1815 -
El congreso de Oriente
Artigas. Convocatoria a Congreso
Bartolomé Mitre es, junto con Vicente Fidel López, el fundador de la
historiografía argentina que estableció por décadas modelos y estereotipos de
los que el sistema educativo se hizo eco. Él se refería a Artigas como un
arquetipo de la “democracia semibárbara”. Llamaba así a esa forma de gobernar,
casi “a caballo” y al escaso apego del caudillo oriental a las formas propias
de lo urbano y el espíritu liberal en boga. Este menosprecio hacia lo agrario y
el franco desprecio hacia el indómito jefe oriental dejó huellas conceptuales:
no es casual, por lo tanto, que hasta el Congreso en el que reúne a sus fuerzas
carezca de un nombre determinado. Es tanto el Congreso de Arroyo de la China,
como el “de Oriente”, aunque también se lo conoce como “Congreso de Paysandú”
por su primera locación establecida. Lo mismo sucede con el encuentro realizado
en 1813, que es conocido como Congreso de Tres Cruces y, también, como Congreso
de Abril.
Arroyo de la China, la actual Concepción del Uruguay, era por entonces
la capital de Entre Ríos y estaba en un punto equidistante para las
delegaciones más alejadas, como las Misiones, Córdoba o Maldonado, en la Punta
del Este. Convocados por su Protector, entre mayo y junio los diputados
designados se encaminaron hacia allí.
Creo
oportuno -escribió Artigas- reunir en Arroyo de la China un congreso compuesto
de diputados de los pueblos, y para facilitar su modo de elección, tengo el
honor de acompañar a V. S., el adjunto reglamento [...] se proceda en ese
departamento a la reunión de Asambleas electorales, encargando muy
particularmente que los ciudadanos en quienes la mayoridad de votos haga recaer
la elección, sean inmediatamente provistos de sus credenciales y poderes, y se
pongan con toda prontitud en camino al indicado punto de Arroyo de la China.
Veamos cómo fue, provincia por
provincia y con toda formalidad, la convocatoria al Congreso y los mecanismos
empleados -o sugeridos- para designar los diputados. Entre otras, se conserva
la nota que envió al gobernador de Misiones, Andresito Artigas, donde solicita
"que cada pueblo mande su diputado indio al Arroyo de la China. Usted
dejará a los pueblos en plena libertad para elegirlos a su satisfacción pero cuidando
que sean hombres de bien, y con alguna capacidad para resolver lo
conveniente".
Este
primer llamado, fechado en marzo, coincidía con el anuncio de la llegada de
unos comisionados del todavía director Alvear, los coroneles Elias Galván y
Guillermo Brown, y es posible que haya quedado sin efecto. Sin embargo, el 29
de abril, misma fecha que datan otras convocatorias, como la que envía a
Montevideo, Artigas escribe al Cabildo de la Villa de Concepción, en las
Misiones, convocando a elección de diputados para el congreso que consideraba
"oportuno reunir en Arroyo de la China [...] punto medio relativamente a
los demás pueblos que deben concurrir".
Estas
misivas, que eran acompañadas por un reglamento electoral, recorrieron las
tierras misioneras: el 31 de mayo llegó a Concepción y los demás pueblos
recibieron la orden-invitación en los cuatro primeros días de junio. Así, la
elección abarcó a Santa María la Mayor, San
Javier, Santos Mártires, San
José, San Carlos y Apóstoles. No fue de la partida La Candelaria, todavía
ocupada por los paraguayos y que serían expulsados por Andresito el 14 de
septiembre.
Las
asambleas electorales se realizaron con total normalidad. Artigas se impuso
"de la exactitud" con que se han "convocado los pueblos y la libertad
con que ellos han correspondido a nuestros votos". El 15 de junio le insiste a Andresito sobre la urgencia de
enviar los diputados: "su aproximación debe ser pronto". El 21 le
anuncia su próximo paso a Arroyo de la China y el fracaso de las reuniones con
Pico-Rivarola: "paso mañana [...] a celebrar el Congreso y resolver lo
mejor. Avisaré a usted los resultados en caso de no haber llegado los diputados
de esos pueblos, que deberán hacerlo". Es un hecho que los delegados -Andrés Yacabú entre ellos, el único nombre
confirmado-, finalmente arribaron y muy posible que participaran de algunas
deliberaciones, como lo atestigua la nota de Artigas a Andresito del 16 de agosto: "He recibido a los diputados con todo el afecto que
ellos merecen. Los
he obsequiado conforme al estado de pobreza que nos rodea. Sin embargo, ellos dirán a usted cuánto he hecho por
agradarlos".
Informa
Setembrino E. Pereda que los diputados misioneros "concurrieron después de clausuradas las sesiones y de haber partido para
la ex capital del
Virreinato los delegados", pero la conjetura de Ramón Cierri, es precisa: "Solamente si admitimos que el Congreso
volvió a reunirse al retornar sus enviados ante el director, resultará
posible suponer que
los diputados de las Misiones participaron en el Congreso, siquiera en su reunión postrera".
Respecto
de la provincia de Corrientes se estima que el mismo 29 de abril Artigas reportó la realización del Congreso al
Cabildo de Corrientes para que enviara dos diputados por la ciudad y "uno
por cada cual
de los pueblos de la campaña" para "marchar al congreso que debe formarse de todo el Entre-Ríos en el Arroyo de la
China". El Cabildo acusó recibo de la convocatoria el 18 de mayo y procedió a
ordenar las elecciones del caso, en circular remitida el 23 del mismo mes.
Firmada por Artigas, la comunicación que envió al gobernador correntino José de
Silva, según el resumen realizado por Cierri, invitaba a "tratar la
organización política de los Pueblos Libres, el comercio interprovincial y con
el extranjero, el papel de las comunidades indígenas en la economía de la
confederación, la política agraria y la posibilidad de extender la
confederación al resto del ex virreinato".
Hernán
F. Gómez, historiador correntino, indica que las elecciones se realizaron sucesivamente,
el 30 de mayo, y el 4 y 7 de junio en las diversas localidades y que los
elegidos resultaron Juan Francisco Cabral y Ángel Mariano Vedoya por la ciudad
capital; el mismo Artigas por San Roque; Serapio Rodríguez por Riachuelo; Juan
B. Fernández por Itatí. Con respecto a Esquina, inicialmente se designó a
Bartolomé Lezcano, pero su nominación fue observada por el Cabildo porque era
vecino de la capital de la provincia. El vecindario de Esquina replicó que
consideraba que no había en la circunscripción nadie capacitado para semejante
tarea, por lo que terminó por designar a otro correntino, Sebastián Almirón.
Además de estos diputados, que seguramente participaron activamente de las
sesiones, hubo un grupo de correnti- nos destacados que acompañaron las
sesiones del Congreso, entre ellos el doctor José Simón García de Cossio y don
Francisco de Paula Araujo (que en otras menciones aparece como Araújo y
Araucho).
Respecto
de la actual provincia de Entre Ríos, no se conservan datos precisos de
delegados concurrentes al congreso. Por la influencia política de Artigas es de
suponer que los hubo, al menos, de Paraná (o "La Bajada"), Gualeguay,
Gualeguaychú, y, desde ya, de la actual Concepción del Uruguay; Justo Hereñu se
acreditó en representación de la Villa de Nogoyá. La Autobiografía del médico de Maldonado Francisco Martínez indica su
presencia, pero los jefes políticos de la provincia (de Entre Ríos en el
sentido estricto, no el "continente" que incluye también a Corrientes
y la actual Misiones), Hereñu, Correa,
Samaniego y Berdún no han
dejado archivos personales conocidos y en el territorio no había actas de
cabildos que dejaran testimonio al respecto.
Seguimos nuestra huella en la Banda Oriental, donde los
documentos nos permiten realizar algunas precisiones y formular también
hipótesis de cierta solidez. Comencemos por recordar que, en un principio, los
orientales iban a realizar su propio congreso en Mercedes, reunión que terminó
desestimada. En consecuencia, al Congreso concurrirán, destaca textualmente
Artigas, "todos los diputados [que] se habían reunido, tanto de la Banda
Oriental...", lo que indica que la representación oriental se compuso, de
modo automático, al menos por los congregados en el Congreso de Mercedes que, por
lo general, acompañaban a Artigasen su derrotero y sus movimientos. Esta
interpretación excluye a los delegados de Montevideo que, justamente por sus
conflictos con Artigas, habían provocado la suspensión de la reunión convocada
en Mercedes. Martínez cuenta:
Honrado en
este empleo, pasé a Montevideo a solicitar del Gobierno el competente permiso
para pasar a Paysandú a desempeñar mi comisión, y tan luego como me fue
concedido partí para dicho punto en busca del General. Inmediatamente después
de mi llegada me embarqué con él, en dirección al Arroyo de la China, lugar
indicado para la reunión, y a nuestro arribo, encontramos
reunidos un crecido número de Diputados por Córdoba, Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos y las
Misiones.
En el testimonio subraya que los representantes de
Montevideo no estuvieron presentes y arriesga algunas ideas al respecto:
De
sus diputados: Larrañaga, que acababa de regresar de la misión a Paysandú, casi
sin tiempo material para marchar nuevamente,
no lo
creemos capaz de volver a soportar frío, hambre, pulgas y amenaza de perros
cimarrones y sentirse tal "que no había músculo ni hueso en mi cuerpo que
no me doliese", en una reiteración del viaje al Litoral; Lucas Obes,
nombrado diputado durante el breve predominio de la facción que se escudaba en
Otorgués y que él mismo encabezaba, no lo suponemos con muchos deseos de
enfrentarse con Artigas.
Larrañaga
y Reyna llegaron a Paysandú el 12 de junio. La población era por demás modesta,
poco más que un caserío y embarcadero. Sin embargo, y dada la posición de
Montevideo, Artigas, liderando a su estilo, había tomado una decisión:
"Tiene el honor de ser interinamente la Capital de los orientales, por
hallarse en ella su Jefe y toda la plana mayor, con los Diputados de los demás
pueblos".
Mientras
tanto, los "argentinos" -permítasenos llamarlos así a modo de
identificarlos- arribaban a la población situada justo enfrente, del otro lado
del río, Concepción del Uruguay, cruzando -hoy- el puente "General
Artigas".
Respecto
de la importancia que Artigas otorgaba al "sufragio universal”, es de
destacar el reglamento electoral al Cabildo de Montevideo, "dado en el
Cuartel General a 29 de abril de 1815 por José Artigas", para que organice
las elecciones.
Dejamos
para el final de este variopinto proceso de organización que combinó asambleas
populares y elecciones indirectas, justamente, a las dos provincias que,
estratégicamente, aparecían como los "platos fuertes" del Congreso:
Santa Fe y Córdoba. La primera, porque había guerreado recientemente para
conquistar su autonomía, y la provincia mediterránea, porque su presencia
podría haber significado un giro drástico en los acontecimientos si hubiera
definido su postura por alejarse del Directorio. Sin la presencia de Córdoba,
ubicada en el corazón de todos los caminos, es muy posible que el Congreso de
Tucumán
hubiera fracasado y el
Directorio se hubiese disuelto (aunque eso no es sino una mera hipótesis de
juego contrafactual).
La citación para que la ciudad de Santa Fe eligiera dos
diputados está fechada el 21 de mayo. De modo un poco apresurado se designaron
los representantes, ambos "naturales y vecinos" de la ciudad: Pedro
Aldao y Pascual Diez de Andino. "La escasez del erario" obligó a reducir
la delegación a un solo miembro y el sorteo favoreció al segundo de ellos. El
14 de junio el Cabildo y el gobernador Candioti otorgaron el poder "al
Ciudadano Doctor Pasqual Diez de Andino, electo Diputado, para el Congreso de
Oriente",
para que en
concurso de los Diputados de los demás Pueblos, que allí concurran promueva,
proponga, discuta, y sancione todos los puntos concernientes afijar de una vez
el sistema proclamado en esta América de su libertad e independencia y, la de
cada uno de los Pueblos unidos, y
en particular la de este, haciendo que se
reconozca por Provincia independiente, con todo el territorio que comprende su jurisdicción en el
Continente Occidental del Río de la Plata, para que establezca, y reconozca la
autoridad suprema, que ha de regir a todos con los límites, y extensión, que
convengan a un perfecto gobierno federado, y a la conservación de los derechos de los Pueblos, y en
suma para que en todo cuanto se trate, y promueva en dicho Congreso, relativo
al bien general de todos los Pueblos unidos, y al particular de este, proceda con arreglo a las
instrucciones, que se le han dado, y acordado en acta de este día.
Las
instrucciones recibidas por Andino ameritan una mención especial: constan de
diez artículos en los que se explícita el mandato del diputado, que reafirma la
¡dea de "libertad" -autodeterminación- de los pueblos, respeto a las
soberanías provinciales y búsqueda de
conformar
un gobierno central -reconociendo al Directorio- pero denunciando que hasta el
momento, "se han usurpado, seducido y defraudado los derechos de los
Pueblos" e indicando que se delegaba en Artigas la posibilidad de aceptar
un director "de su agrado". Es des- tacable que el articulado
reafirma expresamente las ideas planteadas en las famosas "instrucciones a
los diputados orientales del año XIII", con leves diferencias de forma, e
incluyendo un artículo más que en la versión original. Uno de estos artículos
merece transcribirse aquí:
El Poder Ejecutivo de las Provincias Unidas se compondrá de
un solo individuo, ejerciendo este su oficio por el término de un año, debiendo
ser elegido por los Pueblos [o sea, con el voto de las provincias], y sorteado
de entre los que nombren, a fin de que turne por todos los individuos de las
Provincias Unidas el tal empleo, y no se haga hereditario a los de una sola,
que exija la preferencia, pues todos deberán ser iguales
El
tenor de este articulado reitera la voluntad de Santa Fe de poner límites a la
hegemonía porteña, subraya la necesidad de que "los pueblos"
participen en todas las decisiones y que los impuestos aduaneros se repartan en
pie de igualdad entre las provincias. Asimismo, limita las atribuciones del
representante impidiéndole ejercer como "diputado de la nación". El
régimen representativo en el que los diputados pasan a ser "de la
nación" y no están obligados a votar de acuerdo con un mandato previo era,
en esos años, un tema todavía en discusión.
El
proceso en Córdoba no fue tan precipitado. En efecto, ya el 16 de abril de 1815
la Asamblea Provincial de Córdoba declaraba la independencia "bajo los
auspicios y protección del General de los Orientales". En carta a Artigas,
Díaz aceptaba su protección.
El 27 de mayo se dirigió al Cabildo para que instrumentara
la elección del diputado. El Cabildo, sin embargo, tenía fuertes influencias
directoriales y era opuesto a sumarse al bloque artiguista y, menos aún,
apoyaba la ¡dea de incorporarse a un congreso de corte federal. El gobernador
no se arredró y dispuso que cada cuartel en los que se dividía la ciudad,
nominara sus electores. Con la presidencia de Díaz, y "a pluralidad de
votos", se nombró al abogado José Antonio Cabrera y Cabrera como diputado
"para tratar y acordar con los de Buenos Aires y Banda Oriental, sobre los
puntos de nuestras presentes diferencias". El 2 de junio Cabrera recibió
su poder que lo obligaba a obrar en un todo de acuerdo con las instrucciones
recibidas y lo autorizaba
para que se
apersone, cerca del Señor General de los Orientales don José Artigas [ y] de acuerdo
con dicho señor general, trance, dirima y corte toda y cualquiera diferencia
que hayan embarazado, embaracen, o puedan embarazar el reconocimiento
espontáneo del nuevo gobierno instalado en el pueblo de Buenos Aires,
procurando remover de la más pronta reunión del Congreso General, sobre las
bases más sólidas y análogas a los intereses de la causa común y particulares
de esta Provincia, así en su actual independencia, como para la excesiva forma
que pueda adoptarse hasta la resolución del citado Congreso.
Como
se ha puesto en duda si Cabrera fue delegado al Congreso o solo "ante
Artigas", es bueno recordar que al otorgarse al nominado un nuevo poder
que lo habilitaba a pasar a Buenos Aires, una escritura pública del 10 de julio
hecha a nombre del gobernador cordobés nombra a: "don José Antonio
Cabrera, que mandó este pueblo cerca del primero, a las sesiones del Congreso
Oriental". "Para sus expensas", recibió trescientos pesos y como
se le aclaró que debía realizar "su viaje a la mayor brevedad posible"
se puede estimar que entre el 17 y el 20 de junio haya pasado por Santa Fe en
su camino rumbo "a Paysandú", como rememoró el testimonio de un
familiar.
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Durante todo este proceso de selección y elección de diputados que recorre toda la geografía de la Liga, desde las cuchillas orientales hasta las serranías cordobesas, y desde las rojizas tierras de las Misiones hasta el mismo delta del Paraná, Álvarez Thomas envía sus negociadores -Pico y Rivarola- a Paysandú. La táctica parece ser dilatar las cosas y espiar. El mismo Cabildo de Montevideo, alejado del Protector y alineado con el Directorio, envía al cura Dámaso Larrañaga a intervenir en las negociaciones. Artigas recibe a todos, pero no se queda quieto ni a la espera: se mueve entre Mercedes y Paysandú para asegurar la representación popular de todas las provincias al futuro Congreso.
A mediados de junio, los representantes de Buenos Aires y
Montevideo se retiran, y el 28, Artigas se embarca, alcanza la orilla
occidental y se aboca a los trabajos del Congreso de Arroyo de la China que
iniciará sus sesiones al día siguiente.
Cabrera. Córdoba, a mitad de camino
El nuevo curso que toman los acontecimientos, con Álvarez Thomas en el
Directorio, parecía poner fin a la guerra entre el Litoral y Buenos Aires.
Mientras Artigas moviliza su Congreso, en Córdoba se insinúan con claridad dos
posiciones: el gobernador Díaz, receloso, adhiere a la causa artiguista, aunque
mantiene una actitud diplomática hacia el nuevo director; mientras la Junta y
el Cabildo depositan sus expectativas en la unidad con Buenos Aires. ¿Córdoba
en las Provincias Unidas o en la Liga Federal? Hacer equilibrio entre ambos es
sumamente difícil; la lucha de facciones se exacerba. El 27 de abril, Díaz
convoca a Cabildo Abierto: destituye a los miembros de la Junta de
Representantes -los acusa de “no haber cumplido con sus deberes” y de “falta de
energía” para defender la independencia- y los sustituye por cinco consejeros
nombrados por él mismo: Norberto del Signo, José Antonio Cabrera.
