martes, 14 de marzo de 2017

Historia del mundo contemporáneo (1870-2008) Prólogo María Dolores Béjar

Historia del mundo contemporáneo (1870-2008)
María Dolores Béjar
Este libro es el producto del esfuerzo y el compromiso de un grupo de docentes de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP que desde hace mucho tiempo viene apostando a la elaboración de materiales especialmente pensados para los estudiantes universitarios y basados en la firme voluntad de articular los resultados de la investigación con las necesidades y objetivos de la enseñanza en un campo de enorme complejidad como es el de la historia del siglo XX. En efecto, los equipos de cátedra de las materias “Introducción a la problemática del mundo contemporáneo” e “Historia social contemporánea”, coordinados por la Dra. María Dolores Béjar, han venido produciendo textos y recopilando fuentes escritas y audiovisuales que desde 2009 han nutrido un campus virtual al que los alumnos pueden acceder a través de la página web de la Facultad.
Por otra parte, esta iniciativa se apoya también en la permanente voluntad de la Dra. Béjar y su equipo por sistematizar -con una mirada crítica y pluralista a la vez- los últimos avances de la investigación y acercarlos a través de formatos innovadores a lectores no especializados pero sí involucrados en la docencia y el aprendizaje sobre el mundo contemporáneo en las distintas dimensiones que su estudio supone. Un significativo antecedente en este sentido son las “Carpetas de Historia” dirigidas a los docentes del nivel medio, emprendimiento único en su género que también está disponible en acceso abierto a través de internet <http://www.carpetashistoria.fahce.unlp.edu.ar/>.
Esta propuesta se nutre de los debates en torno a una posible historia del tiempo presente, que coloca a la historia frente al desafío de comprender y explicar el presente a través del pasado. Junto con las controversias sobre su naturaleza y sus alcances temporales, la historia contemporánea plantea abiertamente la tensión que recorre la tarea del historiador: la demanda de objetividad sostenida por el ámbito académico y las preocupaciones e interrogantes que atraviesan la sociedad de la que forma parte. Este libro parte del reconocimiento de esta tensión y se propone intervenir sobre la misma desde la primacía asignada a los conocimientos elaborados en el campo historiográfico. Se propone, por un lado, aportar nuevos conocimientos sobre la historia contemporánea y, por el otro, incidir en la construcción de propuestas para la formación de las nuevas generaciones.
En suma, creemos que se trata de un aporte original que viene a llenar un vacío y a contribuir a un mejor desempeño de nuestros estudiantes facilitándoles el acceso al estudio del mundo contemporáneo, pero al mismo tiempo brindándoles herramientas para profundizar el análisis desde una perspectiva interdisciplinaria y capacitándolos para continuar explorando
críticamente los distintos temas a partir de fuentes y materiales diversos. Un aporte, en definitiva, a los objetivos de combinar inclusión, retención y calidad en la educación universitaria que compartimos e impulsamos desde nuestra Facultad.
Aníbal Viguera
Decano de la Facultad de Humanidades y Cs. de la Educación de la UNLP.
Ensenada, 8 de noviembre de 2014.
Los hilos centrales que recorren este libro remiten al afán de ofrecer un panorama básico de los cambios y continuidades que forman el suelo en que se apoya el presente; y esto en relación con tres ideas principales. En primer lugar, el reconocimiento de la necesidad de avanzar hacia una historia mundial y, al mismo tiempo, la certidumbre de que solo ha sido posible delinear algunos trazos centrales en este sentido. En segundo lugar, la convicción de que las dimensiones que conforman la “realidad social” son muchas (política, económica, social, ideológica, los espacios privados...) y se combinan de modos diversos, pero este texto se limita a recortar, principalmente, los aspectos económicos, políticos y las relaciones internacionales. En tercer lugar, la certidumbre que la historia se procesa a través de la articulación entre los que nos viene dado, lo que decidimos y hacemos y las irrupciones del azar; pero en este trabajo, debido a su carácter general, predomina el peso de las estructuras aunque sin dejar de lado las acciones de los sujetos.
