«Primeramente pedirá la declaración de la
independencia aosoluta de estas colonias, que ellas están absueltas de toda
obligación de fioeiidad a la corona ae España... Art. 2o No admitirá
otro sistema que el de Confederación para el pacto recíproco con las provincias
que formen nuestro estado».
Instrucciones artiguistas a la Asamblea de 1813
La actuación revolucionaria de
José Artigas en el complejo escenario de las luchas por la independencia
rioplatense se extendió desde su incorporación a la causa patriota en febrero
de 1811, hasta septiembre de 1820, cuando comenzó su larga internación en el
Paraguay de Gaspar Rodríguez de Francia; sitio en el que falleció en 1850, sin
conocer el «Uruguay independiente», fruto de la frustración de su programa de
unidad sudamericana.[1]
Esta década de vigencia del
artiguismo es parte inseparable de la historia «argentina» del período, la que
resulta de muy difícil comprensión, o decididamente tergiversada, si - como han
hecho tanto la historiografía liberal tradicional como la revisionista - se
recorta el papel de Artigas como conductor de la principal corriente de
oposición y alternativa a los proyectos políticos de las dirigencias porteñas.
Por otra parte, algunos autores
han manipulado interpretativamente la figura de Artigas, aprovechando que su
condición de hacendado y líder rural permite - al menos formalmente - analogías
con otros caudillos argentinos. En este sentido, se pretendió que Artigas fuera
considerado como prefiguración y antecedente de Rosas, uno de los más
importantes terratenientes precapitalistas de su tiempo: «Artigas, precursor
del federalismo argentino, en cuyo ejemplo hubo de inspirarse nuestro Juan
Manuel».[2]
Al practicarse la asimilación de
ambos personajes -y como condición de su posibilidad - se debe inevitablemente separar a Artigas del Mayo de Moreno, y
enfrentarlos. Se debe ocultar que en materia de unidad y organización de
las provincias, uno bregó diez años por constituirlas democráticamente; y el
otro, por más de veinte años, sostuvo la inmadurez de los pueblos para darle un
orden definitivo a la nación en construcción.[3]
Rosas hizo de la propiedad
territorial un factor de privilegio y poder, mientras Artigas produjo un Reglamento de tierras, política y
doctrinariamente contrario a las concepciones señoriales del gobernador
porteño.
Asimismo, el orden social
seriamente alterado por el estallido revolucionario significó para Artigas una
posibilidad abierta para introducir reformas profundas en el entramado
colonial; para Rosas, en cambio, se trate de un desorden y una «anarquía» que
debía remediarse cuanto antes: «E; imposible el orden sin que lo respeten y lo
tengan los que habitan la campaña; y es imposible se consiga esto mientras las
funciones de los jueces no sean aliviadas y descansen con las bien desempeñadas
de una policú rural».[4]
En otro documento, presentado al
gobierno de Buenos Aires diez año: después de la revolución, Rosas afirmó: «La
debilidad individual, y la común necesidad de seguridad son objetos que ofrece
la campaña al que 1í observa; los
bienes de la asociación han ido insensiblemente desaparecien do desde que nos
hemos declarado independientes. Todo menos derecho i civilización se encuentra
en la campaña... Los tiempos
actuales no son los de quietud y los de tranquilidad que precedieron a 25 de
Mayo».[5]
El mismo Rosas descubre la clave
interpretativa del asunto cuando escribe desde Southampton en 1868: «En más de cincuenta
años de revolución, en esas Repúblicas, hemos podido ver la marcha de la enfermedad política, que se llama revolución,
cuyo término es la descomposición del cuerpo social».[6]
Esta perspectiva reaccionaria se
expresó también, entre otras actitudes y opiniones, en la crítica que efectuara
a las posturas antiesclavistas de Lincoln en la guerra civil estadounidense; o
a la supuesta «falta de mano dura», en tanto razón que explicaría porque
Inglaterra «perdió» a los Estados Unidos. Dentro de este orden de
razonamientos, resulta lógico que Rosas haya sido considerado el «restaurador
de las leyes» y del orden social -ya sin España- propio de la colonia.
Artigas, en cambio, fue un
acérrimo partidario de la revolución - en gran medida un producto de esta - y aceptó el desorden social como una posibilidad
abierta para comenzar la democratización del antiguo régimen: «los
elementos que debían cimentar nuestra existencia política se hallaban
esparcidos entre las mismas cadenas y solo faltaba ordenarlos para que operasen».[7]
De todos modos, sin perjuicio de
las puntualizaciones anteriores, el principal escollo que ha impedido la plena
integración de la figura de Artigas en la historia argentina fue y es la visión
oficial, oligárquica y liberal, comprometida desde sus mismos orígenes con las
dirigencias que enfrentaron y sufrieron su actividad revolucionaria.
Solo ese compromiso con los
sectores hegemónicos de la elite terrateniente-mercantil, y con sus
continuadores en el tiempo, puede explicar el acuerdo explícito de
historiadores como Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López para denigrar al
caudillo oriental: «Los dos, usted y yo, hemos tenido la misma predilección por
las grandes figuras y las mismas repulsiones por los bárbaros desorganizadores
como Artigas, a quienes hemos enterrado históricamente».[8]
Desde otra matriz
historiográfica, estudiosos como Saldías también denostaron a Artigas y su
«pretendida federación, en la que no cabían más que él y su sangriento
despotismo».[9]
Más recientemente, en especial
durante las dos últimas décadas del siglo xx, las grandes corrientes
interpretativas tradicionales fueron parcialmente relegadas, sobre todo en los
ámbitos académicos, por una nueva visión del pasado -posibilista, justificadora
y conservadora- que en nombre de una renovación historiográfica de temas,
problemas e interrogantes, en muchos casos no representó más que la puesta en
línea del estudio del pasado con un tiempo signado por la derrota de las
experiencias revolucionarias, la globalización y el neoliberalismo.
Naturalmente, tampoco en este contexto Artigas ha logrado recuperar plenamente
la estatura histórica que surge de su acción y su doctrina.
Enfrentando pues a las visiones tradicionales, y
lejos de las indefiniciones de muchas elaboraciones «renovadoras», la
interpretación que sustentamos en este libro afirma sin equívocos que Artigas recoge, expresa y desarrolla la mejor
tradición de Mayo.
«Aspirar al mando exclusivo de las demás provincias
y renovar en nuestro continente el sistema metropolitano, adoptado por la
antigua España, seria un error contrario a los principios que sirven de base a
nuestra constitución, y a nuestro patriotismo seria un problema; más claro: no
haríamos mas que Imitara los mismos tiranos que detestamos».
Juan José Castelli
Producida la revolución, el
concepto de «soberanía popular» estuvo en la base de su fundamentación
doctrinaria, ya que prisionero el rey español de Napoleón, se rompía el «pacto
social» por el que los pueblos se subordinaban a su autoridad, recuperando de
ese modo sus antiguos derechos.
Sobre la base de este argumento,
la Primera Junta revistió el carácter de provisoria
hasta que se reunieran los representantes de todos los pueblos;[10]
del mismo modo las expediciones militares despachadas desde Buenos Aires se
titularon «auxiliadoras», pues - como lo enfatizó Castelli en c| Alto Perú - si
la capital virreinal se limitara a reproducir respecto a las provincias un
sistema de poder como el que hasta entonces había impuesto el colonialismo «no
haríamos más que imitar a los mismos tiranos que detestamos».[11]
El máximo exponente de esta
doctrina fue Mariano Moreno, quien la planteaba así: «La disolución de la Junta
Central restituyó a los pueblos la plenitud de sus poderes, que nadie sino
ellos mismos podían ejercer, desde que el cautiverio del rey dejó acéfalo el
reino y sueltos los vínculos que lo constituyen centro y cabeza del cuerpo
social. En esta dispersión... cada pueblo reasumió la autoridad que de consuno
habían conferido al monarca».[12]
Estos conceptos son doctrinariamente idénticos a los postulados por
Artigas al estipular en 1813, rechazando las pretensiones hegemónicas
del centralismo porteño, que «la soberanía particular de los pueblos será
precisamente declarada y ostentada, como objeto único de nuestra revolución».[13]
Como si presintiera el rumbo
político que predominaría tiempo después, Moreno advirtió sobre los peligros
del despotismo al señalar que Buenos Aires debía tener una conducta capaz de
«inspirar a los pueblos hermanos la más profunda confianza en esta ciudad que
miró siempre con horror la conducta de esas capitales hipócritas, que declaraban guerra a los tiranos para ocupar la
tiranía que debía quedar vacante con su exterminio».[14]
Vale destacar que estas opiniones
- tan filosas, tan claras - no eran confidenciales, o de circulación
restringida; al contrario, fueron publicadas por la Gaceta y difundidas en todo el virreinato.
Se trataba de una concepción
ideológica y un camino político que - asociado a los nombres de Moreno,
Castelli, Belgrano y otros patriotas - predominó en las acciones de la Junta
hasta fines de 1810, resultando su expresión más acabada el «Plan de Operaciones que el gobierno
provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica
para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia».[15]
Durante ese período, el
contenido del pronunciamiento anticolonial del 25 de Mayo es el que ordena y
jerarquiza los diferentes puntos de vista, definiendo los campos enfrentados:
patriotas americanos y españolistas.
