domingo, 1 de noviembre de 2015

Cap 4 y 5 - Las dos independencias Argentinas - Ricardo de Titto

1815 - El congreso de Oriente
Artigas. Convocatoria a Congreso
Bartolomé Mitre es, junto con Vicente Fidel López, el fundador de la historiografía argentina que estableció por décadas modelos y estereotipos de los que el sistema educativo se hizo eco. Él se refería a Artigas como un arquetipo de la “democracia semibárbara”. Llamaba así a esa forma de gobernar, casi “a caballo” y al escaso apego del caudillo oriental a las formas propias de lo urbano y el espíritu liberal en boga. Este menosprecio hacia lo agrario y el franco desprecio hacia el indómito jefe oriental dejó huellas conceptuales: no es casual, por lo tanto, que hasta el Congreso en el que reúne a sus fuerzas carezca de un nombre determinado. Es tanto el Congreso de Arroyo de la China, como el “de Oriente”, aunque también se lo conoce como “Congreso de Paysandú” por su primera locación establecida. Lo mismo sucede con el encuentro realizado en 1813, que es conocido como Congreso de Tres Cruces y, también, como Congreso de Abril.
Arroyo de la China, la actual Concepción del Uruguay, era por entonces la capital de Entre Ríos y estaba en un punto equidistante para las delegaciones más alejadas, como las Misiones, Córdoba o Maldonado, en la Punta del Este. Convocados por su Protector, entre mayo y junio los diputados designados se encaminaron hacia allí.


Creo oportuno -escribió Artigas- reunir en Arroyo de la China un congreso compuesto de diputados de los pueblos, y para facilitar su modo de elección, tengo el honor de acompañar a V. S., el adjunto reglamento [...] se proceda en ese departamento a la reunión de Asambleas electorales, encargando muy particularmente que los ciudadanos en quienes la mayoridad de votos haga recaer la elección, sean inmediatamente provistos de sus credenciales y poderes, y se pongan con toda prontitud en camino al indicado punto de Arroyo de la China.
Veamos cómo fue, provincia por provincia y con toda formalidad, la convocatoria al Congreso y los mecanismos empleados -o sugeridos- para designar los diputados. Entre otras, se conserva la nota que envió al gobernador de Misiones, Andresito Artigas, donde solicita "que cada pueblo mande su diputado indio al Arroyo de la China. Usted dejará a los pueblos en plena libertad para elegirlos a su satisfacción pero cuidando que sean hombres de bien, y con alguna capacidad para resolver lo conveniente".
Este primer llamado, fechado en marzo, coincidía con el anuncio de la llegada de unos comisionados del todavía director Alvear, los coroneles Elias Galván y Guillermo Brown, y es posible que haya quedado sin efecto. Sin embargo, el 29 de abril, misma fecha que datan otras convocatorias, como la que envía a Montevideo, Artigas escribe al Cabildo de la Villa de Concepción, en las Misiones, convocando a elección de diputados para el congreso que consideraba "oportuno reunir en Arroyo de la China [...] punto medio relativamente a los demás pueblos que deben concurrir".
Estas misivas, que eran acompañadas por un reglamento electoral, recorrieron las tierras misioneras: el 31 de mayo llegó a Concepción y los demás pueblos recibieron la orden-invitación en los cuatro primeros días de junio. Así, la elección abarcó a Santa María la Mayor, San


Javier, Santos Mártires, San José, San Carlos y Apóstoles. No fue de la partida La Candelaria, todavía ocupada por los paraguayos y que serían expulsados por Andresito el 14 de septiembre.
Las asambleas electorales se realizaron con total normalidad. Artigas se impuso "de la exactitud" con que se han "convocado los pueblos y la libertad con que ellos han correspondido a nuestros votos". El 15 de junio le insiste a Andresito sobre la urgencia de enviar los diputados: "su aproximación debe ser pronto". El 21 le anuncia su próximo paso a Arroyo de la China y el fracaso de las reuniones con Pico-Rivarola: "paso mañana [...] a celebrar el Congreso y resolver lo mejor. Avisaré a usted los resultados en caso de no haber llegado los diputados de esos pueblos, que deberán hacerlo". Es un hecho que los delegados -Andrés Yacabú entre ellos, el único nombre confirmado-, finalmente arribaron y muy posible que participaran de algunas deliberaciones, como lo atestigua la nota de Artigas a Andresito del 16 de agosto: "He recibido a los diputados con todo el afecto que ellos merecen. Los he obsequiado conforme al estado de pobreza que nos rodea. Sin embargo, ellos dirán a usted cuánto he hecho por agradarlos".
Informa Setembrino E. Pereda que los diputados misioneros "concurrieron después de clausuradas las sesiones y de haber partido para la ex capital del Virreinato los delegados", pero la conjetura de Ramón Cierri, es precisa: "Solamente si admitimos que el Congreso volvió a reunirse al retornar sus enviados ante el director, resultará posible suponer que los diputados de las Misiones participaron en el Congreso, siquiera en su reunión postrera".
Respecto de la provincia de Corrientes se estima que el mismo 29 de abril Artigas reportó la realización del Congreso al Cabildo de Corrientes para que enviara dos diputados por la ciudad y "uno por cada cual de los pueblos de la campaña" para "marchar al congreso que debe formarse de todo el Entre-Ríos en el Arroyo de la China". El Cabildo acusó recibo de la convocatoria el 18 de mayo y procedió a ordenar las elecciones del caso, en circular remitida el 23 del mismo mes. Firmada por Artigas, la comunicación que envió al gobernador correntino José de Silva, según el resumen realizado por Cierri, invitaba a "tratar la organización política de los Pueblos Libres, el comercio interprovincial y con el extranjero, el papel de las comunidades indígenas en la economía de la confederación, la política agraria y la posibilidad de extender la confederación al resto del ex virreinato".
Hernán F. Gómez, historiador correntino, indica que las elecciones se realizaron sucesivamente, el 30 de mayo, y el 4 y 7 de junio en las diversas localidades y que los elegidos resultaron Juan Francisco Cabral y Ángel Mariano Vedoya por la ciudad capital; el mismo Artigas por San Roque; Serapio Rodríguez por Riachuelo; Juan B. Fernández por Itatí. Con respecto a Esquina, inicialmente se designó a Bartolomé Lezcano, pero su nominación fue observada por el Cabildo porque era vecino de la capital de la provincia. El vecindario de Esquina replicó que consideraba que no había en la circunscripción nadie capacitado para semejante tarea, por lo que terminó por designar a otro correntino, Sebastián Almirón. Además de estos diputados, que seguramente participaron activamente de las sesiones, hubo un grupo de correnti- nos destacados que acompañaron las sesiones del Congreso, entre ellos el doctor José Simón García de Cossio y don Francisco de Paula Araujo (que en otras menciones aparece como Araújo y Araucho).
Respecto de la actual provincia de Entre Ríos, no se conservan datos precisos de delegados concurrentes al congreso. Por la influencia política de Artigas es de suponer que los hubo, al menos, de Paraná (o "La Bajada"), Gualeguay, Gualeguaychú, y, desde ya, de la actual Concepción del Uruguay; Justo Hereñu se acreditó en representación de la Villa de Nogoyá. La Autobiografía del médico de Maldonado Francisco Martínez indica su presencia, pero los jefes políticos de la provincia (de Entre Ríos en el sentido estricto, no el "continente" que incluye también a Corrientes y la actual Misiones), Hereñu, Correa,
Samaniego y Berdún no han dejado archivos personales conocidos y en el territorio no había actas de cabildos que dejaran testimonio al respecto.
Seguimos nuestra huella en la Banda Oriental, donde los documentos nos permiten realizar algunas precisiones y formular también hipótesis de cierta solidez. Comencemos por recordar que, en un principio, los orientales iban a realizar su propio congreso en Mercedes, reunión que terminó desestimada. En consecuencia, al Congreso concurrirán, destaca textualmente Artigas, "todos los diputados [que] se habían reunido, tanto de la Banda Oriental...", lo que indica que la representación oriental se compuso, de modo automático, al menos por los congregados en el Congreso de Mercedes que, por lo general, acompañaban a Artigasen su derrotero y sus movimientos. Esta interpretación excluye a los delegados de Montevideo que, justamente por sus conflictos con Artigas, habían provocado la suspensión de la reunión convocada en Mercedes. Martínez cuenta:
Honrado en este empleo, pasé a Montevideo a solicitar del Gobierno el competente permiso para pasar a Paysandú a desempeñar mi comisión, y tan luego como me fue concedido partí para dicho punto en busca del General. Inmediatamente después de mi llegada me embarqué con él, en dirección al Arroyo de la China, lugar indicado para la reunión, y a nuestro arribo, encontramos reunidos un crecido número de Diputados por Córdoba, Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos y las Misiones.
En el testimonio subraya que los representantes de Montevideo no estuvieron presentes y arriesga algunas ideas al respecto:
De sus diputados: Larrañaga, que acababa de regresar de la misión a Paysandú, casi sin tiempo material para marchar nuevamente,


no lo creemos capaz de volver a soportar frío, hambre, pulgas y amenaza de perros cimarrones y sentirse tal "que no había músculo ni hueso en mi cuerpo que no me doliese", en una reiteración del viaje al Litoral; Lucas Obes, nombrado diputado durante el breve predominio de la facción que se escudaba en Otorgués y que él mismo encabezaba, no lo suponemos con muchos deseos de enfrentarse con Artigas.
Larrañaga y Reyna llegaron a Paysandú el 12 de junio. La población era por demás modesta, poco más que un caserío y embarcadero. Sin embargo, y dada la posición de Montevideo, Artigas, liderando a su estilo, había tomado una decisión: "Tiene el honor de ser interinamente la Capital de los orientales, por hallarse en ella su Jefe y toda la plana mayor, con los Diputados de los demás pueblos".
Mientras tanto, los "argentinos" -permítasenos llamarlos así a modo de identificarlos- arribaban a la población situada justo enfrente, del otro lado del río, Concepción del Uruguay, cruzando -hoy- el puente "General Artigas".
Respecto de la importancia que Artigas otorgaba al "sufragio universal”, es de destacar el reglamento electoral al Cabildo de Montevideo, "dado en el Cuartel General a 29 de abril de 1815 por José Artigas", para que organice las elecciones.
Dejamos para el final de este variopinto proceso de organización que combinó asambleas populares y elecciones indirectas, justamente, a las dos provincias que, estratégicamente, aparecían como los "platos fuertes" del Congreso: Santa Fe y Córdoba. La primera, porque había guerreado recientemente para conquistar su autonomía, y la provincia mediterránea, porque su presencia podría haber significado un giro drástico en los acontecimientos si hubiera definido su postura por alejarse del Directorio. Sin la presencia de Córdoba, ubicada en el corazón de todos los caminos, es muy posible que el Congreso de Tucumán


hubiera fracasado y el Directorio se hubiese disuelto (aunque eso no es sino una mera hipótesis de juego contrafactual).
La citación para que la ciudad de Santa Fe eligiera dos diputados está fechada el 21 de mayo. De modo un poco apresurado se designaron los representantes, ambos "naturales y vecinos" de la ciudad: Pedro Aldao y Pascual Diez de Andino. "La escasez del erario" obligó a reducir la delegación a un solo miembro y el sorteo favoreció al segundo de ellos. El 14 de junio el Cabildo y el gobernador Candioti otorgaron el poder "al Ciudadano Doctor Pasqual Diez de Andino, electo Diputado, para el Congreso de Oriente",
para que en concurso de los Diputados de los demás Pueblos, que allí concurran promueva, proponga, discuta, y sancione todos los puntos concernientes afijar de una vez el sistema proclamado en esta América de su libertad e independencia y, la de cada uno de los Pueblos unidos, y en particular la de este, haciendo que se reconozca por Provincia independiente, con todo el territorio que comprende su jurisdicción en el Continente Occidental del Río de la Plata, para que establezca, y reconozca la autoridad suprema, que ha de regir a todos con los límites, y extensión, que convengan a un perfecto gobierno federado, y a la conservación de los derechos de los Pueblos, y en suma para que en todo cuanto se trate, y promueva en dicho Congreso, relativo al bien general de todos los Pueblos unidos, y al particular de este, proceda con arreglo a las instrucciones, que se le han dado, y acordado en acta de este día.
Las instrucciones recibidas por Andino ameritan una mención especial: constan de diez artículos en los que se explícita el mandato del diputado, que reafirma la ¡dea de "libertad" -autodeterminación- de los pueblos, respeto a las soberanías provinciales y búsqueda de


conformar un gobierno central -reconociendo al Directorio- pero denunciando que hasta el momento, "se han usurpado, seducido y defraudado los derechos de los Pueblos" e indicando que se delegaba en Artigas la posibilidad de aceptar un director "de su agrado". Es des- tacable que el articulado reafirma expresamente las ideas planteadas en las famosas "instrucciones a los diputados orientales del año XIII", con leves diferencias de forma, e incluyendo un artículo más que en la versión original. Uno de estos artículos merece transcribirse aquí:
El Poder Ejecutivo de las Provincias Unidas se compondrá de un solo individuo, ejerciendo este su oficio por el término de un año, debiendo ser elegido por los Pueblos [o sea, con el voto de las provincias], y sorteado de entre los que nombren, a fin de que turne por todos los individuos de las Provincias Unidas el tal empleo, y no se haga hereditario a los de una sola, que exija la preferencia, pues todos deberán ser iguales
El tenor de este articulado reitera la voluntad de Santa Fe de poner límites a la hegemonía porteña, subraya la necesidad de que "los pueblos" participen en todas las decisiones y que los impuestos aduaneros se repartan en pie de igualdad entre las provincias. Asimismo, limita las atribuciones del representante impidiéndole ejercer como "diputado de la nación". El régimen representativo en el que los diputados pasan a ser "de la nación" y no están obligados a votar de acuerdo con un mandato previo era, en esos años, un tema todavía en discusión.
El proceso en Córdoba no fue tan precipitado. En efecto, ya el 16 de abril de 1815 la Asamblea Provincial de Córdoba declaraba la independencia "bajo los auspicios y protección del General de los Orientales". En carta a Artigas, Díaz aceptaba su protección.
El 27 de mayo se dirigió al Cabildo para que instrumentara la elección del diputado. El Cabildo, sin embargo, tenía fuertes influencias directoriales y era opuesto a sumarse al bloque artiguista y, menos aún, apoyaba la ¡dea de incorporarse a un congreso de corte federal. El gobernador no se arredró y dispuso que cada cuartel en los que se dividía la ciudad, nominara sus electores. Con la presidencia de Díaz, y "a pluralidad de votos", se nombró al abogado José Antonio Cabrera y Cabrera como diputado "para tratar y acordar con los de Buenos Aires y Banda Oriental, sobre los puntos de nuestras presentes diferencias". El 2 de junio Cabrera recibió su poder que lo obligaba a obrar en un todo de acuerdo con las instrucciones recibidas y lo autorizaba
para que se apersone, cerca del Señor General de los Orientales don José Artigas [ y] de acuerdo con dicho señor general, trance, dirima y corte toda y cualquiera diferencia que hayan embarazado, embaracen, o puedan embarazar el reconocimiento espontáneo del nuevo gobierno instalado en el pueblo de Buenos Aires, procurando remover de la más pronta reunión del Congreso General, sobre las bases más sólidas y análogas a los intereses de la causa común y particulares de esta Provincia, así en su actual independencia, como para la excesiva forma que pueda adoptarse hasta la resolución del citado Congreso.
Como se ha puesto en duda si Cabrera fue delegado al Congreso o solo "ante Artigas", es bueno recordar que al otorgarse al nominado un nuevo poder que lo habilitaba a pasar a Buenos Aires, una escritura pública del 10 de julio hecha a nombre del gobernador cordobés nombra a: "don José Antonio Cabrera, que mandó este pueblo cerca del primero, a las sesiones del Congreso Oriental". "Para sus expensas", recibió trescientos pesos y como se le aclaró que debía realizar "su viaje a la mayor brevedad posible" se puede estimar que entre el 17 y el 20 de junio haya pasado por Santa Fe en su camino rumbo "a Paysandú", como rememoró el testimonio de un familiar.
Cuadro de texto: T