Miguel Calixto del
Corro, Juan Antonio Saráchaga y Jerónimo Salguero. Además, resuelve quedarse
“en su natural ejercicio la municipalidad”, despojando al Cabildo de toda
atribución política. Como correspondía con la “protección” aceptada, de
inmediato comunica la medida a Artigas.
Las
invitaciones para participar del Congreso de Arroyo de la China ya circulaban.
El 27 de mayo Díaz ofició al alcalde de primer voto diciándole que
"habiendo incitado a este gobierno el Señor General de los Orientales al
envío de un diputado" disponía se citara el ayuntamiento y el Consejo
Popular para el mismo día. Díaz aceptaba sumarse al Congreso, pero dejaba
abierta la puerta a un entendimiento con Buenos Aires, cosa que, al menos en
los papeles, también rubricaba el propio Artigas.
El
Cabildo, "autonomista" pero no "artiguista", se negó a
participar en la elección de diputados, entonces, el 29 de mayo, Díaz se reunió
con los ocho electores designados por los cuarteles, y José Antonio Cabrera
resultó designado como representante cordobés al Congreso de Oriente. Cabrera
era un hombre de prosapia y trayectoria: poco después de la derrota del intento
contrarrevolucionario de Liniers, en 1810, había sido electo como alcalde de
primer voto del Cabildo cordobés y presidente de la Junta Provincial y, cuando
ascendió Díaz al poder, fue miembro de la primera legislatura provincial. Su
designación ante Artigas no fue casual: ya el año anterior había sido enviado
al Litoral por el gobernador Ocampo, oportunidad en que Cabrera había cosechado
la confianza del Protector.
Álvarez
Thomas, consciente de las disputas cordobesas y de las ambigüedades de Díaz,
intentó terciar y evitar la participación de la provincia en el Congreso de
Oriente. El 26 de junio envió a Córdoba al teniente coronel José Ambrosio
Carranza para que informara de la frustrada misión de Pico y Rivarola ante
Artigas.
La
recopilación realizada en La Diplomacia en la Patria Vieja permite corroborar que el día 30 el diputado Cabrera se
reporta desde Arroyo de la China:
Tengo el
honor de dar parte a V. S. del primer paso de mi comisión. Reunidos en el
Congreso los diputados de esta Banda Oriental y demás pueblos de la Liga y
Confederación que están bajo la protección del Jefe de este Ejército, don José
Artigas, para tratar de los medios de una unión libre, igual y
equitativa, con el gobierno de Buenos Aires y fundar sobre esta base, una paz
sólida y verdadera;
abierta ayer la primera sesión, en que fuimos instruidos por el señor General
del éxito desgraciado que había tenido la negociación entablada con los
diputados de dicho gobierno [Pico y Rivarola], se ha tenido por conveniente en
dicho Congreso, reproducir las mismas reclamaciones hechas anteriormente por
dicho señor General, autorizándolas con una diputación, en que hemos sido electos.
La
gobernación de Córdoba aceptó la comisión de Cabrera y el 10 de julio le
extendió nuevos poderes, ya que
[...]
instruido del Jefe de los Orientales en comunicación de dieciocho de junio
próximo pasado, por el Gobierno de Buenos Aires en la de veintiséis del mismo
junio, no haber tenido efecto la misión de diputado doctor don José Antonio
Cabrera, que mandó este pueblo cerca del primero a las sesiones del Congreso
Oriental y haber este elegido al mismo con nueva investidura para pasar a la
capital de Buenos Aires a entrar en negociaciones directamente propias de los
pueblos orientales; desde luego le confería de nuevo y ampliado si necesario
fuere, el poder que se le tenía conferido.
Carranza
debió regresar a Buenos Aires sin una respuesta definitiva porque la propia
misión despertó sospechas, aunque el Cabildo se encargó de precisar "el
ningún mérito de este Cabildo para con el señor General de los Orientales"
y "no tener relaciones actuales este ayuntamiento con el señor General de
los Orientales”.
Vistas
las infructuosas gestiones de todos los emisarios y el desconocimiento de hecho
que sufrieron los delegados del Congreso de Oriente en Buenos Aires, el 16 de
julio Díaz ofició a ambos gobiernos -el oriental y el porteño-
"exhortándolos a someter sus diferencias al Congreso General que se iba a
realizar y ofreciendo su mediación para evitar el rompimiento". Dos días
después Cabrera acusó recibo de la autorización y las nuevas instrucciones del
gobernador Díaz, comisionándolo a tratar directamente con Buenos Aires, con
prescindencia del resto de las provincias de la Liga Federal. Su respuesta es
elocuente: "Que no resultando ajuste alguno de la negociación entablada
por la Banda y Pueblos Confederados entre con este gobierno a abrir una nueva
negociación".
Díaz
dispone procesar a todos los miembros del Cabildo y confinarlos a destierro en
diversos puntos, aunque el gobernador tomaba cada vez más distancias de su
"Protector": Córdoba no estaba ni con Artigas ni con Buenos Aires.
Tal vez, Díaz ambicionaba ser quien definiera el futuro no ya de su provincia,
sino de toda la reorganización en marcha -Congreso pasado en Entre Ríos, futuro
Congreso en Tucumán-, Cabrera, por su lado, será el único "argentino"
en tener el honor de escuchar a Artigas en el Congreso de Oriente y, un año
después, alzar su mano ante Laprida apoyando la declaración de la Independencia
en Tucumán.
De
los coqueteos del ambivalente Díaz quedó una espada de honor, labrada en la
fábrica de armas de Caroya y consagrada al "campeón oriental" durante
la época del primer entusiasmo con la autonomía provincial, entre el otoño y la
primavera de 1815. Las inscripciones que
la adornan, en su vaina y en su
hoja patentizan aquel momento clave de la historia:
Córdoba en los primeros ensayos a
su protector el inmortal General don José Artigas. Año de 1815. [vaina]
Córdoba
independiente a su Protector [anverso de la hoja]
General
don José Artigas. Año de 1815 [reverso de la hoja]
La
espada jamás llegó a manos de Artigas, pero se recuperó años después y tras
muchas peripecias se remitió en 1876 al Museo Nacional del Uruguay.
Articas. Hora de decisiones
Las actas del Congreso de Oriente, si es que alguna vez las hubo, se
han extraviado, pero el testimonio oral de algunos de los participantes permite
reconstruir el tenor de las deliberaciones. Debe subrayarse, al respecto, que
para los asistentes el valor de la palabra estaba fuera de discusión.
Ya en la convocatoria habían quedado claros los objetivos básicos
enunciados por Artigas: se debía tratar, como bien resume Cierri, “la
organización política de los Pueblos Libres, el comercio interprovincial y con
el extranjero, el papel de las comunidades indígenas en la economía de la
confederación, la política agraria y la posibilidad de extender la
confederación al resto del ex virreinato”. Con ese temario, los diputados
fueron electos y tomaron rumbo a la Villa.
Se dice que en la sesión inaugural del 29 de junio se juró la
Independencia. Como era su costumbre, José Artigas, dirigió a los presentes una
oración inaugural; era, al fin, el tercer Congreso que presidía. Se presentaron
entonces las ideas rectoras y -es probable- se adoptó
también a libro
cerrado y como voluntad unánime, una manifestación sobre la independencia,
expresa solo en el mandato santafecino; otras referencias a la independencia
ponían su acento en los respectivos gobiernos provinciales, lo que da pie a
interpretaciones ambiguas.
Los
congregados fueron, al cabo de su desarrollo, Pascual Diez de Andino,
proveniente de Santa Fe (Pedro Aldao quedó de modo nominal); Juan Francisco
Cabral, Ángel Vedoya, Serapio Rodríguez, Juan B. Fernández y Sebastián Almirón
de diversas localidades de Corrientes; Andrés Yacabú por las Misiones -es un
hecho que, durante agosto al menos, hubo otros representantes aunque no se ha
logrado establecer información precisa-; José Isasa, los doctores José Antonio
Cabrera de Cabrera y José Roque Savid (o Savia) y el presbítero doctor Miguel
del Corro enviados por Córdoba; Francisco de Paula Araujo, por Corrientes; el
doctor José García de Cossio en representación del "continente de
Entre-Ríos"; Justo Hereñu elegido por la villa de Nogoyá, Entre Ríos y
Francisco Martínez, Pedro Bauzá, Miguel Barreiro y seguramente algunos más de
quienes no hay registro porque convivían con Artigas en su campamento, por la
Banda Oriental. Flubo acreditados, en total, entre dieciséis y veinte
congresales, aunque, tal vez, hayan sido raras las reuniones en plenario, sobre
todo porque cuatro de ellos fueron de inmediato comisionados a Buenos Aires.
Además
de este episodio, inobjetable pues la comisión se integró y cumplió su tarea,
cada vez más se da por cierto un texto que circula como "textual".
Nos permitimos advertir que es apócrifo y que, si bien se puede decir que
recoge el espíritu de la reunión hay en él algunas referencias que ponen en
duda su legitimidad. Dice así:
Miércoles
29 de junio de 1815
Arroyo
de la China, provincia de Entre Ríos
Nos
los representantes de las provincias de Misiones, la Banda Oriental,
Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba, reunidos bajo la voluntad del
Todopoderoso, ligados entre sí por fuertes compromisos de unión y justicia,
lealtad y patriotismo, juramos la independencia absoluta y relativa de estas
provincias que componen la Liga de los Pueblos Libres, no solo de España sino
de todo poder extranjero o interno, enarbolando su estandarte tricolor.
Dado en
Arroyo de la China, firmada por nuestra mano, sellada con el sello del Congreso
y refrendada por nuestros secretarios.
José
Simón García de Cossio, correntino;
José
Antonio Cabrera de Cabrera, cordobés;
Pascual
Diez de Andino, santafecino;
Miguel
Barreiro, oriental;
José Gervasio de Artigas, capitán general.
Ausentes; Andrés Yacabú, Misiones; Francisco de Paula
Araujo, Corrientes; Francisco Martínez, entrerriano.
Pero
es preciso, a la vez, subrayar que desde abril de 1813 todos los funcionarios
artiguistas de la provincia oriental se ponían en funciones con un mismo
juramento:
¿Juráis
que esta Provincia por derecho debe ser un estado libre, soberano e
independiente y que debe ser reprobada toda adec- ción, sujección y obediencia
al rey, reina, príncipe, princesa, emperador y Gobierno Español y a todo otro poder
extranjero cualquiera que sea y que ningún príncipe extranjero, persona,
prelado,
Estado potentado tienen ni deberán tener Jurisdicción alguna superioridad
preeminencia autoridad no otro poder en cualquiera materia Sibil Eclesiástica
dentro de esta Provincia excepto la autoridad que eso puede ser conferida por
el Congreso General de las Provincias Unidas?
Debemos
entonces refrendar dos cosas: es muy posible que la "Declaración" no
sea exacta, pero es a la vez muy probable que el 29 de junio, en la sesión
inaugural del Congreso, haya habido, en efecto, una expresión sobre la
necesidad de declarar la independencia de España y "de todo poder
extranjero e interno", como dicen los dos textos referidos. Era, renovado,
el mismo espíritu de las Instrucciones a los diputados del Año XIII
Además
de manifestaciones expresas en ese sentido, que a nuestro juicio están
completamente fuera de duda, las cartas y los comentarios parciales de los
asistentes permiten acercar la idea de las principales resoluciones adoptadas
en los cuarenta y cinco días de sesiones -con interrupciones- o reuniones
parciales.
En
primer lugar, la de la bandera que los identificaría, la azul-celeste y blanca
a franjas horizontales con un listón rojo punzó en diagonal, recuperando la
ideada por Belgrano, pero "cruzándolas" con el distintivo federal. En
segundo término, adoptar una forma confederada de gobierno respetando las
autonomías provinciales; en tercer lugar, privilegiar las formas deliberativas
de tipo democrático-republicanas como las asambleas distritales o los Cabildos
Abiertos, para asegurar la participación "del pueblo"; en cuarto
término, incorporar a los aborígenes guaraníes como los legítimos
representantes de la región de las antiguas Misiones, a las que se les reconocía
un gobierno propio y autoridades locales guaraníes.
Dos
temas clave eran los de la tenencia de la tierra y los del comercio y régimen
de aduanas. Con sendos reglamentos, ambos serán
resueltos por el Protector
poco después de concluido el encuentro. Entre el reglamento aduanero y el
referido a la cuestión agraria es de notar que hay un detalle de redacción muy
importante. Mientras el primero se ordena para "las provincias
confederadas de la Banda Oriental del Paraná", el segundo -realizado "para seguridad de los
hacendados”- limita su territorio de aplicación a la Provincia Oriental -o sea
la Banda Oriental del Uruguay- excluyendo a los demás territorios integrantes de la Liga.
A
fin de entablar negociaciones con el Directorio, asegurar la paz -lo que
implicaba que el Directorio reconociera la independencia de las provincias de
la Liga y a su Protector- y avanzar en un camino republicano, se comisionó a
Barreiro, Cabrera, García de Cossio y Diez de Andino. Como comentamos luego, la
delegación permaneció prácticamente "demorada" y su misión fue
virtualmente ignorada.
Entre las anécdotas que recogen los sucesos y los
testimonios fragmentarios de los asistentes al Congreso debe destacarse la
decisión tomada por Artigas en su campamento madre de Purificación de liberar
al diputado Cossio, que, igual que Araujo, era acusado de espía. "Debe
procederse con igual rigor contra los delincuentes como contra los delatores
sin justificación", sentenció Artigas en la oportunidad. Según refiere Francisco
Martínez, el caudillo oriental precisó: "Tan malo es condenar al ¡nocente,
como absolver al culpable" ordenando "se le guarde en lo sucesivo
toda consideración". Repuesto a la consideración, Cossio y Araujo
manifestaron "su adhesión firme por la libertad y felicidad de estos
países" y "con este motivo el Congreso depositó una parte de su
confianza en el doctor Cossio". Artigas tenía razón: el co- rrentino será
en adelante un leal vocero del federalismo.*
El
correntino doctor José Simón Cossio fue miembro de la Audiencia de Buenos Aires
durante los últimos años de la colonia e integrante de la Junta Grande. En 1814
fue
Los
papeles sueltos que dan cuenta de la actuación de los enviados muestran que el
santafecino Diez de Andino recibió su pasaporte, firmado por el Protector y
destinado a los "Maestros de Postas" para asegurar su regreso a Santa
Fe, el 13 de agosto, lo que permite suponer que al regresar de la fracasada
misión -en esa fecha o muy posiblemente el día anterior-, las deliberaciones
culminaron. Esta idea parece reafirmarse por una carta de Artigas al gobernador
de Corrientes, del 12 de agosto, en la que recomienda y elogia a los
sospechados Cossio y Araujo: "son dignos de mi estimación [...] su nueva
comportación ha garantido sus mejores sentimientos en obsequio de la causa de
los pueblos", de lo que puede colegirse que ya ese día el Congreso había
dejado de funcionar. Como ya consignamos, el día 16, por fin, el Protector
también envía sus saludos y felicitaciones a Andresito y da pasaportes a los
delegados misioneros.
Cerremos el capítulo con una nota de color. Ya hemos
comentado que la menguada representación santafecina obedeció a escasez de
numerario. El 15 de junio se le había entregado "al diputado que va al
Oriente la suma de doscientos pesos como dietas correspondientes a su
misión". A su regreso, el 21 de agosto, Pascual Diez de Andino brindó
recibo por 114 pesos, importe de su asignación. En sus comisiones nadie gastaba
más de lo imprescindible.
presidente del primer congreso provincial.
Partidario de Genaro Perugorría, enfrentado con Artigas, fue arrestado cuando
el caudillo murió fusilado. Cossio fue coautor de las cuatro primeras
constituciones de su provincia natal. Falleció en 1840 apoyando al gobierno
provincial de Pedro Ferré.
Diez de Andino y Viamonte. Apuntes de un golpe de
Estado
Diez de Andino es un apellido con arraigo en Santa Fe. Ricos
estancieros, hombres de vida plácida en tiempos de la colonia, la familia fue
sacudida por los eventos revolucionarios. La señorial casona donde vivían -en
la antigua calle Comercio- está entre las más antiguas de las que se conservan.
El maestre de campo Bartolomé Diez de Andino la compró en 1742 y estaba ubicada
frente a la Plaza Mayor de la ciudad. Ya para entonces era antigua: sus
primeros núcleos de edificación datan de 1662. La familia vivió en ella hasta
las primeras décadas del siglo xx.
Desde 1940 funciona allí el Museo Histórico de Santa Fe “Brigadier
Estanislao López”. Sus muros de tierra apisonada, pisos de ladrillones asentados
en mezcla y puertas y ventanas de madera paraguaya con batientes de dos
pulgadas y tableros sobrepuestos, las amplias galerías y los vistosos techos de
teja, y los documentos y cuadros que allí se conservan y exhiben sugieren una
visita obligada para los curiosos por la historia y la arquitectura colonial.
En este
episodio vamos a hablar de dos de los integrantes de la familia: don Manuel
Ignacio y su hijo Pascual.
El
primero de ellos, un pacífico vecino de buen pasar e influyente en el medio
local, tuvo a bien ser un "apuntador" de momentos vividos en la
localidad entre 1815 y 1822. Su Diario -que tiene notas y observaciones salteadas y, a veces, de
confusa redacción- dejó un testimonio único de los aconteceres de la época.
Hilvanando apuntes a veces desordenados y salteada continuidad cronológica,
conforma un texto curioso "y hasta agobiante -señala Alicia Talsky- en la
repetición de los pormenores meteorológicos y policiales". Diez de Andino
padre fue una figura muy reconocida en su época, cabildante en 1777 -con la
fundación del Virreinato-, 1791 y 1804, optó luego por una vida

privada mesurada. Pidió su retiro en funciones públicas "alegando achaques que le impedían ponerse la peluca y permanecer mucho tiempo sentado".
Su
hijo Pascual, nacido en 1784, se convertirá en figura central de la formación
del federalismo en la región. Se licenció en la Universidad de Córdoba en 1807
y, hacia 1812, se doctoró en Derecho en Santiago de Chile. De regreso en su
provincia, administró los bienes familiares hasta que los procesos de autonomía
provincial lo catapultaron a los primeros planos políticos, por su expreso
apoyo a los gobernadores Francisco Candioti y Mariano Vera. Dio un paso
decisivo al ser electo delegado al Congreso de Oriente, que lo convirtió en
militante de la causa federal.
Arribado
al Congreso recibió de inmediato una tarea: representó a Santa Fe integrando la
comisión negociadora con el Directorio, tarea que recayó en personas con
títulos y renombre evitando "gente de la montonera" que resultara
susceptible para los porteños.