Este texto no incluye relatos específicos sobre las diversas experiencias vividas por los seres humanos en el mundo contemporáneo: su contenido es de carácter más general, al modo de un mapa que únicamente registra las principales rutas, pero no consigna los vericuetos de los distintos barrios.
El desafío ha sido inmenso, y si lo llevé a cabo es porque mi vocación docente acabó imponiéndose a mis limitaciones para concretar esta tarea.
En la base de este trabajo se entretejen las reiteradas y por momentos angustiosas ocasiones en que me sentí “obligada” a reformular los programas de Historia del Siglo XX, materia de la que soy profesora a partir de la vuelta a la democracia en 1983. Qué texto tan diferente hubiera escrito en los años ‘80 cuando comencé a dar clases en la Universidad de Tandil. Y aún en la década del 90, después de la caída del Muro, cuántas cuestiones que hoy puedo visualizar hubieran quedado soslayadas.
La primera y nada sencilla decisión fue la de dar respuesta al interrogante: ¿cuándo comienza la historia del mundo actual? En el momento que nació este proyecto ya existía una definición con amplio consenso: la Primera Guerra Mundial inauguraba el corto siglo XX según la propuesta del historiador Eric Hobsbawm. Sin embargo, en las aulas siempre había recurrido a la era del imperialismo para explicar el mundo contemporáneo, y con mayor convencimiento a medida que se desplegaba la globalización. Y esto en virtud que, aunque reconozco el profundo quiebre que significó “la guerra total” en la historia de Occidente, para una historia
mundial considero que la expansión del Occidente capitalista, su avance sangriento y transformador hacia el resto del mundo, son experiencias que ofrecen claves insoslayables.
La segunda decisión remite a la organización del espacio. Aquí acabé adoptando agrupamientos didácticos sin perder de vista que los grupos de países y regiones propuestos no pueden reconocerse en todos los momentos de la historia contemporánea debido a las hondas transformaciones del mundo actual. Desde el inicio de esta historia hasta su conclusión existen, aunque no con las mismas denominaciones, ni los mismos integrantes, dos grandes conjuntos: los países capitalistas más o menos estables y desarrollados y el de las sociedades que ya sea como colonias, subdesarrolladas, dependientes o del Sur no integran el grupo anterior. El tercer conjunto, los estados comunistas, tuvieron una presencia significativa entre 1917 y 1991, mientras que hoy apenas existen experiencias aisladas, como Corea del Norte, o muy ambiguas, como China. A lo largo de este texto, el último país, por ejemplo, se posiciona en diferentes categorías como colonia, país comunista y potencia emergente.
En este trabajo nos detendremos básicamente en el espacio capitalista central y el comunista. El análisis de los mismos ha sido organizado en tres grandes períodos: la era del imperio y su derrumbe (1873 -1914/1918); la crisis del liberalismo, el capitalismo y la consolidación del régimen soviético (1918-1939/1945); los años dorados en el marco de la Guerra Fría (1945-1968/1973).
La obra consta de ocho capítulos. En el capítulo I se aborda el primer período. El capítulo II se centra en el doble proceso de la Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa El capítulo III recorre el espacio capitalista en los años de entreguerras y el siguiente se concentra en la experiencia soviética de esos años. Los capítulos V y VI abordan el escenario internacional: la Segunda Guerra Mundial junto al Holocausto en el primer caso y la Guerra Fría en el segundo. Los dos últimos capítulos analizan el período que comprende el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la oleada de movilizaciones de 1968: el capítulo VII aborda el espacio capitalista central y el VIII el bloque comunista.
Todos ellos constan de cuatro apartados: el relato histórico, el análisis de un filme, actividades sobre la información ofrecida por el texto del libro y los trabajos de la bibliografía básica y, por último, un listado de textos claves para organizar el estudio de cada tema.
María Dolores Béjar Buenos Aires 10 de noviembre 2014
María Dolores Béjar, Marcelo Scotti, Leandro Sessa
Los contenidos de este capítulo pueden organizarse en torno a cinco cuestiones básicas:
-     La expansión imperialista en relación con los escenarios ideológicos, políticos y económicos de los países centrales.
