domingo, 1 de noviembre de 2015

Cap 2 - Historia de Artigas y la IArg - Eduardo Ameghino




«Primeramente pedirá la declaración de la independencia aosoluta de estas colonias, que ellas están absueltas de toda obligación de fioeiidad a la corona ae España... Art. 2o No admitirá otro sistema que el de Confederación para el pacto recíproco con las provincias que formen nuestro estado».
Instrucciones artiguistas a la Asamblea de 1813
La actuación revolucionaria de José Artigas en el complejo escenario de las luchas por la independencia rioplatense se extendió desde su incorporación a la causa patriota en febrero de 1811, hasta septiembre de 1820, cuando comenzó su larga internación en el Paraguay de Gaspar Rodríguez de Francia; sitio en el que falleció en 1850, sin conocer el «Uruguay independiente», fruto de la frustración de su programa de unidad sudamericana.[1]
Esta década de vigencia del artiguismo es parte inseparable de la historia «argentina» del período, la que resulta de muy difícil comprensión, o decididamente tergiversada, si - como han hecho tanto la historiografía liberal tradicional como la revisionista - se recorta el papel de Artigas como conductor de la principal corriente de oposición y alternativa a los proyectos políticos de las dirigencias porteñas.
Por otra parte, algunos autores han manipulado interpretativamente la figura de Artigas, aprovechando que su condición de hacendado y líder rural permite - al menos formalmente - analogías con otros caudillos argentinos. En este sentido, se pretendió que Artigas fuera considerado como prefiguración y antecedente de Rosas, uno de los más importantes terratenientes precapitalistas de su tiempo: «Artigas, precursor del federalismo argentino, en cuyo ejemplo hubo de inspirarse nuestro Juan Manuel».[2]
Al practicarse la asimilación de ambos personajes -y como condición de su posibilidad - se debe inevitablemente separar a Artigas del Mayo de Moreno, y enfrentarlos. Se debe ocultar que en materia de unidad y organización de las provincias, uno bregó diez años por constituirlas democráticamente; y el otro, por más de veinte años, sostuvo la inmadurez de los pueblos para darle un orden definitivo a la nación en construcción.[3]
Rosas hizo de la propiedad territorial un factor de privilegio y poder, mientras Artigas produjo un Reglamento de tierras, política y doctrinariamente contrario a las concepciones señoriales del gobernador porteño.
Asimismo, el orden social seriamente alterado por el estallido revolucionario significó para Artigas una posibilidad abierta para introducir reformas profundas en el entramado colonial; para Rosas, en cambio, se trate de un desorden y una «anarquía» que debía remediarse cuanto antes: «E; imposible el orden sin que lo respeten y lo tengan los que habitan la campaña; y es imposible se consiga esto mientras las funciones de los jueces no sean aliviadas y descansen con las bien desempeñadas de una policú rural».[4]
En otro documento, presentado al gobierno de Buenos Aires diez año: después de la revolución, Rosas afirmó: «La debilidad individual, y la común necesidad de seguridad son objetos que ofrece la campaña al que 1í observa; los bienes de la asociación han ido insensiblemente desaparecien do desde que nos hemos declarado independientes. Todo menos derecho i civilización se encuentra en la campaña... Los tiempos actuales no son los de quietud y los de tranquilidad que precedieron a 25 de Mayo».[5]
El mismo Rosas descubre la clave interpretativa del asunto cuando escribe desde Southampton en 1868: «En más de cincuenta años de revolución, en esas Repúblicas, hemos podido ver la marcha de la enfermedad política, que se llama revolución, cuyo término es la descomposición del cuerpo social».[6]
Esta perspectiva reaccionaria se expresó también, entre otras actitudes y opiniones, en la crítica que efectuara a las posturas antiesclavistas de Lincoln en la guerra civil estadounidense; o a la supuesta «falta de mano dura», en tanto razón que explicaría porque Inglaterra «perdió» a los Estados Unidos. Dentro de este orden de razonamientos, resulta lógico que Rosas haya sido considerado el «restaurador de las leyes» y del orden social -ya sin España- propio de la colonia.
Artigas, en cambio, fue un acérrimo partidario de la revolución - en gran medida un producto de esta - y aceptó el desorden social como una posibilidad abierta para comenzar la democratización del antiguo régimen: «los elementos que debían cimentar nuestra existencia política se hallaban esparcidos entre las mismas cadenas y solo faltaba ordenarlos para que operasen».[7]
De todos modos, sin perjuicio de las puntualizaciones anteriores, el principal escollo que ha impedido la plena integración de la figura de Artigas en la historia argentina fue y es la visión oficial, oligárquica y liberal, comprometida desde sus mismos orígenes con las dirigencias que enfrentaron y sufrieron su actividad revolucionaria.
Solo ese compromiso con los sectores hegemónicos de la elite terrateniente-mercantil, y con sus continuadores en el tiempo, puede explicar el acuerdo explícito de historiadores como Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López para denigrar al caudillo oriental: «Los dos, usted y yo, hemos tenido la misma predilección por las grandes figuras y las mismas repulsiones por los bárbaros desorganizadores como Artigas, a quienes hemos enterrado históricamente».[8]
Desde otra matriz historiográfica, estudiosos como Saldías también denostaron a Artigas y su «pretendida federación, en la que no cabían más que él y su sangriento despotismo».[9]
Más recientemente, en especial durante las dos últimas décadas del siglo xx, las grandes corrientes interpretativas tradicionales fueron parcialmente relegadas, sobre todo en los ámbitos académicos, por una nueva visión del pasado -posibilista, justificadora y conservadora- que en nombre de una renovación historiográfica de temas, problemas e interrogantes, en muchos casos no representó más que la puesta en línea del estudio del pasado con un tiempo signado por la derrota de las experiencias revolucionarias, la globalización y el neoliberalismo. Naturalmente, tampoco en este contexto Artigas ha logrado recuperar plenamente la estatura histórica que surge de su acción y su doctrina.
Enfrentando pues a las visiones tradicionales, y lejos de las indefiniciones de muchas elaboraciones «renovadoras», la interpretación que sustentamos en este libro afirma sin equívocos que Artigas recoge, expresa y desarrolla la mejor tradición de Mayo.
«Aspirar al mando exclusivo de las demás provincias y renovar en nuestro continente el sistema metropolitano, adoptado por la antigua España, seria un error contrario a los principios que sirven de base a nuestra constitución, y a nuestro patriotismo seria un problema; más claro: no haríamos mas que Imitara los mismos tiranos que detestamos».
Juan José Castelli
Producida la revolución, el concepto de «soberanía popular» estuvo en la base de su fundamentación doctrinaria, ya que prisionero el rey español de Napoleón, se rompía el «pacto social» por el que los pueblos se subordinaban a su autoridad, recuperando de ese modo sus antiguos derechos.
Sobre la base de este argumento, la Primera Junta revistió el carácter de provisoria hasta que se reunieran los representantes de todos los pueblos;[10] del mismo modo las expediciones militares despachadas desde Buenos Aires se titularon «auxiliadoras», pues - como lo enfatizó Castelli en c| Alto Perú - si la capital virreinal se limitara a reproducir respecto a las provincias un sistema de poder como el que hasta entonces había impuesto el colonialismo «no haríamos más que imitar a los mismos tiranos que detestamos».[11]
El máximo exponente de esta doctrina fue Mariano Moreno, quien la planteaba así: «La disolución de la Junta Central restituyó a los pueblos la plenitud de sus poderes, que nadie sino ellos mismos podían ejercer, desde que el cautiverio del rey dejó acéfalo el reino y sueltos los vínculos que lo constituyen centro y cabeza del cuerpo social. En esta dispersión... cada pueblo reasumió la autoridad que de consuno habían conferido al monarca».[12]
Estos conceptos son doctrinariamente idénticos a los postulados por Artigas al estipular en 1813, rechazando las pretensiones hegemónicas del centralismo porteño, que «la soberanía particular de los pueblos será precisamente declarada y ostentada, como objeto único de nuestra revolución».[13]
Como si presintiera el rumbo político que predominaría tiempo después, Moreno advirtió sobre los peligros del despotismo al señalar que Buenos Aires debía tener una conducta capaz de «inspirar a los pueblos hermanos la más profunda confianza en esta ciudad que miró siempre con horror la conducta de esas capitales hipócritas, que declaraban guerra a los tiranos para ocupar la tiranía que debía quedar vacante con su exterminio».[14]
Vale destacar que estas opiniones - tan filosas, tan claras - no eran confidenciales, o de circulación restringida; al contrario, fueron publicadas por la Gaceta y difundidas en todo el virreinato.
Se trataba de una concepción ideológica y un camino político que - asociado a los nombres de Moreno, Castelli, Belgrano y otros patriotas - predominó en las acciones de la Junta hasta fines de 1810, resultando su expresión más acabada el «Plan de Operaciones que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia».[15]
Durante ese período, el contenido del pronunciamiento anticolonial del 25 de Mayo es el que ordena y jerarquiza los diferentes puntos de vista, definiendo los campos enfrentados: patriotas americanos y españolistas.
Las revoluciones se producen en momentos históricos excepcionales, y difícilmente las ideas dominantes hasta entonces en la sociedad resultan adecuadas para interpretarlas, razón por la cual solo parcialmente el historiador hallará allí sus respuestas.
Ilustrando este concepto, con el agravante eventual de localismos y «nacionalismos», algunos autores acaban proponiendo - incluso en contradicción con su propia visión más general - explicaciones que reproducen los argumentos de la reacción colonialista: «En realidad, el programa revolucionario concebido en su más amplia expresión se encuentra en el criterio defendido por los propios españoles». ¿Y cuál era ese criterio? Pues que la revolución podría realizarse «solo después de oídos todos y en vista de su conformidad».[16] El problema era que entre los «todos» que debían prestar su conformidad se encontraban los realistas de Córdoba, Paraguay, Alto Perú, la Banda Oriental, etc. Sin duda uno es el sentido de lograr la igualdad de las provincias con la capital en boca de Cisneros, Elfo o Goye- neche; y otro en la de Artigas, Francia o Moreno. Y es la revolución la que otorga los sentidos.
Está absolutamente fuera de esta discusión la justeza y pertinencia de las polémicas y conflictos que las dirigencias patriotas provinciales - sobre la base de compartir e impulsar el pronunciamiento de Mayo - sostuvieron al resistir las políticas centralistas y hegemónicas.
Pero aun así, no podemos compartir que se enfatice que «las expediciones de Ortiz de Ocampo y Castelli al Alto Perú y la de Belgrano al Paraguay, fueron campanadas de alarma».[17] ¿Alarmapara quién? Secundariamente para los pueblos a los que no se les planteaban con claridad y sin reservas las propuestas revolucionarias; pero alarma, principalmente para Liniers, Nieto, Velasco y otros reaccionarios, que trataron de confundir el interés colonialista que defendían con el de los pueblos y provincias.
La interpretación propuesta, basada en la aceptación de la necesidad y prioridad del despliegue de la iniciativa revolucionaria - acicateado por «el inminente peligro de la demora» - la creemos válida para el período en que la política porteña se guió por la línea de Moreno, que por sus contenidos democráticos garantizaba, hasta cierto punto, la igualdad y libertad de los pueblos y provincias.
Derrotada esta orientación en diciembre de 1810, y tras el período -ya sin Plan de Operaciones - en que el peso de las provincias interiores en la composición de la Junta Grande permitió que en alguna medida todavía encontraran expresión los puntos de vista regionales, se impuso una orientación unitaria y centralista con la instalación del Primer Triunvirato.
Comenzaba a quedar claro que la aristocracia terrateniente y mercantil bonaerense no iba a ir más allá de desempeñar el papel que antes cumplía España en el sistema colonial, frustrando los intentos de modificar aspectos relevantes de la estructura socioeconómica heredada mediante reformas profundas de contenido democrático.[18]
De esta manera, a partir de mediados de 1811, fue cada vez mayor el peso de los consejos y presiones de la diplomacia británica, contraria - según el embajador Strangford - a «todo intento prematuro por parte de esas colonias de declararse independientes». En igual sentido influyeron sobre la política del Triunvirato la suerte adversa de las campañas militares y la creciente dificultad que encontraba para contener bajo su dominio a las distintas expresiones de la movilización de los pueblos, que estimulados por la lucha contra la metrópoli pretendían también afirmar la autonomía de sus provincias y mejorar sus condiciones de existencia, aspiraciones que en más de una ocasión serían motejadas por las elites hegemónicas con los nombres temidos de «anarquía» y «federalismo».
En relación a la influencia de los vaivenes de la guerra, debe señalarse que si bien la derrota de Huaqui y la amenaza portuguesa en la Banda Oriental suponían serios peligros - y duras pruebas al temple de los revolucionarios - también se contabilizaban sucesos favorables: en las Piedras se había inflingido una importante derrota a las fuerzas de Elío; en el Paraguay, la revolución del 14 y 15 de mayo había eliminado el poder español en una región de gran importancia estratégica, lo que no podía dejar de inquietar a los portugueses. Finalmente, el entusiasmo y el valor de los hombres convocados por la defensa de su patria se presentaban -y de ese modo lo comprendió Artigas - como factores decisivos para el triunfo.
Sin embargo, para las dirigencias que dictaban la política del momento, todo debía adecuarse a la consecución de la estabilidad de su gobierno, y al acompasamiento -y adaptación - de la situación local a los vaivenes de la lucha en Europa, facilitando mientras tanto la profundización del librecambio de los cueros vacunos por las manufacturas importadas.
Este modelo imponía mantener bajo control las situaciones provinciales, razón por la cual se tendió a concentrar cada vez más en Buenos Aires el ejercicio del poder y la dirección del proceso abierto en 1810, reafirmándose al efecto las prerrogativas que como capital virreinal le habían correspondido en el antiguo régimen.
El localismo de mira estrecha y algunas poco honorables negociaciones diplomáticas fueron también consecuencias de la regresión programática de la conducción patriota, elocuentemente plasmada en el Tratado de Pacificación de 1811, en el protectorado inglés propuesto por Alvear en 1815, y en las gestiones directoriales relacionadas con la invasión portuguesa de la Banda Oriental en 1816.
Así, a los pocos meses de producirse, el pronunciamiento de Mayo cristalizaba - como se expuso en el capítulo I - tendencias políticas contrapuestas que, aunque coincidentes en lo antiespañol, se caracterizaron por su contenido más democrático y radical una, y por su creciente autoritarismo conservador la otra. Es decir, dos caminos, dos perspectivas y dos modos de comprender la revolución, sus fines y objetivos.
Sobre esta base sostenemos que José Artigas, tanto por su firmeza in- dependentista como por los contenidos reformistas de su pensamiento socioeconómico, fue el principal continuador de lo esencial de la doctrina inspirada por Moreno.
Aunque tal afirmación queda demostrada por el sentido y contenido de su propia acción política, vale no olvidar que el líder oriental «era lector de la Gaceta, órgano oficial del poder revolucionario del Río de la Plata. Párrafos de la oración de abril, como los que aluden a la veleidad de los hombres y al freno de la Constitución, revelan inequívocamente el influjo de los artículos que en ella había escrito Mariano Moreno».[19]
También según las palabras de un protagonista de aquellas jornadas, Artigas «proclamaba la federación porque fue la clase de gobierno que se le hizo entender al principio de la revolución que nos convenía. Estas eran las doctrinas del finado doctor Don Mariano Moreno».[20]
Tan «argentino» como el que más, la incorporación del dirigente oriental en nuestra historia significa una dura prueba para todos los personajes del pasado, quienes deberían estudiarse - contrastados y reinterpretados - a la luz de una realidad que recupera, con Artigas, la totalidad de sus contenidos.
«El fuego patriótico electrizaba los corazones y nada era bastante a detener su rápido curso, los elementos que debían cimentar nuestra existencia política se hallaban esparcidos entre las mismas cadenas y sólo bastaba ordenarlos para que operasen».
Artigas, 1811
José Artigas desertó de las fuerzas al mando del virrey Elfo en vísperas del Grito de Asencio.[21] Este suceso, «extraordinario para la marcha de la revolución de 1810»,[22] se produjo el 15 de febrero de 1811, cuando el entonces oficial del cuerpo de blandengues marchó hacia Buenos Aires para formalizar su adhesión a la lucha contra el colonialismo español.[23]
Llegaba convocado por las consignas de la primera hora. Su incorporación al movimiento revolucionario había sido prevista por Moreno - en el Plan de Operaciones - como un aporte decisivo para el éxito de la insurrección en la campaña oriental: «Sería muy del caso atraerse a dos sujetos por cualquier interés y promesas, así por sus conocimientos, que nos consta que son muy extensos en la campaña, como por sus talentos, opinión, concepto y respeto, como son los del capitán de dragones don José Rondeau, y los del capitán de blandengues donjosé Artigas; quienes puesta la campaña en este tono, y concediéndoseles facultades amplias, concesiones, gracias y prerrogativas, harán en poco tiempo progresos tan rápidos, que antes de seis meses podría tratarse de formalizar el sitio de la plaza».[24]
En las antípodas de Moreno, también los españoles de Montevideo supieron aquilatar la trascendencia del suceso, como lo ilustra la opinión del jefe de su apostadero naval: «En resumen, las principales causas de la revolución en la campaña fueron las providencias del virrey, sus disposiciones pueriles para contenerla y la deserción del capitán José Artigas, sin la cual y a pesar de todo no se verifica».[25]
Artigas regresó de la capital con una corta ayuda, el rango de coronel y la promesa de estrechar el bastión realista en el Plata a la sola influencia de sus murallas. Carlos Anaya, protagonista y memorialista de aquellos sucesos, anotó al respecto: «El brioso comandante don José Artigas, correspondiendo a la alta estimación de aquel gobierno, aseguró que regresado a su patria con aquel auxilio, no dudaba que todos sus blandengues que se encontrasen libres se le reunirían, así como los habitantes, vecinos y oficiales se incorporarían a sus fines contra el enemigo común; y que bajo tales principios ofrecía y aseguraba al gobierno, dar por sitiada la plaza de Montevideo, como lo cumplió exactamente».[26]
Efectivamente, esto ocurriría luego de la gran victoria de Las Piedras, que Artigas dirigiera personalmente. En el parte que envió a la Junta luego de la batalla, destacó el papel que le cupo al entusiasmo revolucionario de sus paisanos en el desenlace de la lucha: «la superioridad en el todo de la fuerza de los enemigos, sus posiciones ventajosas, su fuerte artillería y particularmente el estado de nuestra caballería, en su mayor parte armada de palos con cuchillos enastados, hacen ver indudablemente que las verdaderas ventajas que llevaban nuestros soldados sobre los esclavos de los tiranos estarán siempre selladas en sus corazones inflamados del fuego que produce el amor a la patria».[27]
Más allá de una lectura superficial de estas líneas, que solo fye su atención en la exaltación del patriotismo, es posible apreciar la relación que Artigas establecía entre el hombre y el arma: una «técnica» superior en manos de «los esclavos de los tiranos» podría ser derrotada por soldados mental y afectivamente comprometidos con la causa por la que combaten y los dirigentes que la expresan.
A lo largo de toda su trayectoria política y militar, esta concepción - ciertamente popular- se mantendría inamovible, resultando el secreto último de más de uno de sus triunfos y, fundamentalmente, de la pertinaz resistencia opuesta a la invasión del colonialismo portugués entre 1816 y 1820.
Luego de las Piedras y de concretado el sitio sobre Montevideo - con lo cual Artigas cumplía rápidamente los compromisos contraídos - nuevos sucesos complicaron el panorama de las fuerzas revolucionarias: en julio de 1811 un ejército «pacificador» portugués ingresó en la Banda Oriental en apoyo de Elío, quien en nota a su comandante - el general Diego de Sou- za - afirmaba: «Estoy seguro que con la llegada de V.E... y combinación de nuestros planes y medidas dirigidos a un propio objeto, desaparecerá como el humo esa gavilla de bandidos ignorantes hasta del manejo de las armas, y sólo muy a propósito para la seducción y cometer traicioneramente otros atentados».[28]
Resulta evidente que el jefe español subestimaba la fuerza de sus enemigos, tanto como se engañaba con la supuesta ayuda enviada desde Brasil, detrás de la cual se ocultaba mal el antiguo expansionismo lusitano.
Frente al hecho consumado de la presencia militar portuguesa, el ejecutivo de Buenos Aires, desoyendo la opinión en contrario de Artigas - que se opuso a «abandonar a la furia y saña de los españoles tantos orientales como había comprometido» -[29] juzgó imposible mantener el sitio de Montevideo y ordenó la evacuación de las tropas. Esto se concretó luego de la firma de un Tratado de Pacificación - rubricado por el Triunvirato el 20 de octubre de 1811 - por el cual los realistas compensarían el retiro porteño gestionando la misma actitud por parte de los portugueses, asegurándose nuevamente el control de la campaña uruguaya.
Con referencia a este tratado, debe recordarse que el 2 de septiembre ya se había concertado un Acuerdo Preliminar, el cual sin embargo no sería luego ratificado por la Junta Grande debido a la resistencia de los orientales,[30] reforzada por diversas manifestaciones de oposición registradas tam-
Cuadro de texto: r
bien en la capital. El cabildo, por ejemplo, propuso que el control de la Banda Oriental, que se establecía quedaría en manos de Elfo, fuera limitado a la plaza de Montevideo «y en lo que alcance el tiro de cañón, por no ser propio, ni regular, que se entreguen bajo su dominación a tantos vecinos y habitantes que poseídos del más puro patriotismo, se han declarado por la justa causa, de que podrían resultar consecuencias demasiado tristes».[31]
Atendiendo a sus contenidos fundamentales, el Tratado de Pacificación establecía el reconocimiento de Fernando VII, y «la unidad indivisible de la nación española, de la que forman parte integrante las provincias del Río de la Plata en unión con la península...».
Se convenía también enviar inmediatos auxilios a España y un diputado a las Cortes Generales. A su vez, en el artículo sexto - de incalculable trascendencia en la génesis del artiguismo - se acordaba: «Las tropas de Buenos Aires desocuparán enteramente la Banda Oriental del Río de la Plata hasta el Uruguay, sin que en toda ella se reconozca otra autoridad que la del Exmo. Sr. Virrey». En el séptimo se establecía que «los pueblos del Arroyo de la China, Gualeguay y Gualeguaychú, situados entre ríos, quedarán de la propia suerte, sujetos al gobierno del Excmo. Sr. Virrey». A cambio de todas estas concesiones, Elío se comprometía a que «las tropas portuguesas se retiren a sus fronteras» y a levantar el bloqueo del puerto bonaerense.[32]
No resulta difícil descubrir que detrás de la concepción y ratificación de este acuerdo, se movilizó activamente la influencia de la diplomacia inglesa, interesada en mantener un status quo que favoreciera su política de «mediación»,[33] y con ella el libre acceso de sus barcos a todos los puertos y
mercados del Plata. Esta afirmación se ve confirmada por la nota - del 22 de noviembre - de Strangford al secretario de Estado inglés Lord Wellesley, informando que con el convenio habían sido removidos todos los obstáculos al comercio británico.[34]
Artigas por su parte, en oficio a la junta del Paraguay, juzgó el Tratado con extrema severidad: «por él se priva de un asilo a las almas libres en toda la Banda Oriental, y por él se entregan pueblos enteros a la dominación del mismo señor Elío, bajo cuyo yugo gimieron. ¡Dura necesidad!».[35]
Fue en ocasión de estos hechos que distintos grupos de orientales - entre los que se contaban numerosos hacendados y mercaderes crecientemente distanciados de la cúpula de la elite local que permanecía en Montevideo fiel a España - protagonizaron sus primeras reuniones políticas formales, conocidas por los sitios en que tuvieron lugar como de la Panadería de Vidal y de la quinta La Paraguaya.[36]
En ellas se consagró la jefatura militar de Artigas, y se tomaron las resoluciones que poco después harían al pueblo oriental protagonista de una de las páginas mayores de la emancipación americana: la emigración o éxodo (la «redota») de la población patriota hacia el Entre Ríos - donde acamparon en el Salto Chico occidental y luego en el Ayuí, cerca de Concordia - huyendo de las consecuencias de la «pacificación».[37]
Respecto a esta iniciativa fundacional del movimiento político artiguis- ta, informa Anaya, algo exageradamente,[38] que «la expedición se compuso de 900 carretas con familias y habitantes, llegándose a formar un padrón de 16.000 almas en el punto del Salto del Uruguay donde se estableció el ejército oriental».[39]
A pesar de las prevenciones que incipientemente comenzaban a manifestarse en Buenos Aires respecto a la conducta de los orientales, el 15 de noviembre de 1811 el Triunvirato nombró a Artigas «Teniente Gobernador, Justicia Mayor y Capitán de Guerra» del departamento de Yapeyú, con la misión de organizar la fuerza militar, disciplinarla y ponerla en estado de obrar. Nótese que en virtud de este nombramiento, que facilitaría el arraigo de su influencia política en la región, Artigas forma parte de los gobernadores argentinos legalmente constituidos.[40]
El año 1812 se inició para los orientales bajo el signo del exilio y la reflexión sobre un destino que aparecía tan incierto como peligroso. Artigas buscó por entonces un entendimiento con el Paraguay[41] al tiempo que tejía múltiples lazos con los pueblos del Litoral mesopotámico, que conocieron y respetaron la constancia y fidelidad a la causa revolucionaria del pueblo emigrado.
Mientras tanto, las tropas portuguesas - que habían hecho poco caso del tratado de Pacificación - sostenían frecuentes escaramuzas con los destacamentos orientales que las hostigaban.[42] Finalmente, tal como aconsejaba la diplomacia británica, el 26 de mayo de 1812 se firmó el Armisticio Herrera-Rademaker,[43] que alejó, al menos por un tiempo, la amenaza lusitana en el Plata.
Por esos días, el Triunvirato había decidido enviar un nuevo ejército sobre Montevideo, designando a uno de sus miembros - Manuel de Sarra- tea - como comandante supremo, a cuyo mando deberían subordinarse las fuerzas orientales.
Las relaciones de Artigas con este jefe - que llegó al Ayuí en el mes de junio - y la copiosa correspondencia que intercambiaron a propósito de cuestiones políticas y doctrinarias que hacen a la esencia de la insurrección de Mayo, son reveladoras de que, luego de un semestre de discrepancias y conflictos,[44] a fines de 1812 las posiciones tal como se sustentaban eran inconciliables.
El núcleo de la discusión se sintetizaba en definir si el ejército bonaerense era de «operaciones» o «auxiliar»; si los orientales eran un pueblo en armas con los mismos derechos que cualquier otro - incluido el de Buenos Aires - o si solo constituían divisiones militares que se diluirían escalafo- nariamente entre las tropas dependientes de la capital. «El plan de Sarratea - explica Pivel Devoto - consistía en iniciar las operaciones con el grueso del ejército a sus órdenes, separado de las fuerzas de Artigas; reducir a este a un papel secundario, prescindir de él si fuera posible: asumir en el mayor grado personal la conducción de los sucesos».[45]
Practicando una política tortuosa, el general porteño «trató de desmoralizar el ejército de Artigas y de deshacer esa unión que constituye la fuerza; al efecto empezó por reducirle los jefes de más capacidad que aquel tenía, ofreciéndoles oro, charreteras y galones, que Artigas no podía darles».[46]
Agrega el cronista que en relación a la defección de algunos de sus principales cuadros - muchos de ellos miembros de prominentes familias orientales - Artigas «quedó resentido por la conducta de unos hombres en quienes había depositado su mayor confianza, y desde entonces, quizá tuvo cierta predilección por los gauchos, pues, le he oído decir, que había encontrado más virtud o constancia en ellos que entre los hombres de educación».[47]
Que el conflicto iba mucho más allá de un choque de personalidades, quedaría demostrado por el hecho de que ya en julio de 1812 el gobierno porteño le había ordenado a Artigas que «se presente sin pérdida de tiempo en la capital», lo cual fue posteriormente notificado a Sarratea, a quien se le otorgó «poder discrecional» para que hiciera cumplir la orden utilizando «su autoridad y todos los recursos hasta el de la fuerza».[48] Aunque compartía absolutamente el espíritu de la iniciativa, Sarratea consideró oportuno suspender su cumplimiento por considerar impolítico «atacarlo abiertamente», al tiempo que ratificó su decisión de continuar minando la influencia del líder oriental de todas las formas posibles.[49]
La decisión de Sarratea de acabar con Artigas lo llevó a urdir distintas maniobras, tramando su prisión, e incluso, el asesinato. Según un testigo del intento, «Santiago Vázquez de acuerdo con Sarratea mandó al joven donjuán José Aguiar cerca de dicho comandante (Otorgués) bajo promesas muy importantes, para que asesinase a su pariente el general Artigas, regalándole unas ricas pistolas para realizar el crimen político. Otorgués era un hombre lego pero tan astuto que sorprendía: se prestó a llenar su comisión de sangre bajo ponderadas recompensas; y Aguiar anticipó el aviso por un billete con tinta simpática, señalándole el día en que el comandante Otorgués ofrecía dejar el hecho consumado. Don Santiago abrió el billete con suma curiosidad, le pasó el líquido para descubrir la escritura, y enterado exclamó “ya somos felices”, montando a caballo y precipitándose al cuartel general del Sr. Sarratea, con las albricias de que Artigas - o anarquistas como ellos llamaban - tenía ya contados los pocos días que le quedaban de vida. La carta, su abertura y contenido, yo lo he presenciado».[50]
Sin olvidar estos intentos, una línea de análisis más general de la situación pone en evidencia que la actitud del ejecutivo de Buenos Aires dividía, de hecho, a las tropas patriotas, toda vez que en las circunstancias descriptas las fuerzas al mando de Artigas resistían incorporarse al sitio.
Este escenario fue claramente percibido por los jefes militares orientales, que comisionaron a fines de agosto a Manuel Martínez de Haedo en calidad de apoderado para presentar sus demandas ante el Triunvirato. Con una lógica de hierro, y ubicados en el meollo del problema político que se ventilaba, en una misiva dirigida al gobierno desde el campamento del Ayuí abordaron sin cortapisas el debate acerca del carácter que debían revestir las tropas provenientes de la capital virreinal: «Si vienen a destruir el despotismo en la Banda Oriental, nosotros somos los que la habitamos, sobre nosotros es que se ostenta ese exceso de generosidad, ¿pero cómo conciliar objeto tan digno con el abandono a que nos han reducido? Los orientales pueden haberse equivocado en el motivo y modo de sus quejas, pero después de haber sabido ser por sí libres, no dudan tendrá V.E. la dignación de declararles: si el pueblo de Buenos Aires quiere destruir por sí la tiranía en los pueblos de la América y constituirlos según su modo, o si presenta un auxilio a los pueblos, con el que reclamen su libertad y puedan constituirse».[51]
Fechada al igual que la anterior el 28 de agosto, una segunda nota - destinada al cabildo bonaerense - expresó la maduración del pensamiento político de los orientales conducidos por Artigas, que tras el hito marcado por las resoluciones de las asambleas de fines de 1811 avanzaban en la afirmación - y fundamentación - de su autonomía: «Vuestra excelencia no puede ver en esto sino un pueblo abandonado a sí solo, y que, analizadas las circunstancias que le rodeaban, pudo mirarse como el primero de la tierra, sin que pudiese haber otro que reclamase su dominio, y que en el uso de su soberanía inalienable pudo determinarse según el voto de su voluntad suprema. Allí obligados por el tratado convencional del Gobierno Superior quedó roto el lazo - nunca expreso- que ligó a él nuestra obediencia, y allí, sin darla al de Montevideo, celebramos el acto solemne, sacrosanto siempre de una constitución social, erigiéndonos una cabeza en la persona de nuestro dignísimo conciudadano Don José Artigas, para el orden militar de que necesitamos».[52]
Sin duda esta actitud soberana de los orientales no dejó de causar alarma en Buenos Aires, como se desprende del revelador testimonio de Nicolás de Vedia, quien había sido enviado a explorar las intenciones de aquellos dirigentes: «informé al gobierno que Artigas manifestaba los mejores sentimientos a volver sobre Montevideo, que tenía poca gente armada, y que sus soldados maniobraban diariamente y hacían el ejercicio del fusil y carabina con unos palos a falta de estas armas; y por último que cuantos le seguían daban muestras de un entusiasmo el más decidido contra los godos. La viveza con que pinté al gobierno las buenas disposiciones que yo había notado en él y la multitud que le circundaba, fue oída con sombría atención, y después supe que el gobierno no gustaba de que se hablase en favor del caudillo oriental».[53]
De este modo, afirmadas las partes en sus respectivas posiciones, el estado de las cosas no podía sino empeorar. Divididas las fuerzas que debían confluir en la lucha anticolonial, separados los orientales del resto del ejercito sitiador de Montevideo, y atacado sistemáticamente su liderazgo, pocos meses después - el 25 de diciembre de 1812, a orillas del río Yi - Artigas expresaría la agudización de la crisis política en los siguientes términos: «El pueblo de Buenos Aires es y será siempre nuestro hermano, pero nunca su gobierno actual. Las tropas que se hallan bajo las órdenes de vuestra excelencia serán siempre el objeto de nuestras consideraciones, pero de ningún modo vuestra excelencia. Yo prescindo de los males que puedan resultar de esta declaración hecha delante de Montevideo; pero yo no soy el agresor, ni tampoco el responsable».[54]
El documento dirigido a Sarratea concluía con la solicitud de su inmediato retiro, a efectos de facilitar la unidad de los dos ejércitos. Lejos de aceptar estos términos, el comandante porteño replicó el 2 de enero de 1813 declarando al jefe oriental fuera de la ley, a través de un bando en el que se enfatizaban «los graves perjuicios que ha experimentado este territorio por la bárbara sediciosa conducta del traidor a la patria José Artigas».[55]
En la misma dirección, el 26 de enero Sarratea afirmaba: «nada resta que hacer sino adoptar medidas vigorosas que reduzcan a este genio suspicaz a la senda de sus deberes, y hagan el debido deslinde de sus extravíos».[56]
Seis días antes Artigas había reiterado claramente cuáles eran las exigencias que a su juicio debían satisfacerse para lograr la unidad con las fuerzas bonaerenses.[57] Estas pretensiones, que constituían de hecho un programa político, se condensaron en las pautas que se le otorgaron a Tomás García de Zúñiga para su misión ante el gobierno de Buenos Aires.[58]
En el punto octavo de los reclamos orientales aparece completamente plasmado el concepto esencial de la doctrina artiguista: la soberanía particular de los pueblos, es decir la base sobre la cual cada provincia podría avanzar hacia una liga ofensiva-defensiva, y de allí a la confederación.
La situación, si bien se prolongaba entre negociaciones y chicanas, era cada vez más insostenible; finalmente, el 21 de febrero, un movimiento de tropas encabezado por Rondeau y French, con el apoyo de contingentes orientales, impuso el alejamiento del cuestionado Sarratea.
Las circunstancias de su desplazamiento fueron relatadas por un actor de los sucesos, Nicolás de Vedia: «Tratábamos de hacer toda clase de sacrificios para que se verificase la toma de una plaza que podía impedir con el tiempo los progresos de nuestras armas, y además conservábamos a la patria un ejército que estaba a pique de aniquilarse si no nos conformá- barrios con las peticiones de un jefe que era el ídolo y dueño de la tierra que pisábamos».[59]
El 26 de febrero de 1813 -precedidas por un piquete de indios charrúas - las tropas artiguistas se incorporaron al segundo sitio, concretándose así la unidad de las fuerzas patriotas.
El pensamiento político de Artigas aparecía por entonces estructurado y definido: a los elementos provenientes del reformismo español (recuérdese que colaboró con Azara en la fundación de San Gabriel de Batoví y en los repartos de tierras a los pobladores), les agregó el conocimiento de la historia y las fuentes constitucionales de los Estados Federados de Norte América;[60] también la Gaceta de Buenos Aires del tiempo de Moreno ejerció una fuerte influencia al sumar fundamentos doctrinarios decisivos justo en el momento que Artigas reflexionaba sobre la conveniencia de su inminente pronunciamiento revolucionario.[61]
La mezcla heterogénea de todos estos elementos ideológicos, y aun de otros menos mencionados -como los textos emanados de la Junta del Paraguay entre 1811 y 1813- estuvo presente en la fragua de las ideas de Artigas que, en su originalidad y especificidad, pueden básicamente considerarse como una síntesis de la experiencia práctica del pueblo oriental y la línea que orientó esa práctica, ofreciéndole un programa político independentista y, en varios aspectos, democratizante del viejo orden colonial.
Mientras las tropas artiguistas retomaban su lugar en el asedio de Montevideo, la Asamblea General reunida en la capital virreinal había dado comienzo a sus sesiones el 31 de enero de 1813,[62] y poco después el ejército sitiador recibía la orden de jurar acatamiento a la nueva autoridad.
El general Rondeau informó de la novedad a Artigas, quien respondió que estando aún pendientes de resolución los reclamos orientales elevados por vía del comisionado García de Zúñiga, había sin embargo dado orden para que se convocase un congreso de los pueblos de la Banda Oriental que se reuniría a comienzos de abril.
En estas circunstancias, y sin negarse explícitamente, Artigas afirmaba que era conveniente suspender provisoriamente el reconocimiento y jura de la Asamblea, e invitaba a Rondeau a imitar su actitud a fin de poder verificarlo ambos ejércitos juntos en un futuro inmediato.
El análisis de la actitud del jefe oriental debe tener en cuenta la gravedad del compromiso que se le solicitaba, y las dificultades que entrañaría «realizarlo sin previo acuerdo popular - ya que los sucesos pasados exigían garantías futuras - desde que los pueblos orientales carecían de representación en el seno de la Asamblea de Buenos Aires».[63]
Con la presencia de delegados de 23 pueblos de la Banda Oriental, el día 4 de abril inició sus sesiones el Congreso de las Tres Cruces -en la zona del actual barrio montevideano que conserva este antiguo nombre - o Congreso de Abril, con una Oración Inaugural en la cual mediante un discurso de innegables resonancias morenianas -y luego de enfatizar que «mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana» - Artigas fundamentó doctrinariamente el problema de decidir si se reconocería a la Asamblea antes del allanamiento a las pretensiones orientales aún sin respuesta: «Ciudadanos. Los pueblos deben ser libres. Ese carácter debe ser su único objeto y formar el motivo de su celo. Por desgracia, va a contar tres años nuestra revolución y aún falta una salvaguarda general al derecho popular. Estamos aún bajo la fe de los hombres y no aparecen las seguridades del contrato. Todo extremo envuelve fatalidad, por eso una desconfianza desmedida sofocaría los mejores planes; ¿pero es acaso menos temible un exceso de confianza? Toda clase de precaución debe prodigarse cuando se trata de fijar nuestro destino. Es muy veleidosa la probidad de los hombres; solo el freno de la constitución puede afirmarla. Mientras ella no exista es preciso adoptar las medidas que equivalgan a la garantía preciosa que ella ofrece... ».[64]
Sobre esta base conceptual el congreso debatió sobre si debían reconocer a la Asamblea por obediencia o por pacto,[65] inclinando Artigas los sufragios en favor de la fórmula contractual, con la aclaración - muy importante para la historiografía del artiguismo - de que «esto, ni por asomos, se acerca a una separación nacional: garantir las consecuencias del reconocimiento no es negar el reconocimiento».[66]
Al respecto, nótese como el jefe oriental utiliza el concepto «separación nacional», mostrando como si bien la construcción de las naciones riopla- tenses era todavía una tarea pendiente, en términos ideológicos y políticos se manejaba la idea de una «nación» que reuniera, como lo había planteado Moreno en La Gaceta, lo esencial del viejo virreinato. Esta potencial «patria grande» iría resultando fragmentada por poderosas fuerzas concurrentes, como la diplomacia de las potencias colonialistas, los intereses sectarios de las elites de mercaderes y terratenientes, y la centenaria herencia de desintegración económica y aislacionismo geográfico malamente paliada por la creación virreinal.