Las revoluciones se producen en
momentos históricos excepcionales, y difícilmente las ideas dominantes hasta
entonces en la sociedad resultan adecuadas para interpretarlas, razón por la
cual solo parcialmente el historiador hallará allí sus respuestas.
Ilustrando este concepto, con el
agravante eventual de localismos y «nacionalismos», algunos autores acaban
proponiendo - incluso en contradicción con su propia visión más general -
explicaciones que reproducen los argumentos de la reacción colonialista: «En
realidad, el programa revolucionario concebido en su más amplia expresión se
encuentra en el criterio defendido por los propios españoles». ¿Y cuál era ese
criterio? Pues que la revolución podría realizarse «solo después de oídos todos
y en vista de su conformidad».[16]
El problema era que entre los «todos» que debían prestar su conformidad se
encontraban los realistas de Córdoba, Paraguay, Alto Perú, la Banda Oriental,
etc. Sin duda uno es el sentido de lograr la igualdad de las provincias con la
capital en boca de Cisneros, Elfo o Goye- neche; y otro en la de Artigas,
Francia o Moreno. Y es la revolución la que
otorga los sentidos.
Está absolutamente fuera de esta
discusión la justeza y pertinencia de las polémicas y conflictos que las
dirigencias patriotas provinciales - sobre la base de compartir e impulsar el
pronunciamiento de Mayo - sostuvieron al resistir las políticas centralistas y
hegemónicas.
Pero aun así, no podemos
compartir que se enfatice que «las expediciones de Ortiz de Ocampo y Castelli
al Alto Perú y la de Belgrano al Paraguay, fueron campanadas de alarma».[17]
¿Alarmapara quién? Secundariamente
para los pueblos a los que no se les planteaban con claridad y sin reservas las
propuestas revolucionarias; pero alarma, principalmente para Liniers, Nieto,
Velasco y otros reaccionarios, que trataron de confundir el interés
colonialista que defendían con el de los pueblos y provincias.
La interpretación propuesta,
basada en la aceptación de la necesidad y prioridad del despliegue de la
iniciativa revolucionaria - acicateado por «el inminente peligro de la demora»
- la creemos válida para el período en que
la política porteña se guió por la línea de Moreno, que por sus
contenidos democráticos garantizaba, hasta cierto punto, la igualdad y libertad
de los pueblos y provincias.
Derrotada esta orientación en
diciembre de 1810, y tras el período -ya sin Plan de Operaciones - en que el peso de las
provincias interiores en la composición de la Junta Grande permitió que en alguna
medida todavía encontraran expresión los puntos de vista regionales, se impuso
una orientación unitaria y centralista con la instalación del Primer
Triunvirato.
Comenzaba a quedar claro que la
aristocracia terrateniente y mercantil bonaerense no iba a ir más allá de
desempeñar el papel que antes cumplía España en el sistema colonial, frustrando
los intentos de modificar aspectos relevantes de la estructura socioeconómica
heredada mediante reformas profundas de contenido democrático.[18]
De esta manera, a partir de
mediados de 1811, fue cada vez mayor el peso
de los consejos y presiones de la diplomacia británica, contraria -
según el embajador Strangford - a «todo intento prematuro por parte de esas
colonias de declararse independientes». En igual sentido influyeron sobre la
política del Triunvirato la suerte adversa de las campañas militares y la
creciente dificultad que encontraba para contener bajo su dominio a las
distintas expresiones de la movilización de los pueblos, que estimulados por la
lucha contra la metrópoli pretendían también afirmar la autonomía de sus
provincias y mejorar sus condiciones de existencia, aspiraciones que en más de
una ocasión serían motejadas por las elites hegemónicas con los nombres temidos
de «anarquía» y «federalismo».
En relación a la influencia de
los vaivenes de la guerra, debe señalarse que si bien la derrota de Huaqui y la
amenaza portuguesa en la Banda Oriental suponían serios peligros - y duras
pruebas al temple de los revolucionarios - también se contabilizaban sucesos
favorables: en las Piedras se había inflingido una importante derrota a las
fuerzas de Elío; en el Paraguay, la revolución del 14 y 15 de mayo había
eliminado el poder español en una región de gran importancia estratégica, lo
que no podía dejar de inquietar a los portugueses. Finalmente, el entusiasmo y
el valor de los hombres convocados por la defensa de su patria se presentaban
-y de ese modo lo comprendió Artigas - como factores decisivos para el triunfo.
Sin embargo, para las
dirigencias que dictaban la política del momento, todo debía adecuarse a la
consecución de la estabilidad de su gobierno, y al acompasamiento -y adaptación
- de la situación local a los vaivenes de la lucha en Europa, facilitando
mientras tanto la profundización del librecambio de los cueros vacunos por las
manufacturas importadas.
Este modelo imponía mantener
bajo control las situaciones provinciales, razón por la cual se tendió a
concentrar cada vez más en Buenos Aires el ejercicio del poder y la dirección
del proceso abierto en 1810, reafirmándose al efecto las prerrogativas que como
capital virreinal le habían correspondido en el antiguo régimen.
El localismo de mira estrecha y
algunas poco honorables negociaciones diplomáticas fueron también consecuencias
de la regresión programática de la
conducción patriota, elocuentemente plasmada en el Tratado de Pacificación de
1811, en el protectorado inglés propuesto por Alvear en 1815, y en las
gestiones directoriales relacionadas con la invasión portuguesa de la Banda
Oriental en 1816.
Así, a los pocos meses de
producirse, el pronunciamiento de Mayo cristalizaba - como se expuso en el
capítulo I - tendencias políticas contrapuestas que, aunque coincidentes en lo
antiespañol, se caracterizaron por su contenido más democrático y radical una,
y por su creciente autoritarismo conservador la otra. Es decir, dos caminos, dos perspectivas y dos modos de
comprender la revolución, sus fines y objetivos.
Sobre esta base sostenemos que
José Artigas, tanto por su firmeza in- dependentista como por los contenidos
reformistas de su pensamiento socioeconómico, fue el principal continuador de
lo esencial de la doctrina inspirada por Moreno.
Aunque tal afirmación queda
demostrada por el sentido y contenido de su propia acción política, vale no
olvidar que el líder oriental «era lector de la Gaceta, órgano oficial del poder
revolucionario del Río de la Plata. Párrafos de la oración de abril, como los
que aluden a la veleidad de los hombres y al freno de la Constitución, revelan
inequívocamente el influjo de los artículos que en ella había escrito Mariano
Moreno».[19]
También según las palabras de un
protagonista de aquellas jornadas, Artigas «proclamaba la federación porque fue
la clase de gobierno que se le hizo entender al principio de la revolución que nos
convenía. Estas eran las doctrinas del finado doctor Don Mariano Moreno».[20]
Tan «argentino» como el que más,
la incorporación del dirigente oriental en nuestra historia significa una dura
prueba para todos los personajes del pasado, quienes deberían estudiarse -
contrastados y reinterpretados - a la luz de una realidad que recupera, con
Artigas, la totalidad de sus contenidos.
«El fuego patriótico electrizaba los corazones y
nada era bastante a detener su rápido curso, los elementos que debían cimentar
nuestra existencia política se hallaban esparcidos entre las mismas cadenas y
sólo bastaba ordenarlos para que operasen».
Artigas, 1811
José Artigas desertó de las
fuerzas al mando del virrey Elfo en vísperas del Grito de Asencio.[21]
Este suceso, «extraordinario para la marcha de la revolución de 1810»,[22]
se produjo el 15 de febrero de 1811, cuando el entonces oficial del cuerpo de
blandengues marchó hacia Buenos Aires para formalizar su adhesión a la lucha
contra el colonialismo español.[23]
Llegaba convocado por las
consignas de la primera hora. Su incorporación al movimiento revolucionario
había sido prevista por Moreno - en el Plan
de Operaciones - como un aporte decisivo para el éxito de la
insurrección en la campaña oriental: «Sería muy del caso atraerse a dos sujetos
por cualquier interés y promesas, así por sus conocimientos, que nos consta que
son muy extensos en la campaña, como por sus talentos, opinión, concepto y
respeto, como son los del capitán de dragones don José Rondeau, y los del
capitán de blandengues donjosé Artigas; quienes puesta la campaña en este tono,
y concediéndoseles facultades amplias, concesiones, gracias y prerrogativas,
harán en poco tiempo progresos tan rápidos, que antes de seis meses podría
tratarse de formalizar el sitio de la plaza».[24]
En las antípodas de Moreno,
también los españoles de Montevideo supieron aquilatar la trascendencia del
suceso, como lo ilustra la opinión del jefe de su apostadero naval: «En
resumen, las principales causas de la revolución en la campaña fueron las
providencias del virrey, sus disposiciones pueriles para contenerla y la
deserción del capitán José Artigas, sin la
cual y a pesar de todo no se verifica».[25]
Artigas regresó de la capital
con una corta ayuda, el rango de coronel y la promesa de estrechar el bastión
realista en el Plata a la sola influencia de sus murallas. Carlos Anaya,
protagonista y memorialista de aquellos sucesos, anotó al respecto: «El brioso
comandante don José Artigas, correspondiendo a la alta estimación de aquel
gobierno, aseguró que regresado a su patria con aquel auxilio, no dudaba que
todos sus blandengues que se encontrasen libres se le reunirían, así como los
habitantes, vecinos y oficiales se incorporarían a sus fines contra el enemigo
común; y que bajo tales principios ofrecía y aseguraba al gobierno, dar por
sitiada la plaza de Montevideo, como lo cumplió exactamente».[26]
Efectivamente, esto ocurriría
luego de la gran victoria de Las Piedras, que Artigas dirigiera personalmente.