Durante todo este proceso de selección y elección de diputados que recorre toda la geografía de la Liga, desde las cuchillas orientales hasta las serranías cordobesas, y desde las rojizas tierras de las Misiones hasta el mismo delta del Paraná, Álvarez Thomas envía sus negociadores -Pico y Rivarola- a Paysandú. La táctica parece ser dilatar las cosas y espiar. El mismo Cabildo de Montevideo, alejado del Protector y alineado con el Directorio, envía al cura Dámaso Larrañaga a intervenir en las negociaciones. Artigas recibe a todos, pero no se queda quieto ni a la espera: se mueve entre Mercedes y Paysandú para asegurar la representación popular de todas las provincias al futuro Congreso.
A mediados de junio, los representantes de Buenos Aires y Montevideo se retiran, y el 28, Artigas se embarca, alcanza la orilla occidental y se aboca a los trabajos del Congreso de Arroyo de la China que iniciará sus sesiones al día siguiente.
Cabrera. Córdoba, a mitad de camino
El nuevo curso que toman los acontecimientos, con Álvarez Thomas en el Directorio, parecía poner fin a la guerra entre el Litoral y Buenos Aires. Mientras Artigas moviliza su Congreso, en Córdoba se insinúan con claridad dos posiciones: el gobernador Díaz, receloso, adhiere a la causa artiguista, aunque mantiene una actitud diplomática hacia el nuevo director; mientras la Junta y el Cabildo depositan sus expectativas en la unidad con Buenos Aires. ¿Córdoba en las Provincias Unidas o en la Liga Federal? Hacer equilibrio entre ambos es sumamente difícil; la lucha de facciones se exacerba. El 27 de abril, Díaz convoca a Cabildo Abierto: destituye a los miembros de la Junta de Representantes -los acusa de “no haber cumplido con sus deberes” y de “falta de energía” para defender la independencia- y los sustituye por cinco consejeros nombrados por él mismo: Norberto del Signo, José Antonio Cabrera.
Miguel Calixto del Corro, Juan Antonio Saráchaga y Jerónimo Salguero. Además, resuelve quedarse “en su natural ejercicio la municipalidad”, despojando al Cabildo de toda atribución política. Como correspondía con la “protección” aceptada, de inmediato comunica la medida a Artigas.
Las invitaciones para participar del Congreso de Arroyo de la China ya circulaban. El 27 de mayo Díaz ofició al alcalde de primer voto diciándole que "habiendo incitado a este gobierno el Señor General de los Orientales al envío de un diputado" disponía se citara el ayuntamiento y el Consejo Popular para el mismo día. Díaz aceptaba sumarse al Congreso, pero dejaba abierta la puerta a un entendimiento con Buenos Aires, cosa que, al menos en los papeles, también rubricaba el propio Artigas.
El Cabildo, "autonomista" pero no "artiguista", se negó a participar en la elección de diputados, entonces, el 29 de mayo, Díaz se reunió con los ocho electores designados por los cuarteles, y José Antonio Cabrera resultó designado como representante cordobés al Congreso de Oriente. Cabrera era un hombre de prosapia y trayectoria: poco después de la derrota del intento contrarrevolucionario de Liniers, en 1810, había sido electo como alcalde de primer voto del Cabildo cordobés y presidente de la Junta Provincial y, cuando ascendió Díaz al poder, fue miembro de la primera legislatura provincial. Su designación ante Artigas no fue casual: ya el año anterior había sido enviado al Litoral por el gobernador Ocampo, oportunidad en que Cabrera había cosechado la confianza del Protector.
Álvarez Thomas, consciente de las disputas cordobesas y de las ambigüedades de Díaz, intentó terciar y evitar la participación de la provincia en el Congreso de Oriente. El 26 de junio envió a Córdoba al teniente coronel José Ambrosio Carranza para que informara de la frustrada misión de Pico y Rivarola ante Artigas.
La recopilación realizada en La Diplomacia en la Patria Vieja permite corroborar que el día 30 el diputado Cabrera se reporta desde Arroyo de la China:
Tengo el honor de dar parte a V. S. del primer paso de mi comisión. Reunidos en el Congreso los diputados de esta Banda Oriental y demás pueblos de la Liga y Confederación que están bajo la protección del Jefe de este Ejército, don José Artigas, para tratar de los medios de una unión libre, igual y equitativa, con el gobierno de Buenos Aires y fundar sobre esta base, una paz sólida y verdadera; abierta ayer la primera sesión, en que fuimos instruidos por el señor General del éxito desgraciado que había tenido la negociación entablada con los diputados de dicho gobierno [Pico y Rivarola], se ha tenido por conveniente en dicho Congreso, reproducir las mismas reclamaciones hechas anteriormente por dicho señor General, autorizándolas con una diputación, en que hemos sido electos.
La gobernación de Córdoba aceptó la comisión de Cabrera y el 10 de julio le extendió nuevos poderes, ya que
[...] instruido del Jefe de los Orientales en comunicación de dieciocho de junio próximo pasado, por el Gobierno de Buenos Aires en la de veintiséis del mismo junio, no haber tenido efecto la misión de diputado doctor don José Antonio Cabrera, que mandó este pueblo cerca del primero a las sesiones del Congreso Oriental y haber este elegido al mismo con nueva investidura para pasar a la capital de Buenos Aires a entrar en negociaciones directamente propias de los pueblos orientales; desde luego le confería de nuevo y ampliado si necesario fuere, el poder que se le tenía conferido.
Carranza debió regresar a Buenos Aires sin una respuesta definitiva porque la propia misión despertó sospechas, aunque el Cabildo se encargó de precisar "el ningún mérito de este Cabildo para con el señor General de los Orientales" y "no tener relaciones actuales este ayuntamiento con el señor General de los Orientales”.
Vistas las infructuosas gestiones de todos los emisarios y el desconocimiento de hecho que sufrieron los delegados del Congreso de Oriente en Buenos Aires, el 16 de julio Díaz ofició a ambos gobiernos -el oriental y el porteño- "exhortándolos a someter sus diferencias al Congreso General que se iba a realizar y ofreciendo su mediación para evitar el rompimiento". Dos días después Cabrera acusó recibo de la autorización y las nuevas instrucciones del gobernador Díaz, comisionándolo a tratar directamente con Buenos Aires, con prescindencia del resto de las provincias de la Liga Federal. Su respuesta es elocuente: "Que no resultando ajuste alguno de la negociación entablada por la Banda y Pueblos Confederados entre con este gobierno a abrir una nueva negociación".
Díaz dispone procesar a todos los miembros del Cabildo y confinarlos a destierro en diversos puntos, aunque el gobernador tomaba cada vez más distancias de su "Protector": Córdoba no estaba ni con Artigas ni con Buenos Aires. Tal vez, Díaz ambicionaba ser quien definiera el futuro no ya de su provincia, sino de toda la reorganización en marcha -Congreso pasado en Entre Ríos, futuro Congreso en Tucumán-, Cabrera, por su lado, será el único "argentino" en tener el honor de escuchar a Artigas en el Congreso de Oriente y, un año después, alzar su mano ante Laprida apoyando la declaración de la Independencia en Tucumán.
De los coqueteos del ambivalente Díaz quedó una espada de honor, labrada en la fábrica de armas de Caroya y consagrada al "campeón oriental" durante la época del primer entusiasmo con la autonomía provincial, entre el otoño y la primavera de 1815. Las inscripciones que


la adornan, en su vaina y en su hoja patentizan aquel momento clave de la historia:
Córdoba en los primeros ensayos a su protector el inmortal General don José Artigas. Año de 1815. [vaina]
Córdoba independiente a su Protector [anverso de la hoja]
General don José Artigas. Año de 1815 [reverso de la hoja]
La espada jamás llegó a manos de Artigas, pero se recuperó años después y tras muchas peripecias se remitió en 1876 al Museo Nacional del Uruguay.
Articas. Hora de decisiones
Las actas del Congreso de Oriente, si es que alguna vez las hubo, se han extraviado, pero el testimonio oral de algunos de los participantes permite reconstruir el tenor de las deliberaciones. Debe subrayarse, al respecto, que para los asistentes el valor de la palabra estaba fuera de discusión.
Ya en la convocatoria habían quedado claros los objetivos básicos enunciados por Artigas: se debía tratar, como bien resume Cierri, “la organización política de los Pueblos Libres, el comercio interprovincial y con el extranjero, el papel de las comunidades indígenas en la economía de la confederación, la política agraria y la posibilidad de extender la confederación al resto del ex virreinato”. Con ese temario, los diputados fueron electos y tomaron rumbo a la Villa.
Se dice que en la sesión inaugural del 29 de junio se juró la Independencia. Como era su costumbre, José Artigas, dirigió a los presentes una oración inaugural; era, al fin, el tercer Congreso que presidía. Se presentaron entonces las ideas rectoras y -es probable- se adoptó


también a libro cerrado y como voluntad unánime, una manifestación sobre la independencia, expresa solo en el mandato santafecino; otras referencias a la independencia ponían su acento en los respectivos gobiernos provinciales, lo que da pie a interpretaciones ambiguas.
Los congregados fueron, al cabo de su desarrollo, Pascual Diez de Andino, proveniente de Santa Fe (Pedro Aldao quedó de modo nominal); Juan Francisco Cabral, Ángel Vedoya, Serapio Rodríguez, Juan B. Fernández y Sebastián Almirón de diversas localidades de Corrientes; Andrés Yacabú por las Misiones -es un hecho que, durante agosto al menos, hubo otros representantes aunque no se ha logrado establecer información precisa-; José Isasa, los doctores José Antonio Cabrera de Cabrera y José Roque Savid (o Savia) y el presbítero doctor Miguel del Corro enviados por Córdoba; Francisco de Paula Araujo, por Corrientes; el doctor José García de Cossio en representación del "continente de Entre-Ríos"; Justo Hereñu elegido por la villa de Nogoyá, Entre Ríos y Francisco Martínez, Pedro Bauzá, Miguel Barreiro y seguramente algunos más de quienes no hay registro porque convivían con Artigas en su campamento, por la Banda Oriental. Flubo acreditados, en total, entre dieciséis y veinte congresales, aunque, tal vez, hayan sido raras las reuniones en plenario, sobre todo porque cuatro de ellos fueron de inmediato comisionados a Buenos Aires.
Además de este episodio, inobjetable pues la comisión se integró y cumplió su tarea, cada vez más se da por cierto un texto que circula como "textual". Nos permitimos advertir que es apócrifo y que, si bien se puede decir que recoge el espíritu de la reunión hay en él algunas referencias que ponen en duda su legitimidad. Dice así:


Miércoles 29 de junio de 1815
Arroyo de la China, provincia de Entre Ríos
Nos los representantes de las provincias de Misiones, la Banda Oriental, Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba, reunidos bajo la voluntad del Todopoderoso, ligados entre sí por fuertes compromisos de unión y justicia, lealtad y patriotismo, juramos la independencia absoluta y relativa de estas provincias que componen la Liga de los Pueblos Libres, no solo de España sino de todo poder extranjero o interno, enarbolando su estandarte tricolor.
Dado en Arroyo de la China, firmada por nuestra mano, sellada con el sello del Congreso y refrendada por nuestros secretarios.
José Simón García de Cossio, correntino;
José Antonio Cabrera de Cabrera, cordobés;
Pascual Diez de Andino, santafecino;
Miguel Barreiro, oriental;
José Gervasio de Artigas, capitán general.
Ausentes; Andrés Yacabú, Misiones; Francisco de Paula Araujo, Corrientes; Francisco Martínez, entrerriano.
Pero es preciso, a la vez, subrayar que desde abril de 1813 todos los funcionarios artiguistas de la provincia oriental se ponían en funciones con un mismo juramento:
¿Juráis que esta Provincia por derecho debe ser un estado libre, soberano e independiente y que debe ser reprobada toda adec- ción, sujección y obediencia al rey, reina, príncipe, princesa, emperador y Gobierno Español y a todo otro poder extranjero cualquiera que sea y que ningún príncipe extranjero, persona,


prelado, Estado potentado tienen ni deberán tener Jurisdicción alguna superioridad preeminencia autoridad no otro poder en cualquiera materia Sibil Eclesiástica dentro de esta Provincia excepto la autoridad que eso puede ser conferida por el Congreso General de las Provincias Unidas?
Debemos entonces refrendar dos cosas: es muy posible que la "Declaración" no sea exacta, pero es a la vez muy probable que el 29 de junio, en la sesión inaugural del Congreso, haya habido, en efecto, una expresión sobre la necesidad de declarar la independencia de España y "de todo poder extranjero e interno", como dicen los dos textos referidos. Era, renovado, el mismo espíritu de las Instrucciones a los diputados del Año XIII
Además de manifestaciones expresas en ese sentido, que a nuestro juicio están completamente fuera de duda, las cartas y los comentarios parciales de los asistentes permiten acercar la idea de las principales resoluciones adoptadas en los cuarenta y cinco días de sesiones -con interrupciones- o reuniones parciales.
En primer lugar, la de la bandera que los identificaría, la azul-celeste y blanca a franjas horizontales con un listón rojo punzó en diagonal, recuperando la ideada por Belgrano, pero "cruzándolas" con el distintivo federal. En segundo término, adoptar una forma confederada de gobierno respetando las autonomías provinciales; en tercer lugar, privilegiar las formas deliberativas de tipo democrático-republicanas como las asambleas distritales o los Cabildos Abiertos, para asegurar la participación "del pueblo"; en cuarto término, incorporar a los aborígenes guaraníes como los legítimos representantes de la región de las antiguas Misiones, a las que se les reconocía un gobierno propio y autoridades locales guaraníes.
Dos temas clave eran los de la tenencia de la tierra y los del comercio y régimen de aduanas. Con sendos reglamentos, ambos serán


resueltos por el Protector poco después de concluido el encuentro. Entre el reglamento aduanero y el referido a la cuestión agraria es de notar que hay un detalle de redacción muy importante. Mientras el primero se ordena para "las provincias confederadas de la Banda Oriental del Paraná", el segundo -realizado "para seguridad de los hacendados”- limita su territorio de aplicación a la Provincia Oriental -o sea la Banda Oriental del Uruguay- excluyendo a los demás territorios integrantes de la Liga.
A fin de entablar negociaciones con el Directorio, asegurar la paz -lo que implicaba que el Directorio reconociera la independencia de las provincias de la Liga y a su Protector- y avanzar en un camino republicano, se comisionó a Barreiro, Cabrera, García de Cossio y Diez de Andino. Como comentamos luego, la delegación permaneció prácticamente "demorada" y su misión fue virtualmente ignorada.
Entre las anécdotas que recogen los sucesos y los testimonios fragmentarios de los asistentes al Congreso debe destacarse la decisión tomada por Artigas en su campamento madre de Purificación de liberar al diputado Cossio, que, igual que Araujo, era acusado de espía. "Debe procederse con igual rigor contra los delincuentes como contra los delatores sin justificación", sentenció Artigas en la oportunidad. Según refiere Francisco Martínez, el caudillo oriental precisó: "Tan malo es condenar al ¡nocente, como absolver al culpable" ordenando "se le guarde en lo sucesivo toda consideración". Repuesto a la consideración, Cossio y Araujo manifestaron "su adhesión firme por la libertad y felicidad de estos países" y "con este motivo el Congreso depositó una parte de su confianza en el doctor Cossio". Artigas tenía razón: el co- rrentino será en adelante un leal vocero del federalismo.*
El correntino doctor José Simón Cossio fue miembro de la Audiencia de Buenos Aires durante los últimos años de la colonia e integrante de la Junta Grande. En 1814 fue