Los
comisionados llegaron a Buenos Aires a bordo del Neptuno el 11 de julio, y el 13 presentaron una nota al director
supremo, quien tenía precisos datos de la inminente invasión portuguesa a la
Banda Oriental, información que ellos desconocían. Álvarez Thomas se negó a
recibirlos: ordenó que permanecieran encerrados en una fragata hasta mediados
de agosto, incomunicados, y casi en condición de prisioneros.
Como
Álvarez Thomas sospechaba que las propuestas emanadas del Congreso de Oriente
le resultarían inaceptables, se limitó a enviarles un emisario que repitió la
propuesta separatista de la Banda Oriental. Los delegados respondieron con una
idea contundente ya expresada en la carta de Artigas del 16 de junio: "La
Banda Oriental entra en el rol para formar el Estado denominado Provincias
Unidas del Río de la Plata".
Álvarez
Thomas ha "flirteado" con Artigas, pero no acepta reducir la
jurisdicción de Buenos Aires. Consciente de que la Liga Federal será pronto
atacada por los portugueses, ordena que un poderoso ejército al mando del
general Juan José Viamonte invada Santa Fe, destituya
sus autoridades e imponga un gobierno "títere". El confinamiento de los comisionados les impidió circular por Buenos Aires, enterarse de los aprestos de guerra y prevenir a los artiguistas, reunidos todavía en Arroyo de la China.
sus autoridades e imponga un gobierno "títere". El confinamiento de los comisionados les impidió circular por Buenos Aires, enterarse de los aprestos de guerra y prevenir a los artiguistas, reunidos todavía en Arroyo de la China.
Entretanto,
la política de seducción de Álvarez Thomas no podía engañar a los federales,
aunque, como asienta Diez de Andino en su diario, se enviaban tropas con el argumento
de "defender a la ciudad de los indios", en referencia a las
montoneras. Fracasada la "misión Díaz Vélez", como era de uso se
aplicaba la técnica del "mismo perro con distinto collar": Buenos
Aires cambiaba al comandante, pero perseveraba en la política de hostigamiento
y control.
Viamonte
tomó el poder en Santa Fe el 25 de agosto de 1815. Su entrada en la ciudad fue
imparable: estaba al mando de numerosa infantería respaldada por artillería,
tres buques de guerra y un falucho. La ciudad, sin posibilidades de resistir,
se entregó.
Tan solo dos días después de la entrada de Viamonte en
Santa Fe, muere Candioti, apenas cuatro meses después de haber asumido como
gobernador. Al día siguiente, Juan Francisco Tarragona fue elegido en su lugar
y Santa Fe volvía a alinearse con "la Capital". El padre del diputado
escribe en su Diario:
Hoy
1o de septiembre entró a este puerto un barco llamado Belén, con
víveres y carnes saladas. Dicho día se hizo el nombramiento de Teniente
gobernador, después de tres días de disputas. La Soberanía, que revivió
-habiendo cesado por el general Artigas quien la creó, por contiendas con el
Cabildo- crearon por el pueblo ocho diputados, para el nombramiento con el
Cabildo, y yendo a la elección, atropelló con armas de fuego [...] echando de
la Sala Capitular al Cabildo y Diputados. A la siesta se juntó la Soberanía:
dispusieron convidar a los vecinos criollos principales, y comerciantes
porteños.
Al otro día
2 se reunieron en la Merced (y los prelados) y en la votación aventajó el número
por don Juan Francisco Tarragona y menos los de don Pedro Tomás de Larrechea,
gobernador interino y alcalde de 1er. voto (por muerte de don Francisco Antonio
Candíotí, el 27 de agosto de 1815, teniente gobernador en propiedad, electo por
el pueblo en la Aduana). Se repicó en todas las iglesias, formó parte de las
tropas en la plaza [el] domingo 3 de septiembre, y se enarboló la bandera de la
patria y se hizo salva de cañón y se echó plata.
En
un manuscrito anexo, Andino agrega detalles que precisan su versión:
"Juntaron al pueblo, y no siendo la elección por el que se interesaba la
Soberanía, anularon los votos, y el 2 del corriente convocaron a los que eran
de su parcialidad, desatendiendo a los vecinos beneméritos, llamando hasta
tenderos y pulperos”.
En
un contexto de crisis, quienes sostenían los principios autonómicos y habían
elevado a Candioti a la gobernación designaron como gobernador a Larrechea.
Viamonte, por su lado, impuso un gobierno mediante una asamblea en la que se
convocó "a los que eran de su parcialidad", e impuso la candidatura
de Tarragona, que asumió con el sustento del despliegue militar. Asimismo, la
Junta Representativa cambió sus integrantes (votados en este caso con la
participación del pueblo llano y la plebe) y, nótese el detalle que subraya
Andino, se festejó, "enarbolando la bandera de Buenos Aires”,
o sea, sin la franja roja que
distinguía al artiguismo. Andino dice que la Junta "revivió", lo que
hace pensar que Viamonte, moviéndose entre las disputas internas de poder entre
el Cabildo y los seguidores de Artigas, la reorganizó.
De
modo que las luchas internas eran intensas y, la elite tradicional de la región
-o, al menos, una parte de ella- ofrecía aún resistencias al artiguismo. El
Cabildo hacía su propio juego:
[Quienes
componen la Junta son] ciertos vecinos del pueblo sin representación alguna y
que se atribuyen facultades que jamás han tenido, figurándose con la
investidura de representantes del pueblo, carácter sagrado que nunca han
revestido.
Producidos
estos cambios y con una institucionalidad ahora favorable al Directorio, los
días posteriores se hacen aprestos militares. Con el pretexto de
"embarazar la entrada de los indios", el director supremo dispuso
militarizar la provincia: envió destacamentos en el camino a Córdoba aunque
"a los ocho días" de rastrear desde Coronda, "regresaron
[por]que no habían hallado rastros"; se distrajeron fuerzas hacia Añapiré
para "atajar indios", se desplegaron buques armados para vigilar la
costa de Entre Ríos, se reforzó a Rondeau y el Ejército del Perú con
cuatrocientos soldados y, a principios de noviembre, movilizó más tropas al
mando de Viamonte en búsqueda de "una barca cañonera que se había pasado a
la otra banda del Paraná". Desplegada esta multiforme movilización, Diez
de Andino, sin embargo, no registra choques: la montonera era fantasmal.
La
batalla contra la Liga de los Pueblos Libres tenía sus eslabones estratégicos
en Santa Fe y Córdoba, y Álvarez Thomas decidió jugar todas sus piezas para poner
fin a sus procesos autonómicos. El Diario de Andino describe ese importante despliegue. Sin embargo,
los esfuerzos de los directoriales fueron vanos. A pesar del triunfo del golpe de
Estado de
Viamonte con el que se puso fin a la efímera primera independencia de Santa Fe,
el retorno de la provincia a la órbita porteña será pasajero: a principios del
año siguiente un nuevo caudillo, Estanislao López, emergerá al ruedo político
liderando el alzamiento de la guarnición de Añapiré y, en marzo de 1816, una nueva
revolución federal escindirá nuevamente a Santa Fe de Buenos Aires. Esta vez,
la separación será definitiva.
Artigas. Los reglamentos de un gobierno
Comenzando
septiembre los pueblos federados tenían en claro que no habría arreglo con el
Directorio y aunque tácticamente mantuvieran relaciones -la guerra siempre
implica diplomacia-, Artigas se concentró en gobernar su territorio. Algunas
de estas disposiciones pueden leerse como muy radicales para la época: no han
faltado quienes hablan de una “primera reforma agraria americana”. En efecto,
frente a la propiedad terrateniente dominante en algunas regiones, el
reglamento dispuesto por Artigas resulta revolucionario, aunque sus
disposiciones se ajustan también a las necesidades de defender los bienes de los
hacendados. Respecto del decreto sobre Comercio y Aduanas, es temerario: se
anima a violar el principio sostenido por la burguesía porteña sobre su derecho
al manejo del comercio exterior de las Provincias Unidas y el control político
de su pretendido hinterland: hasta muy entrado el
siglo xix, cuando casi no había “blancos” más allá del río Salado de Buenos
Aires, la provincia extendía sus dominios sobre toda la Pampa y la Patagonia habitada, en realidad,
solo por pueblos aborígenes. Antes, extendía también su jurisdicción sobre el
Litoral y la Banda Oriental. Todo ese inmenso territorio era “de” Buenos
Aires...
Los
dos reglamentos, que buen trabajo habrán dado a asesores y secretarios vista su
esmerada redacción, están fechados días continuos, el 9 y 10 de septiembre.
Esquemáticamente, el "Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para
el fomento de la campaña y seguridad de sus hacendados" dispone que las
autoridades serán los alcaldes de provincia, que pueden distribuir tierras y
actuar como jueces, tres subtenientes de provincia, jueces pedáneos que “se
dedicarán a fomentar con brazos útiles la población de la campaña" y que
se nombrará una policía de campaña, para atrapar malhechores, vagabundos y
desertores. Enfatizando lo social, el Reglamento destaca que "los más
infelices serán los más privilegiados", y enumera a "los negros
libres, los zambos de esta clase, los indios, y los criollos pobres",
teniendo en cuenta, en especial a las viudas pobres, a los hombres casados y a
los americanos antes que a cualquier europeo.
Para
otorgar una suerte de estancia el Reglamento determina que en dos meses los
beneficiarios debían construir un rancho y dos corrales a riesgo de perder la
parcela. Las tierras repartibles son aquellas de "malos europeos",
"peores americanos" y las cedidas por el Cabildo desde la Revolución
de Mayo. La estancia tendrá que tener, en lo posible, límites, naturales y su
proporción será legua y media de frente y dos de fondo. Los colonos deben
marcar el ganado; la tierra no podrá ser enajenada, ni venderse. Se prohíbe
expresamente el envío de ganado al Brasil y la matanza del hembraje hasta el
restablecimiento de la campaña.
Fechado el día previo, el relativo a las aduanas -o sea el
reglamento del tráfico comercial-se tituló "Reglamento Provisional que
observarán los recaudadores de derechos que deberán establecerse en los puertos
de las provincias confederadas de esta Banda Oriental del Paraná, hasta el
formal arreglo de su comercio" y estipulaba que:
Derechos de introducción: Primeramente
los buques menores pagarán dos pesos de ancleo en los puertos y cuatro los
mayores.
Un
veinticinco por ciento en todo efecto de ultramar [...] a excepción de los
siguientes: los caldos y aceites, el treinta por ciento. La loza y los vidrios,
el quince por ciento. El papel y el tabaco negro, el quince por ciento. Las
ropas hechas y calzados, el cuarenta por ciento. Los demás efectos de ultramar,
el veinticinco por ciento indicado. Derechos de introducción en los frutos de
América: Pagarán solamente un cuatro por ciento de alcabala: los caldos, pasas
y nueces de San Juan y Mendoza. Los lienzos de Tocuyo y el algodón de Valle y
Rioja. La yerba y tabaco del Paraguay. Los ponchos, jergas y aperos de caballo.
Los trigos y harinas. [...]

Libre de derechos en su introducción: El azogue, las máquinas, los instrumentos de ciencia y arte, los libros e imprenta, las maderas y tablazones, la pólvora, azufre, salitre y medicina, las armas blancas y de chispa y todo armamento de guerra. La plata y el oro sellados o en chafalonías labradas, en pasta o en barra.
Derechos de
extracción: Todos los frutos de estos países pagarán en su salida un cuatro por
ciento de derecho a excepción de: el cuero de macho, un real por cada cuero de
ramo de guerra, un cuatro por ciento de alcabala, y dos por ciento de
subvención. Los de hembra, los mismos derechos. El cuero de yegua un medio real
de ramo de guerra, cuatro por ciento de alcabala y dos por ciento de
subvención. El sebo, las crines, los cueros, chapas y puntas de los mismos, el
ocho por ciento. Las suelas, becerros y badanas, las peleterías de carnero,
nutria, venado, guanaco y demás del país, el ocho por ciento. La plata labrada
en piña o chafalonía, el doce por ciento. La plata sellada, el seis por ciento
de salida. El oro sellado, el diez por ciento. El jabón, las cenizas, el
carbón, la leña y demás productos de estos países, el cuatro por ciento de
alcabala en su salida. Libres de derechos en su salida: Las harinas de maíz y
las galletas fabricadas con el mismo. Son igualmente libres de todo derecho los
efectos exportados para la campaña y pueblos del interior. En ellos pagarán
solamente treinta pesos anualmente, por ramo de alcabala, cada una de las
pulperías o tiendas existentes en ellas.
Días antes, el 7 de septiembre, Artigas había también
acordado un convenio comercial con los ingleses, el "Convenio de
Purificación”, firmado con el comerciante John Parish Robertson. La sanción de
este acuerdo tenía una historia, ya que el retiro de las fuerzas de Buenos
Aires de las plazas de Montevideo y Colonia no solo había tenido consecuencias
políticas, sino también económicas. El 20 de febrero de 1815 el comodoro de las
fuerzas navales británicas en el Plata, capitán de
navio Jocelyn Percy, se dirigió al Jefe de los Orientales expresándole su preocupación y, "a pedido de algunos comerciantes ingleses residentes en Colonia", lo intimaba a que se estableciera la seguridad de sus personas, de sus propiedades y que "sus transacciones comerciales no fueran perturbadas allí, ni en ningún otro punto del territorio donde desarrollaran sus actividades". Artigas no tardó en dar al comodoro británico seguridades de la conservación y garantía de las personas y bienes de los súbditos de Su Majestad Británica, "para la progresión del Comercio de esta provincia".
navio Jocelyn Percy, se dirigió al Jefe de los Orientales expresándole su preocupación y, "a pedido de algunos comerciantes ingleses residentes en Colonia", lo intimaba a que se estableciera la seguridad de sus personas, de sus propiedades y que "sus transacciones comerciales no fueran perturbadas allí, ni en ningún otro punto del territorio donde desarrollaran sus actividades". Artigas no tardó en dar al comodoro británico seguridades de la conservación y garantía de las personas y bienes de los súbditos de Su Majestad Británica, "para la progresión del Comercio de esta provincia".
Leech, Powell y Aguiar. Los corsarios tricolores
La decisión de abrir los puertos de la Liga Federal al comercio y
fijar sus impuestos aduaneros privilegiando a los “frutos de América” facilitó
la formación de un mercado regional y creó la necesidad de conformar una marina
de guerra. De este modo, el Convenio de Purificación fue, de hecho, también el
mojón de partida para una marina mercante -después, del Uruguay- que operó en
mares y océanos y que, combatiendo a los enemigos allí donde estuvieran,
significó también el establecimiento de la guerra de corso. Tanto es así que
hacia junio de 1816 -anticipándose a la invasión portuguesa de agosto- ya se
habían fletado desde Purificación las dos primeras naves corsarias, los faluchos
Sabeyro y Valiente, con patente expedida por el propio Artigas, como se constata con el
oficio del Protector al Cabildo de Montevideo, fechado el 17 de junio:
“Marcharon a penetrar los Saltos del Uruguay los dos corsarios bien pertrechados para auxiliar en el río
nuestros movimientos por tierra. Conviene
autorizar el corso, expidiéndose la correspondiente patente para hostilizar por
ese medio a los portugueses por mar. La medida puesta en práctica empieza a dar
buenos resultados”.

En octubre estaba operando el buque Banda Oriental con base en Colonia del Sacramento, desde donde su comandante militar, Juan Antonio Lavalleja, también expedía patentes corsarias de acuerdo con el Reglamento General elaborado en Purificación. El 22 de noviembre, en Montevideo, su gobernador, Miguel Barreiro, emitió también patente al buque República Oriental. De hecho, el expedir estos "permisos" colocaba a la Provincia Oriental en el status de un nuevo Estado nacional y legitimaba la bandera tricolor como una identidad diferenciada de la de las Provincias Unidas.
El
trámite para lograr la habilitación para actuar al servicio de la
"Provincia Oriental" debía ajustarse a los dieciocho artículos
establecidos por la "Ordenanza General del Corso", bajo el
encabezado: "Artículos de Instrucción que observará el Señor Comandante
del Corsario nombrado, según el Estatuto Provisional de Decretos y Ordenanzas
de esta Provincia Oriental". Estas disposiciones que pactaban las partes
-el gobierno y el privado- se corroboran documentalmente con la papelería
existente de la goleta República Oriental, nave que era propiedad del capitán don Ricardo Leech -que
había revistado como oficial en la escuadra de Guillermo Brown- y don Benito
Powell, quienes ajustaron en la Escribanía de Marina el compromiso
correspondiente. Como garante o fiador se inscribió el mismo Powell, al parecer
en forma simultánea y ante el mismo escribano Bartolomé Bianchi.
Otras medidas que dan testimonio de la resolución de
Artigas de gobernar la región, tanto sus tierras como sus aguas
jurisdiccionales, son las comunicaciones enviadas al Cabildo el 1° de julio y
el 8 de agosto de 1815, donde informaba del decomiso de naves de propiedad del
enemigo y su disposición futura, como quedó asentado en dos cartas sucesivas:
Parten al mando del Comandante don
Juan Domingo Aguiar dos buques decomisados por propiedades europeas y cargados
con efectos de las mismas. [...]
Con
esta fecha paso orden al Comandante de mar don Juan Domingo Aguiar para que
deposite en manos de V. S. los cargamentos o productos de los dos buques que
condujo a este Puerto, con el fin que indiqué a V.
S. [...] Los
dos buques igualmente son propiedades de esta Provincia por ser propiedades de
europeos.
V. S.
disponga de ellos como pareciere más conveniente. Al menos uno podría venderse:
si halla que el otro pueda ser útil para servicio del mismo estado puede
dejarlo, o de lo contrario vender los dos.
En
el mismo tenor se encuentra el decreto por el cual -previendo una posible
conspiración dados los antecedentes de la ciudad- Artigas dispuso que los
españoles residentes en Montevideo fueran remitidos a Purificación. Artigas
gobierna desde su "capital", un campamento con ubicación bien
calculada, que la tradición bautizó como "El Hervidero" y que dio
origen a la Villa de Purificación, treinta kilómetros al sur de la actual
ciudad de Salto, a orillas del río Uruguay.
Dos
días después de acordado el Convenio de Purificación, fue dictado el Reglamento
Provisional que deberían observar los recaudadores de derechos y el 16 de
septiembre el Cabildo de Montevideo expidió un bando relativo a las fábricas,
al comercio de los frutos del país y a las personas autorizadas a realizarlo.
