EDWARD P. THOMPSON
TRADICIÓN, REVUELTA
Y CONSCIENCIA DE CLASE
Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial
De aquí que el historiador que se enfrenta con cartas como éstas y vuelve después a la prensa permitida o los periódicos de los grandes, tenga la impresión de visión doble. En la superficie todo es consenso, deferencia, conformidad; los dependientes solicitan el favor abyectamente; todo está en su lugar; ni una palabra contra la ilustre casa de Hannover o la Gloriosa Constitución rompe las apacibles aguas de la ilusión. Y entonces, desde un nivel oscuro y anónimo, salta ante la vista fugazmente la injuria jacobíta o igualadora. No debemos tomar ni la reverencia ni la imprecación como indicación de la verdad final; ambos podían fluir del mismo espíritu, según permitieran las circunstancias y el cálculo de ventajas. Ahora parece, nos dice Richard Cobb, que la mitad de los ayudas de cámara del París prerrevolucionario, que seguían a los nobles servilmente a través de los elegantes salons, alimentaban en sus fantasías visiones de guillotinas cayendo sobre los blancos y empolvados cuellos que les rodeaban.163 Pero, de no haberse levantado nunca la guillotina, las fantasías de estos criados permanecerían desconocidos. Y los historiadores podrían escribir sobre la deferencia, incluso el consenso, del anden régime. La deferencia de la Inglaterra del siglo xvm pudo ser algo similar.
quizá más calor en este punto que en cualquier otro de derechos políticos generales; «Yo sabía ... que el camino más beneficioso a seguir era el de bailar atendiendo a gentes tontas, hacerme aceptable a petimetres, satisfacer sus caprichos, no tener opiniones propias ... Sabía bien que para poder ganar dinero tenía que consentir en someterme a muchas indignidades, a la insolencia, a la tiranía y la injusticia. No tenía opción entre esto y ser un mendigo, y estaba decidido a no ser un mendigo ... En pocas palabras, un hombre para ser un buen sastre, tiene que ser o un filósofo o un miserable esclavo tembloroso cuyos sentimientos no hubieran sido nunca elevados a la altura de la hombría»; The Autobiograpby of Francis Place, ed. Mary Thale, Cambridge, 1972, pp. 216-217.
163. El director administrativo de la Oficina de Fuegos del Distrito {que contaba con una gran experiencia) también observó que las personas dependientes más íntimas de los poderosos eran los más dados a cometer incendios premeditados y a escribir cartas incendiarias. Aconsejó a sus empleados, durante el episodio «Swing»; «Los criados de la víctima, gente empleada por él e incluso de su confianza, viviendo en sus tierras, y cerca del lugar incendiado, son frecuentemente capaces de cometer estos actos. Un desprecio, una negativa, una supuesta rudeza, ni siquiera, incluso la gratificación de sentimientos de envidia y malicia, son motivos suficientes para cierta clase de gente para cometer estos actos. Algunos de los intentos más decididos de quemar una casa que tenemos registrados han sido cometidos por criadas». La circular iba encabezada «Para el Descubrimiento de un Incendiario en la Región», 24 diciembre 1830, PRO, HO 40.25, citado en Radzinowicz, op. cit., II, pp. 450454.
TIEMPO, DISCIPLINA DE TRABAJO Y CAPITALISMO INDUSTRIAL *
Tess ... ascendió por el oscuro y tortuoso callejón o calle que no estaba pensado para avanzar con rapidez; una calle hecha antes de que tuvieran valor las pulgadas de terreno y cuando los relojes de una sola manecilla dividían el día suficientemente.
Thomas Hardy
I
Es un lugar común que los años que van de 1300 a 1650 vieron importantes cambios en la percepción del tiempo, en la cultura intelectual de Europa occidental.1 En los Cuentos de Canterbury, el gallo todavía aparece en su papel inmemorial de reloj de la naturaleza: Chauntecleer.
Caste up his eyen to the brighte sonne,
That in the signe of Taurus hadde yronne Twenty degrees and oon, and somwhat rooore,
* «Time, Work-Discipline, and Industrial Capitalism», "Past and Present, n.° 38 (diciembre 1967), pp. 56-97. (Copyright mundial: Past and Present Society, Corpus Christi College, Oxford).
1. Lewis Mumford hace afirmaciones sugerentes en Technics and Civilization, Londres, 1934, esp. pp. 12-18, 196-199; véase también S. de Grazia, Of Time, Work, and Leisure, Nueva York, 1962; Carlo M. Cipolla, Clocks and Culture, 1300-1700, Londres, 1967, y Edward T. Hall, The Silent Language, Nueva York, 1959.
He knew by kynde, and by noon oother Ioore That it was pryrae, and crew with blisful stevene .. .*
Pero a pesar de que «Conocía por instinto cada grado ascendente del círculo equinoccial» el contraste entre el tiempo «de la naturaleza» y del reloj se destaca en la imagen:
Wel sikerer was his crowyng in his logge Than is a clokke, or an abbey orlogge.**
Es este un reloj muy antiguo: Chaucer (contrariamente a Chaunte- cleer) vivía en Londres y conocía las horas de la corte, la organización urbana y ese «tiempo del comerciante» que Jacques Le Goff, en un estimulante artículo de Armales, ha contrastado con el tiempo de la Iglesia medieval.2
No me interesa polemizar sobre la medida en que el cambio se debió a la difusión de los relojes desde el siglo xiv en adelante o en qué medida era esto en sí mismo síntoma de una nueva disciplina puritana y exactitud burguesa. Como quiera que lo consideremos, el cambio se ha producido con toda certeza. El reloj sube al escenario isabelino, convirtiendo el último soliloquio de Fausto en un diálogo con el tiempo: «aún se mueven los astros, el tiempo corre, el reloj va a sonar». El tiempo sideral, presente desde que empezara la literatura, se ha trasladado, en un solo movimiento, de los cielos al hogar. La mortalidad y el amor se sienten con más intensidad mientras «el lento avanzar de la manecilla en movimiento»3 cruza la esfera. Cuando el reloj se lleva alrededor del cuello descansa próximo a los latidos menos regulares del corazón. Las convencionales imágenes isabelínas del tiempo como tirano devorador, mutilador y
* Levantó los ojos hacia el resplandeciente sol (que había recorrido en el signo de Tauro poco más de veintiún grados), y conoció, por instinto, y por aprendizaje alguno, que era la hora de prima. En consecuencia cantó con voz jovial ... (Trad. de Juan G. de Luaces, Barcelona, 1946).
** Era más grata su voz que el órgano que sonaba en la iglesia los días de misa, y su cantar mucho más infalible que un reloj de abadía. (Ibid.)
2. J. le Goff, «Au Moyen Age: Temps de l’Église et temps du marchand», Annales ESC, XV (1960); y del mismo autor, «Le temps du travail dans la “crise” du xiv* siècle: du temps médiéval au temps moderne», Le Moyen Age, LXIX (1963).
3. M. Drayton, «Of his Ladies not Commîng to London», Works, ed. J. W. Hebel, Oxford, 1932, III, p. 204.
sangriento, como segador de guadaña, son ya antiguas, pero tienen uHa nueva inminencia e insistencia.4 5
Con el avanzar del siglo xvii' la imagen del mecanismo de relojería se extiende, hasta que, con New ton, ha absorbido el universo. Y^hacia mediados del siglo xvm (si Hemos de creer a Sterne) el reloj ha penetrado en niveles más íntimos. Porque el padre de Tris- tram Shandy —«en todo lo que hacía era ... de lo más metódico»—, «se había impuesto como norma durante muchos años de su vida dar cuerda a un gran reloj que se encontraba tras la escalera de la casa, la noche de cada domingo de mes durante todo el año». «Probablemente llegó gradualmente a programar con idéntica frecuencia algunas otras pequeñas obligaciones conyugales»', y esto permitió a Tristram fechar su concepción con toda exactitud. También provocó The Clockmaker’s Outcry against the Author:
Las instrucciones que había recibido para la confección de varios relojes para el país han sido revocadas; porque ninguna dama recatada se atreve hoy a decir una palabra con respecto a dar cuerda al reloj, sin exponerse a las furtivas miradas y las bromas maliciosas de la familia ... Más aún, la expresión corriente de las mujeres de la vida es, «Señor, ¿quiere que de cuerda a su reloj?».
Virtuosas matronas (se lamentaba el «relojero») están relegando sus relojes a los cuartos trasteros porque «estimulan los actos de carnalidad».3
Pero no es probable que este grueso impresionismo haga progresar la cuestión que nos ocupa: ¿hasta qué punto, y en qué formas, afectó este cambio en el sentido del tiempo a la disciplina de trabajo, y hasta qué punto influyó en la percepción interior del tiempo de la gente trabajadora? Si la transición a la sociedad industrial madura supuso una severa reestructuración de los hábitos de trabajo —nuevas disciplinas, nuevos incentivos y una nueva naturaleza humana sobre la que pudieran actuar estos incentivos de manera efectiva—, ¿hasta qué punto está'todo esto en relación con los cambios en la representación interna del tiempo?
4. El cambio se examina en Cipolla, op. dt.; Erwin Sturzl, Der Zeitbegriff in der Elísabethanischen Literatur (Wiener Beitrage zur Englischen Philologie, LXIX) Víena-Stuttgart, 1965; Alberto Tenenti, II Senso delía Morte e Vamore della vita nel r'tnascimento, Milán, 1957.
5. Anónimo, The Clockmaker's Outcry against the Author of ... Tristram Shandy, Londres, 1760, pp. 42-43,
II
Es sabido que entre pueblos primitivos la medida del tiempo está generalmente relacionada con los procesos habituales del ciclo de trabajo o tareas domésticas. Evans-Pritchard ha analizado el sentido del tiempo de los «nuer»:
El horario diario es el del ganado, la ronda de las tareas pastorales, y el paso del tiempo a través de un día es, para un nuer, primordialmente la sucesión de dichas tareas y sus relaciones mutuas.
Entre los «nandi» se desarrolló una definición ocupacional del tiempo que no solamente cubría todas las horas, sino también las medias horas del día —a las 5.30 de la mañana los bueyes han ido al lugar de apacentamiento, a las 6 se ha soltado a las ovejas, a las 6.30 el sol ha crecido, a las 7.30 las cabras han ido a pastar, etc.—, una economía extraordinariamente bien regulada. De forma similar se desarrollan los términos en que se miden los intervalos de tiempo. En Madagascar una forma de medir el tiempo es «una cocción de arroz» (alrededor de media hora) o «la fritura de una langosta» (un momento). A los nativos de Cross River se les oyó decir que «el hombre murió en menos tiempo que tarda el maíz en quedar completamente tostado» (menos de quince minutos}.6
No es difícil encontrar ejemplos de esto más próximos a nosotros en ¡tiempo cultural. Así, en el Chile del siglo xvii, el tiempo se medía con frecuencia en «credos» : en 1647 se describió la duración de un terremoto como el período de dos credos; mientras que se determinaba el tiempo de cocción de un huevo por la duración de un «avemaria» en voz alta. En época reciente, en Birmania, los monjes
6. E, E. Evans-Pritchard, The Nuer, Oxford, 1940, pp. 100-104 [hay tradución castellana: Los Nuer, Barcelona, 1977, pp. 116-120]; M. P. Nilsson, Primitive Time Reckoning, Lund, 1920, pp. 32-33, 42; P. A. Sorokin y R. K. Merton, «Social Time: A Methodological and Functional Analysis», American Journal of Sociology, XLII (1937); A. I. HaUoweU, «Temporal Orientation in Western Civilization and in a Pre-Literate Society», American Anthropology, Nueva Serie, XXXIX (1937). Otras fuentes para la noción primitiva del tiempo se citan en H. G. Alexander, Time as Dimension and History, Alburquerque, 1945, p. 26, y Beate R. Salz, «The Human Element in Industrialization», Economic Development and Cultural Change, IV (1955), esp. pp. 94-114.
se levantaban al amanecer «cuando hay suficiente luz para ver las venas de las manos».7 El Oxford Engltsb Dictionary ofrece algunos ejemplos ingleses: «pater noster wyle», «miserere whyle» (1450); y (en el New English Dictionary pero no en el Oxford Engltsb Dictionary) «tiempo de orinar», una medida un tanto arbitraria.
Pierre Bourdieu ha explorado más de cerca las actitudes ante el tiempo del campesino kabileño (en Argelia) en años recientes: «Una actitud de sumisión y de impasible indiferencia al paso del tiempo que nadie sueña siquiera en dominar, utilizar o ganar ... La prisa se considera una falta de decoro combinada con una ambición diabólica». El reloj se conoce a veces como «el molino del diablo»! no hay horas precisas de comer; «la noción de una cita exacta es desconocida; sólo aceptan encontrarse “en el próximo mercado”». Hay una canción popular.que dice:
It is useless to pursue the world. No one wiíl ever overtake it.* 8 -
Synge, en su bien observado relato sobre las islas Aran, nos ofrece un ejemplo clásico:
Mientras paseo con Míchael alguien se me acerca a menudo para preguntarme la hora. Poca de esta gente, sin embargo, está lo suficientemente acostumbrada al tiempo moderno para comprender más que de una forma imprecisa la convención de las horas y cuando se la digo es por mi reloj por lo que no quedan satisfechos y preguntan cuánto les queda hasta el atardecer.9
El conocimiento general del tiempo en esta isla depende, curiosamente, de la dirección del viento. Prácticamente todas las chozas se construyen ... con dos puertas, una frente a la otra, de las cuales la más protegida se mantiene abierta todo el día para que
7. E. P. Salas, «L’évolution de la notion du temps et les horlogers k l’époque colonialc au Chili», Armales ESC, XXI (1966), p. 146; Cultural Pat- terns and Technical Cbange, ed. M. Mead, UNESCO, Nueva York, 1953, p- 75.
* Es inútil perseguir el mundo. Nadie lo alcanzará.
9. P. Bourdieu, «The Attitude of the Algerian Peasant toward Time», en Mediterranean Countrymen, ed. J. Pitt-Rivers, París, 1963, pp. 55-72.
9. Ibid., p. 179: «Los hispanoamericanos no regulan sus vidas por el reloj como hacen los anglosajones. Tanto la población rural como la urbana, al serles preguntado cuándo piensan hacer alguna cosa, da respuestas como: “Ahora mismo, a las dos o las cuatro”».
dé luz al interior. Si sopla viento norteño se abre la puerta sur y la sombra de la jamba de la puerta indica la hora en su movimiento sobre el suelo de la cocina; tan pronto como el viento cambia, viniendo del sur, se abre la otra puerta, y las gentes, a las que jamás se les ha ocurrido utilizar ni siquiera una esfera primitiva, se encuentran perdidas ...
Cuando el viento es del norte la anciana prepara mis comidas con cierta regularidad; pero en los demás días me hace con frecuencia el té a las tres en lugar de las seis ...w
Naturalmente, una indiferencia tal ante las horas del reloj sólo podía ser posible en una comunidad de pequeños agricultores y pescadores con un armazón mínimo de comercialización y administración, y en la cual las tareas cotidianas (que pueden variar desde pescar a labrar la tierra, construir, remendar las redes, bardar, hacer una cuna o un ataúd) parecen revelarse ante los ojos del labrador por la lógica de la necesidad.10 11 Pero esta exposición nos servirá para destacar los condicionamientos esenciales en las distintas notaciones del tiempo que proporcionan las diferentes situaciones de trabajo y su relación con los ritmos «naturales»'. Está claro que los cazadores deben utilizar ciertas horas de la noche para colocar sus trampas. Los pueblos pescadores y marineros tienen que integrar sus vidas con las mareas. Una petición de Sunderland de 1800 incluye las palabras «considerando que es este un puerto de mar en el cual mucha gente se ve obligada a permanecer levantada toda la noche para atender a las mareas y a sus asuntos en el río».12 La frase operativa es «atender las mareas» : la organización del tiempo social en el puerto se
10. J. M. Synge, Plays, Poems, and Prosa, Everyman ed„ Londres, 1941, p. 257.
11. El suceso más importante en la relación de las islas con una economía externa durante la época de Synge fue la llegada del barco de vapor, cuyas horas podían verse muy afectadas por la marea y el tiempo. Véase Synge, The Aran íslands, Dublín, 1907, pp. 115-116.
12. PRO, WO 40.17. Es interesante observar otros ejemplos en que se reconoce que las horas de las tareas marinas estaban en pugna con las rutinas urbanas: el Tribunal del Almirantazgo estaba siempre abierto, «pues que los forasteros y mercaderes, y hombres de mar, tienen que aprovechar la oportunidad de mareas y vientos, y no pueden, sin ruina y gran perjuicio, asistir a las solemnidades de los tribunales y alegatos dilatorios» (E. Vansíttart Neale, Feasts and Fasts, Londres, 1845, p. 249), mientras que en algunas legislaciones sabatarias se hacía una excepción para los pescadores que divisaban un banco de peces cerca de la costa en día de descanso.
ajusta a los ritmos del mar; y esto parece natural y comprensible al pescador o el marinero : la compulsión pertenece a la naturaleza.