Los papeles sueltos que dan cuenta de la actuación de los enviados muestran que el santafecino Diez de Andino recibió su pasaporte, firmado por el Protector y destinado a los "Maestros de Postas" para asegurar su regreso a Santa Fe, el 13 de agosto, lo que permite suponer que al regresar de la fracasada misión -en esa fecha o muy posiblemente el día anterior-, las deliberaciones culminaron. Esta idea parece reafirmarse por una carta de Artigas al gobernador de Corrientes, del 12 de agosto, en la que recomienda y elogia a los sospechados Cossio y Araujo: "son dignos de mi estimación [...] su nueva comportación ha garantido sus mejores sentimientos en obsequio de la causa de los pueblos", de lo que puede colegirse que ya ese día el Congreso había dejado de funcionar. Como ya consignamos, el día 16, por fin, el Protector también envía sus saludos y felicitaciones a Andresito y da pasaportes a los delegados misioneros.
Cerremos el capítulo con una nota de color. Ya hemos comentado que la menguada representación santafecina obedeció a escasez de numerario. El 15 de junio se le había entregado "al diputado que va al Oriente la suma de doscientos pesos como dietas correspondientes a su misión". A su regreso, el 21 de agosto, Pascual Diez de Andino brindó recibo por 114 pesos, importe de su asignación. En sus comisiones nadie gastaba más de lo imprescindible.
presidente del primer congreso provincial. Partidario de Genaro Perugorría, enfrentado con Artigas, fue arrestado cuando el caudillo murió fusilado. Cossio fue coautor de las cuatro primeras constituciones de su provincia natal. Falleció en 1840 apoyando al gobierno provincial de Pedro Ferré.
Diez de Andino y Viamonte. Apuntes de un golpe de Estado
Diez de Andino es un apellido con arraigo en Santa Fe. Ricos estancieros, hombres de vida plácida en tiempos de la colonia, la familia fue sacudida por los eventos revolucionarios. La señorial casona donde vivían -en la antigua calle Comercio- está entre las más antiguas de las que se conservan. El maestre de campo Bartolomé Diez de Andino la compró en 1742 y estaba ubicada frente a la Plaza Mayor de la ciudad. Ya para entonces era antigua: sus primeros núcleos de edificación datan de 1662. La familia vivió en ella hasta las primeras décadas del siglo xx.
Desde 1940 funciona allí el Museo Histórico de Santa Fe “Brigadier Estanislao López”. Sus muros de tierra apisonada, pisos de ladrillones asentados en mezcla y puertas y ventanas de madera paraguaya con batientes de dos pulgadas y tableros sobrepuestos, las amplias galerías y los vistosos techos de teja, y los documentos y cuadros que allí se conservan y exhiben sugieren una visita obligada para los curiosos por la historia y la arquitectura colonial.
En este episodio vamos a hablar de dos de los integrantes de la familia: don Manuel Ignacio y su hijo Pascual.
El primero de ellos, un pacífico vecino de buen pasar e influyente en el medio local, tuvo a bien ser un "apuntador" de momentos vividos en la localidad entre 1815 y 1822. Su Diario -que tiene notas y observaciones salteadas y, a veces, de confusa redacción- dejó un testimonio único de los aconteceres de la época. Hilvanando apuntes a veces desordenados y salteada continuidad cronológica, conforma un texto curioso "y hasta agobiante -señala Alicia Talsky- en la repetición de los pormenores meteorológicos y policiales". Diez de Andino padre fue una figura muy reconocida en su época, cabildante en 1777 -con la fundación del Virreinato-, 1791 y 1804, optó luego por una vida
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privada mesurada. Pidió su retiro en funciones públicas "alegando achaques que le impedían ponerse la peluca y permanecer mucho tiempo sentado".
Su hijo Pascual, nacido en 1784, se convertirá en figura central de la formación del federalismo en la región. Se licenció en la Universidad de Córdoba en 1807 y, hacia 1812, se doctoró en Derecho en Santiago de Chile. De regreso en su provincia, administró los bienes familiares hasta que los procesos de autonomía provincial lo catapultaron a los primeros planos políticos, por su expreso apoyo a los gobernadores Francisco Candioti y Mariano Vera. Dio un paso decisivo al ser electo delegado al Congreso de Oriente, que lo convirtió en militante de la causa federal.
Arribado al Congreso recibió de inmediato una tarea: representó a Santa Fe integrando la comisión negociadora con el Directorio, tarea que recayó en personas con títulos y renombre evitando "gente de la montonera" que resultara susceptible para los porteños.
Los comisionados llegaron a Buenos Aires a bordo del Neptuno el 11 de julio, y el 13 presentaron una nota al director supremo, quien tenía precisos datos de la inminente invasión portuguesa a la Banda Oriental, información que ellos desconocían. Álvarez Thomas se negó a recibirlos: ordenó que permanecieran encerrados en una fragata hasta mediados de agosto, incomunicados, y casi en condición de prisioneros.
Como Álvarez Thomas sospechaba que las propuestas emanadas del Congreso de Oriente le resultarían inaceptables, se limitó a enviarles un emisario que repitió la propuesta separatista de la Banda Oriental. Los delegados respondieron con una idea contundente ya expresada en la carta de Artigas del 16 de junio: "La Banda Oriental entra en el rol para formar el Estado denominado Provincias Unidas del Río de la Plata".
Álvarez Thomas ha "flirteado" con Artigas, pero no acepta reducir la jurisdicción de Buenos Aires. Consciente de que la Liga Federal será pronto atacada por los portugueses, ordena que un poderoso ejército al mando del general Juan José Viamonte invada Santa Fe, destituya
sus autoridades e imponga un gobierno "títere". El confinamiento de los comisionados les impidió circular por Buenos Aires, enterarse de los aprestos de guerra y prevenir a los artiguistas, reunidos todavía en Arroyo de la China.
Entretanto, la política de seducción de Álvarez Thomas no podía engañar a los federales, aunque, como asienta Diez de Andino en su diario, se enviaban tropas con el argumento de "defender a la ciudad de los indios", en referencia a las montoneras. Fracasada la "misión Díaz Vélez", como era de uso se aplicaba la técnica del "mismo perro con distinto collar": Buenos Aires cambiaba al comandante, pero perseveraba en la política de hostigamiento y control.
Viamonte tomó el poder en Santa Fe el 25 de agosto de 1815. Su entrada en la ciudad fue imparable: estaba al mando de numerosa infantería respaldada por artillería, tres buques de guerra y un falucho. La ciudad, sin posibilidades de resistir, se entregó.
Tan solo dos días después de la entrada de Viamonte en Santa Fe, muere Candioti, apenas cuatro meses después de haber asumido como gobernador. Al día siguiente, Juan Francisco Tarragona fue elegido en su lugar y Santa Fe volvía a alinearse con "la Capital". El padre del diputado escribe en su Diario:
Hoy 1o de septiembre entró a este puerto un barco llamado Belén, con víveres y carnes saladas. Dicho día se hizo el nombramiento de Teniente gobernador, después de tres días de disputas. La Soberanía, que revivió -habiendo cesado por el general Artigas quien la creó, por contiendas con el Cabildo- crearon por el pueblo ocho diputados, para el nombramiento con el Cabildo, y yendo a la elección, atropelló con armas de fuego [...] echando de la Sala Capitular al Cabildo y Diputados. A la siesta se juntó la Soberanía: dispusieron convidar a los vecinos criollos principales, y comerciantes porteños.
Al otro día 2 se reunieron en la Merced (y los prelados) y en la votación aventajó el número por don Juan Francisco Tarragona y menos los de don Pedro Tomás de Larrechea, gobernador interino y alcalde de 1er. voto (por muerte de don Francisco Antonio Candíotí, el 27 de agosto de 1815, teniente gobernador en propiedad, electo por el pueblo en la Aduana). Se repicó en todas las iglesias, formó parte de las tropas en la plaza [el] domingo 3 de septiembre, y se enarboló la bandera de la patria y se hizo salva de cañón y se echó plata.
En un manuscrito anexo, Andino agrega detalles que precisan su versión: "Juntaron al pueblo, y no siendo la elección por el que se interesaba la Soberanía, anularon los votos, y el 2 del corriente convocaron a los que eran de su parcialidad, desatendiendo a los vecinos beneméritos, llamando hasta tenderos y pulperos”.
En un contexto de crisis, quienes sostenían los principios autonómicos y habían elevado a Candioti a la gobernación designaron como gobernador a Larrechea. Viamonte, por su lado, impuso un gobierno mediante una asamblea en la que se convocó "a los que eran de su parcialidad", e impuso la candidatura de Tarragona, que asumió con el sustento del despliegue militar. Asimismo, la Junta Representativa cambió sus integrantes (votados en este caso con la participación del pueblo llano y la plebe) y, nótese el detalle que subraya Andino, se festejó, "enarbolando la bandera de Buenos Aires”, o sea, sin la franja roja que distinguía al artiguismo. Andino dice que la Junta "revivió", lo que hace pensar que Viamonte, moviéndose entre las disputas internas de poder entre el Cabildo y los seguidores de Artigas, la reorganizó.
De modo que las luchas internas eran intensas y, la elite tradicional de la región -o, al menos, una parte de ella- ofrecía aún resistencias al artiguismo. El Cabildo hacía su propio juego:
[Quienes componen la Junta son] ciertos vecinos del pueblo sin representación alguna y que se atribuyen facultades que jamás han tenido, figurándose con la investidura de representantes del pueblo, carácter sagrado que nunca han revestido.
Producidos estos cambios y con una institucionalidad ahora favorable al Directorio, los días posteriores se hacen aprestos militares. Con el pretexto de "embarazar la entrada de los indios", el director supremo dispuso militarizar la provincia: envió destacamentos en el camino a Córdoba aunque "a los ocho días" de rastrear desde Coronda, "regresaron [por]que no habían hallado rastros"; se distrajeron fuerzas hacia Añapiré para "atajar indios", se desplegaron buques armados para vigilar la costa de Entre Ríos, se reforzó a Rondeau y el Ejército del Perú con cuatrocientos soldados y, a principios de noviembre, movilizó más tropas al mando de Viamonte en búsqueda de "una barca cañonera que se había pasado a la otra banda del Paraná". Desplegada esta multiforme movilización, Diez de Andino, sin embargo, no registra choques: la montonera era fantasmal.
La batalla contra la Liga de los Pueblos Libres tenía sus eslabones estratégicos en Santa Fe y Córdoba, y Álvarez Thomas decidió jugar todas sus piezas para poner fin a sus procesos autonómicos. El Diario de Andino describe ese importante despliegue. Sin embargo, los esfuerzos de los directoriales fueron vanos. A pesar del triunfo del golpe de Estado de Viamonte con el que se puso fin a la efímera primera independencia de Santa Fe, el retorno de la provincia a la órbita porteña será pasajero: a principios del año siguiente un nuevo caudillo, Estanislao López, emergerá al ruedo político liderando el alzamiento de la guarnición de Añapiré y, en marzo de 1816, una nueva revolución federal escindirá nuevamente a Santa Fe de Buenos Aires. Esta vez, la separación será definitiva.


Artigas. Los reglamentos de un gobierno
Comenzando septiembre los pueblos federados tenían en claro que no habría arreglo con el Directorio y aunque tácticamente mantuvieran relaciones -la guerra siempre implica diplomacia-, Artigas se concentró en gobernar su territorio. Algunas de estas disposiciones pueden leerse como muy radicales para la época: no han faltado quienes hablan de una “primera reforma agraria americana”. En efecto, frente a la propiedad terrateniente dominante en algunas regiones, el reglamento dispuesto por Artigas resulta revolucionario, aunque sus disposiciones se ajustan también a las necesidades de defender los bienes de los hacendados. Respecto del decreto sobre Comercio y Aduanas, es temerario: se anima a violar el principio sostenido por la burguesía porteña sobre su derecho al manejo del comercio exterior de las Provincias Unidas y el control político de su pretendido hinterland: hasta muy entrado el siglo xix, cuando casi no había “blancos” más allá del río Salado de Buenos Aires, la provincia extendía sus dominios sobre toda la Pampa y la Patagonia habitada, en realidad, solo por pueblos aborígenes. Antes, extendía también su jurisdicción sobre el Litoral y la Banda Oriental. Todo ese inmenso territorio era “de” Buenos Aires...
Los dos reglamentos, que buen trabajo habrán dado a asesores y secretarios vista su esmerada redacción, están fechados días continuos, el 9 y 10 de septiembre. Esquemáticamente, el "Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de la campaña y seguridad de sus hacendados" dispone que las autoridades serán los alcaldes de provincia, que pueden distribuir tierras y actuar como jueces, tres subtenientes de provincia, jueces pedáneos que “se dedicarán a fomentar con brazos útiles la población de la campaña" y que se nombrará una policía de campaña, para atrapar malhechores, vagabundos y desertores. Enfatizando lo social, el Reglamento destaca que "los más infelices serán los más privilegiados", y enumera a "los negros libres, los zambos de esta clase, los indios, y los criollos pobres", teniendo en cuenta, en especial a las viudas pobres, a los hombres casados y a los americanos antes que a cualquier europeo.
Para otorgar una suerte de estancia el Reglamento determina que en dos meses los beneficiarios debían construir un rancho y dos corrales a riesgo de perder la parcela. Las tierras repartibles son aquellas de "malos europeos", "peores americanos" y las cedidas por el Cabildo desde la Revolución de Mayo. La estancia tendrá que tener, en lo posible, límites, naturales y su proporción será legua y media de frente y dos de fondo. Los colonos deben marcar el ganado; la tierra no podrá ser enajenada, ni venderse. Se prohíbe expresamente el envío de ganado al Brasil y la matanza del hembraje hasta el restablecimiento de la campaña.
Fechado el día previo, el relativo a las aduanas -o sea el reglamento del tráfico comercial-se tituló "Reglamento Provisional que observarán los recaudadores de derechos que deberán establecerse en los puertos de las provincias confederadas de esta Banda Oriental del Paraná, hasta el formal arreglo de su comercio" y estipulaba que:
Derechos de introducción: Primeramente los buques menores pagarán dos pesos de ancleo en los puertos y cuatro los mayores.
Un veinticinco por ciento en todo efecto de ultramar [...] a excepción de los siguientes: los caldos y aceites, el treinta por ciento. La loza y los vidrios, el quince por ciento. El papel y el tabaco negro, el quince por ciento. Las ropas hechas y calzados, el cuarenta por ciento. Los demás efectos de ultramar, el veinticinco por ciento indicado. Derechos de introducción en los frutos de América: Pagarán solamente un cuatro por ciento de alcabala: los caldos, pasas y nueces de San Juan y Mendoza. Los lienzos de Tocuyo y el algodón de Valle y Rioja. La yerba y tabaco del Paraguay. Los ponchos, jergas y aperos de caballo. Los trigos y harinas. [...]
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Libre de derechos en su introducción: El azogue, las máquinas, los instrumentos de ciencia y arte, los libros e imprenta, las maderas y tablazones, la pólvora, azufre, salitre y medicina, las armas blancas y de chispa y todo armamento de guerra. La plata y el oro sellados o en chafalonías labradas, en pasta o en barra.
Derechos de extracción: Todos los frutos de estos países pagarán en su salida un cuatro por ciento de derecho a excepción de: el cuero de macho, un real por cada cuero de ramo de guerra, un cuatro por ciento de alcabala, y dos por ciento de subvención. Los de hembra, los mismos derechos. El cuero de yegua un medio real de ramo de guerra, cuatro por ciento de alcabala y dos por ciento de subvención. El sebo, las crines, los cueros, chapas y puntas de los mismos, el ocho por ciento. Las suelas, becerros y badanas, las peleterías de carnero, nutria, venado, guanaco y demás del país, el ocho por ciento. La plata labrada en piña o chafalonía, el doce por ciento. La plata sellada, el seis por ciento de salida. El oro sellado, el diez por ciento. El jabón, las cenizas, el carbón, la leña y demás productos de estos países, el cuatro por ciento de alcabala en su salida. Libres de derechos en su salida: Las harinas de maíz y las galletas fabricadas con el mismo. Son igualmente libres de todo derecho los efectos exportados para la campaña y pueblos del interior. En ellos pagarán solamente treinta pesos anualmente, por ramo de alcabala, cada una de las pulperías o tiendas existentes en ellas.
Días antes, el 7 de septiembre, Artigas había también acordado un convenio comercial con los ingleses, el "Convenio de Purificación”, firmado con el comerciante John Parish Robertson. La sanción de este acuerdo tenía una historia, ya que el retiro de las fuerzas de Buenos Aires de las plazas de Montevideo y Colonia no solo había tenido consecuencias políticas, sino también económicas. El 20 de febrero de 1815 el comodoro de las fuerzas navales británicas en el Plata, capitán de
navio Jocelyn Percy, se dirigió al Jefe de los Orientales expresándole su preocupación y, "a pedido de algunos comerciantes ingleses residentes en Colonia", lo intimaba a que se estableciera la seguridad de sus personas, de sus propiedades y que "sus transacciones comerciales no fueran perturbadas allí, ni en ningún otro punto del territorio donde desarrollaran sus actividades". Artigas no tardó en dar al comodoro británico seguridades de la conservación y garantía de las personas y bienes de los súbditos de Su Majestad Británica, "para la progresión del Comercio de esta provincia".
Leech, Powell y Aguiar. Los corsarios tricolores
La decisión de abrir los puertos de la Liga Federal al comercio y fijar sus impuestos aduaneros privilegiando a los “frutos de América” facilitó la formación de un mercado regional y creó la necesidad de conformar una marina de guerra. De este modo, el Convenio de Purificación fue, de hecho, también el mojón de partida para una marina mercante -después, del Uruguay- que operó en mares y océanos y que, combatiendo a los enemigos allí donde estuvieran, significó también el establecimiento de la guerra de corso. Tanto es así que hacia junio de 1816 -anticipándose a la invasión portuguesa de agosto- ya se habían fletado desde Purificación las dos primeras naves corsarias, los faluchos Sabeyro y Valiente, con patente expedida por el propio Artigas, como se constata con el oficio del Protector al Cabildo de Montevideo, fechado el 17 de junio: “Marcharon a penetrar los Saltos del Uruguay los dos corsarios bien pertrechados para auxiliar en el río nuestros movimientos por tierra. Conviene autorizar el corso, expidiéndose la correspondiente patente para hostilizar por ese medio a los portugueses por mar. La medida puesta en práctica empieza a dar buenos resultados”.


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En octubre estaba operando el buque Banda Oriental con base en Colonia del Sacramento, desde donde su comandante militar, Juan Antonio Lavalleja, también expedía patentes corsarias de acuerdo con el Reglamento General elaborado en Purificación. El 22 de noviembre, en Montevideo, su gobernador, Miguel Barreiro, emitió también patente al buque República Oriental. De hecho, el expedir estos "permisos" colocaba a la Provincia Oriental en el status de un nuevo Estado nacional y legitimaba la bandera tricolor como una identidad diferenciada de la de las Provincias Unidas.
El trámite para lograr la habilitación para actuar al servicio de la "Provincia Oriental" debía ajustarse a los dieciocho artículos establecidos por la "Ordenanza General del Corso", bajo el encabezado: "Artículos de Instrucción que observará el Señor Comandante del Corsario nombrado, según el Estatuto Provisional de Decretos y Ordenanzas de esta Provincia Oriental". Estas disposiciones que pactaban las partes -el gobierno y el privado- se corroboran documentalmente con la papelería existente de la goleta República Oriental, nave que era propiedad del capitán don Ricardo Leech -que había revistado como oficial en la escuadra de Guillermo Brown- y don Benito Powell, quienes ajustaron en la Escribanía de Marina el compromiso correspondiente. Como garante o fiador se inscribió el mismo Powell, al parecer en forma simultánea y ante el mismo escribano Bartolomé Bianchi.
Otras medidas que dan testimonio de la resolución de Artigas de gobernar la región, tanto sus tierras como sus aguas jurisdiccionales, son las comunicaciones enviadas al Cabildo el 1° de julio y el 8 de agosto de 1815, donde informaba del decomiso de naves de propiedad del enemigo y su disposición futura, como quedó asentado en dos cartas sucesivas:
Parten al mando del Comandante don Juan Domingo Aguiar dos buques decomisados por propiedades europeas y cargados con efectos de las mismas. [...]