Como parte de sus actividades, el 20 de abril el Congreso decidió por mayoría de votos la creación de «un cuerpo municipal que entendiese en la administración de la justicia y demás negocios de la economía interior del país»,[67] según se lo define en el acta de su constitución. Esta administración provisoria de la provincia Oriental - o Gobierno Económico - constituía, según el juicio crítico de Favaro, «un gobierno mixto, unipersonal y colegiado, en forma de cabildo, que era una negación de los principios sustentados por la misma congregación, no existiendo en él la división de poderes ejecutivo, legislativo y judicial».[68]
Desde otra perspectiva de análisis se ha señalado que «llama la atención el hecho de que en el momento que la revolución, que había tirado abajo la administración colonial, se vio abocada a la organización de un gobierno, lo haya hecho tomando por modelo precisamente una institución colonial. Ello se explica teniendo en cuenta que los cabildos fueron dentro de aquel régimen, una corporación eminentemente popular».[69]
Contradictoriamente, aunque a tono con una época signada por la agudización de la dialéctica de cambios y continuidades, la fórmula de juramento utilizada al asumir los miembros de la nueva institución estaba tomada de la Constitución de Massachussets.
En relación con los problemas de interpretación que indudablemente se plantean en torno al carácter del Gobierno Económico, resulta difícil compartir el calificativo de «popular» que se asigna a los cabildos, antes y después de 1810. Estas instituciones fueron sin duda órganos de expresión política, social y económica de los sectores de españoles y americanos - con preponderancia criolla luego de la revolución - que controlaban lo esencial del comercio, la tierra y el ganado. Es decir los pilares sobre los que la aristocracia terrateniente-mercantil asentó su poder, a la sombra de la hegemonía metropolitana primero, y luego en el marco de las nuevas instituciones creadas por la revolución.
Que estos sectores se hayan hecho independentistas es una cosa, que fueran populares otra muy distinta: popular era el campesino, el artesano, el esclavo, el indio, el peón, el gaucho... Y aun considerando que un compromiso decidido de lucha por la independencia - la principal divisoria política de aguas en aquella coyuntura histórica - podía otorgar dicho carácter, salvo excepciones no fue ese el caso de las elites rioplatenses, tal como quedaría demostrado, entre tantos ejemplos, por sus actitudes ante la invasión del colonialismo portugués en la Banda Oriental.
Otro producto del Congreso de Abril - el más trascendente - fue el conjunto de orientaciones y principios político doctrinarios condensados en las Instrucciones dadas a los diputados que marcharon a incorporarse a la Asamblea General Constituyente.
Entre sus postulados fundamentales, en el artículo primero se solicitaba la «declaración de la Independencia absoluta de estas colonias»; en el segundo, se indicaba que «no se admitirá otro sistema que el de Confederación para el pacto recíproco de las provincias que formen nuestro estado»; finalmente, según el tercero, los diputados debían promover «la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable». Otros diecisiete artículos, algunos de suma trascendencia como se verá al analizar los aspectos económicos del artiguismo, completaban el todo de las Instrucciones.[70]
En suma, a lo largo de las deliberaciones se había ido plasmando el contenido de las concepciones políticas que Artigas sostendría hasta el final de su actuación pública, condensado en un avanzado programa revolucionario, que en adelante ocuparía el vacío dejado por el abandono del Plan de Operaciones de Moreno.
Estas Instrucciones - de origen provincial, pero de alcance mucho más vasto - fueron rechazadas por la Asamblea del Año XIII,[71] que puso así de manifiesto las serias limitaciones de la fracción política que la hegemonizaba, especialmente al dejar de lado la declaratoria de la independencia y al resignar la posibilidad de organizar democráticamente la unidad de los pueblos sudamericanos,[72] es decir, abandonando los objetivos que al fin de cuentas habían constituido la razón original de su convocatoria.
Quedaba también en evidencia que «el valor esencial de las Instrucciones es de carácter político. Y porque eran la expresión de un movimiento político, de una fuerza política, se rechazó a los representantes de esta Banda».[73]
El contenido «nacional» americanista - extensivo a la geografía del viejo virreinato - que había alcanzado por entonces el pensamiento político de Artigas, se manifiesta con toda su envergadura en la comunicación que dirigió el 17 de abril de 1813 a la Junta del Paraguay, invitándola a concurrir a la asamblea con una posición común, independentista y confederal: «Orientado V.S. de las miras de esta provincia podrá concluir también su plan, decidiéndose a sus resoluciones consiguientes, si le parece bien equilibrado el juego de los sufragios en la Asamblea con seis diputados nuestros, siete de esa provincia grande, y dos del Tucumán, decididos al sistema de confederación que manifiesta V.S. tan constantemente».[74]
En relación con estas previsiones acerca de la correlación de fuerzas en la Asamblea, resulta verosímil suponer que el conjunto de diputados que enumera Artigas, sumados a los influenciados por San Martín - partidario de declarar la independencia - y a los indecisos que podían arrastrar, hubiera constituido un poderosísimo factor de poder, capaz de disputar la hegemonía del Congreso.
Analizado el tema desde esta perspectiva, el rechazo de los diputados orientales resulta comprensible, toda vez que - como señalara la Junta del Paraguay en nota a Artigas - «la llamada Asamblea no ha de ser compuesta sino de súbditos y dependientes del mismo gobierno de Buenos Aires, y de consiguiente sometidos a todas las miras y a los caprichos del propio gobierno».[75]
Al no obtener el reconocimiento sobre ninguno de los puntos resueltos en el Congreso de Abril, Artigas expresó la posición de los orientales, enjuiciando «el desprecio inferido a su Gobierno Económico por la Asamblea Constituyente al no haber contestado a su primera única comunicación del 8 de mayo; el hecho de haberse negado la incorporación a sus diputados... Esta provincia está alarmada contra el despotismo; si sus prosélitos se han multiplicado, ella no es menos libre. Sería muy ridículo que no mirando ahora por sí, prodigase su sangre al frente de Montevideo, y mañana ofreciese a otro nuevo cetro de fierro el laurel mismo que va a tomar sobre sus murallas. La provincia oriental no pelea por el restablecimiento de la tiranía de Buenos Aires».[76]
En su respuesta a Larrañaga - portador del documento recién citado - el poder bonaerense argumentó que «la voz de don José Artigas no está legalmente reconocida como la del pueblo de que se dice representante».[77]
Sobre la base de la derrota de las posiciones sustentadas por San Martín y la renuencia paraguaya a enviar sus representantes,[78] el predominio del grupo alvearista ratificó el rumbo político mediante el cual la dirigencia porteña se alejaría cada vez más de los tiempos y las doctrinas de la Primera Junta. A mediados de 1813 era indudable que el unitarismo, con un estilo más despótico que ilustrado, prevalecía como la tendencia principal de la aristocracia dominante de mercaderes y terratenientes, cada vez más adaptada a las presiones de la diplomacia británica.[79]
Así, el 18 de julio, una carta anónima enviada desde Buenos Aires a Artigas, le advertía sobre las acechanzas políticas que amenazaban a los orientales y a las demás provincias interiores, debido a las maniobras de la Asamblea y el Triunvirato: «Hasta aquí no se ha formado la constitución que fue el fin de la convocatoria, y de esta reunión que se han hecho de ellos mismos, y ya no hay quien no conozca que este aparato de la Asamblea no ha sido sino un arbitrio para engañar (...) para llevar adelante su proyectada república una e indivisible; para subyugar a los pueblos si la resisten, si la conocen y penetran sus miras, para mantenerse ellos en el mando arbitrario de los pueblos. No me equivoco cuando le aseguro que el subyugar a Ud. y a todos los habitantes de esa Banda es el plan meditado: a este fin se fortifican y son sus medidas».[80]
Confirmando estos vaticinios, se urdió con el consentimiento de la Asamblea un nuevo congreso en la Banda Oriental, con el objeto de desconocer las resoluciones de abril, imponer una línea política pro-porteña y elegir nuevos diputados a la Constituyente.[81]
Formalmente la iniciativa se presentaba como un paso necesario para recomponer la situación creada por el rechazo de los representantes orientales electos en Tres Cruces, y una vez puesta en marcha debió ser consentida por Artigas, quien procurando neutralizar la maniobra impulsó la realización del congreso dividida en dos fases: la primera en el campamento sede de su alojamiento, donde los diputados deberían examinar «los resultados de las actas del 5 y 21 de abril próximo pasado, para que no procediesen a ciegas»; y la segunda, de acuerdo con las formalidades exigidas por Rondeau, en la que se atendrían a las primeras deliberaciones.
De este modo se creó una situación, que sería cada vez más reiterada en los años y sucesos por venir, en la cual se ponían a prueba los vínculos de quien había emergido al calor del pronunciamiento anticolonial como jefe de los orientales y los mercaderes y terratenientes que aspiraban a he- gemonizar la causa patriota. Al decir los vínculos, hacemos referencia a las coincidencias y contradicciones entre la línea fijada por Artigas y las orientaciones emergentes de los intereses de dicha elite, cuyos integrantes al calcular sus conveniencias sopesaban cuánto ganaban y perdían con cada opción táctica, en el marco de una situación dinámica en la cual percibían tanto oportunidades como amenazas. En este sentido, cabe remarcar que el conjunto de actores que operaban en la coyuntura - unidos hasta el momento contra el poder español y por mantener cierto grado de autonomía frente a Buenos Aires- estaban constituidos de manera disímil, expresando a facciones y sujetos sociales con diferentes necesidades e intereses, que inevitablemente pesaban sobre el programa político que debía escribirse y reescribirse día a día al calor de los acontecimientos de un momento histórico extraordinario para la antigua colonia rioplatense.
En este contexto, y sobre la base de la negativa de la mayoría de los electores a participar de la primera reunión convocada en el alojamiento de Artigas, el éxito coronó en gran medida la iniciativa directorial. En la reunión de Capilla Maciel - realizada entre el 8 y el 10 de diciembre de 1813 - la dirigencia oriental se dividió en sus opiniones y revisó lo esencial de los postulados artiguistas, reconociendo a la Asamblea Constituyente ya no por pacto, sino por obediencia.
Frente a tamaño suceso Artigas decidió enviar una circular a los diversos pueblos de la provincia en la que solicitaba que «V.S. a la mayor brevedad me declare en términos claros y positivos si ese pueblo reconoce mi autoridad, y si fue su mente que el electo no concurriese al Congreso que yo invité. Sea V.S. seguro de que para mí nada hay más sagrado que la voluntad de los pueblos, y que me separaré al momento si es verdaderamente su voluntad el no reconocerme».[82]
Resulta evidente que la cuestión de fondo era el destino de las resoluciones y la orientación política aprobadas por el Congreso de las Tres Cruces ocho meses atrás. Al respecto, mientras aguardaba la respuesta a la consulta mediante la cual plebiscitaba su liderazgo, Artigas advirtió que él «estaría únicamente a lo determinado en las dichas actas, desconociendo abiertamente cuanto resultase del Congreso».[83]
Las razones que explican lo ocurrido en Capilla Maciel deben buscarse prioritariamente en las contradicciones políticas y económicas que dividían los intereses y con ellos las opiniones de la heterogénea dirigencia oriental; sin que resulte tampoco ajena la disputa puntual por los negocios en torno al abastecimiento de los ejércitos que operaban sobre Montevideo, pagaderos por las cajas bonaerenses.
Más allá de este orden de causas, resulta innegable que muchos congresistas actuaron bajo la presión de la fuerza militar al mando de Rondeau, que fungió como garantía del logro de los objetivos del gobierno porteño. El diputado Pérez Castellano, en la crónica que realizó de las sesiones, recuerda que ante su defensa de los principios establecidos por los orientales en abril, «callaron todos, y nadie halló una palabra ni en pro, ni en contra (de mis argumentos); y así no puedo decir si les sentó bien o mal. Solo puedo decir que se echaba de ver por el general silencio que sobre este punto, y algún otro de que se ha hablado, observaron muchos vocales en quienes yo reconocía suficiente instrucción para hablar algo, que no había en ellos la libertad necesaria para tales casos y que solo enmudecían de temor y espanto. Yo por lo menos de mí puedo decir que también lo temía... ».[84]
Ante los hechos consumados Artigas pidió la suspensión de las deliberaciones hasta saber por boca de los instituyentes «si su voluntad es la misma que se ostenta en el Congreso de su representación», y les advirtió a los electores: «vosotros sabréis responder cuál de los pueblos que os han dado representación no reconoce mi autoridad, cuál pueblo no la conserva y qué pueblo con el voto más sincero no me aclama».[85]
Llegados a este punto hacemos un breve paréntesis para detenernos en la actitud de Artigas y las perspectivas posibles de análisis de una situación que, entonces y ahora, resulta inevitablemente controversial. Dice uno de los críticos del líder oriental (y los hay en cantidad, en Argentina y en... Uruguay): «Se trata de una doble conducta. Si le sirve la gestión de una asamblea porque satisface sus ambiciones, no va más allá; si, al contrario, las decisiones de otra no lo contentan, entonces la asamblea se vuelve insuficiente y, desconociéndola, pretende trasladar en alzada la resolución del problema... recurriendo al expediente muy dudoso de consulta directa».[86]
Con una lógica parecida alguien propuso en mayo de 1810 que antes de derribar al virrey los revolucionarios consultaran con los pueblos de todo el virreinato; y situaciones análogas se multiplican a lo largo de siglos y lugares. Evidentemente no hay balcones, ni miradores que puedan colocar al sujeto que investiga, interpreta y explica, al margen de la realidad - en este caso un suceso histórico - sobre la que actúa, ya que, como decía Vilar, «es deshonesto proclamarse objetivo cuando se ha tomado partido, y es tonto creerse objetivo si se es partidario, ¿y quién no lo es?».
¿O acaso el desconocimiento de los diputados electos en el Congreso de Abril por parte de quienes dirigían la Asamblea del Año XIII, no es «una doble conducta», no implica que no gusta lo allí resuelto y por lo tanto se decide convocar otra reunión que «satisfaga las ambiciones»?
El único modo en que Artigas podía aceptar la orientación política impuesta en Capilla Maciel era renegando de sus ideas y de los objetivos por los que luchaban él y los hombres que lo seguían; y lo mismo le ocurría al bando directorial con lo resuelto en Tres Cruces, de manera que las opciones disponibles son básicamente dos: o ingenuamente se desconoce o no se comprende el sentido de la política y las disputas que le son inherentes o, menos inocentemente - pero natural y razonablemente - se argumenta a favor de alguna de las posturas enfrentadas, lo cual vale tanto para el pasado como la actualidad.
Establecida la radical diferencia de preferencias e interpretaciones que nos enfrentan a los argumentos sostenidos en este caso por Vázquez Franco, podemos coincidir (aunque las conclusiones sean distintas) en el reconocimiento de que Artigas «empieza a perder apoyos importantes de entre los vecinos establecidos, poseedores de buena suerte».[87]
De manera que, pese a sus esfuerzos y presiones, Artigas no pudo evitar !u división de la dirigencia oriental, circunstancia en la cual, en medio de una situación política muy compleja y con creciente riesgo de su seguridad personal, decidió abandonar el sitio, solo, vestido de paisano y a favor de las sombras nocturnas.
Esta retirada - la «marcha secreta» - fue el alto precio que debió pagar para mantener en pie las que creía esenciales banderas revolucionarias, el «único medio de salvaguardar los intereses de la provincia, desconocidos y pospuestos por el núcleo político dirigente en Buenos Aires».[88]
Enterados de su alejamiento, y mediante un movimiento más o menos planeado, centenares de hombres - encabezados por los blandengues - fueron tras Artigas: «Al día siguiente, cuando los orientales comprendieron su evasión del sitio, tomaron las armas por grupos y salieron como por instinto siguiendo la ruta de su caudillo; dos días consecutivos estuvieron pasando por la chacra de mi padre en los Brujos grupos de a 10, de a 20, de a 50 y de 100 hombres, sin que hiciesen daño a nadie en su tránsito».[89]
Mientras esto ocurría, el flamante director supremo Posadas no dejó escapar la ocasión para declararlo, el 11 de febrero de 1814 - por segunda vez en un año - «infame, privado de sus empleos, fuera de la ley y enemigo de la patria... Se recompensará con seis mil pesos al que entregue la persona de don José Artigas vivo o muerto».[90]
«El titulado Protector de los pueblos libres era el jefe natural de la anarquía permanente, que por sus tendencias y por sus instintos era enemigo de todo gobierno general y de todo orden regular, y que su influencia era igualmente hostil a la consolidación del orden, al establecimiento de la libertad y a los progresos de la lucha contra la metrópoli».
Bartolomé Mitre
En tan apuradas circunstancias, Artigas vería puesta a prueba, quizá como nunca antes, la firmeza de sus convicciones revolucionarias: los realistas de Montevideo enterados del decreto del Directorio, que implicaba un rompimiento formal entre las autoridades porteñas y el jefe de los orientales, se apresuraron a abrir negociaciones,[91] haciéndole llegar emisarios con promesas de grados, honores y recompensas en caso de que se mostrara accesible a sus insinuaciones.
El 25 de febrero de 1814, Artigas les respondió: «Proponerme estar yo con los orientales bajo España - decía a Luis Larrobla- no es en manera alguna una paz (...) he creído que se han formado un concepto muy equivocado sobre mi separación del sitio. Mis medidas allí no podían conciliar todos los objetos, y aquí sí; aquí estoy en el seno de mis recursos, no hay más motivo. Esto debe servir para fijar el juicio de todos y convencerlos de mi estado».[92]
También al cabildo españolista de Montevideo le informó que lamentaba «muchísimo que ese ayuntamiento haya tenido noticias tan equivocadas de mi situación. Yo estoy en el centro de mis recursos; y sea cual fuere mi objeto en la actualidad, mis medidas para llenarlo serán siempre conciliables con el primordial de la revolución».[93]
Similar tenor caracterizó su comunicación al gobernador Gaspar Vigo- det:[94] «Tal vez los últimos incidentes habrán contribuido a que V.E. equivoque sus conceptos; pero esto debe fijar su juicio, y sea cual fuese el conocimiento que V.E. tenga de la manera de conducirse Buenos Aires con respecto a los orientales, todo debe servir a convencerle de nuestra delicadeza cuando se trata de la libertad».[95]
Las noticias de las desavenencias entre los revolucionarios orientales y el gobierno directorial llegaron también a oídos del general realista Joaquín de la Pezuela, quien desde Jujuy, donde operaba tras sus triunfos en Vilcapugio y Ayo huma, se dirigió a Artigas - imaginando recompuesta su fidelidad al monarca español - ofreciéndole premios y auxilios militares para concretar la unión de sus respectivas fuerzas.
El 28 de julio Artigas contestó: «Han engañado a V.S. y ofendido mi carácter cuando le han informado que defiendo a su rey; y si las desavenencias domésticas han lisonjeado el deseo de los que claman por restablecer el dominio español en estos países con teorías para alimentar sus deseos, la sangre y la desolación de América la ha causado la ambición española por derecho supuesto, esta cuestión la decidirán las armas. Yo no soy vendible, ni quiero más premio por mi empeño que ver libre mi nación del poderío español; y cuando mis días terminen al estruendo del cañón, dejarán mis brazos la espada que empuñaron para defender su patria. Vuelve el enviado de V.S. prevenido de no cometer otro atentado como el que ha proporcionado a nuestra vista».[96]
Los documentos expuestos permiten completar un juicio acerca del mo mentó político-ideológico de Artigas luego de abandonar el sitio, acciór que aunada a la acusación de traición que le endilgaba el Directorio creabí razonables dudas entre patriotas y realistas: «Así pulverizaba el caudillc republicano las calumnias de sus enemigos y detractores, que le acusabar en documentos públicos de estar vendido a España».[97]
En esta coyuntura es muy marcado el contraste de las aspiraciones arti guistas con las tendencias monárquicas y conservadoras que se fortalecíar. en el gobierno porteño, muy bien expresadas por Posadas: «¿Qué importé que el que nos haya de mandar se llame emperador, rey, mesa, banco o taburete? Lo que nos conviene es que vivamos en orden y que disfrutemos tranquilidad, y esto no lo conseguiremos mientras seamos gobernados po! persona con quien nos familiaricemos».[98]
Este estado de ánimo político de la dirigencia bonaerense resultó particularmente receptivo a la presión inglesa, cuyo embajador en Río de Janeiro aconsejó que se tomara «sin pérdida de tiempo la saludable resolución de mandar inmediatamente diputados a su soberano, para presentarle los votos de fidelidad de sus súbditos de este hemisferio, y para recibir de su real mano el deseado don de una pacificación sólida y equitativa».[99]
El diplomático inglés, a tono con el eje antinapoleónico de la política internacional británica, agregaba que «la restitución actual de la autoridad de S.M.C. y el ejercicio de ella en su real persona, debe ahora hacer desvanecer todas las dudas e incertidumbres sobre la legitimidad de los depositarios de ella durante el infeliz cautiverio del Soberano; y por consiguiente, ya no existe sombra de justificación (fundada sobre aquellas dudas) para que esas provincias le resistan».[100]
El 28 de diciembre de 1814 partían Belgrano y Rivadavia hacia Europa, con instrucciones que los autorizaban a «negociar el establecimiento de monarquías constitucionales en América, ya fuese coronando un príncipe español, ya uno inglés o de otra casa poderosa, si España insistía en la dependencia servil de las provincias».[101]
El cumplimiento de la tarea encomendada los llevó inicialmente a Río de Janeiro, donde «muy luego se convencieron los comisionados que no debían contar con Gran Bretaña en la lucha de las colonias españolas contra su metrópoli».[102] Durante su estadía en Brasil pudieron también intercambiar ideas con Manuel García, recién llegado allí en calidad de agente confidencial del director Alvear, quien luego del triunfo oriental en Guayabos lo había enviado con la misión de solicitar el protectorado británico, ya que su país - según dice la nota dirigida al gobierno inglés - «no está en edad, ni estado de gobernarse por sí mismo y necesita una mano exterior que lo dirija y lo contenga en la espera del orden, antes que se precipite en los horrores de la anarquía».[103]
La iniciativa felizmente no se consumó; sin embargo su espíritu expresa el pensamiento más profundo de una parte de la dirigencia porteña y el sentido de la actuación directorial,[104]ya que, como señalaba el mencionado García: «La anarquía que todo lo empobrece, despuebla y desune, es el mayor de todos los males, y en la alternativa, puede preferirse el restablecimiento del sistema colonial».[105]
Continuando su misión, Rivadavia y Belgrano se dirigieron a Londres, donde se sumaron a Sarratea, quien los recibió con el plan de coronar en el Plata a Francisco de Paula, hijo de Carlos IV, de quien se obtendría el consentimiento a través del conde de Cabarrús. A tales efectos los tres negociadores firmaron un memorial dirigido a Carlos IV en el que juraban no reconocer otro monarca que él, al que suplicaban su divina protección.
Frustrada esta gestión, Belgrano regresó a Buenos Aires, donde concibió la idea de la monarquía incaica;[106] mientras que Rivadavia se dirigió a España en busca de un acuerdo con Fernando VII, restaurado en el trono tras la derrota de Napoleón.
Culminaba de este modo una larga, tortuosa y desafortunada gestión diplomática que terminaría de fracasar en junio de 1816, con la expulsión de Rivadavia de la corte de Madrid, sin atender al objeto de su misión, la cual -según sus propias palabras - «se reducía a cumplir con la sagrada obligación de presentar a los pies de S.M. las más sinceras protestas de reconocimiento de su vasallaje; felicitándolo por su venturosa y deseada restitución al trono; y suplicarle humildemente el que se digne, como Padre de sus pueblos, darles a entender los términos que han de reglar su gobierno y administración... ».[107]
En rigor de verdad, es necesario señalar que a fines de 1814 también desde el seno del artiguismo se encararon gestiones diplomáticas de dudosa interpretación,[108] motivadas por la necesidad de neutralizar la presencia presuntamente agresiva de las tropas luso-brasileñas en la frontera, en momentos en que el ejército oriental «se hallaba expuesto a quedar cercado entre dos fuegos, en circunstancias similares a las que creó al ejército sitiador de Montevideo en 1811 la expedición de Diego de Souza».[109]
La primera misión ante las autoridades portuguesas fue la encomendada por Fernando Otorgués al Dr. José Redruello y al capitán José Carayaca.[110] Las otras gestiones estuvieron inspiradas por Artigas, una por con ducto de Antonio González de Silva y Francisco de Borja, y la restante a cargo de su secretario Barreiro, que viajó a Porto Alegre «plenamente autorizado a ajustar las bases de nuestra liga».[111] La controvertida decisión política del líder oriental - que amerita nuevos estudios - aparece fundada en la conveniencia de establecer un tratado de paz y amistad entre territorios diferentes - que se definían como independientes y soberanos -[112] en un momento político sumamente comprometido, en el que influían la caída de Montevideo en manos de Alvear, la derrota de Otorgués en Mar- marajá, y los crecientes rumores acerca de una expedición reconquistadora española, presuntamente reforzada con efectivos ingleses...[113]
Artigas, convicto y hostigado por el Directorio, resultó favorecido por el triunfo de Blas Basualdo - con la colaboración de fuerzas paraguayas - sobre el gobernador de Misiones, y por la victoria en Entre Ríos de Hereñú sobre Holmberg - el 22 de febrero de 1814 - que provocó el amotinamiento de las tropas del coronel de la Quintana y su inmediato retiro, dejando a la provincia liberada de la autoridad del gobierno central. Poco antes de verse obligado a la evacuación, un informe de este jefe daba elocuentes muestras de la popularidad alcanzada por el artiguismo en la región: «El edificio está por desplomarse; los habitantes y las milicias de Entre Ríos están decididos a recibir con agrado a los anarquistas. Mi situación es poco menos que insostenible».[114]
El 10 de marzo, tras la deposición del gobernador Domínguez - afín a los intereses de Buenos Aires - también Corrientes se sumó a la causa oriental,115 por lo cual Artigas pudo afirmar que «todos los pueblos situados a lo largo del Uruguay y Paraná están bajo un mismo pie de reforma».[115] [116] Lo cual significaba que comenzaban a sacudir la tutela porteña, haciendo efectiva su «soberanía particular», dándose «vida política» mediante la elección de sus propias autoridades, y comprometiéndose a constituir una liga ofensiva y defensiva con todos los pueblos que reconocían en Artigas al Protector de su libertad.[117]
Como se ha señalado, y muy pocos hechos desmienten, «Artigas entró en la revolución del Litoral como había entrado en la de la Banda Oriental, ajustando su conducta política al dogma inicial de 1810. Propició el pronunciamiento de aquellos pueblos partiendo del principio de la soberanía popular. Como jefe de la provincia Oriental prestó la ayuda de sus fuerzas a dicho pronunciamiento, e invariablemente las calificó, de acuerdo a sus ideas, como auxilios».[118]
Forzado por las noticias que llegaban desde el litoral, el director Posadas - sin derogar el decreto que declaraba traidor a Artigas - comisionó a Fray Mariano Amaro y Francisco Antonio Candioti para alcanzar un entendimiento con el líder rebelde.[119] La gestión, que se extendió entre marzo y mayo, dio por resultado un plan para el restablecimiento de la fraternidad y buena armonía entre la provincia Oriental y el gobierno de Buenos Aires, firmado el 23 de abril de 1814 por el caudillo y los representantes del Directorio, que establecía la autonomía oriental y del Entre Ríos, especificándose en su artículo 4Q: «Esta independencia no es una independencia nacional, por consecuencia ella no debe considerarse como bastante a separar de la gran masa a unos ni a otros pueblos, ni a mezclar diferencia alguna en los intereses generales de la revolución».[120]
El acuerdo de 11 puntos, que en lo esencial reconocía los reclamos ar- tiguistas, fue rechazado por Posadas, pretextando que «si la Banda Oriental carece de recursos para sostener por sí la guerra (...) debe reconocer la unidad del gobierno de las demás, para lograr de su influencia lo que no puede por sí sola».[121] Más concretamente, para el poder bonaerense el avenimiento debía implicar sumisión, y en ningún caso pacto o liga.
Esta posición se vio fortalecida considerablemente cuando, el 20 de junio de 1814, Alvear tomó posesión de Montevideo, rendida por Vigodet luego de una confusa negociación. En estas circunstancias - dueños unos de la ciudad, fuertes otros en la campaña - se firmó el 9 de junio un convenio entre Alvear y Artigas que sancionaba la relación de fuerzas del momento: «El gobierno supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata será reconocido y obedecido en toda la provincia Oriental del Uruguay», decía en su punto más significativo; igualmente Artigas renunciaba a tener «pretensión alguna sobre el Entre Ríos».[122]
Como contrapartida se restablecía el honor y buen nombre del caudillo, al que se le reconocía el cargo de «comandante general de la campaña y fronteras de la provincia Oriental». Por último, se estipulaba una nueva elección de diputados a la Asamblea General Constituyente, que sería controlada por artiguistas y porteños según se tratase de la campaña o de Montevideo.
Aunque desfavorable para los orientales, este acuerdo - que ninguna de las partes tenía intención de cumplir- significó, tanto para Alvear como para Artigas, un modo de ganar tiempo para acumular las fuerzas necesarias que les permitieran obtener una victoria plena e imponer sus objetivos políticos sin restricciones. El jefe oriental ratificó lo acordado y exigió - ante el intento de desconocerlo frente a los pueblos - que se publicara el texto del convenio.[123]
Mientras tanto, demostrando la fragilidad de lo pactado, continuaba agudizándose la disputa por el control del Litoral y la Banda Oriental, Artigas, en oficio al cabildo de Montevideo, realizó el balance de las negociaciones: «Convine con el general Alvear en unos artículos limitados puramente a asegurar la paz. Yo esperaba con ansia el instante de entregarme a las providencias que me tocaban para restablecer la prosperidad consiguiente. Todo estaba lo mejor preparado, pero de repente se me noticiaron las pretensiones con que el teniente coronel Pico desembarcó en el Entre Ríos y se dirigió a don Manuel Francisco Artigas, delegado mío en aquel territorio, procediendo a matar dos partidas que corrían la costa del Gua- leguaychú. Todo contra la regla en que habíamos convenido para el lleno del artículo concerniente a aquel país. Tenga V.S. la dignación de examinar este incidente y decida después en su juicio cuál ha sido el agresor».[124]
A comienzos de 1815 las tropas directoriales mantenían el control de la ciudad de Montevideo y su zona de influencia, sobre las que aplicaban una política propia de conquistadores, lo cual sin duda facilitó la recomposición del liderazgo oriental autonomista: «Se comprende la repugnancia que todo esto debía causar a los hombres sensatos y patriotas. Artigas, cuyo crédito estaba en baja desde las disidencias supervivientes a la reunión del Congreso de Capilla Maciel, se encontró repentinamente prestigiado y rodeado por los principales personajes que le habían vuelto la espalda».[125]
De acuerdo con los dichos de un protagonista de los sucesos, «la conducta del general Soler, en lugar de conquistar los ánimos, aumentó las filas de sus enemigos y el descontento de ios habitantes, por la tirantez de sus procederes... En este estado, Soler se puso en campaña con fuerzas respetables, pero andaba a ciegas, porque nadie le decía dónde andaban sus enemigos, y las divisiones de Artigas sabían los pasos, las fuerzas y dirección de las tropas argentinas; pues los habitantes de la Banda Oriental reputaban a las fuerzas argentinas como una dominación opresora, pues la política de que se había echado mano era diametralmente opuesta a la que debió adoptarse».[126]
En estas circunstancias se crearon las condiciones para la reconstrucción, con la sola exclusión del núcleo pro-porteño, del frente político y social que habiendo protagonizado el pronunciamiento de 1811, se había manifestado luego en el Congreso de Abril y el Gobierno Económico instalado en Canelones.
El carácter de clase predominante en el sector que entonces se reincorporaba, determinaría un reforzamiento de la tensión creciente que generaba la convivencia de su perspectiva mercantil-terrateniente con la más receptiva a las necesidades provinciales y populares que lideraba Artigas; contradicción que se manifestaría en adelante bajo diferentes formas hasta eclosionar cuando los progresos de la invasión portuguesa pusieran a prueba las lealtades y los patriotismos.
De momento, lo cierto es que el artiguismo volvía a fortalecerse en el escenario de una situación ambigua que se prolongó hasta que las milicias orientales obtuvieron, el 10 de enero de 1815, una decisiva victoria contra el ejército comandado por Manuel Dorrego en la batalla de Guayabos,[127] lo que sumado al entusiasmo popular que despertaba el movimiento en toda la provincia, obligó a la evacuación de las fuerzas bonaerenses, que en su retirada protagonizaron todo tipo de depredaciones y saqueos - incluido el de la imprenta oriental - llegando a «la destrucción total de lo que no era posible embarcar».[128]
Según relata Anaya en su crónica, luego de Guayabos el general Soler «mandó cerrar los portones, embarcar todo el brillante parque de bronce, armamentos, balas y municiones, y cuanto elemento bélico habían dejado los españoles; todo fue obra de tres días, sin dejar una libra de pólvora, pues estando abarrotados los buques conductores, y no cabiendo unos depósitos que estaban en las bóvedas, se mandó tirar el agua por las claraboyas que caían al puerto y que imprudentemente por ahorrar tiempo arrojaban con palos de fierro: la pólvora se incendió y volaron las tres bóvedas con fatal estrago de todo aquel barrio, sepultando en sus escombros infinitas víctimas de hombre, mujer y niños... Al cabo de tres días se hizo a la vela la expedición marítima argentina con el botín... sin haber quedado en Montevideo unos caños de rezago de hierro».[129]
Una vez consumada dicha retirada, el ingreso de las fuerzas artiguistas en Montevideo desmintió rápidamente las esperanzas de aquellos realistas que no habían sabido comprender la esencia de las discrepancias de Artigas con Buenos Aires: «Fue constante y público -se lee en un informe portugués - el desprecio e ignominia con que fue tratado el pabellón real español, sirviendo de alfombra en la secretaría de Otorgués y siendo arrastrado con algaraza por las calles de la plaza».[130]
Una carta particular de un testigo de los hechos permite calibrar la fuerte impresión que causó la derrota porteña y el ascendente prestigio de Artigas: «¡Quién había de creer que dicho caudillo había con sus gauchos de humillar las legiones de la patria! Pues asómbrese Ud. amigo mío, ha llegado al extremo de que se han visto en la precisión de abandonar esta plaza como lo han hecho el día de hoy embarcándose con bastante precipitación».[131]
Otra expresiva imagen de la coyuntura política abierta tras el contraste directorial es proporcionada por las memorias de José Batlle y Carreo, quien ante los rumores de la llegada de una expedición reconquistadora española -y la amenaza de que «si se verificaba lo pagarían los españoles europeos establecidos en la provincia» - había emigrado al Brasil. Según sus dichos, apenas llegado «al Janeiro no se tardó en saber la persecución que sufrían los españoles europeos y los naturales adictos a la España, por disposiciones del general Artigas y los del partido de la revolución... en Montevideo se habían prendido y mandado al Hervidero (Purificación) los españoles europeos y algunos de los naturales adictos a la España, con algunos asesinatos de los primeros».[132]
Dado que se trata de uno de los puntos donde la valoración del accionar artiguista ha provocado más controversias, cabe remarcar que la lucha contra el hegemonismo bonaerense no implicó mengua alguna en la calidad de dirigente esencialmente anticolonialista del líder oriental. Y de esa manera lo supieron aquilatar los realistas de Montevideo: «nos hallamos en la más terrible situación los infelices que por desgracia nos encontramos entre estos infames rebeldes. La imperdonable lentitud de nuestros indolentes gobernantes en orden a la expedición tiene ocasionados ya muchos males y por consecuencia toda tardanza es muy peligrosa y perjudicial. El rebelde Artigas va tomando mucho cuerpo y yo creo indudablemente que él será uno de los mayores enemigos que tendremos que vencer (...). No escuchemos sin cuenta ni razón su maliciosa política, porque son unos perfectos imitadores al dulce canto de la sirena que emboba y encanta; vigilancia y actividad es lo que conviene, y a Dios rogando y con el mazo dando».[133]
Cuatro días después de fechadas estas expresiones de la reacción española que anidaba en Montevideo,[134] el periódico El Independiente, publicado en Buenos Aires, trasuntaba el rencor y el desprecio directorial frente a los progresos del artiguismo: «Su situación es en la América del Sud y se intitulan Orientales. Al oír este verdaderamente fantástico y vacío epíteto cualquiera pensara que se trata de los habitantes del Asia (...). ¿Cómo llamaremos al proyecto de constituir en un estado independiente a un terreno que no tiene más que una ciudad?, ¿qué diremos del pomposo y exquisitísimo título de República Minuana que se le tiene preparado? ¿Y qué del título de Protector que se ha abrogado D. José Artigas? A la verdad que si no es la certeza de que pierda el juicio cualquier hombre sensato que quiera analizar estas cosas, todo lo demás es un delirio. Por tal reputamos Orientales en la América del Sud; Estado independiente sin población; República sin virtudes; Protector sin fuerza ni talentos».[135] Así estaban las cosas, y la política rioplatense, en vísperas del quinto aniversario del pronunciamiento de Mayo.
Mientras tanto, en Montevideo se constituyó un nuevo cabildo - el 4 de marzo de 1815 -[136] del que fueron excluidas las facciones que habían acompañado las dominaciones española y porteña, aun cuando muchos de los nuevos capitulares mantenían diversos vínculos con ellas en tanto, unos más y otros menos, el nuevo círculo gobernante no dejaba de formar parte de la elite económica y social oriental.[137] En este sentido, el ayuntamiento «artiguista» puede ser calificado como «el órgano natural de expresión del patriciado»,[138] el cual si bien se subordinaba en última instancia a Artigas, defendió políticas sectoriales no siempre coincidentes con las que expresaba el líder oriental, quien aunque representándolo en parte, lo limitaba, al acompasarlo a la prioridad que otorgaba a lo que denominó el interés general de la provincia.
Por otra parte, se ha señalado con acierto que «las características que el artiguismo portaba: desorden inmediato, irrupción física del campo en la ciudad, política agraria, presencia de las clases desposeídas, alardes igualitarios, tuvieron que distanciar al patriciado montevideano del jefe de los orientales y preparar la hostilidad que siguió».[139] Estas diferencias, que se irían profundizando progresivamente, determinaron la existencia de una virtual dualidad de poderes, expresión de las dos perspectivas o tendencias que en última instancia confrontaron -con mayor o menor intensidad en casi todas las ciudades y pueblos de la provincia - en el seno de la dirigencia oriental.
Pugna que tomó, en muchos casos, el aspecto de una falta de rapidez y celo por parte del cabildo gobernador para dar curso a las instrucciones de Artigas, cuando no su liso y llano incumplimiento. Como se verá en el capítulo V, fueron razones de esta naturaleza las que, además de suscitar en diferentes oportunidades tensiones políticas y contrapuntos doctrinarios, motivaron la decisión de Artigas de amenazar con su renuncia en mayo de 1815: «Yo repito a V.S. que me hace incapaz de perpetuar la obra después que mis providencias ni son respetadas, ni merecen la pública aprobación».[140]
«Esta federación, sin mas Dase que la fuerza, y sin más vínculo que el de los instintos comunes de las masas agitaaas, no era, en realidad, sino una liga de mandones, dueños de vidasy haciendas,, oue explotaban las aspiraciones de la^ multitudes, sometidos estos mismos a la dominación despótica y absoluta de Artigas, según era mayor o menor la distancia que se nallaban del aduar del nuevo Atila».