Tras el incidente con Robertson
y la posterior autorización para su
libre navegación, otros traficantes ingleses de Buenos Aires trataron de
incentivar el comercio del cuero por las costas del Litoral, lo que provocó un
intento de bloqueo del Paraná por los buques de guerra de Buenos Aires. Además,
el expansionismo portugués favorecía el tráfico inglés de armamento hacia
Paysandú y Purificación: incluso después de la ocupación de Montevideo por los
lusobrasileños, los puertos de Maldonado,
Colonia, Carmelo, Arroyo de la
China, Paysandú y Purificación continuaron libremente su comercio, lo que fue
de suma utilidad para la resistencia federal.

Nuevas disposiciones del gobierno de Artigas de octubre y noviembre hablan de la amplitud de su poder: el 12 de octubre envía un comunicado al Cabildo de Montevideo sobre la acción de la marina mercante fluvial y el 25 de noviembre, por un oficio fechado en su cuartel general, se expide sobre el tema de los párrocos porteños designados para oficiar en territorio oriental.
En
este período llama la atención su énfasis en la necesidad de defender la
justicia. Dice con letra expresa que "el pobre no está excluido de
ella" y en otro párrafo, después de censurar la conducta de un alcalde por
negarse a escuchar los descargos de un criollo y de sus testigos, con energía
recalca: "borremos esa manía o bárbara costumbre de respetar la
grandeza" para recordar que los "jefes deben dar el ejemplo de
dignidad en cada uno de sus actos para ejemplo de los desposeídos".
Desde junio de 1815 Artigas gobierna a pleno la "Liga
de los Pueblos Libres": reparte tierras, defiende a los aborígenes y los
incluye como ciudadanos plenos -recibe diputados abipones como miembros del
legislativo comunal correntino-, establece control de aduanas, regula el
accionar de la jerarquía religiosa, organiza su marina y el corso, y firma
acuerdos con la principal potencia mundial. La fuerza del Congreso de Oriente
se hizo sentir y la ola federal empezó a extenderse hacia el Interior y a la
misma ciudad de Buenos Aires.
Percy y Robertson. El campamento de Purificación
Tal era Artigas en la época que lo visité, y en cuanto a la
manera de vivir del poderoso Protector y modo de expedir sus órdenes, en
seguida veréis. Provisto de cartas del capitán Percy, que requería en términos
comedidos la devolución de mis bienes retenidos por los satélites del caudillo
de la Bajada [Paraná], o su equivalente en dinero, me hice a la
vela
atravesando el Río de la Plata y remontando el bello
Uruguay, hasta llegar al Cuartel general del Protector en el mencionado pueblo
de la Purificación.
Y allí, ¿qué creen que vi? ¡Pues, al Excelentísimo Protector
de la mitad del Nuevo Mundo sentado en un cráneo de novillo, junto al fogón
encendido en el piso del rancho, comiendo carne de un asador y bebiendo ginebra
en guampa! Lo rodeaba una docena de oficiales mal vestidos, en posturas
semejantes, y ocupados lo mismo que su jefe. Todos estaban fumando y charlando.
El Protector dictaba a dos secretarios que ocupaban junto a una mesa de pino
las dos únicas desvencijadas sillas con asiento de paja que había en la choza.
Era una reproducción acabada de la cárcel de la Bajada, exceptuando que los
actores no estaban encadenados, ni exactamente sin chaquetas.
El litigio entre Artigas y Robertson culminó
en septiembre de 1815, con un acuerdo sobre el trato comercial entre los
Pueblos libres y el Imperio británico. De ese encuentro Robertson dejó
un testimonio que presenta con esmero al caudillo oriental y nos permite
acercarnos a él desde la visión de un comerciante inglés familiarizado en el
trato con las más variadas personalidades, pero a quien "Su Excelencia el
Protector" le "parecía un hombre incapaz de atropellamiento".
Heme
ahora cabalgando a su derecha por el campamento. Como extraño y extranjero me
dio precedencia sobre todos los oficiales que componían su séquito en número
más o menos de veinte. No se suponga, sin embargo, cuando digo "su
séquito", que había ninguna afectación de superioridad por su parte o
señales de subordinación diferencial en quienes lo seguían. Reían, estallaban
en recíprocas bromas, gritaban y se mezclaban con un sentimiento de perfecta
familiaridad. Todos se llamaban por su nombre de pila sin el Capitán o Don,
excepto que todos, al dirigirse a Artigas,

lo hacían con la evidentemente cariñosa y a la vez familiar expresión de "mi general".
Tenía
alrededor de mil quinientos seguidores andrajosos en su campamento que actuaban
en la doble capacidad de infantes y jinetes. Eran indios principalmente sacados
de los decaídos establecimientos jesuíticos, admirables jinetes y endurecidos
en toda clase de privaciones y fatigas. Las lomas y fértiles llanuras de la
Banda Oriental y Entre Ríos suministraban abundante pasto para sus caballos, y
numerosos ganados para alimentarse. Poco más necesitaban. Chaquetilla y un
poncho ceñido en la cintura a modo de kilt escocés, mientras otro colgaba de
sus hombros, completaban con el gorro de fajina y un par de botas de potro,
grandes espuelas, sable, trabuco y cuchillo, el atavío artigueño. Su campamento
lo formaban filas de toldos de cuero y ranchos de barro; y estos, con una media
docena de casuchas de mejor aspecto, constituían lo que se llamaba Villa de la
Purificación.
La
precisa pintura del campamento y sus pobladores se acompañó de un agudo
análisis político:
De qué
manera Artigas, sin haber pasado a la Banda Occidental del Paraná, obtuvo
jurisdicción sobre casi todo el territorio situado entre aquel río y la
vertiente oriental de los Andes, requiere una explicación. Muy poco tiempo
después de estallar la Revolución, los habitantes de Buenos Aires se mostraron inclinados
a enseñorearse de las ciudades y provincias del Interior. Todos los
gobernadores y la mayor parte de los funcionarios superiores eran nativos de
aquel lugar; las ciudades eran guarnecidas con tropas de allí; el aire
de superioridad y a menudo arrogante de los porteños, disgustaba a muchos de
los principales habitantes del interior, y los hacía ver en sus altaneros compatriotas solamente
como otros
tantos delegados sustitutos de las antiguas autoridades españolas. Por consiguiente, tan pronto como las armas de Buenos Aires sufrieron reveses en el Perú, Paraguay y Banda Oriental, las ciudades del interior se negaron a obedecer, nombraron gobernadores de su elección, y para fortificar sus manos pidieron la ayuda de Artigas, el más poderoso y popular de los jefes alzados. Así quedaron habilitados para hacer causa común contra Buenos Aires. Cada pequeña ciudad conquistó su propia independencia, pero a expensas de todo orden y ley.
tantos delegados sustitutos de las antiguas autoridades españolas. Por consiguiente, tan pronto como las armas de Buenos Aires sufrieron reveses en el Perú, Paraguay y Banda Oriental, las ciudades del interior se negaron a obedecer, nombraron gobernadores de su elección, y para fortificar sus manos pidieron la ayuda de Artigas, el más poderoso y popular de los jefes alzados. Así quedaron habilitados para hacer causa común contra Buenos Aires. Cada pequeña ciudad conquistó su propia independencia, pero a expensas de todo orden y ley.
Vera y López. Pacto en Santo Tomé
Estanislao López y Juan Manuel de Rosas serán, en la primera mitad del
siglo xix, los gobernadores provinciales de mayor gravitación en la llamada
“Confederación Argentina”. Ambos construyeron un poder en sus provincias que
fue incuestionable durante casi un cuarto de siglo. Rosas gobernó Buenos Aires
desde 1829 hasta 1832 y entre 1835 y 1852, un total de veinte años. Era un
hombre poderoso desde años antes a su primer gobierno.
Otro tanto sucede con el santafecino López. “El Patriarca de la
Federación” ascendió a la gobernación en reemplazo de Mariano Vera el 23 de
julio de 1818 y se mantendrá en el importante sillón de Santa Fe hasta su
muerte, el 15 de junio de 1838. También él -ganadero y latifundista- llegó al
máximo cargo provincial apoyado en un prestigio creciente como “caudillo” de
las masas de su región. Ese ascenso nos remonta, nuevamente, a finales de junio
de 1815, los días de reunión del Congreso de Oriente, cuando el gobernador
Candioti, enfermo, es reemplazado, de modo interino, por Pedro de Larrechea.
Por entonces López, que estaba por cumplir treinta años, era teniente y jefe
del primer escuadrón de blandengues en Añapiré.
Mariano
Vera, miembro de una de las familias de comerciantes más poderosas del Litoral
y hombre de buena formación cultural, se convirtió entonces en una de las voces
más representativas del federalismo incipiente: quería evitar que la muerte de
Candioti dejara un vacío favorable al Directorio. Vera -el político- y López
-el militar- serán los principales protagonistas del próximo episodio decisivo
transcurrido en tierras santafecinas.
juan
Tarragona era, como se dice comúnmente, un gobernador "títere":
impuesto por Viamonte en septiembre se sostuvo en el poder "sobre la boca
de los fusiles" del Directorio, que intentaba controlar todo movimiento
considerado "peligroso" y trataba de sellar en Santa Fe la onda
expansiva del artiguismo. Los seguidores de Candioti fueron perseguidos y
aquellos regidores y cabildantes que habían acompañado el paso por la autonomía
fueron destituidos de sus cargos.
El
proceso de independencia, sin embargo, ya estaba en marcha, y la fuerza que
provenía de las provincias vecinas era casi imposible de neutralizar: los
reclamos políticos, comerciales y aduaneros del Protector constituían un
programa que se ajustaba como anillo al dedo a los reclamos del pueblo
santafecino defendiendo, no solo los deseos políticos y sociales de libertad,
sino, de modo concreto, también los intereses de sus comerciantes, labradores,
artesanos y estancieros. El gobierno de Tarragona-Viamonte no podía durar mucho
a menos que lograra aplastar militarmente a la oposición.
Pero los autonomistas optaron por "no dar un paso
atrás" y, en febrero de 1816, Vera se puso al frente de la revolución que
enfrentó a Tarragona. El 2 de marzo se produjo el histórico
"Pronunciamiento de Añapiré":
Acordaron
los señores -dice el Acta Capitular- se asentase para perpetua constancia que
de resultas de haberse levantado la primera compañía de Blandengues con su
teniente Estanislao López y su alférez Pedro José Bassaga, el 2 del corriente,
y unida con las milicias del Rincón, declarándose contra las tropas del
Ejército de Observación que permanece en esta ciudad, se descubrió que don
Mariano Vera, don Cosme Maciel y don Mariano Espeleta habían sido los
principales agentes de esta revolución.
Con
el apoyo de un contingente enviado por Artigas y sus propias fuerzas
sublevadas, Vera sitió la ciudad. Triunfó en una serie de escaramuzas y
combates reducidos -como el ataque al destacamento ubicado en la chacra de
Andino y los varios cruces ida y vuelta del río que desconcertaron al enemigo-
y, gracias al decidido apoyo de López y de comandantes de la ciudad que se
proclamaron a favor de los revolucionarios, penetraron en Santa Fe "sin
ser sentidos”.
La
lucha se entabló con el pertinaz Viamonte y el cruce de balas fue tan intenso
que, al decir de Diez de Andino, aquello "parecía el día del Juicio".
Metralla, granadas y balas cruzaron hasta que el jefe del Ejército de
ocupación, encerrado en la Aduana como en un Fuerte, se rindió.
Vera
fue ungido gobernador y ascendido a coronel del ejército. López, por su lado,
fue ungido capitán y jefe de la frontera norte de Santa Fe. La revolución dejó
muchos muertos por ambos bandos; los desterrados por Tarragona y Viamonte
regresaron a Santa Fe y casi todos los miembros de la Junta Representativa
marcharon hacia Paraná. El 3 de abril de 1816, según apuntó Diez de Andino,
"se enarboló la bandera del coronel don José Artigas, se repicó y hubo
salva de cañón y de fusiles".
El
gobierno de Vera estuvo permanentemente acosado por los intentos del Directorio
de retrotraer la situación a épocas pretéritas. El Congreso instalado en
Tucumán desde finales de marzo, siguió día a día los sucesos de Santa Fe: los
diputados reunidos estaban especialmente preocupados por la ausencia de
representantes de las provincias

del Litoral y tenían aún expectativas en sumarlos, aunque fuera por el peso de la fuerza. Pero en la sesión extraordinaria del 13 de abril de 1816 el correo llegado de Córdoba informó de los últimos sucesos sobre la ocupación "que las partidas del jefe de los orientales habían hecho de la ciudad de Santa Fe, con interceptación de los caminos de la correspondencia de Buenos Aires", lo que causó una conmoción y, en buena medida, paralizó los trabajos durante casi todo el mes.
Sorprendidos
por tamaña novedad y sopesando que una guerra civil sangrienta estaba a las
puertas de poner fin al propio Congreso, los diputados, antes de enviar otra
fuerza militar, optaron por nombrar a un congresal como mediador. Para ello,
nada mejor que un cordobés de simpatías con la causa federal: la misión recayó
en el canónigo Miguel Calixto del Corro, quien, el 24 de abril, anunció a la
Asamblea su disposición a partir y pidió que se le asignara un escribiente.
Otorgadas las respectivas credenciales, Corro partió hacia la agitada Santa Fe.
A
pesar de las enormes dificultades que rodeaban su gestión. Vera logró bastante
equilibrio y, aunque gobernó con guerras casi permanentes, se mantuvo en el
poder, con el apoyo de López en el Interior y el respaldo del
"Protector", hasta el 23 de julio de 1818, cuando lo sucedió su
anterior lugarteniente Estanislao López.
Las
invasiones ordenadas sobre Santa Fe generaron una verdadera comedia de enredos
entre los jefes del Ejército del Norte, motivada por los sucesivos fracasos
provocados por la obstinada resistencia de la gente de Candioti, primero y de
Larrechea, Vera y López, después, y el respaldo auxiliar de los
"indios" y "entrerrianos" de Artigas. En efecto, no bien
asumió, Vera, había mandado a Viamonte a prisión; muy poco después tuvo que
enfrentar el ataque de un ejército al mando del general Belgrano ordenado por
el director supremo que, desde "El Rosario", mandó al coronel
Eustoquio Díaz Vélez a ocupar la capital provincial. El ataque, esta vez, se
hizo por agua y era el tercero que sufría la provincia desde principios de
1815. Estanislao López convenció a Vera de
evacuar la capital y los
porteños quedaron sitiados en una Santa Fe vacía y las fuerzas directoriales debieron
evacuarla.
De modo inesperado, Díaz Vélez se apresuró a firmar un
tratado de paz con Vera y, más sorpresivamente aún, arrestó al creador de la
bandera y para abrirse "cancha" lo fletó a Buenos Aires. El acuerdo
de Santo Tomé se firmó el 9 de abril de 1816 con el comandante de las fuerzas
de mar de Santa Fe, Cosme Maciel, enviado al lugar por el jefe de las fuerzas
orientales en Santa Fe, el coronel José Francisco Rodríguez, y su consecuencia
fue que la Junta de Observación designada en la capital, el 16 de abril, depuso
al director interino Álvarez Thomas y designó de modo interino a Antonio González Balcarce,
desplazó a Belgrano pasando la jefatura del ejército a Díaz Vélez y ratificó
los términos del acuerdo planteando una "paz definitiva" que debía
ser ratificada por ambos gobiernos y avalada por Artigas. Para explicar su
proceder, Díaz Vélez redacta un extenso manifiesto dirigido al "invicto
pueblo de Buenos Aires":
Santa Fe ha
sufrido todos los desastres y calamidades que son consiguientes a estos sucesos
(debido a su mal gobierno y la situación de dependencia a que se la ha querido
someter). ¿Es este el sistema de libertad civil, de igualdad y de seguridad
individual que han proclamado nuestras Gazetas y que hemos sellado con nuestra
sangre en toda la América? Sí, paisanos, no os dejéis engañar con palabras
doradas en derecho. Los santafecinas no quieren más que la
independencia de su país.
Entretanto,
el 12 de abril el comisionado artiguista coronel José Francisco Rodríguez
designa gobernador a Mariano Vera, pero Artigas, disconforme con el acuerdo, le
asegura a Vera que tendrá "funestas consecuencias". Como Protector,
dice, no puede "autorizarlo" y se niega a firmar los términos de una "paz
definitiva": el gobernador de
Santa Fe no la rubrica y Santa Fe desestima el envío de
diputados a Tucumán. Artigas actúa como un verdadero líder federal: "Por
consecuencia mando retirar todas las tropas de esta Banda, dejando a ustedes en
el libre ejercicio de sus derechos para deliberar lo conveniente".
A pesar de sus dichos, pocas semanas más tarde Díaz Vélez
vuelve a invadir Santa Fe y, el 28 de mayo, se labra un nuevo tratado entre los
representantes de Buenos Aires y de Santa Fe -Juan Francisco Seguí, Cosme
Maciel y Pedro Tomás de Larrechea- que establece:
Io) Se reconocerá por
Buenos Aires libre e independiente la provincia de Santa Fe hasta el
resultado de la Constitución
que debe dar el Soberano Congreso.
2o) [...] que la defensa
de la libertad porque pelea la América es la primera obligación que se impone
Santa Fe.
3o [Santa Fe] mandará
inmediatamente su diputado al
soberano Congreso Nacional.
El
artículo 13° establecía que, dado que el acuerdo se había realizado sin la
participación de Artigas "como auxiliante" de Santa Fe como
consecuencia de "las apuradas circunstancias políticas", los
diputados de Buenos Aires "pasarán inmediatamente a ajustar iguales
tratados con dicho jefe, una vez concluido este": el garante "por
ambas partes" sería el "diputado del soberano Congreso Miguel del
Corro".
Pero
el Tratado tenía, como era usual, una parte secreta. Allí se decía que los
prisioneros que Santa Fe se comprometía a devolver a Buenos Aires recibirían
sus pasaportes de inmediato, pero que Santa Fe no tendría responsabilidad sobre
otros "si el general don José Artigas los resistiere a sus
reclamaciones".
Los
negociadores porteños habían logrado por escrito un triunfo táctico: que Vera
se distanciara de Artigas.