Con esta fecha paso orden al Comandante de mar don Juan Domingo Aguiar para que deposite en manos de V. S. los cargamentos o productos de los dos buques que condujo a este Puerto, con el fin que indiqué a V. S. [...] Los dos buques igualmente son propiedades de esta Provincia por ser propiedades de europeos.
V. S. disponga de ellos como pareciere más conveniente. Al menos uno podría venderse: si halla que el otro pueda ser útil para servicio del mismo estado puede dejarlo, o de lo contrario vender los dos.
En el mismo tenor se encuentra el decreto por el cual -previendo una posible conspiración dados los antecedentes de la ciudad- Artigas dispuso que los españoles residentes en Montevideo fueran remitidos a Purificación. Artigas gobierna desde su "capital", un campamento con ubicación bien calculada, que la tradición bautizó como "El Hervidero" y que dio origen a la Villa de Purificación, treinta kilómetros al sur de la actual ciudad de Salto, a orillas del río Uruguay.
Dos días después de acordado el Convenio de Purificación, fue dictado el Reglamento Provisional que deberían observar los recaudadores de derechos y el 16 de septiembre el Cabildo de Montevideo expidió un bando relativo a las fábricas, al comercio de los frutos del país y a las personas autorizadas a realizarlo. Tras el incidente con Robertson y la posterior autorización para su libre navegación, otros traficantes ingleses de Buenos Aires trataron de incentivar el comercio del cuero por las costas del Litoral, lo que provocó un intento de bloqueo del Paraná por los buques de guerra de Buenos Aires. Además, el expansionismo portugués favorecía el tráfico inglés de armamento hacia Paysandú y Purificación: incluso después de la ocupación de Montevideo por los lusobrasileños, los puertos de Maldonado, Colonia, Carmelo, Arroyo de la China, Paysandú y Purificación continuaron libremente su comercio, lo que fue de suma utilidad para la resistencia federal.
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Nuevas disposiciones del gobierno de Artigas de octubre y noviembre hablan de la amplitud de su poder: el 12 de octubre envía un comunicado al Cabildo de Montevideo sobre la acción de la marina mercante fluvial y el 25 de noviembre, por un oficio fechado en su cuartel general, se expide sobre el tema de los párrocos porteños designados para oficiar en territorio oriental.
En este período llama la atención su énfasis en la necesidad de defender la justicia. Dice con letra expresa que "el pobre no está excluido de ella" y en otro párrafo, después de censurar la conducta de un alcalde por negarse a escuchar los descargos de un criollo y de sus testigos, con energía recalca: "borremos esa manía o bárbara costumbre de respetar la grandeza" para recordar que los "jefes deben dar el ejemplo de dignidad en cada uno de sus actos para ejemplo de los desposeídos".
Desde junio de 1815 Artigas gobierna a pleno la "Liga de los Pueblos Libres": reparte tierras, defiende a los aborígenes y los incluye como ciudadanos plenos -recibe diputados abipones como miembros del legislativo comunal correntino-, establece control de aduanas, regula el accionar de la jerarquía religiosa, organiza su marina y el corso, y firma acuerdos con la principal potencia mundial. La fuerza del Congreso de Oriente se hizo sentir y la ola federal empezó a extenderse hacia el Interior y a la misma ciudad de Buenos Aires.
Percy y Robertson. El campamento de Purificación
Tal era Artigas en la época que lo visité, y en cuanto a la manera de vivir del poderoso Protector y modo de expedir sus órdenes, en seguida veréis. Provisto de cartas del capitán Percy, que requería en términos comedidos la devolución de mis bienes retenidos por los satélites del caudillo de la Bajada [Paraná], o su equivalente en dinero, me hice a la vela
atravesando el Río de la Plata y remontando el bello Uruguay, hasta llegar al Cuartel general del Protector en el mencionado pueblo de la Purificación.
Y allí, ¿qué creen que vi? ¡Pues, al Excelentísimo Protector de la mitad del Nuevo Mundo sentado en un cráneo de novillo, junto al fogón encendido en el piso del rancho, comiendo carne de un asador y bebiendo ginebra en guampa! Lo rodeaba una docena de oficiales mal vestidos, en posturas semejantes, y ocupados lo mismo que su jefe. Todos estaban fumando y charlando. El Protector dictaba a dos secretarios que ocupaban junto a una mesa de pino las dos únicas desvencijadas sillas con asiento de paja que había en la choza. Era una reproducción acabada de la cárcel de la Bajada, exceptuando que los actores no estaban encadenados, ni exactamente sin chaquetas.
El litigio entre Artigas y Robertson culminó en septiembre de 1815, con un acuerdo sobre el trato comercial entre los Pueblos libres y el Imperio británico. De ese encuentro Robertson dejó un testimonio que presenta con esmero al caudillo oriental y nos permite acercarnos a él desde la visión de un comerciante inglés familiarizado en el trato con las más variadas personalidades, pero a quien "Su Excelencia el Protector" le "parecía un hombre incapaz de atropellamiento".
Heme ahora cabalgando a su derecha por el campamento. Como extraño y extranjero me dio precedencia sobre todos los oficiales que componían su séquito en número más o menos de veinte. No se suponga, sin embargo, cuando digo "su séquito", que había ninguna afectación de superioridad por su parte o señales de subordinación diferencial en quienes lo seguían. Reían, estallaban en recíprocas bromas, gritaban y se mezclaban con un sentimiento de perfecta familiaridad. Todos se llamaban por su nombre de pila sin el Capitán o Don, excepto que todos, al dirigirse a Artigas,

lo hacían con la evidentemente cariñosa y a la vez familiar expresión de "mi general".
Tenía alrededor de mil quinientos seguidores andrajosos en su campamento que actuaban en la doble capacidad de infantes y jinetes. Eran indios principalmente sacados de los decaídos establecimientos jesuíticos, admirables jinetes y endurecidos en toda clase de privaciones y fatigas. Las lomas y fértiles llanuras de la Banda Oriental y Entre Ríos suministraban abundante pasto para sus caballos, y numerosos ganados para alimentarse. Poco más necesitaban. Chaquetilla y un poncho ceñido en la cintura a modo de kilt escocés, mientras otro colgaba de sus hombros, completaban con el gorro de fajina y un par de botas de potro, grandes espuelas, sable, trabuco y cuchillo, el atavío artigueño. Su campamento lo formaban filas de toldos de cuero y ranchos de barro; y estos, con una media docena de casuchas de mejor aspecto, constituían lo que se llamaba Villa de la Purificación.
La precisa pintura del campamento y sus pobladores se acompañó de un agudo análisis político:
De qué manera Artigas, sin haber pasado a la Banda Occidental del Paraná, obtuvo jurisdicción sobre casi todo el territorio situado entre aquel río y la vertiente oriental de los Andes, requiere una explicación. Muy poco tiempo después de estallar la Revolución, los habitantes de Buenos Aires se mostraron inclinados a enseñorearse de las ciudades y provincias del Interior. Todos los gobernadores y la mayor parte de los funcionarios superiores eran nativos de aquel lugar; las ciudades eran guarnecidas con tropas de allí; el aire de superioridad y a menudo arrogante de los porteños, disgustaba a muchos de los principales habitantes del interior, y los hacía ver en sus altaneros compatriotas solamente como otros
tantos delegados sustitutos de las antiguas autoridades españolas. Por consiguiente, tan pronto como las armas de Buenos Aires sufrieron reveses en el Perú, Paraguay y Banda Oriental, las ciudades del interior se negaron a obedecer, nombraron gobernadores de su elección, y para fortificar sus manos pidieron la ayuda de Artigas, el más poderoso y popular de los jefes alzados. Así quedaron habilitados para hacer causa común contra Buenos Aires.
Cada pequeña ciudad conquistó su propia independencia, pero a expensas de todo orden y ley.
Vera y López. Pacto en Santo Tomé
Estanislao López y Juan Manuel de Rosas serán, en la primera mitad del siglo xix, los gobernadores provinciales de mayor gravitación en la llamada “Confederación Argentina”. Ambos construyeron un poder en sus provincias que fue incuestionable durante casi un cuarto de siglo. Rosas gobernó Buenos Aires desde 1829 hasta 1832 y entre 1835 y 1852, un total de veinte años. Era un hombre poderoso desde años antes a su primer gobierno.
Otro tanto sucede con el santafecino López. “El Patriarca de la Federación” ascendió a la gobernación en reemplazo de Mariano Vera el 23 de julio de 1818 y se mantendrá en el importante sillón de Santa Fe hasta su muerte, el 15 de junio de 1838. También él -ganadero y latifundista- llegó al máximo cargo provincial apoyado en un prestigio creciente como “caudillo” de las masas de su región. Ese ascenso nos remonta, nuevamente, a finales de junio de 1815, los días de reunión del Congreso de Oriente, cuando el gobernador Candioti, enfermo, es reemplazado, de modo interino, por Pedro de Larrechea. Por entonces López, que estaba por cumplir treinta años, era teniente y jefe del primer escuadrón de blandengues en Añapiré.


Mariano Vera, miembro de una de las familias de comerciantes más poderosas del Litoral y hombre de buena formación cultural, se convirtió entonces en una de las voces más representativas del federalismo incipiente: quería evitar que la muerte de Candioti dejara un vacío favorable al Directorio. Vera -el político- y López -el militar- serán los principales protagonistas del próximo episodio decisivo transcurrido en tierras santafecinas.
juan Tarragona era, como se dice comúnmente, un gobernador "títere": impuesto por Viamonte en septiembre se sostuvo en el poder "sobre la boca de los fusiles" del Directorio, que intentaba controlar todo movimiento considerado "peligroso" y trataba de sellar en Santa Fe la onda expansiva del artiguismo. Los seguidores de Candioti fueron perseguidos y aquellos regidores y cabildantes que habían acompañado el paso por la autonomía fueron destituidos de sus cargos.
El proceso de independencia, sin embargo, ya estaba en marcha, y la fuerza que provenía de las provincias vecinas era casi imposible de neutralizar: los reclamos políticos, comerciales y aduaneros del Protector constituían un programa que se ajustaba como anillo al dedo a los reclamos del pueblo santafecino defendiendo, no solo los deseos políticos y sociales de libertad, sino, de modo concreto, también los intereses de sus comerciantes, labradores, artesanos y estancieros. El gobierno de Tarragona-Viamonte no podía durar mucho a menos que lograra aplastar militarmente a la oposición.
Pero los autonomistas optaron por "no dar un paso atrás" y, en febrero de 1816, Vera se puso al frente de la revolución que enfrentó a Tarragona. El 2 de marzo se produjo el histórico "Pronunciamiento de Añapiré":
Acordaron los señores -dice el Acta Capitular- se asentase para perpetua constancia que de resultas de haberse levantado la primera compañía de Blandengues con su teniente Estanislao López y su alférez Pedro José Bassaga, el 2 del corriente, y unida con las milicias del Rincón, declarándose contra las tropas del Ejército de Observación que permanece en esta ciudad, se descubrió que don Mariano Vera, don Cosme Maciel y don Mariano Espeleta habían sido los principales agentes de esta revolución.
Con el apoyo de un contingente enviado por Artigas y sus propias fuerzas sublevadas, Vera sitió la ciudad. Triunfó en una serie de escaramuzas y combates reducidos -como el ataque al destacamento ubicado en la chacra de Andino y los varios cruces ida y vuelta del río que desconcertaron al enemigo- y, gracias al decidido apoyo de López y de comandantes de la ciudad que se proclamaron a favor de los revolucionarios, penetraron en Santa Fe "sin ser sentidos”.
La lucha se entabló con el pertinaz Viamonte y el cruce de balas fue tan intenso que, al decir de Diez de Andino, aquello "parecía el día del Juicio". Metralla, granadas y balas cruzaron hasta que el jefe del Ejército de ocupación, encerrado en la Aduana como en un Fuerte, se rindió.
Vera fue ungido gobernador y ascendido a coronel del ejército. López, por su lado, fue ungido capitán y jefe de la frontera norte de Santa Fe. La revolución dejó muchos muertos por ambos bandos; los desterrados por Tarragona y Viamonte regresaron a Santa Fe y casi todos los miembros de la Junta Representativa marcharon hacia Paraná. El 3 de abril de 1816, según apuntó Diez de Andino, "se enarboló la bandera del coronel don José Artigas, se repicó y hubo salva de cañón y de fusiles".
El gobierno de Vera estuvo permanentemente acosado por los intentos del Directorio de retrotraer la situación a épocas pretéritas. El Congreso instalado en Tucumán desde finales de marzo, siguió día a día los sucesos de Santa Fe: los diputados reunidos estaban especialmente preocupados por la ausencia de representantes de las provincias



del Litoral y tenían aún expectativas en sumarlos, aunque fuera por el peso de la fuerza. Pero en la sesión extraordinaria del 13 de abril de 1816 el correo llegado de Córdoba informó de los últimos sucesos sobre la ocupación "que las partidas del jefe de los orientales habían hecho de la ciudad de Santa Fe, con interceptación de los caminos de la correspondencia de Buenos Aires", lo que causó una conmoción y, en buena medida, paralizó los trabajos durante casi todo el mes.
Sorprendidos por tamaña novedad y sopesando que una guerra civil sangrienta estaba a las puertas de poner fin al propio Congreso, los diputados, antes de enviar otra fuerza militar, optaron por nombrar a un congresal como mediador. Para ello, nada mejor que un cordobés de simpatías con la causa federal: la misión recayó en el canónigo Miguel Calixto del Corro, quien, el 24 de abril, anunció a la Asamblea su disposición a partir y pidió que se le asignara un escribiente. Otorgadas las respectivas credenciales, Corro partió hacia la agitada Santa Fe.
A pesar de las enormes dificultades que rodeaban su gestión. Vera logró bastante equilibrio y, aunque gobernó con guerras casi permanentes, se mantuvo en el poder, con el apoyo de López en el Interior y el respaldo del "Protector", hasta el 23 de julio de 1818, cuando lo sucedió su anterior lugarteniente Estanislao López.
Las invasiones ordenadas sobre Santa Fe generaron una verdadera comedia de enredos entre los jefes del Ejército del Norte, motivada por los sucesivos fracasos provocados por la obstinada resistencia de la gente de Candioti, primero y de Larrechea, Vera y López, después, y el respaldo auxiliar de los "indios" y "entrerrianos" de Artigas. En efecto, no bien asumió, Vera, había mandado a Viamonte a prisión; muy poco después tuvo que enfrentar el ataque de un ejército al mando del general Belgrano ordenado por el director supremo que, desde "El Rosario", mandó al coronel Eustoquio Díaz Vélez a ocupar la capital provincial. El ataque, esta vez, se hizo por agua y era el tercero que sufría la provincia desde principios de 1815. Estanislao López convenció a Vera de


evacuar la capital y los porteños quedaron sitiados en una Santa Fe vacía y las fuerzas directoriales debieron evacuarla.
De modo inesperado, Díaz Vélez se apresuró a firmar un tratado de paz con Vera y, más sorpresivamente aún, arrestó al creador de la bandera y para abrirse "cancha" lo fletó a Buenos Aires. El acuerdo de Santo Tomé se firmó el 9 de abril de 1816 con el comandante de las fuerzas de mar de Santa Fe, Cosme Maciel, enviado al lugar por el jefe de las fuerzas orientales en Santa Fe, el coronel José Francisco Rodríguez, y su consecuencia fue que la Junta de Observación designada en la capital, el 16 de abril, depuso al director interino Álvarez Thomas y designó de modo interino a Antonio González Balcarce, desplazó a Belgrano pasando la jefatura del ejército a Díaz Vélez y ratificó los términos del acuerdo planteando una "paz definitiva" que debía ser ratificada por ambos gobiernos y avalada por Artigas. Para explicar su proceder, Díaz Vélez redacta un extenso manifiesto dirigido al "invicto pueblo de Buenos Aires":
Santa Fe ha sufrido todos los desastres y calamidades que son consiguientes a estos sucesos (debido a su mal gobierno y la situación de dependencia a que se la ha querido someter). ¿Es este el sistema de libertad civil, de igualdad y de seguridad individual que han proclamado nuestras Gazetas y que hemos sellado con nuestra sangre en toda la América? Sí, paisanos, no os dejéis engañar con palabras doradas en derecho. Los santafecinas no quieren más que la independencia de su país.
Entretanto, el 12 de abril el comisionado artiguista coronel José Francisco Rodríguez designa gobernador a Mariano Vera, pero Artigas, disconforme con el acuerdo, le asegura a Vera que tendrá "funestas consecuencias". Como Protector, dice, no puede "autorizarlo" y se niega a firmar los términos de una "paz definitiva": el gobernador de


Santa Fe no la rubrica y Santa Fe desestima el envío de diputados a Tucumán. Artigas actúa como un verdadero líder federal: "Por consecuencia mando retirar todas las tropas de esta Banda, dejando a ustedes en el libre ejercicio de sus derechos para deliberar lo conveniente".
A pesar de sus dichos, pocas semanas más tarde Díaz Vélez vuelve a invadir Santa Fe y, el 28 de mayo, se labra un nuevo tratado entre los representantes de Buenos Aires y de Santa Fe -Juan Francisco Seguí, Cosme Maciel y Pedro Tomás de Larrechea- que establece:
Io) Se reconocerá por Buenos Aires libre e independiente la provincia de Santa Fe hasta el resultado de la Constitución que debe dar el Soberano Congreso.
2o) [...] que la defensa de la libertad porque pelea la América es la primera obligación que se impone Santa Fe.
3o [Santa Fe] mandará inmediatamente su diputado al soberano Congreso Nacional.
El artículo 13° establecía que, dado que el acuerdo se había realizado sin la participación de Artigas "como auxiliante" de Santa Fe como consecuencia de "las apuradas circunstancias políticas", los diputados de Buenos Aires "pasarán inmediatamente a ajustar iguales tratados con dicho jefe, una vez concluido este": el garante "por ambas partes" sería el "diputado del soberano Congreso Miguel del Corro".
Pero el Tratado tenía, como era usual, una parte secreta. Allí se decía que los prisioneros que Santa Fe se comprometía a devolver a Buenos Aires recibirían sus pasaportes de inmediato, pero que Santa Fe no tendría responsabilidad sobre otros "si el general don José Artigas los resistiere a sus reclamaciones".
Los negociadores porteños habían logrado por escrito un triunfo táctico: que Vera se distanciara de Artigas.