Bartolomé Mitre
Sin perjuicio de la continuidad de dichos conflictos, y mientras los patriotas orientales consolidaban el control sobre la totalidad de su geografía, el artiguismo continuó expandiéndose en las provincias litorales.[141]
Ante la aproximación de fuerzas federales al mando de Manuel Francisco Artigas - hermano del caudillo - y Andrés Latorre, el 24 de marzo de 1815 el general Díaz Vélez evacuó Santa Fe, la que de ese modo eliminaba su dependencia del gobierno de Buenos Aires e imponía su «soberanía particular»: el cabildo nombró gobernador a don Francisco Antonio Candioti - uno de los terratenientes más influyentes de la provincia -[142] «y flameó por primera vez en la plaza de la ciudad la bandera tricolor del federalismo».[143]
El 29 de marzo también Córdoba sacudió el control porteño y declaró su adhesión a la causa artiguista. Ese día, el gobernador intendente Francisco Ortiz de Ocampo presentó su renuncia ante un cabildo abierto reunido de urgencia, tras haber recibido pocas horas antes un perentorio oficio de Artigas intimándolo a que «V.S. y las tropas que oprimen a ese pueblo le dejen en pleno goce de sus derechos, retirándose a la de Buenos Aires en el término preciso de 24 horas; de lo contrario marcharán mis armas a esa ciudad, y experimentará V.S los desastres de la guerra».[144] Inmediatamente fue nombrado gobernador el coronel José Javier Díaz, quien el 17 de abril de 1815 firmó el documento, muy poco difundido - incluso por sus mismos autores - en que consta la declaración de la independencia adoptada por la Asamblea Provincial.[145]
En ella se afirmaba: «Cuando esta ciudad admitió la protección del general de los Orientales, fue decidida a ponerse en libertad y franqueza, a que le provocaba la valentía y virtud de este nuevo Washington, que hoy renueva la dulce memoria de aquel inmortal Americano del Norte. En consecuencia, y para que en lo sucesivo no pueda ya dudarse de su constitución actual, ni equivocarla jamás con la neutralidad, que regularmente es un parto del temor y de la inacción, ha acordado la Asamblea Provincial declarar que la provincia de Córdoba queda enteramente separada del gobierno de Buenos Aires, y cortada toda comunicación y relación, bajo los auspicios y protección del general de los orientales, que se constituye en garante de su libertad».[146]
Frente a las noticias que recibiera sobre el movimiento autonomista en ascenso, Alvear despachó una expedición militar destinada a reprimir a los santafesinos. La iniciativa bélica fue acompañada por un manifiesto publicado dos días después en la Gaceta, donde se retrataba con nitidez la visión del artiguismo que predominaba en el poder directorial: «Los campos desiertos, saqueados los pueblos, las estancias incendiadas, las familias errantes, destruida la fortuna particular de los ciudadanos, despreciada la religión santa de nuestros mayores, los asesinos con el mando, autorizados los más hondos crímenes y el país más hermoso del mundo convertido en un teatro de sangre y desolación: tales son los resultados de la anarquía que tratan de introducir aquellos caudillos en nuestro territorio para completar sus miras ambiciosas de perfidia».[147]
El director supremo, desfavorecido por el cambio operado en las relaciones de fuerza luego de Guayabos y las crecientes disidencias provinciales, intentó recurrir al terror y a las proclamas insultantes,[148] lo cual ocultaba mal su creciente debilidad político-militar, expresada también en las fracasadas gestiones diplomáticas encomendadas entre enero y marzo de 1815 a Nicolás Herrera, Elias Galván y Guillermo Brown.[149]
Finalmente los hechos se precipitaron: afirmada la rebeldía santafesina y cordobesa, el 3 de abril, en Fontezuelas, el ejército que marchaba a reprimir la expansión del artiguismo detuvo sus marchas y se pronunció contra Alvear, agudizándose la crisis política que rápidamente culminaría, el día 17, con su destitución; quedando provisoriamente a cargo del Directorio de las «Provincias Unidas» -por elección del cabildo bonaerense- el general rebelde Álvarez Thomas.[150] Pocos días antes, el 13 de abril, en su calidad de Protector, Artigas había atravesado el río Paraná con una escolta de 50 hombres y entrado en Santa Fe.
Acomodándose a las circunstancias, el ayuntamiento porteño se apresuró a «dar testimonio del aprecio que le merece la conducta del General de los Orientales don José Artigas, como también la más pública y solemne satisfacción de la violencia con que fue estrechado por la fuerza y las amenazas del tirano, a suscribir la inicua proclama del 5 del pasado abril ultrajante del distinguido mérito de aquel jefe... (disponiendo además que) se quemen por mano del verdugo en medio de la plaza de la Victoria los ejemplares que existen de dicha proclama».[151]
Enterado de las novedades, el 25 de abril Artigas se dirigió al cabildo de Montevideo comentando los aspectos más relevantes de la nueva situación política: «Me es muy satisfactorio comunicar a V.S. que los opresores de Buenos Aires han sido derribados. La pretendida soberana asamblea general constituyente fue por sí misma disuelta y el general Alvear destinado a bordo de una fragata de S.M.B., heridos todos de la indignación del pueblo. En la municipalidad se halla refundido el gobierno de aquella provincia. V.S. hallará en tan afortunado suceso el triunfo de la justicia pública, y el resultado de nuestros constantes esfuerzos por conservarla inviolable. Mis combinaciones han tenido una ejecución acertadísima, y espero que el restablecimiento de la tranquilidad general aparezca muy pronto. Yo ya he repasado el Paraná y circulado las órdenes precisas para lo mismo a las fuerzas que había hecho avanzar desde la ribera occidental. Sin embargo por ahora es preciso limitarnos a eso solo; por cuanto aun no se ha formalizado particularmente tratado alguno que fije la paz. Yo no perderé instante en comunicar a V.S. cuando llegue el momento de sellarla (...). Que la alegría sea general, y sus efusiones solemnes y puras y que todos miren en el cuadro magnífico que se le presenta, la historia de su grandeza y la aurora de la vida y la prosperidad».[152]
Nunca como entonces el artiguismo se había proyectado como una opción política posible y viable, no solo por el entusiasmo que despertaba en numerosos pueblos y provincias, sino por las crecientes simpatías que recogía incluso en la misma Buenos Aires, donde no llamaban demasiado la atención hechos tales como la confección - en junio de 1815 - de «un petitorio que reúne más de doscientas firmas solicitando la constitución de lo que queda de la intendencia porteña en provincia federal».[153]
Evidentemente estamos en presencia de un momento clave de la historia rioplatense, donde desde la perspectiva de una visión «argentina» de los hechos, ¡a exclusión de Artigas del centro de la escena hace ininteligible el pasado, en tanto el motín de Fontezuelas y la caída de Alvear fueron consecuencias directas de la política impulsada por el líder oriental, que acumuló fuerzas con estos sucesos.[154] Los cuales, sin embargo, según lo confesara meses después Álvarez Thomas en carta a Manuel de Sarratea, también «iban dirigidos a evitar que Artigas entrara en Buenos Aires como vencedor, imponiendo de hecho el sistema federal».[155]
La elocuencia de este documento muestra con nitidez cómo, más allá de los elencos y matices políticos, la orientación que sostenía la elite dominante porteña era homogénea en cuanto a sus objetivos de fondo: «Toma nuevas alas Artigas, los pueblos empiezan a estudiar los cuadernillos de Rousseau, todo se altera, se desquicia; sube Alvear al mando supremo y se consuma la conjuración del espíritu público contra la facción dominante. Los enemigos de ella en Buenos Aires abonan su causa; muchos prosélitos abandonan al que debía caer y Artigas se hace expectable, extiende su influjo a Santa
Fe, Corrientes y Córdoba, que declaran su independencia. La capital misma es amenazada y yo soy destinado para contener a Artigas como segundo de Viana que salía después de mí para unírseme a cincuenta leguas de esta capital. ¿En qué estado encontré las cosas, amigo mío? Las tropas habían sido minadas y a pesar de toda la oposición de los jefes, Artigas debía entrar triunfante en Buenos Aires. ¿Qué recurso? ¡No había mucho que escoger! Se eligió el menor de los males».[156]
Esta orientación iría resultando confirmada por los contenidos de la nueva política bonaerense, solo formalmente distinta de la anterior. Una de sus expresiones relevantes - que debe pensarse también en el contexto del temor generado por las noticias recibidas a comienzos de mayo de 1815 sobre la llegada de una expedición reconquistadora española -[157] fue la misión encomendada a Blas Pico y Francisco Rivaróla a los efectos de lograr un entendimiento con el jefe oriental,[158] quien fue informado de la iniciativa el 11 de dicho mes.[159] Por entonces Artigas, que sin descubrir la jugada táctica porteña se mostraba confiado en «la conclusión de las transacciones que espero formalizar»,[160] ya había comenzado a difundir - días después de la caída de Alvear - la convocatoria al que sería conocido como el Congreso del Oriente.
Así lo hacía en una nota del 29 de abril dirigida al cabildo de Concepción: «Conducidos los negocios públicos al alto punto que se ven, es peculiar al pueblo sellar el primer paso que debe seguirse a la conclusión de las transacciones que espero formalizar. En esta virtud creo ya oportuno reunir en Arroyo de la China un congreso compuesto de los diputados de los pueblos... por ser el prescripto un punto medio relativamente a los demás pueblos que deben concurrir».[161]
Puesta en marcha esta iniciativa, y conocida la propuesta directorial para «ajustar los pactos de unión», en adelante para Artigas ambos asuntos marcharían relacionados y acompasados, bajo el supuesto de que el congreso consideraría y formalizaría los eventuales acuerdos que se alcanzaran mediante la negociación con Pico y Rivarola.
Mientras tanto en las provincias se iban eligiendo delegados y estableciéndose sus instrucciones, las cuales resultan de gran interés para ilustrar el perfil político de algunos de los actores que, desde matizados intereses y posicionamientos, operaban en la coyuntura. Así, la elite correntina sumada al cauce artiguista instruyó - el 31 de mayo- a sus diputados para que procedieran con «el objeto de sancionar y concluir los Tratados de pacificación, amistad, comercio y alianza con los Estados independientes y adictos al justo y sagrado Sistema de nuestra deseada libertad... en representación nuestra y beneficio de esta provincia».[162]
Por su parte, el 2 de junio el gobernador intendente y los representantes de la provincia de Córdoba confirieron a su diputado -José Antonio Cabrera - «el más bastante poder, y cual es propio a un pueblo libre e independiente, capital de provincia, para que a nombre de toda ella y representándola trance, dirima y corte todas y cualesquiera diferencias que hayan embarazado, embaracen o puedan embarazar el reconocimiento espontáneo del nuevo gobierno instalado por el Pueblo de Buenos Aires; procurando remover todos cuantos obstáculos sean impeditivos de la más pronta reunión del Congreso general, sobre las bases más sólidas y análogas a los intereses de la causa común y particulares de esta provincia, así en su actual independencia como para la sucesiva forma que pueda adoptarse hasta la resolución del citado congreso».[163]
En el caso de Santa Fe, la posición de la provincia y las expectativas respecto a la asamblea convocada por Artigas aparecen claramente expre sadas en la nota que el 11 de junio le enviara el gobernador Candioti al «director supremo del estado de Buenos Aires», aludiendo a (muchos parecían querer creer estos argumentos) los nuevos aires que correrían a partir de la caída del alvearismo - «la facción horrorosa que acaba de desaparecer en esa capital» - el cual había constituido «una tiranía tan cruel que ya le era insoportable». Estos justos motivos, continúa la nota, «le obligaron a acogerse bajo la protección del Gral. del Oriente, y bajo de la misma se halla hasta el día, entretanto se sancione en el Congreso de Arroyo de la China la concordia general que una y ligue de un modo firme y duradero a todos los pueblos y provincias de todos los territorios unidos».[164]
En esta línea conceptual, en el acta de la elección del diputado santafe- sino - Pascual Diez de Andino - se establecía que debería promover y sancionar «todos los puntos concernientes a fijar de una vez el sistema proclamado en esta América de su libertad e independencia, y la de cada uno de los pueblos unidos, y en particular de este, haciendo que se reconozca por provincia independiente», lo cual debería expresarse en el logro de «un perfecto gobierno federado y en la conservación de los derechos de los pueblos».[165]
Sobre esta base fueron redactadas las instrucciones que debían guiar el accionar de Andino en el congreso, las cuales resumen en sus diez puntos un programa ciertamente artiguista: soberanía particular de los pueblos y formación, sobre esa base, de «un centro en que reunidas todas las partes de este cuerpo político se forme un todo sobre el que pueda influir esa cabeza o autoridad».[166] Juicio que aparece reforzado por el hecho de incluirse como parte del mandato del delegado una copia (con algunos ajustes, secundarios respecto a su contenido esencial) de las Instrucciones orientales para sus diputados en la Asamblea del Año XIII.[167] Cabe puntualizar que si bien estas orientaciones tendían a predominar en la heterogénea elite santafesina, su formalización se halló estrechamente asociada con la influencia ejercida por el gobernador Candioti, tal como puede observarse en las consideraciones que realizara para guía de Andino bajo el título de «puntos generales de instrucción»,[168] las cuales reiteran el contenido del mandato formal que recibiera.
Durante los meses de mayo y junio de 1815 todos los pasos convergentes hacia la realización del Congreso del Oriente y las negociaciones de Artigas con los representantes del Directorio marcharon entrelazados, bajo el supuesto de que los resultados que arrojara la misión Pico-Rivarola constituirían la base fundamental de las deliberaciones de dicho congreso.
Tal situación aparece reflejada en las vicisitudes de los enviados porteños, quienes habían sido designados para «ajustar los pactos de unión que deben vincular a ambos territorios», intención que resultaba indiso- ciable - como se lee en el primer párrafo de las credenciales entregadas a los negociadores - de la percepción de la amenaza «de una expedición de la Península que se dirige a las riberas de este río para invadir nuestros hogares y atacar los derechos que proclama la América, (por lo cual) se hace indispensable para prepararnos a la más vigorosa defensa el contar con un concurso seguro de las provincias de la Unión».[169]
El 26 de mayo, ya en Concepción del Uruguay, Pico y Rivarola se dirigen a Artigas indicándole que hacía cinco días que se hallaban listos para iniciar las negociaciones y solicitando que fije la fecha para ello, a lo que el caudillo respondió que «la demora en un asunto tan importante me es muy sensible pero inevitable», dado que - argumenta - se hallaba trabado para deliberar sin «la resolución que espero de Montevideo», razón por la cual pide paciencia. El día 30 los delegados porteños vuelven a insistir y Artigas les reitera las explicaciones anteriores solicitándoles cuatro o seis días más de espera, durante los cuales seguramente esperaba alcanzar una visión más exacta de las relaciones de fuerza (recordar, por ejemplo, que todavía faltaba llegar la noticia de la participación activa de Córdoba en el congreso, y que Santa Fe recién daría las instrucciones a su representante el 14 de junio) en base a las cuales se sentaría a negociar. El 6 de junio Pico y Rivarola ofician al Directorio informando no haber logrado todavía reunirse con el caudillo, quien se hallaba en Paysandú atendiendo - según les decía- «negocios de urgente importancia a la Patria», pero que esperaban hacerlo a la brevedad.
Lo cual finalmente se concretó diez días después, cuando Artigas les presentara su propuesta de «Tratado de Concordia entre el ciudadano jefe de los orientales y el gobierno de Buenos Aires», recibiendo el 17 de junio la contrapropuesta, bajo el título de «Tratado de Paz y amistad propuesto por los Diputados de Buenos Aires».
La breve deliberación arrojó un rotundo fracaso, y así lo comentó al día siguiente Artigas en nota a Rivarola: «Ya dije a Ud. bastante en nuestras conferencias sobre la necesidad de nuestra unión y principios que debían fijarla. Los calculadores sabrán dar a nuestras diferencias el mérito que en sí envuelven».[170]
Al respecto, basta comparar el primer punto de cada uno de los proyectos propuestos como base del convenio para comprender inmediatamente las razones por las cuales el acuerdo resultaba imposible, al menos sin la categórica derrota militar de alguno de los bandos enfrentados.
La formulación sugerida por Artigas, que reproduce los conceptos establecidos en el Congreso de Abril de 1813 - incluida una nueva y rotunda ratificación de que su objetivo era la autonomía en la federación y no la independencia absoluta - afirmaba en su artículo 1Q: «La Banda Oriental del Uruguay entra en el rol para formar el estado denominado Provincias Unidas del Río de la Plata. Su pacto con las demás provincias es el de una alianza ofensiva y defensiva. Toda provincia tiene igual dignidad, e iguales privilegios y derechos; y cada una renunciará al proyecto de subyugar a otra. La Banda Oriental del Uruguay está en el pleno goce de su libertad y derechos; pero queda sujeta desde ahora a la constitución que organice el Congreso General del Estado legalmente reunido, teniendo por base la libertad».[171]
Por su parte, el artículo primero de la propuesta realizada por los emisarios porteños, que juzgaron como «exótico» el planteo anterior, estipulaba: «Buenos Aires reconoce la independencia de la Banda Oriental del Uruguay, renunciando los derechos que por el antiguo régimen le pertenecían».[172] [173]
Además de esta diferencia crucial, entre otras controversias que se pueden señalar - como las diversas compensaciones exigidas a Buenos Aires - 171 se destaca la vinculada con la condición en que permanecerían las provincias colocadas bajo la protección de Artigas. Al respecto, el punto 13 de su proyecto estipulaba que «las provincias y pueblos comprendidos desde la margen oriental del Paraná hasta la occidental, quedan en la forma inclusa en el primer artículo de este Tratado, como igualmente las provincias de Santa Fe y Córdoba, hasta que voluntariamente no gusten separarse de la Protección de la provincia Oriental del Uruguay y dirección del jefe de los orientales». A su vez, el artículo 5 del plan directorial estipulaba que «las provincias de Corrientes y Entre Ríos quedan en libertad de elegirse o ponerse bajo la protección del gobierno que gusten», lo cual daba por supuesto que la antigua capital se reservaba continuar ejerciendo los «derechos que por el antiguo régimen le pertenecían» sobre santafesinos y cordobeses, provincias a las que no se hacía ningún tipo de alusión.
Ante el fracaso de las tratativas, Artigas le escribió al director Álvarez Thomas manifestando que había «visto reproducidos los principios detestables que caracterizaron la conducta del gobierno anterior, de modo que todas las estipulaciones para la paz, venían a quedar reducidas a que nosotros no hiciéramos la guerra. Vea V.E. si yo jamás podía estar en estado de esperar esto».[174]
Sin duda los antiguos «principios detestables» no habían cambiando, pero sí la coyuntura política y el elenco gobernante en Buenos Aires, que buscó un avenimiento con Artigas procurando acotar su influencia no más allá de las provincias litorales del Uruguay - curándose además en salud frente a la amenaza del colonialismo español -, mientras operaba en dirección a organizar (y hegemonizar) el congreso general de las provincias recientemente convocado.[175]
Sin perjuicio de esta interpretación, llama la atención que la dirigencia porteña imaginara que podría alcanzar un acuerdo con Artigas sobre la base de ofrecerle la «independencia» de la Banda Oriental, la posibilidad de mantener su influencia sobre el Entre Ríos y la provisión de algún armamento. De hecho, al intentarlo, la facción directorial mostraba una fuerte incomprensión de la política artiguista, que a esa altura de los sucesos ya había dado sobradas muestras de sus núcleos duros: «soberanía particular» de los pueblos frente a la absorción centralista y unidad de las provincias autónomas bajo un régimen federal. Ciertamente, no existía entonces, ni se registraría después, la menor referencia documental - directa o indirecta - de que el líder oriental aspirara a consolidar alguna suerte de separatismo.
Igualmente, vale reiterarlo, antes del choque de las propuestas y el naufragio del convenio, no solo los representantes de Buenos Aires esperaban alcanzar un arreglo,[176] sino que también Artigas parecía convencido de lograrlo, tal como lo refleja el testimonio de los negociadores bonaerenses en uno de sus informes al Directorio: «Muy buena acogida, bellas palabras y ofrecimientos lisonjeros antes de empezar nuestras conferencias; mucha frialdad, dificultades y desconfianzas al formalizar los tratados, tal ha sido la conducta de aquel Sr. General».[177]
A pesar de haberse frustrado uno de los principales motivos que determinaron su convocatoria,[178] y en el contexto de una situación oscurecida nuevamente por los nubarrones del conflicto entre los dos proyectos políticos en pugna, el 29 de junio de 1815 se realizó el llamado Congreso de Oriente o de Arroyo de la China (Concepción del Uruguay),[179] al que Artigas caracterizó como «un congreso de todos los diputados que hasta aquella fecha se habían reunido, tanto de la Banda Oriental como de los demás pueblos que tengo el honor de proteger».[180]
El fiasco de las conversaciones con los comisionados directoriales, que Artigas puso a consideración del Congreso, obligó a que este se abocara a! análisis de las relaciones con Buenos Aires, postergando el tratamiento de otros temas.[181] Así lo explicitaría el caudillo al informar al gobernador de Corrientes sobre la finalización de la reunión: «he mandado retirar los Diputados por creerlos superfluos en este punto mientras no se allane el primer paso que debe servir de pedestal a los demás».[182]
Existen diversos testimonios sobre lo discutido en la reunión,[183] como el proporcionado por el Dr. José Antonio Cabrera - representante de Córdoba - al informar a las autoridades de su provincia que se habían reunido «en el Congreso los diputados de esta Banda Oriental y demás pueblos de la Liga y Confederación que están bajo la protección del jefe de este ejército, don José Artigas, para tratar de los medios de una unión libre, igual y equitativa, con el gobierno de Buenos Aires, y fundar sobre esta base una paz sólida y verdadera. Abierta ayer la primera sesión, en que fuimos instruidos por el Sr. General del éxito desgraciado que había tenido la negociación entablada con los diputados de dicho gobierno, se ha tenido por conveniente en dicho Congreso reproducir las mismas reclamaciones hechas anteriormente por el Sr. General, autorizándolas con una diputación en que hemos sido electos los ciudadanos doctor Don Simón García de Cossio, don Miguel Barreiro, doctor Pascual Andino y yo». A continuación el diputado cordobés explica las razones por las cuales había aceptado sumarse a lo resuelto: «Como el objeto principal de esta negociación es el de conservar nuestra integridad provincial, restableciendo el equilibrio de las provincias que debían unirse, he adherido a esta nueva investidura, que sin destruir ni desnudarme de la promesa que he recibido de este pueblo, ha reunido en mi causa y en mi persona la respetable representación, voz y derechos de los pueblos vencedores del Oriente».[184]
Otro informante relevante es el delegado por Santa Fe, quien reproduce en lo fundamental el relato de Cabrera, reiterando que Artigas propuso el envío de una diputación a Buenos Aires a efectos de insistir con «las justas redamaciones de las provincias confederadas».[185]
Finalmente, la versión de Artigas - en nota al cabildo de Montevideo - confirma las anteriores: «reunidos en esta villa de Concepción del Uruguay en 29 del corriente expuse lo urgente de las circunstancias para no dejar en problema estos resultados. Califique las proposiciones que por ambas partes se habían propuesto. Su conveniencia y disonancia en todas y cada una de sus partes, y después de muchas reflexiones resolvió tan respetable corporación marchasen nuevamente ante el gobierno porteño cuatro diputados que a nombre de este congreso general representasen la uniformidad en sus intereses y la seguridad que reclaman sus provincias».[186]
En virtud de dicha comisión, ya instalados en la antigua capital virreinal, el 13 de julio de 1815 los emisarios del Congreso de Oriente presentaron un plan para el restablecimiento de la concordia, que ajustado a los principios básicos del artiguismo, mostraba en su apretada redacción la intención de hacerlo más aceptable para las autoridades bonaerenses, entre cuyos sostenedores una minoría todavía aspiraba a un entendimiento con los orientales.[187]
La propuesta se hallaba concebida en los siguientes términos: «Habrá unión ofensiva y defensiva entre las provincias que se hallan bajo la dirección del jefe de los orientales y el exmo gobierno de Buenos Aires». En segundo lugar, sobre la base de que sería «reconocido un carácter puramente auxiliador en las tropas que hasta la ocupación de Montevideo pasaran de Buenos Aires a la Banda Oriental del Uruguay», se reclamaba la devolución de una importante cantidad de armas, municiones y lanchas cañoneras, además de la imprenta, igualmente arrebatada de aquella plaza. También se estipulaba la entrega de quinientos fusiles a Córdoba y otros tantos a 5anta Fe, mientras que «todo lo demás extraído de la provincia oriental quedará en Buenos Aires en clase de depósito para auxiliar con ello a las demás provincias».[188]
Junto a la entrega del plan, en conocimiento de los matices de opinión que se manifestaban en la elite porteña, los diputados enfatizaron su deseo de concurrir gustosamente a «cualquier discusión que sobre el particular se promueva entre la magistratura de esta capital... para así proveer las explicaciones consiguientes y poder remover las dudas que pudieran suscitarse».
Sin haberles proporcionado previamente ninguna señal sobre la respuesta a sus proposiciones, el 19 de junio el director supremo se dirigió a los diputados comunicándoles que en pocos días dispondrían de una «contestación decisiva», pero que mientras tanto - «conviniendo al decoro y a la buena fe evitar comprometimientos recíprocos» - había resuelto que pasaran a «hospedarse» fuera de la ciudad, en una corbeta surta en el puerto. Medida que seguramente respondía a dos razones concurrentes: evitar que dichos representantes se enteraran de las iniciativas militares que se tramaban contra sus instituyentes, y que no pudieran influir sobre quienes se mostraban menos intransigentes frente a los reclamos orientales. Cabe consignar que si bien el Directorio negó que se tratara de un arresto, poco disimulaba cual sería su decisión final, al tiempo que zahería a los comisionados anunciándoles que guardaría la inmunidad de sus personas «aunque no esté acreditada por otra parte la alta representación del carácter que revistan».
La resistencia de los diputados, que habían reaccionado dando por finalizada su misión y solicitado infructuosamente sus pasaportes, les permitió eludir el embarque, el cual sería finalmente suspendido el día 21, sucedién- dose de todos modos los desencuentros y cierta desconsideración en el trato.
Finalmente, el 1 de agosto el gobierno de Buenos Aires respondió a los emisarios del Congreso de Arroyo de la China en los siguientes términos: «El plan presentado por V.V. como fundamento de la concordia entre el jefe de los orientales y este gobierno fue examinado (y la) resolución fue que las proposiciones que en el referido plan se ofrecen en los términos que están concebidas son inadmisibles, y que carecen las personas de V.V.
del carácter y representación con que han sido anunciadas. En esta virtud queda expedito su regreso a la Banda Oriental».[189]
Quedaba claro que la demora en entregar esta respuesta y la retención de los diputados habían sido parte de una táctica para ganar tiempo mientras se completaban los preparativos de una expedición militar con destino a Santa Fe,[190] como acabaría reconociéndolo Álvarez Thomas en nota a Artigas: «los diputados de V.S. han padecido alguna detención en su despacho porque hallándose informados de la indicada medida temí se precipitasen a V.S. para oponerse a que se realizase con el sosiego que conviene a todos».[191]
Ignorante todavía de estas novedades, el caudillo dirigió una breve esquela al director supremo, en la cual se evidencia la profundidad de los desacuerdos y la absoluta volatilidad de la situación: «Si yo amo la paz tampoco temo los desastres de la guerra. Sea V.E. seguro que si al recibo de esta no pone inmediatamente a los diputados en cualquiera de los puertos de esta Banda doy principio a las hostilidades de un modo escandaloso».[192]
En tan apuradas circunstancias, la complejidad de la situación política - incluidas las dudas que todavía perturbaban a partidarios de uno y otro bando - daría lugar a un nuevo intento de las partes por alcanzar algún tipo de entendimiento. Lo cual se expresó en el contenido de dos documentos fechados en Buenos Aires el día 3 de agosto, que dan cuenta de una negociación de último momento. Se trata por un lado de 10 artículos (nota 2) rubricados por Antonio Sáenz, «comisionado por parte del Exmo Sr. Director del Estado para tratar la paz con los cuatro diputados que al efecto han venido de Paysandú», entre cuyos puntos salientes se afirmaba que habría «paz, amistad y alianza perpetua entre el jefe de los orientales y el Gobierno de Buenos Aires», al igual que entre los pueblos que están bajo la protección de uno y otro; que ambos territorios serán independientes, y que «el Paraná será la línea de demarcación que los distinga»; obligándose las partes a enviar diputados al Congreso del Tucumán.[193] Como puede observarse, en lo esencial nada demasiado diferente a lo propuesto por Pico y Rivarola.
Más llamativa, aunque no del todo sorprendente, es la «única proposición» (nota l) firmada por Barreiro, Andino, García de Cossio y Cabrera, en la que se afirma: «Habrá paz entre los territorios que se hallan bajo el mando y protección del jefe de los orientales y el exmo gobierno de Buenos Aires».
Sobre las circunstancias de este postrer intento de acuerdo contamos con el informe elevado por Sáenz a Álvarez Thomas. En él explica que después de largas discusiones «conseguí al fin que conviniesen en hacer la paz, desistiendo absolutamente de sus pretensiones... pero muy luego conocí que para sus miras no era tan llano firmar como prometer». Sin dejar de retratar la postura porteña, lo que sigue a continuación resulta extremadamente sugerente para pensar la adhesión al «sistema» y conducta futura de la dirección cordobesa, de sectores de la elite santafesina, correntina y entrerriana, y de los cabildantes montevideanos - entre otros «artiguis- tas» - razón por la cual lo transcribimos in extenso: «Ellos me entregaron entonces firmada la nota n.Q 1. Yo conocí que no me era dado suscribirla por las dudas que ella presenta, por las interpretaciones ominosas de que es susceptible, por estar concebida su única proposición en términos vagos e indefinidos, por que la autoridad del Superior Director de las Provincias Unidas aparece odiosamente menguada, con menos atribuciones que el jefe de los orientales, y queda convertida en un simple Gobierno de Buenos Aires... Por estos motivos les presente la nota del n.° 2 y pedí que la sancionasen. Me han contestado que ella es conforme desde luego a lo que habíamos tratado, que ninguno de sus artículos les ofrece reparo, y que todos ellos son otros tantos consiguientes de la paz que han firmado; pero al mismo tiempo reponen que quieren dar al mundo un fuerte testimonio de su buena fe y sinceridad cumpliendo religiosamente todo cuanto se contiene los artículos de mi nota, sin haberla firmado. Este es el único fundamento que me han manifestado para tan extraña resistencia; alguna vez también dejaban caer la expresión de no ser conveniente sancionarla por ahora, aunque confesaban que era justa, y ofrecían remitir sus explanaciones después de haber regresado al lugar de su residencia».[194]
Concluida en estos términos la transacción, durante la permanencia de los diputados en la capital el Directorio no dejó de ejercer constantes presiones sobre gobernadores, cabildos y otros individuos influyentes localmente, procurando desbaratar la unidad de las provincias que se habían reunido en el Arroyo de la China, y en particular neutralizar y apartar a Santa Fe y Córdoba, de importancia estratégica decisiva para el progreso de la economía y el comercio de Buenos Aires.
En esta dirección, resultan ilustrativos los conceptos vertidos por el ejecutivo porteño al negar un «auxilio de artículos de guerra» solicitado por las autoridades santafesinas para contener las irrupciones de grupos indígenas, argumentando que se debía esperar «el resultado de las negociaciones entabladas con el jefe de los orientales». Lo cual, sin embargo, no lo inhibía de adelantar la condición de la que dependería cualquiera ayuda, al referirse a «los tratados que con nombre de conciliación ha remitido dicho jefe a este gobierno y que en copia acompaño con unos documentos relativos. Vea pues V.S. si buenamente podemos socorrer a esa ciudad mientras los negocios no varíen de aspecto».[195]
A diferencia de Santa Fe, cuyas relaciones con el artiguismo perdurarían - si bien con fuertes altibajos - hasta los tratados del Pilar en 1820, la adhesión de Córdoba al proyecto oriental fue relativamente fugaz. Como hemos visto, deseosa de afirmar la autonomía provincial frente al centralismo, una de las facciones en las que se dividían los sectores dominantes locales encabezada por José Javier Díaz se aproximó a Artigas, participando del Congreso de Oriente y autorizando a su representante a integrar la delegación enviada ante el poder bonaerense. Hallándose todavía en curso e indefinida dicha comisión, el alcance limitado de la adhesión de los federales mediterráneos al artiguismo se pondría de manifiesto en la autorización otorgada al delegado Cabrera para que «en el evento de que no se realice la negociación entablada por los pueblos de la Confederación Oriental que aún se halla pendiente en este Gobierno, pueda entrar con él en otros tratados que aseguren la tranquilidad de esa Provincia».[196]
Al respecto, mientras mantenía la restricción a los movimientos y comunicaciones de los diputados, el 20 de julio el Directorio se dirigió a Cabrera dándose por «enterado por su nota de esta fecha de hallarse con poderes de la provincia de Córdoba para tratar con este Gobierno sobre los convenios que deban fijarse por parte de ambos territorios hasta la resolución del próximo congreso general, y oportunamente avisará a V. hallarse expedito para entrar en las proposiciones y estipulaciones que se juzguen convenir».[197]
Un análisis equilibrado de la posición política de las autoridades cordobesas en la coyuntura debe tener en cuenta tanto el modo en que expresaba sus preferencias: «la causa de la Banda Oriental - le escribía Cabrera a Díaz el 26 de julio - es la de todos los pueblos, que ella prevalecerá cada vez más en lo sucesivo, y que mientras no desaparezca esta provincia de la tierra siempre enfrentará su valor el poder y ambiciosos proyectos de esta Capital», como el pragmatismo (no exento de oportunismo) con el cual orientaba sus pasos concretos: «el estado de los negocios, por último, exige no precipitarse en los brazos de ninguna de las partes beligerantes”. En esta línea, el 6 de agosto -ya alejados de la capital los otros diputados del Oriente - Cabrera propuso a las autoridades porteñas la neutralidad de Córdoba frente a los conflictos entre las provincias interiores y su colaboración contra los enemigos exteriores, reafirmando su autonomía respecto a Buenos Aires y comprometiéndose a enviar diputados al congreso general de Tucumán».[198]
Más allá de estas y demás alternativas que ofrecían las disputas entre los dos grandes proyectos políticos en pugna, a fines de 1815 la magnitud del fenómeno artiguista resultaba evidente para propios y extraños. Así, por ejemplo, lo testimoniaba el cónsul de Estados Unidos en Buenos Aires -Thomas Lloyd Halsey- en nota ajames Monroe, secretario de Estado de Estados Unidos: «Artigas, jefe inteligente para la clase de guerra en que se ocupa, tiene completa posesión del resto de la margen del Río de la Plata más arriba de Montevideo y de lo que se ¡lama Entre Ríos hasta Corrientes;
y aún cuando este gobierno ha hecho esfuerzos considerables para reducirlo, han resultado ineficaces».[199]
Como se pudo comprobar con el paso del tiempo, el resultado de los enfrentamientos y la guerra civil entre los pueblos que habían formado parte del virreinato platense sería decisivo, por sí o por no, en la conformación de un amplio país sudamericano, ya que las provincias que tendían a una integración de tipo federal no solo reclamaban autonomía, como seguirían haciéndolo en las décadas siguientes, sino que -bajo la orientación arti- guista - luchaban por un «sistema», el cual, al reunir a Buenos Aires bajo reglas democráticas, tal vez hubiera podido crear las bases de una unificación de los territorios que finalmente acabarían desmembrados y balcanizados.
En este sentido, la experiencia posterior a 1820 mostraría que, sin este tipo de sistema, el denominado federalismo tendía a reducirse a localismo, aislacionismo y dispersión regional, mostrándose incapaz para cuestionar la hegemonía de la elite terrateniente-mercantil bonaerense en el manejo de los asuntos esenciales.
En estas circunstancias, bajo una fuerte influencia de los intereses porteños, se constituyó en Tucumán -en marzo de 1816- el Congreso de las Provincias Unidas, sin incluir en su seno a representantes de Santa Fe, Misiones, Corrientes, Entre Ríos y la Banda Oriental.
Realizado bajo la presión de urgentes y justas necesidades políticas y militares,[200] el Congreso sesionó enmarcado en arduas gestiones diplomáticas dirigidas a la concreción de alguna forma de régimen monárquico - incluida la propuesta de Belgrano de coronar a un miembro de la dinastía de los Incas - que hiciera más tolerable a las potencias europeas la independencia que se proclamó a todas las naciones del mundo el 9 de julio.[201] Siendo esta declaración lo esencial para el juicio histórico, no debe ocultarse que el sistema unitario fue ratificado en todos sus términos.
Impuesto de lo resuelto en Tucumán, a fines de julio Artigas le recordó al nuevo director supremo Pueyrredón: «Hace más de un año que la Banda Oriental enarboló su estandarte tricolor y juró su independencia... Lo hará V.E. presente al soberano Congreso para su superior conocimiento».[202]
Efectivamente, ya el 4 de febrero de 1815 el líder oriental había señalado en una nota al gobernador de Corrientes: «Buenos Aires hasta aquí ha engañado al mundo entero con sus falsas políticas y dobladas intenciones. Estas han formado siempre la mayor parte de nuestras diferencias internas y no ha dejado de excitar nuestros temores la publicidad con que mantiene enarbolado el pabellón español. Si para disimular este defecto ha hallado el medio de levantar con secreto la bandera azul y blanca; yo he ordenado en todos los pueblos libres de aquella opresión que se levante una igual a la de mi cuartel general: blanca en medio, azul en los dos extremos, y en medio de estos unos listones colorados, signo de la distinción de nuestra grandeza, de nuestra decisión por la República y de la sangre derramada para sostener nuestra Libertad e Independencia».[203]
«La cuestión es sólo entre la libertad y el despotismo: nuestros opresores no por su patria, sólo por serlo, forman el objeto de nuestro odio».
Artigas
Si bien las diferencias con el Directorio no lograron zanjarse, la situación de relativa paz que se extendió durante buena parte de 1815 y 181t> permitió que el pueblo oriental - por primera vez desde el comienzo de la revolución en posesión de su territorio - pudiera atender a la reconstrucción de la vida económica y social devastada por años de guerras.
Vale recordar que hasta ese momento el actual Uruguay, a diferencia de Buenos Aires, fue continuamente campo de batallas: primero entre patriotas y españolistas - incluida la intervención militar portuguesa en apoyo del virrey Elío - y luego entre porteños y orientales, a lo que se deben agregar los efectos del éxodo masivo de 1811. La suma de estos sucesos produjo una severa depredación de su importante riqueza ganadera y la parálisis de la actividad mercantil: «Los males de la guerra - afirmaba Artigas - han sido trascendentales. Los talleres han quedado abandonados, los pueblos sin comercio, las haciendas de campo destruidas y todo arruinado».[204]
En estas circunstancias, y con los condicionamientos impuestos por el virtual cogobierno que ejercía el cabildo de Montevideo (controlado por la fracción de la elite oriental que reemplazó a sus pares favorecidos por las fuerzas bonaerenses de ocupación), Artigas desplegó un conjunto de iniciativas económicas y sociales procurando dar respuesta a las necesidades más perentorias de los pueblos y territorios sobre los cuales ejercía su influencia. Entre las principales medidas que se llevaron adelante - las cuales son tratadas puntualmente en los siguientes capítulos - se cuentan los Reglamentos comerciales y aduaneros, el Reglamento provisorio para el fomento de la campaña, y la política de colonización sobre la base de revalorizar el papel de los pueblos originarios.
Por esos días, Dámaso Larrañaga - comisionado por el cabildo de Montevideo - se reunió con Artigas en Paysandú, dejando anotado en su diario un interesante retrato del jefe oriental: «Llegó el general acompañado de un ayudante y una pequeña escolta. Nos recibió sin la menor etiqueta. En nada parecía un general; su traje era de paisano, y muy sencillo: pantalón y chaqueta azul sin vivos ni vueltas, zapato y media blanca de algodón, y un capote de bayetón eran todas sus galas, aun todo esto pobre y viejo. Es hombre de una estatura regular y robusta, de color bastante blanco y muy buenas facciones, con la nariz algo aguileña; pelo negro y con pocas canas; aparenta tener unos cuarenta y ocho años. Su conversación tiene atractivo, habla quedo y pausado; no es fácil sorprenderlo con largos razonamientos, pues reduce la dificultad a pocas palabras, y lleno de mucha experiencia tiene una previsión y un tino extraordinario. Conoce mucho el corazón humano, principalmente el de nuestros paisanos, así no hay quien le iguale en el arte de manejarlos. Todos le rodean y todos le siguen con amor, no obstante que viven desnudos y llenos de miserias a su lado... ».[205]
Formando parte de este contingente eminentemente popular se con taron numerosos negros, algunos libertos y muchos otros que hasta poco tiempo atrás habían sido esclavos. Al respecto, cabe señalar brevemente que no existiendo documentos que permitan identificar una postura definida por parte de Artigas sobre la vigencia de la esclavitud, las evidencias disponibles indican que si bien no se manifestó opuesto a dicha institución - aun cuando en las Instrucciones del Año III propuso promover la libertad civil «en toda su extensión imaginable» - propició la libertad de los esclavos huidos que se incorporaron a sus tropas.[206] En esta dirección, luego de la retirada porteña de Montevideo, resolvió que «los esclavos de que echó mano el gobierno anterior para seguridad de esa Plaza deben conservar su libertad y mantenerse en servicio de ella misma. A sus amos se librarán los boletos para tiempo oportuno; con prevención que los emigrados han perdido todo el derecho a su cobro, y los existentes en esa ciudad solo exigirán de esas cajas el precio equitativo que ajuicio de ese M. I. cabildo gobernador se señalare».[207]
En otros casos directamente impulsó el reforzamiento de los ejércitos de la Liga mediante la manumisión de esclavos: «Me es forzoso insinuar a V.S. un pensamiento que si se lleva a la ejecución podríamos asegurar unos resultados felices. Es preciso apurar los recursos, y no es el menor la libertad de la esclavatura, dejando a la prudencia de V.S. la elección de aquellos que sin mayor gravamen de esa provincia pudieran recolectarse a fin de agregarlos a las armas».[208]
Otra referencia sugestiva, que aludiría a una definición de Artigas sobre la necesidad de efectivizar la libertad de vientres,[209] es el pedido realizado por el gobernador de Corrientes de «una copia del bando que se publicó en esa el año de 1815, en tiempo de don José de Silva, sobre la reprobación del Exmo señor de la nueva esclavitud de los natos, que dicho Silva de su propio motu los había vuelto a esclavizar a la entrada de su gobierno, y si se encontrase el oficio del señor Gral. en que le reprobaba, para circular por estas campañas... porque están en este error viviendo estas gentes, vendiendo libertos por esclavos».[210] [211]
Vale tener también en cuenta que, a tono con el criterio predominante por entonces - e incluso durante las décadas siguientes -2n sobre la cuestión de la esclavitud, en el texto del Reglamento de tierras se especifica que entre los que podían ser agraciados se hallaban «los negros libres y los zambos de esta clase».