En el parte que envió a la Junta luego de la batalla, destacó el papel que le
cupo al entusiasmo revolucionario de sus paisanos en el desenlace de la lucha:
«la superioridad en el todo de la fuerza de los enemigos, sus posiciones
ventajosas, su fuerte artillería y particularmente el estado de nuestra
caballería, en su mayor parte armada de palos con cuchillos enastados, hacen
ver indudablemente que las verdaderas ventajas que llevaban nuestros soldados
sobre los esclavos de los tiranos estarán siempre selladas en sus corazones
inflamados del fuego que produce el amor a la patria».[27]
Más allá de una lectura
superficial de estas líneas, que solo fye su atención en la exaltación del
patriotismo, es posible apreciar la relación
que Artigas establecía entre el hombre y el arma: una «técnica» superior
en manos de «los esclavos de los tiranos» podría ser derrotada por soldados
mental y afectivamente comprometidos con la causa por la que combaten y los
dirigentes que la expresan.
A lo largo de toda su trayectoria
política y militar, esta concepción - ciertamente popular- se mantendría
inamovible, resultando el secreto último de más de uno de sus triunfos y,
fundamentalmente, de la pertinaz resistencia opuesta a la invasión del
colonialismo portugués entre 1816 y 1820.
Luego de las Piedras y de
concretado el sitio sobre Montevideo - con lo cual Artigas cumplía rápidamente
los compromisos contraídos - nuevos sucesos complicaron el panorama de las
fuerzas revolucionarias: en julio de 1811 un ejército «pacificador» portugués
ingresó en la Banda Oriental en apoyo de Elío, quien en nota a su comandante -
el general Diego de Sou- za - afirmaba: «Estoy seguro que con la llegada de
V.E... y combinación de nuestros planes y medidas dirigidos a un propio objeto,
desaparecerá como el humo esa gavilla de bandidos ignorantes hasta del manejo
de las armas, y sólo muy a propósito para la seducción y cometer
traicioneramente otros atentados».[28]
Resulta evidente que el jefe
español subestimaba la fuerza de sus enemigos, tanto como se engañaba con la
supuesta ayuda enviada desde Brasil, detrás de la cual se ocultaba mal el
antiguo expansionismo lusitano.
Frente al hecho consumado de la
presencia militar portuguesa, el ejecutivo de Buenos Aires, desoyendo la
opinión en contrario de Artigas - que se opuso a «abandonar a la furia y saña
de los españoles tantos orientales como había comprometido» -[29]
juzgó imposible mantener el sitio de Montevideo y ordenó la evacuación de las
tropas. Esto se concretó luego de la firma de un Tratado de Pacificación -
rubricado por el Triunvirato el 20 de octubre de 1811 - por el cual los
realistas compensarían el retiro porteño gestionando la misma actitud por parte
de los portugueses, asegurándose nuevamente el control de la campaña uruguaya.
Con referencia a este tratado,
debe recordarse que el 2 de septiembre ya se había concertado un Acuerdo
Preliminar, el cual sin embargo no sería luego ratificado por la Junta Grande
debido a la resistencia de los orientales,[30]
reforzada por diversas manifestaciones de oposición registradas tam-

bien en la capital. El cabildo, por ejemplo, propuso que el control de la Banda Oriental, que se establecía quedaría en manos de Elfo, fuera limitado a la plaza de Montevideo «y en lo que alcance el tiro de cañón, por no ser propio, ni regular, que se entreguen bajo su dominación a tantos vecinos y habitantes que poseídos del más puro patriotismo, se han declarado por la justa causa, de que podrían resultar consecuencias demasiado tristes».[31]
Atendiendo a sus contenidos
fundamentales, el Tratado de Pacificación establecía el reconocimiento de
Fernando VII, y «la unidad indivisible de la nación española, de la que forman
parte integrante las provincias del Río de la Plata en unión con la
península...».
Se convenía también enviar inmediatos
auxilios a España y un diputado a las Cortes Generales. A su vez, en el
artículo sexto - de incalculable trascendencia en la génesis del artiguismo -
se acordaba: «Las tropas de Buenos Aires desocuparán enteramente la Banda
Oriental del Río de la Plata hasta el Uruguay, sin que en toda ella se
reconozca otra autoridad que la del Exmo. Sr. Virrey». En el séptimo se
establecía que «los pueblos del Arroyo de la China, Gualeguay y Gualeguaychú,
situados entre ríos, quedarán de la propia suerte, sujetos al gobierno del
Excmo. Sr. Virrey». A cambio de todas estas concesiones, Elío se comprometía a
que «las tropas portuguesas se retiren a sus fronteras» y a levantar el bloqueo
del puerto bonaerense.[32]
No resulta difícil descubrir que
detrás de la concepción y ratificación de este acuerdo, se movilizó activamente la influencia de la
diplomacia inglesa, interesada en mantener un status quo que favoreciera su política de
«mediación»,[33]
y con ella el libre acceso de sus barcos a todos los puertos y
mercados del Plata. Esta afirmación se ve confirmada por la nota - del 22 de noviembre - de Strangford al secretario de Estado inglés Lord Wellesley, informando que con el convenio habían sido removidos todos los obstáculos al comercio británico.[34]
mercados del Plata. Esta afirmación se ve confirmada por la nota - del 22 de noviembre - de Strangford al secretario de Estado inglés Lord Wellesley, informando que con el convenio habían sido removidos todos los obstáculos al comercio británico.[34]
Artigas por su parte, en oficio
a la junta del Paraguay, juzgó el Tratado con extrema severidad: «por él se
priva de un asilo a las almas libres en toda la Banda Oriental, y por él se entregan pueblos enteros a la dominación
del mismo señor Elío, bajo cuyo yugo gimieron. ¡Dura necesidad!».[35]
Fue en ocasión de estos hechos
que distintos grupos de orientales - entre los que se contaban numerosos
hacendados y mercaderes crecientemente distanciados de la cúpula de la elite
local que permanecía en Montevideo fiel a España - protagonizaron sus primeras
reuniones políticas formales, conocidas por los sitios en que tuvieron lugar
como de la Panadería de Vidal y de la quinta La Paraguaya.[36]
En ellas se consagró la jefatura
militar de Artigas, y se tomaron las resoluciones que poco después harían al
pueblo oriental protagonista de una de las páginas mayores de la emancipación
americana: la emigración o éxodo (la
«redota») de la población patriota hacia el Entre Ríos - donde acamparon en el
Salto Chico occidental y luego en el Ayuí, cerca de Concordia - huyendo de las
consecuencias de la «pacificación».[37]
Respecto a esta iniciativa
fundacional del movimiento político artiguis- ta, informa Anaya, algo
exageradamente,[38]
que «la expedición se compuso de 900 carretas con familias y habitantes,
llegándose a formar un padrón de 16.000 almas en el punto del Salto del Uruguay
donde se estableció el ejército oriental».[39]
A pesar de las prevenciones que incipientemente comenzaban
a manifestarse en Buenos Aires respecto a la conducta de los orientales, el 15
de noviembre de 1811 el Triunvirato nombró a Artigas «Teniente Gobernador,
Justicia Mayor y Capitán de Guerra» del departamento de Yapeyú, con la misión
de organizar la fuerza militar, disciplinarla y ponerla en estado de obrar. Nótese
que en virtud de este nombramiento, que facilitaría el arraigo de su influencia
política en la región, Artigas forma parte de los gobernadores argentinos
legalmente constituidos.[40]
El año 1812 se inició para los
orientales bajo el signo del exilio y la reflexión sobre un destino que
aparecía tan incierto como peligroso. Artigas buscó por entonces un
entendimiento con el Paraguay[41]
al tiempo que tejía múltiples lazos con los pueblos del Litoral mesopotámico,
que conocieron y respetaron la constancia y fidelidad a la causa revolucionaria
del pueblo emigrado.
Mientras tanto, las tropas
portuguesas - que habían hecho poco caso del tratado de Pacificación -
sostenían frecuentes escaramuzas con los destacamentos orientales que las
hostigaban.[42]
Finalmente, tal como aconsejaba la diplomacia británica, el 26 de mayo de 1812
se firmó el Armisticio Herrera-Rademaker,[43]
que alejó, al menos por un tiempo, la amenaza lusitana en el Plata.
Por esos días, el Triunvirato
había decidido enviar un nuevo ejército sobre Montevideo, designando a uno de
sus miembros - Manuel de Sarra- tea - como comandante supremo, a cuyo mando
deberían subordinarse las fuerzas orientales.
Las relaciones de Artigas con
este jefe - que llegó al Ayuí en el mes de junio - y la copiosa correspondencia
que intercambiaron a propósito de cuestiones políticas y doctrinarias que hacen
a la esencia de la insurrección de Mayo, son reveladoras de que, luego de un
semestre de discrepancias y conflictos,[44]
a fines de 1812 las posiciones tal como se sustentaban eran inconciliables.