Si
los tratados de abril y mayo se hubieran cumplido, la guerra civil,
posiblemente, se habría sofocado: Buenos Aires reconocía la independencia de
Santa Fe, que, a su vez, se integraba al Congreso de Tucumán, y los ejércitos
respectivos se habrían sumado para solventar las campañas emancipadoras. Nada
de eso sucedió: el 8 de junio el director Pueyrredón -sin rechazar el acuerdo
de modo expreso- hizo saber que era conveniente trasladarlo al Congreso. La
maniobra resultó clara para todos porque la ratificación del convenio era, justamente,
atribución del director. Dilatar la cuestión solo podía interpretarse de un
modo: Buenos Aires no quería celebrar una paz duradera con ninguna de las
provincias rebeldes; solo intentaba "sembrar cizaña" entre ellas, y
debilitar a Artigas presionando con el eventual uso de la fuerza.
Los
tratados quedaron nulos y los diputados porteños desistieron de pasar por el
campamento de Artigas para dirigirse directamente a la capital. Pidieron sus
pasaportes "por no poder lograr la confianza que ganaron y que perdieron
por la falta de ratificación". La situación volvía a fojas cero , como un
ano antes, aunque con nuevos actores.
El
rechazo al ejército de Vélez favoreció un nuevo ascenso de Estanislao López,
que graduado teniente coronel, se convirtió en comandante de armas de la
provincia. Mitre destaca su perfil: "De un valor
sereno, manso por temperamento, ambicioso y emprendedor, poseía un talento
natural y cierta habilidad gauchipolítica, que le granjearon gran ascendiente
entre sus paisanos".
Paso
a paso -ya había dado los primeros-, López construía ese prolongado liderazgo
que ejercerá hasta su muerte.
El Norte en guerra
Pumacahua. La fuerza de la revolución
Había nacido allá por 1740. O sea que en los años que nos ocupan ya
era, a todas luces, un veterano de mil batallas. Cacique de Chinchero y otras
localidades del Cuzco peruano, en su foja de servicios tenía el triste mérito
de ser un jefe aborigen plegado a los “realistas”, que persiguió y combatió a
José Gabriel Condorcanqui -Túpac Amaru II- durante la rebelión de 1780-1781. No
por nada en 1802 don Mateo García Pumacahua había sido honrado con el título de
Alférez Real de Indios Nobles del Cuzco.
Gozaba de mucho prestigio entre la nobleza inca y, siempre fiel a la
corona española, en 1811 acompañó al sangriento general arequipeño José Manuel
de Goyeneche en su campaña al Alto Perú. Mateo Pumacahua alcanzó entonces el
título de brigadier, o sea, general de brigada: era cacique y, a la vez, todo
un oficial de la corona.
Pero los vientos cambiaron y las revoluciones en marcha logran giros
impensados. Ya anciano, a los setenta y dos años, Pumacahua comenzó a
simpatizar con las reformas liberales adoptadas en España y se alió con grupos
de criollos e indígenas descontentos con el régimen monárquico para impulsar
las reformas establecidas por la Constitución de 1812.
Junto
con el criollo José Angulo, el coronel Domingo Luis Astete y el teniente
coronel Juan Tomás Moscoso, el 3 de agosto de 1814 formó en el Cuzco una Junta
de Gobierno acorde con la letra de la Constitución española y convocó a la
movilización popular para respaldarla, organizando piquetes y, progresivamente,
un ejército propio. Con él, encabezó una marcha hacia Arequipa, derrotó a los
españoles, e ingresó en la ciudad el 10 de noviembre. Dado que la fuerza del
enemigo era notablemente superior, Pumacahua decidió abandonar Arequipa y
hacerse fuerte en Cuzco y Puno, su región de influencia personal. Pero allí
sufrió una severa derrota: el 11 de marzo de 1815 el ejército realista lo
aplastó en las inmediaciones de Umachiri (Puno). Pumacahua fue encarcelado y un
juicio sumario lo sentenció a morir decapitado, pena que se cumplió en Sicuani
(Cuzco) el 17 de marzo.
¿Qué
relación tiene este movimiento con nuestra historia, que se ocupa sobre todo de
dos Congresos manejados, básicamente, desde la Cuenca del Plata? Mucha. En esa
lejana zona -para los rioplatenses- limítrofecon el antiguo virreinato del
Perú-nidode la contrarrevolución realista-, los documentos proferidos en agosto
de 1814 por el líder aborigen se destacan por expresar la idea de soberanía
popular y autonomía de gobierno, basados en leyes libremente votadas.
Allí
quedaron como piezas relevantes de un proceso continental único, sus pronunciamientos
y una famosa carta al virrey del Perú, José de Abascal, todos ellos firmados
por la efímera Junta de Gobierno del Cuzco que el cacique Pumacahua puso en
pie. Es esta otra más de las múltiples aristas -y páginas poco frecuentadas- de
la lucha por la independencia en el Cono Sur.
Padilla, Azurduy, Muñecas y Warnes.
Las heroicas republiquetas
El Alto Perú
se convirtió en un territorio “maldito” para los Ejércitos Auxiliares del
Norte. De modo sucesivo las fuerzas patriotas, tras un comienzo alentador,
fueron derrotadas en Huaqui, el 20 de junio de 1811 -obligando a una retirada
hasta Salta-; en Vilcapugio y Ayohuma durante la segunda campaña, en octubre y
noviembre de 1813 y, por último, en Sipe-Sipe, durante la tercera campaña, en
noviembre de 1815.
Las fuerzas
del Ejército Auxiliar cambiaron de mando varias veces en esos cinco años. Entre
sus principales comandantes y jefes figuraron Juan José Castelli, Juan Martín
de Pueyrredón, Juan José Viamonte, Eustoquio Díaz Vélez, Manuel Belgrano, Juan Ramón
Balcarce, Mariano Rondeau, Bernabé Aráoz, Martín Rodríguez y descollaron en él
jóvenes oficiales como José María Paz, Gregorio Aráoz de Lamadrid, Gregorio
Perdriel y Manuel Dorrego, además del barón de Holmberg y -también- Cornelio
Saavedra y José de San Martín, que no llegaron a combatir. Ninguno de ellos
logró que la revolución extendiera sus dominios hasta el Altiplano.
Sobreponiéndose a esos reveses, los propios
altoperuanos consumarán una verdadera epopeya libertaria que se pagará con la
sangre de miles de sus combatientes.
Por
el lado realista, los nombres de José Manuel Goyeneche y Pío Tristán al
principio, y del general Joaquín de la Pezuela en las dos últimas campañas,
adquirieron notoriedad anotándose esos triunfos decisivos en la defensa del
territorio, que obligaron al ejército regular a replegarse y a un cambio de
táctica fundamental. Después, José de la Serna y Pedro Olañeta jugarían una
repetida pulseada con Martín Miguel de Güemes, en la que el salteño supo, una y
otra vez, frenar los intentos realistas.
Desde
el sur, la nueva política fue resistir los embates. En esa tarea descollaron
los "Gauchos de Güemes" que impidieron el avance realista en once
campañas, entre los años 1815 y 1821, cuando su jefe perdió la vida. Y en el
interior de la actual Bolivia los laureles al patriotismo y la heroicidad
corresponden a los que lideraron las "republiquetas" y a los miles de
criollos, mestizos y aborígenes -coyas, aymarás, tupíes, chipayas, urúes,
chiriguanos y miembros de otras etnias- que sacrificaron sus pertenencias y, la
mayoría, la propia vida, luchando por la causa americana.
Con
muchas ¡das y venidas propias de la lucha guerrillera, entre 1811 y 1825 la
"republiqueta" fue la entidad -provisoria, se entiende- que cobijó a
agrupaciones armadas independentistas en la jurisdicción de la antigua Real
Audiencia de Charcas, el Alto Perú, la actual Bolivia.
En
los combates por sostenerlas, la coronel Juana Azurduy -mujer indómita y de
increíble entereza-, ha ganado, con justicia, un especial reconocimiento en los
últimos tiempos. Junto con ella debe recordarse a su esposo, Manuel Ascencio
Padilla y a otros jefes, como Juan Antonio Álvarez de Arenales, Ignacio Warnes,
José Miguel Lanza, Ildefonso de las Muñecas, José Camargo, Pedro Betanzos y el
"marqués de Yavi", quienes sostuvieron esa lucha de resistencia con
notables sacrificios. La historia de las nueve republiquetas, las de Ayopaya,
La Laguna, Larecaja, Santa Cruz, Vallegrande, Tarija, Cinti, Porco y Chayanta,
y las acciones de otros grupos guerrilleros merecen un lugar destacado en este
período en que la Liga de los Pueblos Libres y las Provincias Unidas del Río de
la Plata, cada una a su modo, concretaban la definitiva independencia en esta
parte del continente: su resistencia pertinaz, sin duda, posibilitó que a los
españoles se les complicara avanzar hacia el sur.
La
historia de ese tiempo empezó a escribirse tras el "Desastre de
Huaqui", el 20 de junio de 1811, cuando un abanico de políticos, militares,
intelectuales y terratenientes, se aliaron con los campesinos y aborígenes para
impulsar la causa ¡ndependentista. Vastas zonas rurales
fueron ocupadas por este
frente patriótico, al que se sumó un amplio contingente disperso de hombres
reclutados en el Ejército Auxiliar del Perú. No es lógico que sus historias
resulten ajenas a los argentinos. Menos aún si se considera que la interacción
con los "porteños" -a quienes solían mirar con recelo- fue absoluta:
dos de sus caudillos eran reconocidos como "argentinos" y, además,
varias de estas regiones designaron o tuvieron representación en el Congreso de
Tucumán. Existe, por tanto, una historia en común, aunque los acontecimientos
hayan concluido en la creación de un país distinto y que Tarija, que estaba en
jurisdicción de Salta, integre luego la Bolivia moderna.
Sobre este fenómeno, en el que la lucha dio origen a
entidades políticas con autonomía geográfica, pero, a su vez, integradas a una
causa común, resulta interesante una presentación global del estado de la
situación en 1816:
Este
movimiento insurreccional y tumultuario, se localizó principalmente en seis
puntos del territorio del Alto Perú y se hizo fuerte en ellos, desafiando el
poder de las armas españolas. Al norte de La Paz y sobre las márgenes del
Desaguadero y del lago de Titicaca se organizó y mantuvo una insurrección de
indígenas, con su cuartel general en Larecaja, que extendía sus correrías hasta
Omasuyos, interceptando los caminos con el Bajo Perú por aquella parte. Al
centro se establecieron tres indomables republiquetas que envolvían a Cochabamba por el sur, el norte y el oriente, pululando a su alrededor
innumerables bandas de partidarios. Era la principal de estas la de Ayopaya,
que amenazaba los caminos de La Paz y Oruro, manteniéndose atrincherada en sus
inexpugnables montañas y libre a su espalda la retirada al territorio de los Mosetenes
y Yuracares, que linda con el de Moxos. La otra tenía su asiento en Chayanta,
interceptando las comunicaciones entre Oruro y Potosí y entre Cochabamba y
Chuquisaca y que por falta
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de una retirada segura fue fácilmente dominada varias veces. La tercera de las tres republiquetas que circundaban a Cochabamba era la de Mizque, que mantenía sus comunicaciones con Santa Cruz de la Sierra por Valle Grande (otro centro de insurrección) y por su izquierda con Tomina, cuartel general de otra republiqueta limítrofe.
Desde
Tomina hasta Pomabamba, entre el río Grande o Guapey y el Pilcomayo, se
extendía una confederación de republiquetas, las cuales amenazaban las
fronteras de Charcas, teniendo su retirada franca sobre el Chaco boreal.
Alrededor de Potosí, interceptando los caminos entre esta ciudad y Chuquisaca y
los de ambas con Cochabamba, se interponían numerosas bandas de partidarios, cuyo centro
eran Parco y Soporo y se extendían hacia el sur ligándose con las
insurrecciones de los valles y altiplanicies inmediatos. Al oriente de la
segunda cadena de los Andes, cubierta por este gigantesco antemural y apoyando
su espalda en las selvas de Moxos y Chiquitos, estaba la gran republiqueta de
Santa Cruz de la Sierra, que hacía tres años se mantenía en armas, desafiando
el poder español. Por último desde Tarija a Chuquisaca, entre el Pilcomayo y el
río de San Juan, ligándose al poniente con la insurrección de Tarija y al
oriente con la de Tomina, se extendía otra línea de republiquetas con sus
retiradas abiertas sobre el Chaco central. Cada uno de los valles de esta línea
que derraman sus aguas en el Pilcomayo, cada cordón de sierras, cada depresión
del terreno, era una republiqueta, un foco de insurrección permanente, formando
el núcleo de ellas la que tenía su asiento en la quebrada de Cinti.
Para
hacer honor a cada una de las republiquetas sin demeritar a ninguno de sus
jefes pasaré revista agregando a sus personajes más relevantes. La de Apopaya
tuvo el liderazgo de José Miguel Lanza y
abarcaba zonas estratégicas, como las áreas rurales de Cochabamba, Oruro y La Paz, ciudad que llegó a ocupar antes de la definitiva independencia. La más "famosa" -para nosotros- es sin duda la Republi- queta de la Laguna, ubicada al norte del departamento de Chuquisaca. El comandante era Manuel Ascencio Padilla. Unía sus fuerzas con la Republiqueta de Santa Cruz de la Sierra, comandada por el general Ignacio Warnes, que fue designado gobernador de la ciudad por Belgrano, una de las primeras en tomar forma con un gobierno autónomo, allá por 1813. Tras la derrota del Ejército regular de Rondeau en Sipe-Sipe, Warnes quedó nuevamente a cargo de Santa Cruz, "hasta que, repuestas su fuerzas, pueda este Ejército volver", como le encomendó Rondeau. El Ejército del Norte, sin embargo, nunca regresó y Warnes y Padilla sufrieron el acoso de los realistas.
abarcaba zonas estratégicas, como las áreas rurales de Cochabamba, Oruro y La Paz, ciudad que llegó a ocupar antes de la definitiva independencia. La más "famosa" -para nosotros- es sin duda la Republi- queta de la Laguna, ubicada al norte del departamento de Chuquisaca. El comandante era Manuel Ascencio Padilla. Unía sus fuerzas con la Republiqueta de Santa Cruz de la Sierra, comandada por el general Ignacio Warnes, que fue designado gobernador de la ciudad por Belgrano, una de las primeras en tomar forma con un gobierno autónomo, allá por 1813. Tras la derrota del Ejército regular de Rondeau en Sipe-Sipe, Warnes quedó nuevamente a cargo de Santa Cruz, "hasta que, repuestas su fuerzas, pueda este Ejército volver", como le encomendó Rondeau. El Ejército del Norte, sin embargo, nunca regresó y Warnes y Padilla sufrieron el acoso de los realistas.
El
13 de septiembre de 1816 una ofensiva españolista aplastó a Padilla y su gente:
ejecutó al líder y setecientos combatientes murieron en la lucha. Los realistas
avanzaron hacia Santa Cruz con mil doscientos hombres y Warnes, con mil
soldados, presentó batalla en El Pari, el 21 de noviembre de 1816. Aunque la
caballería realista fue vencida y los españoles perdieron la mitad de sus
hombres, la infantería patriota fue arrasada y Warnes murió por una bala de
cañón. Los pocos patriotas tomados prisioneros fueron ejecutados. El jefe
realista, coronel Francisco Aguilera, entró en Santa Cruz con la cabeza de
Warnes clavada en una pica y, a modo de venganza por la osadía de haber formado
gobiernos independientes, ordenó la ejecución de novecientos indígenas, que no
habían luchado y solo eran protegidos de Warnes. La republiqueta quedó al mando
de José Manuel Mercado hasta la liberación de la ciudad de Santa Cruz de la
Sierra en 1825.
Respecto
de las fuerzas de La Laguna, tras la muerte de Padilla las partidas
guerrilleras se desbandaron y multiplicaron. Surgieron así nuevos liderazgos
parciales, pero quien tomó el mando fue su esposa, Juana Azurduy, que, en esta
lucha, verá morir a sus cuatro hijos.
Un
sacerdote, Ildefonso Escolástico de las Muñecas, fue el jefe de la Republiqueta
de Larecaja, ubicada a los márgenes del lago Titicaca y cuya
"capital" fue la Villa de Ayata. Muñecas fue ejecutado el 18 de
octubre de 1816, tras sufrir una derrota en el combate de Choquellusca. Poco
antes, el 3 de abril, había sido muerto también José Vicente Camargo, caudillo
de la Republiqueta de Cinti. Su ubicación, amenazando la fortaleza de
Cotagaita, había cumplido un importante papel protegiendo los caminos de acceso
de los Ejércitos Auxiliares provenientes del sur.
En
zonas linderas con Salta y Jujuy se instaló la Republiqueta de Tarija,
enmarcada por los ríos Grande y Pilcomayo. Fue comandada por Eustaquio Méndez,
Francisco Pérez de Uriondoyjosé María Avilés. Como controlaba el acceso desde
el norte a la Quebrada de Huma- huaca, su posición fue vital: ejércitos,
ganados y enseres que transitaban de Chuquisaca a Salta debían pasar por allí.
El 15 de abril de 1817, con el respaldo de las fuerzas del siempre arriesgado y
valiente Aráoz de Lamadrid, los guerrilleros locales obtuvieron una importante
victoria en la batalla de La Tablada y declararon la independencia de Tarija.
Por
último, la Republiqueta de Porco y Chayanta, que tuvo vida efímera. Ubicada en
un estratégico cruce de caminos entre Potosí, Oruro, Chuquisaca y Cochabamba,
su permanencia, entre 1813 y 1816, fue intermitente. Sus líderes fueron Miguel
-muerto en 1815- y José Ignacio de Zárate. Para completar el cuadro debe
subrayarse el importante papel jugado por el cacique guaraní Pedro Cumbay, que
ejercía gran influencia en las selvas orientales de Santa Cruz y el este de
Chuquisaca. Por su autoridad, que fue observada por Belgrano, quien lo sedujo
para que sumara sus fuerzas al Ejército patriota, en 1812 y 1813 había puesto
en pie de guerra a más de dos mil chiriguanos. Junto con el cacique Vicente
Umaña, además, auxilió después a Padilla y Azurduy. Aunque no se trata de una
republiqueta en sentido estricto,

su aporte, con centro en la zona de San Juan de Piral, merece destacarse a la par de los otros jefes guerrilleros.
Juan
Antonio Álvarez de Arenales, que fue nombrado jefe principal de todas las
republiquetas, en Mizque y Vallegrande, es un personaje con aristas
particulares: sobre él nos explayaremos en el próximo capítulo; y en otros
rumbos altoperuanos haremos también un aparte para referirnos al "marqués
de Yavi".
Todas estas luchas se desplegaron en tierras que hoy
pertenecen a otro país. Son, sin embargo, parte de una misma tradición
revolucionaria y debemos incluirlas como un sector vital de una única historia.