Por último, recordamos algunos conceptos vertidos por el líder oriental en el expediente de un juicio sobre la compra de su libertad por parte de una esclava y el monto que debía abonar a su amo respecto al cual las partes no se ponían de acuerdo: «No obstante no haber ley sancionada sobre el particular que se reclama, es conforme a los intereses del sistema se proteja la libertad de la esclavatura contra las leyes del despotismo. Por consecuencia la esclava Ana Gasquen deberá ser libre y hallarse en el pleno goce de sus derechos naturales desde el momento que ella haya satisfecho a su amo la cantidad que costó en su venta».[212]
Dejando planteado de esta manera el tema, nos referimos ahora al cuartel general de Artigas en el período de consolidación de su poder e influencia política. Si bien su movilidad en el territorio provincial lo hacía variar con frecuencia de ubicación dando lugar al funcionamiento de diferentes campamentos volantes, hacia 1815 instaló su base de operaciones a orillas del río Uruguay, en un paraje denominado el «Hervidero» - unos treinta kilómetros al sur de Salto - en virtud de estrecharse allí el río, arremolinando y revolviendo las aguas. El sitio ofrecía al caudillo ventajas evidentes: «políticas, porque es un punto central, frente a un río que lo pone en rápida comunicación con la otra banda y, por lo tanto, con Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Buenos Aires, y desde el que podía, por ende, manejar todos los hilos de la vasta red de negocios de “los pueblos” sobre los cuales ya extendía entonces su protección y dominio. Ventajas estratégicas, porque le sería fácil atender rápidamente a cualquiera de los frentes del peligro de ataque armado, ya fuera de los porteños, de Portugal o de España».[213]
En las inmediaciones del Hervidero no tardaría en nacer un pueblo: la villa de Purificación, que desde mediados de mayo se constituyó en la sede principal del gobierno de la provincia Oriental y del conjunto del protectorado artiguista.
El nombre de «Purificación» - idea posiblemente de Fray José Monte- rroso -[214] se liga, en momentos que se presentía la inminencia de una expedición realista, a la política fijada por Artigas para controlar a los españoles y algunos americanos enemigos de la independencia. Con él se quiso significar que la nueva población sería «un centro destinado a reclusión de los conspiradores o culpables políticos de cualquier naturaleza, al propio tiempo que al trabajo y a forjar el porvenir de la patria».[215] Es decir, un sitio de internación y reeducación para los enemigos del nuevo sistema político, los cuales percibieron con toda claridad el meollo del asunto: «Artigas, ciego y obstinado en perseguir y arruinar a los españoles europeos, expide órdenes ejecutivas para que a ninguno se le permita morar en esta ciudad, y se le remitan todos al Hervidero en donde los hace trabajar como animales, sin permitirle ni aun aquellas comodidades que ellos con su dinero pueden proporcionarse, y expuestos a los horrores que experimentan en el transito de 120 leguas, son los hombres más desgraciados que pisan en este hemisferio».[216] [217]
Cuando hubo pasado el peligro de la expedición reconquistadora, al haberse dirigido el ejército de Morillo hacia Venezuela,21 Artigas sorprendió al cabildo de Montevideo al ratificar y profundizar el confinamiento de los europeos, poniendo al ayuntamiento - ahora sin el incentivo del temor a la represalia realista - en la difícil circunstancia de enfrentarse con un sector del patriciado oriental al que se hallaban vinculados por numerosos vasos comunicantes, incluida la común desafección a sus rivales porteños.
Ante la resistencia de los capitulares,213 Artigas les dirigió un oficio en octubre de 1815 -otro entre muchos de igual tenor- que ilustra la naturaleza de la situación: «Me es forzoso reconvenir a V.S. por los resultados de aquella imprudente condescendencia. Magariño y todo enemigo de la libertad no harán más que atentar contra nuestro sosiego. De ese resultado calcule V.S. ulteriores consecuencias con los enemigos que existen entre nosotros. Por lo mismo ordené a V.S. me remitiese todos los hombres malos y que por su influjo pudiesen envolvernos en nuevos males. Y me es doloroso decir a V.S. que su condescendencia ha debilitado el vigor e importancia de mi providencia... Este es el lugar destinado para su purificación».219 Pese a tan perentorio reclamo, los cabildantes persistieron en un cumplimiento apenas formal - remitiendo a personas poco influyentes y de dudosa peligrosidad - mientras otorgaban indultos, ordenaban libertades y disimulaban la salida de Montevideo de muchos sospechosos, que se refugiaban en los pueblos de campaña donde -afirmaba Artigas- se dedicaban a «fomentar la irritación de los paisanos».
Más allá de las vicisitudes de esta disputa,220 la villa del Hervidero continuó siendo la base de las operaciones de Artigas hasta principios de 1818, cuando debió ser evacuada ante la cercanía de las tropas portugueses. [218] [219] [220]
«He propuesto al barón de la Laguna (jefe de las tropas portuguesas) que acometa con sus fuerzas y persiga al enemigo común hasta el Entre Ríos y Paraná en combinación con nosotros».
El director supremo Rondeau a Manuel García, 1819
Frustrados en 1815 los intentos por lograr un avenimiento, la guerra civil volvió a recrudecer. El partido directorial no cejaba en sus esfuerzos por constituir a Buenos Aires en el puerto único de las crecientes importaciones y exportaciones de las provincias bajo su dependencia, lo que además de las disputas en Entre Ríos explica la constante presión que ejerció sobre Santa Fe, pieza fundamental para el esquema centralista por su dominio del Paraná y de las comunicaciones con el interior.
En las condiciones descriptas, con la afirmación del artiguismo y el relativo equilibrio de los bandos en disputa, solo nuevas y muy adversas circunstancias podían modificar el curso de los sucesos. Estas se precipitaron cuando, a mediados de agosto de 1816, «un ejército portugués de más de 6.000 hombres bajo el mando del hábil general D. Carlos F. Lecor, barón de la Laguna, empezó sus hostilidades so pretexto que el fuego de la anarquía que devoraba la Banda Oriental podía incendiar a su vecino el Brasil».[221]
El secular afán expansionista lusitano hacia las riberas del Plata operó entonces potenciado por el temor que despertaban en la dirigencia del imperio esclavista «las monstruosas cavilaciones del sanguinario Robes- pierre Artigas»;[222] o dicho de otro modo, por el ejemplo democratizador del artiguismo y su fuerza expansiva, percibido como una amenaza para la estabilidad del poder portugués en el sur de Brasil.[223]
Sin desmerecer la prioritaria trama política interna que determinó la decisión de la corte lusitana, cabe remarcar que la opción de avanzar sobre territorios anteriormente dependientes de España fue incentivada reiteradamente por distintos voceros del poder bonaerense. Una muestra de ello son los conceptos que expone Nicolás de Herrera - quien fuera secretario de Alvear- en nota del 19 de julio de 1815 a las autoridades portuguesas, en la cual luego de argumentar los peligros que representaría para el Brasil la existencia próxima a sus fronteras del artiguismo «separado de la unidad del gobierno de las provincias», la obligada conformidad de España y la comprensión de la administración porteña, propone que las tropas portuguesas «deben entrar por el territorio marchando en todas direcciones con la rapidez del rayo arrollando a las partidas armadas sin consideración ninguna. S.A.R. esparcirá proclamas en las cuales hablará como un pacificador, que no tiene más objeto que liberar al país de la anarquía». En el mismo documento, al aludir a las gestiones encomendadas a ManuelJ. García por el Directorio de Alvear ante la corte lusitana, Herrera especifica: «el objeto de su misión es notorio a V.S. pero quizá ignorará que los que han sucedido a aquel gobierno bajo el pretexto que quería entregarlos, acaban de escribir al mismo García ofreciéndole ratificar sus poderes y suponiendo uniformidad en principios políticos».[224]
La movida del colonialismo lusitano no tomó desprevenido a Artigas, que desde principios de 1816 había hecho redoblar la vigilancia en la frontera: «Según toda probabilidad y una carta particular de las tramoyas del Janeiro - alertaba a Rivera - los portugueses intentan venirse sobre la Banda Oriental para abril o mayo... En dicha carta se hace referencia a las intrigas de Buenos Aires sobre el particular y cuanto contribuyen los emigrados de ese pueblo al meditado proyecto. Es preciso que ahora más que nunca se redoble la energía y estén ustedes con cuatro ojos al ver venir las cosas».[225]
En julio, el líder oriental apuraba las medidas defensivas ante la inminencia de la invasión: «Es preciso que todos los pueblos hagan su esfuerzo - escribió a Andresito - y que todos corran a las armas como lo estamos haciendo aquí para acabar con Portugal. De lo contrario no podremos lograr la felicidad que apetecemos».[226]
Unos días antes Artigas se había dirigido al gobierno de Corrientes anunciándole la inminencia de la invasión extranjera, acontecimiento que «irrita demasiado la delicadeza de unos pueblos que se han sacrificado por sostener su libertad y absoluta independencia... Es preciso que todo el mundo se inflame y que una alarma general escarmiente tal atrevimiento». Al reenviar este oficio a los pueblos de la provincia, la autoridad correntina los exhortó a empeñar toda «la energía y prontitud a sostener los sagrados derechos que hemos jurado al pie de los altares. Estos no son, como bajo el tiranismo, unos juramentos para sostener la causa de un déspota que nos miraba y trataba como a un rebaño de ovejas de las cuales mataba, vendía y disponía a su arbitrio. Son sí unos juramentos dirigidos a sostener la dignidad de los hombres libres y capaces de disponer de sus vidas y propiedades para sostener la causa del género humano».[227]
Artigas conocía que desde tiempo atrás, en los informes que sus agentes dirigían a la corte portuguesa, se mencionaba con alarma «el espíritu de ese quimérico e infeliz fantasma de la libertad e independencia, que él defiende en sus proclamas, fáciles de concebir y ser apoyadas por la gentuza inferior de la campaña que bebieron desde su infancia la misma doctrina y hasta algunos fueron sus antiguos compañeros en las faenas de preparar cueros».[228]
Como se ha indicado, su carácter colonialista y el temor al desorden social que asociaban al artiguismo -fundamentos de fondo de la decisión portuguesa de invadir la Banda Oriental - [229] fueron eficazmente estimulados por distintos referentes del régimen directorial. Así lo registran las crónicas de la época: «los de Buenos Aires (forzoso es decirlo), no pudien- do contener el torrente de la opinión que Artigas sembraba en el resto de las provincias, y no pudiendo con las armas contrarrestarle, llamaron a los portugueses para que les ayudasen a destruir... »,[230]
Otro testigo de los sucesos apuntó que la invasión «era provocada desde Buenos Aires por un partido exaltado, refiriéndose a una misión secreta que cultivaba en Río de Janeiro el enviado argentino don José M. García para pulverizar al general Artigas, que conmovía y seducía a las Provincias de la Unión en armas contra la capital, principalmente las de Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Córdoba, de las que Artigas se titulaba Protector de los Pueblos Libres».[231]
El contenido de estas afirmaciones, coincidentes con otros testimonios, debe considerarse detenidamente, pues una vez establecida su veracidad se transforma en una clave decisiva para la interpretación histórica del periodo 181b 20, incluida la evaluación del papel del Directorio y el Congreso de Tucumán en esos años.[232]
¿Tenía razón Artigas al señalar - en agosto de 1816 - «que nuestra existencia política está minada por la intriga con el gabinete portugués, y que no sin fundamento hemos mirado con recelo a todos los mandatarios de Buenos Aires»?[233]
Sin duda la situación política imperante en el Plata entregaba elementos de juicio suficientemente significativos como para estimular que observadores relevantes de aquel momento los registraran en sus documentos. Uno de ellos, el ministro francés residente en Río de Janeiro, coronel Maler, analizando la suspensión de la ayuda que se había enviado en los primeros momentos a Montevideo, informaba a sus superiores sobre «el apresuramiento con que para aquella época el Director propietario Pueyrredón voló hacia Buenos Aires a donde llegó sin ser esperado, apresurándose a detener el envío de cualquier otro socorro. No hay duda alguna de que ese Director y la mayoría del Congreso de Tucumán se han echado enteramente en brazos de los portugueses».[234]
El 22 de septiembre de 1816 el comodoro inglés Bowles -comandante de las fuerzas navales británicas en América del Sur - envió al Almirantazgo un detallado análisis de la situación en el Río de la Plata: «No es extraño pues, que en una circunstancia de tal alarma, el descontento y el desorden existan, y que, mientras un partido se inclina a solicitar ayuda del exterior, otro piense en reunir a lo mejor de su propio pueblo para solucionar la situación. Es por estos motivos que, primero Santa Fe y después Córdoba, se hayan aliado al partido de Artigas en contra de este gobierno, de quien se consideran alejados y abandonados; y como los dos partidos están igualmente exasperados y decididos a proseguir, es de temerse que, excepto que el triunfo de los portugueses allane rápidamente este problema, se sucedan escenas aún más serias y desastrosas de las que hasta aquí han sucedido ya». Y agrega sobre la conducta del ejecutivo porteño: «tenemos todas las razones para suponer que ha estado llevando a cabo negociaciones con la corte de Río de Janeiro».[235]
Otro testimonio concurrente, notable en tanto ilustra lo extendido de la difusión de ciertas negociaciones «reservadas», es la nota del embajador austríaco en Madrid dirigida -el 31 de octubre de 1816- al principe de Metternich, en la cual alude al «jefe del poder ejecutivo, brigadier Balearse, de quien en América y aquí se sospechaba que se hallaba en inteligencia secreta con el gobierno de Río de Janeiro».[236] Si bien las fuentes citadas podrían probar menos de lo que sugieren,[237] no ocurre lo mismo con las que ahora mencionaremos, que reflejan la complicidad del Directorio con los portugueses. Esto implica que en la guerra civil que desde 1814 ensangrentó a las provincias, una de las partes se acomodó al accionar de una potencia extranjera (colonialista y agresiva, cuyas miras ambiciosas respecto al Plata eran conocidas de antiguo), en circunstancias en que dicho Portugal se constituía en el enemigo principal de la Banda Oriental y del resto de los pueblos de la confederación artiguista.
El espíritu que presidía la actitud del gobierno se transparenta con claridad en la nota que Manuel García - representante desde el tiempo de Posadas ante la corte portuguesa - le dirigiera al director Pueyrredón el 25 de abril de 1817: «Acaba de firmarse con mi intervención el proyecto consabido, al cual podrá V.E. poner aquellas adiciones que juzgue propias para asegurarse más y más, con tal que no estén fuera de la línea que ahora guarda este gabinete... Porque: demos por supuesto que triunfamos de los portugueses y que los obligamos a evacuar la Banda Oriental. ¿Hemos ganado algo en fuerza y poder? No señor; entonces el poder de Artigas aparecerá con mayor ímpetu y será irresistible. La naturaleza de este poder es anárquica, es incompatible con la libertad y la gloria del país; es inconciliable con los principios del gobierno de Buenos Aires, y con los de todo gobierno regular. Artigas y sus bandas son una verdadera calamidad. V.E. lo sabe, todos los hombres de bien lo conocen, y no pueden decir otra cosa sin desacreditarse. Con que, entonces habremos gastado nuestras fuerzas, atrasado nuestras relaciones exteriores, habremos enflaquecido nuestros ataques al enemigo común, no para recobrar la Banda Oriental, sino para alimentar y robustecer a un monstruo que resolverá sus fuerzas y desgarrará las provincias, para dominar sobre sus ruinas. Con que, si conseguimos el objeto de la guerra, no solo no recompensaremos los sacrificios hechos, sino que renovaremos la lucha con un enemigo interior, sin obtener antes la paz con los de afuera».[238]
El «proyecto» a que se refiere García estaba constituido por una serie de puntos que se considerarían como artículos adicionales al Armisticio de 1812 (Rademaker-Herrera), que estipulaban que Portugal no avanzaría sobre Entre Ríos, territorio que quedaría - una vez eliminado Artigas - bajo dependencia del Directorio; asimismo, se aseguraba un comercio franco y recíproco entre los puertos bajo control de Portugal y las Provincias Unidas.[239]
Pueyrredón elevó el asunto a la aprobación del Congreso acompañado de una nota recomendando un tratamiento favorable: «Me dirijo a V.S. para que con la posible brevedad se sirva sancionar por su parte los artículos comprendidos en el mencionado proyecto para que no venga a suceder que, prestado el avenimiento por parte de S.M.F. como lo esperamos, se niegue la ratificación por parte de las Provincias que han tomado la iniciativa, lo que sería monstruoso y para hacer a vuestra soberanía misma juez de la necesidad a que no podemos sustraernos de establecer estos nuevos pactos».[240]
El Congreso consideró la cuestión en cuatro sesiones secretas entre noviembre y diciembre de 1817, aprobando finalmente el proyecto de dieciséis artículos que, salvo modificaciones que no alteraron su esencia, era el propuesto por García y Pueyrredón.[241]
En el acta de la sesión secreta del 10 de diciembre se fundamentó el aval al Tratado:«... no puede de ningún modo dudarse de las verdaderas intenciones del Brasil relativas a la España en la ocupación de la Banda Oriental con un interés decidido en la contradicción de España, pero que podría abandonar si no nos preparamos a aliar nuestro interés con el suyo».[242]
Acomodado de este modo el relato justificativo, el Congreso y el Directorio tomaron el camino deshonroso de aliarse con un enemigo (Portugal) mientras luchaban contra otro (España),[243] profundizando la división de los patriotas rioplatenses con el fin último de eliminar la alternativa democrática, republicana y federal, que encarnaba Artigas.
En conocimiento de tales designios y desde las primeras noticias de la penetración lusitana, el líder oriental definió el centro y eje de su política, que se caracterizaría en adelante por resistir a Portugal, fortalecer la Liga de ¡as provincias federales y, sobre todo, lograr que Buenos Aires abandonara su actitud complaciente y se incorporara a la guerra que se libraba en el Oriente contra las fuerzas invasoras.
La influencia creciente que el pensamiento artiguista fue adquiriendo en sectores importantes de la opinión pública, y las simpatías que despertaba su firmeza frente a la agresión extranjera,[244] tuvieron expresión principal en el periódico La Crónica Argentina - continuador de El Censor - constituido en vocero del federalismo bonaerense, antimonárquico y opositor al Directorio.
Desde sus páginas, Manuel Dorrego - paradójicamente el jefe porteño derrotado en Guayabos - criticó la inacción oficial frente a la invasión portuguesa, hasta acabar deportado a la isla de Santo Domingo por el delito de opinión, consistente en señalar que «dos naciones, despreciables a la par que tiránicas, se oponen a la felicidad de estos pueblos: la España y Portugal».[245]
La medida represiva no detuvo a los redactores de La Crónica, que en su número 34, del 26 de diciembre de 1816 -luego de acusar al gacetero del gobierno de estar pagado «para callar cuando una expedición extranjera invade un territorio americano» - ponían al descubierto la política direc- torial, coincidiendo plenamente con Artigas: «Pero la Banda Oriental no reconoce al Soberano Congreso, ni al Excmo. Sr. Director; he aquí un argumento especioso para reducirnos al letargo, mientras los portugueses
lo necesitan para adelantar sus proyectos. Supongamos que los españoles invadiesen aquella interesante provincia; ella no reconoce al Congreso ni al Sr. Director, luego es preciso abandonarla a su destino. ¿No es esta una política admirable? ¿No descubriremos el primer eslabón de nuestra esclavitud en esa insensibilidad peligrosa? ¿Qué haremos pues? Presentarnos armados en defensa de la libertad de nuestros hermanos orientales, ya que tantas veces lo hemos hecho para ofenderlos».[246]
La respuesta oficial no demoró: en febrero de 1817 fueron detenidos y desterrados a los Estados Unidos los ciudadanos Moreno, Agrelo, Chiclana, Pazos Silva, French y Pagóla.[247]
Apenas llegados a Baltimore, Agrelo, Moreno y Pazos produjeron un manifiesto justificando su conducta, en el que afirmaban lo que habían temido publicar en la Crónica: «Ahora añadimos para conocimiento de los pueblos y escándalo de los hombres cultos del mundo, que desde el tiempo de Alvear se formó el infernal proyecto de postrar la revolución a los pies del rey del Brasil, y que este plan ha seguido con más o menos descaro en las épocas sucesivas hasta la actual de Pueyrredón».[248] En posesión de este importante documento, que fortalecía su posición, Artigas se apresuró a distribuirlo entre los pueblos de la Liga y otras provincias.
El modo como se han escrito diferentes versiones oficiales de la historia argentina, deformando o relativizando estos sucesos cuando no se pudo ignorarlos, fue puesto en evidencia por distintos autores: «no han querido mirar a Artigas con intensidad; han visto solo al Directorio y a San Martín: al Directorio, en lucha contra el caudillaje, con la anarquía; y a San Martín, en guerra contra España. No han querido ver a Portugal, que es tan extranjero como España, y que es su aliado natural; ni tampoco al pueblo, al pueblo argentino, que no es la oligarquía comunal de Buenos Aires. Portugal no existe para ellos como enemigo; Artigas no existe tampoco, por consiguiente, como campeón de la independencia. No han querido verlo; lo destierran de la historia... ».[249]
Efectivamente, como fue señalado por numerosos investigadores orientales (en muchos casos a favor de que la historia oficial uruguaya encontró
beneficioso no distorsionar este específico punto del pasado), y no fue tomado suficientemente en cuenta, salvo excepciones, por la historiografía argentina: la revolución en el Río de la Plata tuvo dos cuarteles centrales enemigos, Lima y Río de Janeiro.
Y en determinadas circunstancias históricas, a partir de la invasión de 1816, fue Portugal y no España el enemigo más inmediato y peligroso de la revolución anticolonial independentista iniciada en Mayo de 1810; al menos lo fue en la región oriental, incluidas Misiones, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe, directamente agredidas en tanto provincias integrantes de los Pueblos Libres.
Por lo tanto, desde el punto de vista de la historia argentina resulta injustificable que se haya considerado más valioso el patriotismo antiespañol, que el patriotismo antiportugués; que se haya pensado que Salta o Jujuy eran más parte de la nueva patria en construcción que la Mesopotamia y la Banda Oriental del Uruguay.
Contrariamente, el modo como Artigas evaluaba el papel de España, Portugal y Buenos Aires en el contexto del proceso emancipador, puede ejemplificarse con el oficio que dirigiera al caudillo salteño Martín Güe- mes a principios de 18 1 6:[250] «Contener al enemigo después de la desgracia de Sipe Sipe debe ser nuestro principal objeto. Por acá no hacemos menos esfuerzos por contener las miras de Portugal. Este gobierno rodeado de intrigantes duplica sus tentativas; pero halla en nuestros pechos la barrera insuperable. La fría indiferencia de Buenos Aires y sus agentes en aquella corte me confirman su debilidad. Nada tenemos que esperar sino de nosotros mismos (...). Por ahora nuestro afán es contener al extranjero; pero si el año 1816 sopla favorable, ya desembarazados de estos peligros, podremos ocurrir a los del interior, que nos son igualmente desventajosos. Entonces, de un solo golpe será más fácil reunir los intereses y sentimientos de todos los pueblos, y salvarlos con su propia energía».[251]
Como se ha visto, la condescendencia del Directorio con la invasión portuguesa buscaba entre sus objetivos principales la eliminación de Arti-
gas,[252] que constituía una peligrosa amenaza para los intereses estratégicos de ambos poderes. Coherentemente con esto, Buenos Aires solo auxiliaría a los orientales sobre la base de la derrota política de la posición artiguista, es decir, acabando con la «soberanía particular de los pueblos», que el jefe oriental definiera como el dogma de la revolución.
Pueyrredón fue muy claro al respecto: «El ejército portugués invade el territorio oriental por la razón de su independencia y separación voluntaria y reconocida de la masa general de las Provincias Unidas. Desaparezca pues esta especiosa razón. Póngase Montevideo en la unión de las demás provincias por un acto libre y voluntario de sus habitantes, y entonces pondremos a los portugueses en la necesidad de respetar esa plaza o declararse también contra nosotros (...). Si esto no fuera verificable no me queda más arbitrio que el de abrir con la mayor cordialidad nuestros brazos y nuestras habitaciones a todos los habitantes que quieran sustraerse de una dominación extranjera».[253]
El destinatario de esta nota, Miguel Barreiro - que actuaba como delegado de Artigas en el cabildo de Montevideo - envió una diputación ante el ejecutivo porteño integrada por Juan J. Durán y Juan F. Giró, «para que con la brevedad posible soliciten los auxilios que reclaman las actuales urgencias de esta provincia, injustamente invadida por la nación portuguesa».[254]
Ambos negociadores eran miembros prominentes del ayuntamiento montevideano y con suficientes motivaciones como para no ser demasiado consecuentes en la defensa del ideal artiguista. F ue así como a instancias de Pueyrredón - el 8 de diciembre de 1816 - acordaron firmar un acta estipulando: «Que el territorio de la Banda Oriental del Río de la Plata jurará obediencia al Soberano Congreso y al Supremo Director del Estado en la misma forma que las demás provincias; que igualmente jurará la independencia que el soberano Congreso ha proclamado, enarbolando el pabellón de las Provincias Unidas, y enviando inmediatamente a aquella augusta corporación los diputados que según su población le corresponda. En consecuencia de esta estipulación el gobierno supremo por su parte queda en facilitarle todos los auxilios que le sean dables y necesite para su defensa».[255]
A los pocos días de firmado el convenio - que debía ser expresamente ratificado para poder considerarse vigente - su contenido fue rechazado por Barreiro,[256] invocando que los comisionados se habían excedido en sus atribuciones.[257] La decisión no logró sin embargo evitar que, rápidamente impreso, fuera masivamente difundido como un éxito de la política direc- torial,[258] sin perjuicio de que apenas conocida la reprobación oriental se suspendió el envío de los auxilios comprometidos, ya que en ningún caso se prestarían sin la previa sanción del acta.[259]
Artigas, impuesto de lo ocurrido, se dirigió a Durány Giró, dando por finalizada su comisión: «Es preciso o suponer a V.S. extranjero en la historia
de nuestros sucesos, o creerlo menos interesado en conservar lo sagrado de nuestros derechos, para suscribirse a unos pactos que envilecen el mérito de nuestra justicia, y cubren de ignominia la sangre de sus defensores El jefe de los orientales ha manifestado en todos los tiempos que ama demasiado su patria para sacrificar este rico patrimonio de los orientales al bajo precio de la necesidad»/00
Valorando esta enérgica y bella posición de principios, cabe considerar como probable que una vez abandonadas o postergadas las ideas de «soberanía particular de los pueblos» y «unidad por el pacto recíproco», la ayuda hubiera llegado. Con palabras de Pueyrredón, «reconociendo al Soberano Congreso de las Provincias Unidas cesará la causa de la guerra... Hágase esta declaración sin más demora: la plaza será auxiliada pronta y vigorosamente, y se hará saber al general del ejército portugués para que considerándola comprendida en el armisticio existente entre este país y la corte del Brasil desista de las hostilidades con que la tiene amenazada».[260] [261] [262]
Al día siguiente de esta comunicación, se celebró en la capital una Junta de Guerra en la cual, dentro de la diversidad de posiciones y matices, se escucharon propuestas - como la de Martín Rodríguez - planteando que «la guerra debe declararse en el día a los portugueses por considerarse aquella Banda una parte integrante de las Provincias Unidas sin embargo de la oposición obstinada y hostil contra Buenos Aires del jefe que la preside, por que se sabe que la mayor parte de los habitantes claman por nuestra unión para obrar contra los agresores». Más agudos aún fueron los conceptos de Juan Ramón Balcarce al referirse a «la agresión injusta sobre el territorio oriental, que es una parte integrante de las Provincias del Río de la Plata. Esta es una verdad inconcusa, contra la cual nada prueba que el jefe de los orientales se mantenga con las armas en la mano sin reconocer al gobierno supremo ni enviar diputados al Congreso, porque Salta, Córdoba y Santa Fe han hecho poco más o menos lo mismo, ¿y habrá quien diga que no son una parte de aquellas y que se deben abandonar a la suerte?». Por su parte, reflejando el sentir de buena parte de los congregados, Nicolás de Vedia, manifestó el rechazo a la «invasión que experimenta la Banda Oriental, parte integrante de las que componen la unión, sin embargo de
Cuadro de texto: r
la opinión y conducta de su actual caudillo».262 Evidentemente, frente a la línea que se impondría - sin sometimiento no hay auxilios - no eran pocos quienes priorizaban la lucha unida contra el colonialismo lusitano, ubicando, al menos frente a la invasión extranjera, en un plano secundario la contradicción con la línea política artiguista.
Mientras en Buenos Aires se desarrollaban las referidas negociaciones y debates, las fuerzas portuguesas penetraban, incontenibles, en la Banda Oriental. En estas circunstancias, el plan de operaciones de Artigas se basó en llevar la guerra al territorio del Brasil,[263] a través de una acción militar emprendida desde Misiones por las fuerzas al mando del dirigente guaraní - y comandante general de la provincia - Andrés Guacurarí Artigas, que obligara a los portugueses a reconcentrar sus fuerzas desviando su marcha sobre Montevideo.[264]
La suerte de las armas no favoreció sin embargo a Andresito que debió abandonar San Borja; este contraste, junto a las derrotas de Verdum y Artigas en las batallas de Ybiracoy y Carumbé, determinó el fracaso del intento de contra invasión por el norte.[265]
Nuevos triunfos en India Muerta, Arapey, Aguapey y Catalán, colocaron a las tropas lusitanas en las inmediaciones de Montevideo, por lo que el delegado Barreiro decidió evacuar la ciudad - el 18 de enero de 1817 - al frente de las fuerzas leales, sin cumplir la orden de Artigas de «echar por tierra los muros para que esa ciudad no vuelva a ser el apoyo de los perversos y los enemigos no se gloríen de su conservación».[266] Dos días después, «el ejército invasor entró a la plaza de Montevideo, cuyas llaves le entregó el cabildo comisionando a su síndico D. Gerónimo Pío Bianqui».[267]
Esta actitud fue consensuada por el cuerpo capitular el 19 de enero, cuando - según consta en actas - se establecieron los medios que debían
adoptarse luego de la retirada de la fuerza armada «que oprimía al vecindario, y por consiguiente libres de aquella opresión se hallaban en el caso de declarar y demostrar públicamente que la violencia había sido el motivo de tolerar y obedecer a Artigas». Dicho esto, el cabildo acordó que «habiendo desaparecido el tiempo en que su representación estaba ultrajada, sus votos despreciados y estrechados a obrar de la manera que la fuerza armada disponía, vejados aún de la misma soldadesca y precisados a dar algunos pasos que en otras circunstancias hubieran excusado, debían desplegar sus verdaderos sentimientos de que estaban animados, pidiendo y admitiendo la protección de las armas de S.M.F. que marchaban hacia la Plaza».[268]
La posición del cabildo, aunque censurable, no resultaba sorpresiva. Es sabido que según la opinión de Artigas sus miembros eran «hombres que nunca fueron virtuosos»;[269] lo que dicho de otro modo significa que los patriciados de terratenientes y mercaderes de Montevideo y demás provincias de la Liga se hallaban embarcados dentro del cauce artiguista más por cálculo que por convicción doctrinaria, y más por la presión de los pueblos que por adhesión al «sistema».
De manera que, llegados al punto de quiebre de la caída de la ciudad- puerto nuevamente en poder del colonialismo, las contradicciones de Artigas con el «cabildo gobernador» (observables, por ejemplo, en torno a la aplicación del Reglamento de tierras, la actitud ante los españolistas que debían marchar a Purificación, y la postura ante el gobierno de Buenos Aires desde Capilla Maciel hasta el Convenio firmado por Durán y Giró) estallaron cuando el ayuntamiento recibió solemnemente al general Lecor.[270]
Es realmente notable la absoluta falta de principios de estos hacendados y mercaderes orientales, que los retrata en diciembre entregándose al centralismo porteño - al prestar obediencia al Directorio y el Congreso - y en enero aceptando de buen grado el dominio lusitano. Lo cual debe ser tenido presente en todos los análisis de sus relaciones con Artigas y su doctrina, desde 1811 hasta 1817, especialmente teniendo en cuenta que durante casi dos años ejercieron una fuerte influencia sobre la gestión del gobierno.
Atento a estas características de la elite montevideana, y su conducta reglada por un riguroso cálculo de costos/beneficios, el general Lecor se apresuró a poner música en sus oídos: «El pueblo no volverá a sentir el peso de las contribuciones, y el comercio libre con todas las naciones podrá reparar los quebrantos que causó la guerra civil».[271]
La alegría con que los españoles residentes en la ciudad saludaron la presencia portuguesa contrastó con el discurso austero de Artigas, que desde Purificación anunciaba la disposición del pueblo oriental a luchar hasta el final por su libertad e independencia: «Hemos sido desgraciados cuando pensábamos ser gloriosos... Sin embargo, el enemigo ha tenido sus contrastes, y debe creer que nunca extenderá su dominación sino sobre nuestra sangre».[272]
Además de organizar y dirigir la defensa de la provincia, el caudillo debió bregar por la unidad y fortalecimiento de los pueblos que conformaban su protectorado, que perdían, con la rendición de Montevideo, el puerto atlántico a través del cual giraban lo esencial de su comercio exterior, resistiendo la absorción portuaria bonaerense.
Artigas, fiel a sus ideas, reafirmó la decisión de no traficar con Buenos Aires hasta que sus autoridades no se sumaran a la lucha contra los portugueses; mientras tanto, celebró un tratado comercial con los ingleses para paliar en alguna medida la falta del puerto oceánico, siempre teniendo en cuenta que, como lo había establecido tiempo atrás, «los ingleses deben someterse a las leyes territoriales según lo verifican todas las naciones, y la misma Inglaterra en sus puertos».[273]
Entre las iniciativas que el jefe oriental desplegó en tan apuradas circunstancias se cuenta un intento de recomposición de las relaciones políticas con el Paraguay, las cuales se habían deteriorado en virtud de antiguas intervenciones de Artigas en los asuntos de aquel gobierno, al que desde siempre procuró sumar, de un modo u otro,[274] a su lucha contra el centralismo porteño. Así, a mediados de 1817 se dirigió a Gaspar de Francia y al cabildo de Asunción solicitando apoyo frente a la invasión portuguesa, o al menos procurando neutralizar algún entendimiento con las fuerzas lusitanas: «Rasgado el seno de la patria por la voracidad de los opresores, fueron siempre decididos nuestros empeños; ¿y será posible que V.E. pueda mirarlos con indiferencia a presencia de la guerra que nos ha promovido la potencia limítrofe, intentando con su dominación arruinar nuestros intereses recíprocos... Si por un fatal principio la divergencia de opiniones nos ha puesto en una alternativa peligrosa, ella debe cesar».[275]
Las diferencias políticas y programáticas que siempre existieron -y que la adversidad agudizó - entre Artigas y los grupos de terratenientes y comerciantes hegemónicos en las dirigencias del Litoral argentino, fueron aprovechadas por el Directorio para fomentar y apoyar las manifestaciones de oposición al jefe oriental: en diciembre de 1817 partió una poderosa expedición militar porteña en auxilio del caudillo entrerriano Hereñú, que se había pronunciado contra Artigas.[276]
Simultáneamente - anota un cronista presencial, padre del diputado santafesino al Congreso de Oriente - «vino del Director Pueyrredón oficio a Vera y cabildo, convidando a unirse con Santa Fe, prometiendo premios y convidando a los vecinos a que se separen y no den fomento a la Banda Oriental».[277]
El énfasis constante puesto por el gobierno bonaerense en obtener la obediencia santafesina se debía - entre otras causas - a que esta provincia cumplía un rol económico significativo en materia portuaria. La revolución había puesto a la ex capital virreinal en posesión material de todos los monopolios y privilegios que detentaba de jure la metrópoli; por tanto, si se perdía Santa Fe - le escribe Darragueira a Guido - «Buenos Aires sufrirá en su comercio y aduana, y en la consideración y preponderancia de su localidad sobre las demás provincias, pues dejaría de ser el puerto preciso de ellas».[278]
Las iniciativas destinadas a golpear en el flanco occidental de la Liga, a pesar de no alcanzar mayores éxitos resultaban eficaces en el marco de la estrategia global, donde se sumaban a otras actitudes políticas igualmente hostiles al artiguismo. Entre ellas el atizamiento de las discrepancias entre los principales jefes orientales, incluido el intento de Pueyrredón de entenderse, por separado y a espaldas del Protector, con Otorgués y Rivera,[279] a quien envió un cargamento de armas y municiones indicándole que el único obstáculo para la unidad eran las exaltadas pasiones y los errores de Artigas.
Al mismo tiempo que llevaba adelante estas maniobras divisionistas, el director supremo autorizaba a los portugueses a navegar los ríos Uruguay y Paraná en busca de ganado y demás alimentos, necesarios para sostenerse en la sitiada Montevideo.
Igualmente, el 17 de octubre de 1817 fueron recibidos en Buenos Aires, con toda consideración, los jefes que desertando de la lucha antiportuguesa habían fomentado la defección del batallón de Libertos y sembrado la división y el pesimismo entre los patriotas orientales. Sobre el significado de estos sucesos, el memorialista Cáceres anotaría lo siguiente: «Encabezaron el movimiento Don Rufino Bauza y Don Manuel Oribe. Este acontecimiento facilitó mucho su conquista a los portugueses: estaba muy pronunciada la opinión del país contra ellos, en el ejército era fanático el entusiasmo, y fue el primer ejemplo de desmoralización entre nosotros».[280]
Sin perjuicio de los diferentes matices que se expresan en las orientaciones políticas llevadas adelante por Pueyrredón, entre las cuales cabe reconocerle su aporte a las campañas sanmartinianas, es un hecho probado que respecto a la Banda Oriental favoreció las miras portuguesas. No solo por retacear la ayuda bonaerense, sino porque a través de la agresión a las provincias del Litoral, contribuyó a debilitar las fuerzas que resistían la invasión,[281] distrayéndolas parcialmente de su tarea principal: «Artigas tenía fraccionadas sus fuerzas, pues había hecho pasar algunas divisiones al Entre Ríos para rechazar a los porteños, que a las órdenes de Montes de Oca por Gualeguaychú, y de Balcarce por el Paraná, nos llamaban la atención de un modo muy serio».[282]
Así lo creyó el jefe oriental, pese a que todavía el 25 de junio de 1817 continuaba esperanzado, como lo señaló en una misiva al cabildo gobernador de Corrientes, en alcanzar un acuerdo: «Al fin tocaremos los resultados de la reconciliación y ella será el norte por donde dirijamos nuestras operaciones y esfuerzos». En la misma nota se mencionan las razones de su optimismo: «... ansioso de dar el mejor impulso a los negocios he pedido y espero una diputación del gobernador de Buenos Aires, relativa a la transacción de nuestras diferencias. Yo por mi parte creo haber llenado mis deseos por la unión remitiéndoles los oficiales prisioneros, abriendo las puertas al comercio y otros cuantos actos que demuestran bastantemente mis afanes por la reconstitución».[283]
Sin embargo, los sucesos adversos y las reiteradas provocaciones direc- toriales acabaron, una vez más, por desengañarlo: sin derrotar la política dominante en el gobierno porteño y en el Congreso, resultaría prácticamente imposible triunfar sobre los portugueses; o sea que Cepeda - la batalla en que los Pueblos Libres derrotarían a las fuerzas de Buenos Aires - aparece preanunciada, con casi tres años de anticipación, como un resultado necesario de la táctica artiguista.