De manera similar, el trabajar de amanecer a anochecer puede parecer «natural» en una comunidad agrícola, especialmente durante los meses de cosecha : la naturaleza exige que se recolecte el grano antes de que comiencen las tormentas. Y se pueden observar ritmos de trabajo igualmente «naturales» relacionados con otras ocupaciones rurales e industriales : hay que ocuparse de las ovejas mientras crían y guardarlas de los depredadores; hay que ordeñar las vacas; ha de vigilarse el fuego del carbón y no permitir que llegue a quemar la turba (y los carboneros han de dormir a su lado); una vez que se comienza la producción de hierro, no se puede permitir que fallen los hornos.
La notación del tiempo que surge de estos contextos ha sido descrita como «orientación al quehacer». Es quizá la orientación más efectiva en las sociedades campesinas, y es importante en las industrias locales pequeñas y domésticas. No ha perdido de ninguna manera toda su relevancia en ciertas zonas rurales de la Inglaterra actual. Se pueden proponer tres puntos sobre la orientación al quehacer. El primero es que, en cierto sentido, es más comprensible humanamente que eljtrabajo. regulado por horas. El campesino o trabajador parece ocuparse_de lo que es una necesidad constatada. En segundo, lugar, una comunidad donde es normal la'orientación al quehacer parece mostrar una demarcación menor entre «trabajo».y «vida»; Las relaciones sociales y el trabajo están entremezclados —la jornada de trabajo se alarga o contrae de acuerdó con las necesarias labores— y no existe mayor sentido de conflicto entre el trabajo y el «pasar Ht- Jjempo». En tercer lugar, al hombre acostumbrado al trabajo regulado por reloj, esta actitud hacia el trabajo le parece antieconómica y-carente de apremio.13
Una diferenciación tan clara supone, desde luego, como referente, al campesino o artesano independientes. Pero la cuestión de la orien
13. Henri Lefebvre (Critique de la vie quotidienne, París, 1958, II, pp. 52-56) prefiere la distinción entre «tiempo cíclico* —que surge del cambio en las ocupaciones agrícolas de temporada— y «tiempo lineal» de la organización urbana e industrial. Más sugestiva es la distinción de Lucien Febvre entre «Le temps vécu et le temps-mesure», Le problème de l’incroyance au XVI* siècle, Paris, 1947, p. 431. Un examen un tanto esquemático de la organización de tareas en las economías primitivas se encuentra en Stanley H. Udy, Organisation of Work, New Haven, 1959, cap. 2.
tación al quehacer se hace mucho más compleja~£iuel caso de que el trabajo sea contratado. La economía familiar del pequeño agricultor puede estar en términos generales orientada al quehacer; pero dentro de ella puede existir una división del trabajo y una distribución de papeles, así como la disciplina de la relación patrón-emplea- do entre el campesino y sus hijos. Incluso en este caso empieza el tiempo a convertirse en dinero, dinero del patrón. Tan pronto como se utilizan verdaderos braceros se destaca el cambio de orientación al quehacer a trabajo regulado. Es cierto que la regulación del trabajo puede hacerse sin reloj ninguno, y de hecho precede a la difusión del reloj. Pero, a mediados del siglo xvn, los campesinos acomodados calculaban sus expectativas sobre el trabajo contratado (como lo hizo Henry Best) en «jornadas»: «el Cunnigarth, con sus tierras bajas, supone cuatro largas jornadas regulares», etc.;14 y lo que Best hizo en sus propias tierras, intentó presentarlo Markham de forma general:
Un hombre ... puede segar de Cereal, como Cebada y Avena, si es grueso, leñoso y abatido hasta el suelo, trabajando bien, y no cortando las cabezas de las espigas, y dejando la caña aún en crecimiento, acre y medio al día: pero si el cereal es bueno, grueso y bien erguido, puede entonces segar dos acres o dos acres y medio al día; pero si el cereal es corto y fino, puede entoncer segar tres, y a veces cuatro acres al día y no trabajar en exceso ...1S
El cálculo es -difícil y depende de muchas variables. Evidentemente una forma directa de medir el tiempo era más conveniente.16
Esta forma de medir el tiempo encarna una relación simple. Los que son contratados experimentan una diferencia entre el tiempo dé~
14. Rural Economy in Yorkshire in 1641 ... Farming and Account Books of Henry Best, ed. C, B. Robinson (Surtees Society, XXXIII), 1857, pp. 38-39.
15. G. M., Tbe Inrtchtnent of tbe Weald of Kent, Londres, 166010, cap. XII: «Un cálculo general de los hombres, y de los trabajos de las reses: lo que cada uno puede realizar sin perjuicio cotidianamente», pp. 112-118.
16. El cálculo salarial todavía implicaba, por supuesto, la jornada esta-:i tuida de amanecer a atardecer, definida, tan tarde como 1725, en una relación de Lancashíre: «Trabajarán desde las cinco de la mañana hasta entre siete y ocho de la noche, desde mediados de marzo a mediados de septiembre», y desde ese momento «desde la primavera del día hasta la noche», con dos medias horas para beber y una hora para comer y (en verano solamente) media hora de sueño: «por lo demás, por cada hora de ausencia se descontará un penique»: Annals of Ágriculture, Londres, XXV (1796).
sus patronos, y su «propio» tiempo. Y el patrón debe utilizar el tiempo de su mano de obra y ver que no se malgaste : no es el quehacer el que domina sino el valor del tiempo al ser reducido a dinero. El tiempo se convierte en moneda : no pasa sino que se gasta.
Este contraste puede observarse en cierta medida, en las actitudes hacia dinero y trabajo, en dos pasajes del poema de Stephen Duck, «The Thresher’s Labour». El primero describe una situación laboral que nosotros consideramos como normal en los siglos xrx y xx:
From the strong Planks our Crab-Tree Staves rebound,
And echoing Barns return the rattling Sound.
Now in the Air our knotty Weapons Fly;
And now with equal Force descend from high;
Down one, one up, so well they keep the Time,
That Cyclops Hammers could not truer chime ...
In briny Streams our Sweat descends apace,
Drops from our Locks, or trickles down our Face.
No intermission in our Works we know;
The noisy Threshall must for ever go.
Their Master absent, others safely play;
The sleeping Threshall doth itself betray.
Nor yet the tedious Labour to beguile,
And make the passing Minutes sweetly smile,
Can we, like Shepherds, tez a merry Tale?
The Voice is lost, drown’d by the noisy Flail ...
Week after Week we this dull Task pursue,
Unless when winnowing Days produce a new;
A new indeed, but frequently a worse,
The Threshall yields but to the Master’s Curse:
He counts the Bushels, counts how much a Day,
Then swears we’ve idled half our Time away.
Why look ye, Rogues.' D’ye think that this will do?
Your Neighbours thresh as much again as you.* 4
4 Rebotan las duelas de manzano silvestre de nuestros tablones, / Y el eco de los graneros devuelve el golpeteo. / Vuelan al aire nuestras nudosas armas; / Y con igual fuerza descienden después desde la altura: / Abajo, arriba, tan bien marcan el tiempo, / que los martillos de los ciclopes no pudieron repicar con más fidelidad ... / Desciende rítmicamente nuestro sudor en salados arroyos, / Cayendo de nuestras guedejas o resbalando por la cara. / No conocemos interrupción en nuestro quehacer; / La ruidosa trilla siempre ha de seguir. / Ausente el patrón, otros se solazan sin temor; / El trillador dormido se traiciona. / Ni siquiera para engañar la tediosa labor, / Y que con
Esto parece describir la monotonía, la alienación del placer en el trabajo, y el antagonismo de intereses que se atribuye generalmente al sistema fabril. El segundo pasaje describe la recolección:
At length in Rows stands up the well-dry’d Corn,
A grateful Scene, and ready for the Bam.
Our well-pleas’d Master views the Sight with joy,
And we for carrying all our Force employ.
Confusion soon o’er all the Field appears,
And stunning Clamours fill the Workmens Ears;
The Bells, and clashing Whips, alternate sound,
And rattling Waggons thunder o’er the Ground.
The Wheat got in, the Pease, and other Grain,
Share the same Fate, and soon leave bare the Plain;
In noisy Triumph the last Load moves on,
And loud Huzza’s proclaim the Harvest done.* *
Es esta, por supuesto, una pieza establecida y obligatoria de la poesía agraria del siglo xvm. Y también es cierto que se mantenía la moral del jornalero con las altas ganancias de la recolección. Pero sería un error considerar la situación de recolección en términos de respuesta directa a estímulos económicos. Es también un momento en el que los viejos ritmos colectivos rompen sobre los nuevos, y puede exhibirse una buena cantidad de folklore y hábitos rurales como evidencia que confirma la satisfacción psíquica y las funciones rituales —por ejemplo, el momentáneo olvido de diferencias sociales— del
dulzura sonrían los minutos que pasan, } Podemos, como pastores, contar alegres historias. / La voz se pierde, ahogada por el estrepitoso golpear ... // Semana tras semana nos esforzamos en este duro quehacer, / Hasta que los días de aventar traen algo nuevo; / Nuevo sí, muchas veces peor, / El trillador sólo se rinde ante la maldición de su patrón: / Cuenta los sacos, cuenta las medidas del día, / Y luego jura que hemos malgastado la mitad de la jornada. / ¡Pero, pillos! ¿Pensáis que esto es bastante? / Vuestros vecinos trillan dos veces más.
* Por fin descansa en filas el grano bien secado, / Grata escena, listo para los graneros. / Bien contento mira el patrón la escena con regocijo, /
Y nosotros empleamos toda nuestra fuerza para transportarlo. / Pronto reina la confusión sobre los campos, / Y llenan los oídos del trabajador clamores que le aturden; / Las campanas, y el restallar de los látigos alternan su sonido, /
Y retumban sobre el suelo los carros traqueteantes. / Metido el trigo, los guisantes y otros granos, / Comparten la misma suerte y pronto dejan la llanura pelada; / En clamoroso triunfo arranca la última carga, / Y fuertes burras proclaman el final de la cosecha.
hogar de la cosecha. «¡Qué pocos saben hoy —escribe M. K. Ashby— lo que era participar en una cosecha hace noventa años! Aunque los desheredados no obtuvieron gran parte de los frutos, Compartían, sin embargo, el éxito, la profunda dedicación y gozo de éste.» 17
III
No está de ningún modo claro hasta qué punto estaba extendida la posibilidad de disponer de relojes precisos en la época .de, la revolución industrial. Desde el siglo xiv en adelante se erigieron relojes en iglesias y lugares públicos; la mayoría de las parroquias inglesas deben haber poseído un reloj de iglesia hacia finales del siglo xvi.1* Pero la precisión de estos relojes es una cuestión polémica y se mantuvo el uso de relojes de sol (en parte para poner los demás en hora) en los siglos xvn, xvm y xix.19
Continuaron haciéndose donativos caritativos en el siglo xvii (algunas veces extendidos como «tierras de reloj», «tierras de ding- dong» o «tierras de campana de toque de queda») para que se tocaran las campanas al alba y se diera el toque de queda.20 As!, Richard Palmer de Wokingham (Berks) cedió en 1664 la administración de unas tierras para que se pagara al sacristán el toque de la campana grande todas las mañanas a las cuatro, o lo más aproximado posible a estas horas, dtsde el 10 de septiembre al 11 de marzo todos los años
17. M. K. Ashby, Joseph Ashby of Tysoe, Cambridge, 1961, p. 24.
18. Para la/ primera evolución de los relojes, véase Carlo M. Cipolla, Clocks and Culfure, passim; A. P. Usher, A History of Mechanical Inventions, ed. rev., Harvard, 1962, cap. VII; Charles Singer y otros, eds., A History of Technology, Oxford, 1956, III, cap. XXIV; R. W. Symonds, A History of English Clocks, Penguin, 1947, pp. 10-16, 33; E. L. Edwards, Weight-driven Chamber Clocks of the Middle Ages and Renaissance, Altrincham, 1965.
19. M. Gatty, The Book of Sun-diales, ed. rev. Londres, 1900. Para un ejemplo de un tratado que explica en detalle la forma de determinar las hdfas con el reloj de sol, véase John Smith, Horological Dialogues, Londres, 1675. Para ejemplos de mercedes concedidas para relojes de sol, véase C. J. C. Beeson, Clockmaking in Oxfordshire, Banbury Hist. Assn., 1962, pp. 76-78; A. J. Hawkes, The Clockmakers and Watchmakers of Wigan, 1650-1850, Wigan, 1950, p. 27.
20. Puesto que muchos de los primeros relojes de iglesia no daban las horas, estaban complementados con un campanero.
no sólo para que todos los que vivan a distancia que puedan oír su sonido sean así inducidos a un oportuno marchar a descansar por la noche y un temprano madrugar por la mañana para las labores y deberes de sus muchos quehaceres (cosas comúnmente atendidas y premiadas con frugalidad y pericia) ...
sino también para que los forasteros y otras personas que oyeran la campana en las noches de invierno «pudieran enterarse de la hora de la noche, y recibir cierta orientación sobre el camino apropiado». Estos «fines racionales», creía, «no podían sino ser muy del agrado de las gentes discretas, siendo lo mismo hecho y bien visto en la mayoría de las ciudades y mercados, y otros muchos lugares del reino La campana recordaría también a los hombres su carácter pasajero, la resurrección y el juicio.21 El sonido servía mejor que la vista, especialmente en distritos industriales en vías de desarrollo. En Ib's "distritos textiles del West Riding, en los Potteries (y probablemente en otros distritos), se utilizaba aún el cuerno para despertar a la gente por la mañana.22 El labrador levantaba en ocasiones a sus propios braceros yendo a sus cabañas; y sin duda el aldabonazo de aviso empezó con las primeras fábricas.
Un gran avance en la precisión de los relojes domésticos se logró con la aplicación del péndulo en 1658. Los relojes de pared empezaron a difundirse más desde los años 1660, pero los que tenían minutero (y agujas para las horas) se generalizaron bastante más tarde.23 En cuanto a aparatos más transportables, el reloj de bolsillo era de precisión dudosa hasta que se hicieron ciertos progresos en el escape
21. Charity Commissioners Reports (1837-1838), XXXII, parte I, p. 224; véase también H. Edwards, A Collection of Old English Customs, Londres, 1842, esp. pp. 223-227; S. O. Addy, Household Tales, Londres, 1895, pp. 129- 130; County Folk-Lore, East Riding of Yorkshire, ed. Mrs. Gutch, Londres, 1912, pp. 150-151; Leicestershire and Rutland, ed. C. J. Bilson, Londres, 1895, pp. 120-121; C. J. C. Beeson, op. cit., p. 36; A. Gatty, The Bell, Londres, 1848, p. 20; P. H, Ditchfield, Old English Customs, Londres, 1896, pp. 232-241.
22. H. Heaton, The Yorkshire Woollen and Worsted Industries, Oxford, 1965, p. 347. Wedgwood parece haber sido J primero en sustituir el cornetín por la campana en los Alfares: E. Meteyard, Life of fast ah Wedgwood, Londres, 1865, I, pp. 329-330.
23. W. I. Milham, Time and Timekeepers, Londres, 1923, pp. 142-149; F. J. Britten, Old Clocks and Watches and Their Makers, Londres, 1932*, p. 543; E. Bruton, The Longcase Clock, Londres, 1946, cap. IX.
y se aplicó el muelle de equilibrio espiral después de 1674.34 Aún se preferían los adornos y la riqueza en el diseño a la mera funcionalidad. Un diarista de Sussex anotó en 1688:
compré ... un reloj de plata, que me costó tres libras ... este reloj da la hora del día, el mes del año, la fase de la luna, y la marea y reflujo de las aguas; y marcha treinta horas habiéndole dado cuerda sólo una vez.24 25
El profesor Cipolla sugiere la fecha de 1680 como el momento en que adquirió precedencia la fabricación de relojes ingleses sobre sus competidores europeos.26 27 La fabricación de relojes había surgido de lás destrezas del herrero,23 y todavía puede observarse esta afinidad en los cientos de relojeros independientes que trabajan para encargos locales en sus propios talleres, dispersos a través de las ciudades- mercado e incluso grandes pueblos de Inglaterra, Escocia y Gales en el siglo xvm.28 Mientras que muchos de ellos no aspiraban más que al simple reloj de campo de caja larga y cuerda para un día, había artesanos de verdadero genio entre ellos. Así por ejemplo John Harrison, relojero y antiguo carpintero de Barton-on-Humber (Lin- colnshire), perfeccionó un cronómetro marino, y en 1730 declaraba haber
logrado llevar un reloj más cercano a la verdad, de lo que realmente puede imaginarse, si se considera el vasto número de segundos de tiempo que hay en un mes; en cuyo espacio de tiempo no oscila
24. Milham, op. cit., pp. 214-226; C. Qutton y G. Daniels, Watcbes, Londres, 1965; F. A. B. Ward, Handbook of the Colíections illustrating Time Measurement, Londres, 1947, p. 29; Cipolla, op. cit., p. 139.
25. Edward Turner, «Extracts from the Diary of Richard Stapley», Sussex Arcbaelogical Collectíon, II (1899), p. 113.
26. Véase el admirable examen de los orígenes de la industria inglesa en Cipolla, op. cit., pp. 65-69.
27. En fecha tan tardía como 1697 en Londres la Compañía de Herreros disputaba el monopolio a los relojeros (fundada en 1631), basándose en que «es bien sabido que son los originales y verdaderos fabricantes de relojes, etc.