El núcleo de la discusión se
sintetizaba en definir si el ejército bonaerense era de «operaciones» o
«auxiliar»; si los orientales eran un pueblo en armas con los mismos derechos
que cualquier otro - incluido el de Buenos Aires - o si solo constituían
divisiones militares que se diluirían escalafo- nariamente entre las tropas
dependientes de la capital. «El plan de Sarratea - explica Pivel Devoto -
consistía en iniciar las operaciones con el grueso del ejército a sus órdenes,
separado de las fuerzas de Artigas; reducir a este a un papel secundario,
prescindir de él si fuera posible: asumir en el mayor grado personal la
conducción de los sucesos».[45]
Practicando una política
tortuosa, el general porteño «trató de desmoralizar el ejército de Artigas y de
deshacer esa unión que constituye la fuerza; al efecto empezó por reducirle los
jefes de más capacidad que aquel tenía, ofreciéndoles oro, charreteras y
galones, que Artigas no podía darles».[46]
Agrega el cronista que en
relación a la defección de algunos de sus principales cuadros - muchos de ellos
miembros de prominentes familias orientales - Artigas «quedó resentido por la
conducta de unos hombres en quienes había depositado su mayor confianza, y
desde entonces, quizá tuvo cierta predilección por los gauchos, pues, le he
oído decir, que había encontrado más virtud o constancia en ellos que entre los
hombres de educación».[47]
Que el conflicto iba mucho más
allá de un choque de personalidades, quedaría demostrado por el hecho de que ya
en julio de 1812 el gobierno porteño le había ordenado a Artigas que «se
presente sin pérdida de tiempo en la capital», lo cual fue posteriormente
notificado a Sarratea, a quien se le otorgó «poder discrecional» para que
hiciera cumplir la orden utilizando «su autoridad y todos los recursos hasta el
de la fuerza».[48]
Aunque compartía absolutamente el espíritu de la iniciativa, Sarratea consideró
oportuno suspender su cumplimiento por considerar impolítico «atacarlo
abiertamente», al tiempo que ratificó su decisión de continuar minando la
influencia del líder oriental de todas las formas posibles.[49]
La decisión de Sarratea de
acabar con Artigas lo llevó a urdir distintas maniobras, tramando su prisión, e
incluso, el asesinato. Según un testigo del intento, «Santiago Vázquez de acuerdo
con Sarratea mandó al joven donjuán José Aguiar cerca de dicho comandante
(Otorgués) bajo promesas muy importantes, para que asesinase a su pariente el
general Artigas, regalándole unas ricas pistolas para realizar el crimen
político. Otorgués era un hombre lego pero tan astuto que sorprendía: se prestó
a llenar su comisión de sangre bajo ponderadas recompensas; y Aguiar anticipó
el aviso por un billete con tinta simpática, señalándole el día en que el
comandante Otorgués ofrecía dejar el hecho consumado. Don Santiago abrió el
billete con suma curiosidad, le pasó el líquido para descubrir la escritura, y
enterado exclamó “ya somos felices”, montando a caballo y precipitándose al
cuartel general del Sr. Sarratea, con las albricias de que Artigas - o anarquistas
como ellos llamaban - tenía ya contados los pocos días que le quedaban de vida.
La carta, su abertura y contenido, yo lo he presenciado».[50]
Sin olvidar estos intentos, una
línea de análisis más general de la situación pone en evidencia que la actitud
del ejecutivo de Buenos Aires dividía, de hecho, a las tropas patriotas, toda
vez que en las circunstancias descriptas las fuerzas al mando de Artigas
resistían incorporarse al sitio.
Este escenario fue claramente
percibido por los jefes militares orientales, que comisionaron a fines de
agosto a Manuel Martínez de Haedo en calidad de apoderado para presentar sus
demandas ante el Triunvirato. Con una lógica de hierro, y ubicados en el meollo
del problema político que se ventilaba, en una misiva dirigida al gobierno
desde el campamento del Ayuí abordaron sin cortapisas el debate acerca del
carácter que debían revestir las tropas provenientes de la capital virreinal:
«Si vienen a destruir el despotismo en la Banda Oriental, nosotros somos los
que la habitamos, sobre nosotros es que se ostenta ese exceso de generosidad,
¿pero cómo conciliar objeto tan digno con el abandono a que nos han reducido?
Los orientales pueden haberse equivocado en el motivo y modo de sus quejas,
pero después de haber sabido ser por sí libres, no dudan tendrá V.E. la
dignación de declararles: si el pueblo de Buenos Aires quiere destruir por sí
la tiranía en los pueblos de la América y constituirlos según su modo, o si
presenta un auxilio a los pueblos, con el que reclamen su libertad y puedan
constituirse».[51]
Fechada al igual que la anterior
el 28 de agosto, una segunda nota - destinada al cabildo bonaerense - expresó
la maduración del pensamiento político de los orientales conducidos por
Artigas, que tras el hito marcado por las resoluciones de las asambleas de
fines de 1811 avanzaban en la afirmación - y fundamentación - de su autonomía:
«Vuestra excelencia no puede ver en esto sino un pueblo abandonado a sí solo, y
que, analizadas las circunstancias que le rodeaban, pudo mirarse como el
primero de la tierra, sin que pudiese haber otro que reclamase su dominio, y
que en el uso de su soberanía inalienable pudo determinarse según el voto de su
voluntad suprema. Allí obligados por el
tratado convencional del Gobierno Superior quedó roto el lazo - nunca expreso-
que ligó a él nuestra obediencia, y allí, sin darla al de Montevideo,
celebramos el acto solemne, sacrosanto siempre de una constitución social,
erigiéndonos una cabeza en la persona de nuestro dignísimo conciudadano Don
José Artigas, para el orden militar de que necesitamos».[52]
Sin duda esta actitud soberana
de los orientales no dejó de causar alarma en Buenos Aires, como se desprende
del revelador testimonio de Nicolás de Vedia, quien había sido enviado a
explorar las intenciones de aquellos dirigentes: «informé al gobierno que
Artigas manifestaba los mejores sentimientos a volver sobre Montevideo, que
tenía poca gente armada, y que sus soldados maniobraban diariamente y hacían el
ejercicio del fusil y carabina con unos palos a falta de estas armas; y por
último que cuantos le seguían daban muestras de un entusiasmo el más decidido
contra los godos. La viveza con que pinté al gobierno las buenas disposiciones
que yo había notado en él y la multitud que le circundaba, fue oída con sombría
atención, y después supe que el gobierno no gustaba de que se hablase en favor
del caudillo oriental».[53]
De este modo, afirmadas las
partes en sus respectivas posiciones, el estado de las cosas no podía sino
empeorar. Divididas las fuerzas que debían confluir en la lucha anticolonial,
separados los orientales del resto del ejercito sitiador de Montevideo, y
atacado sistemáticamente su liderazgo, pocos meses después - el 25 de diciembre
de 1812, a orillas del río Yi - Artigas expresaría la agudización de la crisis
política en los siguientes términos: «El pueblo de Buenos Aires es y será
siempre nuestro hermano, pero nunca su gobierno actual. Las tropas que se
hallan bajo las órdenes de vuestra excelencia serán siempre el objeto de
nuestras consideraciones, pero de ningún modo vuestra excelencia. Yo prescindo de los males que puedan resultar de
esta declaración hecha delante de Montevideo; pero yo no soy el agresor, ni
tampoco el responsable».[54]
El documento dirigido a Sarratea
concluía con la solicitud de su inmediato retiro, a efectos de facilitar la
unidad de los dos ejércitos. Lejos de aceptar estos términos, el comandante
porteño replicó el 2 de enero de 1813 declarando
al jefe oriental fuera de la ley, a través de un bando en el que se
enfatizaban «los graves perjuicios que ha experimentado este territorio por la
bárbara sediciosa conducta del traidor a la patria José Artigas».[55]
En la misma dirección, el 26 de
enero Sarratea afirmaba: «nada resta que hacer sino adoptar medidas vigorosas
que reduzcan a este genio suspicaz a la senda de sus deberes, y hagan el debido
deslinde de sus extravíos».[56]
Seis días antes Artigas había
reiterado claramente cuáles eran las exigencias que a su juicio debían
satisfacerse para lograr la unidad con las fuerzas bonaerenses.[57]
Estas pretensiones, que constituían de hecho un programa político, se
condensaron en las pautas que se le otorgaron a Tomás García de Zúñiga para su
misión ante el gobierno de Buenos Aires.[58]
En el punto octavo de los
reclamos orientales aparece completamente plasmado el concepto esencial de la doctrina artiguista: la
soberanía particular de los pueblos, es decir la base sobre la cual cada
provincia podría avanzar hacia una liga ofensiva-defensiva, y de allí a la
confederación.
La situación, si bien se
prolongaba entre negociaciones y chicanas, era cada vez más insostenible;
finalmente, el 21 de febrero, un movimiento de tropas encabezado por Rondeau y
French, con el apoyo de contingentes orientales, impuso el alejamiento del
cuestionado Sarratea.
Las circunstancias de su desplazamiento fueron relatadas
por un actor de los sucesos, Nicolás de Vedia: «Tratábamos de hacer toda clase
de sacrificios para que se verificase la toma de una plaza que podía impedir
con el tiempo los progresos de nuestras armas, y además conservábamos a la
patria un ejército que estaba a pique de aniquilarse si no nos conformá-
barrios con las peticiones de un
jefe que era el ídolo y dueño de la tierra que pisábamos».[59]
El 26 de febrero de 1813 -precedidas por un piquete de
indios charrúas - las tropas artiguistas se incorporaron al segundo sitio,
concretándose así la unidad de las fuerzas patriotas.