-     La terminación del reparto colonial de Asia. La división de África entre las metrópolis. La ocupación de Oceanía.
-     La dependencia de América Latina, Central y el Caribe del mercado mundial. Colonias en la región.
-     El análisis de las transformaciones económicas a partir de los problemas planteados por la crisis del capitalismo en 1873. Distinguir los rasgos básicos de dicha crisis y precisar el significado que asignan los autores propuestos en la bibliografía a la globalización económica bajo la hegemonía de Gran Bretaña.
-     El significado de los cambios en el escenario político-ideológico a partir de las siguientes cuestiones: el proceso de democratización, la gravitación del socialismo, sus distintas tendencias y los debates entre las mismas y, por último, la emergencia de la nueva derecha.
El mundo del último cuarto del siglo XIX estuvo lejos de ser un espacio homogéneo, esto al margen que algunos procesos básicos, por ejemplo, la intensificación del proceso industrial, el desarrollo renovado de las tecnologías y el conocimiento científico occidental, la democracia constitucional como concepciones y prácticas organizadoras de las relaciones entre Estado y sociedad tuvieron repercusiones casi globales. Sin embargo, en las distintas partes del mundo asumieron desiguales grados de incidencia y diferentes modos de vincularse con el orden existente. Por ejemplo, como veremos más adelante, aunque en todos los antiguos imperios, Persia, China y el Otomano, fue evidente el impacto de Occidente, las trayectorias históricas de cada uno de ellos presentan marcados contrastes. En relación con la existencia de procesos históricos singulares, la exploración los mismos puede organizarse en base al reconocimiento de los siguientes grupos de países:
-     Las principales potencias europeas: la República de Francia, el Reino Unido y el Imperio de los Hohenzollern en Alemania.
-     Los imperios multinacionales de Europa del este: el de los Habsburgo en Austria-Hungría y los Romanov en Rusia.
-     Las nuevas potencias industriales extra europeas: el Imperio de Japón y la República de Estados Unidos.
-   Los viejos imperios en crisis: Persia, China y el Otomano.
-     Los países soberanos, pero muy dependiente en el plano económico, de América Latina, Central y el Caribe.
No debe perderse de vista que las unidades políticas de cada conjunto tuvieron rasgos claves propios y entre unas y otras existieron diferencias. Al mismo tiempo es preciso tener en cuenta las conexiones entre los grupos propuestos. Esta clasificación tiene el propósito central de organizar el análisis político.
Entre 1876 y 1914, una cuarta parte del planeta fue distribuida en forma de colonias entre media docena de Estados europeos: Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, Bélgica. Los imperios del período preindustrial, España y Portugal, tuvieron una participación secundaria. Los países de reciente industrialización extraeuropeos, Estados Unidos y Japón, interesados en el zona del Pacífico, fueron los últimos en presentarse en escena. En el caso de Gran Bretaña, la expansión de fines del siglo XIX presenta líneas de continuidad con las anexiones previas; fue el único país que, en la primera mitad del siglo XIX, ya tenía un imperio colonial.
La conquista y el reparto colonial lanzados en los años 80 fueron un proceso novedoso por su amplitud, su velocidad y porque estuvo asociado con la nueva fase del capitalismo, la de una economía que entrelazaba las distintas partes del mundo. Los principales estadistas de la repitieron una y otra vez que era preciso abrir nuevos mercados y campos de inversión para evitar el estancamiento de la economía nacional. Además, según su discurso, las culturas superiores tenían la misión de civilizar a las razas inferiores. En el marco de la gran depresión (1873-1895), gran parte de los dirigentes liberales de la época -Joseph Chamberlain en Gran Bretaña y Jules Ferry en Francia, por ejemplo- giraron hacia el imperialismo para sostener una política expansionista apoyada por el Estado y basada en un fuerte potencial militar que garantizaría la superioridad de la propia nación. Pero también hubo liberales que rechazaron la colonización como una empresa “civilizadora”. Desde esta posición el republicano francés George Clemenceau sostuvo que:
¿Razas superiores? Razas inferiores, ¡es fácil decirlo! Por mi parte, yo me aparto de tal opinión después que he visto a los alemanes demostrar científicamente que Francia debía perder la guerra franco-alemana porque la francesa es una raza inferior a la alemana. Desde entonces, lo confieso, miro dos veces antes de volverme hacia un hombre o una civilización y pronunciar: hombre o civilización inferior. ¡Raza inferior los hindúes con esa gran civilización refinada que se pierde en la noche de los tiempos! ¡Con esa gran religión budista que la India dejó a China!, ¡con ese gran florecimiento del arte que todavía hoy podemos ver en las magníficas ruinas! ¡Raza inferior los chinos!