Si los tratados de abril y mayo se hubieran cumplido, la guerra civil, posiblemente, se habría sofocado: Buenos Aires reconocía la independencia de Santa Fe, que, a su vez, se integraba al Congreso de Tucumán, y los ejércitos respectivos se habrían sumado para solventar las campañas emancipadoras. Nada de eso sucedió: el 8 de junio el director Pueyrredón -sin rechazar el acuerdo de modo expreso- hizo saber que era conveniente trasladarlo al Congreso. La maniobra resultó clara para todos porque la ratificación del convenio era, justamente, atribución del director. Dilatar la cuestión solo podía interpretarse de un modo: Buenos Aires no quería celebrar una paz duradera con ninguna de las provincias rebeldes; solo intentaba "sembrar cizaña" entre ellas, y debilitar a Artigas presionando con el eventual uso de la fuerza.
Los tratados quedaron nulos y los diputados porteños desistieron de pasar por el campamento de Artigas para dirigirse directamente a la capital. Pidieron sus pasaportes "por no poder lograr la confianza que ganaron y que perdieron por la falta de ratificación". La situación volvía a fojas cero , como un ano antes, aunque con nuevos actores.
El rechazo al ejército de Vélez favoreció un nuevo ascenso de Estanislao López, que graduado teniente coronel, se convirtió en comandante de armas de la provincia. Mitre destaca su perfil: "De un valor sereno, manso por temperamento, ambicioso y emprendedor, poseía un talento natural y cierta habilidad gauchipolítica, que le granjearon gran ascendiente entre sus paisanos".
Paso a paso -ya había dado los primeros-, López construía ese prolongado liderazgo que ejercerá hasta su muerte.


El Norte en guerra
Pumacahua. La fuerza de la revolución
Había nacido allá por 1740. O sea que en los años que nos ocupan ya era, a todas luces, un veterano de mil batallas. Cacique de Chinchero y otras localidades del Cuzco peruano, en su foja de servicios tenía el triste mérito de ser un jefe aborigen plegado a los “realistas”, que persiguió y combatió a José Gabriel Condorcanqui -Túpac Amaru II- durante la rebelión de 1780-1781. No por nada en 1802 don Mateo García Pumacahua había sido honrado con el título de Alférez Real de Indios Nobles del Cuzco.
Gozaba de mucho prestigio entre la nobleza inca y, siempre fiel a la corona española, en 1811 acompañó al sangriento general arequipeño José Manuel de Goyeneche en su campaña al Alto Perú. Mateo Pumacahua alcanzó entonces el título de brigadier, o sea, general de brigada: era cacique y, a la vez, todo un oficial de la corona.
Pero los vientos cambiaron y las revoluciones en marcha logran giros impensados. Ya anciano, a los setenta y dos años, Pumacahua comenzó a simpatizar con las reformas liberales adoptadas en España y se alió con grupos de criollos e indígenas descontentos con el régimen monárquico para impulsar las reformas establecidas por la Constitución de 1812.


Junto con el criollo José Angulo, el coronel Domingo Luis Astete y el teniente coronel Juan Tomás Moscoso, el 3 de agosto de 1814 formó en el Cuzco una Junta de Gobierno acorde con la letra de la Constitución española y convocó a la movilización popular para respaldarla, organizando piquetes y, progresivamente, un ejército propio. Con él, encabezó una marcha hacia Arequipa, derrotó a los españoles, e ingresó en la ciudad el 10 de noviembre. Dado que la fuerza del enemigo era notablemente superior, Pumacahua decidió abandonar Arequipa y hacerse fuerte en Cuzco y Puno, su región de influencia personal. Pero allí sufrió una severa derrota: el 11 de marzo de 1815 el ejército realista lo aplastó en las inmediaciones de Umachiri (Puno). Pumacahua fue encarcelado y un juicio sumario lo sentenció a morir decapitado, pena que se cumplió en Sicuani (Cuzco) el 17 de marzo.
¿Qué relación tiene este movimiento con nuestra historia, que se ocupa sobre todo de dos Congresos manejados, básicamente, desde la Cuenca del Plata? Mucha. En esa lejana zona -para los rioplatenses- limítrofecon el antiguo virreinato del Perú-nidode la contrarrevolución realista-, los documentos proferidos en agosto de 1814 por el líder aborigen se destacan por expresar la idea de soberanía popular y autonomía de gobierno, basados en leyes libremente votadas.
Allí quedaron como piezas relevantes de un proceso continental único, sus pronunciamientos y una famosa carta al virrey del Perú, José de Abascal, todos ellos firmados por la efímera Junta de Gobierno del Cuzco que el cacique Pumacahua puso en pie. Es esta otra más de las múltiples aristas -y páginas poco frecuentadas- de la lucha por la independencia en el Cono Sur.
Padilla, Azurduy, Muñecas y Warnes.
Las heroicas republiquetas
El Alto Perú se convirtió en un territorio “maldito” para los Ejércitos Auxiliares del Norte. De modo sucesivo las fuerzas patriotas, tras un comienzo alentador, fueron derrotadas en Huaqui, el 20 de junio de 1811 -obligando a una retirada hasta Salta-; en Vilcapugio y Ayohuma durante la segunda campaña, en octubre y noviembre de 1813 y, por último, en Sipe-Sipe, durante la tercera campaña, en noviembre de 1815.
Las fuerzas del Ejército Auxiliar cambiaron de mando varias veces en esos cinco años. Entre sus principales comandantes y jefes figuraron Juan José Castelli, Juan Martín de Pueyrredón, Juan José Viamonte, Eustoquio Díaz Vélez, Manuel Belgrano, Juan Ramón Balcarce, Mariano Rondeau, Bernabé Aráoz, Martín Rodríguez y descollaron en él jóvenes oficiales como José María Paz, Gregorio Aráoz de Lamadrid, Gregorio Perdriel y Manuel Dorrego, además del barón de Holmberg y -también- Cornelio Saavedra y José de San Martín, que no llegaron a combatir. Ninguno de ellos logró que la revolución extendiera sus dominios hasta el Altiplano.
Sobreponiéndose a esos reveses, los propios altoperuanos consumarán una verdadera epopeya libertaria que se pagará con la sangre de miles de sus combatientes.
Por el lado realista, los nombres de José Manuel Goyeneche y Pío Tristán al principio, y del general Joaquín de la Pezuela en las dos últimas campañas, adquirieron notoriedad anotándose esos triunfos decisivos en la defensa del territorio, que obligaron al ejército regular a replegarse y a un cambio de táctica fundamental. Después, José de la Serna y Pedro Olañeta jugarían una repetida pulseada con Martín Miguel de Güemes, en la que el salteño supo, una y otra vez, frenar los intentos realistas.


Desde el sur, la nueva política fue resistir los embates. En esa tarea descollaron los "Gauchos de Güemes" que impidieron el avance realista en once campañas, entre los años 1815 y 1821, cuando su jefe perdió la vida. Y en el interior de la actual Bolivia los laureles al patriotismo y la heroicidad corresponden a los que lideraron las "republiquetas" y a los miles de criollos, mestizos y aborígenes -coyas, aymarás, tupíes, chipayas, urúes, chiriguanos y miembros de otras etnias- que sacrificaron sus pertenencias y, la mayoría, la propia vida, luchando por la causa americana.
Con muchas ¡das y venidas propias de la lucha guerrillera, entre 1811 y 1825 la "republiqueta" fue la entidad -provisoria, se entiende- que cobijó a agrupaciones armadas independentistas en la jurisdicción de la antigua Real Audiencia de Charcas, el Alto Perú, la actual Bolivia.
En los combates por sostenerlas, la coronel Juana Azurduy -mujer indómita y de increíble entereza-, ha ganado, con justicia, un especial reconocimiento en los últimos tiempos. Junto con ella debe recordarse a su esposo, Manuel Ascencio Padilla y a otros jefes, como Juan Antonio Álvarez de Arenales, Ignacio Warnes, José Miguel Lanza, Ildefonso de las Muñecas, José Camargo, Pedro Betanzos y el "marqués de Yavi", quienes sostuvieron esa lucha de resistencia con notables sacrificios. La historia de las nueve republiquetas, las de Ayopaya, La Laguna, Larecaja, Santa Cruz, Vallegrande, Tarija, Cinti, Porco y Chayanta, y las acciones de otros grupos guerrilleros merecen un lugar destacado en este período en que la Liga de los Pueblos Libres y las Provincias Unidas del Río de la Plata, cada una a su modo, concretaban la definitiva independencia en esta parte del continente: su resistencia pertinaz, sin duda, posibilitó que a los españoles se les complicara avanzar hacia el sur.
La historia de ese tiempo empezó a escribirse tras el "Desastre de Huaqui", el 20 de junio de 1811, cuando un abanico de políticos, militares, intelectuales y terratenientes, se aliaron con los campesinos y aborígenes para impulsar la causa ¡ndependentista. Vastas zonas rurales


fueron ocupadas por este frente patriótico, al que se sumó un amplio contingente disperso de hombres reclutados en el Ejército Auxiliar del Perú. No es lógico que sus historias resulten ajenas a los argentinos. Menos aún si se considera que la interacción con los "porteños" -a quienes solían mirar con recelo- fue absoluta: dos de sus caudillos eran reconocidos como "argentinos" y, además, varias de estas regiones designaron o tuvieron representación en el Congreso de Tucumán. Existe, por tanto, una historia en común, aunque los acontecimientos hayan concluido en la creación de un país distinto y que Tarija, que estaba en jurisdicción de Salta, integre luego la Bolivia moderna.
Sobre este fenómeno, en el que la lucha dio origen a entidades políticas con autonomía geográfica, pero, a su vez, integradas a una causa común, resulta interesante una presentación global del estado de la situación en 1816:
Este movimiento insurreccional y tumultuario, se localizó principalmente en seis puntos del territorio del Alto Perú y se hizo fuerte en ellos, desafiando el poder de las armas españolas. Al norte de La Paz y sobre las márgenes del Desaguadero y del lago de Titicaca se organizó y mantuvo una insurrección de indígenas, con su cuartel general en Larecaja, que extendía sus correrías hasta Omasuyos, interceptando los caminos con el Bajo Perú por aquella parte. Al centro se establecieron tres indomables republiquetas que envolvían a Cochabamba por el sur, el norte y el oriente, pululando a su alrededor innumerables bandas de partidarios. Era la principal de estas la de Ayopaya, que amenazaba los caminos de La Paz y Oruro, manteniéndose atrincherada en sus inexpugnables montañas y libre a su espalda la retirada al territorio de los Mosetenes y Yuracares, que linda con el de Moxos. La otra tenía su asiento en Chayanta, interceptando las comunicaciones entre Oruro y Potosí y entre Cochabamba y Chuquisaca y que por falta
Cuadro de texto: T

de una retirada segura fue fácilmente dominada varias veces. La tercera de las tres republiquetas que circundaban a Cochabamba era la de Mizque, que mantenía sus comunicaciones con Santa Cruz de la Sierra por Valle Grande (otro centro de insurrección) y por su izquierda con Tomina, cuartel general de otra republiqueta limítrofe.
Desde Tomina hasta Pomabamba, entre el río Grande o Guapey y el Pilcomayo, se extendía una confederación de republiquetas, las cuales amenazaban las fronteras de Charcas, teniendo su retirada franca sobre el Chaco boreal. Alrededor de Potosí, interceptando los caminos entre esta ciudad y Chuquisaca y los de ambas con Cochabamba, se interponían numerosas bandas de partidarios, cuyo centro eran Parco y Soporo y se extendían hacia el sur ligándose con las insurrecciones de los valles y altiplanicies inmediatos. Al oriente de la segunda cadena de los Andes, cubierta por este gigantesco antemural y apoyando su espalda en las selvas de Moxos y Chiquitos, estaba la gran republiqueta de Santa Cruz de la Sierra, que hacía tres años se mantenía en armas, desafiando el poder español. Por último desde Tarija a Chuquisaca, entre el Pilcomayo y el río de San Juan, ligándose al poniente con la insurrección de Tarija y al oriente con la de Tomina, se extendía otra línea de republiquetas con sus retiradas abiertas sobre el Chaco central. Cada uno de los valles de esta línea que derraman sus aguas en el Pilcomayo, cada cordón de sierras, cada depresión del terreno, era una republiqueta, un foco de insurrección permanente, formando el núcleo de ellas la que tenía su asiento en la quebrada de Cinti.
Para hacer honor a cada una de las republiquetas sin demeritar a ninguno de sus jefes pasaré revista agregando a sus personajes más relevantes. La de Apopaya tuvo el liderazgo de José Miguel Lanza y
abarcaba zonas estratégicas, como las áreas rurales de Cochabamba, Oruro y La Paz, ciudad que llegó a ocupar antes de la definitiva independencia. La más "famosa" -para nosotros- es sin duda la Republi- queta de la Laguna, ubicada al norte del departamento de Chuquisaca. El comandante era Manuel Ascencio Padilla. Unía sus fuerzas con la Republiqueta de Santa Cruz de la Sierra, comandada por el general Ignacio Warnes, que fue designado gobernador de la ciudad por Belgrano, una de las primeras en tomar forma con un gobierno autónomo, allá por 1813. Tras la derrota del Ejército regular de Rondeau en Sipe-Sipe, Warnes quedó nuevamente a cargo de Santa Cruz, "hasta que, repuestas su fuerzas, pueda este Ejército volver", como le encomendó Rondeau. El Ejército del Norte, sin embargo, nunca regresó y Warnes y Padilla sufrieron el acoso de los realistas.
El 13 de septiembre de 1816 una ofensiva españolista aplastó a Padilla y su gente: ejecutó al líder y setecientos combatientes murieron en la lucha. Los realistas avanzaron hacia Santa Cruz con mil doscientos hombres y Warnes, con mil soldados, presentó batalla en El Pari, el 21 de noviembre de 1816. Aunque la caballería realista fue vencida y los españoles perdieron la mitad de sus hombres, la infantería patriota fue arrasada y Warnes murió por una bala de cañón. Los pocos patriotas tomados prisioneros fueron ejecutados. El jefe realista, coronel Francisco Aguilera, entró en Santa Cruz con la cabeza de Warnes clavada en una pica y, a modo de venganza por la osadía de haber formado gobiernos independientes, ordenó la ejecución de novecientos indígenas, que no habían luchado y solo eran protegidos de Warnes. La republiqueta quedó al mando de José Manuel Mercado hasta la liberación de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra en 1825.
Respecto de las fuerzas de La Laguna, tras la muerte de Padilla las partidas guerrilleras se desbandaron y multiplicaron. Surgieron así nuevos liderazgos parciales, pero quien tomó el mando fue su esposa, Juana Azurduy, que, en esta lucha, verá morir a sus cuatro hijos.
Un sacerdote, Ildefonso Escolástico de las Muñecas, fue el jefe de la Republiqueta de Larecaja, ubicada a los márgenes del lago Titicaca y cuya "capital" fue la Villa de Ayata. Muñecas fue ejecutado el 18 de octubre de 1816, tras sufrir una derrota en el combate de Choquellusca. Poco antes, el 3 de abril, había sido muerto también José Vicente Camargo, caudillo de la Republiqueta de Cinti. Su ubicación, amenazando la fortaleza de Cotagaita, había cumplido un importante papel protegiendo los caminos de acceso de los Ejércitos Auxiliares provenientes del sur.
En zonas linderas con Salta y Jujuy se instaló la Republiqueta de Tarija, enmarcada por los ríos Grande y Pilcomayo. Fue comandada por Eustaquio Méndez, Francisco Pérez de Uriondoyjosé María Avilés. Como controlaba el acceso desde el norte a la Quebrada de Huma- huaca, su posición fue vital: ejércitos, ganados y enseres que transitaban de Chuquisaca a Salta debían pasar por allí. El 15 de abril de 1817, con el respaldo de las fuerzas del siempre arriesgado y valiente Aráoz de Lamadrid, los guerrilleros locales obtuvieron una importante victoria en la batalla de La Tablada y declararon la independencia de Tarija.
Por último, la Republiqueta de Porco y Chayanta, que tuvo vida efímera. Ubicada en un estratégico cruce de caminos entre Potosí, Oruro, Chuquisaca y Cochabamba, su permanencia, entre 1813 y 1816, fue intermitente. Sus líderes fueron Miguel -muerto en 1815- y José Ignacio de Zárate. Para completar el cuadro debe subrayarse el importante papel jugado por el cacique guaraní Pedro Cumbay, que ejercía gran influencia en las selvas orientales de Santa Cruz y el este de Chuquisaca. Por su autoridad, que fue observada por Belgrano, quien lo sedujo para que sumara sus fuerzas al Ejército patriota, en 1812 y 1813 había puesto en pie de guerra a más de dos mil chiriguanos. Junto con el cacique Vicente Umaña, además, auxilió después a Padilla y Azurduy. Aunque no se trata de una republiqueta en sentido estricto,


Cuadro de texto: r
su aporte, con centro en la zona de San Juan de Piral, merece destacarse a la par de los otros jefes guerrilleros.
Juan Antonio Álvarez de Arenales, que fue nombrado jefe principal de todas las republiquetas, en Mizque y Vallegrande, es un personaje con aristas particulares: sobre él nos explayaremos en el próximo capítulo; y en otros rumbos altoperuanos haremos también un aparte para referirnos al "marqués de Yavi".
Todas estas luchas se desplegaron en tierras que hoy pertenecen a otro país. Son, sin embargo, parte de una misma tradición revolucionaria y debemos incluirlas como un sector vital de una única historia.
Álvarez de Arenales. El combatiente estoico
Aunque su lugar de nacimiento no ha podido establecerse de modo fehaciente, el comienzo de su carrera militar, en el ejército español, hizo que pasara los mayores peligros. Los realistas lo consideraban un traidor, de modo que si lo apresaban era seguro que su vida terminara en fusilamiento por corte marcial.
En 1812 la ciudad de Salta se pronunció en favor de la libertad, reacción operada, en primer lugar, por los prisioneros de Las Piedras, algo menos de una centena, que se hallaban confinados en la provincia. Arenales se puso a su frente y, de ese modo, hizo su segunda aparición nítida en la escena revolucionaria, asumiendo el cargo de gobernador provisional de la provincia de Salta.
Había abrazado la carrera militar en Buenos Aires en 1784, cuando tenía catorce años y -primera aparición pública- en 1809 participó del levantamiento de Chuquisaca, que terminó en una fuerte represión. Sofocado aquel movimiento por parte del general Vicente Nieto, las tropas de Arenales se dispersaron y él fue arrestado. Lo enviaron preso a las casamatas del Callao, de triste fama por su régimen cruel, pero logró huir.