El pensamiento político de
Artigas aparecía por entonces estructurado y definido: a los elementos
provenientes del reformismo español (recuérdese que colaboró con Azara en la
fundación de San Gabriel de Batoví y en los repartos de tierras a los
pobladores), les agregó el conocimiento de la historia y las fuentes
constitucionales de los Estados Federados de Norte América;[60]
también la Gaceta de Buenos Aires del
tiempo de Moreno ejerció una fuerte influencia al sumar fundamentos
doctrinarios decisivos justo en el momento que Artigas reflexionaba sobre la
conveniencia de su inminente pronunciamiento revolucionario.[61]
La mezcla heterogénea de todos
estos elementos ideológicos, y aun de otros menos mencionados -como los textos
emanados de la Junta del Paraguay entre 1811 y 1813- estuvo presente en la
fragua de las ideas de Artigas que, en su originalidad y especificidad, pueden
básicamente considerarse como una síntesis
de la experiencia práctica del pueblo oriental y la línea que orientó esa
práctica, ofreciéndole un programa político independentista y, en varios
aspectos, democratizante del viejo orden colonial.
Mientras las tropas artiguistas
retomaban su lugar en el asedio de Montevideo, la Asamblea General reunida en
la capital virreinal había dado comienzo a sus sesiones el 31 de enero de 1813,[62]
y poco después el ejército sitiador recibía la orden de jurar acatamiento a la
nueva autoridad.
El general Rondeau informó de la
novedad a Artigas, quien respondió que estando aún pendientes de resolución los
reclamos orientales elevados por vía del comisionado García de Zúñiga, había
sin embargo dado orden para que se convocase un congreso de los pueblos de la
Banda Oriental que se reuniría a comienzos de abril.
En estas circunstancias, y sin
negarse explícitamente, Artigas afirmaba que era conveniente suspender
provisoriamente el reconocimiento y jura de la Asamblea, e invitaba a Rondeau a
imitar su actitud a fin de poder verificarlo ambos ejércitos juntos en un
futuro inmediato.
El análisis de la actitud del
jefe oriental debe tener en cuenta la gravedad del compromiso que se le
solicitaba, y las dificultades que entrañaría «realizarlo sin previo acuerdo
popular - ya que los sucesos pasados exigían garantías futuras - desde que los
pueblos orientales carecían de representación en el seno de la Asamblea de
Buenos Aires».[63]
Con la presencia de delegados de
23 pueblos de la Banda Oriental, el día 4 de abril inició sus sesiones el Congreso de las Tres Cruces -en la zona del
actual barrio montevideano que conserva este antiguo nombre - o Congreso de Abril, con una Oración
Inaugural en la cual mediante un discurso de innegables resonancias morenianas
-y luego de enfatizar que «mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por
vuestra presencia soberana» - Artigas fundamentó doctrinariamente el problema
de decidir si se reconocería a la Asamblea antes del allanamiento a las
pretensiones orientales aún sin respuesta: «Ciudadanos. Los pueblos deben ser
libres. Ese carácter debe ser su único objeto y formar el motivo de su celo.
Por desgracia, va a contar tres años nuestra revolución y aún falta una
salvaguarda general al derecho popular. Estamos aún bajo la fe de los hombres y
no aparecen las seguridades del contrato. Todo extremo envuelve fatalidad, por
eso una desconfianza desmedida sofocaría los mejores planes; ¿pero es acaso
menos temible un exceso de confianza? Toda clase de precaución debe prodigarse
cuando se trata de fijar nuestro destino. Es muy veleidosa la probidad de los
hombres; solo el freno de la constitución puede afirmarla. Mientras ella no
exista es preciso adoptar las medidas que equivalgan a la garantía preciosa que
ella ofrece... ».[64]
Sobre esta base conceptual el
congreso debatió sobre si debían reconocer a la Asamblea por obediencia o por pacto,[65]
inclinando Artigas los sufragios en favor de la fórmula contractual, con la
aclaración - muy importante para la historiografía del artiguismo - de que «esto, ni por asomos, se acerca a una separación
nacional: garantir las consecuencias del reconocimiento no es negar el
reconocimiento».[66]
Al respecto, nótese como el jefe
oriental utiliza el concepto «separación nacional», mostrando como si bien la
construcción de las naciones riopla- tenses era todavía una tarea pendiente, en
términos ideológicos y políticos se manejaba la idea de una «nación» que
reuniera, como lo había planteado Moreno en La Gaceta, lo esencial del viejo virreinato.
Esta potencial «patria grande» iría resultando fragmentada por poderosas
fuerzas concurrentes, como la diplomacia de las potencias colonialistas, los
intereses sectarios de las elites de mercaderes y terratenientes, y la centenaria
herencia de desintegración económica y aislacionismo geográfico malamente
paliada por la creación virreinal.
Como parte de sus actividades,
el 20 de abril el Congreso decidió por mayoría de votos la creación de «un
cuerpo municipal que entendiese en la administración de la justicia y demás
negocios de la economía interior del país»,[67]
según se lo define en el acta de su constitución. Esta administración
provisoria de la provincia Oriental - o Gobierno Económico - constituía, según
el juicio crítico de Favaro, «un gobierno mixto, unipersonal y colegiado, en
forma de cabildo, que era una negación de los principios sustentados por la
misma congregación, no existiendo en él la división de poderes ejecutivo,
legislativo y judicial».[68]
Desde otra perspectiva de
análisis se ha señalado que «llama la atención el hecho de que en el momento
que la revolución, que había tirado abajo la administración colonial, se vio
abocada a la organización de un gobierno, lo haya hecho tomando por modelo
precisamente una institución colonial. Ello se explica teniendo en cuenta que
los cabildos fueron dentro de aquel régimen, una corporación eminentemente
popular».[69]
Contradictoriamente, aunque a
tono con una época signada por la agudización de la dialéctica de cambios y
continuidades, la fórmula de juramento utilizada al asumir los miembros de la
nueva institución estaba tomada de la Constitución de Massachussets.
En relación con los problemas de
interpretación que indudablemente se plantean en torno al carácter del Gobierno Económico, resulta
difícil compartir el calificativo de «popular» que se asigna a los cabildos,
antes y después de 1810. Estas instituciones fueron sin duda órganos de
expresión política, social y económica de los sectores de españoles y
americanos - con preponderancia criolla luego de la revolución - que
controlaban lo esencial del comercio, la tierra y el ganado. Es decir los
pilares sobre los que la aristocracia terrateniente-mercantil asentó su poder,
a la sombra de la hegemonía metropolitana primero, y luego en el marco de las
nuevas instituciones creadas por la revolución.
Que estos sectores se hayan hecho independentistas es una cosa, que
fueran populares otra muy distinta: popular era el campesino, el
artesano, el esclavo, el indio, el peón, el gaucho... Y aun considerando que un
compromiso decidido de lucha por la independencia - la principal divisoria
política de aguas en aquella coyuntura histórica - podía otorgar dicho
carácter, salvo excepciones no fue ese el caso de las elites rioplatenses, tal como
quedaría demostrado, entre tantos ejemplos, por sus actitudes ante la invasión
del colonialismo portugués en la Banda Oriental.
Otro producto del Congreso de
Abril - el más trascendente - fue el conjunto de orientaciones y principios
político doctrinarios condensados en las Instrucciones
dadas a los diputados que
marcharon a incorporarse a la Asamblea General Constituyente.
Entre sus postulados
fundamentales, en el artículo primero se solicitaba la «declaración de la
Independencia absoluta de estas colonias»; en el segundo, se indicaba que «no
se admitirá otro sistema que el de Confederación para el pacto recíproco de las
provincias que formen nuestro estado»; finalmente, según el tercero, los
diputados debían promover «la libertad civil y religiosa en toda su extensión
imaginable». Otros diecisiete artículos, algunos de suma trascendencia como se
verá al analizar los aspectos económicos del artiguismo, completaban el todo de
las Instrucciones.[70]
En suma, a lo largo de las
deliberaciones se había ido plasmando el contenido de las concepciones
políticas que Artigas sostendría hasta el final de su actuación pública,
condensado en un avanzado programa revolucionario, que en adelante ocuparía el
vacío dejado por el abandono del Plan de
Operaciones de Moreno.
Estas Instrucciones - de origen provincial, pero
de alcance mucho más vasto - fueron rechazadas por la Asamblea del Año XIII,[71]
que puso así de manifiesto las serias
limitaciones de la fracción política que la hegemonizaba, especialmente
al dejar de lado la declaratoria de la independencia y al resignar la
posibilidad de organizar democráticamente la unidad de los pueblos
sudamericanos,[72]
es decir, abandonando los objetivos que al fin de cuentas habían constituido la
razón original de su convocatoria.