Álvarez de Arenales. El combatiente estoico
Aunque su lugar de nacimiento no ha podido establecerse de modo
fehaciente, el comienzo de su carrera militar, en el ejército español, hizo que
pasara los mayores peligros. Los realistas lo consideraban un traidor, de modo
que si lo apresaban era seguro que su vida terminara en fusilamiento por corte
marcial.
En 1812 la ciudad de Salta se pronunció en favor de la libertad, reacción
operada, en primer lugar, por los prisioneros de Las Piedras, algo menos de una
centena, que se hallaban confinados en la provincia. Arenales se puso a su
frente y, de ese modo, hizo su segunda aparición nítida en la escena
revolucionaria, asumiendo el cargo de gobernador provisional de la provincia de
Salta.
Había abrazado la carrera militar en Buenos Aires en 1784, cuando
tenía catorce años y -primera aparición pública- en 1809 participó del
levantamiento de Chuquisaca, que terminó en una fuerte represión. Sofocado
aquel movimiento por parte del general Vicente Nieto, las tropas de Arenales se
dispersaron y él fue arrestado. Lo enviaron preso a las casamatas del Callao,
de triste fama por su régimen cruel, pero logró huir.
Llegó
en secreto a Salta, se casó con una señorita de la sociedad local y fue
nombrado regidor del Cabildo. Pero concretada la invasión del ejército
realista, Arenales fue nuevamente arrestado. Tras el triunfo de Belgrano en
Tucumán, el mayor Díaz Vélez logró recuperar Salta por unos días y liberó a
Arenales, que debió permanecer oculto, porque poco después llegó a la ciudad el
derrotado general Pío Tristán, que retomó el control de la ciudad.
En
esas circunstancias, Arenales se presentó ante Belgrano, quien le reconoció el
grado de coronel: en adelante será una de las figuras militares y políticas de
mayor trascendencia en las campañas del Norte. El general depositará en él una
especial confianza: era un cuidadoso administrador, tenía talento militar y era
de procederes rectos, rayanos en lo inflexible. No erró el creador de la
bandera: su papel en la batalla por Salta, como jefe del estado mayor, fue
descollante a punto tal que la Asamblea del Año XIII le otorgó la ciudadanía
como vecino salteño.
Amaba
su profesión y lucir sus enseñas; jamás se lo veía en ropas civiles y no
recurría a asistentes o sirvientes al punto de ensillar su propia muía y hasta,
por lo general, herrarla él mismo. Era absolutamente formal en la distinción de
grados y jerarquías incluso en el trato cotidiano y no permitía que nadie lo
tratara con familiaridad. En extremo austero, "durante las marchas llevaba
en sus propias alforjas su alimento, que consistía en queso, pan, carne cocida
y maíz tostado. Su servicio de mesa no pasaba de una servilleta, un cubierto y
un jarro de plata", apunta Bernardo Frías.
Integrando las filas del Ejército del Norte, Arenales
participó de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. Nombrado gobernador de Cochabamba, volvió al Alto Perú, donde desarrolló una campaña memorable,
tan larga como heroica. Mitre lo admiraba:
Solo
hombres del temple de Arenales y de Warnes podrían encargarse de la desesperada
empresa de mantener vivo el fuego de la
insurrección
en las montañas del Alto Perú, después de tan grandes desastres, quedando
completamente abandonados en medio de un ejército fuerte y victorioso y sin
contar con más recursos que la decisión de poblaciones inermes y campos
devastados por la guerra. Arenales es, por sus antecedentes, por su carácter
típico y por la originalidad de sus hazañas, uno de
los hombres más extraordinarios de la revolución argentina.
El 25 de mayo de 1814, "Día de
la patria", Arenales, al frente de trescientos hombres, ataca a
novecientos realistas y logra una gran victoria en los campos de La Florida. En
esa acción estuvo a punto de perder la vida: rodeado por los enemigos luchó en
completa inferioridad de condiciones y sufrió catorce heridas. El di rector
Posadas, en reconocí m iento, da un decreto y Arenales y sus hombres reciben
premios y honores especiales. Aquel triunfo tuvo una enorme repercusión:
aseguró la independencia de Santa Cruz de la Sierra y obligó a Pezuela a
evacuar las provincias del Norte. En 1821 el gobierno de Buenos Aires resolvió
dar su nombre a una calle de la ciudad, que será luego su histórica peatonal:
Florida.
Arenales se convirtió en el comandante de la Republiqueta
de Vallegrande. Entre otras cosas lo distinguía su convicción de que las
"provincias del sud" debían conservar el territorio del antiguo
virreinato "unidas". Tras la derrota de Sipe-Sipe, resistió durante
un período, pero en 1816, junto a sus guerrilleros y luego de algunos choques
en territorio altoperuano debió retornar a los campos salto-jujeños. Fue
ascendido a general, pero no logró entenderse con Güemes por lo que,
promediando 1817, bajó a Córdoba, donde tomó a su cargo el ejército provincial
formando parte en las disputas de la provincia entre los federales moderados,
que adherían al Congreso de Tucumán, y los artiguistas, simpatizantes de la
Liga de los Pueblos Libres. El cambio de escenario lo puso a las órdenes de San
Martín que, en 1819, en Chile, lo designó al mando de una división de la
campaña al Perú. Frías, con el estilo un tanto pomposo que solía usarse en sus
años, tampoco ahorra elogios:
Era este
general uno de los hombres de valor más
heroico, de corazón más recto y puro, y de talento más sólido y despierto de
entre todos los que aparecieron durante la guerra de la independencia.
Su
constancia y actividad eran inquebrantables; y estas virtudes, socorridas de
una inteligencia vivaz y poderosa, le proporcionaron armamentos y ejércitos
creados, provistos, organizados y sostenidos por sus singulares esfuerzos, solo
y abandonado como se vio.
[...] Amaba
más el deber que la gloria; era considerado y mostró ser hombre firme, y aun de
ruda integridad; siendo tanta la austeridad de sus costumbres y su limpieza en
el manejo de los negocios a su cargo, que fiscalizaba personalmente la
administración de los intereses públicos.
En 1924, su bisnieto, el presidente José Evaristo Uriburu,
publicó en Londres la Historia del general Arenales, en la que inserta la foja de servicios militares y
administrativos que prestó este indómito militar.
Rondeau. Desastre en Sipe-Sipe
La grave derrota militar sufrida en Sipe-Sipe el 29 de noviembre de
1815 puso fin a la integración del Alto Perú con las provincias ubicadas al sur
de la Quebrada de Humahuaca. Esa batalla -llamada Viluma por los españoles-
concluyó con la tercera campaña patriota en la actual Bolivia. Nunca más, en
adelante, ejércitos organizados desde Buenos Aires se adentraron en tierras del
Altiplano y la lucha independentista quedó en manos de los jefes y los pueblos
de las “republiquetas”.
El comandante
del Ejército del Perú, José Rondeau, es un protagonista decisivo de todos los
acontecimientos narrados en este libro: participó del sitio de Montevideo, tuvo
serios conflictos con Artigas y Güemes, relación directa con Belgrano y San
Martín, y fue dos veces director supremo de las Provincias Unidas.
Muchos lo
tienen por “uruguayo”, pero no. José Casimiro Rondeau nació en Buenos Aires en
mayo de 1775. En la Revolución de Mayo, por lo tanto, era un hombre promedio,
de treinta y cinco años, menor que Saavedra (1759), Artigas y Castelli (ambos
de 1764) y Belgrano (1770), pero mayor que Pueyrredón, Moreno y San Martín (de
1777 y 1778) y Güemes (1785). La asociación de su nombre con la Banda Oriental
se origina en que su familia se trasladó a Montevideo en 1790.
A
los dieciocho años, Rondeau ingresó como cadete al regimiento de Infantería de
Buenos Aires y en 1806 ya era capitán del Regimiento de Blandengues de
Montevideo, ciudad en la que cayó prisionero de los ingleses durante la
ocupación británica de 1807. Como otros oficiales tomados como rehenes, fue liberado
en Gran Bretaña en 1808. En un año especialmente convulsionado por la invasión
napoleónica a la península y la caída de los Borbones, Rondeau permaneció en
España hasta que retornó a Montevideo donde vivía cuando estalló la Revolución
de Mayo. Se trasladó a Buenos Aires y la Primera Junta, con el grado de
teniente coronel, lo destinó a la Banda Oriental como jefe de las fuerzas
criollas. Promovido a coronel y al mando del Regimiento de Granaderos de la
Patria, jugó un papel preponderante en el sitio de Montevideo y el 31 de
diciembre de 1812 su apellido conquistó fama como triunfador de la batalla del
Cerrito.
El
cerco a la capital oriental se había retomado poco antes, en octubre, por
indicación del Segundo Triunvirato: Rondeau puso sitio a la ciudad, mientras
Domingo French instalaba otras fuerzas patriotas en cercanías del río Uruguay y
las milicias de Artigas sumaban su
potencial, luego de que
Sarratea fuera separado del mando. El general español Gaspar de Vigodet intentó
romper el sitio con una salida masiva y allí fue donde Rondeau, desde el
"Cerro de Montevideo", tuvo sus laureles. Con solo mil soldados y dos
cañones, derrotó a dos mil trescientos realistas y sus ocho cañones. Mención
especial merecen los negros libertos que lideró Miguel Estanislao Soler, cuyos
ataques resultaron decisivos, y la caballería de Rafael Hortiguera, que
completó la dispersión del enemigo. Si bien en términos de muertos y heridos el
triunfo fue levemente superior para los patriotas, el resultado fue muy fuerte
en el terreno psicológico: los realistas no se animaron más a tratar de romper
el asedio y cruzar sus murallas, y mantuvieron su situación recibiendo
provisiones y refuerzos por el río.
Recién
en 1814 las victorias navales de Guillermo Brown obligarán a la rendición
definitiva. Rondeau, para entonces, había sido separado abruptamente del mando
y enviado al Ejército del Norte. Su participación en el sitio de Montevideo
había dejado una huella: su distancia- miento de Artigas. En efecto, cuando Artigas
reúne el Congreso de Tres Cruces y se nombran los diputados a la Asamblea del
Año XIII que son rechazados, Rondeau organiza un nuevo congreso oriental en
Capilla de Maciel, donde la mayoría de los diputados fueron elegidos
directamente por él, excluyendo expresamente a los aliados de Artigas: el
caudillo, en consecuencia, decidió retirarse del sitio.
Por
su lado, Alvear, que manejaba los hilos políticos de la Asamblea, sacó de en
medio a Rondeau. El director Posadas lo designó en el Ejército del Norte y lo
ascendió a brigadier general. Rondeau se puso en la tarea de organizar la
tercera campaña al Alto Perú.
No
nos detendremos en los detalles de esta nueva misión. Apuntemos sí que decidió
el reemplazo como jefe de vanguardia de Martín Güemes por Martín Rodríguez, que
rápidamente fue vencido y tomado prisionero apenas entrado en la puna jujeña.
Mientras tanto, los gauchos de Güemes anotaban un importante triunfo que salvó
al
ejército que preparaba su
campaña hacia el norte. De cualquier modo, los gestos de desprecio de Rondeau
hacia Cüemes motivaron que el salteño apartara sus guerrillas y, de retorno en
Salta, se hiciera elegir gobernador de la provincia. El acto fue tomado por
Rondeau como un gesto de insubordinación a los poderes del Directorio y a su
propia investidura, ya que implicaba, de hecho, la autonomía política para la
provincia.
Tras
esa desavenencia, que obligaría a la posterior mediación de San Martín para
lograr una relativa armonía entre ambos, Rondeau partió hacia Potosí, adonde
entró en mayo de 1815. Muy poco después las fuerzas conjuntas de Arenales y
Warnes obtuvieron una importante victoria en la batalla de La Florida, lo que
permitió que ocuparan Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra. Una desacertada
decisión de Martín Rodríguez -cuya lucidez como militar ha sido puesta en duda-
provocó una gravísima derrota: decidió sorprender a los realistas el 20 de
octubre con un ataque nocturno, pero los enemigos, acantonados en Venta y Media
-cincuenta kilómetros al sudeste de Oruro-, se rehicieron a tiempo y, mejor
dispuestos y armados, infligieron una grave derrota a los patriotas. La acción,
que contó con el visto bueno de Rondeau, causó gran desmoralización en un
ejército que no encontraba un rumbo claro.
Rondeau concentró entonces sus tropas en el llano de
Sipe-Sipe, dieciséis kilómetros al este de Cochabamba. Allí se enfrentaron unos
tres mil cien soldados patriotas y sus nueve cañones (sin la colaboración de
los voluntarios indios, despreciados por motivos raciales) contra cerca de
cuatro mil realistas armados con veintitrés cañones. Además de la evidente
superioridad de los realistas, el comandante español Joaquín de la Pezuela
resultó mucho mejor estratega que Rondeau. La derrota de Sipe-Sipe fue un
desastre completo. Las pérdidas patriotas sumaron más de quinientos muertos,
cerca de mil heridos y más de ochocientos prisioneros, mientras que los
realistas solo contaron treinta y siete muertos y poco más de doscientos
heridos. Es interesante la conclusión de Pablo Camogli, recopilador de combates
y batallas: "Este fue el último intento de ganar al Alto Perú para la
revolución", y cita a Francisco Mendizábal:
La
persecución duró tres leguas y la derrota fue absoluta para la revolución.
Rondeau con su segundo [Francisco Fernández de la] Cruz, y algunos jefes de
cuerpos, se habían retirado por el lado de Chuquisaca, llevando reunidos solo
cuatrocientos hombres y, de ellos, solo la mitad con armas.
La
pérdida del Alto Perú no solo tuvo efectos territoriales y políticos -la concreta
amenaza hacia "los de abajo"-, sino también económicos: los
yacimientos de las minas de plata del Alto Perú eran fuente principal de
recursos y podían asegurar a los ejércitos patriotas el imprescindible
armamento de sus ejércitos. Por otro lado, ese movimiento comercial daba vida a
las incipientes burguesías de Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago y Córdoba, que
abastecían de ganado, ropa, alimentos y enseres a los viajeros, y respaldaban y
comerciaban con las tropas civiles y militares, de modo que también alimentaba
las arcas de cada provincia en sus respectivas aduanas. La lucha continuará ya
con la secesión concretada: cuando las provincias altoperuanas consumen
finalmente su independencia, lo harán como nación aparte.
Rondeau
retornó a Salta para rehacer sus fuerzas y herido en su prestigio por tan magra
campaña orientó sus cañones contra Güemes, a quien, antes, había declarado
"traidor y desertor". Para fortalecer el "castigo" al
caudillo -y frenar la ola de provincias que asumían su soberanía- Álvarez
Thomas envió tropas de refuerzo, al mando de Domingo French y Juan Bautista
Bustos. La orden era derrocar al caudillo salteño e incorporarse luego al
Ejército del Norte. Güemes impidió su paso hasta lograr un compromiso de que no
sería atacado.
En enero de 1816 Rondeau ocupó la dudad de Salta con su
ejército y se produjeron algunas serias escaramuzas con los gauchos
guerrilleros, al punto que se estuvo al borde de un choque abierto. La
proximidad de la reunión del Congreso en Tucumán y la personal gestión de San
Martín evitaron un absurdo derramamiento de sangre. Para hablar de ello es
preciso referirse a los indómitos "Gauchos de Güemes", pero ese es
tema mayor.
Güemes. La guerrilla infernal
El 22 de marzo de 1816, los generales José Rondeau y Martín Miguel de
Güemes firmaron un acuerdo en San José de los Cerrillos. El primero, era jefe
del Ejército del Norte y director supremo de las Provincias Unidas; el segundo,
gobernador de Salta y general en jefe de las fuerzas locales.
No fue un acuerdo cualquiera. Lo suscribieron dos generales del bando
patriota y posibilitó poner fin a una disputa fratricida que debilitaba la
causa americana en una estratégica frontera. El lugar elegido para el encuentro
se ubica en el corazón geográfico mismo de Salta, paso obligado a los valles de
Lerma y Calchaquí. El acuerdo fue decisivo para la independencia, porque
permitió que el Congreso de Tucumán comenzara sus sesiones con el campo interno
despejado en su zona norte. Tanto es así que San Martín, desde los Andes, donde
organizaba su ejército y presionaba a los congresales reunidos a definir el
tema de la independencia, saludó alborozado su firma: “Más que mil victorias he
celebrado la mil veces feliz unión de Güemes con Rondeau. Así es que las
demostraciones en esta sobre tan feliz incidente se han celebrado con una salva
de veinte cañonazos, iluminación, repiques y otras mil cosas”.
El Pacto de Los Cerrillos celebrado con campanazos, misas,
salvas de artillería y bailes en Salta y Tucumán. Bernabé Aráoz, primer
gobernador de la Intendencia de San Miguel de Tucumán, entre noviembre de 1814
y octubre de 1817, también felicitó a Güemes. Los congresa- les sintieron
alivio y vieron en este acuerdo la "vía libre" que faltaba para su
accionar. El Congreso se reunió el 1o de abril y felicitó a Güemes y
Rondeau "por sus conductas de paz y no beligerancia". No era para
menos: poco antes del acuerdo, Rondeau, por bando público, había declarado a
Güemes "reo de Estado" y, acusándolo de desobediencia, lo convirtió
públicamente en "el más atroz de los hombres". Tras la firma, se
desdijo por completo "por haberse desvanecido las dudas que lo
generaron", y selló la "paz eterna" y la "amistad
perpetua" entre ambos. Como destaca María Cristina Fernández en "El
pacto de Los Cerrillos", el mismo Rondeau que había blasfemado al salteño
declaró
írrito y de ningún valor de ese Bando caracterizando de muy laudable el celo
patrio del pueblo destacando que la buena opinión, el patriotismo, los
recomendables servicios de Güemes nada habían perdido en el incidente y que
habían adquirido un nuevo valor.
Pero...
¿qué motivaba los enfrentamientos entre dos generales patriotas al punto de que
culminaran en marzo de 1816 nada menos que con la ocupación del Ejército a
Salta? Normalmente se suele reducir la crisis a un "choque de
personalidades" y cargar la romana sobre el "espíritu indómito"
del barbado caudillo norteño. Producto de ese carácter, según se dice, Güemes,
luego de triunfar sobre una división realista al tomarlos por sorpresa en
Puesto del Marqués, en abril de 1815, tuvo un gesto atrevido que Rondeau no le
perdonó: mientras el general perseguía al español Pezuela, Güemes pasó por
Jujuy y tomó cerca de quinientos fusiles que habían sido dejados allí por el
Ejército Auxiliar; mandó repararlos y los distribuyó entre sus milicianos.