Llegó en secreto a Salta, se casó con una señorita de la sociedad local y fue nombrado regidor del Cabildo. Pero concretada la invasión del ejército realista, Arenales fue nuevamente arrestado. Tras el triunfo de Belgrano en Tucumán, el mayor Díaz Vélez logró recuperar Salta por unos días y liberó a Arenales, que debió permanecer oculto, porque poco después llegó a la ciudad el derrotado general Pío Tristán, que retomó el control de la ciudad.
En esas circunstancias, Arenales se presentó ante Belgrano, quien le reconoció el grado de coronel: en adelante será una de las figuras militares y políticas de mayor trascendencia en las campañas del Norte. El general depositará en él una especial confianza: era un cuidadoso administrador, tenía talento militar y era de procederes rectos, rayanos en lo inflexible. No erró el creador de la bandera: su papel en la batalla por Salta, como jefe del estado mayor, fue descollante a punto tal que la Asamblea del Año XIII le otorgó la ciudadanía como vecino salteño.
Amaba su profesión y lucir sus enseñas; jamás se lo veía en ropas civiles y no recurría a asistentes o sirvientes al punto de ensillar su propia muía y hasta, por lo general, herrarla él mismo. Era absolutamente formal en la distinción de grados y jerarquías incluso en el trato cotidiano y no permitía que nadie lo tratara con familiaridad. En extremo austero, "durante las marchas llevaba en sus propias alforjas su alimento, que consistía en queso, pan, carne cocida y maíz tostado. Su servicio de mesa no pasaba de una servilleta, un cubierto y un jarro de plata", apunta Bernardo Frías.
Integrando las filas del Ejército del Norte, Arenales participó de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. Nombrado gobernador de Cochabamba, volvió al Alto Perú, donde desarrolló una campaña memorable, tan larga como heroica. Mitre lo admiraba:
Solo hombres del temple de Arenales y de Warnes podrían encargarse de la desesperada empresa de mantener vivo el fuego de la
insurrección en las montañas del Alto Perú, después de tan grandes desastres, quedando completamente abandonados en medio de un ejército fuerte y victorioso y sin contar con más recursos que la decisión de poblaciones inermes y campos devastados por la guerra. Arenales es, por sus antecedentes, por su carácter típico y por la originalidad de sus hazañas, uno de los hombres más extraordinarios de la revolución argentina.
El 25 de mayo de 1814, "Día de la patria", Arenales, al frente de trescientos hombres, ataca a novecientos realistas y logra una gran victoria en los campos de La Florida. En esa acción estuvo a punto de perder la vida: rodeado por los enemigos luchó en completa inferioridad de condiciones y sufrió catorce heridas. El di rector Posadas, en reconocí m iento, da un decreto y Arenales y sus hombres reciben premios y honores especiales. Aquel triunfo tuvo una enorme repercusión: aseguró la independencia de Santa Cruz de la Sierra y obligó a Pezuela a evacuar las provincias del Norte. En 1821 el gobierno de Buenos Aires resolvió dar su nombre a una calle de la ciudad, que será luego su histórica peatonal: Florida.
Arenales se convirtió en el comandante de la Republiqueta de Vallegrande. Entre otras cosas lo distinguía su convicción de que las "provincias del sud" debían conservar el territorio del antiguo virreinato "unidas". Tras la derrota de Sipe-Sipe, resistió durante un período, pero en 1816, junto a sus guerrilleros y luego de algunos choques en territorio altoperuano debió retornar a los campos salto-jujeños. Fue ascendido a general, pero no logró entenderse con Güemes por lo que, promediando 1817, bajó a Córdoba, donde tomó a su cargo el ejército provincial formando parte en las disputas de la provincia entre los federales moderados, que adherían al Congreso de Tucumán, y los artiguistas, simpatizantes de la Liga de los Pueblos Libres. El cambio de escenario lo puso a las órdenes de San Martín que, en 1819, en Chile, lo designó al mando de una división de la campaña al Perú. Frías, con el estilo un tanto pomposo que solía usarse en sus años, tampoco ahorra elogios:
Era este general uno de los hombres de valor más heroico, de corazón más recto y puro, y de talento más sólido y despierto de entre todos los que aparecieron durante la guerra de la independencia.
Su constancia y actividad eran inquebrantables; y estas virtudes, socorridas de una inteligencia vivaz y poderosa, le proporcionaron armamentos y ejércitos creados, provistos, organizados y sostenidos por sus singulares esfuerzos, solo y abandonado como se vio.
[...] Amaba más el deber que la gloria; era considerado y mostró ser hombre firme, y aun de ruda integridad; siendo tanta la austeridad de sus costumbres y su limpieza en el manejo de los negocios a su cargo, que fiscalizaba personalmente la administración de los intereses públicos.
En 1924, su bisnieto, el presidente José Evaristo Uriburu, publicó en Londres la Historia del general Arenales, en la que inserta la foja de servicios militares y administrativos que prestó este indómito militar.
Rondeau. Desastre en Sipe-Sipe
La grave derrota militar sufrida en Sipe-Sipe el 29 de noviembre de 1815 puso fin a la integración del Alto Perú con las provincias ubicadas al sur de la Quebrada de Humahuaca. Esa batalla -llamada Viluma por los españoles- concluyó con la tercera campaña patriota en la actual Bolivia. Nunca más, en adelante, ejércitos organizados desde Buenos Aires se adentraron en tierras del Altiplano y la lucha independentista quedó en manos de los jefes y los pueblos de las “republiquetas”.
El comandante del Ejército del Perú, José Rondeau, es un protagonista decisivo de todos los acontecimientos narrados en este libro: participó del sitio de Montevideo, tuvo serios conflictos con Artigas y Güemes, relación directa con Belgrano y San Martín, y fue dos veces director supremo de las Provincias Unidas.
Muchos lo tienen por “uruguayo”, pero no. José Casimiro Rondeau nació en Buenos Aires en mayo de 1775. En la Revolución de Mayo, por lo tanto, era un hombre promedio, de treinta y cinco años, menor que Saavedra (1759), Artigas y Castelli (ambos de 1764) y Belgrano (1770), pero mayor que Pueyrredón, Moreno y San Martín (de 1777 y 1778) y Güemes (1785). La asociación de su nombre con la Banda Oriental se origina en que su familia se trasladó a Montevideo en 1790.
A los dieciocho años, Rondeau ingresó como cadete al regimiento de Infantería de Buenos Aires y en 1806 ya era capitán del Regimiento de Blandengues de Montevideo, ciudad en la que cayó prisionero de los ingleses durante la ocupación británica de 1807. Como otros oficiales tomados como rehenes, fue liberado en Gran Bretaña en 1808. En un año especialmente convulsionado por la invasión napoleónica a la península y la caída de los Borbones, Rondeau permaneció en España hasta que retornó a Montevideo donde vivía cuando estalló la Revolución de Mayo. Se trasladó a Buenos Aires y la Primera Junta, con el grado de teniente coronel, lo destinó a la Banda Oriental como jefe de las fuerzas criollas. Promovido a coronel y al mando del Regimiento de Granaderos de la Patria, jugó un papel preponderante en el sitio de Montevideo y el 31 de diciembre de 1812 su apellido conquistó fama como triunfador de la batalla del Cerrito.
El cerco a la capital oriental se había retomado poco antes, en octubre, por indicación del Segundo Triunvirato: Rondeau puso sitio a la ciudad, mientras Domingo French instalaba otras fuerzas patriotas en cercanías del río Uruguay y las milicias de Artigas sumaban su


potencial, luego de que Sarratea fuera separado del mando. El general español Gaspar de Vigodet intentó romper el sitio con una salida masiva y allí fue donde Rondeau, desde el "Cerro de Montevideo", tuvo sus laureles. Con solo mil soldados y dos cañones, derrotó a dos mil trescientos realistas y sus ocho cañones. Mención especial merecen los negros libertos que lideró Miguel Estanislao Soler, cuyos ataques resultaron decisivos, y la caballería de Rafael Hortiguera, que completó la dispersión del enemigo. Si bien en términos de muertos y heridos el triunfo fue levemente superior para los patriotas, el resultado fue muy fuerte en el terreno psicológico: los realistas no se animaron más a tratar de romper el asedio y cruzar sus murallas, y mantuvieron su situación recibiendo provisiones y refuerzos por el río.
Recién en 1814 las victorias navales de Guillermo Brown obligarán a la rendición definitiva. Rondeau, para entonces, había sido separado abruptamente del mando y enviado al Ejército del Norte. Su participación en el sitio de Montevideo había dejado una huella: su distancia- miento de Artigas. En efecto, cuando Artigas reúne el Congreso de Tres Cruces y se nombran los diputados a la Asamblea del Año XIII que son rechazados, Rondeau organiza un nuevo congreso oriental en Capilla de Maciel, donde la mayoría de los diputados fueron elegidos directamente por él, excluyendo expresamente a los aliados de Artigas: el caudillo, en consecuencia, decidió retirarse del sitio.
Por su lado, Alvear, que manejaba los hilos políticos de la Asamblea, sacó de en medio a Rondeau. El director Posadas lo designó en el Ejército del Norte y lo ascendió a brigadier general. Rondeau se puso en la tarea de organizar la tercera campaña al Alto Perú.
No nos detendremos en los detalles de esta nueva misión. Apuntemos sí que decidió el reemplazo como jefe de vanguardia de Martín Güemes por Martín Rodríguez, que rápidamente fue vencido y tomado prisionero apenas entrado en la puna jujeña. Mientras tanto, los gauchos de Güemes anotaban un importante triunfo que salvó al


ejército que preparaba su campaña hacia el norte. De cualquier modo, los gestos de desprecio de Rondeau hacia Cüemes motivaron que el salteño apartara sus guerrillas y, de retorno en Salta, se hiciera elegir gobernador de la provincia. El acto fue tomado por Rondeau como un gesto de insubordinación a los poderes del Directorio y a su propia investidura, ya que implicaba, de hecho, la autonomía política para la provincia.
Tras esa desavenencia, que obligaría a la posterior mediación de San Martín para lograr una relativa armonía entre ambos, Rondeau partió hacia Potosí, adonde entró en mayo de 1815. Muy poco después las fuerzas conjuntas de Arenales y Warnes obtuvieron una importante victoria en la batalla de La Florida, lo que permitió que ocuparan Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra. Una desacertada decisión de Martín Rodríguez -cuya lucidez como militar ha sido puesta en duda- provocó una gravísima derrota: decidió sorprender a los realistas el 20 de octubre con un ataque nocturno, pero los enemigos, acantonados en Venta y Media -cincuenta kilómetros al sudeste de Oruro-, se rehicieron a tiempo y, mejor dispuestos y armados, infligieron una grave derrota a los patriotas. La acción, que contó con el visto bueno de Rondeau, causó gran desmoralización en un ejército que no encontraba un rumbo claro.
Rondeau concentró entonces sus tropas en el llano de Sipe-Sipe, dieciséis kilómetros al este de Cochabamba. Allí se enfrentaron unos tres mil cien soldados patriotas y sus nueve cañones (sin la colaboración de los voluntarios indios, despreciados por motivos raciales) contra cerca de cuatro mil realistas armados con veintitrés cañones. Además de la evidente superioridad de los realistas, el comandante español Joaquín de la Pezuela resultó mucho mejor estratega que Rondeau. La derrota de Sipe-Sipe fue un desastre completo. Las pérdidas patriotas sumaron más de quinientos muertos, cerca de mil heridos y más de ochocientos prisioneros, mientras que los realistas solo contaron treinta y siete muertos y poco más de doscientos heridos. Es interesante la conclusión de Pablo Camogli, recopilador de combates y batallas: "Este fue el último intento de ganar al Alto Perú para la revolución", y cita a Francisco Mendizábal:
La persecución duró tres leguas y la derrota fue absoluta para la revolución. Rondeau con su segundo [Francisco Fernández de la] Cruz, y algunos jefes de cuerpos, se habían retirado por el lado de Chuquisaca, llevando reunidos solo cuatrocientos hombres y, de ellos, solo la mitad con armas.
La pérdida del Alto Perú no solo tuvo efectos territoriales y políticos -la concreta amenaza hacia "los de abajo"-, sino también económicos: los yacimientos de las minas de plata del Alto Perú eran fuente principal de recursos y podían asegurar a los ejércitos patriotas el imprescindible armamento de sus ejércitos. Por otro lado, ese movimiento comercial daba vida a las incipientes burguesías de Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago y Córdoba, que abastecían de ganado, ropa, alimentos y enseres a los viajeros, y respaldaban y comerciaban con las tropas civiles y militares, de modo que también alimentaba las arcas de cada provincia en sus respectivas aduanas. La lucha continuará ya con la secesión concretada: cuando las provincias altoperuanas consumen finalmente su independencia, lo harán como nación aparte.
Rondeau retornó a Salta para rehacer sus fuerzas y herido en su prestigio por tan magra campaña orientó sus cañones contra Güemes, a quien, antes, había declarado "traidor y desertor". Para fortalecer el "castigo" al caudillo -y frenar la ola de provincias que asumían su soberanía- Álvarez Thomas envió tropas de refuerzo, al mando de Domingo French y Juan Bautista Bustos. La orden era derrocar al caudillo salteño e incorporarse luego al Ejército del Norte. Güemes impidió su paso hasta lograr un compromiso de que no sería atacado.


En enero de 1816 Rondeau ocupó la dudad de Salta con su ejército y se produjeron algunas serias escaramuzas con los gauchos guerrilleros, al punto que se estuvo al borde de un choque abierto. La proximidad de la reunión del Congreso en Tucumán y la personal gestión de San Martín evitaron un absurdo derramamiento de sangre. Para hablar de ello es preciso referirse a los indómitos "Gauchos de Güemes", pero ese es tema mayor.
Güemes. La guerrilla infernal
El 22 de marzo de 1816, los generales José Rondeau y Martín Miguel de Güemes firmaron un acuerdo en San José de los Cerrillos. El primero, era jefe del Ejército del Norte y director supremo de las Provincias Unidas; el segundo, gobernador de Salta y general en jefe de las fuerzas locales.
No fue un acuerdo cualquiera. Lo suscribieron dos generales del bando patriota y posibilitó poner fin a una disputa fratricida que debilitaba la causa americana en una estratégica frontera. El lugar elegido para el encuentro se ubica en el corazón geográfico mismo de Salta, paso obligado a los valles de Lerma y Calchaquí. El acuerdo fue decisivo para la independencia, porque permitió que el Congreso de Tucumán comenzara sus sesiones con el campo interno despejado en su zona norte. Tanto es así que San Martín, desde los Andes, donde organizaba su ejército y presionaba a los congresales reunidos a definir el tema de la independencia, saludó alborozado su firma: “Más que mil victorias he celebrado la mil veces feliz unión de Güemes con Rondeau. Así es que las demostraciones en esta sobre tan feliz incidente se han celebrado con una salva de veinte cañonazos, iluminación, repiques y otras mil cosas”.