Fue entonces que el 13 de noviembre de 1817, desde Purificación,[284] Artigas envió el oficio a Pueyrredón - notable en más de un aspecto - que significó el virtual reconocimiento de un estado de guerra abierta: «V.E. negándose a conciliar los intereses de una y otra banda es un criminal, e indigno de la menor consideración. Pesará a V.E. el oír estas verdades, pero debe pesarle mucho más haber dado los motivos bastantes a su esclarecimiento (...). Hablaré por esta vez, y hablaré para siempre: V.E. es responsable ante las aras de la patria por su inacción o su malicia contra los intereses comunes. Algún día se levantará el tribunal severo de la Nación y él administrará justicia».[285]
Los años siguientes fueron testigos de la resistencia tenaz y ejemplar del pueblo oriental a la conquista lusitana, aun cuando los triunfos resultaran escasos y crecientes las bajas en combate, defecciones y traiciones.
En 1818 las fuerzas orientales sufrirían duros golpes, como la derrota y prisión de Lavalleja y de Andresito Artigas, a lo que se sumó, entre muchas, la muerte en combate del caudillo Encarnación Benítez, al igual que el jefe guaraní un exponente de los sectores populares que aglutinó el artiguis- mo, sobre el cual volveremos al referirnos al Reglamento de tierras de 1815. Asimismo se produjo la defección y pasaje a las filas portuguesas de Tomás García de Zúñiga,[286] quien en 1813 había marchado en misión a Buenos Aires portando la consigna de que «la soberanía particular de los pueblos es e! objeto de la revolución».
En mayo de 1819 fue capturado por los portugueses Fernando Otorgués, uno de los principales comandantes artíguistas, a pesar de lo cual la resistencia se mantenía activa, encabezada por jefes como Andrés Latorre, Gor- gonio Aguiar, Pantaleón Sotelo, Manuel Cairé, Faustino Tejera, Ramón de Cáceres, Segundo Aguiar, Juan Pablo Bulnes,[287] José Llupes y Pedro Campbell.
El hecho de que entre 1816 y 1820 las tropas del colonialismo lusitano - más numerosas y mejor armadas - no lograran consolidar su dominio sobre los pueblos de la Banda Oriental, solo puede explicarse por el espíritu de lucha, sacrificio y constancia que estos pusieron de manifiesto al sostener el combate. Esta caracterización no debe impedir, sin embargo, percibir toda la complejidad de la situación y las dificultades que con frecuencia debilitaban la resistencia al invasor. Un buen ejemplo de ello es el mensaje de Artigas al cabildo de San José -fechado en septiembre de 1818- reprochando que «los orientales han olvidado tan sagrados deberes (amar su libertad). Ruego a ustedes que en mi nombre y por el bien general del país quieran recomendárselos. Ellos hicieron el voto de la revolución y cuando los paisanos debían ostentar la heroicidad de sus sentimientos coronando sus sienes con laureles de honor, los han marchitado con su indiferencia. No es la inacción la que debe salvarnos».[288]
En esta dirección, otorgando un gran papel a los aspectos ideológicos para el logro de la unidad en la causa y la movilización -y sobre la base de reconocer que las armas son imprescindibles - en reiteradas oportunidades Artigas especificó que sin la convicción y decisión del hombre que las empuña aquellas de poco servirían: «las pistolas podrán ser útiles si los paisanos son interesados en la defensa de su suelo; si no lo son, superfluas serán las pistolas, fusiles, armas y demás pertrechos».[289]
Presentes desde el mismísimo Grito de Asencio, expuestas durante el exilio en 1812 y recrudecidas en Capilla Maciel, la invasión del colonialismo portugués agudizó todas las contradicciones de la sociedad oriental, fenómeno que se replicó en algunos casos con mayor intensidad en el resto de los pueblos y provincias embarcadas en el cauce artiguista. Así, desde 1817, aunque en un segundo plano frente a la defensa de la patria agredida, cobró cada vez más importancia la multiplicación de las tensiones, divisiones, defecciones, obediencias forzadas, rebeldías solapadas, cabildos remisos, paisanos indolentes y demás manifestaciones de los diversos grados de incomodidad y desacuerdo que se iban manifestando respecto a la línea política fijada por Artigas.
No es difícil percibir que, sobre todo desde la caída de Montevideo, la conducción unificada de los Pueblos Libres se hacía cada vez más difícil y compleja. Tiempos y circunstancias diferentes para los diversos lugares y actores estimularon el desarrollo de ideas - emergentes de las comprensiones de la situación vivida y sus imaginadas perspectivas - que necesariamente tendieron a desalinearse del centro político del movimiento general. Fenómeno en el cual se mezclaron - a menudo potenciándose - actitudes de oposición a la conducción y la orfandad respecto a orientaciones que tardaban en llegar o eventualmente no llegaban.[290]
Aunque copiosa, la correspondencia emanada del cuartel general solía ser irregular, y no siempre lograba mantener actualizadas las noticias requeridas por los cabildos y autoridades de los pueblos sobre la situación en los distintos frentes y del estado de las relaciones con Buenos Aires, lo cual se hacía más sensible en circunstancias apuradas, toda vez que la información propia competía con múltiples fuentes alternativas, expresión de una heterogénea paleta de intereses donde se destacaba la potencia del aparato directorial y su uso a destajo de la imprenta.[291]
En un escenario articulado, entre otras referencias relevantes, por el devenir de la invasión portuguesa, la lucha contra el hegemonismo porteño, la guerra con España y los renovados rumores sobre una posible expedición reconquistadora, los balances sobre el estado de las cosas y sus perspectivas que realizan en cada lugar los vecinos afincados reflejan el refuerzo de la inclinación a medir cada vez más la situación en términos de costos y beneficios individuales inmediatos. En todos los pueblos y parajes, y - allí donde existen - en sus órganos capitulares, se encuentran presentes sin duda partidarios de Artigas, pero también de Buenos Aires, de los intereses locales y comarcales, y - sobre todo en la Banda Oriental - del Montevideo aportuguesado, de modo que la lucha política es intensa al interior de cada uno de los núcleos de sociabilidad dispersos en los territorios de la Liga/92
Lo cual opera condicionado por una suerte de red de contención, determinada por la presencia de gente que se encuadra mal dentro de las jerarquías vecinales, y que forma parte - efectiva o potencialmente - de la fuerza de choque de Artigas, constituyendo un factor difícil de ignorar por quienes laboraban en contra de las directivas del caudillo. En este contexto, la progresión y dirección de los sucesos se basaba esencialmente en la evolución de las relaciones de fuerza, tal como se pudo observar en la actitud y declaraciones de los cabildantes montevideanos una vez llegadas las tropas portuguesas.
«Se engaña si cree que su partido es el que fue en otro tiempo. Al hombre que pierde todos le huyen la cara, y tal va a ser su suerte».
Pueyrredón a San Martín, enero de 1817
Mientras en la Banda Oriental se desplegaba la guerra de independencia contra el colonialismo portugués, en el occidente se sucedían los intentos porteños dirigidos a doblegar la adhesión de Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos al sistema de los Pueblos Libres, entre los cuales puede mencionarse la incursión de tropas porteñas desbaratada por las fuerzas de Ramírez en [292] el arroyo Ceballos en diciembre de 1817; igualmente, el 25 de mayo del año siguiente, el caudillo entrerriano derrotó a Balcarce en el combate del Sau- cesito,[293] y meses después volvió a batir sendos intentos comandados por Hereñúy Huboc.[294]
Mientras tanto, en mayo de 1818, en Corrientes era depuesto el gobernador Méndez por tropas al mando del coronel Bedoya en connivencia con el Directorio. Frente a este intento, Andresito, cumpliendo órdenes de Artigas, se movilizó rápidamente al frente de un nutrido contingente de guaraníes y con la ayuda de Campbell derrotó completamente la sublevación.[295] Por esos días Artigas se dirigía al cabildo de la capital correntina señalando la necesidad de liberar a los esclavos, los que sin mayor gravamen para la provincia podían agregarse a las armas «y sellar su libertad con sus servicios».[296] En todos los casos, su figura ocupaba el centro del escenario rioplatense, constituyéndose en protagonista decisivo - como lo era desde 1811 - de la historia argentina.
Enfrentado a esta incomoda circunstancia, y como parte de sus objetivos estratégicos, el poder directorial procuró la destrucción del líder oriental, sumando a los medios puramente militares una intensa acción propagandística a través de manifiestos, proclamas y circulares;[297] todos impresos con los cuales se procuró minar su prestigio entre los pueblos, aprovechando que Artigas no tuvo a su alcance el arma de la imprenta para difundir su versión acerca de las luchas políticas y militares de casi una década.[298]
El tenor de este tipo de panfletos, entre los cuales se destaca el líbelo encomendado a Sáinz de Cavia,[299] era el siguiente: «Arrancad la simiente perniciosa de esa doctrina antisocial que el peligroso patriota Don José Artigas ha esparcido en estos hermosos países (...). El gobierno hace la diferencia debida entre la perversidad de Artigas y la desgracia de los beneméritos vecinos que sufren el yugo de un déspota tanto más cruel cuanto más disfrazado». Los artiguistas eran, desde la óptica porteña, «hombres turbulentos que solo pueden vivir en el desenfreno de la anarquía».[300]
Sin embargo, a pesar de alguna ventaja ocasional, en general esta política no lograba prender en el espíritu de los pueblos, que, contrariamente, tendían a compartir cada vez más los argumentos del dirigente oriental: «La sangre americana - decía Artigas a Estanislao López- ha sido derramada para sacudir el yugo infame del opresor español. ¿Con qué derecho pretende ahora (el ejecutivo de Buenos Aires) entregarnos a manos del portugués? Este delito nacional ya no puede ocultarse».[301]
Dicha argumentación, reiteradamente presente en la correspondencia de Artigas, era el núcleo de su línea política: «Nada es tan obvio a un porteño como no declarar la guerra a los portugueses, y nada es tan urgente a los intereses de la América como declararla».[302]
En otra esquela a Francisco Ramírez, Artigas insistía en hacerle notar el papel reaccionario que representaba el Directorio al propiciar la guerra civil soslayando la invasión lusitana: «No hay complotación con los portugueses, pero la guerra contra ellos no se puede declarar. Es más obvio que se derrame la sangre entre americanos y no contra un enemigo común. ¿Y podrá Buenos Aires vindicarse a presencia del mundo entero que esto ve y observa? Veremos nuestros países haciendo la ambición de los extranjeros si no obstruimos los pasos que se le franquean».[303]
Si estos eran los lineamientos estratégicos de la perspectiva artiguista, la táctica de sus adversarios consistió - sobre la base de «la libertad e independencia de las provincias representadas en el Congreso» - en aguardar la derrota de Artigas a manos portuguesas,[304] procurando mientras tanto atraer a su dependencia al resto de las provincias rebeldes, entendiéndose con los caudillos locales sobre la base de que desconocieran la autoridad del Protector.
En este contexto, y como parte del cúmulo de importantes sucesos previos a la caída del Directorio, nos referiremos brevemente a dos iniciativas políticas que tuvieron lugar en 1819, anticipando componentes fundamentales de los sucesos -y su desenlace- del año XX: la decisión santafesina de firmar con Buenos Aires el armisticio de San Lorenzo y el intento de mediación del general San Martín entre los bandos en pugna, invocando el peligro español.
Como se ha visto, las relaciones de Artigas con Santa Fe se dinamizaron a partir de marzo de 1815, cuando reafirmando su «soberanía particular» esta rompió la dependencia respecto del gobierno central y se colocó bajo los auspicios del líder oriental,[305] mortificando la aduana y el comercio porteños al privar a esta ciudad de su preponderancia como puerto preciso de las demás provincias.
Sin embargo, la elite mercantil-terrateniente santafesina no se destacó por sus coincidencias políticas en torno a cómo insertar su terruño en el nuevo escenario que la consolidación de la alternativa artiguista iba delineando hacia mediados de 1815. Así, sin perjuicio de solapamientos y cambios de bando, pueden identificarse tres posturas principales en relación con la organización política del antiguo virreinato: la de aquellos cuyos vínculos comerciales y simpatías ideológicas se inclinaban por la integración bajo la hegemonía bonaerense; la de los más decididos a formar parte de un sistema dotado de mayor autonomía relativa dentro de las posibilidades que ofrecía el proyecto oriental - que despertaba poderosas adhesiones entre el paisanaje - y finalmente la de quienes, constituyendo una corriente con fuerte predicamento, tendieron a oscilar entre las anteriores, prefiriendo preservar a Santa Fe de un compromiso estrecho con orientales y porteños.
Algunos sucesos vinculados con las relaciones interprovinciales vigentes inmediatamente después de fracasada la misión de los diputados del Congreso de Oriente pueden servir para ilustrar la explicación anterior. Por entonces, aludiendo a la expedición militar que había despachado el Directorio,[306] Artigas escribía el 13 de agosto al cabildo de Santa Fe: «el simple pretexto con que aquel gobierno conduce sus tropas a esa ciudad no es bastante a calificarlo de justo ni a sincerar su buena fe. Yo invitado por V.S. y arrebatado de los clamores de ese pueblo, podría haber anticipado ese paso; pero ansioso de la paz no he querido ni pretendo fomentar por mi parte las complicaciones que pudieran impedirla. En consecuencia V.S. exponga la necesidad de retirarse las tropas a Buenos Aires que entonces las mías ni pasarán, ni se acercarán a ese destino (...) de lo contrario esa fuerza alarmante será un escollo insuperable y se perpetuarán las hostilidades, y yo no respondo de los desastres».[307]
Días después, asimilando estos conceptos y procurando eludir un compromiso mayor, el cabildo santafesino le hacía saber a Viamonte, comandante del ejército porteño, que «nada sería más grato a esta corporación que ver alejados de nuestro territorio los desastres y males horrorosos consiguientes al rompimiento con el jefe de los orientales, y que ya nos presagia en su oficio (citado arriba), siempre que las fuerzas de su mando entren en este pueblo; por lo mismo penetrado del conflicto de nuestras circunstancias tenga la dignación de suspender sus marchas hasta tanto el Director Supremo resuelva en el particular».[308]
Sin hacer caso a este planteo, el 25 de agosto las tropas bonaerenses entraron en la ciudad de Santa Fe, casi en coincidencia con la muerte del gobernador Candioti, cabeza visible del sector más afín al artiguismo.[309] En este contexto, estimulado por el apoyo militar, el grupo de la elite local proclive al acuerdo con Buenos Aires logró operar el nombramiento de un nuevo gobernador -Juan F. Tarragona - perteneciente a dicha facción, no sin antes sobrellevar un conflicto con el cabildo, donde se manifestaba una orientación más autonómica en la que se mezclaban partidarios de Artigas con parte del centro político oscilante, aunque siempre dispuesto a enfrentar los «excesos» del centralismo porteño.
La estabilidad lograda resultaría sin embargo precaria. La rebeldía san- tafesina se fue incrementando hasta que, a fines de marzo de 1816, la debilitada fuerza de Viamonte fue derrotada militarmente, recuperándose el control de la ciudad. En el alzamiento autonómico se habían destacado Estanislao López y Mariano Vera - que resultarían electos comandante de armas y gobernador respectivamente - participando también activamente fuerzas de obediencia artiguista conducidas por José F. Rodríguez.
El pensamiento de Viamonte, expresado al director supremo en vísperas del enfrentamiento en que acabaría derrotado, resulta inequívoco respecto al modo como se encaraba por entonces la contienda entre las dos líneas fundamentales para la organización política de los pueblos y provincias que habían roto sus vínculos coloniales: «El insulto atroz que ha sufrido la causa común en la agresión degradante de los salteadores orientales pide una satisfacción proporcionada a su plan desolador (...). Yo Sr. Exmo tengo sobrada disposición para llevar la guerra en la parte oriental con más deseo que si la hiciera a los peninsulares, porque en mi opinión aquellos nos hacen el mal que no son capaces estos».[310]
Apurado por la rendición de Viamonte, el general Díaz Vélez - al mando de las tropas enviadas a reforzar el control sobre Santa Fe - procuró neutralizar el progreso del artiguismo en la provincia negociando un tratado basado en garantizar la deposición de Álvarez Thomas, sobre el que se arrojaban las responsabilidades por la guerra civil en curso. Esta actitud política, aunque no puede desligarse de los conflictos y luchas por el poder en el seno de la elite directorial, se puede interpretar como una táctica destinada a capear el momento y reorganizar sus fuerzas, como lo reconoce el mismo Díaz Vélez al señalar que «solo el bien y seguridad de mi país podía haberme constituido víctima de la necesidad forzándome a atropellar los respetos del benemérito Brigadier General Don Manuel Belgrano y los del Excelentísimo Señor Director Coronel Mayor Don Ignacio Álvarez».[311]
En estas circunstancias los representantes de Buenos Aires propusieron una interpretación de la coyuntura basada en reconocer los «atropellos y ultrajes» generados por la ocupación de Santa Fe, lo que habría obligado a este pueblo a pedir el auxilio de Artigas con los resultados conocidos. De esta manera, y autocrítica formal mediante, se procuraba - al precio de otorgar temporalmente cierta autonomía a los santafesinos - el retiro de los orientales, dado que su presencia «auxiliadora» ya no tendría razón de ser.
Finalmente el acuerdo de Santo Tomé del 9 de abril de 181o,[312] desaprobado por Artigas, reflejó la tendencia porteña a pactar por separado con Santa Fe, procurando apartarla de la influencia oriental. Al aceptar la negociación propuesta, el gobernador Vera profundizó su distanciamiento con Artigas y sus partidarios en la provincia, proceso que culminó con la firma del tratado del 28 de mayo,[313] [314] que a sus cláusulas conocidas agregaba un acuerdo secreto por el que se coincidía en que «si el general Don José Artigas no conviniere en lo estipulado por el tratado público, Santa Fe queda en la obligación a su cumplimiento para con Buenos Aires».314
Pese a estos términos, la dirigencia bonaerense se negó a ratificar el tratado en tiempo y forma, remitiéndolo al Congreso - donde volvió a ser rechazado - lo cual contribuyó al descontento santafesino,[315] al reforzamiento del «partido que deseaba permanecer bajo la protección del jefe de los orientales» -como se lamentaban los frustrados negociadores-[316] y a la decisión final de Artigas (que había seguido expectante el curso de la negociación) de no enviar diputados a Tucumán.[317]
Las necesidades socioeconómicas de los mercaderes y hacendados porteños excluían, una vez más, una solución política que, no significando la sujeción de las provincias a la pretendida capital, las reuniera en una liga más o menos igualitaria. Obediencia o pacto, al igual que en 1813, seguían siendo los términos del conflicto,[318] toda vez que Buenos Aires habiendo alcanzado la hegemonía en el Congreso de Tucumán lo transformaba rápidamente en un instrumento de su política centralista.[319]
En virtud de estos resultados, los santafecinos, incluido su hasta entonces remiso gobernador, tendieron a acercar nuevamente sus posiciones políticas a las del protector,[320] postura que resultó reforzada por el resultado de la observación directa que Vera realizó del estado de las fuerzas orientales, acicateado por las «noticias funestas» que sobre ellas difundía la propaganda enemiga: «Acabo de volver de la Banda Oriental donde me llevó el designio de reconocer a la vista el estado de aquel jefe y sus tropas. Me he encontrado asombrado al ver cuan ajenas de la verdad eran las especies diseminadas por los enemigos disimulados. En efecto había oído decir que aquel jefe desamparado casi de todos los suyos se hallaba en un estado de imbecilidad incapaz de resistir al enemigo sin otro arbitrio que el de la fuga; y que aquel se movía por todas partes en su contra. He visto por mis ojos todo lo contrario: se halla el jefe en la Purificación con un ejército respetable que no puede temer al del enemigo, ya por su crecido número como por su buena disciplina militar (todo muy diverso de lo que se me había informado). He tenido a bien transcribir estas favorables noticias por la relación que tienen con la causa común, conceptuando le serán placenteras, principalmente porque considero que llegarán a sus manos en un tiempo en que tendrá formadas otras ideas muy distintas con motivo de las falsas noticias que me obligaron a trasladarme personalmente a aquellos lugares».[321]
En una nueva misiva igualmente dirigida a Güemes, Vera sintetizó la visión del momento político expresando la perspectiva de la facción dirigente santafesina hacia la navidad de 1817: «Los planes de aquel gobierno (el Directorio) son tirados en primer lugar contra el jefe de los orientales, y en seguida contra el pueblo de Santa Fe... Nada decanta más que la necesidad de la unión ¿Y cuáles son los medios que emplea para conseguirla? Opresión, guerra y cismas. ¿Quién no conoce que estos no son los alicientes de la amistad sincera, sino los precursores del despotismo?».[322] Este reajuste coyuntural de la actitud de los santafesinos frente al poder bonaerense se manifestaría en el rechazo tanto de agresiones militares como de dudosas propuestas de avenimiento, para lo cual contaron en más de una oportunidad con el concurso de tropas entrerrianas y correntinas comandadas por Ricardo López Jordán, Pedro Campbell y otros jefes artiguistas.
Acaudillada desde julio de 1818 por Estanislao López,[323] Santa Fe obtuvo importantes triunfos sobre las intentonas militares porteñas, sin por ello abandonar su tradicional política pendular respecto al conflicto de fondo entre Artigas y el Directorio, en cuyas modulaciones se continuaba expresando la lucha de intereses entre diversos grupos de la dirigencia local.
En virtud de estas fluctuaciones, y como ya había ocurrido en 1816, la dirección santafesina celebró en abril de 1819 un nuevo pacto - el Armisticio de Rosario - con el general Viamonte, aprobado luego por Belgrano.[324] Este acuerdo fue ratificado el 12 de abril mediante la firma del Convenio de San Lorenzo, por el cual se estipuló una vez más el cese de los enfrentamientos bélicos y el restablecimiento de las comunicaciones, obteniendo Buenos Aires libertad para el transporte terrestre y fluvial, lo que le facilitaría reactivar su comercio afectado por las diversas restricciones derivadas de la guerra civil.
Las causas puntuales de la conducta de los santafesinos en este trance - parecida a la manifestada en ocasión del Pacto de Santo Tomé - pueden ser varias y concurrentes: el temor a la intervención decidida de los ejércitos de San Martín y Belgrano en los conflictos interprovinciales, el creciente rechazo de la aristocracia local a las modalidades tumultuarias del movimiento popular dentro del cauce artiguista y, probablemente, el conocimiento por parte de López de los rumores que anunciaban el envío desde España de una nueva y poderosa expedición reconquistadora.
También puede considerarse como factor explicativo de las tendencias políticas de la elite santafesina su renuencia, con una economía provincial exhausta, a sostener los crecientes perjuicios que implicaba involucrarse directamente en la guerra con el invasor portugués, en condiciones en que el artiguismo no ofrecía ya los servicios de un puerto transatlántico alternativo al bonaerense.
Como era de esperar, Artigas rechazó el contenido de lo acordado pues no respondía a los objetivos que a su juicio perseguía el accionar político- militar de la Liga; en particular por ignorar la declaratoria de guerra a Portugal y permitir que Buenos Aires ganara el tiempo necesario para desequilibrar la situación en su favor, especulando con la inminente derrota de la resistencia en la Banda Oriental.
Por estas razones, desde el primer momento presionó por la ruptura del convenio de abril, expresando: «Yo no he exigido por base de nuestra reconciliación sino el deber de hacer la guerra a los portugueses. Si ella no es admitida - escribía el 28 de julio al cabildo de Santa Fe - habremos de remover todos los obstáculos que podrían oscurecer mi cálculo. Entonces la cuestión es de hecho y lo es igualmente que se estudia sobre nuestra inacción, debilitando los resortes que debieran dar el movimiento impulsivo a los negocios. Santa Fe es el único punto desde donde debe propagarse. V.S. debe conocerlo y convenir conmigo que no está en los intereses de la Liga esa calma terrible de cuatro meses, en que han encontrado los enemigos el mejor apoyo a sus esperanzas. Penétrese V.S. que no puedo ser indiferente a resultados de esa trascendencia. Por consecuencia, si Buenos Aires no inspira mejor confianza y no se allana al rompimiento indicado, yo tampoco podré permanecer en inacción contra el doble objeto de sus miras. V.E. es quien debe premeditarlo y resolverlo. Yo por mi parte estoy resuelto conciliando unos y otros intereses. Para mí es indiferente que Santa Fe se resuelva o no a nuevos empeños. Lo que exijo de V.S. es el libre repaso de las tropas que con mis órdenes marcharán a multiplicarlos».[325]
En estos términos Artigas reafirmaba su decisión de derrotar al Directorio, para lo cual alistó las fuerzas entrerrianas, correntinas y misioneras, insistiendo ante Santa Fe para «declarar guerra a Buenos Aires o permiso para que pasen sus tropas».[326]
López, que parecía inclinarse a mantener los acuerdos contraídos, vaciló ante los firmes reclamos de Artigas, hasta que - en conocimiento de documentos que probaban la connivencia de porteños y portugueses, y de la Constitución unitaria y monárquica aprobada por el Congreso -[327] acabó por sumarse, a fines de 1819, al ejército de la Liga que iniciaba sus marchas sobre la ex capital virreinal, no sin antes asegurar el perfil político y legal de la provincia promoviendo su designación como gobernador y coman dante de armas, y favoreciendo el dictado de un Estatuto provisional.[328]
Señala la crónica de Andino que el 29 de septiembre se enarboló en el cabildo de Santa Fe la bandera oriental, con salva y música. El regreso de López al cauce artiguista permitió consolidar por un tiempo la unidad de la dirigencia provincial, ya que el gobernador volvió a contar con el apoyo de los elementos más fieles al Protector, de los que se había distanciado en virtud de su frustrada aproximación a la política directorial.
Meses antes de que estos sucesos se precipitaran - antes aún del armisticio de San Lorenzo - el general San Martin intentó detener la contienda civil que ensangrentaba el escenario rioplatense: «Para el efecto se dirigió en febrero de 1819 a la logia Lautaro de Chile y al general O’Higgins, pidiéndoles que mediaran oficiosamente con Artigas, al paso que él escribía a este y a Estanislao López en idéntico sentido».[329]
No era la primera vez que San Martín tomaba una iniciativa semejante, pues ya en abril de 1817 había sostenido comunicaciones con Otorgués y probablemente también con Artigas. Se trata sin duda de un tema cuyo tratamiento resulta sumamente complejo y delicado, razón por la cual aquí solo consideraremos algunos aspectos parciales aunque relevantes a efectos de explorar la percepción sanmartiniana del artiguismo.
A fines de 1816, frente a la invasión portuguesa de la Banda Oriental, San Martín en su correspondencia con Guido había manifestado un punto de vista favorable a emprender la guerra con los lusitanos, aunque también expresaba sus dudas acerca de cómo y cuánto tiempo se podría sostener el conflicto, en el marco de una situación general que estimaba más crítica que ninguna anterior: «si los portugueses vienen a la Banda Oriental como Ud. me dice, y Artigas les hace la guerra que acostumbra, no les arriendo la ganancia; lo que si temo es por Montevideo el que en mi opinión es enteramente perdido».[330]
Sin embargo, poco después, en otra carta a Guido, señaló: «Yo opino que los portugueses avanzan con pie de plomo esperando a su escuadra para bloquear Montevideo por mar y tierra; y en mi opinión se lo meriendan; a la verdad no es la mejor vecindad, pero hablándole a Ud. con franqueza, la prefiero a la de Artigas: aquellos no introducirán desorden y amargura, y este si la cosa no se corta lo verificará en nuestra campaña como estoy bien informado».[331]
Evidentemente estar «informado» por Pueyrredón y otros de la misma facción implicaba nutrirse de un enfoque harto unilateral respecto de la naturaleza del artiguismo. Lo cierto es que, ya en enero de 1817, San Martín expuso su desacuerdo con que se declare la guerra a los «fidalgos». Mientras tanto, en marzo, Artigas ordenaba la celebración en las provincias de la Liga del triunfo obtenido en Chacabuco por «las armas de la patria», indicando sus deseos de que «sirviera como ejemplo para dirigir con eficacia nuestros empeños contra los que hoy intentan nuestra subyugación».[332]
Puede resultar difícil comprender la actitud de San Martín al rechazar «el desorden» que atribuye al artiguismo, si se obvia señalar - como hacen muchos autores que se ocuparon del tema - las serias limitaciones políticas y sociales del Libertador, que le impedían entender y aceptar las expresiones más radicales emergentes del movimiento multifacético de los pueblos que se sacudían siglos de dominación y opresión. Prisionero en buena medida de los prejuicios y otras notas ideológicas de las aristocracias de la época, tendió a confundir el protagonismo democrático de las mayorías postergadas con la tan temida «anarquía», que al igual que el «federalismo» aparecía como un peligro cierto para la conservación de pilares fundamentales del orden social heredado de la colonia.
Sin que signifique mengua alguna de los inmensos servicios prestados por San Martín al logro de la independencia de tres futuros países, y de su indiscutible mérito histórico, queda pues planteada su incomprensión del hecho que el patriotismo valía tanto para rechazar la dominación de España como la de Portugal.
Desde esta perspectiva, cuando San Martín reprocha a Otorgues que «mientras yo y mis bravos compañeros de armas nos hacemos pedazos por acabar la obra de la libertad, por aquí se está destruyendo con el dedo lo que por allá se trabaja no solo a ambas manos sino hasta con la vida»;[333] comete una gran injusticia, agravada por la circunstancia de que no podía alegar ignorancia respecto a la colusión que se verificaba entre los intereses políticos de Buenos Aires y Río de Janeiro. ¡También en la Banda Oriental se hacían «pedazos por acabar la obra de la libertad», toda vez que la vida era el principal rescate que se ofrendaba en pos de alcanzar la libertad e independencia frente al colonialismo portugués!
Con estos antecedentes se produjo el intento de mediación entre «el general Artigas y el gobierno supremo de Buenos Aires», impulsado por el director O’Higgins y aprobado por el senado chileno el 27 de febrero de 1819.[334]
San Martín, que pugnaba por entonces para concretar la expedición al Perú, sentía peligrar toda su estrategia antiespañola, alarmado por los rumores de una expedición reconquistadora peninsular que se dirigía al Río de la Plata y por la incorporación del ejército de Belgrano a la guerra contra el litoral rebelde. En estas circunstancias, la satisfacción del Libertador ante la concreción de la mediación («me ha gustado infinito la comisión mediadora nombrada por ese estado», le escribió a O’Higgins), contrastó con el desasosiego de dirigentes como Belgrano, quien al momento de tener noticia de la iniciativa compartía la irreal convicción triunfalista del Directorio, que contra toda experiencia suponía una sencilla tarea militar acabar con los «anarquistas».[335]
Afirmaba entonces Belgrano - en marzo de 1819 - que «esta guerra no tiene transacción; la hacen hombres malvados sin objeto ni fin, y para mí tengo que los promotores son movidos por los españoles (...). Los que están a mi frente son gente en desorden y ellos correrán luego que vean tropas».[336]
El creador de la bandera argentina, lejos en la ocasión del rumbo democrático al que había adherido en la primera hora de Mayo,[337] variaría luego de opinión - desalentado por los contrastes y la impotencia político militar para imponer el modelo centralista- reconociendo que «hay mucha equivocación en los conceptos, no existe tal facilidad de conclusión de esta guerra, si los autores de ella por sí mismos no quieren concluirla, no se acaba jamás».
Y reiteraba Belgrano, en ocasión de aprobar el Armisticio de Rosario, que detenía por un momento su enfrentamiento con las fuerzas santafesi- nas: «Para acabar esta guerra ni todo el ejército de Jerjes es suficiente. El ejército que mando no puede acabarla, es un imposible; podrá contener de algún modo, pero ponerle fin, no lo alcanzo sino por un avenimiento».[338]
Al contrario de esta tardía conclusión, San Martín había comprendido el problema - al menos en sus términos militares - antes y con menores dudas; lo que explica no solo su intento por detener la guerra civil, sino su posterior desobediencia cuando fuera convocado por el Directorio a intervenir con su ejército en la contienda. Ahora, ¿bajo qué principios se proponía la mediación?
La comisión chilena planteaba que debían concentrarse todos los esfuerzos en la lucha antiespañola - atacar a Lima - y que luego del triunfo podrían dirigirse, reunidos, todos los recursos a reclamar contra la usurpación lusitana del territorio oriental. El argumento parece difícil de compartir por quienes desde hacía tres años luchaban denodadamente, armas en mano, para evitar la dominación del colonialismo portugués.[339] Aun que, desde esta perspectiva, si la mediación hubiera permitido neutralizar las agresiones bonaerenses en el flanco occidental de la Liga y dificultar su entendimiento con la corte de Río de Janeiro, sin duda habría creado mejores condiciones para la lucha antiportuguesa, sin perder de vista que para Artigas el objetivo de fondo era que las Provincias Unidas acompañaran a la Oriental en su guerra por la independencia.
Así también lo evaluaba por entonces la diplomacia inglesa: San Martín «es partidario abierto de la forma monárquica de gobierno, y dice que ninguna otra sería adecuada al pueblo de Buenos Aires y de Chile o a sus hábitos. Su oposición a cualquier arreglo con España que no implique la independencia es tan resuelta como siempre, y no tiene predilección por los portugueses. Se cree que ha escrito para proponer un arreglo amistoso con Artigas, que este, en su actual estado precario, probablemente estaría dispuesto a escuchar; se sabe que tiene gran confianza en San Martín, lo que sin duda apresurará una buena inteligencia entre él y Buenos Aires».[340]
Por otro lado San Martín escribió a Artigas - aunque la nota fue interceptada y devuelta por Belgrano - en marzo de 1819: «No puedo ni debo analizar las causas de esta guerra entre hermanos americanos (...). Unámonos contra los maturrangos bajo las bases que usted crea y al ejecutivo porteño más convenientes, y después que no tengamos enemigos exteriores, sigamos la contienda con las armas en la mano en los términos que cada uno crea por conveniente».[341]
Pero, ¿cuál era en 1819 la esencia de la guerra civil? Como queda claro en la actitud de López y Santa Fe al romper el armisticio de San Lorenzo, el problema era que «la política del Directorio en su obstinado monarquismo, no solamente ha llegado a ofrecer la corona del Río de la Plata al príncipe de Lúea, sino que ha incitado a los portugueses a invadir Entre Ríos para terminar con Artigas y los anarquistas del Litoral».[342]
Por lo tanto -y esto escapaba a la penetración política de San Martín - la guerra, de la que no quería «analizar sus causas», no era solo el emergente de cuestiones domésticas sino que se ligaba directamente con las ambiciones de «un enemigo exterior».
Precisamente por estas razones, y pese a las limitaciones que le apuntamos, la mediación no fue rechazada por la Liga federal - que apenas tuvo noticias de su existencia -, sino que fue el director supremo Pueyrredón quien «justamente ofendido de que se enviase una misión internacional ante un caudillo rebelde, que hacía una guerra de bandalaje, antes de dirigirse a él, y de que se reconociese por el hecho a las montoneras como beligerantes, a riesgo de ensoberbecerlas más, previno formalmente a los diputados chilenos que suspendiesen todo paso en el ejercicio de su comisión, y así lo significa a San Martín reprobando confidencialmente su avanzado proceder».[343]
La negativa de Pueyrredón, fechada el 11 de marzo de 1819, afirmaba entre otros conceptos de igual tono: «... lejos de necesitar padrinos, estamos en caso de imponer la ley a la anarquía. Por otra parte, ¡cuánto es humillante para nosotros que la embajada se dirija a Artigas, para pedirle la paz, y no a este gobierno! Esto probaría que aquel es el fuerte, el poderoso, y el que lleva la opinión en su favor, y que nuestro lugar político es subordinado al de aquel. Los extranjeros que vean y sepan este paso degradado para nosotros ¿Qué juicio formarán?».[344]
Impuesto de la situación a principios de abril, San Martín dio por finalizada la mediación, aunque se mantuvo fiel a los principios que lo movieron a apoyarla.
«Mi conducta es siempre uniforme. Si las circunstancias varían, no por eso mi constancia deja de ser acrisolada. Mi interés no es otro que el de la causa: si es injusta en sus principios, no debió Ud. haberla adoptado».
Artigas a Francisco Ramírez, 1820
Una vez producida la ruptura del armisticio de San Lorenzo por la dirección santafesina, y removido en consecuencia uno de los principales obstáculos que retardaban la concreción de la estrategia oriental, se aceleraron los preparativos del ejército federal a efectos de actuar ofensivamente sobre Buenos Aires. Allí, en junio de 1819, Rondeau había reemplazado a Pueyrredón, quien cesó en sus funciones en virtud del dictado de la Constitución monárquico-unitaria, sin por eso resignar el papel de orientador del gobierno, al igual que Tagle, que continuó con sus funciones ministeriales en el gabinete directorial.[345]
El 30 de octubre, en oficio al Congreso, el nuevo director daba cuenta de las novedades que conmovían el Litoral: «Tengo el disgusto de anunciar el obstinado empeño con que el gobierno de Santa Fe instigado y protegido del jefe de los orientales, Don José Artigas, nos ha declarado abiertamente la guerra, inflingiendo los pactos estipulados y principiando sus hostilidades con la confiscación de las propiedades de Buenos Aires, intercepción - de su comercio terrestre y marítimo, y aprehensión de todo transeúnte, entre los que se enumeran algunas personas respetables por su carácter y rango».[346]
Movido por las noticias que llegaban a la capital sobre los preparativos de una expedición española que partiría de Cádiz y procurando ganar tiempo para lograr el concurso del ejército de San Martín, Rondeau simuló abrir negociaciones con Artigas. La respuesta no se hizo esperar: «Cuatro renglones habrían bastado a firmar la unión deseada (...). Empiece usted por desmentir esas ideas mezquinas de su predecesor y a inspirar la confianza pública; empiece usted por el rompimiento con los portugueses y este paso afianzará la seguridad de los otros».[347]
No era esa por cierto la intención de Rondeau, quien no dudó en desarrollar todas las iniciativas a su alcance a efectos de exterminar al artiguis- mo. Así, escribió a Manuel García en octubre de 1819: «He propuesto de palabra por medio del coronel Pinto al barón de la Laguna, que acometa con sus fuerzas y persiga al enemigo común hasta el Entre Ríos y Paraná en combinación con nosotros».[348]
Menos «de palabra» es la nota, de igual fecha, por la cual Rondeau se dirige directamente al jefe portugués señalando que está procurando «evitar el pasaje de anarquistas que salen de Montevideo con dirección al Entre Ríos y Banda Oriental a encender el fuego de la discordia y fomentar desórdenes que se hacen ya insoportables»; y confirmando la referencia de más arriba, agrega: «Se me ha presentado el coronel Antonio Pinto da Fontoura y le he dispensado las consideraciones a que es acreedor por su carácter y rango, por la insinuación de V.E. y por pertenecer a una Nación con quien procura este gobierno mantener las mejores relaciones de amistad y correspondencia».[349]
Simultáneamente el director informaba al Congreso que había expedido «órdenes terminantes al general del ejército auxiliador del Perú, igualmente que al capitán general Don José de San Martín, para que predisponiéndose a esta guerra operasen activamente».[350]
En diciembre de 1819 el choque entre las fuerzas directoriales y las montoneras de la Liga federal era inminente; y la línea política de inspiración artiguista de esta última, indudable.
Ramírez proclamaba:«... arrojar del mando a los déspotas, restablecer la igualdad civil entre los pueblos y los ciudadanos, y fuertes en la unidad acabar con el ambicioso portugués y con los restos de la impotencia española, para cantar himnos a la libertad interior, a la paz general, y a la independencia de Sud América».[351]
Y López prometía «los más felices resultados y la protección invencible del inmortal Artigas, vencedor de riesgos y minador de bases de toda tiranía y el héroe al cual otro Hércules dividirá con la espada sus siete cabezas».[352]
Finalmente, frente al intento realizado por Rondeau para detener las hostilidades, los dos caudillos le respondieron: «El general Artigas por el clamor de los pueblos nos manda exigir del Directorio, antes de entrar en avenimiento alguno, declaratoria de guerra contra los portugueses que ocupan la Banda Oriental y el establecimiento de un gobierno elegido por la voluntad de las provincias, que administre por base el sistema de federación, por el que han suspirado todos los pueblos desde el principio de la revolución».[353]
Es decir, en pocas palabras, que se exigía el cumplimiento del programa político que desde 1813 sostenía Artigas, adecuado a la coyuntura de fines de 1819.