V
que tienen por dio completa pericia y conocimiento ... »: S. E. Atkins y
. H. Overall, Same Account of the Worsbipful Company of Clockmakers of
the City of London, Londres, 1881, p. 118. Para un herrero-relojero de aldea,
véase J. A. Daniell, «The Making of Gocks and Watches in Leícestershire and
Rutland», Trans. Letcs. Archseol. Soc., XXVII (1951), p. 32.
28. Se encuentran listas de estos relojeros en F. J. Britten, op. cit.; John Smith, Oíd Scottisb Clockmakers, Edimburgo, 1921, y I. C. Peate, Clock and Watcb Makers in Wales,Cardíff, 1945.
más de un segundo ... estoy seguro de poder llevarlo a la excelencia de dos o tres segundos al año.29
Y John Tibbot, un relojero de Newtown (Mon.) había perfeccionado un reloj en 1810 que (decía él) pocas veces oscilaba más de un segundo en dos años.30 Entre estos extremos se encontraban todos los numerosos, perspicaces y muy hábiles artesanos que jugaron un papel de importancia crítica en la innovación técnica de las primeras fases de la revolución industrial. En realidad este hecho no quedaría oculto para ser descubierto por el historiador: se presentó con energía en ciertas peticiones de los relojeros contra la estimación fiscal en febrero de 1798. Por ejemplo la petición de Carlisle;
las industrias del algodón y la lana están enteramente endeudadas por el estado de perfección que la maquinaria que allí emplean ha conseguido, al reloj y los relojeros, grandes cantidades de los cuales han estado, desde hace muchos años ... empleados en la invención y construcción así como supervisión de estas maquinarias ...31
La fabricación relojera en pequeñas localidades sobrevivió hasta el siglo xix, aunque desde los primeros años de este siglo se hizo corriente que el relojero local comprara las piezas fabricadas en serie en Birmingham, montándolas en su propio taller. En contraste, la fabricación de relojes de bolsillo, desde los primeros años del siglo xviii, se concentró en unos cuantos centros, de los cuales los más importantes eran Londres, Coventry, Prescot y Liverpool.32 Desde
29. Papeles de la Compañía de Relojeros, Archivo Gremial de Londres, 6026/1. Véase (para el cronómetro de Harrison) F. A. B. Ward, op. cit., p. 32,
30. I. C. Peate, «John Tibbot, Clock and Watch Maker», Montgomerysbire Collections, XLVIII, parte 2, Welshpool, 1944, p. 178.
31. Commons Journals, Lili, p. 251. Los testigos de Lancashire y Derby dieron testimonios similares: ibid., pp, 331, 335.
32. Los centros comerciales de fabricación de relojes de pared y de bolsillo que suplicaban contra el impuesto en 1798 fueron: Londres, Bristol, Coventry, Leicester, Prescot, Newcastle, Edimburgo, Liverpool, Carlisle y Derby: Commons Journals, LUI, pp. 158, 167, 174, Í78, 230, 232, 239, 247, 251, 316. Se afirmaba que sólo en Londres había 20.000 personas dedicadas a este oficio, 7.000 de ellos en Clerken’well. Pero en Bristol sólo había de 150 a 200. Para Londres, véase M. D. George, London Ufe in the Eighteentb-Century, Londres, 1925, pp. 173-176; Atkins y Overall, op. cit., p. 269; Morning Cbronicle (19 diciembre 1797); Commons Journals, LUI, p. 158. Para Bristol, ibid., p. 332. Para Lancashire, Vict. County Hist. Lañes., Londres, 1908, II, pp. 366-367. La historia de la industria relojera de Coventry en el siglo xvm no parece haberse escrito.
los comienzos se produjo una minuciosa subdivisión del trabajo en esta industria, facilitando la producción a gran escala y la reducción de los precios: la producción anual de esta industria en su punto más alto (1796) fue calculada entre 120.000 y 191.678, una parte sustancial de la cual se destinaba al mercado de exportación.33 £1 poco afortunado intento de Pitt de cobrar impuestos sobre todo tipo de relojes, aunque sólo duró de julio de 1797 a marzo de 1798, marcó un momento decisivo en el destino de la industria. Ya en 1796 se lamentaba ésta de la competencia de los relojes de bolsillo franceses y suizos; las quejas continuaron incrementándose en los primeros años del siglo xix. La Compañía de Relojeros declaró en 1813 que el contrabando de relojes de oro baratos había alcanzado proporciones alarmantes, y que aquéllos eran vendidos en joyerías, mercerías, sombrererías, tiendas de juguetería francesa, perfumerías, etc., «casi exclusivamente para el uso de las clases olías de la sociedad». Al mismo tiempo algunos artículos baratos de contrabando, vendidos por casas de empeño o viajantes de comercio, debían estar llegando hasta clases más pobres.34
Está claro que había abundantes relojes de todo tipo hacia 1800. Pero no está claro a quién pertenecieran. El doctor Dorothy George, que escribía a mediados del siglo xvm, sugiere que «el trabajador, como el artesano, poseían con frecuencia relojes de plata», pero esta afirmación es imprecisa en cuanto a la fecha y sólo está ligeramente documentada.35 El precio medio de los relojes sencillos de pared de
33. El cálculo más bajo fue dado por un testigo ante el comité para las peticiones de los relojeros (1798): Commons Jot/rnals, LUI, 328: estimación del consumo anual interior 50.000, exportación 70.000. Véase también un cálculo similar (relojes de pared y de bolsillo) para 1813, Atkins y Overall, op. citp. 276. El cálculo más alto es el de las cubiertas de relojes de bolsillo con la marca de Goldsmiths Hall —cubiertas de plata, 185.102 en 1796, bajando a 91.346 en 1816— y se encuentra en el Report of the Select Committee on the Petitions of Watchmakers, PP, 1817, VI, y 1818r IX, pp. 1, 12.
34. Atkins y Overall, op. cit., pp. 302, 308: calculan (¿excesivamente?) 25.000 relojes de bolsillo de oro y 10.000 de plata importados, en su mayoría ilegalmente, al año; y Anónimo, Observations on the Art and Trade of Clock and Watchmaking, Londres, 1812, pp. 16-20.
35. M. D. George, op. út., p, 70. Se utilizaban, desde luego, varios medios para determinar las horas sin el reloj: los grabados del cardador de lana (en The Book of English Trades, Londres, 1818, p, 438) le muestra con un reloj de arena en su banca; los trilladores medían el tiempo siguiendo el movimiento de la luz que entraba por la puerta sobre el suelo del granero; y los mineros de estaño de Cornualles la medían en los subterráneos con velas (información provista por el señor J. G. Rule).
caja larga fabricados localmente en Wrexham entre 1755 y 1774, oscilaba entre 2 libras y 2 libras 15 chelines; una lista de precios de Leícester, de relojes nuevos sin caja, de 1795, varía de 3 libras a 5 libras. Un relój bien hecho no costaría menos con toda seguridad.36 En vista de ello, ningún jornalero cuyos presupuestos fueron registrados por Edén o David Davies podía siquiera soñar con semejantes precios, pudiendo sólo hacerlo los artesanos urbanos mejor pagados. |E1 registro del tiempo (sospechamos) pertenecía a mediados de siglo todavía á la gente acomodada, patronos, agricultores y comerciantes; y es posible que la complejidad de los diseños y la preferencia por metal'és preciosos, fueran formas intencionadas de acentuar el simbolismo de status.
Pero también parece que la situación empezaba a cambiar en las últimas décadas del siglo. La polémica provocada por el intento de cobrar impuestos sobre todo tipo de relojes en 1797-1798 ofrece una evidencia parcial. Fue quizás el más impopular y con toda certeza el más desafortunado de los impuestos de Pitt:
Si tu dinero se lleva — aún te quedan los pantalones;
Y los faldones de la camisa, sí tus pantalones logra;
Y la piel, si la camisa; y si los zapatos, los pies desnudos.
Pero, no penséis en los impuestos — /Hemos vencido a la flota
holandesa!37
Los impuestos consistían en 2 chelines, 6 peniques por los relojes de bolsillo de plata o metal; 10 chelines por los de oro, y 5 chelines por relojes de otro tipo. En los debates que se produjeron sobre este impuesto, las intervenciones de los ministros sólo sobresalieron por sus contradicciones. Pitt declaró que esperaba que el impuesto produjera 200.000 libras al año;
De hecho, creía él, puesto que el número de casas que pagaban impuestos era de 700.000 y ya que en todo hogar había probablemente una persona que llevara reloj, sólo el impuesto sobre los relojes de bolsillo produciría esta suma.
36. I. C. Peate, «Two Montgomeryshire Craftsmen», Montgomeryshire Collecttons, XLVIII, parte 1, Welshpool, 1944, p. 5; J, A. Daniell, op. cit, p. 39. El precio medio de los relojes exportados en 1792 era de 4 libras: PP, 1818, IX, p. 1.
37. «A Loyal Song», Morning Chronicle (18 diciembre 1797).
Simultáneamente, como respuesta a las críticas, los ministros mantuvieron que la posesión de relojes era una señal de lujo. El ministro del Tesoro tenía una doble opinión : los relojes «eran desde luego artículos prácticos, pero eran también artículos de lujo ... generalmente en propiedad de personas que podrían muy bien pagar ...». «Se proponía, no obstante, eximir los relojes de tipo más modesto ... que generalmente poseían las clases más pobres.» 36 El ministro consideraba claramente estej impuesto como una especie de Bolsa de la Fortuna; su cálculo sobrepasaba más de tres veces al del mismo Piloto del reino:
Tabla de estimación
Artículos
Impuesto
Estimación del ministro
Lo cual significaría, en relojes
Relojes de bolsillo de plata y oro . . .
2 chel., 6 pen.
£ 100.000
800.000
Relojes de oro . . . ,
10 chel., 0 pen.
£ 200.000
400.000
Otros relojes.....................................
5 chel., 0 pen.
£ 3 o 400.000
c. 1.400.000
Brillándole los ojos ante la perspectiva de un aumento de ingresos, Pitt revisó sus definiciones : podría poseerse un solo reloj de bolsillo (o perro) como artículo de conveniencia, lo que sobrepasara esto serían «pruebas de abundancia».38 39
Desgraciadamente para los cuantificadores del crecimiento económico, se olvidó una cuestión : era imposible cobrar este impuesto.40 Se ordenó a todas las comunidades domésticas, bajo horribles penas, que enviaran listas de los relojes que existían en sus hogares. La estimación sería trimestral:
38. Las exenciones en la Ley (37 George III, c, 108, cl. XXI, XXII y XXIV) eran: s) un reloj de cualquier tipo para un residente cualquiera de la casa exento de impuesto de «ventana» o «casa» (por ejemplo, un cottager); b) los relojes «hechos de manera, o fijados en madera, y los cuales relojes son generalmente vendidos por sus respectivos fabricantes a un precio que no exceda la suma de 20 chelines ...»; c) los criajbs agrícolas.
39. Morning Chronicle (1 julio 1797); Craftsman (8 julio 1797); Parliamentary History, XXXIII, passim.
40. En el año que terminó el 5 de abril 1798 (tres semanas después de la revocación), el impuesto había logrado 2.600 libras: PP, CIII, Accounts and Papers (1797-1798), XIV, pp. 933 (2) y 933 (3).
£1 Sr. Fitt tiene ideas muy apropiadas para el resto dg las finanzas del país. Se ha dispuesto que el impuesto de media corona se cobre trimestralmente. Esto es grande y digno. Da cierto aire de enjundia a un hombre el pagar siete peniques y medio en pro de la religión, la propiedad y el orden social.*1
La verdad es que esta gabela se consideraba una locura, que esta- blecía un sistema de espionaje y como un golpe contra la clase media.® Los propietarios de relojes de oro fundieron las cubiertas y las convirtieron en plata o metal.41 42 43 Los centros de fabricación cayeron en la crisis y en la depresión.44 Al revocar la ley en marzo de 1798, Pitt dijo tristemente que este impuesto habría sido mucho más productivo de lo que originalmente se calculó; pero no está, claro si era su propio cálculo (200.000 libras) o el del ministro del Tesoro (700.000) en él que estaba pensando.45
Permanecemos (pero en la mejor de las compañías) en la ignorancia. Había muchas maquinarias de medir el tiempo hacia (Í790 : el énfasis se iba trasladando del «lujo» a la «conveniencia»; incluso los cottagers podían poseer relojes de madera que costarían por debajo de los 20 chelines. En realidad, se está produciendo una difusión general de relojes (como era de esperar) en el momento exacto en que la revolución industrial exigía una mayor sincronización del trabajo.
Aunque estaban apareciendo algunos ejemplares muy baratos —y de malísima calidad—, los precios de los que eran eficaces permanecieron durante muchas décadas fuera del alcance del artesano.46
41. Morning Chronicle (26 julio 1797).
42. Puede percibirse un índice en la pesada colección de cuentas vencidas y no pagadas. Impuestos aplicados, julio de 1797: ingresos en el año que terminaba en enero 1798, 300 libras. Impuestos anulados, marzo de 1798: vencidos y no pagados, año que terminaba en enero de 1799, 35.420 libras; en el año que terminaba en enero de 1800, 14.966. PP, CIX, Accounts and Papers (1799-1800), LI, pp. 1009 (2) y 1013 (2).
43. Morning Chronicle (16 marzo 1798); Commons Jourmds, LUI, p. 328.
44. Véase las peticiones, citadas supra, nota 32; Commons Journals, LUI, pp. ,327-333; Morning Chronicle (13 marzo 1798). Se decía que dos tercios de los relojeros de Coventry estaban sin empleo: tbid. (8 diciembre 1797).
45. Crajtsman (17 marzo 1798). Lo único que consiguió la ley fue hacer existir —en tabernas y lugares públicos— la «Ley del Reloj Parlamentario».
46. Algunos relojes importados aparecían con precios tan bajos como 5 chelines en 1813: Atkins y Overall, op. cit., p. 292. Véase también supra, nota 38. El precio de un reloj de bolsillo inglés de plata de buen funcionamiento se determinó en 1817 (Committee on Petitions of Watcbmakers, PP,
Pero no debemos dejar que las preferencias económicas normales nos induzcan al error. El pequeño instrumento que regulaba los nuevos ritmos de la vida industrial era también una de, las más urgentes entre las nuevas necesidades que el capitalismo industrial había creado para dar energía a su avance. 'Un reloj de cualquier tipo no sólo era útil; concedía prestigio a su dueño y había quien estaba dispuesto a estirar sus recursos para hacerse con uno. Había fuentes varias, ocasiones varias. Durante muchos años un goteo de relojes sólidos pero baratos se infiltró pasando del ratero al receptor, al prestamista y a la taberna.47 Inclustj a los jornaleros, una o dos veces en su vida, podía inesperadamente caerles la suerte del cielo trayéndo- les un reloj : el botín en la milicia,48 las ganancias de cosecha, o el salario anual de un criado.49 En algunos lugares del país se crearon Clubs de Relojes, de alquiler o adquisición colectiva.50 Además, el reloj era el banco del pobre, una inversión de sus ahorros; en épocas
1817, VI) en 2 a 3 guineas; hacia los años 1830 un reloj de metal de buen funcionamiento podía conseguirse por 1 libra: D. Lardner, Cabinet Cyctopaedia, Londres, 1834, III, p. 297.
47. Muchos relojes debieron cambiar de dueño en los bajos fondos de Londres: la legislación de 1754 (27 George II, c. 7) estaba dirigida a los receptores de relojes robados. Los rateros continuaron naturalmente su oficio imperturbables; véase, por ejemplo, Minutes of Select Committee to Inquire into the State of tbe Pólice of the Metrópolis, 1816, p. 437: «por ejemplo los relojes; se puede uno deshacer de ellos con la misma facilidad que cualquier otra cosa ... Tuvo que ser un muy buen reloj de plata patentado el que se pagara a 2 libras; y de oro a 5 o 6 libras». Los receptores de relojes tobados en Glasgow, se decía, los vendían en grandes cantidades en los distritos rurales de Irlanda (1834): véase J. E. Handley, The Irish in Scotland, 1798-1845, Cork, 1934, p. 253.
48. «Siendo Winchester uno de los lugares de reunión de la milicia voluntaria, ha sido escenario de desórdenes, disipación y absurda extravagancia. Se cree que nueve décimos de las primas pagadas a estos hombres, que suman al menos 20.000 libras, se gastaron todos en el momento, en las casas públicas, sombrererías, relojerías, etc. Con el mayor desenfreno se llegaron a comer billetes de Banco entre rebanadas de pan y mantequilla»: Monthly Magazine (septiembre 1799).
49. Algunra testigos que aparecieron ante el Comité Selecto de 1817 se lamentaron que mercancías de calidad inferior (conocidos en ocasiones como «relojes de judío») se elogiaban con exageración en ferias rurales y eran vendidos a los crédulos en falsas subastas: PP, 1817, VI, pp. 15-16.