Quedaba también en evidencia que
«el valor esencial de las Instrucciones
es de carácter político. Y porque eran la expresión de un movimiento político,
de una fuerza política, se rechazó a los representantes de esta Banda».[73]
El contenido «nacional» americanista
- extensivo a la geografía del viejo virreinato - que había alcanzado por
entonces el pensamiento político de Artigas, se manifiesta con toda su
envergadura en la comunicación que dirigió el 17 de abril de 1813 a la Junta
del Paraguay, invitándola a concurrir a la asamblea con una posición común,
independentista y confederal: «Orientado V.S. de las miras de esta provincia
podrá concluir también su plan, decidiéndose a sus resoluciones consiguientes,
si le parece bien equilibrado el juego de los sufragios en la Asamblea con seis
diputados nuestros, siete de esa provincia grande, y dos del Tucumán, decididos
al sistema de confederación que manifiesta V.S. tan constantemente».[74]
En relación con estas
previsiones acerca de la correlación de fuerzas en la Asamblea, resulta
verosímil suponer que el conjunto de diputados que enumera Artigas, sumados a
los influenciados por San Martín - partidario de declarar la independencia - y
a los indecisos que podían arrastrar, hubiera constituido un poderosísimo
factor de poder, capaz de disputar la hegemonía del Congreso.
Analizado el tema desde esta
perspectiva, el rechazo de los diputados orientales resulta comprensible, toda
vez que - como señalara la Junta del Paraguay en nota a Artigas - «la llamada
Asamblea no ha de ser compuesta sino de súbditos y dependientes del mismo
gobierno de Buenos Aires, y de consiguiente sometidos a todas las miras y a los
caprichos del propio gobierno».[75]
Al no obtener el reconocimiento
sobre ninguno de los puntos resueltos en el Congreso de Abril, Artigas expresó
la posición de los orientales, enjuiciando «el desprecio inferido a su Gobierno
Económico por la Asamblea Constituyente al no haber contestado a su primera
única comunicación del 8 de mayo; el hecho de haberse negado la incorporación a
sus diputados... Esta provincia está alarmada contra el despotismo; si sus
prosélitos se han multiplicado, ella no es menos libre. Sería muy ridículo que
no mirando ahora por sí, prodigase su sangre al frente de Montevideo, y mañana
ofreciese a otro nuevo cetro de fierro el laurel mismo que va a tomar sobre sus
murallas. La provincia oriental no pelea por el restablecimiento de la tiranía
de Buenos Aires».[76]
En su respuesta a Larrañaga -
portador del documento recién citado - el poder bonaerense argumentó que «la
voz de don José Artigas no está legalmente reconocida como la del pueblo de que
se dice representante».[77]
Sobre la base de la derrota de
las posiciones sustentadas por San Martín y la renuencia paraguaya a enviar sus
representantes,[78]
el predominio del grupo alvearista ratificó el rumbo político mediante el cual
la dirigencia porteña se alejaría cada vez más de los tiempos y las doctrinas
de la Primera Junta. A mediados de 1813 era indudable que el unitarismo, con un
estilo más despótico que ilustrado, prevalecía como la tendencia principal de
la aristocracia dominante de mercaderes y terratenientes, cada vez más adaptada
a las presiones de la diplomacia británica.[79]
Así, el 18 de julio, una carta
anónima enviada desde Buenos Aires a Artigas, le advertía sobre las acechanzas
políticas que amenazaban a los orientales y a las demás provincias interiores,
debido a las maniobras de la Asamblea y el Triunvirato: «Hasta aquí no se ha
formado la constitución que fue el fin de la convocatoria, y de esta reunión
que se han hecho de ellos mismos, y ya no hay quien no conozca que este aparato
de la Asamblea no ha sido sino un arbitrio para engañar (...) para llevar
adelante su proyectada república una e indivisible; para subyugar a los pueblos
si la resisten, si la conocen y penetran sus miras, para mantenerse ellos en el
mando arbitrario de los pueblos. No me equivoco cuando le aseguro que el
subyugar a Ud. y a todos los habitantes de esa Banda es el plan meditado: a
este fin se fortifican y son sus medidas».[80]
Confirmando
estos vaticinios, se urdió con el consentimiento de la Asamblea un nuevo
congreso en la Banda Oriental, con el objeto de desconocer las resoluciones de
abril, imponer una línea política pro-porteña y elegir nuevos diputados a la
Constituyente.[81]
Formalmente la iniciativa se
presentaba como un paso necesario para recomponer la situación creada por el
rechazo de los representantes orientales electos en Tres Cruces, y una vez
puesta en marcha debió ser consentida por Artigas, quien procurando neutralizar
la maniobra impulsó la realización del congreso dividida en dos fases: la
primera en el campamento sede de su alojamiento, donde los diputados deberían
examinar «los resultados de las actas del 5 y 21 de abril próximo pasado, para
que no procediesen a ciegas»; y la segunda, de acuerdo con las formalidades
exigidas por Rondeau, en la que se atendrían a las primeras deliberaciones.
De este modo se creó una
situación, que sería cada vez más reiterada en los años y sucesos por venir, en
la cual se ponían a prueba los vínculos de quien había emergido al calor del
pronunciamiento anticolonial como jefe de los orientales y los mercaderes y
terratenientes que aspiraban a he- gemonizar la causa patriota. Al decir los
vínculos, hacemos referencia a las coincidencias y contradicciones entre la
línea fijada por Artigas y las orientaciones emergentes de los intereses de
dicha elite, cuyos integrantes al calcular sus conveniencias sopesaban cuánto
ganaban y perdían con cada opción táctica, en el marco de una situación dinámica
en la cual percibían tanto oportunidades como amenazas. En este sentido, cabe
remarcar que el conjunto de actores que operaban en la coyuntura - unidos hasta
el momento contra el poder español y por mantener cierto grado de autonomía
frente a Buenos Aires- estaban constituidos de manera disímil, expresando a
facciones y sujetos sociales con diferentes necesidades e intereses, que
inevitablemente pesaban sobre el programa político que debía escribirse y
reescribirse día a día al calor de los acontecimientos de un momento histórico
extraordinario para la antigua colonia rioplatense.
En este contexto, y sobre la
base de la negativa de la mayoría de los electores a participar de la primera
reunión convocada en el alojamiento de Artigas, el éxito coronó en gran medida
la iniciativa directorial. En la reunión de Capilla Maciel - realizada entre el
8 y el 10 de diciembre de 1813 - la dirigencia oriental se dividió en sus
opiniones y revisó lo esencial de los postulados artiguistas, reconociendo a la
Asamblea Constituyente ya no por pacto, sino por obediencia.
Frente a tamaño suceso Artigas
decidió enviar una circular a los diversos pueblos de la provincia en la que
solicitaba que «V.S. a la mayor brevedad me declare en términos claros y
positivos si ese pueblo reconoce mi autoridad, y si fue su mente que el electo
no concurriese al Congreso que yo invité. Sea V.S. seguro de que para mí nada
hay más sagrado que la voluntad de los pueblos, y que me separaré al momento si
es verdaderamente su voluntad el no reconocerme».[82]
Resulta evidente que la cuestión
de fondo era el destino de las resoluciones
y la orientación política aprobadas por el Congreso de las Tres Cruces
ocho meses atrás. Al respecto, mientras aguardaba la respuesta a la consulta
mediante la cual plebiscitaba su liderazgo, Artigas advirtió que él «estaría
únicamente a lo determinado en las dichas actas, desconociendo abiertamente
cuanto resultase del Congreso».[83]
Las razones que explican lo
ocurrido en Capilla Maciel deben buscarse prioritariamente en las
contradicciones políticas y económicas que dividían los intereses y con ellos
las opiniones de la heterogénea dirigencia oriental; sin que resulte tampoco
ajena la disputa puntual por los negocios en torno al abastecimiento de los
ejércitos que operaban sobre Montevideo, pagaderos por las cajas bonaerenses.
Más allá de este orden de
causas, resulta innegable que muchos congresistas actuaron bajo la presión de
la fuerza militar al mando de Rondeau,
que fungió como garantía del logro de
los objetivos del gobierno porteño. El diputado Pérez Castellano, en la crónica
que realizó de las sesiones, recuerda que ante su defensa de los principios
establecidos por los orientales en abril, «callaron todos, y nadie halló una
palabra ni en pro, ni en contra (de mis argumentos); y así no puedo decir si
les sentó bien o mal. Solo puedo decir que se echaba de ver por el general
silencio que sobre este punto, y algún otro de que se ha hablado, observaron
muchos vocales en quienes yo reconocía suficiente instrucción para hablar algo,
que no había en ellos la libertad necesaria para tales casos y que solo
enmudecían de temor y espanto. Yo por lo menos de mí puedo decir que también lo
temía... ».[84]
Ante los hechos consumados
Artigas pidió la suspensión de las deliberaciones hasta saber por boca de los
instituyentes «si su voluntad es la misma que se ostenta en el Congreso de su
representación», y les advirtió a los electores: «vosotros sabréis responder
cuál de los pueblos que os han dado representación no reconoce mi autoridad,
cuál pueblo no la conserva y qué pueblo con el voto más sincero no me aclama».[85]
Llegados a este punto hacemos un
breve paréntesis para detenernos en la actitud de Artigas y las perspectivas
posibles de análisis de una situación que, entonces y ahora, resulta
inevitablemente controversial. Dice uno de los críticos del líder oriental (y los
hay en cantidad, en Argentina y en... Uruguay): «Se trata de una doble
conducta. Si le sirve la gestión de una asamblea porque satisface sus
ambiciones, no va más allá; si, al contrario, las decisiones de otra no lo
contentan, entonces la asamblea se vuelve insuficiente y, desconociéndola,
pretende trasladar en alzada la resolución del problema... recurriendo al
expediente muy dudoso de consulta directa».[86]
Con una lógica parecida alguien
propuso en mayo de 1810 que antes de derribar al virrey los revolucionarios
consultaran con los pueblos de todo el virreinato; y situaciones análogas se
multiplican a lo largo de siglos y lugares. Evidentemente no hay balcones, ni
miradores que puedan colocar al sujeto que investiga, interpreta y explica, al
margen de la realidad - en este caso un suceso histórico - sobre la que actúa,
ya que, como decía Vilar, «es deshonesto proclamarse objetivo cuando se ha
tomado partido, y es tonto creerse objetivo si se es partidario, ¿y quién no lo
es?».