Fue indudablemente el jefe oriental quien inspiró e impulsó la campaña que acabaría con el Directorio, el Congreso de Tucumán y los planes monárquicos para el Río de la Plata. Al igual que en los nueve años anteriores, también en esos momentos trascendentales era Artigas un personaje de primera importancia en la historia argentina. Una parte insoslayable de ella.
Desde esta perspectiva deben destacarse sus comunicaciones - fechadas el 27 de diciembre de 1819, es decir en vísperas del desenlace de la guerra civil - al Congreso,[354] al director Rondeau[355] y al general San Martín,[356] deslindando las responsabilidades correspondientes al decisivo enfrentamiento bélico que se avecinaba.
Tal definición militar - ya que no política como enseguida se verá - flotaba en el ambiente desde muchos meses antes por el creciente disconformismo de los pueblos y el deterioro de la política directorial. Pese a los contrastes que sufría a manos portuguesas, Artigas era la figura de la hora: «Las ideas de federación que se confundían con las de independencia de las provincias, eran proclamadas por Artigas y sus tenientes, y hallaban eco hasta en los más recónditos ámbitos de la República».[357]
Esta percepción resultaba común a los más diversos observadores; por ejemplo en febrero de 1819 el comodoro inglés Guillermo Bowles - a cargo de la estación naval en el río de la Plata - informaba al secretario del almirantazgo: «El estado de cosas en esta ciudad y sus alrededores es también asunto que cada día se torna más critico y alarmante. La opinión general es que Artigas al fin prevalecerá».[358]
Más gráfico aún es el concepto de Valentín Gómez, a la sazón ministro argentino en Francia encargado de las negociaciones en procura de monarcas para el Río de la Plata, quien en un informe datado en París en el mes de julio de 1819 -recibido por Rondeauy el Congreso en noviembre- se refería a que «se difundieron en esta Corte noticias comunicadas de Londres y venidas del Janeiro por las que se aseguraba que las fuerzas de Santa Fe habían triunfado de las fuerzas de Buenos Aires, que Don José Artigas había sido nombrado Director y que a consecuencia había sido... declarada la guerra a los portugueses».[359] La expresividad del documento exime de mayores comentarios.
El P de febrero de 1820, la batalla de Cepeda selló con el triunfo federal la caída del Directorio y del Congreso de Tucumán,[360] que al poco tiempo fueron disueltos en virtud de las conminaciones de Artigas en ese sentido.[361]
El 7 de febrero se publicó en la Gaceta un oficio de Ramírez al cabildo de porteño, felicitándose por el triunfo de los patriotas orientales sobre el invasor portugués en la batalla de Ibirapuitán: «El general Artigas a la cabeza de tres mil decididos orientales acabó con la división del distinguido portugués Abreu; corre la frontera del Brasil y priva al enemigo en aquella parte de todos su recursos; puede V.E. leer los partes de aquel jefe inmortal para tomar una idea exacta de los sucesos».[362]
Participando de la lógica de la situación, ante las primeras noticias del triunfo del ejército de los Pueblos Libres, el general Lecor se apresuró a informar a la corte lusitana que «todos por allí esperan que se produzca a la brevedad un cambio de gobierno, que puede comprometer y alterar la neutralidad y armonía entre ellos y la nación portuguesa». Sacando conclusiones similares, mediante otra comunicación enviada desde Montevideo al conde dos Arcos se anunciaba que «es voz general en la ciudad de Buenos Aires que se declarará la guerra a los portugueses, lo que debe acontecer necesariamente una vez que la montonera sea quien dicte la ley».[363]
Comenzando a desmentir tan racionales presunciones, el 17 de febrero una Junta de Representantes bonaerenses eligió gobernador a Manuel de Sarratea, quien el día 23 procedió a firmar junto a López y Ramírez el Tratado del Pilar, del que transcribimos dos de sus cláusulas más relevantes a los efectos de nuestro estudio:
«Art. 3o Los gobernadores de Santa Fe y Entre Ríos por sí y a nombre de sus provincias, recuerdan a la heroica provincia de Buenos Aires, cuna de la libertad de la nación, el estado difícil y peligroso a que se ven reducidos aquellos pueblos hermanos por la invasión con que los amenaza una potencia extranjera que con respetables fuerzas oprime la provincia aliada de la Banda Oriental. Dejan a la reflexión de unos ciudadanos tan interesados en la independencia y felicidad nacional el calcular los sacrificios que costará a los de aquellas provincias atacadas el resistir un ejército imponente, careciendo de recursos, y aguardan de su generosidad y patriotismo auxilios proporcionados a lo arduo de la empresa, ciertos de alcanzar cuanto quepa en la esfera de lo posible.
»Art. 10f! Aunque las partes contratantes están convencidas de que todos los artículos arriba expresados son conformes con los sentimientos y deseos del excelentísimo señor capitán general de la Banda Oriental, don José Artigas, según lo ha expuesto el Sr. gobernador de Entre Ríos, que dice hallarse con instrucciones privadas de dicho Sr. excelentísimo para este caso, no teniendo suficientes poderes en forma, se ha acordado remitirle copia de esta nota, para, siendo de su agrado, entable desde luego las relaciones que puedan convenir a los intereses de la provincia de su mando, cuya incorporación a las demás federadas se miraría como un dichoso acontecimiento».[364]
Si en muchas de sus estipulaciones el tratado aparentó representar el triunfo del ideal artiguista, en su esencia - como se desprende de los artículos mencionados - ni sancionó la declaración de la guerra a los portugueses, ni garantizó medidas prácticas y eficaces para constituir la unidad confederal como forma de organización política, ni, finalmente, reconoció el papel de Artigas como Protector de los Pueblos Libres, desligándose López de su alianza y Ramírez de su obediencia, olvidando que habían llegado a Buenos Aires al frente de las fuerzas de una Liga de provincias a cuyos intereses generales presuntamente se debían.
Hubo en el Pilar también, junto a las estipulaciones públicas, otras de carácter secreto: «cuando los tres gobiernos de esta ciudad, Santa Fe y Entre Ríos firmaron el tratado de Paz, se había acordado secretamente por separado, para no inspirar alarma al gobierno portugués, que se darían al de Entre Ríos... el número de 500 fusiles, 500 sables, 25 quintales de pólvora, 50 de plomo, y que se repetiría según las necesidades de aquel ejército».[365]
Si se tiene presente que todas las partes contratantes sabían que los términos del acuerdo resultarían inaceptables para Artigas, y si se recuerda la antigua enemistad de Sarratea y Carrera - de peso en las decisiones de Ramírez - [366] con el Protector, se concluye fácilmente que las armas que facilitaba Buenos Aires más que para hacer la guerra a los lusitanos, serial para enfrentar a Artigas, como efectivamente sucedió.
A todo esto, el general Lecor, desde Montevideo, corrigió - seguramen te con alivio - sus pronósticos iniciales e informó a su gobierno: «Por aque itado (del Pilar) verá V.E. que no solo no se da a Artigas, déspota sin lími y cuya alma ambiciosa no reconoce superiores, la importancia que él si arroga, ni a lo menos la que era de presumir, hablándose de él por acciden te... sino también se abre la puerta a una animosidad sin compostura, qui ya comenzara hace tiempo y que ahora se confirmaría entre él y Ramírez y que yo trataré de exasperarla».[367]
Ahora bien: ¿por qué? ¿Cuál fue la causa puntual de que en el Pilarse acor dara el fin del artiguismo? ¿Por qué Ramírez, hasta allí lugarteniente del Pro tector, lo desconoció para luego enfrentarlo? ¿Qué sucedió entre Cepeda) el Pilar?
La respuesta se halla estrechamente vinculada con un hecho decisivo: H larga y ejemplar resistencia oriental al opresor extranjero recibió un golpt prácticamente definitivo cuando, el 22 de enero, fue aniquilada su fuerzí principal - 800 muertos, 490 prisioneros, pérdida de armamentos, caballo: y ganados, dispersión general - [368] en la desgraciada batalla de Tacuarembó.[369]
Pocos días antes de firmar los tratados, Ramírez tuvo noticias del desastre militar de Artigas, agravado hasta donde esto era posible por la posterior defección de Fructuoso Rivera,[370] quien abandonando al jefe vencido se pasó a las filas portuguesas: «Don Frutos, cediendo a la influencia de personas muy notables en el país, estaba unido o al menos en relación con los portugueses; este suceso labró mucho en el ánimo de Artigas».[371]
Estas razones principales decidieron sin duda a Ramírez a dar el atrevido paso de desligarse de Artigas, aprovechando su debilidad militar y la parte innegable de descrédito que le acarrearía la derrota,[372] contrastada con «su» triunfo sobre los antipáticos porteños. Aunque difícil de medir, también podemos sumar en la explicación el peso de la ambición personal de Ramírez, que operó seguramente estimulada por los consejos de variopintos enemigos (¡Sarratea, Alvear!) del jefe oriental, tanto como por su superficial aprehensión del ideario artiguista.
Un segundo orden de explicaciones - que no ha sido suficientemente valorado en la bibliografía sobre el tema - está dado por aquellas causas menos coyunturales y más profundas, menos visibles también, que hacen a la hegemonía de las aristocracias provinciales de mercaderes y terratenientes sobre el conjunto del movimiento sociopolítico y su ningún interés en involucrarse, como señaló en algún momento el propio Artigas, en las penurias de la guerra en general y de la antiportuguesa en particular.
Esta hipótesis vale principalmente para el núcleo de la elite tendero pastoril bonaerense, que en una década solo conoció los ecos periodísticos de los combates libertadores y algún cañonazo de los poco eficaces bloqueos, corporizada en los nombres de los miembros de la Junta de Representantes que ratificó con sus firmas el Tratado del Pilar: Tomás M. Ancho- rena, Antonio J. Escalada, Manuel L. Oliden, Juan C. Anchorena, Vicente López, Victorio García de Zúñiga, Sebastián Lezica y Manuel Obligado.
Pero también se aplica a la decisión de los jefes santafesinos y entre- rrianos de soslayar los objetivos que originalmente los habían conducido en la marcha hacia Buenos Aires y en el triunfo en Cepeda.
Acaso Ramírez - la historia comprobaría que así sucedió con López - se conformara con garantizar una supuestamente ventajosa autonomía para su provincia y un hinterland regional donde alargar sus empresas político- militares, sin avanzar mucho más en la lucha por la unidad federal, en pie de igualdad y establecida por pacto constitucional, de todas las provincias surgidas del virreinato.
Desde esta óptica, una vez logrados los objetivos básicos con ayuda -y como parte - del artiguismo, se podía abandonar el programa político del jefe oriental, dándolo por cumplido allí cuando este recién comenzaba a desplegarse, lo que en los hechos permitiría que, aun por un camino zigzagueante, Buenos Aires lograra mantener e imponer las viejas prerrogativas hegemó- nicas que en su calidad de capital virreinal había gozado hasta 1810.
La explicación propuesta también resulta útil para pensar el absoluto divorcio que por entonces vinculaba a Artigas con el patriciado oriental, el cual anteponiendo la defensa de sus intereses sectoriales a los más generales del país había traicionado - con pocas excepciones - la independencia de la patria, colaborando con el invasor extranjero.[373]
En estas circunstancias extremas, tras haber sido en 1811 expresión y esperanza de un sector de los terratenientes de la campaña rebelados contra España, y luego el líder de la mayoría de sus paisanos en la lucha contra el autoritarismo dictatorial y la invasión portuguesa, Artigas cerraba su ciclo histórico asociado -objetivamente, en los hechos- a los intereses y necesidades de los pueblos campesinos rioplatenses, criollos y originarios, que solo a través del triunfo artiguista podían aspirar por entonces, en alguna medida, a trascender la condición de bestias de trabajo y carne de cañón en disputas ajenas a la cual los sometían las aristocracias precapitalistas de mercaderes y terratenientes.
De esta manera, polarizada socialmente la política por los conflictos entre las clases y grupos sociales enfrentados, junto con la influencia de Artigas se eliminó la perspectiva de «los más infelices» - al menos bajo esa expresión y programa - en la disputa por el poder y los destinos de esta parte de Sudamérica.
Finalmente, subsiste para la polémica y el estudio la evaluación de la situación a fines de febrero de 1820, en el sentido de si - como afirman muchos autores - nos hallamos frente al triunfo del federalismo y del ideal artiguista,[374] a pesar de su paradojal derrota; o, como apuntamos aquí, se firmó en el Pilar el fin de los Pueblos Libres como proyecto de integración democrática y confederal de las provincias que habían roto con el poder español en 18 10,[375] iniciándose un proceso de restauración social y acentuado despotismo político.
Apenas enterado del triunfo en Cepeda - de cuyas imaginadas consecuencias disfrutaría muy pocos días - [376] Artigas creyó llegado por fin el momento de imponer el programa que había sostenido la Liga desde su virtual fundación en 1815.
Sus esperanzas se traslucen claramente en el oficio que dirigió el 19 de febrero al cabildo de Santa Fe: «Parece que la suerte se ha empeñado en favorecernos en medio de los contrastes, y que la América será libre en medio de las grandes contradicciones. Está por demás aglomerar pormenores que no desconoce la penetración de V.S. Superada la barrera del poder di rectorial, ¿qué restará pues para sellar el mérito de nuestros afanes, y que aparezca triunfante la libertad en América? Nada en mi concepto, sino que las provincias quieran realizarla. Por este deber oficio a todas, informándolas en los principios que deben reglar nuestra conducta en lo sucesivo. Todas deberán convenir en uno que será el precursor y elemental de núes tra libertad civil: que los pueblos sean armados y garantidos de su seguridad con sus propios esfuerzos».[377]
De similar tenor es la expresiva misiva que dirigió el 18 de febrero al cabildo de San Juan, evidenciando una poco estudiada tendencia a proyectar su influencia política más allá de la zona donde era habitual la incidencia del programa oriental. El contenido del texto, el momento especial que refiere, sus destinatarios y su virtual desconocimiento, aconsejan considerarlo en detalle: «Al presente todo debe contraerse a este principio fundamental: los pueblos están libres y son árbitros a decidir de su suerte. Por más que en varias épocas se les haya convocado a llenar tan sagrado deber, los pueblos han visto siempre desmentidas sus mejores esperanzas por la arrogancia de un pueblo que se creyó presidir la suerte de los otros. No ha bastado a contener este golpe de arbitrariedad la respetabilidad de los nombres: junta de representantes, asambleas y congresos. Los más sagrados derechos se han confundido, y los mejores deseos han sido contrastados en la preponderancia de un partido exclusivo. El se declaró con el entable del Directorio, y está de manifiesto el objeto de sus miras. Desde Posadas empezó la guerra civil y se ha llevado este fervor contra los pueblos hasta el último de los directores».
Luego de recordar su oposición a la política porteña, y las circunstancias en que había alcanzado la jefatura de la Liga, continuaba Artigas analizando la nueva situación y las tareas que en adelante deberían llevarse a cabo: «Los pueblos revestidos de dignidad y reasumiendo en sí sus derechos se hallan en oportunidad de representarlos francamente, expresar sus votos, fijar sus pactos y decidir de los intereses de la Nación. Creo este paso tan importante como necesario, y asegurarlo el primer deber de los pueblos. Sin que sean armados ni serán respetadas sus resoluciones, ni las de sus representantes. Por lo mismo todos deberemos conformarnos a este principio que será elemental y el precursorio a constituir la libertad en América. Tal es el principio animante de mis ideas. A él están comprometidas las cinco Provincias que sostienen con ardor los intereses de la federación. Sin este requisito no creo habrán terminado los males de la guerra intestina. Fijar su término cede en honor de los americanos, y proveer de un eficaz remedio, un deber de todos los provincianos. Yo a su frente continuaré la marcha de nuestros esfuerzos hasta ver garantidos los intereses de las provincias, y que los pueblos respiren de su pasada opresión».[378]
Indudablemente estas evaluaciones de la situación previa e inmediatamente posterior a Cepeda, Artigas las efectuaba en base principalmente a las informaciones que le proporcionaban los jefes del ejército de la Liga. Así por ejemplo, el 29 de diciembre de 1819. Ramírez, comentándole el modo en que Rondeau quería enturbiar los términos del enfrentamiento, le aseguraba que «entonces y siempre, no admitiré otra paz que la que tenga por base la declaración de guerra contra el rey Don Juan, como usted quiere».[379]
No debe extrañar entonces la airada reacción del líder oriental al rechazar los términos acordados por Ramírez y López con el gobierno bonaerense, e interpretarlos como la pérdida en el terreno de las negociaciones de lo que se había ganado en el campo de batalla: «van diez años en que se redoblan los afanes - escribió en marzo de 1820 al cabildo de Santa Fe - y es lastimoso dejarlos escapar en unos momentos que debíamos sellarlos con honor».[380]
La repulsa de Artigas a los artículos acordados en el Tratado del Pilar mereció por entonces un sugestivo comentario del ministro francés en Río de Janeiro: el 17 de abril de 1820 el coronel Maler informaba a su gobierno que «el general Artigas no aprobó la convención del 23 de febrero. Lo he considerado siempre como un hombre intratable; sin embargo pienso que es el único vecino de Buenos Aires que sepa apreciarla en su justo valor». Renglones antes (refiriéndose a los puntos 1, 3 y 10 del tratado) había escrito; «Monseñor, son actos de comedia... ».[381]
Por entonces Artigas increpaba explícitamente a Ramírez, haciéndole notar que «el objeto y los fines de la convención del Pilar celebrada por V.S. sin mi autorización ni conocimiento, no han sido otros que confabularse con los enemigos de los pueblos libres para destruir su obra y atacar al jefe supremo que ellos se han dado para que los protegiese; y esto es sin hacer mérito de muchos otros pormenores maliciosos que contienen las cláusulas de esa inicua convención y que prueban la apostasía y la traición de V.S. (...) no es menor crimen el haber hecho ese vil tratado sin haber obligado a Buenos Aires a que declarase la guerra a Portugal... »,[382]
La respuesta de Ramírez no sería menos destemplada: «¿Por qué extraña V.S. que no se declarase la guerra al Portugal? O usted no conoce el estado actual de los pueblos, o traiciona sus propios sentimientos. ¿Cuál es la fuerza efectiva y disponible de Buenos Aires y de las demás provincias para emprender nuevas empresas después de la aniquilación a que los condujo una fracción horrorosa y atrevida? ¿Qué interés hay de hacer esa guerra ahora mismo y en hacerla abiertamente? ¿Cuáles son sus fondos, cuáles sus recursos? ¿Cuál es, en una palabra, su poder para repartir su atención y divertirla del primer objeto que es asegurar el orden interior y consolidar la libertad? ¿O cree V.S. que por restituirle una provincia que ha perdido han de exponerse con inoportunidad todos los demás?».[383]
Frente a la insólita línea argumenta! con que Ramírez justificaba su deserción a las consignas artiguistas y su conciliación con la política de las clases dominantes de Buenos Aires,[384] el jefe oriental, dispuesto a enfrentarse militarmente con su ex-lugarteniente como un último esfuerzo por modificar el nuevo estado de cosas, marchó hacia la costa de Avalos con el fin de reorganizar sus menguadas fuerzas: «solo le restaban Corrientes con el capitán Juan Bautista Méndez y el comandante de marina Pedro Campbell,[385] y los restos de las antiguas misiones jesuíticas capitaneadas por
Francisco Javier Sity y Miguel Javier Ariyú, sucesores de Andresito». Con ellos Artigas suscribió, el 24 de abril, el Pacto de Avalos, el último acuerdo programático interprovincial elaborado bajo su inspiración.[386]
El 8 de mayo volvería a escribirle a Ramírez, que por entonces ya se encontraba embarcado en una campaña de provocaciones contra el Protector y sus partidarios.[387] Ratificaba en un largo oficio su repulsa a la figurada unión de las provincias en federación que se pretendía hacer aparecer como un resultado de los pactos del Pilar: «Ya expuse a usted los pormenores maliciosos que envolvía cada uno de sus artículos; mis persuasiones no han bastado a formar su arrepentimiento, y obstinado en el empeño aún pretende calificar de juicioso su comportamiento. Usted, sin un remordimiento interno, no puede afirmar que nada le increpa su conciencia. Cuando usted marchó sobre Buenos Aires anunció al público en todas sus proclamaciones que la combinación oculta del gobierno de Buenos Aires con la corte del Brasil ponía al borde del precipicio las provincias de Sud América. Ellas, convencidas, se declararon en favor de su libertad; mi influjo se hacía valer por instantes y todo conducía a sellar el objeto de nuestros afanes (...). Y sin embargo de la firmeza de esos antecedentes, hasta hoy no puede verse realizado ese objeto por el que llevamos cuatro años de sangre y afanes. ¡Y fue a su cuidado la empresa! ¿Logró usted superar los esfuerzos del director Rondeau? ¿Y cuál es hoy la satisfacción de usted? ¡Unirse a los intereses de Buenos Aires! ¡Y ese pueblo sin declararse contra los intereses de Portugal! Es evidente que usted ahora apoya los mismos principios bajo los cuales antes lo creyó enemigo de la causa común».[388]
En este debate final, la lógica de Artigas era de hierro: «Mi conducta es siempre uniforme. Si las circunstancias varían, no por eso mi constancia deja de ser acrisolada. Mi interés no es otro que el de la causa: si es injusta en sus principios, no debió Ud. haberla adoptado. Pero que hoy quiera Ud. contrastarla después de haber recibido por ella la mayor importancia, eso solo servirá para convencerle de ingrato y argüirle de injusto».
Evidentemente el desenlace del grado de conflicto que había alcanzado la relación entre ambos dirigentes no podía ser otro que la guerra: «Usted ha elegido el choque de las armas y estoy resuelto a resistirlas. En sus resultados conocerá Ud. que es más fácil ceda Artigas al imperio de la razón, que al del poder y las circunstancias».[389]
Sin embargo ya no habría más triunfos: abandonado de la mayoría de sus aliados, y hostilizado encarnizadamente por Ramírez, se internó en las campañas de Misiones, donde aún era tal «el prestigio de Artigas entre aquellas gentes que a pesar de verse solo y perseguido incesantemente (...) en su tránsito salían los indios a pedirle su bendición, y salían tras él como en procesión, con sus familias, abandonando sus casas, sus vaquitas, sus ovejas».[390]
Sin duda esta descripción no estaba demasiado alejada de la realidad,[391] [392] toda vez que por esos mismos días, el 9 de julio de 1820, Sarratea escribía a
Ramírez aconsejándole que diera la máxima difusión posible a sus victorias sobre Artigas, de modo que «vaya cayendo el crédito de ese demonio, pues como Ud. sabe, la mayor fuerza de este enemigo es la opinión, y esta la que debe minársele por todas partes».392
A comienzos de septiembre, derrotado y en compañía de unos pocos fieles partidarios, Artigas se presentó en la frontera del Paraguay. Nunca había entendido o aceptado la política defensiva de aquella provincia, y en algún caso favoreció la desestabilización de la orientación fijada por su principal dirigente; sin embargo allí debió marchar en búsqueda de refugio.[393]
Enterado del paso dado por Artigas, y acicateado por el temor al ascendiente que este todavía conservaba entre los pueblos, Ramírez se dirigió a Gaspar Rodríguez de Francia solicitándole la entrega del caudillo: «Recuerdo a V.S. la necesidad que hay de la persona de Artigas para que responda enjuicio público».[394]
El Dr. Francia no respondió las requisitorias de Ramírez y encarceló a sus emisarios. Al respecto luego declararía: «Era un acto no solo de humanidad, sino aún honroso para la República, el conceder asilo a unjefe desgraciado que se entregaba (...). Los portugueses sin duda se habrán alegrado de la ruina de Artigas. Ellos han tenido también sus inteligencias y comunicaciones con el bandido Ramírez, quien tal vez los ha metido en aprehensiones por haberse refugiado Artigas en el Paraguay; pero el hecho de aquel pérfido, intrusado ahora en la otra banda, es manifiestamente infame y lo reprochará todo el mundo imparcial».[395]
El 16 de septiembre de 1820, a los 56 años, Artigas llegó a la ciudad de Asunción, iniciando su larga internación en el Paraguay,[396] donde moriría en 1850.
Se cerraba así en la región rioplatense, con la derrota del artiguismo, el ciclo democrático de Mayo, que abierto por la revolución, había tenido en Moreno y en el líder oriental sus más avanzados dirigentes.


«Habiendo felizmente uniformado nuestros sentimientos liberales con algunos de los pueblos occidentales y todos los orientales, y deseando restablecer por medio de! comercio las quieoras a que los ha sujetado la guerra civil en que se hallan envueltos, he dispuesto que se abran los puertos de todos los pueblos de la presente Federación, franqueándose entre ellos el libre tráfico y deseando que las utilidades redunden en beneficio de los mismos pueblos».
Artigas, abril de 1815
«Más adelante pueden contar esos fondos con 4000 a 6000 cueros mus que estoy mandando trabajar al efecto por si llega más armamento».
Artigas a Miguel Barreiro, 1816
En este capítulo nos proponemos revisar sumariamente algunos de los aspectos más relevantes de la economía de la Banda Oriental, especialmente entre 1815 y 1816, sumando elementos de juicio para la interpretación histórica del proyecto político llevado adelante por Artigas.
Es sabido que desde mucho antes de la Revolución de Mayo existió entre Buenos Aires y Montevideo una aguda disputa comercial, intensificada por diversos sucesos relacionados con el papel de ambas ciudades durante las invasiones inglesas; y luego, por la creación de la junta de gobierno que - en setiembre de 1808 - desconoció el poder del virrey Liniers, al que acusó de afrancesado.1
1.- Eduardo Azcuy Ameghino. Nuestra gloriosa insurrección. La revolución anticolonial de Mayo de 1810. Trama política y documentos fundamentales. Buenos Aires: Imago Mundi, 2010, pág. 26.



!.- Artigas nunca aceptó que la defensa de las autonomías provinciales se transformara en separatismo o aislamiento, enfrentándose con quienes dentro de la dirigencia oriental plantearon posiciones segregaciónistas. Como se analizará más adelante, esta postura fue expresamente reafirmada en numerosas oportunidades, especialmente en ocasión de las misiones diplomáticas Amaro-Candioti y Pico-Rivarola.
[2] - Federico ibarguren. José Artigas, adalid de la independencia argentina. Buenos Ai res: Theoría, 1964, pág. 14.
[3] - John Lynch. Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires: Emecé, 1984. Mirón Bürgin. As pectos económicos del federalismo argentino. Buenos Aires: Solar, 1975.
[4] -AG NA. X, 9 7-5.
[5]    Alfredo Montoya. Historia de los saladeros argentinos. Buenos Aires: Raigal, 1956, pág. 41. Carlos Ibarguren. Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires: Frontispicio, 1955, pág. 35.
[6] - Juan Manuel de Rosas. Cartas del exilio 1853-1875. Buenos Aires: Alonso, 1974, pág. 105.
[7]    AA. Tomo VI, pág. 78.
[8] - Eduardo Acevedo. José Artigas. Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres. Montevideo: Barreiro y Ramos, 1933, pág. 13.
[9] -Adolfo Saldías. Historia de la Confederación Argentina. Tomo I. Buenos Aires: EU DEBA, 1978, pág. 93.
[10] - Escribiendo en la Gaceta, Moreno dejó claro su pensamiento respecto al papel de la capital virreinal: «Buenos Aires no debió erigir por sí sola una autoridad extensiva a pueblos que no habían concurrido con su sufragio a su instalación. El inminente peligro de la demora y la urgencia con que la naturaleza excita a los hombres a ejecutar, cada uno por su parte, lo que debe ser obra simultánea de todos, legitimaron la formación de un gobierno que ejerciese los derechos que improvisadamente habían devuelto al pueblo, y que era preciso depositar prontamente para precaver los horrores de la confusión y la anarquía; pero este pueblo, siempre grande, siempre generoso, siempre justo en sus resoluciones, no quiso usurpar a la más pequeña aldea la parte que debía tener en la erección del nuevo gobierno; no se prevalió del ascendiente que las relaciones de la capital proporcionan sobre las provincias; y estableciendo la Junta, le impuso la calidad de provisoria, limitando su duración hasta la celebración del Congreso, y encomendando a este la instalación de un gobierno firme, para que fuese obra de todos lo que tocaba a todos igualmente». Mariano Moreno. Escritos políticos y económicos. Buenos Aires: OCESA, 1961, pág. 249.
[11]   BM. Tomo XIII, pág. 11498.
[12] - Moreno, Escritos políticos y económicos, pág. 246.
[13] -AHDU. pág. 89.
[14] - Moreno, Escritos políticos y económicos, pág. 250.
[15] - Mariano Moreno. Plan revolucionario de Operaciones. Buenos Aires: Plus Ultra, 1965.
[16] - María J. Ardao y Aurora Capilla de Castellanos. Artigas. Montevideo, 1951, págs. 14- 18.
[17] - Julio C. Chaves. Historia de las relaciones entre Buenos Aires y el Paraguay. Buenos Aires: Nizza, 1959, pág. 217.
[18] - En la Gaceta Extraordinaria de Buenos Aires del 15 de abril de 1811, el redactor se lamentaba de que por la acción de «hombres fanáticos que inflaman a la gente sin experiencia.. . hace tiempo que hemos visto, no con poco sentimiento, irse introduciendo una furiosa democracia». Junta de Historia y Numismática. Buenos Aires, 1910. Tomo II, pág. 277. Este texto refleja el sentir de los hombres que el 5 y 6 de abril habían liquidado los restos del morenismo; quienes paradójicamente, el 23 de septiembre - luego de contribuir a eliminar a la corriente más revolucionaria - sufrieron las consecuencias de no haber sabido distinguir entre esta, democrática y americanista, y las dirigencias que expresaban sin cortapisas el creciente centralismo y despotismo porteño.
19.                  - Eugenio Petit Muñoz. Artigas y su ideario a través de seis series documentales. Montevideo: Instituto de Investigaciones Históricas, 1956, pág. 104.
[20] - Ramón de Cáceres. Reseña histórica e imparcial de algunos acontecimientos en el Estado Oriental por un contemporáneo. MM. Contribución documental para la historia del Río de la Plata. Tomo V, pág. 258.
[21]    El 28 de febrero de 1811, en las proximidades del arroyo Asencio, se Inicio la insurrección anticolonial en la camparía oriental. El movimiento de Mercedes fue conducido por Ramón Fernández, Pedro Viera y Venancio Benavides. Uno de los nombres - el más despectivo - con que los calificaron las autoridades españolas fue el de «tupamaros», es decir émulos de Túpac Amaru.
[22]  - Ricardo Levene. Significación histórica de Artigas: caudillo de la Independencia y de la Libertad. Montevideo, 1952, pág. 6.
[23]  -Artigas, nieto de uno de los fundadores de Montevideo y de familia de hacendados, supo en su juventud participar activamente del mundo de los changadores y corambreros, siendo retratado en un sumario de 1796 como «Pepe Artigas contrabandista y vecino de esta ciudad». Al poco tiempo, acogiéndose a un indulto dictado por las autoridades montevideanas, se sumaría al cuerpo de blandengues, donde continuó profundizando su conocimiento de los hombres y la geografía de la campaña oriental. AA. Tomo IV, pág. 483.
[24]  - Moreno, Escritos políticos y económicos, pág. 283.
[25]  - AA. Tomo IV, pág. 369.
[26]  - Carlos Anaya. Apuntaciones históricas sobre la revolución oriental. Tomo XX. Montevideo: Revista Histórica, 1954, pag. 48.
[27] - Gaceta de Buenos Aires. Tomo II, pág. 581.
[28]  - AGNA. Política lusitana en el Río de la Plata. Tomo II, pág. 367.
[29]  - Ramón de Cáceres. Reseña histórica e imparcial de algunos acontecimientos en el Estado Oriental por un contemporáneo. MM. Contribución documental para la historia del Río de la Plata. Tomo V, pág. 254.
[30]  - El 22 de septiembre se constituyó el Primer Triunvirato, el cual luego de un breve período de disputas políticas con el sector referenciado en Saavedra y el Dean Funes ordenó - el 7 de noviembre - la disolución de la Junta Grande y el posterior abandono de Buenos Aires por parte de los diputados del interior, afirmando el influjo de la di-
rigencia porteña en un gobierno que se pretendía expresión de las Provincias Unidas. Tulio Halperín Donghi. De la revolución de la independencia a la confederación rosista. Buenos Aires: Paidós, 1980, pág. 80.
31.     ACBA. § IV. Tomo IV, pág. 544.
[32] AGNA.X, 1-5-10.
33.                  - A pesar de la prioridad que otorgaba Gran Bretaña a su alianza con la resistencia española ante la invasión francesa de la península - en tanto en el enfrentamiento con Napoleón se dirimía la hegemonía europea y sus proyecciones internacionales -, esta potencia nunca perdió de vista el objetivo de afianzar sus lazos e influencia comercial con las colonias españolas. Para ello, luego de producida la insurrección de Mayo, y sobre la base de presionar para que la dirigencia rioplatense no mentara «prematuramente» la cuestión de la independencia, practicó una política de mediación asentada en el supuesto - poco creíble, pero formalmente sostenible ante un gobierno español extremadamente débil y necesitado de ayuda - de que el conflicto que enfrentaba a Buenos Aires y Montevideo era una lucha entre vasallos del mismo rey, cuyo dominio ambas partes reivindicaban, aun cuando discreparan en el modo de defender sus derechos (junta como en España u obediencia al consejo de regencia). Por cierto que con esta política lograban ingresar con sus mercaderías en ambos puertos y mantenían abiertas sus opciones estratégicas en la región, sin descuidar el eje antinapoleónico de su accionar global.
[34]  - AA. Tomo V, pág. 424.
[35]  - AA. Tomo VI, pág. 78.
[36]  - Frente a la posición oriental de mantener el sitio - expresada en la Asamblea déla Panadería de Vidal - el virrey Elío, contrariado, afirmó que «un enjambre de egoístas, de necios charlatanes y de solapados hipócritas... declamaron altamente contra las saludables reformas tratando de acomodar el gobierno a sus antojos». Blanca París y Querandy Cabrera Piñón. Artigas y el primer sitio de Montevideo. Montevideo: El País, 1960, pág. 50.
[37] -«Poco después de la separación de las tropas de Buenos Aires, emprendió Artigas, desde el arroyo Grande, lo que llamamos el Éxodo del pueblo oriental como merecido homenaje a quienes lo realizaron a costa de los más crueles padecimientos». Clemente Fregeiro. Estudios históricos sobre la Revolución de Mayo. Tomo I, Buenos Aires: Junta de Historia y Numismática, 1930, pág. 131.
[38]  - Un informe portugués hace referencia a más de cinco mil hombres a los que se sumaban las familias emigradas. AA. Tomo Vil, pág. 384. Por su parte Artigas menciona «el padrón que se ha formado de las familias que siguen a este ejército cuyo total asciende a 4301 almas». AA. Tomo VI, pág. 96.
[39]  - Anaya .Apuntaciones históricas sobre la revolución oriental, pág. 59. Para una cuan- tificación mas ajustada de las familias y carruajes involucrados en la «redota», consultar AA. Tomo VI, págs. 98-154.
[40]  - AA. Tomo VI, pág. 29.
[41] - AA. Tomo X, pág. 70 y ss.
[42]  - Daniel Antokoletz. Historia de la Nación Argentina. Tomo V(2da parte): La diplomacia de la Revolución de Mayo y las primeras misiones diplomáticas hasta 1813. Buenos Aires: El Ateneo, 1961, págs. 216 y 255.
[43]  - AA. Tomo VIII, pág. 256.
[44]  - Washington Reyes Abadie, Oscar Bruschera y Tabaré Melogno. El ciclo artiguista. Tomo I. Montevideo: Silberberg, 1977, pág. 265 y ss.
[45]  -AA. Tomo IX, pág. XII.
[46]  - Ramón de Cáceres. Reseña histórica e imparcial de algunos acontecimientos en el Estado Oriental por un contemporáneo. MM. Contribución documental para la historia del Río de la Plata. Tomo V, pág. 255.
[47] - Ramón de Cáceres. Reseña histórica e imparcial de algunos acontecimientos en el Estado Oriental por un contemporáneo. MM. Contribución documental para la historia del Río de la Plata. Tomo V, pág. 256.
[48]  - AA. Tomo IX, pág. 19.
[49]  - Como parte de esta política Sarratea lograría «arrebatarle al general Artigas las mejores divisiones y fuerzas de línea de su ejército provincial, entre los que se hallaba el regimiento de blandengues, seduciendo a su jefe don Ventura Vázquez, y en seguida a las fuerzas de milicias a las órdenes de don Venancio Benavides y don Pedro Viera con grandes halagos de ascensos y regalos para que entraran a formar parte del ejército nacional, reconociendo como su autoridad superior al gobierno de Buenos Aires». Justo Maeso. Los primeros patriotas orientales de 1811. Montevideo, 1888, pág. 173.
[50]  - Anaya, Apuntaciones históricas sobre la revolución oriental, pág. 65.
51.                  - AA. Tomo IX, pág. 46.
[52]  - AA. Tomo IX, pág. 48. Nótese como resuenan en esta declaración algunos de los conceptos básicos que Moreno había difundido mediante la Gaceta de Buenos Aires; resultando también significativa la familiaridad que guarda con expresiones provenientes del discurso francista.
[53]  -AA. Tomo IX, pág. 335. Este testimonio resulta particularmente valioso por provenir de un conocido enemigo de los contenidos políticos y sociales del artiguismo, con el cual - según Vedia - «principió una época que nos degradaría si se hiciese de ella una mención circunstanciada».
[54]  -AA. Tomo IX, pág. 172.
[55]  - AA. Tomo IX, pág. 245.
[56]  - AA. Tomo IX, pág. 230.
[57]  - Por esos días, anticipando lúcidamente sucesos que todavía no se hallaban en el centro de las preocupaciones artiguistas, la Junta Gubernativa de Paraguay - de la que formaba parte Gaspar Rodríguez de Francia- se dirigió al líder oriental rechazando de plano que la Asamblea Constituyente que estaba por iniciar sus sesiones pudiera «ser juez de las relaciones que hayan de fijar el destino de los pueblos (...). Si esto no viene a reducirse más que a hacer una ilusión para alucinar para dar un valor aparente, afirmar sus ideas y llevar adelante sus intenciones, lo juzgará el mundo imparcial. Pues Buenos Aires, con todos sus pueblos dependientes, no puede considerarse sino como una sola provincia, por consecuencia incapaz e insuficiente para terminar negocios de otra provincia igualmente soberana e independiente». AA. Tomo IX, pág. 210.
[58]  - AGN-U. Fondo ex Archivo y Museo Nacional, clO-1813.
[59] - AA. Tomo IX, pág. 337.
[60]  - En mayo de 1816 Artigas le escribió al cabildo de Corrientes: «Tengo para remitir a V.S. el compendio de la historia de Norte América, ansioso de que sus luces basten a esclarecer las ideas de esos magistrados y todo contribuya a fijar nuestro adelantamiento». Conceptos similares se reiteran en notas al cabildo de Montevideo y Andresito (ver capítulo IV). AA. Tomo XXIX, pág. 183.
[61]  - Si bien se trata de una hipótesis polémica, cabe mencionar que también se ha postulado que «la revolución artiguista responde en buena parte de su contenido a las vertientes del pensamiento francés y de la Revolución francesa». Mario Dotta. El artiguismoy la Revolución francesa. Montevideo: FCU, 1991, pág. 116.
[62]  - La Asamblea había sido convocada luego de que el 8 de octubre de 1812, bajo la presión de San Martín, Alvear, la Logia Lautaro y la Sociedad Patriótica, fuera removido el Primer Triunvirato - muy influido por Rivadavia -, el cual fue reemplazado por otro (Paso, Alvarez Jonte y Rodríguez Peña) de similares características institucionales,
que funcionaría hasta enero de 1814, cuando dejó el poder en manos de un ejecutivo unipersonal encarnado por la figura de un director supremo.
63.                  - Héctor Miranda. Las Instrucciones del añoXIII. Tomo I. Montevideo: Clásicos Uruguayos, 1964, pág. 26.
[64]  - AA. Tomo IX, pág. 69.
[65]  - La orientación política predominante en el Congreso, plasmada en las Instrucciones, también se expresó en los tratados firmados por Artigas y Rondeau - que serían desconocidos por el gobierno de Buenos Aires - titulados «Pretensiones de la provincia Oriental», «Pretensiones de las tropas orientales» y «Convención de la provincia Oriental», todos reproducidos en AA. Tomo XI, pág. 117.