50. Benjamín Smith, Twenty-four Letters from Labourers in America to their Friends in England, Londres, 1829, p. 48: se refiere a ciertas partes de Sussex, veinte personas formaban un club (como el Cow Club), pagaban 5 chelines cada uno durante veinte semanas sucesivas en cada una de las ^cuales se sorteaba un reloj de 5 libras.
malas podía venderse o empeñarse.51 «Este relojillo que ves —dijo un cajista cockney en los años 1820— no me costó más de un billete de cinco cuando lo compré, y lo he empeñado más de veinte veces, y le he sacadó en total más de cuarenta libras. Es un ángel de la guarda para uno, es un buen reloj, cuando estás apretado.» 52
Como quiera que un grupo de trabajadores determinado pasara a una fase de progreso en sus standards de vida, la adquisición de relojes era una de las primeras cosas que percibían los observadores. En el bien conocido informe de Radclíffe sobre la edad dorada de los tejedores manuales de Lancashire en los años 1790, los hombres tenían «todos un reloj de bolsillo» y las casas estaban «bien amuebladas con relojes de elegante caoba o caja elaborada».ñ En Manchester, cincuenta años después, el mismo fenómeno llamó la atención de un periodista:
Ningún obrero de Manchester carecerá de uno, un minuto más de lo necesario. Se ven, aquí y allá, en las casas de mejor clase, relojes antiguos de los de esfera metálica y ocho días; pero el articulo más común, con mucha diferencia, es el pequeño artefacto holandés, con su activo péndulo balanceándose abierta y cándidamente ante el mundo entero.54
Treinta años después, era la doble cadena de oto del reloj lo que constituía el símbolo del dirigente obrero Lib-Lab; * y por cincuenta años de servicio disciplinado en su trabajo, el patrón ilustrado regalaba a su empleado un reloj de oro grabado.
IV
Volvamos al quehacer desde el reloj. La atención que en la labor se presta al tiempo depende en gran medida de la necesidad de sincro-
51. PP, 1817, VI, pp. 19, 22.
52. [C. M. Smith], The Working Man’s Way in the World, Londres. 1853, pp. 67-68.
53. W. Radclíffe, The Qrigin of Power Loom Weaving, Stockport, 1828, p. 167.
54. Morning Chronicle (25 octubre 1849). Pero en 1843 J. R. Porter (The Progress of the Nation, III, p. 5) todavía consideraba la posesión de un reloj como «una indicación cierta de prosperidad y de respetabilidad personal por parte del hombre trabajador».
* Liberal-laborista: laborista que aceptaba los principios de la economía liberal. (N. de ed.\
nización del trabajo. Pero mientras que la industria de manufactura, át mantuvo en una escala doméstica o de pequeño taller, sin una intrincada subdivisión de la producción, el grado de sincronización qué requería era leve, y prevalecía la orientación al quehacer.55 El sistema de trabajo a domicilio exigía mucho traer y llevar y mucho esperar los materiales. El mal tiempo no sólo interrumpía las labores agrícolas, la construcción y el transporte, sino también el tejer, cuando había que extender l^s piezas acabadas sobre los tendedores para secar. Al aproximarnos a una labor cualquiera, quedamos sorprendidos por la multiplicidad de tarcas subsidiarias que el mismo trabajador o grupo familiar debe hacer en una cabaña o taller. Incluso en talleres mayores los hombres trabajaban en ocasiones en labores distintas en sus propias bancas o telares, y —excepto en el caso de que el miedo a la malversación de los materiales impusiera una rígida supervisión— podía permitirse cierta flexibilidad en las entradas y salidas.
De ahí la característica irregularidad de las normas de trabajo anterior al advenimiento de las industrias mecánicas a gran escala. Dentro de los requerimientos generales para la labor de una semana o quince días —la pieza de tela, determinado número de clavos o de pares de zapatos—, podía alargarse o acortarse la jornada. Es más, en los comienzos del desarrollo de la industria fabril y de la minería, sobrevivieron muchos oficios mixtos: los mineros del estaño de Cor- nualles que también participaban en la pesca del arenque; los mineros de plomo del Norte que eran también pequeños agricultores; los artesanos de aldea que se ocupaban de trabajos varios, en la construcción, acarreo o carpintería; los trabajadores domésticos que dejaban su ocupación durante la recolección; el pequeño agricultor-tejedor de los Peninos.
55. Para algunos de los problemas analizados aquí y en la sección siguiente, véase especialmente Keith Thomas, «Work and Leisure in Pre-Industrial Societies», Past and Present, n.° 29 (diciembre 1964). También C. Hill, «The Uses of Sabbatarianism», en Society and Puritanism in Pre-Revolutionary Unhand, Londres, 1964; E. S. Furniss, The Position of the Laborer in a System of Nationalism, Boston, 1920; reimpr. Nueva York, 1965; D. C. Coleman, «Labour in the English Economy of the Seventeenth-Century», Econ. Hist. Rev., 2‘ Serie, VIH (1955-1956); S. Pollard, «Factory Discipline in the Industrial Revolution», Econ. Hist. Rev., 2 ' Serie, XVI (1963-1964); T. S. Ashton, An Economic History of England in the Eighteenth-Century, Londres, 1955, cap. VII; W. E. Moore, Industrialization and Labor, Nueva York, 1951, y B. F. HoseHtz y W. E. Moore, Industrialization and Society, UNESCO, 1963.
Es en la naturaleza de este tipo de trabajo donde no puede sobrevivir una planificación del tiempo precisa y representativa. Algunos extractos del diario de un tejedor-agricultor metódico de 1782- 1783 nos puede proporcionar un índice de la variedad de sus labores. En octubre de 1782 estaba todavía ocupado en la recolección y la trilla, al mismo tiempo que en su telar. En días de lluvia podía tejer de 8 1/2 a 9 yardas; el 14 de octubre llevó la pieza acabada, y por tanto sólo pudo tejer 4 3/4 yardas; el 23 trabajó hasta las 3 de la mañana, tejió 2 yardas antes de que el sol se pusiera, remendó una chaqueta al final de la tarde. El 24 de diciembre, «tejí 2 yardas antes de las 11. Estuve amontonando el carbón, limpiando el tejado y las paredes de la cocina y amontonando el estiércol hasta las 10 de la noche». Además de cosechar y trillar, batir la manteca y trabajar en el jardín, encontramos, estas anotaciones:
18 enero 1783: Fui empleado para preparar el establo de un Ternero y Llevar las copas de tres Arboles de Plátano que crecían en el Callejón y fueron en este día cortados y vendidos a john Blagbrough.
21 enero: Tejí 2 3/4 yardas habiendo parido la Vaca nece
sitaba mucho cuidado. (Al día siguiente fue andando hasta Halifax para comprar una medicina para la vaca.)
El 25 de enero tejió 2 yardas, caminó hasta una aldea próxima e hizo «varios trabajos en el torno y el patio y escribí una carta por la noche». Otras ocupaciones incluían faenar con un caballo y un carro, recoger cerezas, trabajar en la presa.de un molino, asistir a una reunión baptista y a un ajusticiamiento público por horca.56
Esta irregularidad general debe inscribirse en el ciclo irregular
56, MS: diarios de Cornelius Ashworth de Wheatley, en Halifax Ref, Lib.; véase también T. W, Hanson, «The Diary of a Grandfather», Trons. Halifax Antiq. Soc., 1916. M. Sturge Henderson, Tbree Centuries in North Oxfordshire, Oxford, 1902, p, 133-146, 103; cita párrafos similares (tejer, matanza de cerdos, cortar leña, acudir al mercado) de un diario de un tejedor de Charlbury, 1784, etc., pero me ha sido imposible encontrar el original. Es interesante comparar presupuestos de tiempo de economías campesinas más primitivas, por ejemplo, Sol Tax, Penny Capitaltsm — A Guatemala» India» Economy, Washington, 1953, pp. 104-105; George M. Forster, A Primitiva Mexican Economy, Nueva York, 1942, pp. 35-38; M. J. Herskovits, The Economic Ufe of Primitive Peoples, Nueva York, 1940, pp. 72-79; Raymond Firth, Malay Fiskermen, Londres, 1946. pp. 93-97.
de la semana de trabajo (e incluso del año de trabajo) que provocaba tantos lamentos de moralistas y mercantilistas en los siglos xvil y xviii. Unos versos impresos en 1639 nos ofrecen una versión satírica:
Ya sabes hermano que el Lunes es Domingo;
El Martes otro igual;
Los Miércoles a la Iglesia has de ir y rezar;
El Jueves es medía vacación;
El Viernes muy tarde para empezar a hilar;
El Sábado es nuevamentp media vacación.57
John Houghton, nos da una versión indignada en 1681:
Cuando los calceteros de bastidor o medias de seda recibían precios altos por su trabajo, se observó que raramente trabajaban en Lunes o Martes sino que pasaban la mayor parte del tiempo en la taberna o los bolos ... Con los tejedores es corriente que estén borrachos el Lunes, tengan dolor de cabeza el Martes y las herramientas estropeadas el Miércoles. En cuanto a los zapateros, antes se dejarían colgar que no recordar a San Críspín el Lunes ... y así permanecen normalmente mientras tienen un penique de dinero o el valor de un penique en crédito.58 59
La norma de trabajo era una en que se alternaban los golpes de trabajo intenso con la ociosidad, donde quiera que los hombres controlaran sus propias vidas con respecto a su trabajo. (El modelo persiste entre los que trabajan independientemente —artistas, escritores, pequeños agricultores y quizá también estudiantes— hoy, y ha suscitado la cuestión de que no sea un ritmo de trabajo humano «natural»). En lunes y martes, según la tradición, los telares manuales repetían lentamente Tiempo de sombra, Tiempo de so-bra {Plen-ty of Time), en jueves y viernes, Que-da un día, Que-da un día {A day t’lat).w La tentación de ahorrarse unas horas por la maña
57. Divers Crab-Tree Lectures, 1639, p. 126, citado en John Brand, Observations on Popular Antiquities, Londres, 1813, I, po. 459-460. H. Bourne, Antiquitates Vulgares, Newcastle, 1725, pp. 115 ss. declara que los sábados por la tarde en lugares del campo y aldeas «Terminan las Labores del Arado, y se Extienden por toda la Aldea Refrigerios y Descanso».
58. J. Houghton, Collectiott of hetters, Londres, ed. de 1683, p. 177, citado en Furniss, op. cit., p. 121.
59. T. W. Hanson, op. cit., p. 234.
na, prolongaba el trabajo basta la noche, horas iluminadas por velas.60 De pocos oficios se dice que no hagan honor a San Lunes : zapateros, sastres, carboneros, trabajadores de imprenta, alfareros, tejedores, calceteros, cuchilleros, todos los cockneys. A pesar del pleno empleo de muchos oficios en Londres durante las guerras napoleónicas, un testigo se lamentaba de que «vemos que se guarda San Lunes tan religiosamente en esta gran ciudad ... generalmente seguido por un San Martes también»61 Si hemos de creer a «Los Cuchilleros Joviales», una canción de Sheffield de finales del siglo xvm, su observancia no carecía de tensiones domésticas:
Cómo en un buen San Lunes,
Sentado al fuego de la herrería,
Contando lo hecho ese Domingo,
Y conspirando en alegre regocijo,
Pronto oigo levantarse la trampilla,
En la escalera está mi esposa:
«Maldito seas, Jack, te voy a desempolvar los ojos,
Llevas una agraviante vida de borracho;
Estás aquí en lugar de trabajar;
Con la jarra en las rodillas;
Maldito seas, que siempre estás ocioso.
Y yo trabajo como una esclava para ti».
La esposa continúa hablando «con movimiento más rápido / que mi taladro a ritmo de Viernes», expresando la efectiva demanda del consumidor:
«Ve, mira mi corsé,
Mira qué par de zapatos;
Vestido y enaguas medio podridos,
No hay ni un punto entero en mis medias ...»
e informa de una huelga general:
«Tu sabes que detesto la pendencia y la pelea, Pero no tengo ni jabón ni té;
60. J. Clayton, Friendly Advice to the Poor, Manchester, 1755, p. 36.
61. Report of the Trial of Alexander Wadsworth against Peter Laurie, Londres, 1811, p. 21. La queja está particularmente dirigida contra los fabricantes de sillas de montar.
Por Dios, Jack, que olvides el barril,
O nunca más yacerás conmigo.» tó
Parece ser que, de hecho, San Lunes era venerado casi uniyei> salmente dondequiera que existieran industrias de* pequeña escala, domésticas y a domicilio; se observaba generalmente en las minas, y alguna vez continuó en industrias fabriles y pesadas.63 Se perpetuó en Inglaterra hasta el siglo xix —y en realidad hasta el xx— 64 por razones complejas de índole económica y social. En algunos oficios, los pequeños patronos aceptaron la institución y emplearon los lunes para tomar o entregar trabajo. En Sheffield, donde los cuchilleros habían adorado tenazmente al santo durante siglos, se había convertido en «un hábito y costumbre establecidos» que observaban incluso las fábricas de acero (1874):
Esta inactividad del Lunes es, en algunos casos, obligada por el hecho de que el Lunes es el día que se dedica a reparar la maquinaría de las grandes siderurgias.65
62. The Songs of Joseph MatherSheffield, 1862, pp. 88-90. El tema parece haber sido muy popular entre los escritores de baladas. Un ejemplo de Birmingham, «Día de Borrachera, o San Lunes» (el cual debo al señor Charles Parker) dice: «San Lunes produce los. peores males, / Pues cuando se ha consumido el dinero, ! Las ropas de los niños se van en humo, / Lo cual causa descontento; / Y cuando por la noche se tambalea él hasta su casa / No sabe qué decir, / Un simple es más hombre que él / En un día de borrachera».
63. Era observado por los tejedores mexicanos en 1800: véase Jan Bazant, «Evolution of the Textile Industry of Puebla, 1544-1845», Comparative Studies in Society and History, VIII (1964), p. 65. Relatos de mucho valor sobre la costumbres de Francia en los años 1850 y 1860 se encuentran en George Duveau, La vie ouvrière en France sous le Second Empire, Paris, 1946, pp. 242-248, y P. Pierrard, La vie ouvrière à Lille sous le Second Empire, Paris, 1965, pp. 165-166. Edward Young que dirigió una investigación sobre las condiciones de trabajo en Europa, con la ayuda de estudios norteamericanos, habla de esta costumbre en Francia, Bélgica, Prusia,, Estocolmo, etc. en los años 1870: E. Young, Labour in Europe and America, Washington, 1875, pp. 576, 661, 674, 685, etc.
64. Especialmente en las minas. Un viejo minero de Yorkshire me dice que en su juventud era costumbre, en las buenas mañanas de lunes, echar una moneda al aire para decidir si se iba o no a trabajar. También se me ha dicho que todavía se honra a San Lunes (1967) en su pureza prístina entre unos cuantos toneleros de Burton-on-Trent.
65. E. Young, op. cit., pp. 408-409 (informe del cónsul norteamericano). De modo similar, en algunos distritos mineros, el «Lunes de Paga» se admitía entre los patronos, y sólo se mantenían abiertas las minas para posibles reparaciones: los lunes sólo «se realiza trabajo pasivo»: Report of the Select Com- mittee on the Scarcity and Deamess of Coal, PP, 1873, X, QQ 177, 201-217.
Donde la costumbre se encontraba profundamente establecida, el lunes era el día apartado para el mercado y los asuntos personales. También, como sugiere Duveau sobre los obreros franceses, «le dimanche est le jour de la famille, le lundi celui de l’amitié»; y con del avance del siglo xix, su celebración era una especie de privilegio de status de los artesanos mejor pagados.66
Es, de hecho, en el relato de «Un Viejo Alfarero» publicado en fecha tan tardía como 1903 donde encontramos las observaciones más perspicaces sobre los ritmos de trabajo irregulares que continuaron en los alfares más antiguos hast.: mediados de siglo. Los alfareros (en los años 1830 y 1840) «sentían una devota veneración por San Lunes». A pesar de que la costumbre de contratación anual prevaleció, los ingresos semanales reales se hacían en trabajo a destajo, empleando los alfareros especializados a niños y trabajando con poca vigilancia, a su propio ritmo. Niños y mujeres trabajan los lunes y martes, pero reinaba un «sentimiento de fiesta» y la jornada era más corta que de costumbre, ya que los alfareros estaban ausentes gran parte del tiempo, bebiéndose lo ganado la semana previa. Los niños, no obstante, debían preparar material para el alfarero (por ejemplo, las asas de los cacharros que él modelaría) y todos sufrían por la cantidad excepcional de horas (catorce y algunas veces dieciséis al día) que se trabajaban de miércoles a sábado:
He estado pensando que si no fuera por el alivio del comienzo de la semana para mujeres y niños en todos los alfares, no podría mantenerse la tensión mortal de los últimos cuatro días.
«Un Viejo Alfarero», predicador metodista laico de opiniones liberal- radicales, veía estas costumbres (que deploraba) como consecuencia de la falta de mecanización de los alfares; y argüía que esta misma indisciplina del trabajo cotidiano influía sobre toda la vida y la organización obrera de los mismos. «Las máquinas significaban disciplina en las labores industriales»:
66. Duveau, op. cit., p. 247. «Un Oficial Mecánico» (T. 'Wríght) dedica todo un capítulo a «San Lunes» en su So me H abits and Customs of tbe Working Classes (Londres, 1867, esp. pp. 112-116), bajo la impresión errónea de que la costumbre era «relativamente reciente» y consecuencia de que el uso del vapor como energía había creado «un cuerpo numeroso de trabajadores muy especializados y muy bien pagados», ¡y especialmente los mecánicos!