Al
llegar a su dudad natal, encontró un ambiente convulsionado por la ausencia del
gobernador Hilarión de la Quintana, que había partido con Rondeau. La ciudad
exigía tener un gobierno presente y el Cabildo recibió comunicaciones del
Cabildo de Buenos Aires comunicándole que el director supremo Alvear había sido
derrocado y que el mismo Cabildo había asumido el gobierno. De inmediato se
realizó una "Asamblea de Notables", que recogió el voto de los
vecinos quienes, en su mayoría, apoyaron a Cüemes para que se hiciera cargo de
la gobernación de Salta.
La
gobernación de Salta era rica y extensa: comprendía las ciudades de Salta,
Jujuy, Tarija, San Ramón de la Nueva Orán y varios distritos de campaña. La
decisión adoptada el 6 de mayo implicó un claro gesto de autonomía de la
provincia en franca desobediencia a la autoridad del Directorio. Así, Güemes
fue el tercer gobernador electo libremente por el pueblo de una "provincia"
apenas unos días después de la designación de Francisco Candioti en Santa Fe y
de José Díaz en Córdoba. La asunción plena no fue sencilla: Jujuy opuso
resistencia y su Cabildo alegó no haber sido consultado, lo que motivó algunas
negociaciones. Finalmente, el 18 de septiembre aceptaron a Güemes, exigiéndole
que respetara los derechos de los jujeóos.
En
consecuencia, hubo aquí dos procesos simultáneos: además de la autonomía de
Salta tomada de hecho -como los fusiles "de Rondeau" poco antes-,
también el pronunciamiento de Jujuy respecto de su dependencia de Salta. Y eso
sin contar que también Tarija sería liberada del yugo español entre abril y
noviembre de 1816 y que, nuevamente en 1817, la republiqueta instalada allí
tendrá gobiernos patriotas.
Toda
esta situación debilitaba al Directorio, que temía a la "anarquía" y
detestaba a los "caudillos". Estos procesos autonómicos -sentían-
cuestionaban su poder concentrado en Buenos Aires y al propio Congreso
convocado por el poder central, pero además había otro problema que era el
propio Ejército del Norte. Volvamos entonces a enfocar la disputa entre Güemes
y Rondeau, pero ahora desde este ángulo.
Por un lado, hay que apreciar la lamentable situación en
que se encontraba el Ejército Auxiliar. Rondeau lo comandaba desde julio de
1814 y estaba en esa posición cuando fue nombrado director supremo, cargo que
ocupó de modo interino Álvarez Thomas. A mediados de 1816 será reemplazado por
el general Manuel Belgrano y fue durante ese tiempo, entre julio de 1814 y
marzo de 1816, que se desarrolló este grave conflicto que concluyó "con la
confirmación de la autoridad política y militar del general Güemes", como
señala María C. Fernández, que habla de ya antiguas "rivalidades y
enconos":
Desde 1810,
año en que se formó el Ejército Auxiliar del Alto Perú con la misión de
recuperar las cuatro intendencias altoperuanas anexadas al Virreinato del Perú,
las tropas provenientes de Buenos Aires rivalizaron con las comandadas por
Martín Güemes. La razón era la disciplina, organización y éxito militar (de) la
División a su mando.
¿Cómo
se había formado este cuerpo tan peculiar?, repasemos un poco la historia.
Cuando Belgrano dispuso el "Éxodo jujeño", el por entonces mayor
general Díaz Vélez tuvo la responsabilidad de organizar la retaguardia. Para
ello, creó un regimiento de granaderos de caballería conformado en su mayoría
por voluntarios jujeños y, en menor medida, de Tarija y la Puna, cuya primera
condición, obviamente, era que fueran buenos jinetes. En muchos casos, además,
portaban sus propios machetes, enseres y, algunos, también sables y armas de
fuego. Estos granaderos a caballo -formados en simultáneo con el famoso cuerpo
de San Martín, aunque el salteño no era un cuerpo de elite— fueron bautizados
como "Los Patriotas Decididos". Entran en acción el 3 de septiembre
de 1812, frenando el acoso de las fuerzas de Pío Tristán sobre las columnas
posteriores del éxodo. El primer director supremo, Gervasio Posadas, ya tomó
nota de la importancia del cuerpo. En carta a San Martín del 23 de marzo de
1814, le comentaba: "Los gauchos de Salta solos, están haciendo al enemigo
una guerra de recursos tan terrible que lo han obligado a desprender una
división con el solo objeto de extraer muías y ganado" y le pedía que, en
nombre del gobierno, felicitara a esos "bizarros patriotas
campesinos". Para los oficiales españoles, en cambio, ese grupo era una
"montonera" informe y, para subestimarlos, comenzaron a llamarlos
"gauchos”, término que en el norte no se usaba y que identificaba a la
gente del Litoral y del sur del Brasil. Los granaderos del Norte se sintieron
cómodos con el mote y lo adoptaron para sí.
La organización de la guerrilla, de a poco, fue adquiriendo
una estructura basada en partidas de unos veinte miembros con un oficial al
mando. Cada cuatro partidas se nombraba un oficial superior, responsable de
organizar los movimientos y administrar los recursos y las armas. La táctica
preferida era la emboscada y entre los blancos preferidos estaban las fuerzas
de retaguardia y las fuentes de aprovisionamiento. La "guerra de
recursos" implicaba que, cuando los enemigos se acercaban a un pueblo o a
una hacienda, los habitantes se replegaban a terreno seguro llevando consigo
los víveres, el ganado y todo elemento que pudiese serles útil. La economía
salteña quedó arruinada, pero el compromiso de la población -y los sacrificios-
fue total; de hecho, ni el Directorio ni el Ejército Auxiliar brindaron a los
Gauchos respaldo efectivo: esas carencias se suplieron con la participación
popular. Todo el mundo y todas las clases sociales tomaron parte, desde algún
lugar: las mujeres -como Macacha Güemes, hermana de Martín- hacían de espías;
los ancianos y aún los niños, de mensajeros o informantes.*
’ Como acto de justicia a nombres que la historia suele
no registrar en la dimensión que merecen es correcto dejar constancia de
aquellos comandantes que acompañaron a
Esta forma de lucha era menospreciada por los oficiales del
Ejército que, en esos movimientos de la gente común, perdían el control de las
acciones. Fernández subraya la eficacia de "los infernales" y -en
contraparte- el estado crítico del ejército regular:
El propio
general José de San Martín ponderó el accionar de los gauchos a quienes Güemes
definía como "los campeones que tengo el honor de mandar". Por el
contrario, al hacerse cargo del Ejército Auxiliar, San Martín había expresado:
"Tengo la desgracia de haber tomado el mando de un ejército derrotado
cuyos oficiales parece no han escapado de las manos del enemigo sino para
prepararle la conquista del resto de las provincias. Las armas de la Patria
[...] no podrán prosperar de aquí en adelante hasta que el ejemplo del
escarmiento contenga a unos y despierte en otros la noble pasión de la
gloria".
Al asumir Güemes la gobernación, los antiguos
"Patriotas Decididos" habían pasado a ser una división bajo el mando
de la provincia y constituían un cuerpo con amplia autonomía. El 12 de
septiembre de 1815, Güemes, en su carácter de gobernador intendente, comunicó
al director Álvarez Thomas:
No dudando del beneplácito de V. E. he organizado una división de caballería compuesta de dos escuadrones de a dos compañías, cada una de cien plazas y he dispuesto se les instruya en todo lo necesario al desempeño del servicio de infantería, para que puedan ser ocupados así a pie como a caballo, con la denominación de División Infernal de Gauchos de Línea. A la fecha se halla con la fuerza que manifiesta el Estado que adjunto a V. E. armada por ahora con fusil y bayoneta. Su disciplina es ya regular en una y otra arma.
Este
marco permite comprender las razones por las cuales Rondeau
buscó desplazar a Güemes y, también por qué, luego de la derrota sufrida en
Sipe-Sipe de finales de 1815, Rondeau -perseguido por las tropas de Pezuela-
intentó desplazar al caudillo salteño tomando la provincia sin éxito. La firma
del Pacto de Los Cerrillos adquiere así una importancia fundamental, porque,
por él, se "pacificó" el Norte y Güemes fue reconocido como el jefe
indiscutido de la región. Su primer artículo fijaba "una paz sólida, la
amistad más eterna entre el Ejército Auxiliar y la benemérita Provincia de
Salta, echándose un velo sobre el pasado en virtud de una amnistía
general".
Güemes
festejó el pacto del mejor modo: dos meses después se casó con la bella María del
Carmen Puch, hija de un español de gran fortuna y partidario de la
independencia, con quien tendría tres hijos.
En
esos días también se eligieron los representantes al Congreso, lo que
tranquilizó al Directorio, que temía que Güemes, cabeza de una fuerza militar
"propia", siguiera los pasos de Artigas imponiendo un dominio
autónomo en la región. De hecho, el diputado y coronel José Moldes se ufanaba
de contar con el respaldo decidido del caudillo y se autopromovió en Tucumán
como candidato "del Interior" a director supremo. Moldes, según
parece, se consideraba a sí mismo un hombre de genio y, para conquistar adeptos
cuando la "ola federal" cundía, no ahorraba verba frenética contra
Buenos Aires. Güemes, sin embargo, lo desconoció y -como San Martín- dio todo
su apoyo a Pueyrredón, diputado por San Luis, que a los postres resultó electo.
Luego
de su jura como nuevo director supremo, Pueyrredón viajó a Salta y se reunió
con Güemes y Rondeau de modo de asegurar una
reconciliación duradera. Más
tarde partió a Jujuy para verificar la situación del Ejército. Constató
entonces su calamitoso estado y su incapacidad de resistir a los realistas y
ordenó a Rondeau que se replegara a Tucumán y "entregara a Güemes
armamentos y municiones". Desde entonces la "frontera" sería
protegida y bien resguardada por los gauchos montoneros, y la táctica de lucha
y resistencia será la guerra de guerrillas de los avezados jinetes criollos.
A
pesar de este fervor patriótico y de los nuevos realineamientos, Salta será la
última de las "provincias" en jurar la independencia: recién lo
formalizó el 7 de diciembre de 1816, cinco meses después de la aprobación del
Congreso de Tucumán. ¿Por qué tanta demora? Muy sencillo: el caudillo se
encontraba en el Norte organizando la defensa ante una nueva e inminente
invasión realista -la tercera-, cuya vanguardia, al mando del general Pedro
Olañeta, ya ocupaba Tarija. La tardanza de Güemes en "bajar" a Salta,
sin embargo, fue aprovechada por sus enemigos políticos para alimentar todo tipo
de intrigas.
Y
es que el plan defensivo era complejo: abarcaba cerca de quinientos kilómetros
y cubría las tres líneas posibles de invasión desde el Alto Perú: por Tarija,
por la quebrada de Humahuaca y por la quebrada del Toro. En cada uno de ellos
Güemes nombró un comandante a cargo y designó a un sargento mayor para que se
responsabilizara del "servicio de arrieros". En esa segunda mitad de
1816, además, creó el Cuerpo de Gauchos, la División Infernal de Línea, el
Piquete de Artillería de Línea y los piquetes de Gauchos de Jujuy; fueron meses
de lucha muy intensa.
Cumplida
la formal jura de la independencia, que daba razón a la causa, Güemes retornó a
Jujuy: los españoles se preparaban para invadir nuevamente a Salta. Los
Infernales de Güemes resistirán una y otra vez los embates realistas,
impidiendo nada menos que siete de los once intentos de invasión al actual
territorio argentino. Con respecto al ejército regular, Belgrano suplantó a
Rondeau en el mando, aunque luego, lamentablemente, terminó involucrado en luchas
intestinas.

Güemes será el "tercer hombre" de la independencia. Luego de las tempranas campañas belgranianas, desde 1816 habrá un trípode político-militar constituido por San Martín, Güemes y Pueyrredón, que cargará sobre sus espaldas la lucha contra los ejércitos realistas. San Martín, gobernador de Cuyo, se apresta a partir hacia Chile y poner en marcha su epopeya continental; Pueyrredón, a cargo del Ejecutivo, proveerá recursos, buscará armamento por el mundo y manejará la diplomacia externa y Güemes logrará evitar que el Alto Perú se convierta en el talón de Aquiles del plan de conjunto. Artigas, por su lado, tendrá la difícil tarea asumida desde la Liga Federal de combatir a los realistas portugueses, para lo cual deberá también enfrentar al propio Directorio de Pueyrredón y a fuerzas al mando de Belgrano. A diferencia de los otros nombrados, en este nuevo período, Güemes y San Martín, que sí lo habían hecho antes de 1816, nunca más se involucrarán en rencillas internas.
Goyeneche, Pezuela, De la Serna y Olañeta.
El acoso interminable
Desde el Perú y el Alto Perú, en diez años los realistas españoles emprendieron once sucesivas invasiones sobre Jujuy y Salta. La primera de ellas, dirigida por los generales Nieto y Córdoba, se produjo en 1810; la segunda, por el general Pío Tristán en 1812. Ante la amenaza cierta, en agosto de 1812 el general Belgrano dispuso el “Éxodo jujeño” hacia Tucumán. En 1814 se realizó la tercera invasión, comandada por los generales Pezuela, Ramírez y Tacón y la cuarta, dirigida también por Pezuela, al año siguiente.
Entre 1817 -invasión de De la Serna a Jujuy y Salta- y 1821, la ciudad de San Salvador de Jujuy fue ocupada seis veces por las tropas de España: entre enero y mayo de 1817, un par de días en enero de 1818,
por apenas un rato el 26 de marzo de 1819, entre fines de mayo y fines de junio de 1820, en abril y junio-julio de 1821 -el 27 de abril de 1821 se produjo la victoria de las fuerzas jujeñas en el combate de León, que es recordado como el “Día Grande de Jujuy”- y, por último, el 6 de diciembre de 1822, el comandante Pedro Olañeta se retiró del territorio jujeño poniendo fin a la última invasión realista. Este hombre tuvo un curioso final: en julio de 1825 -mientras un Congreso de las Provincias Unidas instalaba el régimen presidencial- fue nombrado virrey del Río de la Plata; el rey no sabía que Olañeta había muerto tres meses antes.
Aunque
hubo algunos triunfos pasajeros, el resultado general fue un rotundo fracaso: a
pesar de la insistencia y de los ingentes recursos utilizados, los realistas no
pudieron vencer a la sistemática resistencia de los locales, ni posicionarse
más de tres o cuatro meses seguidos al sur de la Quebrada de Humahuaca. El
altanero José de la Serna, posterior virrey del Perú -cuando ya San Martín
estaba en Lima-, fue el hombre inclaudicable de la monarquía que pretendía -y
prometió-, en nombre del rey, batir a los norteños y llegar hasta Buenos Aires
para imponer castigo a los porteños revolucionarios. Sus reiterados fracasos
merecen contarse: son el revés de la trama de la independencia. Olañeta, de
origen plebeyo, es el otro de los jefes realistas de este período. Ellos dos
dirigieron las operaciones del ejército español desde 1816, luego de que los
patriotas habían sido vencidos en sus tres campañas libertarias.
El
Conde de los Andes, José de la Serna y Martínez de Hinojosa, reemplazó en la
comandancia de los realistas al "Conde de Huaqui" y "vizconde
del Alto Perú", José Manuel de Goyeneche, que había tenido a su cargo la
primera etapa de lucha contrarrevolucionaria. En efecto, al producirse el
movimiento revolucionario en Buenos Aires, el virrey del Perú José de Abascal
decidió, el 13 de julio de 1810, reincorporar provisoriamente el Alto Perú a su
jurisdicción y, ese mismo día, dispuso crear el "Ejército del Perú",
que puso al mando de Goyeneche. En el decreto estipuló que las medidas se sostendrían "hasta
que se restablezca en su legítimo mando el Excmo. Señor Virrey de Buenos Aires,
y demás autoridades legalmente constituidas".
El primer combate librado fue también el primer triunfo
patriota. La batalla de Suipacha del 7 de noviembre de 1810 en terrenos de
Tupiza, de la intendencia del Potosí, dejó la región en manos del ejército
patriota. Tras un breve armisticio acordado con Juan José Castelli, Goyeneche
retomó la ofensiva y el 19 de junio de 1811 obtuvo una amplia victoria en los
llanos de Huaqui (o del Desaguadero). Ese primer gran triunfo de la reacción le
permitió a Goyeneche dominar, en poco tiempo, todas las provincias del Alto
Perú y todas sus importantes ciudades, como La Paz, Potosí, Chuquisaca y
Cochabamba. Su papel fue tan destacado que, al regresar al poder el rey
Fernando Vil, accediendo a una solicitud elevada por vecinos de la región, el 1o
de agosto de 1815 le otorgó, además, el título de "Grandeza de España de
Primera Clase", en atención a los grandes servicios que me ha hecho en dicha América
durante mi cautiverio y particularmente al que contrajo en la batalla que en
los campos de Guaqui dio al ejército insurgente de Buenos Aires, del que
resultó la conservación del Virreinato del Perú, y de toda aquella parte de
América.
La
lucha tenía bastante de guerra civil, ya que una buena parte de los integrantes
del ejército realista eran americanos. El objetivo de Goyeneche para aplastar
la expansión revolucionaria era ocupar Salta, para avanzar sobre Tucumán y
Córdoba. Sin embargo, más de un año demoró su contraofensiva, porque debió
privilegiar la lucha contra los rebeldes de Cochabamba que, con una decisiva
participación del pueblo pobre y, en especial, de sus mujeres, mantuvo en vilo
la región hasta que la salvaje represión ordenada por Goyeneche le puso fin de
modo drástico: el gobernador Mariano
Antenaza y siete de los jefes rebeldes fueron ajusticiados y sus cabezas
exhibidas en la ciudad y los caminos vecinos.
Pacificada
Cochabamba, Goyeneche ordenó al general Pío Tristán avanzar hacia el
sur. El Ejército del Norte, con Belgrano, le propinó sendas derrotas en Tucumán
y Salta, obligándolo a retroceder en el primero de los combates y tomado
prisionero todo el ejército, en el segundo. Esas batallas fueron decisivas para
el futuro de la independencia de las Provincias Unidas y de América: un avance
realista hacia Buenos Aires podría haber cambiado el curso de los
acontecimientos.
Las
graves derrotas sufridas por Tristán obligaron a Goyeneche a replegarse hasta
Oruro. Mientras él responsabilizaba a Tristán, el virrey Abascal lo hacía con
Goyeneche, de modo que este se vio forzado a renunciar como general en Jefe y
fue sustituido por Joaquín de la Pezuela. Goyeneche, muy disgustado por su
traslado, regresó poco después a España.