[66]  -MM.al-c 2-1813.
[67] - Clemente Fregeiro. Artigas. Estudio histórico. Montevideo: Barreiro y Ramos, 1886, pág. 172.
[68]  - Edmundo Favaro. El Congreso de las Tres Cruces. Montevideo, 1957, pág. 136.
69.                  - María J. Ardao. El gobierno ortiguista en la provincia Oriental. Montevideo: El País, 1960, pág. 108.
[70] - AA. Tomo XI, pág. 103.
[71] - El redactor de la Asamblea del sábado 12 de junio de 1813, pág. 40. Reproducción facsimilar.
[72] - Una clara muestra de cómo entendían el Triunvirato y la Asamblea la unidad y organización democrática de pueblos y provincias se expresa en un acuerdo secreto del poder ejecutivo instalado en Buenos Aires, fechado el 6 de abril de 1813: «Habiendo demorado el general D. José Rondeau la jura y reconocimiento de la Asamblea Soberana G. C. y del Supremo P. E. de las Provincias Unidas que se le había prevenido, a virtud de la convocatoria que el coronel Artigas promulgó en los pueblos orientales como diligencia previa antes de la jura, se acordó extrañarle su conducta bajo del grave fundamento de que Artigas jamás podía acreditar la personería pública y representación legítima para convocara los pueblos de la otra banda». AA. Tomo XI, pág. 94.
[73] - Ariosto González. Las primeras fórmulas constitucionales en los países del Plata. Montevideo: Barreiro y Ramos, 1962, pág. 278.
[74] - AA. Tomo XI, pág. 114.
[75] - Fregeiro, Artigas, pág. 186.
[76]  -AHDU. pág. 110.
[77] -AHDU. pág. 116.
[78]  - La actitud paraguaya, aunque no compartida, no sorprendía a la dirigencia arti- guista, como se desprende de los dichos de José Monterroso en nota dirigida a Miguel Barreiro en enero de 1816: «El Paraguay ya es visto que no sale fuera de sus fronteras». AA. Tomo XXIV, pág. 125.
[79]  - Charles K. Webster. Gran Bretaña y la independencia de América Latina, 1812-1830. Tomo I. Buenos Aires: Kraft, 1944, pág. 123.
[80]  - M M. Contribución documental para la historia del Río de la Plata. Tomo II, pag. 283.
[81] - Reyes Abadie, Bruschera y Melogno, El ciclo artiguista, pág. 429 y ss.
82.- AA. Tomo XI, pág. 239.
[83]  - Justo Maeso. Estudio sobre Artigas y su época. Tomo III. Montevideo: Tipografía Oriental, 1885, pág. 349.
[84]  - Hugo Barbagelata.Artigas y la revolución americana. París: Edition Excelsior, 1930, pág. 71.
[85]  - AA. Tomo XI, pág. 234.
[86]  - Guillermo Vázquez Franco. La historia y sus mitos. Montevideo: Cal y Canto, 1994, pág. 57.
[87] - Ibid., pág. 56.
[88]  - Agustín Beraza. La diputación oriental a la Asamblea General Constituyente. 1814- 1815. Montevideo: Instituto Histórico Geográfico del Uruguay, 1953, pág. 5.
[89]  - Memoria postuma del coronel Ramón de Cáceres. Museo Histórico Nacional, Revista Histórica. Tomo XXIX, 1959, pág. 389.
[90]  - AGNA. X, 3-10-1. Cuenta Anaya que Artigas, «lleno de confianza en sus nacionales, hizo formar cuadro a sus tropas (y) les manifestó el Decreto añadiendo: “que el que se hallase inspirado de aquellos sentimientos, tenía libres las vías para ganar los $ 6.000 que ofrecía el gobierno de Buenos Aires por su cabeza”. Las tropas se pronunciaron en contrario sentido». Anaya, Apuntaciones históricas sobre la revolución oriental, pág. 81.
[91] - No era sin duda su primer intento, puesto que con bastante anterioridad - 6 de abril de 1812 - el gobierno español le había ordenado al capitán general de las Provincias del Río de la Plata que en virtud de tener noticias de que Artigas se hallaba «ofendido actualmente por aquella junta subversiva, ha resuelto S.A. que V.S. por cuantos medios le dicten su celo y conocimientos procure atraer al partido de la justa causa al mencionado oficial». AA. Tomo Vil, pág. 388.
[92]  -AGNA. X, 1-6-1.
[93]  -AGNA. X, 1-6-1.
[94]  - El 25 de enero de 1813, en un oficio dirigido a la princesa Carlota Joaquina de Bortón, Vigodet realizó un ajustado análisis de las relaciones de Artigas con el gobierno de Buenos Aires, exponiendo además «las razones de conveniencia que se nos seguirían de ganar a aquel caudillo». AA. Tomo X, pág. 339.
[95]  - AGNA. X, 1-6-1. En nota a Otorgues, Artigas se refirió a estos intentos de negociación evaluando su significación: «Recibí los pliegos del cabildo, de Larrobla y Vigodet, pero nada encuentro en ellos que sea ventajoso. Todo viene bajo del pie de unirnos a la constitución española... Tú bien conoces mi modo de pensar, y mis deseos, que proponerme estar yo con los orientales bajo de la España, no es proponerme una paz. Las demás proposiciones montadas en ese requisito solo muestran una capitulación honrosa que se me ofrece, para que yo ceda a su favor todas las ventajas de la guerra, sin atender en cosa alguna a su objeto. Ya ves que esto es querer cada uno la sardina para su plato, y no estamos para esas». AA. Tomo XIV, pág. 105.
[96]  - La Revolución de Mayo a través de los impresos de la época. Comisión Nacional Ejecutiva del 150 Aniversario de la Revolución de Mayo. Buenos Aires, 1967. Tomo VI, pág. 236. Se incluyen en la colección el oficio de Pezuela y la respuesta de Artigas, ambos publicados en Buenos Aires por la Imprenta del Estado, lo que revela - a pesar del grave enfrentamiento de orientaciones políticas- la influencia que la palabra del jefe oriental podía ejercer para tonificar el movimiento patriota en su conjunto.
[97] - Francisco Bauzá. Historia de la dominación española en el Uruguay. Tomo III. Montevideo: El Demócrata, 1929, pág. 207.
[98]  - Bartolomé Mitre. Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. Buenos Aires: Suelo Argentino, 1950, pág. 245.
[99]  - AGNA. Correspondencia de Lord Strangford. Buenos Aires, 1941, pág. 166.
[100]  - Nótese que estos conceptos se recortan sobre un paisaje político y diplomático en el cual, sobre la base de la derrota de Napoleón, se iba abriendo en Europa un período imbuido por la oleada ideológica reaccionaria que acompañaría la restauración de las monarquías tradicionales, y los intentos por restaurar el principio de legitimidad, los poderes y jerarquías establecidas, y el sentido de autoridad. Jacques Droz. Europa: restauración y revolución, 1815-1848. Siglo XXI: Madrid, 1974.
[101] - Bauzá, Historia de la dominación española en el Uruguay, pág. 212. El 25 de mayo de 1814, Manuel de Sarratea - comisionado del Directorio en Londres - dirigió una representación al rey Fernando Vil, explicando: «El pueblo de Buenos Aires no ha levantado jamás la voz contra su adorado Rey; si ha tomado las armas ha sido para defenderse de la agresión de los que profanando tan Augusto nombre lo han usado allí solo para degollar españoles sin oírlos». AA. Tomo XVIII, pág. 15. El tono claudicante de esta comunicación es el mismo que se expresa en la del director Posadas al rey restaurado, fechada el 10 de diciembre.
[102] - Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, pág. 247.
[103]  - Miguel A. Cárcano. La política internacional en la historia argentina. Tomo I. Libro III. Buenos Aires: EUDEBA, 1973, pág. 198. La misiva también señalaba que «solamente la generosa nación británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos a estas provincias que obedecerán su gobierno y recibirán sus leyes con mayor placer». Vale recordar que como parte de esta política antipatriótica frente a la restauración borbónica en España y los progresos del artiguismo, el director Alvear llegó a ofrecer, de ser necesario, la cesión a Portugal de una parte del territorio oriental.
[104]  - Tulio Halperín Donghi. Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla. Buenos Aires: Siglo XXI, 1972, pág. 245.
[105]  - Bauzá, Historia de la dominación española en el Uruguay, pág. 249.
[106]  - Ricardo Caillet-Bois. Historia de la Nación Argentina. Tomo VI: El Directorio, ¡as Provincias de la Unión y el Congreso de Tucumán. Buenos Aires: El Ateneo, 1961, pág. 555.
[107] - Justo Maeso. Estudio sobre Artigas y su época. Tomo I. Montevideo: Tipografía Oriental, 1885, pág. 412.
[108]  - Una reseña de las diversas negociaciones, en: Washington Reyes Abadie, Oscar Bruschera y Tabaré Melogno. El ciclo artiguista. Tomo II. Montevideo: Silberberg, 1978, págs. 48-61.
[109]  -Juan Pivel Devoto. Advertencia. AA. Tomo XVIII, pág. X.
[110] - AA. Tomo XVIII, págs. 175-379.
[111] -AHDU. pág. 203.
[112] - AA. Tomo XVIII, págs. 144-173.
[113] - En la nota que dirige el 14 de noviembre a Barreiro adjuntando el oficio para De Souza, Artigas haciéndose eco de los rumores en curso hace mención a «los quince mil hombres entre españoles e ingleses que vienen de Europa». Setembrino Pereda. Artigas, 1784-1850. Tomo II. Montevideo: Siglo Ilustrado, 1930, pág. 271.
[114] - César Pérez Colman. Historia de la Nación Argentina. Tomo IX: Entre Ríos (1810- 1821). Buenos Aires: El Ateneo, 1961, pág. 194.
115 - Luego de este primer pronunciamiento, durante el resto de 1814 la provincia fue escenario de violentas disputas entre las facciones que se referenciaban en el gobierno
de Buenos Aires y en Artigas, prevaleciendo finalmente la tendencia federal luego de la derrota de Perugorría en diciembre y el nombramiento de José de Silva como gobernador. Al respecto, resulta interesante recordar cómo fueron caracterizados estos sucesos en el marco de la historiografía oficial: «Corrientes quedó segregada de la nación argentina, bajo el dominio de Artigas, dejando de contribuir en la lucha por la independencia nacional, ausente del Congreso de Tucumán, oprimida y vejada por la anarquía». Ángel Acuña. Historia de la Nación Argentina. Tomo IX: Corrientes (1810-1862). Buenos Aires: El Ateneo, 1961, pág. 260.
[116] - AA. Tomo XIX, pág. 12.
[117] - Puntualmente, en la provincia oriental - en abril de 1815 - el cabildo de Montevideo reconoció a Artigas con «el título de protector y patrono de la libertad de los pueblos». AA. Tomo XXI, pág. 7.
[118] - Ardao y de Castellanos, Artigas, pág. 56.
[119] -Cabe anticipar que Candioti sería nombrado en 1815 gobernador de Santa Fe, para lo cual contaría con el apoyo de Artigas.
[120]  - AGNA.X, 1-6-1.
[121] -AHDU. pág. 152.
[122] - AGNA. X, 1-6-1. Más allá de esta precisión, la fórmula - tal como se expresaba en el artículo 10 del convenio - no dejaba de presentar cierta ambigüedad, en tanto sólo se afirmaba, sin mayores aclaraciones, que «los habitantes de aquel territorio no serán perseguidos de manera alguna por sus opiniones anteriores».
[123] - «El Directorio evitó hacer una declaración pública que tendría el eco y la repercusión natural de un acto solemne, por el cual se ponía fin a la guerra civil. Si bien se sentía obligado por las circunstancias de la política, no podía eludir el sentido depresivo que para su autoridad importaba el convenio, ya que era un pacto celebrado por el Gobierno Supremo de la Nación, con un jefe a quien consideraba subalterno, y en violación de los principios fundamentales de la jerarquía y de la subordinación». Beraza, La diputación oriental a la Asamblea General Constituyente. 1814-1815, pág. 63.
[124] - AGN-U. Correspondencia del qeneral José Artigas al cabildo de Montevideo. 1814- 1816, pág. 1.
[125] - Bauzá, Historia de la dominación española en el Uruguay, pág. 207.
[126]  - Anaya, Apuntaciones históricas sobre la revolución oriental, pág. 76.
[127] - Sin perjuicio de la cuota de demérito y desprecio hacia el heroísmo y capacidad de combate de los orientales que rezuman sus palabras, Manuel José García en un memorial enviado a la corte portuguesa en enero de 1816 (muy ilustrativo sobre las relaciones que en todos los tiempos suelen vincular la eficacia de un ejército y el clima político que reina en su seno), afirmaba respecto a la derrota porteña: «A pesar de la ineptitud de los jefes que mandaron las últimas acciones, se hubiera sujetado sin duda todo el país de no haber sobrevenido el grande inconveniente de que la mayor parte de los oficiales y soldados se creían empeñados en una guerra injusta, y contraria a las falsas ideas de libertad que se habían proclamado, cuya opinión destruyendo la fuerza moral del ejército excitó la desobediencia y la deserción, causas necesarias del mal éxito de la empresa». AA. Tomo XXX, pág. 45.
[128]  - Juan Canter. Historia de la Nación Argentina. Tomo VI (Ira parte): La revolución de abril de 1815 y la organización del nuevo directorio. Buenos Aires: El Ateneo, 1961, pág. 211.
[129] - Anaya, Apuntaciones históricas sobre la revolución oriental, pág. 77.
[130]  - AGNA. Política lusitana en el Río de la Plata. Tomo III, pág. 241.
[131] - AA. Tomo XXVIII, pág. 152.
132 AA. lomo XXIII, pág. 281.
[133] - Carta de José Fraginales a Cristóbal Salvanach, 7 de abril de 1815. AA. Tomo XXVIII, pág. 154.
[134]  - La lucha entre los patriotas y la contrarrevolución realista se expresó en todos los terrenos, incluida la iglesia, donde muchas pugnas internas tenían en última instancia dicha connotación. Así, por ejemplo, lo manifestaba fray José I. Otazú al cabildo montevideano refiriendo su enfrentamiento con otro sacerdote «de intenciones perversas contra los americanos, faccioso declarado de nuestros enemigos, dado a bandos y parcialidades a favor de sus paisanos los europeos, y siempre contra la causa sagrada de la libertad». AA. Tomo XXVI, pág. 495.
[135] - AA. Tomo XXVIII, pág. 158.
[136]  -Entre la fecha indicada y fines de junio el cabildo funcionó subordinado al mando de Fernando Otorgues, quien ejerció el cargo de gobernador hasta que enviado por Artigas a cubrir la frontera con Portugal delegara en el ayuntamiento el mando político y militar de Montevideo. AA. Tomo XXIV, pág. 14.
[137]  - El 26 de febrero «una parte numerosa del pueblo americano» solicitó a Otorgués la elección de un elenco capitular más a tono con la nueva situación política: «Animados de la libertad que acababan de recobrar los pueblos del continente oriental por el esfuerzo de sus dignos defensores suplicaban que siendo incompatible con sus reclamaciones e ilegítima la existencia del actual cabildo de la ciudad de Montevideo se le permitiese a ella elegirlo nuevamente a su libertad pues siendo hechura del gobierno de Buenos Aires era escandaloso subsistiera en el régimen político de sus negocios, no obstante que los señores que le componían se habían conducido con el mayor honor». AA. Tomo XXIII, pág. 163.
[138]  - Reyes Abadie, Bruschera y Melogno, El ciclo artiguista, pág. 144.
[139]  - Carlos Real de Azúa. El patriciado uruguayo. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1981, pág. 62.
[140]  - Maeso, Estudio sobre Artigas y su época, pág. 384.
[141] - Véase cómo apreciaba la situación de las provincias Felipe Contucci, antiguo agente portugués y gran conocedor de la política rioplatense, quien en julio de 1815 anotaba: «Que en Salta se ha levantado un nuevo Artigas, (Martín) Güemes con ochocientos hombres de aquella campaña que impiden la comunicación de Rondeau con Buenos Aires. Y que Córdoba, Santa Fe, Corrientes y casi todos los pueblos se han declarado independientes, sin obedecerá los de Buenos Aires». AA. Tomo XXIII, pág. 462.
[142]  - Según una crónica de la época, Candioti, que en buena medida había amasado su fortuna mediante el comercio de muías en el Alto Perú, «era el verdadero príncipe de los gauchos, señor de trescientas leguas cuadradas de tierra, propietario de doscientas cincuenta mil cabezas de ganado, dueño de trescientos mil caballos y muías y de más de quinientos mil pesos atesorados en sus cofres en onzas de oro». John P. Robertson y William P. Robertson. La Argentina en los primeros años de la revolución. Buenos Ai res, 1916, pág. 43.
[143]  - José Busaniche. Santa Fe y el Uruguay. Universidad Nacional del Litoral, 1930, pág. 19.
[144]  - Ignacio Garzón. Crónica de Córdoba. Tomo I. Córdoba: Alfonso Aveta editor, 1898, pág. 222.
[145]  - Como se analiza más adelante, si bien la aristocracia cordobesa resistía los abusos de poder del centralismo porteño, lo cual favoreció el crecimiento de las simpatías por el papel que cumplía Artigas en la política del momento, también eran fuertes los sectores - en parte nucleados en el cabildo - que se oponían a tomar mayores compromisos con el líder oriental. Asimismo, dentro de los que entre abril y julio de 1815 encabezaron el enfrentamiento con Buenos Aires «se advierten dos corrientes afines que tienden a confundirse: la del simple autonomismo, a la que pertenecía, sin duda, el gobernador Díaz y la del artiguismo, cuya figura representativa parece ser la de don Juan Pablo Bulnes». Enrique Martínez Paz. Historia de la Nación Argentina. Tomo IX: Córdoba (1819-1862). Buenos Aires: El Ateneo, 1961, pág. 233.
14b.- AA. Torno XX, pág. 329.
[147] - AA. Tomo XX, pág. 281.
[148]  -En Buenos Aires el capitán Ubeda fue ahorcado por conspirar contra Alvear, quien a su vez obligó al cabildo a publicar una proclama infamante contra Artigas. Canter, La revolución de abril de 1815y la organización del nuevo directorio, pág. 222.
[149]  - AHDU. pág. 209-232. El estado de ánimo de las fuerzas contendientes quedaría bien reflejado en el análisis que realizó Herrera -ante el forzado retiro de las tropas porteñas de Montevideo - sobre las frustradas negociaciones: «Diecinueve días de tareas nada han producido sino desaires, fatiga inútil y últimamente el desengaño de que los jefes orientales... sólo hablaban de tratados para adormecernos, sólo de paz para hostilizarnos».
[150]  - ACBA. § IV. Tomo VI, pág. 458.
[151] - ACBA. § IV. Tomo VI, pág. 484.
[152] - AGN-U, Correspondencia del general José Artigas al cabildo de Montevideo, pág. 4.
[153] - Halperín Donghi, De la revolución de la independencia a la confederación rosista, pág. 106.
[154]  - «El caudillo oriental Artigas ha vencido al director supremo, que no dispone de fuerzas leales para oponerse a su avance. Dueño de la provincia Oriental, de Entre Ríos, Corrientes y Misiones, domina Santa Fe y Córdoba le ofrece su concurso. Santiago del Estero, Catamarca y La Rioja también simpatizan con él... En Buenos Aires bulle la oposición en los suburbios y la campaña, que es agitada por un grupo de federales, simpatizantes de Artigas. La impopularidad del director es tan grande como el prestigio adquirido por Artigas». Cárcano, La política internacional en la historia argentina, pág. 207.
[155] - Edmundo Favaro. Artigas, el Directorio, el Congreso de Tucumán y la invasión portuguesa. Montevideo: El País, 1960, pág. 131.
[156]  - Gregorio Rodríguez. Historia de Alvear. Tomo II. Buenos Aires: Mendesky, 1913, pág. 428. En tan apuradas circunstancias, la posibilidad de realizar tal elección resultó favorecida por un probablemente erróneo cálculo político de Artigas. No eran buenas sin duda las razones que lo llevaron a ordenar a sus tropas el repaso del Paraná en vez de marchar sobre la capital cuando las condiciones así lo aconsejaban. ¿Falta de un partido confiable en Buenos Aires? ¿Deseo de no reproducir una acción que pudiera interpretarse como del mismo tenor que la de los porteños en Montevideo? ¿Ingenuidad política? Lo cierto es que hasta Cepeda ya no se presentaría una ocasión tan favorable para imponer la derrota del gobierno directorial.
[157] - Porsu parte, el cabildo informaba a Artigas - el 2 de mayo de 1815 - sobre el riesgo de una expedición reconquistadora española compuesta por «once mil hombres que se destacan para propagar el horror en estas provincias». AA. Tomo XXI, pág. 12. AA. Tomo XXIII, pág. 291.
[158]  -AHDU. pág. 238.
[159]  - Con la firma de Tagle, el gobierno de Buenos Aires fundamentó el envío de la misión por la necesidad de unirse para coordinar «las medidas y planes de obstinada defensa» frente a la temida expedición peninsular, y «de ponernos de acuerdo para guardar un orden invariable en nuestras resoluciones, sin esperar el Congreso General de los diputados de todas las provincias». AA. Tomo XXVIII, pág. 208.
[160]  - AGN-U, Correspondencia del general José Artigas al cabildo de Montevideo, pág. 5. En otra nota al cabildo de Montevideo, Artigas afirmaba optimista: «Yo espero en estos días los diputados de Buenos Aires con los cuales tratar todos los asuntos que son de nuestra atención en la actualidad, y tendrá consiguientemente lugar entre ellos la organización de un plan de defensa general que ponga a todas las provincias del Río de la
Plata a cubierto de toda fatalidad, disputando su independencia con dignidad y grandeza. .. no hay impotencia particular luego que la unión general caracteriza los afanes y designa los recursos; y nosotros no debemos tener en vista lo que podemos respectivamente sino lo que podrán todos los pueblos reunidos». En ibíd., pág. 7.
[161] - AA. Tomo XXVIII, pág. 206.
[162] - AA. Tomo XXVIII, pág. 218.
[163] - AA. lomo XXVIII, pág. 219.
[164]  -AA. Tomo XXVIII, pág. 223.
[165]  - AA. Tomo XXVIII, pág. 225.
[166]  -Asimismo, entre otros puntos, el diputado debería reclamar a Buenos Aires la entrega de 500 fusiles, 6 piezas de artillería y una suma de dinero en calidad de indemnización por los despojos realizados durante sus intervenciones militares en la provincia; y también exigir la aceleración del congreso general que elegiría al futuro gobierno central «con la libertad que se requiere», aclarándose que «esta provincia reconocerá por supremo director bajo las condiciones expresadas a la persona que sea del agrado de! Sr. Protector General». AA. Tomo XXVIII, pág. 227.
[167] -AHDU. pág. 257.
[168]    AA,Tomo XXVIII, pág. 228.
[169]  - AA. Tomo XXVIII, pág. 209.
[170]    AA. Tomo XXVIII, pág. 237.
[171] - AHDU. pág. 244.
[172] -AHDU. pág. 246.
[173]  - Dichas demandas se expresan en los artículos 5 a 8 del Tratado de Concordia propuesto por los orientales, mientras que en el documento presentado por su contraparte no se hace mención al asunto, aunque se indica - condescendientemente - que «Buenos Aires jamás podrá pedir a la provincia Oriental indemnización bajo ningún pretexto de los cinco millones y más de pesos que gastó en la toma de Montevideo». Sin perjuicio de ello, al dar cuenta de su misión al director supremo, Pico y Rivarola reconocen que pese a que se excedieron «por amor a la paz, unión y tranquilidad a darle mil fusiles de contado y quinientos más según las remesas que viniesen de Londres, los doce cañones de campaña que pedía» y otros armamentos y municiones, «nada fue bastante para obligar a este Sr. General a entrar en partido alguno que no fuese el de sus proposiciones». AA. Tomo XXVIII, pág. 244.
[174] -AGNA.X, 1-6-1.
[175]     El 6 de mayo, teniendo como referencia el Estatuto Provisional formado por la junta de observación, se produjo la jura del nuevo director sustituto Alvarez Thomas. Una visión emanada de la historiografía argentina clásica retrata (y se retrata) los componentes principales de una coyuntura en la cual el artiguismo brilla por su ausencia: «asoma así una nueva época. San Martín emprende la reorganización de la Gran Logia y hace los aprestos para su gran campaña continental. Es anunciado el Congreso de Tu- cumán y se crea el clima de la declaración de la independencia». Canter, La revolución de abril de 1815y la organización del nuevo directorio, pág. 242.
[176]  - Esta expectativa no era homogénea entre la dirigencia directorial, tal como lo evidencia una nota dirigida por la junta de observación a Álvarez Thomas luego de frustrada la negociación con Artigas, señalando que la misma ya había pronosticado dicho desenlace «cuando significó a V.E. la inoportunidad de aquella misión». En esta línea, los firmantes de la misiva - Gascón, Medrano y Serrano - proponían que se suspendiera «en adelante toda comunicación oficial, que ya degrada demasiado la autoridad y respetos de este gobierno». AA. Tomo XXVIII, pág. 249.
[177]    AA. Tomo XXVIII, pág. 240. Sumando elementos para la comprensión del fondo de ¡deas con que Pico y Rivarola iban pensando las vicisitudes de su gestión, es interesante remarcar como describen su percepción del proyecto de tratado presentado por Artigas, al expresar: «habiendo conocido lo abultado, irregular e injusto de las expresadas proposiciones, y que tal vez se había adoptado este medio para no entrar en conciliación alguna».
[178] - El 27 de junio Artigas anoticia a Andresito del fracaso de las negociaciones con Buenos Aires, de su esperanza de que pudieran retomarse, y de que «mientras es preciso tomar todas las medidas. Con este fin paso mañana al Arroyo de la China a celebrar el Congreso y resolver lo mejor».
[179] - Si bien confunde y mezcla referencias de un frustrado congreso de los pueblos de la provincia oriental que Artigas se proponía reunir en 1815, del realizado en Arroyo de la China y de la misión Pico-Rivarola, es notable, en forma y contenido, el modo como un observador portugués expresaba su percepción de estos eventos: «Artigas está en la capilla nueva de Mercedes formando un congreso llamado oriental, que se dice es formar la Constitución de la nueva república Minuana que él pretende establecer. A esta reunión de salteadores parece que han enviado los de Buenos Aires dos de sus principales secuaces». AA. Tomo XXIII, pág. 462.
[180]  - Especificando que la adhesión de Córdoba sería fugaz, inestable la de Santa Fe, e institucionalmente difusa la de Entre Ríos - donde el control político de Artigas tendía a desdibujar el perfil de las autoridades provinciales autónomas- se puede afir- marque los Pueblos Libres constituyeron un frente político bajo el formato de una liga ofensiva y defensiva. Con algún matiz interpretativo respecto a esta formulación, también se ha señalado que «la liga formada en 1815 bajo la protección de Artigas no fue otra cosa que la confederación, tal como se había señalado en el año 1813, pero una confederación de hecho, no de derecho, desde que no llegó a celebrarse formalmente el pacto que le diera carácter jurídico». Ardao y de Castellanos, Artigas, pag. 62.
[181] - Al respecto creo necesario señalar que varias generaciones de argentinos se educaron bajo la influencia de versiones historiograficas cuyo sesgo político ideológico las llevó a enfatizar, sin mayores fundamentos, el «fracaso de la Asamblea del Arroyo de la China, que demostró que el caudillo oriental no deseaba celebrarlo, ni organizar el país». Cárcano, La política internacional en la historia argentina, pág. 357.
[182]  - AA. Tomo XXVIII, pág. 259.
[183]  - El médico Francisco Martínez, residente en San Carlos - quien afirma haber participado del congreso en calidad de delegado oriental - rememoró en 1859 que «a nuestro arribo encontramos reunidos un crecido número de diputados: por Córdoba, Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos y Estado Oriental», ratificando en general las otras versiones existentes sobre lo tratado. Mariano Berro. Francisco Dionisio Martínez. Autobiografía. San Carlos, 1859. Montevideo: Revista Histórica, 1913.
[184]  -AHDU. pág. 261.
[185] - AA. Tomo XXVIII, pág. 253.
[186]  - AA. Tomo XXI, pág. 36.
[187] - En este sentido, el 10 de julio Artigas escribía a Álvarez Thomas a favor del acuerdo, haciendo la siguiente mención: «Para mí es satisfactoria la entrevista con el Sr. Intendente de Ejército Don José Alberto Cálcena y Echeverría. Él impondrá a V.E. de mi cordialidad por los votos comunes». En igual sentido, moderadamente esperanzado, también el cabildo de Santa Fe - al referirse a la misión de la que formaba parte su diputado - señalaba: «Este ayuntamiento se congratula con tan justa medida, como que de ella dependerá tal vez la finalización de nuestras divisiones políticas».
188.               - AA. Tomo XXVIII, pág. 265.
[189] - AA. Tomo XXVIII, pág. 280.
[190]  - Si bien se trata de una conducta política reiterada, la decisión no debe haber sido ajena a las noticias recibidas en el Río de la Plata los primeros días de julio de 1815 respecto a que la temida expedición española se había dirigido con rumbo a Venezuela, y que en Francia se había producido el regreso triunfal de Napoleón al poder.
191- AA. Tomo XXVIII, pág. 282.
192.               -AA. Tomo XXVIII, pág. 284. En la misma fecha Artigas se dirigió al cabildo de Buenos Aires señalando que «aun cuando fuesen injustas las solicitudes de nuestros enviados eso solo serviría para no admitirlas y no para ultrajar su alta representación». Poniendo en evidencia uno de los rasgos de su accionar político, y un conocimiento ajustado de los matices y contradicciones existentes en las posiciones e intereses de la elite dirigente porteña, Artigas inquirió a los capitulares que tengan «la bondad de descifrarme si el gran pueblo de Buenos Aires autoriza o no los desastres de la guerra civil. Yo soy el provocado con los nuevos incidentes a perpetuarla, y en este caso jamás serán imputables a mí los resultados».
193.               -AHDU. pág. 278.
194.               -AHDU. pág. 280.
[195] - AA. Tomo XXVIII, pág. 247.
[196]  - AA. Tomo XXVIII, pág. 266.
[197] - AA. Tomo XXVIII, pág. 271.
[198]  - Efraín Bischoff. «José Javier Díaz, Gobernador de Córdoba: 1815-1816». Trabajos y Comunicaciones 15 (1966), pág. 83.
[199]  - AA. Tomo XX, pág. 175.
[200]  - «¡Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia! ¿No le parece a Ud. -escribía San Martín al diputado Godoy Cruz- una cosa bien ridicula acuñar moneda, tener pabellón y cocarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree que dependemos? ¿Qué nos falta más que decirlo? Por otra parte, ¿qué relaciones podremos emprender cuando estamos a pupilo? Los enemigos (y c.on mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos. Esté usted seguro que nadie nos auxiliará en tal situación... ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas. Veamos claro, mi amigo, si no se hace, el congreso es nulo en todas sus partes». Caillet-Bois, El Directorio, las Provincias de la Unión y el Congreso de Tucumán, pág. 541.
[201]  - El 21 de julio, en la sala de sesiones del congreso, se juró «promover y defender la libertad de las Provincias Unidas y su independencia del rey de España, sus sucesores y metrópoli, y de toda otra dominación extranjera». Mitre, Historia de Belgranoyde la Independencia Argentina, pág. 271.
[202]  - Favaro, Artigas, el Directorio, el Congreso de Tucumán y la invasión portuguesa, pág. 135.
[203]  - AA. Tomo XX, pág. 165. Sobre el pabellón artiguista, véase: Agustín Beraza. Las banderas de Artigas. Montevideo: Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, 1957.
204.               -AGN-U, Correspondencia del general José Artigas al cabildo de Montevideo, pág. 6.
[205]  - Dámaso Larra haga. Diario de viaje de Montevideo a Paysandú. Buenos Aires: Montevideo, 1930, pág. 117.
[206]  - Lucía Sala. «Jacobinismo, democracia y federalismo». En: Calidoscopio latinoamericano. Comp. por Waldo Ansaldi. Buenos Aires: Ariel, 2004, pág. 39.
[207]  - Artigas al cabildo de Montevideo, 8 de agosto de 1815. AA. Tomo XXI, pág. 63.
[208]  - Artigas al cabildo gobernador de Corrientes, Purificación 12 de enero de 1817. AA. Tomo XXXIV, pág. 9.
[209]  - Por ley del 7 de setiembre de 1825, la Cámara de Representantes reunida en la Florida estableció: «Serán libres, sin excepción de origen, todos los que nacieren en la provincia desde esta fecha en adelante».
[210]  - AA. Tomo XXXIV, pág. 128. Juan Bautista Méndez al cabildo de Corrientes, 30 de noviembre de 1817.
[211] - José C. Chiaramonte. «La esclavitud no se abolió en 1813». En: Revista Ñ: Buenos Aires (13 de febrero de 2013).
[212] - AA. Tomo XXXIV, pág. 170.
[213] - Juan Rebella. Purificación: sede del Protectorado de los Pueblos Libres. Montevideo: Siglo Ilustrado, 1934, pág. 7.
[214] - Eduardo Salterain y Herrera. Monterroso. Iniciador de la Patria y secretario de Artigas. Montevideo, 1948.
[215] - Setembrino Pereda. Artigas, 1784-1850. Tomo IV. Montevideo: Siglo Ilustrado, 1930, pág. 385.
[216]  - Carta de Felipe Arana a Francisco Antonio Belaustegui, Montevideo, 13 de noviembre de 1815. En: Rufino de Elizalde. El doctor Rufino de Elizaldeysu época vista a través de su archivo. Tomo I. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, 1972, pág. 338.
[217] - La noticia llegó a Montevideo el 6 de julio. AA. Tomo XXIII, pág. 458.
[218] - Esta actitud contrasta con la manifestada poco antes al considerarse inminente la expedición española, cuando - acicateados por el temor- los cabildantes se referían al peligro contrarrevolucionario que anidaba en Montevideo entre «aquellos mismos que viven entre nosotros y a quienes hemos dispensado nuestra protección».
[219] - AGN-U, Correspondencia del general José Artigas al cabildo de Montevideo, pág. 34.
[220]  - La postura de Artigas frente a los enemigos de la revolución aparece claramente expresada en la nota que envía al cabildo de Montevideo el 29 de octubre de 1815: «Yo estoy en el por menor de nuestros sacrificios y de los causantes de nuestras desgracias ¿y será creíble que pueda mirarlos con ojos de fría indiferencia? Conozco el genio de la revolución, las causas motrices y sus resultados; y así, por más que V.S. me signifique la vigilancia que mantiene sobre esa ciudad y los pueblos de la provincia, ella quedará burlada en los momentos del conflicto temerosa de sus enemigos interiores. V.S. no crea que su moderación sirva de estímulo a su arrepentimiento. La obstinación de los hombres es grande y yo estoy seguro que si afectan vivir gustosos entre nosotros más es por conveniencia que por convencimiento». En ibíd., pág. 42.
[221] - Anaya ¡Apuntaciones históricas sobre la revolución oriental, pág. 82.
[222]  - AGNA. Politice lusitana en el Río de la Plata. Tomo II, pág. 211. Nótese como el discurso y las circunstancias convocan el recuerdo de Moreno y el Plan de Operaciones.
[223]  - Este temor se expresa en diversos informes elevados al gobierno portugués en 1815, especialmente luego de la expulsión de las fuerzas porteñas que ocupaban la Banda Oriental. En uno de ellos se preve que «puede haber novedades muy importantes en el futuro si no estamos alerta, apenas Artigas se encuentre más libre, visto que nos tiene muy mala voluntad y no existe ningún tratado ni armisticio hecho con él». Y en otra memoria se alerta: «quedaremos expuestos a una Invasión... que ÍArtl- gas) no se olvidará de llevara cabo para hacerse más poderoso, sugiriendo entretanto y socavando los ánimos de algunos vasallos malos de S.A.R.» AGNA. Política lusitana en el Río de la Plata. Tomo III, pág. 294 y 296.
[224]  - AA. Tomo XXX, pág. 15. Asimismo, en el documento se especifica que «las personas de alguna moralidad y seso del país: los americanos propietarios y los vecinos españoles pondrán a disposición de S.A.R. sus personas y bienes, para perfeccionar una empresa que miran como el único remedio a sus desgracias actuales».
[225]  - M M. Contribución documental para la historia del Río de la Plata. Tomo IV, pág. 111.
[226]  - MM. Contribución documental para la historia del Río de la Plata. Tomo IV, pág. 89. AA. Tomo XXXI, pág. 345.
[227]  -AA. Tomo XXXI, pág. 392. Al igual que ocurría con el patriciado montevideano, las eventuales coincidencias políticas con las elites dirigentes en las provincias de la Liga se matizaban al emerger múltiples contradicciones respecto a los objetivos - estratégicos y tácticos - y métodos de acción propuestos por Artigas. Un ejemplo de ello se observa en la nota que el caudillo dirigió al cabildo de Corrientes en agosto de 1816 a propósito de la situación de las tropas: «Yo he presentido el disgusto con que marchan y en mis filas no quiero hombres que teman el peligro. Los hombres que tengo el honor de mandar pelean por su libertad, y prodigan sus sacrificios hasta asegurar los Intereses de estas provincias. En consecuencia los hombres que me sigan deben ser voluntarios, y toda operación que no parta de este principio es para mi desagradable». AA. Tomo XXXI, pág. 399.
[228]  - AGNA. Política lusitana en el Río de la Plata. Tomo III, pág. 300.
[229]  - «Tan pronto se supo en Rio de Janeiro que este jefe cometía devastaciones sobre las fronteras del Brasil, que reunía tropas para invadir la provincia de S. Pedro del Sud, que sembraba proclamas para excitar los habitantes de las Siete Misiones a la revuelta, y cuando por consiguiente S.M. ya no podía hesitar respecto del partido que debía tomar, se decidió a hacer marchar un cuerpo de tropas con orden de penetrar en la provincia dominada por Artigas, de perseguir a este jefe hasta más allá del Uruguay y de ocupar el territorio de la orilla izquierda de este río». Nota del embajador de Portugal al principe de Metternich, 30 de junio de 1817. Karl Korner. La independencia de la América española y la diplomacia alemana. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, 1968, pág. 98.
[230]  - MM. Contribución documental para la historia del Río de la Plata. Tomo V, pág. 259.
[231]  - Anaya, Apuntaciones históricas sobre la revolución oriental, pág. 82.
[232]  - Luego de la caída de Alvear tras el motín de Fontezuelas, el cabildo de Buenos Aires organizó la elección del general Rondeau como nuevo director, quien por hallarse al frente del ejército del norte fue remplazado por Ignacio Álvarez Thomas en calidad de director interino. Posteriormente, el mismo cabildo - acompañado al efecto por electores designados ad hoc- procedió a instalar una Junta de Observación con la idea de contrapesar el poder ejecutivo unipersonal. Pocos días después, por exigencia del cuerpo capitular, dicha junta produjo un Estatuto que en su artículo 30 contemplaba la reunión de un Congreso de las provincias, el cual inició sus sesiones el 24 de marzo de 1816 en la ciudad de Tucumán, con la ausencia de representantes de la Banda Oriental, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Misiones. El 3 de mayo el Congreso eligió por abrumadora mayoría a Juan Martín de Pueyrredón como nuevo director supremo. En marzo de 1817, bajo el impulso de los delegados bonaerenses y con el apoyo de Pueyrredón, el congreso traslado su sede a la ciudad de Buenos Aires.
[233]  - AGN-Ü, Correspondencia del general José Artigas al cabildo de Montevideo, pág. 327.
[234]  - Hugo Barbagelata. Sobre la época de Artigas. Documentos conservados en el Ministerio de Negocios Extranjeros de Francia. París, 1930, pág. 85.
[235]  - Ricardo Piccirilli. San Martín y la política de los pueblos. Buenos Aires: Guré, 1957, pág. 408. El comodoro Bowles agrega en su informe una interesante observación sobre quienes formaron la base social principal del artiguismo: «debe también temerse de que si Artigas se viera frente a fuerzas superiores del lado izquierdo del río, cruzaría a Santa Fe y se esforzaría en mantenerse en este punto, donde su extraordinaria popularidad entre la clase baja del pueblo le asegura numerosos adeptos».
[236]  - Kórner, La independencia de la América española y la diplomacia alemana, pág. 85.