¿O acaso el desconocimiento de
los diputados electos en el Congreso de Abril por parte de quienes dirigían la
Asamblea del Año XIII, no es «una doble conducta», no implica que no gusta lo
allí resuelto y por lo tanto se decide convocar otra reunión que «satisfaga las
ambiciones»?
El único modo en que Artigas
podía aceptar la orientación política impuesta en Capilla Maciel era renegando
de sus ideas y de los objetivos por los que luchaban él y los hombres que lo
seguían; y lo mismo le ocurría al bando directorial con
lo resuelto en Tres Cruces, de manera que las opciones disponibles son
básicamente dos: o ingenuamente se desconoce o no se comprende el sentido de la
política y las disputas que le son inherentes o, menos inocentemente - pero
natural y razonablemente - se argumenta a favor de alguna de las posturas
enfrentadas, lo cual vale tanto para el pasado como la actualidad.
Establecida la radical
diferencia de preferencias e interpretaciones que nos enfrentan a los
argumentos sostenidos en este caso por Vázquez Franco, podemos coincidir
(aunque las conclusiones sean distintas) en el reconocimiento de que Artigas
«empieza a perder apoyos importantes de entre los vecinos establecidos,
poseedores de buena suerte».[87]
De manera que, pese a sus
esfuerzos y presiones, Artigas no pudo evitar !u división de la dirigencia
oriental, circunstancia en la cual, en medio de una situación política muy
compleja y con creciente riesgo de su seguridad personal, decidió abandonar el sitio, solo, vestido
de paisano y a favor de las sombras nocturnas.
Esta retirada - la «marcha
secreta» - fue el alto precio que debió pagar para mantener en pie las que
creía esenciales banderas revolucionarias, el «único medio de salvaguardar los
intereses de la provincia, desconocidos y pospuestos por el núcleo político
dirigente en Buenos Aires».[88]
Enterados de su alejamiento, y
mediante un movimiento más o menos planeado, centenares de hombres -
encabezados por los blandengues - fueron tras Artigas: «Al día siguiente,
cuando los orientales comprendieron su evasión del sitio, tomaron las armas por
grupos y salieron como por instinto siguiendo la ruta de su caudillo; dos días
consecutivos estuvieron pasando por la chacra de mi padre en los Brujos grupos
de a 10, de a 20, de a 50 y de 100 hombres, sin que hiciesen daño a nadie en su
tránsito».[89]
Mientras esto ocurría, el
flamante director supremo Posadas no dejó escapar la ocasión para declararlo,
el 11 de febrero de 1814 - por segunda vez en un año - «infame, privado de sus
empleos, fuera de la ley y enemigo de la patria... Se recompensará con seis mil pesos al que entregue
la persona de don José Artigas vivo o muerto».[90]
«El titulado
Protector de los pueblos libres era el jefe natural de la anarquía permanente, que por sus
tendencias y por sus instintos era enemigo de todo gobierno general y de todo
orden regular, y que su influencia era igualmente hostil a la consolidación del
orden, al establecimiento de la libertad y a los progresos de la lucha contra
la metrópoli».
Bartolomé Mitre
En tan apuradas circunstancias,
Artigas vería puesta a prueba, quizá como nunca antes, la firmeza de sus
convicciones revolucionarias: los realistas de Montevideo enterados del decreto
del Directorio, que implicaba un rompimiento formal entre las autoridades
porteñas y el jefe de los orientales, se apresuraron a abrir negociaciones,[91]
haciéndole llegar emisarios con promesas de grados, honores y recompensas en
caso de que se mostrara accesible a sus insinuaciones.
El 25 de febrero de 1814,
Artigas les respondió: «Proponerme estar yo con los orientales bajo España -
decía a Luis Larrobla- no es en manera alguna una paz (...) he creído que se
han formado un concepto muy equivocado sobre mi separación del sitio. Mis
medidas allí no podían conciliar todos los objetos, y aquí sí; aquí estoy en el
seno de mis recursos, no hay más motivo. Esto debe servir para fijar el juicio
de todos y convencerlos de mi estado».[92]
También al cabildo españolista
de Montevideo le informó que lamentaba «muchísimo que ese ayuntamiento haya
tenido noticias tan equivocadas de mi situación. Yo estoy en el centro de mis
recursos; y sea cual fuere mi objeto en la actualidad, mis medidas para llenarlo serán siempre conciliables
con el primordial de la revolución».[93]
Similar tenor caracterizó su
comunicación al gobernador Gaspar Vigo- det:[94]
«Tal vez los últimos incidentes habrán contribuido a que V.E. equivoque sus
conceptos; pero esto debe fijar su juicio, y sea cual fuese el conocimiento que
V.E. tenga de la manera de conducirse Buenos Aires con respecto a los
orientales, todo debe servir a convencerle de nuestra delicadeza cuando se
trata de la libertad».[95]
Las noticias de las
desavenencias entre los revolucionarios orientales y el gobierno directorial
llegaron también a oídos del general realista Joaquín de la Pezuela, quien
desde Jujuy, donde operaba tras sus triunfos en Vilcapugio y Ayo huma, se
dirigió a Artigas - imaginando recompuesta su fidelidad al monarca español -
ofreciéndole premios y auxilios militares para concretar la unión de sus
respectivas fuerzas.
El 28 de julio Artigas contestó:
«Han engañado a V.S. y ofendido mi carácter cuando le han informado que
defiendo a su rey; y si las desavenencias domésticas han lisonjeado el deseo de
los que claman por restablecer el dominio español en estos países con teorías
para alimentar sus deseos, la sangre y la desolación de América la ha causado
la ambición española por derecho supuesto, esta cuestión la decidirán las
armas. Yo no soy vendible, ni quiero más premio por mi empeño que ver libre mi
nación del poderío español; y cuando mis días terminen al estruendo del cañón,
dejarán mis brazos la espada que empuñaron para defender su patria. Vuelve el
enviado de V.S. prevenido de no cometer otro atentado como el que ha
proporcionado a nuestra vista».[96]
Los documentos expuestos
permiten completar un juicio acerca del mo mentó político-ideológico de Artigas
luego de abandonar el sitio, acciór que aunada a la acusación de traición que
le endilgaba el Directorio creabí razonables dudas entre patriotas y realistas:
«Así pulverizaba el caudillc republicano las calumnias de sus enemigos y
detractores, que le acusabar en documentos públicos de estar vendido a España».[97]
En esta coyuntura es muy marcado
el contraste de las aspiraciones arti guistas con las tendencias monárquicas y
conservadoras que se fortalecíar. en el gobierno porteño, muy bien expresadas
por Posadas: «¿Qué importé que el que nos haya de mandar se llame emperador,
rey, mesa, banco o taburete? Lo que nos conviene es que vivamos en orden y que
disfrutemos tranquilidad, y esto no lo conseguiremos mientras seamos gobernados
po! persona con quien nos familiaricemos».[98]
Este estado de ánimo político de
la dirigencia bonaerense resultó particularmente receptivo a la presión
inglesa, cuyo embajador en Río de Janeiro aconsejó que se tomara «sin pérdida
de tiempo la saludable resolución de mandar inmediatamente diputados a su
soberano, para presentarle los votos de fidelidad de sus súbditos de este
hemisferio, y para recibir de su real mano el deseado don de una pacificación
sólida y equitativa».[99]
El diplomático inglés, a tono
con el eje antinapoleónico de la política internacional británica, agregaba que
«la restitución actual de la autoridad de S.M.C. y el ejercicio de ella en su
real persona, debe ahora hacer desvanecer todas las dudas e incertidumbres
sobre la legitimidad de los depositarios de ella durante el infeliz cautiverio
del Soberano; y por consiguiente, ya no existe sombra de justificación (fundada
sobre aquellas dudas) para que esas provincias le resistan».[100]
El 28 de diciembre de 1814
partían Belgrano y Rivadavia hacia Europa, con instrucciones que los
autorizaban a «negociar el establecimiento de monarquías constitucionales en
América, ya fuese coronando un príncipe español, ya uno inglés o de otra casa
poderosa, si España insistía en la dependencia servil de las provincias».[101]
El cumplimiento de la tarea
encomendada los llevó inicialmente a Río de Janeiro, donde «muy luego se
convencieron los comisionados que no debían contar con Gran Bretaña en la lucha
de las colonias españolas contra su metrópoli».[102]
Durante su estadía en Brasil pudieron también intercambiar ideas con Manuel
García, recién llegado allí en calidad de agente confidencial del director
Alvear, quien luego del triunfo oriental en Guayabos lo había enviado con la
misión de solicitar el protectorado
británico, ya que su país - según dice la nota dirigida al gobierno
inglés - «no está en edad, ni estado de gobernarse por sí mismo y necesita una
mano exterior que lo dirija y lo contenga en la espera del orden, antes que se
precipite en los horrores de la anarquía».[103]
La iniciativa felizmente no se
consumó; sin embargo su espíritu expresa el pensamiento más profundo de una
parte de la dirigencia porteña y el sentido de la actuación directorial,[104]ya
que, como señalaba el mencionado García: «La anarquía que todo lo empobrece,
despuebla y desune, es el mayor de todos los males, y en la alternativa, puede preferirse el restablecimiento del
sistema colonial».[105]
Continuando su misión, Rivadavia
y Belgrano se dirigieron a Londres, donde se sumaron a Sarratea, quien los
recibió con el plan de coronar en el Plata a Francisco de Paula, hijo de Carlos
IV, de quien se obtendría el consentimiento a través del conde de Cabarrús. A
tales efectos los tres negociadores firmaron un memorial dirigido a Carlos IV
en el que juraban no reconocer otro monarca que él, al que suplicaban su divina
protección.