El Pacto de Los Cerrillos celebrado con campanazos, misas, salvas de artillería y bailes en Salta y Tucumán. Bernabé Aráoz, primer gobernador de la Intendencia de San Miguel de Tucumán, entre noviembre de 1814 y octubre de 1817, también felicitó a Güemes. Los congresa- les sintieron alivio y vieron en este acuerdo la "vía libre" que faltaba para su accionar. El Congreso se reunió el 1o de abril y felicitó a Güemes y Rondeau "por sus conductas de paz y no beligerancia". No era para menos: poco antes del acuerdo, Rondeau, por bando público, había declarado a Güemes "reo de Estado" y, acusándolo de desobediencia, lo convirtió públicamente en "el más atroz de los hombres". Tras la firma, se desdijo por completo "por haberse desvanecido las dudas que lo generaron", y selló la "paz eterna" y la "amistad perpetua" entre ambos. Como destaca María Cristina Fernández en "El pacto de Los Cerrillos", el mismo Rondeau que había blasfemado al salteño
declaró írrito y de ningún valor de ese Bando caracterizando de muy laudable el celo patrio del pueblo destacando que la buena opinión, el patriotismo, los recomendables servicios de Güemes nada habían perdido en el incidente y que habían adquirido un nuevo valor.
Pero... ¿qué motivaba los enfrentamientos entre dos generales patriotas al punto de que culminaran en marzo de 1816 nada menos que con la ocupación del Ejército a Salta? Normalmente se suele reducir la crisis a un "choque de personalidades" y cargar la romana sobre el "espíritu indómito" del barbado caudillo norteño. Producto de ese carácter, según se dice, Güemes, luego de triunfar sobre una división realista al tomarlos por sorpresa en Puesto del Marqués, en abril de 1815, tuvo un gesto atrevido que Rondeau no le perdonó: mientras el general perseguía al español Pezuela, Güemes pasó por Jujuy y tomó cerca de quinientos fusiles que habían sido dejados allí por el Ejército Auxiliar; mandó repararlos y los distribuyó entre sus milicianos.
Al llegar a su dudad natal, encontró un ambiente convulsionado por la ausencia del gobernador Hilarión de la Quintana, que había partido con Rondeau. La ciudad exigía tener un gobierno presente y el Cabildo recibió comunicaciones del Cabildo de Buenos Aires comunicándole que el director supremo Alvear había sido derrocado y que el mismo Cabildo había asumido el gobierno. De inmediato se realizó una "Asamblea de Notables", que recogió el voto de los vecinos quienes, en su mayoría, apoyaron a Cüemes para que se hiciera cargo de la gobernación de Salta.
La gobernación de Salta era rica y extensa: comprendía las ciudades de Salta, Jujuy, Tarija, San Ramón de la Nueva Orán y varios distritos de campaña. La decisión adoptada el 6 de mayo implicó un claro gesto de autonomía de la provincia en franca desobediencia a la autoridad del Directorio. Así, Güemes fue el tercer gobernador electo libremente por el pueblo de una "provincia" apenas unos días después de la designación de Francisco Candioti en Santa Fe y de José Díaz en Córdoba. La asunción plena no fue sencilla: Jujuy opuso resistencia y su Cabildo alegó no haber sido consultado, lo que motivó algunas negociaciones. Finalmente, el 18 de septiembre aceptaron a Güemes, exigiéndole que respetara los derechos de los jujeóos.
En consecuencia, hubo aquí dos procesos simultáneos: además de la autonomía de Salta tomada de hecho -como los fusiles "de Rondeau" poco antes-, también el pronunciamiento de Jujuy respecto de su dependencia de Salta. Y eso sin contar que también Tarija sería liberada del yugo español entre abril y noviembre de 1816 y que, nuevamente en 1817, la republiqueta instalada allí tendrá gobiernos patriotas.
Toda esta situación debilitaba al Directorio, que temía a la "anarquía" y detestaba a los "caudillos". Estos procesos autonómicos -sentían- cuestionaban su poder concentrado en Buenos Aires y al propio Congreso convocado por el poder central, pero además había otro problema que era el propio Ejército del Norte. Volvamos entonces a enfocar la disputa entre Güemes y Rondeau, pero ahora desde este ángulo.
Por un lado, hay que apreciar la lamentable situación en que se encontraba el Ejército Auxiliar. Rondeau lo comandaba desde julio de 1814 y estaba en esa posición cuando fue nombrado director supremo, cargo que ocupó de modo interino Álvarez Thomas. A mediados de 1816 será reemplazado por el general Manuel Belgrano y fue durante ese tiempo, entre julio de 1814 y marzo de 1816, que se desarrolló este grave conflicto que concluyó "con la confirmación de la autoridad política y militar del general Güemes", como señala María C. Fernández, que habla de ya antiguas "rivalidades y enconos":
Desde 1810, año en que se formó el Ejército Auxiliar del Alto Perú con la misión de recuperar las cuatro intendencias altoperuanas anexadas al Virreinato del Perú, las tropas provenientes de Buenos Aires rivalizaron con las comandadas por Martín Güemes. La razón era la disciplina, organización y éxito militar (de) la División a su mando.
¿Cómo se había formado este cuerpo tan peculiar?, repasemos un poco la historia. Cuando Belgrano dispuso el "Éxodo jujeño", el por entonces mayor general Díaz Vélez tuvo la responsabilidad de organizar la retaguardia. Para ello, creó un regimiento de granaderos de caballería conformado en su mayoría por voluntarios jujeños y, en menor medida, de Tarija y la Puna, cuya primera condición, obviamente, era que fueran buenos jinetes. En muchos casos, además, portaban sus propios machetes, enseres y, algunos, también sables y armas de fuego. Estos granaderos a caballo -formados en simultáneo con el famoso cuerpo de San Martín, aunque el salteño no era un cuerpo de elite— fueron bautizados como "Los Patriotas Decididos". Entran en acción el 3 de septiembre de 1812, frenando el acoso de las fuerzas de Pío Tristán sobre las columnas posteriores del éxodo. El primer director supremo, Gervasio Posadas, ya tomó nota de la importancia del cuerpo. En carta a San Martín del 23 de marzo de 1814, le comentaba: "Los gauchos de Salta solos, están haciendo al enemigo una guerra de recursos tan terrible que lo han obligado a desprender una división con el solo objeto de extraer muías y ganado" y le pedía que, en nombre del gobierno, felicitara a esos "bizarros patriotas campesinos". Para los oficiales españoles, en cambio, ese grupo era una "montonera" informe y, para subestimarlos, comenzaron a llamarlos "gauchos”, término que en el norte no se usaba y que identificaba a la gente del Litoral y del sur del Brasil. Los granaderos del Norte se sintieron cómodos con el mote y lo adoptaron para sí.
La organización de la guerrilla, de a poco, fue adquiriendo una estructura basada en partidas de unos veinte miembros con un oficial al mando. Cada cuatro partidas se nombraba un oficial superior, responsable de organizar los movimientos y administrar los recursos y las armas. La táctica preferida era la emboscada y entre los blancos preferidos estaban las fuerzas de retaguardia y las fuentes de aprovisionamiento. La "guerra de recursos" implicaba que, cuando los enemigos se acercaban a un pueblo o a una hacienda, los habitantes se replegaban a terreno seguro llevando consigo los víveres, el ganado y todo elemento que pudiese serles útil. La economía salteña quedó arruinada, pero el compromiso de la población -y los sacrificios- fue total; de hecho, ni el Directorio ni el Ejército Auxiliar brindaron a los Gauchos respaldo efectivo: esas carencias se suplieron con la participación popular. Todo el mundo y todas las clases sociales tomaron parte, desde algún lugar: las mujeres -como Macacha Güemes, hermana de Martín- hacían de espías; los ancianos y aún los niños, de mensajeros o informantes.*
Como acto de justicia a nombres que la historia suele no registrar en la dimensión que merecen es correcto dejar constancia de aquellos comandantes que acompañaron a
Esta forma de lucha era menospreciada por los oficiales del Ejército que, en esos movimientos de la gente común, perdían el control de las acciones. Fernández subraya la eficacia de "los infernales" y -en contraparte- el estado crítico del ejército regular:
El propio general José de San Martín ponderó el accionar de los gauchos a quienes Güemes definía como "los campeones que tengo el honor de mandar". Por el contrario, al hacerse cargo del Ejército Auxiliar, San Martín había expresado: "Tengo la desgracia de haber tomado el mando de un ejército derrotado cuyos oficiales parece no han escapado de las manos del enemigo sino para prepararle la conquista del resto de las provincias. Las armas de la Patria [...] no podrán prosperar de aquí en adelante hasta que el ejemplo del escarmiento contenga a unos y despierte en otros la noble pasión de la gloria".
Al asumir Güemes la gobernación, los antiguos "Patriotas Decididos" habían pasado a ser una división bajo el mando de la provincia y constituían un cuerpo con amplia autonomía. El 12 de septiembre de 1815, Güemes, en su carácter de gobernador intendente, comunicó al director Álvarez Thomas:
No dudando del beneplácito de V. E. he organizado una división de caballería compuesta de dos escuadrones de a dos compañías, cada una de cien plazas y he dispuesto se les instruya en todo lo necesario al desempeño del servicio de infantería, para que puedan ser ocupados así a pie como a caballo, con la denominación de División Infernal de Gauchos de Línea. A la fecha se halla con la fuerza que manifiesta el Estado que adjunto a V. E. armada por ahora con fusil y bayoneta. Su disciplina es ya regular en una y otra arma.
Este marco permite comprender las razones por las cuales Rondeau buscó desplazar a Güemes y, también por qué, luego de la derrota sufrida en Sipe-Sipe de finales de 1815, Rondeau -perseguido por las tropas de Pezuela- intentó desplazar al caudillo salteño tomando la provincia sin éxito. La firma del Pacto de Los Cerrillos adquiere así una importancia fundamental, porque, por él, se "pacificó" el Norte y Güemes fue reconocido como el jefe indiscutido de la región. Su primer artículo fijaba "una paz sólida, la amistad más eterna entre el Ejército Auxiliar y la benemérita Provincia de Salta, echándose un velo sobre el pasado en virtud de una amnistía general".
Güemes festejó el pacto del mejor modo: dos meses después se casó con la bella María del Carmen Puch, hija de un español de gran fortuna y partidario de la independencia, con quien tendría tres hijos.
En esos días también se eligieron los representantes al Congreso, lo que tranquilizó al Directorio, que temía que Güemes, cabeza de una fuerza militar "propia", siguiera los pasos de Artigas imponiendo un dominio autónomo en la región. De hecho, el diputado y coronel José Moldes se ufanaba de contar con el respaldo decidido del caudillo y se autopromovió en Tucumán como candidato "del Interior" a director supremo. Moldes, según parece, se consideraba a sí mismo un hombre de genio y, para conquistar adeptos cuando la "ola federal" cundía, no ahorraba verba frenética contra Buenos Aires. Güemes, sin embargo, lo desconoció y -como San Martín- dio todo su apoyo a Pueyrredón, diputado por San Luis, que a los postres resultó electo.
Luego de su jura como nuevo director supremo, Pueyrredón viajó a Salta y se reunió con Güemes y Rondeau de modo de asegurar una
reconciliación duradera. Más tarde partió a Jujuy para verificar la situación del Ejército. Constató entonces su calamitoso estado y su incapacidad de resistir a los realistas y ordenó a Rondeau que se replegara a Tucumán y "entregara a Güemes armamentos y municiones". Desde entonces la "frontera" sería protegida y bien resguardada por los gauchos montoneros, y la táctica de lucha y resistencia será la guerra de guerrillas de los avezados jinetes criollos.
A pesar de este fervor patriótico y de los nuevos realineamientos, Salta será la última de las "provincias" en jurar la independencia: recién lo formalizó el 7 de diciembre de 1816, cinco meses después de la aprobación del Congreso de Tucumán. ¿Por qué tanta demora? Muy sencillo: el caudillo se encontraba en el Norte organizando la defensa ante una nueva e inminente invasión realista -la tercera-, cuya vanguardia, al mando del general Pedro Olañeta, ya ocupaba Tarija. La tardanza de Güemes en "bajar" a Salta, sin embargo, fue aprovechada por sus enemigos políticos para alimentar todo tipo de intrigas.
Y es que el plan defensivo era complejo: abarcaba cerca de quinientos kilómetros y cubría las tres líneas posibles de invasión desde el Alto Perú: por Tarija, por la quebrada de Humahuaca y por la quebrada del Toro. En cada uno de ellos Güemes nombró un comandante a cargo y designó a un sargento mayor para que se responsabilizara del "servicio de arrieros". En esa segunda mitad de 1816, además, creó el Cuerpo de Gauchos, la División Infernal de Línea, el Piquete de Artillería de Línea y los piquetes de Gauchos de Jujuy; fueron meses de lucha muy intensa.
Cumplida la formal jura de la independencia, que daba razón a la causa, Güemes retornó a Jujuy: los españoles se preparaban para invadir nuevamente a Salta. Los Infernales de Güemes resistirán una y otra vez los embates realistas, impidiendo nada menos que siete de los once intentos de invasión al actual territorio argentino. Con respecto al ejército regular, Belgrano suplantó a Rondeau en el mando, aunque luego, lamentablemente, terminó involucrado en luchas intestinas.
Cuadro de texto: r
Güemes será el "tercer hombre" de la independencia. Luego de las tempranas campañas belgranianas, desde 1816 habrá un trípode político-militar constituido por San Martín, Güemes y Pueyrredón, que cargará sobre sus espaldas la lucha contra los ejércitos realistas. San Martín, gobernador de Cuyo, se apresta a partir hacia Chile y poner en marcha su epopeya continental; Pueyrredón, a cargo del Ejecutivo, proveerá recursos, buscará armamento por el mundo y manejará la diplomacia externa y Güemes logrará evitar que el Alto Perú se convierta en el talón de Aquiles del plan de conjunto. Artigas, por su lado, tendrá la difícil tarea asumida desde la Liga Federal de combatir a los realistas portugueses, para lo cual deberá también enfrentar al propio Directorio de Pueyrredón y a fuerzas al mando de Belgrano. A diferencia de los otros nombrados, en este nuevo período, Güemes y San Martín, que sí lo habían hecho antes de 1816, nunca más se involucrarán en rencillas internas.
Goyeneche, Pezuela, De la Serna y Olañeta.
El acoso interminable

Desde el Perú y el Alto Perú, en diez años los realistas españoles emprendieron once sucesivas invasiones sobre Jujuy y Salta. La primera de ellas, dirigida por los generales Nieto y Córdoba, se produjo en 1810; la segunda, por el general Pío Tristán en 1812. Ante la amenaza cierta, en agosto de 1812 el general Belgrano dispuso el “Éxodo jujeño” hacia Tucumán. En 1814 se realizó la tercera invasión, comandada por los generales Pezuela, Ramírez y Tacón y la cuarta, dirigida también por Pezuela, al año siguiente.