Con esa civilización cuyos orígenes son desconocidos y que parece haber sido la primera en ser empujada hacia sus límites extremos. (En Bibliothèque de l'Assemblée nationale. Traducción Sandra Raggio)
En el caso de los socialistas, algunos dirigentes de la Segunda Internacional también adjudicaron a la expansión europea un significado civilizador. El debate fue especialmente álgido en el congreso de Stuttgart, en 1907.
Eduard Bernstein (Alemania). Soy partidario de la resolución de la mayoría [...]. La fuerza creciente del socialismo en algunos países aumenta también la responsabilidad de nuestros grupos. Por eso no podemos mantener nuestro criterio puramente negativo en materia colonial [...]. Debemos rechazar la idea utópica cuyo objetivo vendría a ser el abandono de las colonias. La última consecuencia de esta concepción sería que se devuelva Estados Unidos a los indios (movimientos en la sala). Las colonias existen, por lo tanto debemos ocuparnos de ellas. Y estimo que una cierta tutela de los pueblos civilizados sobre los pueblos no civilizados es una necesidad. Esto fue reconocido por numerosos socialistas, sobre todo por Lassalle y Marx. En el tercer tomo de El capital leemos la siguiente frase: “La tierra no pertenece a un solo pueblo sino a la humanidad, y cada pueblo debe utilizarla para beneficio de la humanidad”. [...]
Van Kol (Holanda). [...] Desde que la humanidad existe hubo colonias y creo que seguirán existiendo durante largos siglos [...]. Me limito a preguntar a Ledebour si, durante el régimen actual, tiene el coraje de renunciar a las colonias. ¿Él sabrá decirme entonces qué hará con la superpoblación de Europa, en qué país podrán subsistir las personas que quieren emigrar si no es en las colonias?
¿Qué hará Ledebour con el creciente producto de la industria europea si no trata de hallar nuevos mercados en las colonias? [...]
Karski (Alemania). [...] David ha reconocido el derecho de una nación a tomar bajo su tutela a otra nación. Nosotros, los polacos, que tenemos como tutor al zar de Rusia y al gobierno de Prusia, sabemos lo que significa esa tutela. (Exclamaciones de aprobación). Aquí hay una confusión en la expresión debida no tanto a la influencia burguesa como a la influencia de los terratenientes. Al afirmar que todo pueblo debe pasar por el capitalismo, David invoca la autoridad de Marx. Yo cuestiono esa interpretación. Marx dice que los pueblos en donde hay un comienzo de desarrollo capitalista deben completar esa evolución, pero
nunca dijo que todos los pueblos tengan que atravesar la etapa capitalista [...].
Creo que para un socialista existen también otras civilizaciones además de la civilización capitalista o europea. No tenemos ningún derecho a vanagloriarnos tanto de nuestra civilización y a imponerla a los pueblos asiáticos, poseedores de una cultura mucho más antigua y quizás más desarrollada. (Se oyen exclamaciones de aprobación). David también ha afirmado que las colonias retornarán a la barbarie si se las abandona a su suerte. Esta afirmación me parece relativa, sobre todo en lo que atañe a la India. Allí me represento la evolución de otra manera. Es perfectamente posible mantener la cultura europea en ese país sin que por ello los europeos dominen con la fuerza de sus bayonetas. De ese modo, ese pueblo podría desarrollarse libremente. Por lo tanto, les propongo votar la resolución de la minoría. (En Carrère D'Encausse,
Hélène y Stuart Schram, El marxismo y Asia, Buenos Aires, Siglo XXI, 1974)
En las últimas décadas del siglo XIX, en el marco de un capitalismo cada vez más global, se desató una intensa competencia por la apropiación de nuevos espacios y la subordinación de las poblaciones que los habitaban.