Si se hubiera encendido un motor de vapor todos los Lunes a las seis de la mañana, los trabajadores habrían estado disciplinados en el hábito de la industriosidad regular y continua ... He observado, también, que las máquinas parecen inducir hábitos de cálculo. Los Alfareros eran lamentablemente deficientes a este respecto; vivían como niños, sin ninguna previsión calculada para el trabajo o sus resultados. En alguno de los condados del norte este hábito de calcular les ha hecho intensamente prudentes en muchos modos manifiestos. Su gran sociedad cooperativa no habría nunca llegado a alcanzar un desarrollo tan inmenso y fructífero si no fuera por la previsión inducida por el uso de la máquina. Una máquina que funcionara tantas horas a la semana produciría tanta cantidad de hilaza o tejido. Los minutos ''se consideraban factores de estos resultados, mientras que en los Alfares las horas, e incluso a veces los días, no se veían como tales factores. Quedaban siempre las mañanas y las noches de los últimos días de la semana, y se confiaba en compensar con ellos las pérdidas producidas por el abandono del principio de la semana.67
Este ritmo de trabajo irregular se asocia generalmente al abundante beber del fin de semana : San Lunes es uno de los blancos de muchos tratados Victorianos de abstinencia. Pero incluso el más sobrio y autodísciplinado artesano podía sentir la necesidad de alternar en este modo. «No sé cómo describir la enfermiza repugnancia que se adueña a veces del hombre trabajador y le incapacita por completo durante un período de tiempo más o menos largo para ejercer sus ocupaciones corrientes», escribía Francis Place en 1829; a ello añadía una nota a pie de página de testimonio personal:
Durante casi seis años, mientras trabajaba, cuando tenía trabajo que hacer, de doce a dieciocho horas al día, cuando no podía ya, por el motivo mencionado, continuar trabajando, solía esca
67. «An Old Potter», When I was a Child, Londres, 1903, pp. 16, 47-49, 52-54, 57-58, 71, 74-75, 81, 185-186, 191. W. Sokol, de la Universidad de Wisconsin, ha dirigido mi atención hacia una serie de casos aparecidos en el Staffordshire Potteries Telegraph en 1853-1854 en que los patronos consiguieron multar o llevar a la cárcel a trabajadores que abandonaban su trabajo, a menudo en lunes y martes. Estas acciones se realizaban so pretexto de incumplimento de contrata (contratación anual), para lo cual véase Daphne Simon, «Master and Servant», en Democracy and the Labour Movement, ed. J. Saville, Londres, 1954. A pesar de esta campaña de procesos, la costumbre de observar San Lunes todavía aparece anotada en el Report of the Children’s Employment Commission, PP, 1863, XVIII, pp. XXVII-XXVIT1.
parme y dirigirme tan rápidamente como podía a Highgate, Hamps- tead, Muswell-hill o Norwood, y así «volver a mis vómitos» ... Este es el caso de todo trabajador que he conocido; y en proporción a lo perdido que sea el caso del hombre ocurrirán estos ataques con mayor frecuencia y serán de más larga duración.68
"Podemos, finalmente, constatar que la irregularidad de días y semanas de trabajo se insertaba, hasta las primeras décadas del siglo xix, dentro de la más amplia irregularidad del año de trabajo, salpicado por sus tradicionales fiestas y ferias. Todavía, a pesar del triunfo del domingo sobre los antiguos días de santos en el siglo xvn,69 se adherían las gentes tenazmente a sus verbenas y festejos tradicionales, e incluso pudieron llegar a aumentar éstos tanto en fuerza como en extensión.70 Pero un análisis de este problema, y de las necesidades psíquicas que satisfacían estas fiestas, debe quedar para otra ocasión.
¿Hasta qué punto puede extenderse ésta problemática de la industria fabril a los trabajadores rurales? Aparentemente su caso supondría un implacable trabajo diario y semanal: el jornalero rural no gozaba de San Lunes. Pero es necesaria una minuciosa discriminación de las distintas situaciones laborales. La aldea del siglo XVIII (y del xix) tenía sus propios artesanos independientes, así como muchos empleados en tareas de carácter irregular.71 Además, en el campo no cerrado, el argumento clásico contra el campo abierto y del común se basaba en su ineficacia y en el despilfarro de tiempo que suponía para el pequeño agricultor o el cottager:
68. F. Place, Improvement of the Working People, 1834, pp. 13-15: Brit. Mus., Add. MS, 27825. Véase también John Wade, History of the Middle and Working Classes, Londres, 18353, pp. 124-125.
69. Véase C. Hill, op. cit.
70. Clayton {op. cit., p. 13) sostiene que «la costumbre popular ha establecido tantos días de Fiesta, que muy pocos entre nuestros compañeros de trabajo fabril están firmemente y regularmente empleados más allá de dos terceras partes de su tiempo», Véase también Furniss, op. cit., pp. 44-45, y el resumen de mi trabajo en el Bulletin of the Society for the Study of Labour History, n.° 9 (1964).
71. «Tenemos cuatro o cinco pequeños labradores ... tenemos un albañil, un carpintero, un herrero y un molinero, todos los cuales ... tienen la frecuente costumbre de beber a la salud del Rey ... Su trabajo es desigual; algunas veces están llenos de encargos y a veces no tienen ninguno; generalmente tienen muchas horas de ocio, porque... la parte más dura [de su trabajo] recae sobre algunos hombres que contratan ...»: «Un Labrador» describiendo su propia aldea (véase infra, nota 77) en 1798.
si les ofreces trabajo, te responden que deben ir a cuidar sus ovejas, cortar sus tojos, sacar su propia vaca del corral del concejo, o, quizá, dicen que deben llevar el caballo a herrar, para poder llevarlo a una carrera o a un juego de cricket. (Arbuthnot, 1773)
En su deambular tras el ganado, adquiere hábitos de indolencia. Un cuarto,, la mitad, y ocasionalmente días enteros se pierden imperceptiblemente. La jornada de trabajo se hace insoportable ... (Informe sobre Somerset, 1795)
Cuando un trabajador se ve en posesión de más tierra de la que él y su familia pueden cultivar en los atardeceres ... el labriego ya no puede depender de él para un trabajo constante ... (Commercial and Agricultural Magazine, 1800)72
A esto debemos añadir las frecuentes quejas de los reformadores agrícolas con respecto al tiempo perdido, tanto en ferias de temporada como (antes de la aparición del almacén de aldea) en los días
de mercado.73
El mozo agrícola o el jornalero asalariado fijo, que trabajaba sin descanso las horas estatuidas completas o más, que no poseía derecho a las tierras del común o parcela alguna y que (si no residía dentro) vivía en un cottage vinculado, estaba sin duda sujeto a una intensa disciplina laboral, tanto en el siglo xvii como en el xix. La jornada de un trabajador de arado (residente) fue descrita con entusiasmo por Markham en 1636:
el que ara ha de levantarse antes de las cuatro de la mañana, y después de dar gracias a Dios por el descanso y una oración por el éxito de su trabajo, se dirigirá al establo ...
Después de limpiar el establo, cepillar a los caballos, darles de comer y preparar sus aparejos, puede desayunar (6-6.30 de la mañana), debe arar hasta las 2 o 3 de la tarde; tomar media hora para el almuerzo; mirar por los caballos, etc. hasta las 6.30, cuando puede entrar a - cenar:
72. Citado en J. L. y B. Hammond, The Village Labourer, Londres, 1920, p. 13; E. P. Thompson, The Making of the English Working Class, Londres, 1963, p. 220.
73. Véase, por ejemplo, Annals of Agriculture, XXVI (1796), p. 370 n.
y después de cenar, debe o bien arreglar sus zapatos y los de su Familia al lado del fuego, o sacudir y batir el Cáñamo o el Lino, o coger y sellar Manzanas o Manzanas silvestres para Sidra o Agrazada, o si no moler la malta en el molino de mano, o coger juncos para velas, o hacer alguna tarea agrícola dentro de casa hasta que lleguen las ocho ...
Entonces debe otra vez ocuparse de su ganado y («dando gracias a Dios por los beneficios recibidos en ese día») puede retirarse.74
Con todo, podemos permitirnos cierto escepticismo. Existen dificultades evidentes en la naturaleza de esta ocupación. Arar no es una tarea para todo el año.|Las horas y las labores fluctúan con el tiempo. Los caballos (ya que no los hombres) deben descansar. Hay también una dificultad de control: el informe de Robert Loder indica que los criados (cuando no eran vistos) no siempre se empleaban en dar gracias a Dios de rodillas por sus beneficios: «los hombres pueden trabajar si hay placer y así pueden holgar».75 El agricultor mismo tenía que trabajar muchas horas sí había de mantener siempre activos a sus jornaleros.76 Y el mozo podía hacer valer su derecho anual de marcharse si no le complacía su empleo.
De modo que el cerramiento de campos y el progreso agrícola estaban, en cierto sentido, relacionados con un gobierno eficaz del tiempo de la mano de obra. El cerramiento y un progresivo excedente de mano de obra a finales del siglo xvm endurecieron la situación de los que estaban en empleo fijo; se enfrentaron con las alternativas de empleo parcial y leyes de pobres, o la sumisión a una más exigente disciplina de trabajo. No es una cuestión de técnicas, sino de un mayor sentido de la economía del tiempo entre los patronos- capitalistas reformadores. Esto queda patente en un debate entre los defensores de la mano de obra asalariada con empleo fijo y los defensores del «trabajo contratado» (es decir, trabajadores contratados
74. G. Markham, The Inrichment of the Weald of Kent, Londres, 166010, pp. 115-117.
75. En el intento de explicar la deficiencia de sus existencias de trigo en 1617, Loder escribe: «Cuál sea la causa de ello no lo sé, pero fue en aquel año en que R. Pearce y Alce eran criados míos, entonces con gran afecto (como parecía de forma demasiado evidente) si se lo dio a los caballos ... o cómo desapareció, sólo Dios lo sabe», Robert Loder1 s Farm Accounts, ed. G. E. Fussell (Camden Soc., 3.* ser., Lili), 1936, pp. 59, 127.
76. Para una relación de la jornada de un agricultor activo, véase William Howitt, Rural Life of Brtgland, Londres, 1862, pp. 110-111.
para determinadas labores a destajo). En los años 1790, sir Mordaunt Martin censuraba el recurrir a trabajo contratado,
que las gentes acuerdan, para ahorrarse el esfuerzo de vigilar a sus trabajadores: la consecuencia es que el trabajo se hace mal, el trabajador se jacta en la taberna del tiempo que desperdicia «apoyado. contra la pared» y produce el descontento de los hombres con salarios modestos.
«Un Agricultor» respondió con el argumento de que el trabajo contratado y el trabajo fijo asalariado se podían combinar juiciosamente:
Dos trabajadores se comprometen a cortar una porción de hierba a dos chelines o media corona el acre; yo envío con las hoces dos de mis mozos domésticos al campo; puedo estar seguro de que sus compañeros les harán trabajar; y así obtengo ... las mismas horas adicionales de trabajo de mis mozos, que las que voluntariamente dedican a éste mis criados contratados.77
En el siglo xix la polémica se resolvió en gran parte a favor del trabajo asalariado semanal, complementado por labores necesarias cuando lo requería la ocasión. La jornada de los trabajadores de Wiltshire, según fue descrita por Richard Jeffries en los años 1870, era poco menos prolongada que la descrita por Markham. Quizá, resistiéndose a tan intenso faenar, se diferenciara en la «torpeza de su caminar» y «la mortecina lentitud que parece impregnar todo lo que hacen».78
El trabajo más arduo y prolongado de la economía rural era el de la mujer del trabajador. Una parte de aquél —especialmente el cuidado de los niños— era el más orientado al quehacer. Otra parte, estaba en los campos, de los cuales tenía que volver para ocuparte de nuevas tareas domésticas. Como protestara Mary Collíer en una penetrante réplica a Stephen Duck:
... cuando de vuelta en Casa estamos,
¡Ay! sabemos que nuestro Trabajo no ha hecho más que empezar;
77. Sir Mordaunt Martin en Batb and West and Southern Counties Society, Letters and Papers, Bath, 1795, Vil, p. 109; «A Farmer», «Observations on Taken-Work and Labour», Monthly Magazine (septiembre 1798, mayo 1799).
78. J. R. Jefferies, The Toilers of the Field, Londres, 1892, pp. 84-88, 211-212.
Tantas cosas requieren nuestro Cuidado,
Diez manos que tuviéramos, podriámos emplear.
Los Niños en la Cama, con el mayor Cuidado
Todo lo necesario para vuestro retorno preparamos;
Vosotros cenáis, y sin tardanza a la Cama vais,
Y descansáis hasta el siguiente Día;
Mientras nosotras, ¡ay! poco Sueño podemos disfrutar,
Pues nuestros madrugadores Hijos lloran y gritan ...
En toda Labor tenemos nuestra debida Parte;
Y desde el Día que empieza el Cosechar,
Hasta cortar y guardar el Grano,
Nuestras cotidianas labores y tareas así extremamos,
Que casi nunca Tiempo para soñar tenemos,79
Una forma tal de trabajar era sólo soportable porque parte del mismo, los niños y la casa, se revelaba como necesario e inevitable, más que como una imposición externa. Esto es -hoy día todavía cierto y, no obstante las horas de escuela y televisión, los ritmos de trabajo de la mujer en el hogar no están enteramente adaptados a las medidas del reloj. La madre de niños pequeños tiene un sentido imperfecto del tiempo y observa otras mareas humanas. Todavía no ha salido del todo de las convenciones de la sociedad «preindustrial».
V
He colocado «preindustrial» entre comillas y hay para ello una razón. Es cierto que la transición a la sociedad industrial madura exige un análisis en términos sociológicos así como económicos. Conceptos tales como «preferencia temporal» y «la curva ascendente de la oferta de mano de obra», son, con excesiva frecuencia, complicados intentos para encontrar términos económicos que describan problemas sociológicos. Pero, de igual modo, el intento de proporcionar modelos simples para un solo proceso, supuestamente neutro y tecnológicamente orientado, conocido como «industrialización» (tan popular hoy día en círculos sociológicos bien establecidos
79. Mary Collier, ahora lavandera, de Petersfield en Hampshire, The W ornan’s Labour: An Epistle to Mr. Stephen Duck; in Answer to his late Poem, called The Thresher’s Labour, Londres, 1739, pp. 10-11.
de los Estados Unidos)80 es también dudoso. No es solamente que las industrias fabriles altamente desarrolladas y técnicamente alerta (y la forma de vida que propugnaban) de Francia e Inglaterra en el siglo xvill puedan ser descritas como «preindustriales» sólo mediante una violencia semántica. (Y una descripción tal deja el camino abierto a interminables analogías falsas entre sociedades en niveles económicos enormemente diferentes.) Es también que no hubo nunca un solo tipo de «transición». La tensión de ésta recae sobre la totalidad de la cultura : la resistencia al cambio y el ascenso al mismo surge de la cultura entera. Y ésta incluye un sistema de poder, relaciones de propiedad, instituciones religiosas, etc. Y el no prestar' atención a todos ellos simplemente desvirtúa los fenómenos y trivia- liza el análisis. Sobre todo la transición no es a la «industrialización» tout court sino al capitalismo industrial o (en el siglo xx) a sistemas alternativos cuyos rasgos son aún inciertos. Lo que aquí examinar mos no sólo son los cambios producidos en las técnicas de manufac-^ tura que exigían una mayor sincronización del trabajo y mayor exacti-í tud en la observación de las horas en todas las sociedades, sino tam-j bién la vivencia de estos cambios en la sociedad del naciente Capita-' lismo industrial. Estamos tratando simultáneamente el sentido del tiempo en su condicionamiento sociológico y la medida del tiempo como medio de explotación laboral.
Existen motivos para que la transición fuera particularmente prolongada y estuviera plagada de conflictos en Inglaterra : entre los que se estudian con frecuencia, se encuentra el que la de Inglaterra fuera la primera revolución industrial y no hubiera ni cadillacs, ni siderurgias, ni televisiones para servir como prueba manifiesta del propósito de la operación. Además, los preliminares de la revolución industrial fueron tan largos que, en los distritos fabriles de comienzos del siglo xviii, se había desarrollado una cultura popular vigorosa y libre, que los propagandistas de la disciplina veían con consternación. Josiah Tucker, deán de Gloucester, declaraba en 1745 que «las clases más bajas de gente» estaban totalmente degeneradas. Los extranjeros (sermoneaba) se encontraban con que «la gente llana de nuestras populosas ciudades son los infelices más llenos de abandono y más licenciosos de la tierra»:
80. Véase los ejemplos infra, notas 126 y 127, y la valiosa crítica de André Gunder Frank, «Sociology of Development and Underdevelopment of Sociology», Catalyst, Buffalo (verano 19671.