En
abril de 1813 llegarían al Alto Perú los primeros refuerzos con soldados y
oficiales europeos. Pezuela reorganizó las fuerzas, las dotó de artillería y
avanzó. Su táctica inicial, mientras el ejército patriota avanzaba, fue
aislarlo de la posible ayuda de las guerrillas de las repu- bliquetas. Enterado
de que Belgrano esperaba refuerzos, decidió atacarlo y, el Io de
octubre, obtuvo un claro triunfo en Vilcapugio, que consolidó poco después en
las pampas de Ayohuma. Diezmado, el ejército independentista se vio obligado a
retroceder hasta Jujuy.
Pezuela
doblegó a algunas republiquetas -otras, se mantuvieron en lucha- y avanzó hacia
el sur, ingresando en Salta en mayo de 1814, pero la resistencia de los gauchos
de la región, organizados al inicio por Luis Burela y en adelante por Martín
Güemes, aisló al ejército invasor y lo dejó sin víveres. En esa situación se
produjo un gran triunfo de las republiquetas de Vallegrande y Santa Cruz, en la
batalla de La Florida, que obligó a las tropas realistas a regresar al norte.
Por otro lado, los gauchos saltojujeños habían hechos estragos con su guerrilla,
tomando cerca de mil doscientos
prisioneros. La Quebrada de Huamahuaca volvía a convertirse en un límite
natural.
Una
nueva rebelión estalló en el Cuzco, y Pezuela debió enviar la mitad de su
ejército a enfrentarla. En esos momentos el director supremo de las Provincias
Unidas dispuso lanzar la tercera expedición auxiliadora del Alto Perú, al mando
del general José Rondeau. Su avance provocó, en un principio, un mayor
repliegue de Pezuela, pero la lentitud de movimientos del Ejército del Norte
facilitó que el jefe español organizara mejor sus fuerzas, incluyendo a
aquellas que retornaban del Cuzco y de Chile luego de aplastar sendos
levantamientos. El 29 de noviembre de 1815, en Viluma (o Sipe-Sipe) derrotó a
Rondeau. Por decisión de Fernando Vil, Pezuela conquistó así el pomposo título
de marqués de Viluma. Sus triunfos determinantes iniciaron una nueva etapa en
la lucha independentista del Alto Perú: en adelante, los combates quedarán en
manos de la resistencia gaucha y de las republique- tas insurgentes y el
Ejército del Norte naufragará involucrándose en conflictos internos.
Es
entonces cuando las Provincias Unidas se reúnen en Congreso en Tucumán y la
invasión portuguesa avanza sobre la Banda Oriental, que entra en escena José de
la Serna.
En
octubre de 1816, Pezuela fue nombrado virrey del Perú en reemplazo de Abascal.
Tenía, en ese momento, dos frentes críticos: uno de ellos en Chile, por el
inminente ataque que se esperaba del Ejército de los Andes; el otro, el Alto
Perú, acosado por la guerrilla de las republiquetas. Lo de Chile culminó en
poco tiempo: tras el triunfo de Maipú, los realistas abandonaron la región; el
Alto Perú, en cambio, se convertiría en un bastión realista, al punto que será
el terreno donde se librarán las últimas grandes batallas de la independencia,
como la de Ayacucho, en diciembre de 1824
¿Quién
era De la Serna? Un realista de pura cepa. Nacido en Cádiz en 1770, se formó en
la Academia de Artillería y participó en combates contra los marroquíes, los
franceses y los ingleses. Enfrentó la invasión napoleónica de 1808; fue tomado
prisionero y trasladado a Francia, pero logró huir y sumarse nuevamente a la
resistencia: coronel del cuerpo de artilleros en 1812 tuvo a su mando un
regimiento y al terminar la Guerra de la Independencia (española) sus
merecimientos le permitieron ascender a brigadier del ejército. Por lo
tanto, cuando arriba a tierras americanas en 1815 es una gloria viviente -de
cuarenta y cinco años- que puede mostrar legajos virtuosos y una incondicional
lealtad al rey.
Pedro
Antonio de Olañeta, en cambio, era de origen humilde. De la misma edad que De
la Serna, era originario de una villa del País Vasco. Sus padres se trasladaron
a América en 1787 y se afincaron en Potosí generando negocios que los unían
comercialmente con Salta por lo cual -aunque integraba las milicias-, Olañeta
era apodado "el contrabandista". Con el tiempo se convirtió en un
importante hacendado, lo que le permitió allegarse a la sociedad jujeña y
acordar su casamiento con una muchacha de apellido Marquiegui, de la elite
local. Olañeta tenía rasgos caudillescos y, ante la Revolución de Mayo, tras
algunas dudas no tardó mucho en sumarse a la contrarrevolución. Al principio,
se alistó a las órdenes de Goyeneche, estuvo luego bajo el mando de Pezuela y
fue después un activo coronel al servicio de De la Serna.
Hacia
1816, la "frontera" estaba bajo la custodia de Güemes y sus
guerrilleros. De la Serna emprendió acciones contra las republiquetas que, con
uñas y dientes, defendían su autonomía y soberanía territorial. El 15 de
noviembre de 1816 obtuvo un sólido triunfo sobre el marqués de Yavi en La Puna,
lo que le abrió la posibilidad de "bajar" hacia el sur, que era su
desafío fundamental.
Contaba
entonces con un ejército muy bien dotado: más de siete mil soldados organizados
en catorce cuerpos de caballería e infantería, cerca de mil caballos, mil muías
para transporte y una artillería armada con veinte cañones. Los cuerpos -muy
españoles ya- lucían orgullosos sus denominaciones realistas:
Húsares del rey, Dragones de la Unión de Fernando Vil, Granaderos de las
Imperiales de Alejandro, Granaderos de la Guardia y Cazadores a Caballo, a los
que se sumaban los regimientos de Extremadura, Gerona y Cantabria, que eran los
más numerosos. La lucha contra los Gauchos de Güemes aparecía, a primera vista,
muy desigual, lo que envalentonó a los monárquicos. Algunas acciones les
hicieron pensar que la campaña sería sencilla.
A
finales de 1816, Pezuela ordenó a De la Serna avanzar sobre Tucumán -un objetivo
anhelado desde 1813-, de modo de obligar a una movilización del Ejército de los
Andes que, en Mendoza, ultimaba sus preparativos. Las cifras oficiales sitúan
la tropa en un total de 5740 soldados y fue esta, sin duda, la más importante
de las movilizaciones realistas que tuvo que enfrentar Güemes. Al partir de
Lima, De la Serna aseguró que recuperaría la lejana Buenos Aires.
La
campaña comenzó con éxito: sus tropas derrotaron a los grupos de varias
republiquetas y dieron muerte a dos de sus jefes, Padilla y Warnes. El avance
parecía incontenible: el Ejército Real del Alto Perú ocupó Tupiza, avanzó sobre
Jujuy -la capital fue ocupada por la gente de Olañeta el 6 de enero de 1817- y,
en Salta, tomó la capital, Cerrillos y Rosario de Lerma. La táctica de Güemes
resultó entonces apropiada: los gauchos ocuparon Humahuaca y cortando el
aprovisionamiento de víveres a las ciudades del sur, De la Serna se vio
obligado a retirarse: el camino de regreso no fue fácil, sus tropas sufrieron
el permanente hostigamiento de las partidas gauchas. En paralelo, Fernández
Campero (el marqués de Yavi) recuperó Yavi, aunque Olañeta se rehízo y el 15 de
noviembre de 1816 batió al jefe de la republiqueta en la batalla de Yavi.
Fernández Campero cayó prisionero con trescientos de sus hombres, lo que
debilitó el flanco oriental de la resistencia gaucha.
En
agosto de 1817, el mismo Olañeta -esta vez con mil hombres- inició un nuevo
intento de invasión, pero, tras varios combates, debió retornar a Yavi. En enero
de 1818, otra vez, avanzó hacia el sur -ahora reunió dos mil cuatrocientos
soldados- y ocupó Jujuy el día 14 de enero. Sin embargo, solo dos días después
debieron evacuarla y retornar a Yavi. La contraofensiva patriota permitió, en
octubre de ese año, un ataque sobre Tarija. Las fuerzas revolucionarias reunían
quinientos hombres de caballería y unos setecientos de infantería... más un
solo cañón. La resistencia de los realistas fue denodada y el ataque rechazado:
los gauchos sufrieron más de cien bajas.
Tantos
intentos fracasados terminaron por desmoralizar a los realistas, que optaron
por cuidar sus posiciones en el Alto Perú y poner fin a sus vanos intentos por
llegar al Plata. A principios de 1818, De la Serna renunció y se dirigió a
Cochabamba.
Al
mando de un nuevo jefe, el coronel José Canterac, se producirán otros intentos
fallidos de asaltar el sur de la Quebrada. Una nueva invasión con tres
columnas, creyó una vez más lograr su objetivo: el 26 de marzo ingresaron a San
Salvador de Jujuy. Esta vez el posicionamiento fue realmente efímero: ante el
riesgo de quedar aislados, ¡solo tres horas después debieron evacuar la
plaza!... y regresaron a Tupiza.
Las guerrillas de los Infernales de Güemes cumplieron su
misión con todo heroísmo y enormes sacrificios, que culminarán con la vida
misma del caudillo salteño. Pero las Provincias Unidas, que se habían declarado
independientes, lo eran no solo de derecho, sino también, de hecho.
Lamentablemente, al costo de que el Alto Perú, cuya historia se nutría de otras
tradiciones, se convirtiera después en otro país.
El marqués de Yavi. Un buen tránsfuga
Si hay una historia entre tantas que no puede eludirse cuando se habla de los “protagonistas de la independencia” es la del marqués de Yavi. Basta enumerar sus nombres y títulos para llamar la atención. Su nombre completo era Juan José Feliciano Fernández Campero y Pérez de Uriondo Martiarena, aunque, más modestamente, en algunos documentos figura como Juan José Feliciano Alejo Fernández Campero.
Se destaca también que, como nacido en San Francisco de Yavi, en territorios de la actual provincia de Jujuy, es de “nación tucumana”, porque, en 1777, recién creado el Virreinato del Río de la Plata, era parte de esa gobernación colonial. La historia, sin embargo, lo suele registrar como “boliviano” por sus combates entremezclados con las luchas desarrolladas en el Alto Perú.
Pero lo más curioso es que fue oficial del bando realista y decidió -con toda su alcurnia real- pasarse al bando patriota. Último dato de tantos: falleció en 1820, cuando alumbraban ya en el horizonte los decisivos triunfos americanos. ¿Su destino final y lugar de entierro?: Kingston, Jamaica. El marqués de Yavi fue todo un personaje que evidencia hasta dónde puede conmocionar a la sociedad un proceso revolucionario.
Supo lucir un muy bonito escudo de armas y
acumuló diversos títulos nobiliarios: fue el IV marqués del Valle de Toxo,
caballero de la Orden de Carlos III y según señala el general José María Paz en
sus Memorias, también "conde de Jujuy" y
"vizconde de San Mateo”, aunque, según parece, estos dos últimos honores
son cuestionables. De cualquier modo, el marqués de Yavi, así conocido
popularmente, usó todos ellos en algún momento de su vida. Del más conocido de
todos no existe duda alguna, ya que fue hijo del tercer marqués de Yavi, Juan
José Gervasio Fernández Campero y Martiarena, y de María Josefa Ignacia Pérez
de Uriondo y Martiarena, que era, además de su esposa, su sobrina. Figura como
"marqués del Valle del Tojo", porque ese marquesado cambió de
denominación desde 1708. Por herencia familiar fue él el único caso de nobleza
otorgado en territorio de lo que actualmente es la Argentina, algo que fue
bastante extendido en otras colonias españolas, como México, Perú o Nueva Granada.
Junto con el barón de Holmberg, fue uno de los dos
nobles que lucharon en las filas indepen- dentistas. El otro hombre con título
nobiliario del Plata, Santiago de Liniers, conde de Buenos Aires por su lucida
actuación en la Reconquista de 1806, murió ejecutado por su alzamiento contra
la revolución.
La
zona que abarcaba el marquesado era inmensa. Se extendía por la región norteña
de las actuales provincias argentinas de Salta y Jujuy y cubría también
importantes extensiones de las regiones de Tarija y Potosí, en la actual
Bolivia. Su vida de leyenda está llena de "zonas grises”. Se afirma, por
ejemplo, que su riqueza -heredada- era cuantiosa, de lo que no parece haber
dudas porque fue siempre más que generoso. Ahora bien, es difícil de corroborar
que varias toneladas de plata extraídas de la mina de Cochinoca hayan sido
escondidas por sus antepasados en una casi inaccesible red de túneles a la que
solo se accedía desde el subsuelo de su casa. También entra en la categoría de
fantástica la idea de que en la casa de Yavi hubiera un mapa grabado sobre un
muro en la montaña con signos, marcas y códigos de acceso al
"tesoro", solo conocidos por los iniciados. Tal vez más terrena
parece la historia que dice que esa cuantiosa suma de plata fue transportada en
las alforjas de varias decenas de muías a las que se vieron partir sin destino
conocido, y fue escondida en algún recóndito lugar de Jujuy.
Es
sabido que la aristocracia salteña, de jugosos negocios porque el valle de
Lerma era el lugar de reabastecimiento y descanso de las caravanas comerciales
y recuas de ganado en viaje de y hacia el Potosí, era muy conservadora y, en
principio, ciertamente reacia a los cambios revolucionarios. De esas mismas
familias patricias, sin embargo, emergió la gran figura de Martín Güemes, jefe
indiscutido de la "guerra gaucha". Hacia 1813, justamente, un
decisivo combate estuvo planteado en las llanuras salteñas. Fernández Campero
era gobernador de Salta y jefe de la caballería realista, pero dudaba en qué
bando alistarse (y se dice que fue una mujer, Juana Gabriela Moro, quien logró definirlo). La cuestión es
que el 20 de febrero el marqués de Yavi estaba al mando de un ala del ejército
comandado por Pío Tristán -también americano- y, en plena batalla, optó por
retirarse. En su parte de combate, Belgrano apuntó ese retroceso por las lomas
de Medeiros -el "movimiento retrógrado que hizo la caballería
enemiga"- como un momento clave que permitió el triunfo patriota. A tal
punto fue así, que Belgrano, apreciando su gesto y, además, su fina cultura, lo
designó su edecán y comandante de la Puna. El 27 de junio de 1814, el director
Posadas le extendió los despachos de coronel y el 24 de febrero de 1815, Alvear
lo ascendió a coronel mayor.
Para
entonces ya usaba, simplemente, sus nombres de pila como cualquier mortal: la
Asamblea del Año XIII había decretado la desaparición de los títulos de nobleza
y los criollos eliminaban de sus apellidos referencias nobiliarias. En
adelante, el marqués, porque la gente lo siguió reconociendo con su viejo
título y así quedó en la historia, se abocará en pleno a la guerra por la
independencia y, muy lejos de todo toque aristocrático, supo rodearse de
criollos nativos como el comandante de Gauchos Bonifacio Ruiz de los Llanos, de
capitanes indígenas, como Diego Cala, Juan Antonio Rojas, Agustín Rivera y de
hombres de armas como el capitán Juan José Quesada, subcomandante de la Sección
Volante, además de varios militares españoles que se pasaron a las filas
patriotas, entre ellos los coroneles Manuel Almonte y Fuente y José Antonio
Acebey.
Fernández
Campero, echando mano a su gran fortuna, logró montar un verdadero regimiento
de caballería de más de seiscientos jinetes, al que llamó "Ejército
peruano" y en el que aceptó la responsabilidad de ejercer la comandancia
general. Lo dotó de fábricas propias de pólvora y sables, y un estilo de
formación europeo, distante de las guerrillas acostumbradas en la región. Se
cuentan -un poco a bulto-, unos cuarenta combates definidos, catorce de los cuales
transcurrieron dentro del "marquesado". Coordinando sus esfuerzos con
su lejano pariente
Martín Güemes, participó en
múltiples choques -como Puesto del Marqués y la batalla de Colpayo- y decenas
de escaramuzas, la mayoría de ellas en la zona de la Puna. Planteado el serio
conflicto que enfrentó a Güemes con Rondeau, respaldó al salteño.
El
marqués de Yavi, junto con el sacerdote José Andrés Pacheco de Meló, resultó
electo diputado al Congreso de Tucumán por el partido de Chichas. Ante la
permanente amenaza que significaba la presencia de las fuertes tropas del
comandante español De la Serna, prefirió permanecer en su puesto de lucha. El
31 de agosto de 1816, en completo acuerdo con la declaración aprobada el 9 de
julio, hizo jurar fidelidad al Congreso de Tucumán y a la causa independentista
en un memorable encuentro realizado en Santa Rosa. En esa fecha profirió una
arenga que ha quedado en la historia como "Arenga de Santa Rosa" y
que es una pieza de gran confección y emoción vibrante: su pasado como noble de
la corona estaba sepultado y se mostró entonces como uno de los más encendidos
y entusiastas comandantes de la causa republicana.
De
regreso a pleno en su frente de guerra, el 15 de noviembre de 1816 fue apresado
en la batalla o "sorpresa" de Yavi. Mientras participaba junto a
parte de su tropa de una misa en la capilla de Yavi el coronel Guillermo
Marquiegui los atacó por sorpresa. Se intentó una desordenada huida, pero el
marqués fue tomado prisionero y entregado al general Olañeta, que ordenó su
traslado a Lima donde, dada su condición de noble alzado en armas contra el
rey, decidieron desterrarlo a España. Múltiples pedidos de canje de
prisioneros, realizados tanto por Güemes, Belgrano, San Martín y el propio
Congreso de Tucumán, resultaron infructuosos: para los realistas la afrenta del
marqués de Yavi era imperdonable, aunque las formas exigieron la realización de
un juicio.
Más
cruel aún fue el destino de los oficiales, soldados y seguidores de Fernández
Campero hechos prisioneros. Trasladados a Potosí, varios fueron ajusticiados en
forma sumaria y la mayoría -incluyendo mujeres, niños y ancianos-
obligados a trabajos forzados; muy pocos pudieron regresar a su terruño.
Finalmente,
y para que el subtítulo que elegimos no mueva a confusiones: el término
"tránsfuga", lejos de la acepción popular que lo iguala con traidor,
es un sustantivo que acepta como sinónimos, "fugitivo" y
"desertor”. En este caso, elogiable por su nobleza, el "marqués"
rompió con la obediencia debida.
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