La expansión de un pequeño número de Estados desembocó en el reparto de África y el Pacífico, así como también en la consolidación del control sobre Asia (aunque la región oriental de este continente quedó al margen de la colonización occidental).
El escenario latinoamericano no fue incluido en el reparto colonial, pero se acentuó su dependencia de la colocación de los bienes primarios en el mercado mundial. El crecimiento económico de los países de esta región dependió del grado de integración en la economía global del último cuarto del siglo XIX. En el Caribe, a la prolongada dominación europea de gran parte de las islas y algunos territorios de América Central y del Sur se sumó la creciente gravitación de Estados Unidos, especialmente partir de su intervención en la guerra de liberación de Cuba contra España en 1898.
Las nuevas industrias y los mercados de masas de los países industrializados absorbieron materias primas y alimentos de casi todo el mundo. El trigo y las carnes desde las tierras templadas de la Argentina, Uruguay, Canadá, Australia y Nueva Zelanda; el arroz de Birmania, Indochina y Tailandia; el aceite de palma de Nigeria, el cacao de costa de Oro, el café de Brasil y Colombia, el té de Ceilán, el azúcar de Cuba y Brasil, el caucho del Congo, la Amazonia y Malasia, la plata de México, el cobre de Chile y México, el oro de Sudáfrica.
Las colonias, sin embargo, no fueron decisivas para asegurar el crecimiento de las economías metropolitanas. El grueso de las exportaciones e importaciones europeas en el siglo XIX se realizaron con otros países desarrollados. La argumentación del economista liberal inglés John Atkinson Hobson y el dirigente bolchevique Lenin, acerca de que el imperialismo era resultado de la búsqueda de nuevos centros de inversión rentables, no se correspondió acabadamente con la realidad. Los lazos económicos que Gran Bretaña forjó con determinadas colonias -Egipto, Sudáfrica y muy especialmente la India- tuvieron una importancia central para conservar su predominio. La India fue una pieza clave de la estrategia británica global: era la puerta de acceso para las exportaciones de algodón al Lejano Oriente y consumía del 40 al
45 % de esas exportaciones; además, la balanza de pagos del Reino Unido dependía para su equilibrio de los pagos de la India. Pero los éxitos económicos británicos dependieron en gran medida de las importaciones y de las inversiones en los dominios blancos, Sudamérica y Estados Unidos.
En el afán de refutar las razones económicas esgrimidas por Hobson y Lenin, una corriente de historiadores enfatizó el peso de los fines políticos y estratégicos para explicar la expansión europea. Estos objetivos estuvieron presentes, pero sin que sea posible disociarlos del nuevo orden económico. Cuando Gran Bretaña, por ejemplo, creó colonias en África oriental en los años 80: de ese modo frenaba el avance alemán y sin que existiera un interés económico específico en esa región. Pero esta decisión debe inscribirse en el marco de su condición de metrópoli de un vasto imperio y, desde esta perspectiva, no cabe duda del afán de Londres por asegurarse tanto el control sobre la ruta hacia la India desde el Canal de Suez, como la explotación de los yacimientos de oro recientemente encontrados al norte de la Colonia del Cabo. En este contexto, la distinción entre razones políticas y económicas es poco consistente.