Tanta brutalidad e insolencia, tanto libertinaje y extravagancia, tanta ociosidad, irreligiosidad, maldecir y blasfemar, y desprecio por toda regla y autoridad ... Nuestras gentes están borrachas con la copa de la libertad*1
Los ritmos irregulares de trabajo descritos en la sección anterior nos ayudan a entender la severidad de las doctrinas mercantilistas por lo que respecta a la necesidad de mantener bajos los salarios como prevención contra la inactividad, y hasta la segunda mitad del siglo xviii no parecen comenzar a ser generalmente efectivos los estímulos salariales «normales» del capitalismo.81 82 Los enfrentamientos debidos a la disciplina ya han sido examinados por otros.83 Lo que me propongo hacer aquí es tratar brevemente diferentes puntos relacionados con la disciplina del tiempo más particularmente. El primero se encuentra en el extraordinario Law Book of the Crowley Iron Works. Aquí, en los comienzos mismos de la unidad a gran escala de la industria fabril, el viejo autócrata, Crowley, creyó necesario pensar un código completo, civil y penal, cuya extensión sobrepasaba las 100.000 palabras, para gobernar y regular a la refractaria mano de obra. Los preámbulos de las Órdenes 40 (vigilante de fábrica) y 103 (monitor) dan el tono general de vigilancia moralmente virtuosa. De la Orden 40:
Habiendo sido por mucha gente que trabajan por jornada con la connivencia de los oficiales horriblemente engañado y habiendo pagado por mucho más tiempo de lo que debo en conciencia y siendo tal la bajeza y traición de varios empleados que han ocultado la pereza y negligencia de los que cobran por jornada ...
Y de la Orden 103:
Algunos han pretendido tener un cierto derecho a holgar, confiando en su presteza y habilidad para hacer lo suficiente en menos tiempo que los demás. Otros han sido tan necios como para creer
81. J. Tucker, Six Sermons, Bristol, 1772, pp. 70-71.
82. El cambio se vislumbra quizá también en la ideología de los patronos más ilustrados: véase A. W. Coats, «Changing Attitudes to Labour in the Mid-Eighteenth-Century», Econ. Hist. Rev., 2.a Ser., XI (1958-1959).
83. Véase Pollard, op. cit.; N. McKendrick, «Josiah Wedgwood and Factory Discipline», Hist. Journal, IV (1961); véase también Thompson, op. cit., pp. 356-374.
que basta su simple presencia sin emplearse en ningún asunto ... Otros tan descarados como para glorificar su villanía y reprender a los demás por su diligencia ...
Con el fin de que la pereza y la villanía sean detectados y los justos y diligentes premiados, yo he creído prudente crear un control del tiempo por un Monitor, y ordeno y por esta declaro que de 5 a 8 y de 7 a 10 son 15 horas, de las cuales se toma 11/2 para el desayuno, almuerzo, etc. Habrá por tanto trece horas y media de servicio neto ...
Este servicio había de ser calculado «después de todas las deducciones por encontrarse en tabernas, cervecerías, casas de café, desayuno, almuerzo, jugar, dormir, fumar, cantar, leer las noticias de historia, pelear, contender, disputar o cualquier cosa ajena a mis asuntos, en cualquier caso, holgazanear».
Se ordenó al monitor y al vigilante de fábrica que mantuvieran una hoja de horas para cada jornalero, anotadas al minuto, con «Venida» y «Escapada». En la Orden del monitor, sección 31 (una añadidura posterior) se declara:
Y debido a que he sido informado de que varios empleados fijos han sido tan injustos como para regirse por los relojes más adelantados y tocar la campana antes de la hora para marcharse de sus labores, y por los relojes más atrasados y tocar la campana después de la hora para volver a su trabajo, y habiéndolo permitido a sabiendas esos dos negros traidores Fowell y Skellerne, se ordena por tanto que ninguna persona de las aquí referidas se rija por reloj, campana, reloj de bolsillo o de sol otros que el del Monitor cuyo reloj no se alterará nunca excepto por el vigilante del reloj...
Se ordenó al vigilante de la fábrica que mantuvieran una vigilancia «tan cerrada que no estuviera al alcance de nadie alterar esto». Sus deberes estaban también definidos en la secciones 8:
Todas las mañanas a las 5 el Vigilante ha de tocar la campana para el comienzo del trabajo, a las ocho para el desayuno, media hora después para trabajar otra vez, a las doce para el almuerzo, a la una para trabajar y a las ocho para dejar el trabajo y cerrar.
Su libro con la relación de las horas debía ser entregado todos los martes con la siguiente declaración jurada:
Esta relación de horas se ha hecho sin favor o afecto, mala voluntad ni odio, y creo de verdad que las personas arriba mencionadas han trabajado al servicio de John Crowley las horas arriba consignadas.84
Entramos aquí, ya en 1700, en el conocido panorama del capitalismo industrial disciplinado, con las hojas de horas, el vigilante del tiempo, los informadores y las multas. Unos setenta años después se impuso la misma disciplina en las primeras fábricas de algodón (aunque la maquinaria misma era un buen suplente del vigilante de las horas). Careciendo del auxilio de las máquinas para regular el ritmo de trabajo en los alfares, el supuestamente formidable disciplinario Josiah Wedgwood, se vio forzado a imponer disciplina a los alfareros en términos sorprendentemente moderados. Las obligaciones del oficial de fábrica eran:
Estar en la fábrica a primera hora de la mañana y dirigir a las personas a sus labores cuando vengan, — estimular a los que vienen a la hora regularmente, haciéndoles saber que su regularidad es debidamente observada, y distinguiéndoles con repetidas muestras de aprobación, de la parte de la gente trabajadora menos ordenada, con regalos u otras señales apropiadas a su edad, etc.
Aquellos que lleguen más tarde de la hora señalada deben ser observados y si después de repetidas muestras de desaprobación no vienen a la hora debida, debe mantenerse una relación del tiempo en que son deficientes, y quitar una cierta cantidad de su salario cuando llegue el momento si son asalariados y si trabajan a destajo deben después de frecuentes llamadas de atención, ser enviados otra vez a la hora del desayuno.85
Más tarde estas reglas se endurecieron algo:
84. La Orden 103 se reproduce completa en The Law Book of the Crowley Ironworks, ed. M. W. Flinn (Surtees Soc., CLXVII), 1957. Véase también la Ley 16, «Cuentas». La Orden 40 está en el «Libro de Derecho», Brit. Mus., Add. MS, 34555.
85. MS, instrucciones, c. 1780, en Wedgwood MSS (Barlaeton), 26.19114.
Cualquier trabajador que se empeñe en pasar por la portería después de la hora permitida por el Patrón pierde 2/-peniques.w
y McKendrick ha expuesto cómo luchó Wedgwood con el problema de Etruria e introdujo el primer sistema conocido de fichar.86 87 Pero parecería que, una vez desaparecida la fuerte presencia de Josiah, los incorregibles alfareros habrían vuelto a muchas de sus antiguas costumbres.
Es demasiado fácil, sin embargo, considerar todo esto simplemente como un problema de disciplina de taller o fábrica, pudiendo estudiar brevemente el intento de imponer un «ahorro de tiempo» en los distritos de manufactura domésticos y su efecto sobre la vida social y ecpnómica. Prácticamente todo lo que los patronos deseaban- imponer puede encontrarse en las páginas de un solo folleto, Friendty Advice to the Poor del reverendo J. Clayton, «escrito y publicado a petición de los antiguos y actuales Funcionarios de la Ciudad de Manchester» en 1755. «Si el haragán se mete las manos en el pecho, en vez de aplicarlas al trabajo, si pasa el tiempo Deambulando, debilita su constitución con la Holgazanería, y embota su espíritu con la Indolencia...» no puede esperar más que la pobreza como recompensa. El trabajador no debe perder el tiempo ociosamente en el mercado o malgastarlo cuando compra. Clayton se lamentaba de que «las Iglesias y las Calles [están] llenas de un Número de Espectadores» en bodas y funerales, «que a pesar de la Miseria de su Condición Hambrienta ... no tienen escrúpulos en malgastar las mejores Horas del Día, simplemente mirando ...». La costumbre del té es «esa vergonzante devoradora de Tiempo y Dinero». También lo son las vigilias y las fiestas y los festejos anuales de sociedades de auxilio mutuo. Y también «ese perezoso pasar la mañana en Cama»:
86. «Algunas regulaciones y reglas confeccionadas para esta manufactura hace más de treinta años», fechado c. 1810, en Wedgwood MSS (Keele University), 4045.5.
87. Se conserva un reloj «de vigilancia» en Barlaston, pero estos relojes (fabricados por John Whitehurst de Derby desde aproximadamente 1750) servían solamente para asegurar el patrullamiento regular, la asistencia de los vigilantes nocturnos, etc. Los primeros sistemas de fíchaje con impresión se fabricaron en EEUU, por Bundy en 1885. F. A. B. Ward, op. cit., p. 49; véase también de T. Thomson, Annals of Philosophy, VI (1815), pp. 418-419; VII (1816), p. 160; Charles Babbage, On the Economy of Machinery and Manufacturers, Londres, 1835, pp. 28, 40; E. Bruton, op. cit., pp. 95-96.
La necesidad de levantarse temprano reduciría al pobre a la necesidad de marchar pronto a la Cama; y evitaría así el Peligro de las diversiones de Medianoche.
Madrugar también «introduciría una Regularidad exacta en sus Familias; un maravilloso Orden en su Economía».
El catálogo nos es conocido, y podría haber sido tomado de Baxter en el siglo anterior. Si hemos de fiarnos de Early Days de Bamford, Clayton no consiguió que muchos de los tejedores abjuraran de su antigua forma de vida. No obstante, el largo coro del amanecer de los moralistas es el preludio a un ataque bastante vivo a las costumbres, deportes y fiestas populares que se realizó en los últimos años del siglo xvm y primeros del xix.
Se disponía de aún otra institución no industrial que podía emplearse para inculcar la «economía del tiempo» : la escuela,'.-- Clayton se lamentaba de que las calles de Manchester estuvieran llenas de «niños harapientos sin nada qué hacer; que no sólo pierden el Tiempo, sino que aprenden costumbres de juego», etc. Alababa las escuelas de caridad porque enseñaban Industriosidad, Frugalidad, Orden y Regularidad : «los Escolares están obligados a levantarse temprano y observar las Horas con gran Puntualidad».88 89 Willíam Temple, al deferiderem4"770~que se enviara a los niños pobres a los cuatro años de edad a talleres donde pudieran ser empleados en alguna manufactura y recibieran dos horas de instrucción al día, fue explícito en cuanto a la influencia cívicamente educadora del método:
Es considerablemente útil que estén, de una forma u otra, constantemente ocupados al menos doce horas al día, puedan o no ganarse la vida; ya que por estos medios esperamos que la generación próxima esté tan habituada al constante empleo que se convertirá a la larga en algo agradable y entretenido ...OT
Powell, en 1772, también consideró la educación como un entrenamiento en el «hábito de la industriosidad»; cuando el niño llegara a los seis o siete años debía estar «acostumbrado, para no decir naturalizado al Trabajo y la Fatiga».90 El reverendo William Turner, escribiendo en Newcastle en 1786, recomendaba las escuelas Raikes
88. Clayton, loe. cit., pp. 19, 42-43.
89. Citado en Furniss, op. cit., p. 114.
90. Anónimo [Powell], A View of Real Grievances, Londres, 1772, p. 90.
como un «espectáculo de orden y regularidad», y citaba a un fabricante de cáñamo y lino de Gloucester que había declarado que las escuelas habían operado un cambio extraordinario : «se han ... hecho más tratables y obedientes, y menos pendencieros y vengativos».91 Las exhortaciones a la puntualidad y regularidad están inscritas en los reglamentos de todas las primeras escuelas:
Toda escolar debe estar en el aula los Domingos, a las nueve de la mañana, y a la una y media por la tarde, o perderá su puesto el próximo Domingo y se irá la última.92
Una vez dentro del recinto de la escuela, el niño entraba en un. nuevo universo de tiempo disciplinado. En las escuelas dominicales metodistas de York, los maestros eran multados por impuntualidad. La primera regla que debía aprender un escolar era:
Tengo que estar presente en la Escuela ... pocos minutos antes de las nueve y media en punto ...
Una vez allí, se encontraban bajo una reglamentación militar:
El Superintendente tocará nuevamente, — entonces, con un movimiento de su mano, toda la Escuela se levantará de sus asientos inmediatamente; — con un segundo movimiento los Escolares darán media vuelta; — con un tercero se dirigirán, lenta y silenciosamente, al lugar señalado para repetir sus lecciones, — pronunciará entonces la palabra «Comenzad» ...93
La embestida, desde tan varias direcciones, a los antiguos hábitos de trabajo de las gentes no quedó, desde luego, sin oposición. En la primera etapa, encontramos simple resistencia.94 Pero en la siguiente, mientras se impone la nueva disciplina de tiempo, empiezan a
91. W. Turner, Sttnday Scbools Recommended Newcastle, 1786, pp. 23, 42.
92. Rules for the Methodist Scbool of Industry at Pocklington, for the instruction of Poor Girls in Reading, Sewing, Knitting, and Marking, York, 1819, p. 12.
93. Rules for the Government, Superintendente, and Teaching of the Wesleyan Methodist Sunday Scbools, York, York, 1933. También Hardd Sil ver, The Concept of Popular Education, Londres, 1965, pp. 32-42; David Owen, English Philantbrophy, 1660-1960, Cambridge, Mass., 1965, pp. 23-27.
94. La mejor exposición de los problemas de los patronos se encuentra en S. Pollard, The Génesis of Modern Management, Londres, 1965, cap. V: «La adaptación de la mano de obra».
luchar los trabajadores, no contra las horas, sino sobre ellas. La evidencia no es del todo clara. Pero en los oficios artesanos mejor organizados, especialmente en Londres, no hay duda de que se acortaron progresivamente las horas en el siglo xvm con el avance del asociacíonismo. Lipson cita el caso de los sastres de Londres cuyos horarios se acortaron en 1721 y nuevamente en 1768 : en ambas ocasiones se acortaron también los intervalos a mitad del día que se permitían para almorzar y beber, el día se comprimió.93 Hacia finales del siglo xvm existen algunos indicios de que algunos de los oficios más favorecidos habían conseguido algo parecido a la jornada de diez horas.
Esta situación sólo podía mantenerse en oficios excepcionales y con un mercado de mano de obra favorable. La referencia en una octavilla de 1827 al «sistema inglés de trabajar de 6 de la mañana a 6 de la tarde»95 96 97 puede ser un indicio más seguro de las expectativas generales con respecto a la jornada de trabajo de los obreros industriales y artesanos fuera de Londres en los años 1820. En los oficios deshonrosos e industrias a domicilio la jornada (cuando había trabajo) estaba probablemente avanzando en dirección opuesta.
Era precisamente en las industrias —las fábricas textiles y talle* res mecánicos— en que la nueva disciplina de tiempo se imponía más rigurosamente, donde la contienda sobre las horas se hizo más intensa, Al principio algunos de los peores patronos intentaron expropiar a los trabajadores de todo conocimiento del tiempo. «Yo trabajé en la fábrica del Sr. Braid», declaró un testigo:
Allí trabajábamos mientras pudiéramos ver en el verano, y no sé decir a qué hora parábamos. Nadie sino el patrón y su hijo tenía reloj, y no sabíamos la hora. Había un hombre que tenía reloj ... Se lo quitaron y lo pusieron bajo custodia del patrón porque había dicho a los hombres la hora ...OT
95. E. Lipson, The Economic History of England, Londres, 1956 6, III, pp. 404-406, Véase, por ejemplo, J. L. Ferri, Londres et les Anglais París, An XII, I, pp, 163-164. Algunos de los datos en cuanto a las horas se analizan en G. Langenfelt, The Historie Origin of the Eight Hotirs Doy, Estocolmo, 1954.
96. A Letter on the Present State of the Labouring Classes in America, por un inteligente emigrante de Filadelfia, Bury, 1827.
97. Alfred [S. Kydd], History of the Factory Movement ..., Londres, 1857, I, p. 283, citado en P. Mantoux, The Industrial Revolution in the Eigbteenth-Century, Londres, 1948, p. 427.
Un testigo de Dundee ofrece prácticamente la misma evidencia:
en realidad no había horas regulares: patronos y administradores hacían con nosotros lo que querían. A menudo se adelantaban los relojes de las fábricas por la mañana y se atrasaban por la tarde: y en lugar de ser instrumentos para medir el tiempo, se utilizaban como capotes para el engaño y la opresión. Aunque esto se sabía entre Jos hombres, todos tenían miedo de hablar, y entonces los trabajadores temían llevar relojes consigo, pues no era cosa rara que despidieran a cualquiera que presumiera de saber demasiado sobre la ciencia de la horología.98 99
Se utilizaban mezquinas estratagemas para acortar la hora del almuerzo y alargar la jornada. «Todo fabricante quiere convertirse en un caballero de inmediato», dijo un testigo ante el Comité de Sadler:
y quiere recortar todas las esquinas posibles, de modo que la campana suene para salir cuando ha pasado medio minuto de la hora, y para entrar alrededor de dos minutos antes de la hora ... Si el teloj está como antes, el minutero tiene un peso, de modo que tan pronto como pasa del punto de gravedad, salta tres minutos de una vez, así que quedan veintisiete minutos en lugar de treinta."
