serie de grandes monumentos, cuya construcción proseguiría hasta la era justinianea.
Este generalísimo del imperio, querido por pocos, cayó en el año 408, víctima del partido nacionalista romano y del odio siempre vivo de los emperadores contra los «consejeros» dema­siado poderosos; Honorio le hizo ejecutar en Rávena. Tampoco a su sucesor como magister militum, Constancia, le fue posible detener por mucho tiempo el avance de los germanos, aunque tuvo una gran importancia el que fuera capaz de dirigir con orden la ocupación germánica de las Galias. Al morir Constan­cio en el año 421, dos años antes que el emperador Honorio, Teodosio II intentó extender su soberanía a Occidente. Sin em­bargo, hubo de reconocer como augusto a Valentiniano III, de cuatro años de edad, hijo de Constancia, en cuyo nombre asumió la regencia Gala Placidia. Durante treinta años, Aecio, nuevo generalísimo del imperio, rigió los destinos de Occidente, aunque en constante tensión con Gala Placidia y con sus generales fa­voritos, Félix y Bonifacio. El último gran éxito de las continuas guerras defensivas fue el triunfo de Aecio sobre los hunos (451). Tres años más tarde sería apuñalado por Valentiniano III, du­rante una entrevista; al año siguiente, el mismo emperador fue asesinado.
Con el fin de la dinastía teodosiana, comenzó en Occidente la disgregación definitiva; la autoridad del gobierno de Rávena no sobrepasaba ya, de hecho, las fronteras de Italia, e incluso en Italia eran frecuentes las situaciones caóticas. En veinte años se sucedieron en el trono nueve emperadores fantasma, a gusto del magister militum Ricimero. Mayoriano, demasiado independiente y capacitado, fue asesinado, y Ricimero hizo consagrar obispo a Avito (uno de los métodos más eficaces del siglo V para alejar a alguien de la política, junto al asesinato puro y simple). Fi­nalmente, en el año 476, los germanos federati aclamaron en Italía como rey al general Odoacro y destronaron al emperador niño Rómulo Augústulo (Nepote, el emperador legitimado por Oriente, vivió aún hasta el año 480 en Dalmacia). Reconocido por Constantinopla como una especie de virrey, Odoacro gobernó Italia hasta el advenimiento de Teodorico                 


Guía de análisis
1. Realizar una línea de tiempo referida al siglo V. En la parte superior ubicar los emperadores que sucedieron a  Teodosio; y en la parte inferior, los sucesos  de esta etapa que considere de mayor relevancia.
2. En un mapa marcar la división del Imperio en el año 395.
2 En un cuadro sinóptico consignar las características más sobresalientes del siglo V en las 2 partes del Imperio Romano.
3. Explique el porqué del título “RASGOS FUNDAMENTALES DE LA POLITICA INTERIOR:
EMPERADORES FANTASMAS Y CAMARILLAS”.
4. ¿Qué caminos siguieron cada una de las partes del Imperio luego de la división?


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