Entre 1817 -invasión de De la Serna a Jujuy y Salta- y 1821, la ciudad de San Salvador de Jujuy fue ocupada seis veces por las tropas de España: entre enero y mayo de 1817, un par de días en enero de 1818,
por apenas un rato el 26 de marzo de 1819, entre fines de mayo y fines de junio de 1820, en abril y junio-julio de 1821 -el 27 de abril de 1821 se produjo la victoria de las fuerzas jujeñas en el combate de León, que es recordado como el “Día Grande de Jujuy”- y, por último, el 6 de diciembre de 1822, el comandante Pedro Olañeta se retiró del territorio jujeño poniendo fin a la última invasión realista. Este hombre tuvo un curioso final: en julio de 1825 -mientras un Congreso de las Provincias Unidas instalaba el régimen presidencial- fue nombrado virrey del Río de la Plata; el rey no sabía que Olañeta había muerto tres meses antes.
Aunque hubo algunos triunfos pasajeros, el resultado general fue un rotundo fracaso: a pesar de la insistencia y de los ingentes recursos utilizados, los realistas no pudieron vencer a la sistemática resistencia de los locales, ni posicionarse más de tres o cuatro meses seguidos al sur de la Quebrada de Humahuaca. El altanero José de la Serna, posterior virrey del Perú -cuando ya San Martín estaba en Lima-, fue el hombre inclaudicable de la monarquía que pretendía -y prometió-, en nombre del rey, batir a los norteños y llegar hasta Buenos Aires para imponer castigo a los porteños revolucionarios. Sus reiterados fracasos merecen contarse: son el revés de la trama de la independencia. Olañeta, de origen plebeyo, es el otro de los jefes realistas de este período. Ellos dos dirigieron las operaciones del ejército español desde 1816, luego de que los patriotas habían sido vencidos en sus tres campañas libertarias.
El Conde de los Andes, José de la Serna y Martínez de Hinojosa, reemplazó en la comandancia de los realistas al "Conde de Huaqui" y "vizconde del Alto Perú", José Manuel de Goyeneche, que había tenido a su cargo la primera etapa de lucha contrarrevolucionaria. En efecto, al producirse el movimiento revolucionario en Buenos Aires, el virrey del Perú José de Abascal decidió, el 13 de julio de 1810, reincorporar provisoriamente el Alto Perú a su jurisdicción y, ese mismo día, dispuso crear el "Ejército del Perú", que puso al mando de Goyeneche. En el decreto estipuló que las medidas se sostendrían "hasta que se restablezca en su legítimo mando el Excmo. Señor Virrey de Buenos Aires, y demás autoridades legalmente constituidas".
El primer combate librado fue también el primer triunfo patriota. La batalla de Suipacha del 7 de noviembre de 1810 en terrenos de Tupiza, de la intendencia del Potosí, dejó la región en manos del ejército patriota. Tras un breve armisticio acordado con Juan José Castelli, Goyeneche retomó la ofensiva y el 19 de junio de 1811 obtuvo una amplia victoria en los llanos de Huaqui (o del Desaguadero). Ese primer gran triunfo de la reacción le permitió a Goyeneche dominar, en poco tiempo, todas las provincias del Alto Perú y todas sus importantes ciudades, como La Paz, Potosí, Chuquisaca y Cochabamba. Su papel fue tan destacado que, al regresar al poder el rey Fernando Vil, accediendo a una solicitud elevada por vecinos de la región, el 1o de agosto de 1815 le otorgó, además, el título de "Grandeza de España de Primera Clase", en atención a los grandes servicios que me ha hecho en dicha América durante mi cautiverio y particularmente al que contrajo en la batalla que en los campos de Guaqui dio al ejército insurgente de Buenos Aires, del que resultó la conservación del Virreinato del Perú, y de toda aquella parte de América.
La lucha tenía bastante de guerra civil, ya que una buena parte de los integrantes del ejército realista eran americanos. El objetivo de Goyeneche para aplastar la expansión revolucionaria era ocupar Salta, para avanzar sobre Tucumán y Córdoba. Sin embargo, más de un año demoró su contraofensiva, porque debió privilegiar la lucha contra los rebeldes de Cochabamba que, con una decisiva participación del pueblo pobre y, en especial, de sus mujeres, mantuvo en vilo la región hasta que la salvaje represión ordenada por Goyeneche le puso fin de modo drástico: el gobernador Mariano Antenaza y siete de los jefes rebeldes fueron ajusticiados y sus cabezas exhibidas en la ciudad y los caminos vecinos.
Pacificada Cochabamba, Goyeneche ordenó al general Pío Tristán avanzar hacia el sur. El Ejército del Norte, con Belgrano, le propinó sendas derrotas en Tucumán y Salta, obligándolo a retroceder en el primero de los combates y tomado prisionero todo el ejército, en el segundo. Esas batallas fueron decisivas para el futuro de la independencia de las Provincias Unidas y de América: un avance realista hacia Buenos Aires podría haber cambiado el curso de los acontecimientos.
Las graves derrotas sufridas por Tristán obligaron a Goyeneche a replegarse hasta Oruro. Mientras él responsabilizaba a Tristán, el virrey Abascal lo hacía con Goyeneche, de modo que este se vio forzado a renunciar como general en Jefe y fue sustituido por Joaquín de la Pezuela. Goyeneche, muy disgustado por su traslado, regresó poco después a España.
En abril de 1813 llegarían al Alto Perú los primeros refuerzos con soldados y oficiales europeos. Pezuela reorganizó las fuerzas, las dotó de artillería y avanzó. Su táctica inicial, mientras el ejército patriota avanzaba, fue aislarlo de la posible ayuda de las guerrillas de las repu- bliquetas. Enterado de que Belgrano esperaba refuerzos, decidió atacarlo y, el Io de octubre, obtuvo un claro triunfo en Vilcapugio, que consolidó poco después en las pampas de Ayohuma. Diezmado, el ejército independentista se vio obligado a retroceder hasta Jujuy.
Pezuela doblegó a algunas republiquetas -otras, se mantuvieron en lucha- y avanzó hacia el sur, ingresando en Salta en mayo de 1814, pero la resistencia de los gauchos de la región, organizados al inicio por Luis Burela y en adelante por Martín Güemes, aisló al ejército invasor y lo dejó sin víveres. En esa situación se produjo un gran triunfo de las republiquetas de Vallegrande y Santa Cruz, en la batalla de La Florida, que obligó a las tropas realistas a regresar al norte. Por otro lado, los gauchos saltojujeños habían hechos estragos con su guerrilla, tomando cerca de mil doscientos prisioneros. La Quebrada de Huamahuaca volvía a convertirse en un límite natural.
Una nueva rebelión estalló en el Cuzco, y Pezuela debió enviar la mitad de su ejército a enfrentarla. En esos momentos el director supremo de las Provincias Unidas dispuso lanzar la tercera expedición auxiliadora del Alto Perú, al mando del general José Rondeau. Su avance provocó, en un principio, un mayor repliegue de Pezuela, pero la lentitud de movimientos del Ejército del Norte facilitó que el jefe español organizara mejor sus fuerzas, incluyendo a aquellas que retornaban del Cuzco y de Chile luego de aplastar sendos levantamientos. El 29 de noviembre de 1815, en Viluma (o Sipe-Sipe) derrotó a Rondeau. Por decisión de Fernando Vil, Pezuela conquistó así el pomposo título de marqués de Viluma. Sus triunfos determinantes iniciaron una nueva etapa en la lucha independentista del Alto Perú: en adelante, los combates quedarán en manos de la resistencia gaucha y de las republique- tas insurgentes y el Ejército del Norte naufragará involucrándose en conflictos internos.
Es entonces cuando las Provincias Unidas se reúnen en Congreso en Tucumán y la invasión portuguesa avanza sobre la Banda Oriental, que entra en escena José de la Serna.
En octubre de 1816, Pezuela fue nombrado virrey del Perú en reemplazo de Abascal. Tenía, en ese momento, dos frentes críticos: uno de ellos en Chile, por el inminente ataque que se esperaba del Ejército de los Andes; el otro, el Alto Perú, acosado por la guerrilla de las republiquetas. Lo de Chile culminó en poco tiempo: tras el triunfo de Maipú, los realistas abandonaron la región; el Alto Perú, en cambio, se convertiría en un bastión realista, al punto que será el terreno donde se librarán las últimas grandes batallas de la independencia, como la de Ayacucho, en diciembre de 1824
¿Quién era De la Serna? Un realista de pura cepa. Nacido en Cádiz en 1770, se formó en la Academia de Artillería y participó en combates contra los marroquíes, los franceses y los ingleses. Enfrentó la invasión napoleónica de 1808; fue tomado prisionero y trasladado a Francia, pero logró huir y sumarse nuevamente a la resistencia: coronel del cuerpo de artilleros en 1812 tuvo a su mando un regimiento y al terminar la Guerra de la Independencia (española) sus merecimientos le permitieron ascender a brigadier del ejército. Por lo tanto, cuando arriba a tierras americanas en 1815 es una gloria viviente -de cuarenta y cinco años- que puede mostrar legajos virtuosos y una incondicional lealtad al rey.
Pedro Antonio de Olañeta, en cambio, era de origen humilde. De la misma edad que De la Serna, era originario de una villa del País Vasco. Sus padres se trasladaron a América en 1787 y se afincaron en Potosí generando negocios que los unían comercialmente con Salta por lo cual -aunque integraba las milicias-, Olañeta era apodado "el contrabandista". Con el tiempo se convirtió en un importante hacendado, lo que le permitió allegarse a la sociedad jujeña y acordar su casamiento con una muchacha de apellido Marquiegui, de la elite local. Olañeta tenía rasgos caudillescos y, ante la Revolución de Mayo, tras algunas dudas no tardó mucho en sumarse a la contrarrevolución. Al principio, se alistó a las órdenes de Goyeneche, estuvo luego bajo el mando de Pezuela y fue después un activo coronel al servicio de De la Serna.
Hacia 1816, la "frontera" estaba bajo la custodia de Güemes y sus guerrilleros. De la Serna emprendió acciones contra las republiquetas que, con uñas y dientes, defendían su autonomía y soberanía territorial. El 15 de noviembre de 1816 obtuvo un sólido triunfo sobre el marqués de Yavi en La Puna, lo que le abrió la posibilidad de "bajar" hacia el sur, que era su desafío fundamental.
Contaba entonces con un ejército muy bien dotado: más de siete mil soldados organizados en catorce cuerpos de caballería e infantería, cerca de mil caballos, mil muías para transporte y una artillería armada con veinte cañones. Los cuerpos -muy españoles ya- lucían orgullosos sus denominaciones realistas: Húsares del rey, Dragones de la Unión de Fernando Vil, Granaderos de las Imperiales de Alejandro, Granaderos de la Guardia y Cazadores a Caballo, a los que se sumaban los regimientos de Extremadura, Gerona y Cantabria, que eran los más numerosos. La lucha contra los Gauchos de Güemes aparecía, a primera vista, muy desigual, lo que envalentonó a los monárquicos. Algunas acciones les hicieron pensar que la campaña sería sencilla.
A finales de 1816, Pezuela ordenó a De la Serna avanzar sobre Tucumán -un objetivo anhelado desde 1813-, de modo de obligar a una movilización del Ejército de los Andes que, en Mendoza, ultimaba sus preparativos. Las cifras oficiales sitúan la tropa en un total de 5740 soldados y fue esta, sin duda, la más importante de las movilizaciones realistas que tuvo que enfrentar Güemes. Al partir de Lima, De la Serna aseguró que recuperaría la lejana Buenos Aires.
La campaña comenzó con éxito: sus tropas derrotaron a los grupos de varias republiquetas y dieron muerte a dos de sus jefes, Padilla y Warnes. El avance parecía incontenible: el Ejército Real del Alto Perú ocupó Tupiza, avanzó sobre Jujuy -la capital fue ocupada por la gente de Olañeta el 6 de enero de 1817- y, en Salta, tomó la capital, Cerrillos y Rosario de Lerma. La táctica de Güemes resultó entonces apropiada: los gauchos ocuparon Humahuaca y cortando el aprovisionamiento de víveres a las ciudades del sur, De la Serna se vio obligado a retirarse: el camino de regreso no fue fácil, sus tropas sufrieron el permanente hostigamiento de las partidas gauchas. En paralelo, Fernández Campero (el marqués de Yavi) recuperó Yavi, aunque Olañeta se rehízo y el 15 de noviembre de 1816 batió al jefe de la republiqueta en la batalla de Yavi. Fernández Campero cayó prisionero con trescientos de sus hombres, lo que debilitó el flanco oriental de la resistencia gaucha.
En agosto de 1817, el mismo Olañeta -esta vez con mil hombres- inició un nuevo intento de invasión, pero, tras varios combates, debió retornar a Yavi. En enero de 1818, otra vez, avanzó hacia el sur -ahora reunió dos mil cuatrocientos soldados- y ocupó Jujuy el día 14 de enero. Sin embargo, solo dos días después debieron evacuarla y retornar a Yavi. La contraofensiva patriota permitió, en octubre de ese año, un ataque sobre Tarija. Las fuerzas revolucionarias reunían quinientos hombres de caballería y unos setecientos de infantería... más un solo cañón. La resistencia de los realistas fue denodada y el ataque rechazado: los gauchos sufrieron más de cien bajas.
Tantos intentos fracasados terminaron por desmoralizar a los realistas, que optaron por cuidar sus posiciones en el Alto Perú y poner fin a sus vanos intentos por llegar al Plata. A principios de 1818, De la Serna renunció y se dirigió a Cochabamba.
Al mando de un nuevo jefe, el coronel José Canterac, se producirán otros intentos fallidos de asaltar el sur de la Quebrada. Una nueva invasión con tres columnas, creyó una vez más lograr su objetivo: el 26 de marzo ingresaron a San Salvador de Jujuy. Esta vez el posicionamiento fue realmente efímero: ante el riesgo de quedar aislados, ¡solo tres horas después debieron evacuar la plaza!... y regresaron a Tupiza.
Las guerrillas de los Infernales de Güemes cumplieron su misión con todo heroísmo y enormes sacrificios, que culminarán con la vida misma del caudillo salteño. Pero las Provincias Unidas, que se habían declarado independientes, lo eran no solo de derecho, sino también, de hecho. Lamentablemente, al costo de que el Alto Perú, cuya historia se nutría de otras tradiciones, se convirtiera después en otro país.
El marqués de Yavi. Un buen tránsfuga

Si hay una historia entre tantas que no puede eludirse cuando se habla de los “protagonistas de la independencia” es la del marqués de Yavi. Basta enumerar sus nombres y títulos para llamar la atención. Su nombre completo era Juan José Feliciano Fernández Campero y Pérez de Uriondo Martiarena, aunque, más modestamente, en algunos documentos figura como Juan José Feliciano Alejo Fernández Campero.

Se destaca también que, como nacido en San Francisco de Yavi, en territorios de la actual provincia de Jujuy, es de “nación tucumana”, porque, en 1777, recién creado el Virreinato del Río de la Plata, era parte de esa gobernación colonial. La historia, sin embargo, lo suele registrar como “boliviano” por sus combates entremezclados con las luchas desarrolladas en el Alto Perú.

Pero lo más curioso es que fue oficial del bando realista y decidió -con toda su alcurnia real- pasarse al bando patriota. Último dato de tantos: falleció en 1820, cuando alumbraban ya en el horizonte los decisivos triunfos americanos. ¿Su destino final y lugar de entierro?: Kingston, Jamaica. El marqués de Yavi fue todo un personaje que evidencia hasta dónde puede conmocionar a la sociedad un proceso revolucionario.
Supo lucir un muy bonito escudo de armas y acumuló diversos títulos nobiliarios: fue el IV marqués del Valle de Toxo, caballero de la Orden de Carlos III y según señala el general José María Paz en sus Memorias, también "conde de Jujuy" y "vizconde de San Mateo”, aunque, según parece, estos dos últimos honores son cuestionables. De cualquier modo, el marqués de Yavi, así conocido popularmente, usó todos ellos en algún momento de su vida. Del más conocido de todos no existe duda alguna, ya que fue hijo del tercer marqués de Yavi, Juan José Gervasio Fernández Campero y Martiarena, y de María Josefa Ignacia Pérez de Uriondo y Martiarena, que era, además de su esposa, su sobrina. Figura como "marqués del Valle del Tojo", porque ese marquesado cambió de denominación desde 1708. Por herencia familiar fue él el único caso de nobleza otorgado en territorio de lo que actualmente es la Argentina, algo que fue bastante extendido en otras colonias españolas, como México, Perú o Nueva Granada. Junto con el barón de Holmberg, fue uno de los dos nobles que lucharon en las filas indepen- dentistas. El otro hombre con título nobiliario del Plata, Santiago de Liniers, conde de Buenos Aires por su lucida actuación en la Reconquista de 1806, murió ejecutado por su alzamiento contra la revolución.
La zona que abarcaba el marquesado era inmensa. Se extendía por la región norteña de las actuales provincias argentinas de Salta y Jujuy y cubría también importantes extensiones de las regiones de Tarija y Potosí, en la actual Bolivia. Su vida de leyenda está llena de "zonas grises”. Se afirma, por ejemplo, que su riqueza -heredada- era cuantiosa, de lo que no parece haber dudas porque fue siempre más que generoso. Ahora bien, es difícil de corroborar que varias toneladas de plata extraídas de la mina de Cochinoca hayan sido escondidas por sus antepasados en una casi inaccesible red de túneles a la que solo se accedía desde el subsuelo de su casa. También entra en la categoría de fantástica la idea de que en la casa de Yavi hubiera un mapa grabado sobre un muro en la montaña con signos, marcas y códigos de acceso al "tesoro", solo conocidos por los iniciados. Tal vez más terrena parece la historia que dice que esa cuantiosa suma de plata fue transportada en las alforjas de varias decenas de muías a las que se vieron partir sin destino conocido, y fue escondida en algún recóndito lugar de Jujuy.
Es sabido que la aristocracia salteña, de jugosos negocios porque el valle de Lerma era el lugar de reabastecimiento y descanso de las caravanas comerciales y recuas de ganado en viaje de y hacia el Potosí, era muy conservadora y, en principio, ciertamente reacia a los cambios revolucionarios. De esas mismas familias patricias, sin embargo, emergió la gran figura de Martín Güemes, jefe indiscutido de la "guerra gaucha". Hacia 1813, justamente, un decisivo combate estuvo planteado en las llanuras salteñas. Fernández Campero era gobernador de Salta y jefe de la caballería realista, pero dudaba en qué bando alistarse (y se dice que fue una mujer, Juana Gabriela Moro, quien logró definirlo). La cuestión es que el 20 de febrero el marqués de Yavi estaba al mando de un ala del ejército comandado por Pío Tristán -también americano- y, en plena batalla, optó por retirarse. En su parte de combate, Belgrano apuntó ese retroceso por las lomas de Medeiros -el "movimiento retrógrado que hizo la caballería enemiga"- como un momento clave que permitió el triunfo patriota. A tal punto fue así, que Belgrano, apreciando su gesto y, además, su fina cultura, lo designó su edecán y comandante de la Puna. El 27 de junio de 1814, el director Posadas le extendió los despachos de coronel y el 24 de febrero de 1815, Alvear lo ascendió a coronel mayor.
Para entonces ya usaba, simplemente, sus nombres de pila como cualquier mortal: la Asamblea del Año XIII había decretado la desaparición de los títulos de nobleza y los criollos eliminaban de sus apellidos referencias nobiliarias. En adelante, el marqués, porque la gente lo siguió reconociendo con su viejo título y así quedó en la historia, se abocará en pleno a la guerra por la independencia y, muy lejos de todo toque aristocrático, supo rodearse de criollos nativos como el comandante de Gauchos Bonifacio Ruiz de los Llanos, de capitanes indígenas, como Diego Cala, Juan Antonio Rojas, Agustín Rivera y de hombres de armas como el capitán Juan José Quesada, subcomandante de la Sección Volante, además de varios militares españoles que se pasaron a las filas patriotas, entre ellos los coroneles Manuel Almonte y Fuente y José Antonio Acebey.
Fernández Campero, echando mano a su gran fortuna, logró montar un verdadero regimiento de caballería de más de seiscientos jinetes, al que llamó "Ejército peruano" y en el que aceptó la responsabilidad de ejercer la comandancia general. Lo dotó de fábricas propias de pólvora y sables, y un estilo de formación europeo, distante de las guerrillas acostumbradas en la región. Se cuentan -un poco a bulto-, unos cuarenta combates definidos, catorce de los cuales transcurrieron dentro del "marquesado". Coordinando sus esfuerzos con su lejano pariente
Martín Güemes, participó en múltiples choques -como Puesto del Marqués y la batalla de Colpayo- y decenas de escaramuzas, la mayoría de ellas en la zona de la Puna. Planteado el serio conflicto que enfrentó a Güemes con Rondeau, respaldó al salteño.
El marqués de Yavi, junto con el sacerdote José Andrés Pacheco de Meló, resultó electo diputado al Congreso de Tucumán por el partido de Chichas. Ante la permanente amenaza que significaba la presencia de las fuertes tropas del comandante español De la Serna, prefirió permanecer en su puesto de lucha. El 31 de agosto de 1816, en completo acuerdo con la declaración aprobada el 9 de julio, hizo jurar fidelidad al Congreso de Tucumán y a la causa independentista en un memorable encuentro realizado en Santa Rosa. En esa fecha profirió una arenga que ha quedado en la historia como "Arenga de Santa Rosa" y que es una pieza de gran confección y emoción vibrante: su pasado como noble de la corona estaba sepultado y se mostró entonces como uno de los más encendidos y entusiastas comandantes de la causa republicana.
De regreso a pleno en su frente de guerra, el 15 de noviembre de 1816 fue apresado en la batalla o "sorpresa" de Yavi. Mientras participaba junto a parte de su tropa de una misa en la capilla de Yavi el coronel Guillermo Marquiegui los atacó por sorpresa. Se intentó una desordenada huida, pero el marqués fue tomado prisionero y entregado al general Olañeta, que ordenó su traslado a Lima donde, dada su condición de noble alzado en armas contra el rey, decidieron desterrarlo a España. Múltiples pedidos de canje de prisioneros, realizados tanto por Güemes, Belgrano, San Martín y el propio Congreso de Tucumán, resultaron infructuosos: para los realistas la afrenta del marqués de Yavi era imperdonable, aunque las formas exigieron la realización de un juicio.
Más cruel aún fue el destino de los oficiales, soldados y seguidores de Fernández Campero hechos prisioneros. Trasladados a Potosí, varios fueron ajusticiados en forma sumaria y la mayoría -incluyendo mujeres, niños y ancianos- obligados a trabajos forzados; muy pocos pudieron regresar a su terruño.
Finalmente, y para que el subtítulo que elegimos no mueva a confusiones: el término "tránsfuga", lejos de la acepción popular que lo iguala con traidor, es un sustantivo que acepta como sinónimos, "fugitivo" y "desertor”. En este caso, elogiable por su nobleza, el "marqués" rompió con la obediencia debida.

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