Un cartel de huelga de Todmorden de la misma época aproximadamente lo decía más abiertamente : «si ese pedazo de sudor asqueroso, “el viejo operario de máquinas de Robertshaw” no se ocupa de sus cosas, y nos deja en paz, vamos a preguntarle dentro de poco cuánto hace desde la última vez que recibió un cuarto de pinta de cerveza por pasarse diez ‘minutos de la hora».100 Los patronos enseñaron a la primera generación de obreros industríales la importancia del tiempo; la segunda generación formó comités de jornada corta en el movimiento por las diez horas; la tercera hizo huelgas para conseguir horas extra y jornada y media. Habían aceptado las categorías de sus
98. Anónimo, Chapters in the Life of a Dundee Factory Boy, Dundee, 1887, p. 10.
99. PP, 1831-1832, XV, pp. 177-178. Véase también el ejemplo de la Comisión de Fábrica (18-33) en Mantoux, op. cit., p. 427.
100. El cartel está en mi poder.
patronos y aprendido a luchar con ellas. Habían aprendido la lección de que el tiempo es oro demasiado bien.101
VI
Hemos visto hasta ahora algo sobre las presiones externas que imponían la disciplina. Pero, ¿qué hay sobre la interiorización de la misma? ¿Nasts qué punto era impuesta y hasta qué punto asumida? Quizá debiéramos dar la vuelta otra vez al problema e insertarlo en la evolución de la ética puritana. No se puede pretender que hubiera nada radicalmente nuevo en predicar la industriosidad o en Ja crítica moral de la ociosidad. Pero hay quizás una insistencia nueva, un acento más firme, cuando los moralistas que habían aceptado esta nueva disciplina para sí la prescriben para la gente que trabajaba. Mucho antes de que el reloj de bolsillo estuviera al alcance del artesano, Baxter y sus compañeros ofrecían su propio 'reloj moral interior a cada hombre.102 Así, Baxter, en su A Christian Directory, practica muchas variaciones del tema de la Redención del Tiempo : «utilizad cada uno de los minutos como la cosa más preciosa, Y empleadlos todos en el deber». Las imágenes del tiempo como moneda están fuertemente destacadas, pero parece que Baxter tuviera ante los ojos de su pensamiento a un público de mercaderes y comerciantes:
Recordad lo recompensadora que es la Redención del Tiempo ... en el mercado, o en comerciar; en la labranza o en cualquier ocupación remuneradora, solemos decir que el hombre se hace rico cuando ha hecho uso de su Tiempo.103
101. Para un examen de la fase siguiente, en que los obreros habían aprendido «Jas regías del juego», véase E. J. Hobsbawm, Labouring Men, Londres, 1964, cap. XVII: «Costumbres, salarios y volumen de trabajo».
102. John Preston utilizó la imagen de la maquinaria de relojería en 1628: «En este curioso mecanismo de relojería de la religión, cada perno y cada rueda que se estropea perturba a la totalidad»; Sermona Preached before His Majestie, Londres, 1630, p. 18. Cf. R. Baxter, A Christian Directory, Londres, 1673, I, p. 285: «Un cristiano prudente y bien formado debe tener sus asuntos en un orden tal, que cada deber corriente tenga su lugar, y todos deben estar ... como las piezas de un Reloj o de cualquier otra máquina, que deben estar agrupadas en conjunción, en su debido lugar».
103. Ibid., I, pp. 274-275, 277.
Oliver Heywood, en el Youth’s Monitor (1689), se dirige al mismo público:
Observad las horas de intercambio, atended a los mercados; hay épocas especiales que os serán favorables para despachar vuestros negocios con facilidad y fortuna; hay momentos críticos, en los cuales, si recaen vuestras acciones, pueden poneros en el buen camino con celeridad: las épocas de hacer o recibir bienes no duran siempre; la feria no continúa todo el año ...m
La retórica de la moral pasa ligera entre dos polos. Por una parte, apostrofa sobre la brevedad de la existencia mortal, cuando se compara con la certeza del Juicio. Por ejemplo Meetness for Heaven (1690), de Heywood:
El tiempo no perdura, sino que vuela rápido; pero lo que es perenne depende de él. En este mundo ganamos o perdemos la felicidad eterna. El gran peso de la eternidad pende del fino y espinoso hilo de la vida ... Esta es nuestra jornada, nuestra hora de mercado ... Oh Señores, dormid ahora y despertad en el infierno del cual no hay redención.
O, otra vez en el Youth’s Monitor : el tiempo «es una mercancía demasiado preciosa para subestimarla ... es esta la cadena dorada de la cual pende la eternidad entera; la pérdida de tiempo es insoportable, porque es irrecuperable».í0S O del Directory de Baxter:
Oh, ¿dónde está la cabeza de esos hombres, y de qué metal están sus duros corazones hechos, que pueden holgar y jugarse ese Tiempo, ese poco Tiempo, ese único Tiempo, que se les concede para la eterna salvación de sus almas? 104 105 106
Por otra parte, tenemos las más abiertas y mundanas admoniciones sobre el buen gobierno del tiempo. Por ejemplo Baxter, en The Foor Man’s Family Book, aconseja: «Que tus horas de sueño sean sólo tantas como exige tu salud; Pues no se debe perder un tiempo precioso en innecesaria inercia» : «vístete rápidamente»; «dedícate a
104- The Whole Works of the Rev, Oliver HeywoodIdle, 1826, V, p. 575.
105- Ibid., V, pp. 286-287, 574; véase también p. 562.
106. Baxter, op. cit., I, p. 276.
tus labores con diligencia constante».107 Ambas tradiciones fueron entregadas, por medio del Serious Cali de Law, a John Wesley. El nombre mismo de «metodistas» subraya este buen gobierno del tiempo. También en Wesley hay dos extremos : el hurgar en el nervio de la mortalidad y la homilía práctica. Era el primero (y no los terrores del infierno) el que a veces daba ribetes histéricos a sus sermones, y transportaba a los convertidos a una repentina conciencia de sus pecados. Continuó también las imágenes del tiempo como moneda, pero menos explícitamente como mercader o mercado:
Cuida que andes con circunspección, dice el Apóstol ... redimiendo el tiempo; dejando todo el tiempo que puedas para los mejores propósitos; rescatando cada fugaz momento de las manos del pecado y Satán, de las manos de la pereza, la comodidad, el placer, las cosas de este mundo ...
Wesley, que nunca hizo una excepción consigo mismo, y que se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana hasta los 80 años (ordenó que los muchachos de Kingswood School hicieran lo mismo), publicó en 1786 como folleto su sermón The Duiy and Advantage of Early Rising-. «Al empaparse ... tanto tiempo entre las tibias sábanas, la carne se recuece, como si dijéramos, y se hace blanda y floja. Los nervios, mientras tanto, quedan muy trastornados». Esto nos recuerda la voz de Sluggard de Isaac Watts. Dondequiera que Watts dirigiera la mirada en la naturaleza, a «la atareada avejita» o al sol saliendo «a su debida hora», sacaba la misma lección para el hombre degenerado.108 Al lado de los metodistas, los evangelistas adoptaron el mismo tema. Hannah More contribuyó unas líneas imperecederas en «Early Rising»:
Pereza, silenciosa asesina, no más Tengas mi mente aprisionada;
Ni me dejes perder una hora más Contigo, Sueño felón.109
107. R, Baxter, The Poor Man’s Family Book, Londres, 16976, pp. 290- 291.
108. Poetical Works of Isaac Watts, DD, Cooke’s Pocket ed., Londres, [1802], pp. 224, 227, 232. El tema no es nuevo, por supuesto: el párroco de Chaucer dijo: «Dormir mucho en calma es un gran engendrador de lujuria».
109. H. More, Works, Londres, 1830, II, p- 42. Véase también p. 35: «Tiempo».
En uno de sus folletos, The Two Wealthy Farmers, consigue introducir la imagen del tiempo como moneda en el mercado de trabajo:
Cuando llamo a mis obreros los Sábados por la noche para
pagarles, a menudo me hace pensar en el grande y general día
de rendir cuentas, cuando yo, y tú, y todos nosotros, seremos llamados a un grande y terrible reconsiderar ... Cuando veo que uno de mis hombres ha malogrado parte del salario que debía recibir, porque ha estado holgazaneando en la feria; otro que ha perdido un día por un golpe de la bebida ... no puedo evitar el
decirme, ha llegado la Noche; ha llegado la noche del Sábado.
Ni el arrepentimiento ni la diligencia de estos pobres hombres pueden ahora hacer buena una semana de mal trabajo. Esta semana se ha perdido en la eternidad.110
Mucho tiempo antes de la época de Hannah More, sin embargo, el tema del celoso gobierno del tiempo había dejado de ser una tradición particular de puritanos, wesleyanos o evangélicos. Fue Benjamín Franklin, que tuvo de por vida un interés técnico en los relojes y que contaba entre sus amigos a John Whitehurst de Derby, inventor del reloj registrador, el que dio su expresión secular menos ambigua:
Puesto que nuestro Tiempo está reducido a un Patrón, y los Metales Preciosos del Día acuñados en Horas, los Industriosos saben emplear cada Pieza de Tiempo en verdadero Beneficio de sus diferentes Profesiones: y el que es pródigo con sus Horas es, en realidad, un Malgastador de Dinero. Yo recuerdo a una Mujer notable, que era muy sensible al Valor intrínseco del Tiempo. Su marido hacía Zapatos y era un excelente Artesano, pero no se ocupaba del paso de los minutos. En vano le inculcaba ella que el Tiempo es Dinero. El tenía demasiado Ingenio para comprenderla, y esto fue su Ruina. Cuando estaba en la Taberna con sus ociosos Compañeros, si uno observaba que el Reloj había dado las Once, ¿Y qué es eso, decía él, para nosotros? SÍ ella le mandaba aviso con el Chico, de que habían dado las Doce, Dile que esté tranquila, que: no pueden ser más. Si que había dado la una, Ruégale que se consuele, que no puede ser menos.111
110. Ibid., Ill, p. 167.
111. Poor Richard’s Almanac (enero 1751), en The Papers of Benjamin Franklin, ed. L. W. Labaree y W. J. Bell, New Haven, 1961, IV, pp. 86-87.
Este recuerdo procede directamente de Londres {sospechamos) donde Franklin trabajó como impresor en los años 1720, si bien no siguiendo nunca, nos asegura en su Autobiografía, el ejemplo de sus compañeros de trabajo en observar San Lunes. Es en cierto sentido apropiado que el ideólogo que proporcionara a Weber su texto central como ilustración de la ética capitalista 112 perteneciera, no al Viejo Mundo, sino al Nuevo, el mundo que inventaría el reloj registrador, sería pionero en el estudio de tiempo-y-movimiento, y llegaría a su apogeo con Henry Ford.113
VII
Los nuevos hábitos de trabajo se formaron, y la nueva disciplina de tiempo se impuso, en todos estos modos : la división del trabajo, la vigilancia del mismo, multas, campanas y relojes, estímulos en metálico. En algunos casos tardó muchas generaciones (como en el caso de los alfares) y puede dudarse de la medida en que fue plenamente conseguido : los ritmos irregulares de trabajo se perpetuaron (e incluso institucionalizaron) hasta el presente siglo, notablemente en Londres y en los grandes puertos.114
A lo largo del siglo xix se continuó dirigiendo a los obreros la propaganda de la economía del tiempo, degradándose la retórica, deteriorándose cada vez más los apostrofes a la eternidad, haciéndose las homilías cada vez más pobres y banales. En tratados y folletos de comienzos de la época victoriana dirigidos a las masas, ahoga la
112. Max Weber, The Trote stant Ethic and the Spirit of Capitalism, Londres, 1930, pp. 48-50 v passim.
113. Ford empezó su carrera arreglando relojes: puesto que había diferencias entre, las horas locales y las horas establecidas por los ferrocarriles, confeccionó un reloj, con dos esferas, que marcaba ambas horas; un principio ominoso: H. Ford, My Life and Work, Londres, 1923, p. 24,
114. Existe una abundante literatura portuaria del siglo xix que ilustra esto. Sin embargo, en época reciente el trabajador temporero de los puertos ha dejado de ser un «accidente» del mercado laboral (como lo veía Mayhew) y se destaca por su preferencia por las altas ganancias sobre la seguridad: véase K. J. W. Alexander, «Casual Labour and Labour Casualties», Trans. Inst. of Engtneers and Shipbuilders in Scotland, Glasgow, 1964. No he tratado en este trabajo los horarios ocupacionales introducidos por la sociedad industrial, sobre todo los trabajadores de turno nocturno (minas, ferrocarriles, etc.): véase las observaciones dd «Journeyman Engineer» [T. Wright], The Great UnwashedLondres, 1868, pp. 188-200; M. A. Pollock, ed., Working Days, Londres, 1926, pp. 17*28; Tom Nairn, New Left Review, n.° 34 (1965), p. 38.
cantidad del material. Pero la eternidad se ha convertido en uno de esos interminables relatos de muertes pías (o pecadores heridos por el rayo), mientras que las homilías se han convertido en pequeños retazos smilesianos sobre el humilde que progresó por el madrugar y la diligencia. Las clases ociosas empezaron a descubrir el «problema» (del cual tanto oímos hoy) del ocio de las masas. Una consi-/~ derable proporción de trabajadores manuales (descubrió con alarma' un moralista) después de terminar su trabajo tenían
muchas horas del día para pasarlas como mejor creyeran, Y ¿de qué manera ... gastan este tiempo precioso aquellos cuyo pensamiento no está cultivado? ... Los vemos a menudo simplemente aniquilando estas porciones de tiempo. Durante una hora, o varias seguidas, ... se sientan en un banco o se tumban sobre la orilla del río o en un altozano .... abandonados a una completa ociosidad o letargo ... o agrupados en la carretera dispuestos a encontrar en lo que pase ocasión para una grosera jocosidad; lanzando alguna impertinencia o expresando alguna procacidad insultante, a expensas de las personas que pasan .,.115
Esto era, claramente, peor que el Bíngo : nula productividad combinada con descaro. En una sociedad capitalista madura hay que consumir, comercializar, utilizar todo el tiempo, es insultante que la mano de obra simplemente «pase el rato».
Pero ¿hasta qué punto tuvo realmente éxito esta propaganda? ¿En qué medida nos está permitido hablar de una reestructuración radical de la naturaleza social del hombre y de sus hábitos de trabajo? En otro lugar he dado algunas razones para suponer que esta disciplina se había interiorizado realmente, y considerar las sectas metodistas de principios del xix como una expresión de la crisis psíquica que acarreó.116 Así como el nuevo sentido del tiempo de mercaderes y alta burguesía del Renacimiento parece encontrar una forma de expresión en una intensa conciencia de la moral, así, podemos sostener, la extensión de este sentido a la gente obrera duróte la revolución industrial (junto con los riesgos y alta moralidad de la época) puede ayudarnos a explicar el énfasis obsesivo en la muerte de sermones y tratados que eran consumidos por la clase traba ja-
115. John Foster, An Essay on the Evils of Popular lgnorance, Londres, 1821, pp. 180-185.
116. Thompson, op. cit., caps. XI y XII.
dota. O (desde un punto de vista positivo) se puede observar que, mientras se desarrolla la revolución industrial, los incentivos salariales y las fuerzas de consumo en expansión —las recompensas palpables del consumo productivo del tiempo y la evidencia de nuevas posiciones «predictivas» ante el futuro—117 son claramente efectivas. Hacia los años 1830 y 1840 era generalmente observado que el obrero industrial inglés se distinguía de su compañero irlandés, no por su mayor capacidad para el trabajo intenso, sino por su regularidad, su metódica administración de energía, y quizá también por la represión, íbo de los placeres, pero sí de la capacidad para descansar a las antiguas y desinhibidas usanzas.
No existe medio alguno para cuantificar el sentido del tiempo de uno o un millón de obreros. Pero es posible proporcionar una comprobante de tipo comparativo. Porque lo que el moralista mercan- tilista decía con respecto a la falta de respuesta del pobre inglés del siglo xviii a incentivos y disciplinas, es con frecuencia repetido por observadores y teóricos del desarrollo económico, con respecto a las gentes de países en vías de desarrollo hoy día. Así por ejemplo, se consideraba a los peones mexicanos en los primeros años de este siglo como «gente indolente e infantil». El minero mexicano tenía la costumbre de volver a su aldea para sembrar y cosechar el grano*.
Su falta de iniciativa; incapacidad para ahorrar, ausencias cada vez que celebran una de sus excesivas fiestas, disposición para trabajar sólo tres o cuatro días a la semana si con eso paga sus necesidades, insaciable deseo del alcohol — se señalaban como prueba de su inferioridad natural.
No respondía al estímulo directo del jornal, y (como el minero inglés de carbón o estaño del siglo xviii) respondía mejor a sistemas de contratación y subcontratado!!:
Cuando se le da un contrato y la seguridad de que obtendrá tanto dinero por tonelada que saque de la mina, y que no importa cuánto tiempo tarde en sacarlo, o cuántas veces se siente a contemplar la vida, trabajará con un vigor extraordinario.118
117. Véase el importante estudio sobre actitudes anticipatorías y predic- tivas y su influencia en el comportamiento económico y social, en P. Bour- dieu, op. cit.