En principio, tanto las colonias formales como las informales se incorporaron al mercado mundial como economías dependientes, pero esta subordinación tuvo impactos sociales y económicos disímiles en cada una de las periferias mencionadas. En primer lugar, porque el rumbo de las colonias quedó atado a los objetivos metropolitanos. En cambio, en los países semi-soberanos, sus grupos dominantes pudieron instrumentar medidas teniendo en cuenta sus intereses y los de otras fuerzas internas con capacidad de presión. Pero además, tanto en la esfera colonial como en la de las colonias informales, coexistieron desarrollos económicos desiguales en virtud de los distintos tipos de organizaciones productivas. Los enclaves cerrados, los casos de las grandes plantaciones agrícolas tropicales como las de caña de azúcar, el tabaco y el algodón, junto con las explotaciones mineras, dieron paso a sociedades fracturadas. Por un lado, un reducido número de grandes propietarios muy ricos; por otro, una masa de trabajadores con bajísimos salarios y en muchos casos sujetos a condiciones serviles. En las regiones en que predominaron estas actividades productivas hubo poco margen para que el boom exportador alentase el crecimiento económico en forma extendida. Tanto en Latinoamérica como en las Indias Orientales Holandesas, el cultivo del azúcar, por ejemplo, estuvo asociado a la presencia de oligarquías reaccionarias y masas empobrecidas. En cambio, los cultivos basados en la labor de pequeños y medianos agricultores y en los que el trabajo forzado era improductivo -los casos del trigo, el café, el arroz, el cacao- ofrecieron un marco propicio para la constitución de sociedades más equilibradas y con un crecimiento económico de base más amplia.
Gran parte de las áreas dependientes no se beneficiaron del crecimiento de la economía global. En la mayoría de las colonias se acentuó la pobreza y sus poblaciones fueron víctimas de prácticas depredatorias. Portugal en África, Holanda en Asia y el rey Leopoldo II en el Congo fueron los más decididos explotadores.
En aquellas colonias donde una minoría de europeos impuso su dominación sobre grandes poblaciones autóctonas -los casos de Kenia, Argelia, Rhodesia, África del Sur- los colonos
acapararon la mayor parte de las tierras productivas, impusieron condiciones de trabajo forzado y marginaron a los nativos sobre la base de la discriminación racial.
Las experiencias en las que la incorporación al mercado mundial dio lugar a una importante renovación y modernización de la economía estuvieron localizadas en las áreas de colonización reciente que contaban con la ventaja de climas templados y tierras fértiles para la agricultura y la ganadería. En Canadá, Uruguay, Argentina, Australia, Nueva Zelanda, Chile, el sur de Brasil las lucrativas exportaciones de granos, carnes y café alentaron la afluencia de inmigrantes y la expansión de grandes ciudades que estimularon la producción de bienes de consumo para la población local. Aquí hubo incentivos para promover una incipiente industrialización.
También las colonias en que prevalecieron los cultivos de pequeña explotación fueron beneficiadas con un cierto grado de crecimiento económico a través del incremento de las exportaciones. En la costa occidental de África: Nigeria con el aceite de palma y cacahuete, Costa de Oro (Ghana) con el cacao y Costa de Marfil con la madera y el café. En el sur y sureste de Asia: Birmania, Tailandia e Indochina, los campesinos multiplicaron la producción de arroz. Pero en estos casos no hubo aliciente para la producción industrial en virtud de las limitaciones impuestas por el colonialismo y el bajo nivel de la vida local.
Para organizar sus nuevas posesiones, los europeos recurrieron a dos tipos de relación reconocidos oficialmente: el protectorado y la colonia propiamente dicha. En el primer caso - que se aplicó en la región mediterránea y después en las ex colonias alemanas- las naciones “protectoras” ejercían teóricamente un mero control sobre autoridades tradicionales; en el segundo, la presencia imperial se hacía sentir directamente.

Sin embargo, en lo que respecta al aspecto político hubo algunas diferencias entre los sistemas aplicados por cada nación dominante. Inglaterra puso en práctica el indirect rule (gobierno indirecto), que consistía en dejar en manos de los jefes autóctonos ciertas atribuciones inferiores, reservando para el gobernante nombrado por Londres y unos pocos funcionarios blancos el control de estas actividades y la puesta en marcha de la colonia. Francia, más centralizadora, entregó a una administración europea la conducción total de los territorios; Bélgica aplicó un estricto paternalismo sostenido por tres pilares: la administración colonial, la Iglesia católica y las empresas capitalistas. Cualquiera que fuese el sistema político imperante, todas las metrópolis compartían el mismo criterio respecto de la función económica de las colonias: la colonización no se había hecho para desarrollar económica y socialmente a las regiones dominadas sino para explotar las riquezas latentes en ellas en beneficio del capitalismo imperial.

No hay comentarios:

Publicar un comentario