[237]  - Como se expresa en parte en estas páginas, y más allá de que el punto amerita un tratamiento que excede este estudio tal como fuera originalmente concebido, creo necesario puntualizar: 1) el colonialismo portugués aspiraba desde antiguo a ocupar la Banda Oriental, lo cual puede considerarse su principal objetivo estratégico en la región. Asimismo, en las vísperas de la invasión, y luego de la lucha conjunta contra Napoleón, la corte de Juan VI acumulaba resentimientos contra España originados en sus antiguas disputas, agravados por situaciones conflictivas en curso en la nueva situación europea. 2) Antes deque el Directorio y el Congreso aprobaran formalmente la confluencia antiartiguista con el invasor portugués, entre mediados de 1815 y 1817 personajes como Manuel García - «comisionado de este supremo gobierno» ante la corte de Brasil - y Nicolás Herrera fogonearon activamente (rebasando cualquier instrucción oficial que pudieran tener al respecto) la intervención lusitana en la Banda Oriental desde posturas acérrimamente contrarias a la unidad democrática de pueblos y provincias, manifestando un odio profundo hacia la figura de Artigas. 3) Existen evidencias de que el pueblo de Buenos Aires - al igual que la mayoría de los que integraron el virreinato - y sectores de la elite porteña, incluidos actores políticos participantes en diversas instancias del gobierno, experimentaron una fuerte repulsa frente a la invasión portuguesa - incluidas alusiones a la posible «complicidad del Congreso» y tendieron inicialmente a procurar una conciliación con Artigas y prestar un apoyo activo a los orientales. 4) Si bien la resistencia oriental nunca dejó de gozar de simpatías entre los pueblos y provincias gobernadas por el Directorio, las corrientes políticas que sostuvieron la necesidad de sumarse a la guerra contra el colonialismo portugués fueron derrotadas en Buenos Aires y en el seno del Congreso, definiéndose formal y oficialmente en 1817 la coincidencia con el invasor lusitano. 5) El objetivo del Directorio y del sector hegemónico en el Congreso de Tucumán era destruir al artiguismo, responsable del único proyecto político más o menos orgánico y consistente capaz de amenazar la consolidación del poder de las nuevas clases dominantes en las Provincias Unidas, expresado en esos días por dirigentes como Pueyrredón, Rondeau, Tagle y Sarratea.
238.               - Justo Maeso. Estudio sobre Artigas y su época. Tomo II. Montevideo: Tipografía Oriental, 1885, pág. 46.
[239]  - El 30 de diciembre de 1817 Lecor le expresa al rey Juan VI que ha oficiado al gobierno de Buenos Aires, con quien mantiene buenas relaciones, con el objeto de que se modifique el armisticio de 1812, y que dicho gobierno resolvió entenderse directamente con el Ministerio de Río de Janeiro por medio de su diputado ante la corte Manuel García. El mismo día, en otro oficio, Lecor afirma que el gobierno de Buenos Aires aspira a delimitar su territorio del oriental mediante el río Uruguay, y que tácitamente aprueba la ocupación de este por las armas portuguesas. AA. Tomo XXXI, pág. 259 y 355.
[240]  - Maeso, Estudio sobre Artigas y su época, pág. 47,
[241]  - Para un tratamiento más pormenorizado del proceso diplomático que enmarcó la ocupación portuguesa de la Banda Oriental, y el modo en que continuó la negociación del «Proyecto» que mencionamos, se puede consultar: Cárcano, La política internacional en la historia argentina, págs. 507-563.
[242]  - BM. Tomo XIX, pág. 17705.
[243]  - Por esos días, ejemplificando una opción estratégica diferente, Artigas oficiaba a las autoridades de las provincias del protectorado dando cuenta del triunfo obtenido en Chile - en la batalla de Chacabuco - por el ejército al mando de San Martín contra el colonialismo español: «Me es muy satisfactorio anunciar este suceso para que sea celebrado en esa provincia como se ha verificado en las demás. Yo celebraría que... en el oriente se hiciesen igualmente respetables las armas de la Patria». AA. Tomo XXXIV, pág. 71.
[244]  - Juan Pivel Devoto, AA. Advertencia. Tomo XI, pág. XVI.
[245]  - BM. Tomo Vil, pág. 6433. Analizando la política directorial, el grupo redactor de la Crónica Argentina escribió en el n.° 39 del periódico: «¿Y cómo podríamos por ningún motivo mirar con indiferencia las nuevas cadenas que estos tiranos nos están mostrando ya como cubierta de flores? No creáis ciudadanos, ningún conquistador hace ninguna colonia feliz; el deshonor, la infamia y la esclavitud serán los frutos de vuestra apatía, sino corréis a las armas...».
[246]  - BM. Tomo Vil, pág. 6434.
[247]  - Piccirilli, San Martín y la política de los pueblos, pág. 417.
[248]  - Acevedo, José Artigas, pág. 799.
[249]  - Juan Zorrilla de San Martín. Obras Escogidas. La epopeya de Artigas. Madrid: Agui- lar, 1967, pág. 1000.
[250]  - Sobre la actuación política del caudillo salteño, véase: Sara Emilia Mata. Los gauchos de Güemes. Guerras de independencia y conflicto social. Buenos Aires: Sudamericana, 2012.
[251]  - Eduardo AzcuyAmeghino. Art/gos en la historia argentina. Buenos Aires: Corregidor, 1986, pág. 185.
[252]  - «Es desgracia ciertamente que cuando estamos tan empeñados en la destrucción de estos extranjeros, ellos (el gobierno de Buenos Aires) los patrocinen de ese modo, permitiendo la introducción de trigos a Montevideo, con lo que es difícil la empresa de acabarlos por asedio». Artigas al cabildo de Corrientes, 27 de junio de 1817. AA. Tomo XXXIV, pág. 96.
[253]  - MM. Contribución documental para la historia del Río de la Plata. Tomo IV, pág. 166.
[254]  -AHDU. pág. 291.
[255]  -AHDU. pág. 301.
[256]  - Ciertamente, las circunstancias de esta misión son algo menos claras que como se expresan en nuestro relato - donde se recorta solo lo esencial del asunto - especialmente si se toma en cuenta la afirmación de Duran y Giró de haber actuado de acuerdo con lo conversado previamente con Barreiro. Nótese que frente a la dura reconvención de Artigas, en su respuesta los comisionados afirman: «Así es que la cuestión solamente debe reducirse a si la diputación ha excedido los límites de sus poderes o si ha obrado con arreglo a ellos, y nosotros no dudamos haber convencido el último extremo de esta disyuntiva». Para un análisis más detenido, véase: AA. Tomo XXXII, documentos n.° 604 a 659.
[257]  - AA. Tomo XXXI, pág. 334. Es interesante el análisis que realiza Barreiro - en nota a Rivera - de la negociación: «Todo lo que he sacado en limpio es que el pueblo y todas las corporaciones (de Buenos Aires) están decididas a que se nos auxilie y que el director tiene un guisao interiormente y pinta que quiere auxiliarnos. Para evitar demoras yo envié una diputación, y esta firmó la adjunta acta. Léela y te llenarás de indignación. Aquel gobierno estaba bien seguro que nosotros habríamos de mirar con el mayor furor semejantes pactos y que lejos de admitirlos contestaríamos indignadísimos, y de ese modo lograban decir al pueblo que en nosotros había consistido el hecho de que no se nos auxiliase... ese es el medio que ha hallado oportuno para decir que no quiere auxiliarnos».
[258]  - El Directorio envió copia del Convenio firmado el 8 de diciembre por Durán y Giró a todas las provincias, incluidas las reunidas en los Pueblos Libres, recibiendo - lo que reforzó su jugada - numerosas respuestas de «satisfacción por la unión que se anuncia». Asimismo el texto fue difundido a través del periódico La Crónica y por la Gaceta Ministerial.
[259]  - Para entonces Pueyrredón conocía perfectamente - por nota de Lecor del 27 de noviembre- que el objetivo del ejército portugués era «alejar de la frontera del Brasil el germen del desorden y ocupar un país que se halla entregado a la anarquía», y que la operación se realizaba «en un territorio declarado independiente de la parte occidental», respetándose escrupulosamente los artículos del Armisticio de 1812. AA. Tomo XXXII, pág. 23.
[260]  -AHDU. pág. 316.
[261]    El supremo gobierno de las Provincias Unidas a Miguel Barreiro, 5 de diciembre
de 1816. AA. Tomo XXXII, pág. 35.
262.               - AA. Tomo XXXII, pág. 47-60.
263 - Una síntesis del plan de Artigas para enfrentar la invasión portuguesa, en: AA. Tomo XXI, pág. 241.
[264]  - Hernán Gómez. Historia de la Nación Argentina. Tomo X: Los territorios nacionales y límites interprovinciales hasta 1862. Buenos Aires: El Ateneo, 1962, pág. 510. MM. Contribución documental para la historia del Río de la Plata. Tomo IV, pág. 89.
[265]  - Emilio Loza. La invasión lusitana. Artigas y la defensa de la Banda Oriental. Tomo VI. Buenos Aires: El Ateneo, 1961, pág. 179.
[266]  - Esta instrucción fue dada a Barreiro el 7 de diciembre, al cabildo de Montevideo el día 9, y reiterada a Barreiro el 5 de enero de 1817. AA. Tomo XXXI, pág. 313. AA. Tomo XXXIII, pág. 9.
[267]  - Anaya, Apuntaciones históricas sobre la revolución oriental, pág. 85.
[268]  - AA. Tomo XXXII, pág. 152.
[269]  - Rodríguez, Historia deAlvear, pág. 573.
[270]  -«Cuando, en 1817, el cabildo de Montevideo salga a recibirá Lecor y afirme que solo “por temor y por fuerza” había obedecido al Precursor, hacía años, probablemente, que no hablaba con tanta sinceridad». Real de Azúa, El patriciado uruguayo, pág. 64.
[271]  - Pablo Blanco Acevedo. El federalismo de Artigas y la independencia nacional. Montevideo: Impresora Uruguaya, 1939, pág. 199.
[272]  - Maeso, Estudio sobre Artigas y su época, pág. 127.
[273]  - AGN-U, Correspondencia del general José Artigas al cabildo de Montevideo, pág. 22.
[274]  - Ante la persistente política de «no intervención» practicada por el Dr. Francia - mediante la cual expresaba su férrea decisión de no involucrarse en la guerra de Buenos Aires con el artiguismo -, el lider oriental, entre la impaciencia y la urgente necesidad del apoyo político paraguayo, procuró entenderse con otros referentes de la dii igencia del país, quienes resultarían finalmente derrotados por la corriente francista, que de allí en más rechazaría, o mejor ignoraría, los diferentes intentos dirigidos a lograr su participación en las luchas anticoloniales y civiles. Julio C. Chaves. Artigas en el alma paraguaya. Montevideo, 1952.
[275]  - AA. Tomo XXXIV, pág. 137.
[276]  - Si no existiera la copiosa documentación que la prueba, la coincidencia objetiva manifestada porel Directorio y el colonialismo portugués ¡nvasorde la Banda Oriental para «golpear juntos» al artiguismo quedaría plenamente en evidencia por este tipo de agresiones, que obligaban a la división de las fuerzas orientales forzadas o sostener dos frentes de combate simultáneamente, tal como lo reconocía Artigas: «Contra toda esperanza el gobierno de Buenos Aires nos promueve de nuevo la guerra. Al efecto ha desembarcado sus tropas en varios puntos del Entre Ríos. He tomado mis providencias para contenerlo. Si no bastasen me veré precisado a desatender la frontera...». Nótese la trama de sucesos que alimenta la agresión porteña, ya que en este caso «desatender la frontera» también implicaba debilitar el control sobre los sectores de las elites comarcales cada día más disconformes con la jefatura de Artigas, que evaluaban por entonces las ventajas de acomodarse al nuevo poder portugués instalado en Montevideo. Artigas al cabildo y pueblo de Maldonando, 8 de diciembre de 1817. AA. Tomo XX- XIV, pág. 162.
[277] - Diario de Manuel Ignacio Diez de Andino. Crónica santafesina, 1815-1822. Rosario: Junta de Historia y Numismática Americana, 1931, pág. 83.
[278]  - Alberto Demicheli. Origen federal araentino. Buenos Aires: De Palma, 1962, pág. 220.
[279]  - El camino que transitaba Pueyrredón no era solo de ida, tal como se comprueba en una nota de Otorgués al director supremo - del 2 de agosto de 1817- en la cual manifestaba haber hecho todo lo posible por el restablecimiento de la concordia con Buenos Aires, pero Artigas «mal aconsejado me ha estado faltando a sus promesas, y al fin me convencí de ser preciso hacerlo sin su consulta. Yo estoy de acuerdo con todos los paisanos de poder e influjo y puedo asegurar a V. que todo está listo... El objeto es obligar a don José Artigas a que oiga el clamor general sin dar lugar a demoras». AA. Tomo XXXII, pág. 336.
[280]     Ramón de Cáceres. Memoria postuma. Tomo XXIX. Montevideo: Revista Histórica, 1959, pág. 398.
[281]  - Lo cual fue reconocido por Artigas en más de una oportunidad: «Cuando toda mi actividad se preparaba para dirigir un esfuerzo vigoroso contra las tentativas de Portugal, cuando los paisanos todos se hallaban penetrados del más noble empeño por el sostén de su país, y con él la felicidad de todos, el gobierno de Buenos Aires apura sus movimientos alimentando nuestra desconfianza e imposibilitando nuestros esfuerzos». AA. Tomo XXII, pág. 239.
[282]  - De Cáceres, Memoria postuma, pág. 397.
[283]  - Hernán Gómez. El genera! Artigasy los hombres de Corrientes. Corrientes: Imprenta del Estado, 1929, pág. 184.
[284]  - Abandonado por las fuerzas artiguistas, el cuartel general de Purificación cayó en manos portuguesas el 9 de abril de 1818.
[285]  -AA. Tomo XXXIV, pág. 264. Acevedo, José Artigas, pág. 723.
[286]  - Al informar al gobierno portugués sobre la defección de Tomás García de Zúñiga, de quien recibiera «una sumisa carta», el general Lecor remarcaba que «por su inteligencia y astucia, por su riqueza, por los muchos esclavos que tiene -contando casi 400- y por comandar los Cívicos de Campaña, puede ser de mucho provecho para nuestros intereses con su influencia». AA. Tomo XXXIII, pág. 229.
[287]  - Bulnes había sido uno de los más importantes referentes del artiguismo en Córdoba durante -y después- de la fugaz incorporación de la provincia a los Pueblos Libres durante el gobierno de José Javier Díaz. Efraín Bischoff. Historia de Córdoba. Trabajos y comunicaciones 15. Buenos Aires: Plus Ultra, 1989.
[288]  -AA. Tomo XXXIII, pág. 292, véase también: MM. Contribución documental para la historia del Río de la Plata. Tomo V, pág. 261.
[289]  - Artigas al cabildo gobernador de Corrientes, agosto 1817. AA. Tomo XXXIV, pág. 106.
[290]  - Ejemplos de lo afirmado en: AA Tomo XXXIV, documentos 1191,1196,1198.
[291]  - El modo como son utilizadas las noticias y documentos como parte de la confrontación aparece claramente graficado, por un lado mediante la masiva difusión del Convenio firmado por los orientales Durán y Giro con el Directorio, y por el otro con la circulación de las denuncias realizadas por La Crónica Argentina sobre la complicidad de Buenos Aires con los invasores lusitanos.
292.              - Ana Frega. Pueblos y soberanía en la revolución artlguista. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2007.
[293]  - El sentido político de estos hechos - y el modo como eran en general comprendidos en ese momento fue bien ejemplificado por el general Lecor, al informar a su gobierno que «las tropas que Buenos Aires tenía en Entre Ríos fueron últimamente batidas por Artigas». AA. Tomo XXXIII, pág. 197.
[294]  - Halperín Donghi, De la revolución de la independencia a la confederación rosista, pág. 127.
[295]  - Diez de Andino, Crónica santafesina, 1815-1822, pág. 100.
296 - AA. Tomo XXXIV, pág. 9.
[297]  - Sobre el artiguismo y la prensa rioplatense, se puede consultar: Juan Pivel Devoto. «Advertencia». AA. Tomo XI.
[298]  - La imprenta oriental fue transportada a Buenos Aires por las tropas porteñas al abandonar Montevideo luego de la derrota en Guayabos, siendo posteriormente devuelta -en julio de 1815- al cabildo de Montevideo. Sin embargo, no alcanzaría a transformarse en un instrumento de la política artiguista por no hallarse - afirmaban los capitulares- persona capaz de hacerse cargo de sus publicaciones. A lo cual Artigas respondería - el 24 de noviembre de 1815 - manifestándoles que «para mí es muy doloroso no haya en Montevideo un solo paisano que, encargado de la prensa, de a luz
sus ideas ¡lustrando a los orientales y procurando instruirlos en sus deberes. Todo me penetra de la poca decisión y la falta de espíritu público que observo en ese pueblo». Pereda, Artigas, 1784-1850, pág. 464.
[299]  - El protector nominal de los pueblos libres D. José Artigas clasificado por el amigo del orden. Buenos Aires: Imprenta de los Expósitos, 1818. AA. Tomo XXXIV (reproducción facsimilar).
[300]  - Blanco Acevedo, El federalismo deArtigasyla independencia nacional, pág. 222.
[301]  - Acevedo, José Artigas, pág. 863.
[302]  - Ibíd., pág. 865.
[303]  - Ibíd., pág. 868.
[304]  - En las actas de la sesión secreta celebrada por el Congreso de Tucumán el 4 de septiembre de 1816 esta orientación se hallaba claramente plasmada: «Si el objeto del gabinete portugués es solamente reducir a orden la Banda Oriental, de ninguna manera podrá apoderarse de Entre Ríos por ser este territorio perteneciente a la provincia de Buenos Aires, que hasta ahora no ha renunciado el Gobierno ni cedido a aquella Banda». AA. Tomo XXX, pág. 126.
[305]  - El 26 de abril de 1815 -con el auxilio de milicias artiguistas- fue electo gobernador de la provincia el fuerte terrateniente Francisco Candioti; en contra de este pronunciamiento se produjo enseguida la invasión porteña comandada por Viamonte a la que hacemos referencia más adelante. Un resumen de la evolución política santafesina desde el comienzo de la revolución en: Manuel Cervera. Historia de la Nación Argentina. Tomo IX: Santa Fe 1810-1820. Buenos Aires: El Ateneo, 1961, pág. 107.
306 - De gran interés para analizar el momento político y sus derivaciones, resulta la nota dirigida el 28 de Julio por Candioti al director Álvarez Thomas exponiendo «los males» y «ningunas ventajas» del envió de las tropas porteñas a Santa Fe. AA. Tomo XXIX, pág. 228.
[307]  - AA. Tomo XXVIII, pág. 294.
[308]  - AA. Tomo XXVIII, pág. 297.
[309]  - Reyes Abadie, Bruschera y Melogno, El ciclo artiguista, pág. 382.
[310]  - AA. Tomo XXIX, pág. 337. Para apreciar la complejidad de la situación, al igual que las contradicciones y matices políticos presentes en los cuadros directoriales hacia julio-agosto de 1816, vale nuevamente el testimonio de Viamonte (quien poco antes había manifestado que prefería pelear contra el artiguismo antes que contra España), cuando preso en Purificación -tras su derrota en Santa Fe - escribía al director supremo que «el interés de la causa común pide hoy una conciliación»; mientras que, puntualmente frente al avance portugués, consideraba que «esta poderosa razón acalla toda otra por justa que sea entre nosotros mismos y pide la unión, a la que creo está dispuesto este Sr. General (Artigas)». AA. Tomo XXX, pág. 162.
[311] - AA. Tomo XXIX, pag. 353.
[312] - Dada la derrota de Viamonte sumada a las dificultades del ejército del norte para
operar en la guerra civil, y como ya había ocurrido luego de la caída de Alvear, la política porteña procuraba ganar tiempo frente a coyunturas de debilidad relativa, aun al costo de sacrificar a dirigentes prominentes. Ahora sería el turno de Álvarez Thomas y de Belgrano, que debieron abandonar sus puestos luego de acordado el pacto de Santo Tomé, mediante el cual el negociador Díaz Vélez endulzó el oído de santafesinos y orientales condenando formalmente el «despotismo y la arbitrariedad» del Director Supremo, al tiempo que se apuraban los pasos para concretar - y controlar- el Congreso de Tucumán.
313 - AA. Tomo XXIX, pág. 412.
314.- Emilio Ravignani. Asambleas Constituyentes Argentinas. Tomo VI. Buenos Aires. Instituto de Investigaciones Históricas, 1937, pág. 110. Se ha señalado que el tratado secreto «demuestra que Santa Fe en este momento encaraba ya sus problemas políticos con Independencia de Artigas, y que una vez lograda la solución de dichos problemas no vacilaría en desvincularse del Protector». Ardao y de Castellanos, Artigas, pág. 76. 315 - «Acaba de llegarme oficio del gobierno de Santa Fe. Por el verá - Informaba Artigas a Juan J. Durán en junio de 1815 - que nuevamente ha discordado aquel gobierno con Buenos Aires y todos refluyen al oriente como aun centro de apoyo. De todas partes nos buscan...». AA. Tomo XXII, pág. 237.
[316]  - AA. Tomo XXIX, pág. 425.
[317] - Cervera, Santa Fe 1810-1820, pág. 118.
[318]  - Ante la invitación realizada por el Congreso de Tucumán para el envío de diputados orientales, «sin despreciar su insinuación, mi respuesta ha sido que mientras los diputados comisionados por Buenos Aires no sellen de un modo público las cifras con la Banda Oriental no podríamos entrar en pactos sociales». Artigas al cabildo de Montevideo, 9 de junio de 1816. AA. Tomo XXI, pág. 232.
[319]  - Ejemplificando una vez más esta orientación, el gobierno de Buenos Aires escribía al gobernador de Santa Fe en septiembre de 1816: «Me es extraña la indicación de que el plan de estas transacciones exige que no se le desagrade a Don José Artigas, quien tiene a ese pueblo bajo su protección. Yo espero que usted quedará convencido deque si hemos de buscar un centro de unidad que legal y sólidamente sirva de apoyo, este no puede ser otro que el Soberano Congreso en que reside toda la autoridad de la Nación». AA. Tomo XXX, pág. 202.
[320]   - Al respecto, Gregorio Funes - comisionado por el Directorio ante las autoridades santafesinas- informaba en septiembre de 1816: «No pueden ocultarse a la penetración de V.E. las dificultades de que se halla erizada la conciliación de este pueblo. Hay que formar de nuevo la opinión pública, y persuadir a todos que el Gobierno de V.E. se halla desnudo de todas las miras de ambición y tiranía. Aun esto no basta, es preciso ganar también la confianza y el consentimiento del jefe de los orientales. Estas gentes han reconcentrado de tal modo su fortuna con la de dicho Jefe y sus secuaces que debe mirarse como identificada. Lo primero que se les oyó luego que me vieron arribara este pueblo fue que mi comisión debió tener su principio en Don José Artigas, como si la dependencia en que viven de Su Voz excluyese toda negociación por separado». AA. Tomo XXX, pág. 189.
[321]  - Mariano Vera al gobernador de Salta, Martín Güemes, 4 de noviembre de 1817. AA. Tomo XXXIV, pág. 117.
[322]  -Archivo Histórico de la provincia de Santa Fe. Correspondencia oficial 1817-1818. Libro copiador. Santa Fe, 1956, pág. 32.
[323]  - José C. Chiaramonte. «Legalidad constitucional o caudillismo: el problema del orden social en el surgimiento de los Estados autónomos del litoral argentino en la primera mitad del siglo XIX». En: Desarrollo Económico, n.° 102: Buenos Aires (1986), pág. 180.
[324]  - Busaniche, Santa Fe y el Uruguay, pág. 27.
[325]  - Acevedo, José Artigas, pág. 865.
[326]  - Diez de Andino, Crónica santafesina, 1815-1822, pág. 147.
[327]  - Joaquín Pérez. Artigas, San Martín y los proyectos monárquicos en el Río de la Plata y Chile. Montevideo, 1960, pág. 109.
[328]  - Leoncio Gianetlo. Estanislao López. Santa Fe: El Litoral, 1955, pág. 67.
[329]  - Bauzá, Historia de la dominación española en el Uruguay, pág. 299.
[330]  - AA. Tomo XXVIII, pág. 174.
[331]  - Washington Reyes Abadie. San Martín y Artigas. Encuentro y desencuentro. Separata Primer Congreso Internacional Sanmartiniano. Buenos Aires, 1978, pág. 448.
[332]  - Gómez, El general Artigas y los hombres de Corrientes, pág. 132.
[333]  - AA. Tomo XXXIV, pág. 251.
[334]  - Flavio García .Artigas y San Martín. Contribución documental sobre la mediación chilena de 1819. Montevideo, 1950.
[335]  - Según la opinión de Belgrano - en nota de marzo de 1819 a los mediadores chilenos- el movimiento político orientado por Artigas estaba compuesto por: «los anarquistas, mejor diré los salteadores de camino, ladrones, cuatreros y asesinos». En ibíd., pág. 46.
[336]  - Documentos del Archivo de San Martín. Tomo VI. Buenos Aires: Comisión Nacional del Centenario, 1910, pág. 18.
[337]  - Manuel Belgrano había sido antes de 1810, cuando muchos de los actores que observamos en el escenario de 1819 no soñaban siquiera con el destino que los aguardaba tan cercanamente, uno de los precursores de la independencia argentina e hispanoamericana. Fundador junto a Castelli, Vieytes, Beruti y otros dirigentes, del partido revolucionario más activo por la libertad de la colonia, tuvo un papel destacado durante los primeros tiempos de la insurrección compartiendo - bajo la orientación política de Moreno - la corriente democrática de Mayo, en la que se destacó por sus posturas proteccionistas de las artesanías locales y el fomento de su desarrollo en un sentido industrial, entre otros puntos a través de los cuales criticó agudamente las modalidades socioeconómicas del orden colonial. Derrotado el morenismo, y en el marco del predominio de la línea política impuesta por las nuevas clases dominantes en Buenos Aires, no pudo o no quiso resistir los contenidos antidemocráticos ínsitos en la perspectiva directorial, aunque nunca resignó su decidida vocación independentista de la primera hora. Para una visión más detallada de lo que afirmamos véase el capitulo I, y también: Eduardo Azcuy Ameghino. Nuestra gloriosa insurrección. La revolución anticolonial de Mayo de 1810. Trama política y documentos fundamentales. Buenos Aires: Imago Mundi, 2010.
[338]  - Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, pág. 432.
[339]  - En palabras de Artigas, una vez iniciada la invasión lanzada desde el Brasil, la lucha no podía ser sino «contra españoles y portugueses en la presente guerra que unos y otros tienen declarada a esta América del Sur». AA. Tomo XXXV, pág. 2.
[340]  - Webster, Gran Bretaña y la independencia de América Latina, 1812-1830, pág. 148.
[341]  - Barbagelata, Artigas y la revolución americana, pág. 171.
342 - Gianello, Estanislao López, pág. 79.
[343]  - Bartolomé Mitre. Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana. Buenos Aires: El Ateneo, 1959, pág. 440.
[344]  - Documentos del Archivo de San Martín. Tomo IV. Buenos Aires: Comisión Nacional del Centenario, 1910, pág. 612. En otro oficio, Pueyrredón preguntaba a San Martín: «¿Cuáles son tas ventajas que Ud. se ha prometido de esta misión? ¿Es acaso docitizar el genio feroz de Artigas, o traer a razón a un hombre que no conoce otra que su conservación, y que está en la razón de su propia conservación hacernos la guerra?».
[345]  - Más allá de que formalmente el relevo de Pueyrredón estaba previsto por el Reglamento provisorio de 1817 - al indicar que el director permanecería en el cargo hasta que se sancionase la constitución -, sería un error no observar el gran desgaste público de la figura del gobernante, sospechado de favorecer las miras del Brasil y resistido crecientemente por las provincias que veían avasalladas sus soberanías particulares.
[346]  - AHPBA. Documentos del Congreso de Tucumán. La Plata, 1947, pág. 382.
[347]  - AA. Tomo XXXVI, pág. 149.
[348]  - Diego Molmari. Viva Ramírez. Buenos Aires, 1938, pág. 89.
[349]  - AA. Tomo XXXVI, p.192.
[350]  - AHPBA, Documentos del Congreso de Tucumán, pág. 383. Como es sabido San Martín desobedeció esta orden y ofreció sus tropas a O’Higgins para la expedición al Perú. Poco después se sublevó en Arequito - el 7 de enero de 1820 - el ejército del norte bajo la influencia de los generales Bustos y Paz. Sobre la defección de los dos grandes ejércitos puede consultarse: Pérez, Artigas, San Martín y los proyectos monárquicos en el Río de la Plata y Chile, cap. 6.
[351] - Antonio Zinny. Biografía histórica del Río de la Plata. Buenos Aires, 1875, pág. 252.
[352]  - Acevedo, José Artigas, pág. 881.
[353]  - Barbagelata¡Artigasyla revolución americana, pág. 15.
[354]  - Gaceta de Buenos Aires, 7 de febrero de 1820.
[355]  - Acevedo, José Artigas, pág. 864.
[356]  - Documentos del Archivo de San Martín, pág. 154.
[357]  - José María Paz. Memorias postumas. Tomo I. Buenos Aires: Almanueva, 1954, pág. 166.
[358]  - Piccirilli, San Martín y la política de los pueblos, pág. 459.
[359]  - AHPBA, Documentos del Congreso de Tucumán, pág. 389.
[360]  - Ibíd., pág. 412. Por esos días el ex director Pueyrredón se refugió en Montevideo, donde fue muy bien recibido por el general portugués Lecor.
[361]  - El oficio intimatorio es el dirigido al Congreso el 27 de diciembre de 1819, que fue entregado por Ramírez luego de Cepeda y leído por aquella corporación el 7 de febrero.
362.- Acevedo, José Artigas, pág. 882.
[363] - AA. Tomo XXXVI, pág. 276 y 281.
[364]  - Ravignani, Asambleas Constituyentes Argentinas, pág. 131.
[365]  - ACBA. § IV. Tomo IX, pág. 81. En su Memoria Postuma, el general Lucio V. Mansilla reveló que «en el tratado público y secreto que yo conocía se estipulaba que... Buenos Aires entregaría a Ramírez una cantidad de dinero, un armamento para mil soldados y su oficialidad. En un momento de expansión y confianza con Ramírez le dije que juzgaba que Artigas no ratificaría el tratado... Ramírez me contestó que "si Artigas no aceptaba lo hecho lo pelearían’’-, y que si era de mi agrado me invitaba a la pelea. Conversé acerca de esto con el gobernador Sarratea y le manifesté la idea de acompañara Ramírez con el fin de trabajar por el tratado, haciendo lo que conviniera según el caso que se presentase. Sarratea aceptó y me dio una licencia temporal» Saldías, Historia de la Confederación Argentina, pág. 32.
[366]  - En 1819, abandonando su exilio en Montevideo (en manos portuguesas), los ge nerales Carlos de Alvear y José Miguel Carrera llegaron a Entre Ríos ofreciéndole sus servicios a Ramírez, con la idea de que la derrota del Directorio podría permitirles rein tegrarse activamente a la política en sus lugares de origen. Enterado Artigas, rechazc de plano la admisión de estos personajes, previniendo a Ramírez para que hiciera le mismo. Sin embargo, desoyendo estas indicaciones, el jefe entrerriano los acogió er su círculo íntimo. Pérez Colman, Entre Ríos (1810-1821), pág. 204.
[367]  - Pérez, Artigas, San Martín y los proyectos monárquicos en el Río de la Plata y Chile pág. 236. En otro oficio, apuntaba Lecor sobre la situación de Ramírez: «Todo esto se encamina a envanecerlo, viendo la importancia que se le da, y a hacer que desprecie a Artigas y se indigne de tener relaciones con él».
[368]  - AA. Tomo XXXVI, pág. 260.
[369]  - Sobre la resistencia oriental a la invasión portuguesa y los combates finales, incluido el postrer intento de contrainvasión al Brasil impulsado por Artigas en 1819, se puede consultar: Oscar Antúnez Olivera. Artigas como militar. Montevideo: El País, 1960, pág. 143. Loza, La invasión lusitana, pág. 165. Bauzá, Historia de la dominación española en el Uruguay, pág. 247. Un párrafo aparte merece la acción marítima - dirigida contra buques españoles y portugueses - de los llamados corsarios de Artigas. Precisamente en función de obtener protección y buena acogida para «los corsarios de esta república», fue que Artigas se dirigió a Simón Bolívar, revelando en esas pocas líneas su visión continental de la independencia americana (véase capítulo III).
[370]  - En febrero de 1820 Rivera formalizó su obediencia al «excelentísimo gobierno de la capital de Montevideo». AA. Tomo XXXVI, pág. 298.
[371]  - de Caceres, Memoria postuma, pág. 402. Un oficio de Rivera del 8 de marzo de 1820, señalaba: «Desde el momento en que determiné reconocer al Gobierno de la capital (portugués) como autoridad del país, nada más consulté que la aniquilación total de la anarquía y el restablecimiento de la tranquilidad». Acevedo, José Artigas, pág. 856.
[372]  - Expresando algo precipitadamente sus deseos, aunque anticipando rasgos del nuevo escenario político determinado por la invasión portuguesa, tres años antes el director supremo de Buenos Aires había afirmado que Artigas «se engaña si cree que su partido es el que fue en otro tiempo. Al hombre que pierde todos le huyen la cara, y tal va a ser su suerte». Pueyrredón a San Martín, 24 de enero de ¡817. AA. Tomo XXXIV, pág. 245.
373.               - El sector mayorltario del patriciado terrateniente-mercantil, que recibió bajo palio al invasor Lecor, estaba integrado por «hombres como Juan José Duran, que había estado en Montevideo durante el primer sitio, integrante del Congreso de Abril y electo para el Gobierno Económico de Canelones, miembro del Gobierno Municipal elegido porel Congreso de Capilla Maciel, Gobernador Intendente durante la dominación porteña del año 14, miembro del cabildo gobernador de 1816 e integrante con Juan Francisco Giró de la misión que ante Pueyrredón abdicara de los principios artiguistas y fuera repudiada por el jefe de los orientales». Lucía Sala de Tourón, Nelson de la Torre y Julio Rodríguez. Artigas: tierra y revolución. Montevideo: Arca, 1974, pág. 45.
[374]    Al respecto, resultan especialmente llamativas opiniones como la de Joaquín Pérez, quien siendo autor de una de las obras más interesantes y documentadas sobre el proceso político rioplatense entre 1818 y 1820 - reivindicando la perspectiva artiguista - concluye que la diferencia de opinión de (y con) Artigas «no significaba que con la firma del tratado Ramírez y López renegaran del ideario artiguista o lo hubieran mutilado en su aspecto doctrinario. Todo lo contrario». Pérez, Artigas, San Martín y los proyectos monárquicos en el Río de la Plata y Chile, pág. 231.
[375]  - «En ese año de 1820, murió el carácter revolucionario del federalismo y se cerró el ciclo de la Revolución de Mayo». Sala de Tourón, de la Torre y Rodríguez, Artigas: tierra y revolución, pág. 26.
[376]  - Aportando otra pincelada al retrato del momento político en curso, tanto como realzando la centralidad de la figura del líder oriental en el escenario histórico actualmente argentino, luego de la sublevación del ejército del norte en Arequito, uno de sus principales jefes y próximo gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos, se dirigió a Artigas - el 17 de febrero- pidiéndole su apoyo para la reunión de un nuevo congreso de las provincias: «Espero que V.E. como el más interesado en esta grande obra coopere por su parte á la más pronta formación de dicho Congreso, pues con este paso acabará V.E. de afianzar para siempre su reputación pública y estas Provincias y el mundo entero reconocerán en la persona de V.E. el Washington de ellas y de Sud América». Carlos Segreti. «Últimos contactos de Artigas con Córdoba». En: Boletín histórico del Estado Mayor del Ejército, n.° 88-91: Montevideo (1961).
377.               - Maeso, Estudio sobre Artigas y su época, pág. 222.
[378]  - Azcuy Ameghino, Artigas en la historia argentina, pág. 204.
[379]  - Molinari, Viva Ramírez, pág. 152. El calificativo de «traidor» que luego Artigas aplicaría a Ramírez parece autorizarse en declaraciones como la mencionada.
[380]  - Diez de Andino, Crónica santafesina, 1815-1822, pág. 202.
[381]  - Barbagelata, Sobre la época de Artigas, pág. 160.
[382]  - Acevedo, José Artigas, pág. 898.
[383]  - Ibíd., pág. 899.
[384]  - Digo «insólita» por ser un presunto artiguista quien enuncia el discurso, en cuya polifonía se descubren fuertes resonancias directoriales.
[385]  - Una semblanza de este irlandés que llegaría a ser jefe artiguista en la provincia de Corrientes en: Enrique Patiño. Los tenientes de Artigas. Montevideo: Monteverdey Cía., 1936. John P. Robertson y William P. Robertson. Cartas de Sudamérica. Buenos Aires: Nova, 1946, pág. 71.
[386]  - Federico Palma. El Congreso de Abalos. Montevideo: Instituto de Investigaciones Históricas, 1951, pág. 51.
[387]  - Cabe remarcar - lo cual no sucede a menudo en la historiografía uruguaya - la posición política de Fructuoso Rivera, la que sin duda estimulaba los afanes de Ramírez, a quien le escribía el 5 de junio de 1820: «Es de necesidad disolver las fuerzas del general Artigas, principio de donde emanarán los bienes generales y particulares de todas las provincias, al mismo tiempo que sera salvada la humanidad de su más sanguinario perseguidor. Los monumentos de su ferocidad existen en todo este territorio, ellos excitan a la compasión y mucho más a la venganza». AA. Tomo XXXVI, pág. 356.
[388]  - Gómez, El general Artigas y los hombres de Corrientes, pág. 215. Ampliando la acusación de que Ramírez defendía ahora los mismos principios que antes había combatido, decía Artigas: «Este es el nudo gordiano que yo no puedo desatar, y a lo cual debe usted responder después de su comisión. Usted se engaña miserablemente en sus atribuciones a la sola provincia de Entre Ríos. Debe usted considerar que en diez años de sacrificios todas a la par han prodigado sus esfuerzos y no debió olvidar los intereses de las otras que estaban en el rol de la Liga. Por este principio creyó Ud. mezquina la conducta de Santa Fe el año anterior cuando firmó armisticio con Buenos Aires, y hoy insta contra Ud. la misma acusación habiendo celebrado los intereses de la convención por la provincia de Santa Fe y Entre Ríos quedando excluidas las demás. El público que siempre decide por los hechos sabrá discernir del mérito de sus pretextos. Yo por mi parte no debo aprobar esa conducta, que no está arreglada por los intereses de una Liga ofensiva y defensiva».
[389]  - Gómez, El general Artigas y los hombres de Corrientes, pág. 317.
[390]  - de Cáceres, Memoria postuma, pág. 593. El valor de este testimonio aumenta en la medida que Cáceres revistaba en ese momento en las filas del caudillo entrerriano, compartiendo la tenaz persecución que este hacía de Artigas.
[391]  - Luego de afirmada la invasión portuguesa, las fuerzas de Artigas «se fueron reduciendo en la provincia Oriental a las gentes de condición más humilde. Entre quienes continuaron luchando hasta el final se contaron peones, antiguos faeneros clandestinos, negros que alcanzaron la libertad al huir de sus amos enemigos de la revolución, e indios guaraníes y del complejo chaná-charrúa». En: Lucia Sala. «Democracia durante las guerras por la independencia en Flispanoamérica». En: Nuevas miradas en torno al
artiguismo. Comp. por Ana Frega y Ariadna Islas. Montevideo: UDELAR, 2002, pág. 107.
392.               - Azcuy Ameghino, Artigas en la historia argentina, pág. 210.
393 La visión de Artigas como prisionero -y no asilado - del gobierno del Paraguay, puede consultarse en Alfonso Fernández Cabrelli. Los orientales. Tomo I. Montevideo: Grito de Asencio, 1973, pág. 116.
[394]  - Daniel Hammerly Dupuy. Rasgos biográficos de Artigas en el Paraguay. Montevideo: El País, 1960, pág. 252.
[395]  - Julio C. Chaves. El supremo dictador. Madrid: Atlas, 1964, pág. 278.
[396]  - Una síntesis de la vida de Artigas en el Paraguay, en: Washington Reyes Abadie. Artigas. Antes y después de la gesta. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2006.

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