118. Citado en M. D. Bernstein, The Mexican Mining Industry, 1890-1950, Nueva York, 1964, cap. VII; véase también M. Mead, op. cit., pp. 179-182,
Al hacer ciertas generalizaciones fundadas en otro estudio de las condiciones de trabajo mexicanas, observa Wilbert Moore: «El trabajo está casi siempre orientado al quehacer en las sociedades no industriales ... y ... puede ser conveniente vincular los salarios a las tareas y no directamente a las horas, en áreas de reciente desarrollo».119
El problema reaparece en formas variadas en la literatura de la «industrialización». Para el ingeniero del desarrollo económico puede ser un problema de absentismo: ¿cómo debe tratar la Compañía al obrero impenitente de la plantación del Camerún que declara: «¿Cómo el hombre poder trabajar así, algún día, algún día, sin ponerse a falta? ¿No ser ir a morir?». {«¿Cómo puede un hombre trabajar así, día tras día, sin faltar? ¿No se morirá?»)120
... todas las costumbres de la vida africana hacen que un nivel alto y sostenido de esfuerzo en una jornada de extensión dada sea una carga mayor, tanto física como psíquica, que en Europa.121
Los compromisos de tiempo en el Oriente Medio y América Latina se tratan con frecuencia con cierta ligereza para criterios europeos; los nuevos obreros industriales sólo se acostumbran gradualmente a los horarios regulares, asistencia regular y un ritmo de trabajo regular; no siempre se puede confiar en los horarios para el transporte y entrega de materiales ...l22
Puede creerse que el problema consiste en adaptar los ritmos estacionales rurales, con sus festejos y fiestas religiosas, a las necesidades de la producción industrial:
El trabajo anual de la fábrica es necesariamente acorde con las demandas de los obreros, en lugar del ideal desde el punto de vista de la más eficiente producción. Numerosos intentos por parte de la
119. W, E. Moore, Industrialization and Labor, Ithaca, 1951, p. 30, y pp. 44-47, 114-122.
120. F. A. Wells y W. A. Warmington, Studies in Industrialization: Nigeria and the Cameroons, Londres, 1962, p. 128.
121. Ibid., p. 170. Véase también pp. 183, 198, 214.
122. Edwin J. Cohn, «Social and Cultural Factors affecting the Emergence of Innovations», en Social Aspects of Economic Development, Economic and Social Studies Conference Board, Estambul, 1964, pp. 105-106.
administración para alterar el sistema de trabajo han sido nulos.
La fábrica vuelve a un plan aceptable al cantelano.123
O se puede considerar, como ocurrió en los primeros años de las fábricas de algodón de Bombay, que consiste en conservar la mano de obra al precio de perpetuar métodos ineficaces de producción —horarios flexibles, descansos y horas de comida irregulares, etc.—. Más generalmente, en países donde el vínculo entre el nuevo proletariado industrial y sus familiares (y quizá tierras arrendadas o derecho a alguna tierra) de la aldea sea mucho más próximo —y se mantenga mucho más tiempo— que en la experiencia inglesa, parece cuestión de disciplinar una mano de obra que sólo se siente parcial y temporalmente «comprometida» con la forma de vida industrial.124
La evidencia abunda, y, por el método de contrastar, nos recuerda hasta qué punto nos hemos acostumbrado a diferentes disciplinas. Las sociedades industriales maduras de todo tipo se distinguen porque administran el tiempo y por una clara división entre «trabajo» y «vida».125 Pero, habiendo llevado hasta este punto el problema, podemos permitirnos moralizar algo por nuestra cuenta, al estilo del
123. Manning Nash, «The Recruitment of Wage Labor and the Development of New Skills», Annals of the American Academy, CCCV (1956), pp. 27- 28. Véase también Manning Nash, «The Reaction of a Civil-Religious Hierarchy to a Factory in Guatemala», Human Organization, XIII (1955), pp. 26-28, y B. Salz, op. cit. {supra, nota 6), pp. 94-114.
124. W. E. Moore y A. S. Feldman, eds., Labor Commitment and Social Change in Developing Areas, Nueva York, 1960. Entre los trabajos útiles sobre adaptación y absentismo se incluyen W. Elkan, An African Labour Force, Kampala, 1956, esp. los caps. II y III; y F. H. Harbison y I. A. Ibrahim, «Some Labor Problems of Industrialization in Egypt», Annals of the American Academy, CCCV (1956), pp. 114-129. M. D. Morris {The Emergence of an Industrial Labor Force in India, Berkeley, 1965) desestima la seriedad del problema de disciplina, absentismo, fluctuaciones de temporada en el empleo, etc., en las fábricas de algodón de Bombay a finales del siglo xix, pero en muchos puntos sus afirmaciones parecen contradecir sus propios datos: véase pp. 85, 97, 102; véase también C. A. Myers, Labour Problems in the Industrialization of India, Cambridge, Mass., 1958, cap. Ill, y S. D. Mehta, «Professor Morris on Textile Labour Supply», Indian Economic Journal, I, n.° 3 (1954), pp. 333- 340. El trabajo del profesor Morris, «The Recruitment of an Industrial Labor Force in India, with British and American Comparisons», Comparative Studies in Society and History, II (1960), desvirtúa y malinterpreta los datos ingleses. Hay estudios útiles de una mano de obra sólo parcialmente «comprometida» en G. V. Rimlinger, «Autocracy and the early Russian Factory System», Jour. Econ. Hist., XX (1960), y T. V. Von Laue, «Russian Peasants in the Factory», ibid., XXI (1961).
125. Véase G. Friedmann, «Leisure and Technological Civilization», Int. Soc. Science Jour., XII (I960), pp. 509-521.
siglo xviil De lo que se trata no es del «nivel de vida». Si los teóricos del desarrollo así lo desean, aceptaremos que la antigua cultura popular era en muchos sentidos pasiva, intelectualmente vacía, falta de aceleramiento, y, simple y llanamente, pobre. Sin disciplinar el tiempo no podríamos tener la insistente energía del hombre industrial; y llegue esta disciplina en forma de metodismo, stalinismo, o nacionalismo, llegará al mundo desarrollado.
Lo que necesita decirse no es que una forma de vida es mejor que otra, sino que es un punto de un problema mucho más profundo; que el testimonio histórico no es sencillamente uno de cambio tecnológico neutral e inevitable, sino también de explotación y resistencia a la explotación; y que los valores son susceptibles de ser perdidos y encontrados. Los trabajos de sociología de la industrialización, que se multiplican con rapidez, son como un paisaje estragado por diez años de sequía moral : hay que pasar muchos miles de palabras que conforman resecas abstracciones ahistóricas, entre cada oasis de realidad humana. Hay demasiados empresarios del desarrollo occidentales que parecen sentirse enteramente satisfechos de los beneficios que, con respecto a la reforma del carácter, ofrecen con sus manos a sus retrasados hermanos. La «estructuración de la mano de obra» nos dicen Kerr y Siegel:
supone el establecimiento de reglas para las horas de trabajo y no trabajo, para los métodos y cantidades a pagar, para el movimiento de entrada y salida al trabajo y de una posición a otra. Supone reglas relacionadas con el mantenimiento de la continuidad en el proceso laboral ... el intento de minimizar la revuelta individual u organizada, la provisión de una visión del mundo, de orientación ideológica, de creencias ...12ú
Wilbert Moore ha llegado a confeccionar una lista de la compra de «los omnipresentes valores y las guías normativas de alta relevancia para la meta del desarrollo social»; «estos cambios de actitud y creencias son “necesarios” para lograr un rápido desarrollo económico y social»:
Impersonalidad: juicio por méritos y actos, no por procedencia social o cualidad sin importancia. 126
126. C. Kerr y A. Siegel, «The Structuring oí the Labor Forcé in Industrial Society: New Dimensions and New Questions», Industrial and Labor Relations Review, II (1955), p. 163.
Especificidad de las relaciones en términos tanto de contexto como de límites de interacción.
Racionalidad y resolución de problemas.
Puntualidad.
Reconocimiento de interdependencia individualmente limitada pero sistemáticamente vinculada.
Disciplina, deferencia ante la autoridad establecida.
Respeto al derecho de propiedad ...
Estos, junto con «resultados y aspiración de ascenso», nos tranquiliza Moore, no se
indican como lista exhaustiva de los méritos del hombre moderno ... El «hombre completo» también amará a su familia, venerará a Dios, y expresará sus habilidades estéticas. Pero mantendrá cada uno de estos aspectos «en su sitio».127
No ha de sorprender que las «provisiones de orientación ideológica» de los Baxter del siglo xx sean bien acogidas en la Fundación Ford. Que aparezcan también a menudo en publicaciones patrocinadas por la UNESCO es menos fácilmente explicable.
VIII
Es un problema por el que tienen que pasar, y superar, los pué- blos del mundo en vías de desarrollo. Esperemos que recelen de los modelos hechos, manipulativos, que presentan a las masas trabajadoras simplemente como mano de obra inerte. Y en cierto sentido, también, en el ámbito de los países industriales avanzados, ha dejado de ser un problema situado en el pasado. Porque hemos llegado a un punto en que los sociólogos están disertando sobre el «problema» del ocio. Y parte del problema es cómo llegó a convertirse en tal. El puritanismo, en su matrimonio de conveniencia con el capitalismo industrial, fue el agente que convirtió a los hombres a la nueva valttfaeión del tiempo; que enseñó a los niños, incluso en su infancia, a progresar a cada luminosa hora, y que saturó las cabezas de los
127. E. de Vries y J. M. Echevarría, eds., Social Aspects of Economic Development in Latín America, UNESCO, 1963, p. 237. Véase también mi crítica de W. E. Moore, Man, Time and Sncietv. Nueva York, 1963, en Peace News (26 junio 1964).
hombres con la ecuación, el tiempo es oro '** Un í forma constante de revuelta en el mundo occidental industrial y capitalista, sea bohemia o beatnÍK, ha tomado con frecuencia la tormii de una ignorancia absoluta de la urgencia de los respetables valores de! tiempo. Y surge una interesan te... pregunta : si el puritanismo fue parte necesaria de la ética laboral que permitió al mundo industrializado salir de las economías de pobreza del pasado, ¿empezará a descomponerse la valoración puritana del tiempo al aflojarse las presiones de la pobreza? ¿Está ya ,en descomposición? ¿Empezarán los hambres a perder ese inquieto sentido de urgencia, ese deseo de consumir el tiempo con resolución, que lleva la mayoría de la gente con la misma naturalidad que un xeloi de pulsera?
Si van a aumentar nuestras horas de ocio, en un futuro automatizado el problema no consiste en «cómo podrán los hombres consumir todas estas unidades de tiempo líbre adicionales»», sino «qué capacidad para la experiencia tendrán estos hombres con este tiempo no normalizado para vivir». Si conservamos una valoración puritana del tiempo, una valoración de mercancía^ epronces se cppvigrre en cuestión de cómo hacer ese tiempo úíñ . o cómo explotarlo para las industrias de! ocio. Pero si la idea de finalidad e.u ti uso dd tiempo se hace menos compulsiva, los hombres tendrán que reaprender algunas de las artes de vivir perdidas con la revolución industrial : cómo llenar los intersticios de Sus días con relaciones personales y sociales más ricas, más tranquilas; cómo rompe* qí^h ye* las barreras entre trabajo y vida, Y de aquí surgiría uní dialécticas!: ovel en la cual una parte de las antiguas y agresivas energías y díscipanas emigrarán a las naciones de reciente industrialización, mientras la.; viejas naciones industrializadas se esfuerzan en descubrir modos de experiencia olvidados antes de que comience la historia escrita:
los nuer carecen de una expresión equivalente al «tiempo» de nuesrra lengua y, por esta razón, a diferencia de nosotros no pueden hablar del tiempo como si fuera algo real, que pasa, que puede desperdiciarse, aprovecharse, etc. No creo que experimenten nunca la misma sensación de lucha contra tiempo o de tener que coordinar Jas actividades con un paso abstracto del tiempo, 128
128. Hay comentarios sugerentcs sobre esta ecuación en Lcwis Mumíord y S. de Grazia, cirado iupra, nota 1; Pau! Dicsing, Reasiw in Society, Urbana, 1962, pp. 24-28; Hans Mevuiioff, Tíme in Uterature, Uoiversity oí California, 1955, pp. 106-119.
poique sus puntos de referencia son principalmente las propias actividades, que suelen ser de carácter pausado. Los acontecimientos siguen un orden lógico, pero no hay sistema abstracto que los controle, al no haber puntos de referencia autónomos a ios que tercian que adaptarse con precisión. Los nuer son afortunados.139
Desde luego ninguna cultura reaparece con la misma forma. Si el hombre ha de satisfacer las exigencias tanto de una industria automatizada rruy sincronizada, como de zonas mucho más extensas de -«tiempo Ubre», debe de alguna manera combinar en una nueva síntesis elementos de lo antiguo y lo nuevo,„ encontrando imágenes no surgidas :ú en las estaciones ni en el mercado sino de acontecimientos humanos.' La pnnlualidad en el trabajo expresaría el iespctcuhacia los compiÜeros de trabajo. Y el pasar el tiempo sin finalidad sería un tipo d;í comportamiento visto con aprobación por nuestra cultura.
Difícilmente puede lograr la aprobación de aquellos que ven la historia de la «industrialización» en tétminos aparentemente neutros pero que están, en realidad, cargados de valoración, como una progresiva racionalización al servicio del desarrollo económico. Este argumento e; por lo menos tan viejo como la revolución industrial, Dickens .’io el lema de Thomas Gradgrind («dispuesto a pesar y medir cualquier parcela de naturaleza humana, y decir exactamente cuánto suma») como el «mortal reloj estadístico» de su observatorio «que mecía cada segundo con un golpe como el de una llamada en la tapa de im féretro». Pero el racionalismo ha desarrollado nuevas dimensiones sociológicas desde la época de Gradgrind. Fue Werner Sombart quien —utilizando la imagen preferida del relojero— sustituyó al Dios del materialismo mecánico por un empresario:
Si el moderno racionalismo económico es como el mecanismo de -.in reloj, tiene que haber alguien que le de cuerda.1-30
Las universidades occidentales están hoy repletas de artesanos relojeros, ansiosos de patentar nuevas claves. Pero pocos todavía han llegado tan ;cjo5 como Thomas Wcdgwood, hijo de Josiah, que diseñó un plan para introducir las horas y la disciplina del tiempo de Etru- ria en lo- talleres mismos de la conciencia forma ti va del niño: 129 130
129. C, Ev.nns-Prítchard, op. cit,, p, 10},
130. ¿Capitalismo, Encyclopaedia oj (be Social Sciences, Nueva York, ed. de 1953, 311, p. 205.
Mi objetivo es alto — He estado esforzándome por dar con un golpe maestro que se anticipe un siglo o dos al progreso del ritmo amplio del avance humano. Prácticamente todo paso previo de su avance puede adscribirse a la influencia de personajes superiores. Ahora bien, yo opino que en la educación de los más grandes de estos personajes, no se ha procurado que más de una hora de cada diez contribuya a la formación de esas cualidades de las que ha dependido esta influencia. Supongamos que poseemos una relación detallada de los veinte primeros años de la vida de algún extraordinario genio; ¡que caos de percepciones! ... ¡Cuántas horas, días, meses, se han gastado pródigamente en ocupaciones improductivas! ¡Qué multitud de impresiones a medio formar y conceptos abortivos mezclados en una masa de confusión ...
En las cabezas mejor reguladas de la actualidad ¿no hubo y hay algunas horas del día pasadas en ensimismamiento, el pensamiento sin gobierno, sin guía? 131
El plan de Wedgwood era modelar un nuevo sistema de educación, riguroso, racional y cerrado. Se propuso a Wordsworth como uno de los posibles superintendentes. Su respuesta fue escribir The Prelude ( un ensayo sobre el desarrollo de la conciencia del poeta que fue, simultáneamente, una polémica contra
The Guides, the Wardens of our faculties,
And Stewards of our labour, watchful men And skilful in the usury of tíme,
Sages, who in their presdence would controul
A1I accidents, and to the very road
Which they have fashion’d would confine us down,
Líke engines ...*132
Porque no existe el desarrollo económico si no es desarrollo o cambio cultüfal; y el desarrollo de la conciencia social, como el del pensamiento del poeta, no puede, en última instancia, planearse.
131. Thomas Wedgwood a William Godwin, 31 julio 1797, publicado en el importante artículo de David Erdman, «Coleridge, Wordsworth, and the Wedgwood Fund», Bulletin of the New York Public Library, LX (1956).
* Los Guías, los Vigilantes de nuestras Facultades, / Y Administradores de nuestro trabajo, hombres alerta / Y hábiles en la usura del tiempo, / Sabios, que en su presunción querrían controlar / Todo, accidente, y al camino mismo / Que han labrado querrían confiamos, / Gimo máquinas...
132. The Prelude, Londres, ed. de 1805, libro V, líneas 377-383. Véase también el esquema en Poetical Works of William Wordsworth, ed. E. de Selincourt y Helen Darbishire, Oxford, 1959, V, p. 346.
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