Frustrada esta gestión, Belgrano
regresó a Buenos Aires, donde concibió la idea de la monarquía incaica;[106]
mientras que Rivadavia se dirigió a España en busca de un acuerdo con Fernando
VII, restaurado en el trono tras la derrota de Napoleón.
Culminaba de este modo una
larga, tortuosa y desafortunada gestión diplomática que terminaría de fracasar
en junio de 1816, con la expulsión de Rivadavia de la corte de Madrid, sin
atender al objeto de su misión, la cual -según sus propias palabras - «se
reducía a cumplir con la sagrada obligación de presentar a los pies de S.M. las
más sinceras protestas de reconocimiento de su vasallaje; felicitándolo por su
venturosa y deseada restitución al trono; y suplicarle humildemente el que se
digne, como Padre de sus pueblos, darles a entender los términos que han de
reglar su gobierno y administración... ».[107]
En rigor de verdad, es necesario
señalar que a fines de 1814 también desde el seno del artiguismo se encararon
gestiones diplomáticas de dudosa interpretación,[108]
motivadas por la necesidad de neutralizar la presencia presuntamente agresiva
de las tropas luso-brasileñas en la frontera, en momentos en que el ejército
oriental «se hallaba expuesto a quedar cercado entre dos fuegos, en
circunstancias similares a las que creó al ejército sitiador de Montevideo en
1811 la expedición de Diego de Souza».[109]
La primera misión ante las autoridades portuguesas fue la
encomendada por Fernando Otorgués al Dr. José Redruello y al capitán José
Carayaca.[110]
Las otras gestiones estuvieron inspiradas por Artigas, una por con ducto de
Antonio González de Silva y Francisco de Borja, y la restante a cargo de su
secretario Barreiro, que viajó a Porto Alegre «plenamente autorizado a ajustar
las bases de nuestra liga».[111]
La controvertida decisión política del líder oriental - que amerita nuevos
estudios - aparece fundada en la conveniencia de establecer un tratado de paz y
amistad entre territorios diferentes - que se definían como independientes y
soberanos -[112]
en un momento político sumamente comprometido, en el que influían la
caída de Montevideo en manos de Alvear, la derrota de Otorgués en Mar- marajá,
y los crecientes rumores acerca de una expedición reconquistadora española,
presuntamente reforzada con efectivos ingleses...[113]
Artigas, convicto y hostigado
por el Directorio, resultó favorecido por el triunfo de Blas Basualdo - con la
colaboración de fuerzas paraguayas - sobre el gobernador de Misiones, y por la
victoria en Entre Ríos de Hereñú sobre Holmberg - el 22 de febrero de 1814 -
que provocó el amotinamiento de las tropas del coronel de la Quintana y su
inmediato retiro, dejando a la provincia liberada de la autoridad del gobierno
central. Poco antes de verse obligado a la evacuación, un informe de este jefe
daba elocuentes muestras de la popularidad alcanzada por el artiguismo en la
región: «El edificio está por desplomarse; los habitantes y las milicias de
Entre Ríos están decididos a recibir con agrado a los anarquistas. Mi situación
es poco menos que insostenible».[114]
El 10 de marzo, tras la
deposición del gobernador Domínguez - afín a los intereses de Buenos Aires - también Corrientes se sumó a la causa oriental,115
por lo cual Artigas pudo afirmar que «todos los pueblos situados a lo largo del
Uruguay y Paraná están bajo un mismo pie de reforma».[115]
[116]
Lo cual significaba que comenzaban a sacudir la tutela porteña, haciendo
efectiva su «soberanía particular», dándose «vida política» mediante la
elección de sus propias autoridades, y comprometiéndose a constituir una liga
ofensiva y defensiva con todos los pueblos que reconocían en Artigas al
Protector de su libertad.[117]
Como se ha señalado, y muy pocos
hechos desmienten, «Artigas entró en la revolución del Litoral como había
entrado en la de la Banda Oriental, ajustando su conducta política al dogma
inicial de 1810. Propició el pronunciamiento de aquellos pueblos partiendo del
principio de la soberanía popular. Como jefe de la provincia Oriental prestó la
ayuda de sus fuerzas a dicho pronunciamiento, e invariablemente las calificó,
de acuerdo a sus ideas, como auxilios».[118]
Forzado por las noticias que
llegaban desde el litoral, el director Posadas - sin derogar el decreto que
declaraba traidor a Artigas - comisionó a Fray Mariano Amaro y Francisco
Antonio Candioti para alcanzar un entendimiento con el líder rebelde.[119]
La gestión, que se extendió entre marzo y mayo, dio por resultado un plan para
el restablecimiento de la fraternidad y buena armonía entre la provincia
Oriental y el gobierno de Buenos Aires, firmado el 23 de abril de 1814 por el
caudillo y los representantes del Directorio, que establecía la autonomía
oriental y del Entre Ríos, especificándose en su artículo 4Q: «Esta independencia no es una independencia
nacional, por consecuencia ella no debe considerarse como bastante a
separar de la gran masa a unos ni a otros pueblos, ni a mezclar diferencia
alguna en los intereses generales de la revolución».[120]
El acuerdo de 11 puntos, que en
lo esencial reconocía los reclamos ar- tiguistas, fue rechazado por Posadas,
pretextando que «si la Banda Oriental carece de recursos para sostener por sí
la guerra (...) debe reconocer la unidad del gobierno de las demás, para lograr
de su influencia lo que no puede por sí sola».[121]
Más concretamente, para el poder bonaerense el avenimiento debía implicar
sumisión, y en ningún caso pacto o liga.
Esta posición se vio fortalecida
considerablemente cuando, el 20 de junio de 1814, Alvear tomó posesión de
Montevideo, rendida por Vigodet luego de una confusa negociación. En estas
circunstancias - dueños unos de la ciudad, fuertes otros en la campaña - se
firmó el 9 de junio un convenio entre Alvear y Artigas que sancionaba la relación de fuerzas del momento:
«El gobierno supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata será
reconocido y obedecido en toda la provincia Oriental del Uruguay», decía en su
punto más significativo; igualmente Artigas renunciaba a tener «pretensión
alguna sobre el Entre Ríos».[122]
Como contrapartida se
restablecía el honor y buen nombre del caudillo, al que se le reconocía el
cargo de «comandante general de la campaña y fronteras de la provincia
Oriental». Por último, se estipulaba una nueva elección de diputados a la
Asamblea General Constituyente, que sería controlada por artiguistas y porteños
según se tratase de la campaña o de Montevideo.
Aunque desfavorable para los
orientales, este acuerdo - que ninguna de
las partes tenía intención de cumplir- significó, tanto para Alvear como
para Artigas, un modo de ganar tiempo para acumular las fuerzas necesarias que
les permitieran obtener una victoria plena e imponer sus objetivos políticos
sin restricciones. El jefe oriental ratificó lo acordado y exigió - ante el
intento de desconocerlo frente a los pueblos - que se publicara el texto del
convenio.[123]
Mientras tanto, demostrando la fragilidad de lo pactado, continuaba
agudizándose la disputa por el control del Litoral y la Banda Oriental,
Artigas, en oficio al cabildo de Montevideo, realizó el balance de las
negociaciones: «Convine con el general Alvear en unos artículos limitados
puramente a asegurar la paz. Yo esperaba con ansia el instante de entregarme a
las providencias que me tocaban para restablecer la prosperidad consiguiente.
Todo estaba lo mejor preparado, pero de repente se me noticiaron las
pretensiones con que el teniente coronel Pico desembarcó en el Entre Ríos y se
dirigió a don Manuel Francisco Artigas, delegado mío en aquel territorio,
procediendo a matar dos partidas que corrían la costa del Gua- leguaychú. Todo
contra la regla en que habíamos convenido para el lleno del artículo
concerniente a aquel país. Tenga V.S. la dignación de examinar este incidente y
decida después en su juicio cuál ha sido el agresor».[124]
A comienzos de 1815 las tropas
directoriales mantenían el control de la ciudad de Montevideo y su zona de
influencia, sobre las que aplicaban una
política propia de conquistadores, lo cual sin duda facilitó la
recomposición del liderazgo oriental autonomista: «Se comprende la repugnancia
que todo esto debía causar a los hombres sensatos y patriotas. Artigas, cuyo
crédito estaba en baja desde las disidencias supervivientes a la reunión del
Congreso de Capilla Maciel, se encontró repentinamente prestigiado y rodeado
por los principales personajes que le habían vuelto la espalda».[125]
De acuerdo con los dichos de un
protagonista de los sucesos, «la conducta del general Soler, en lugar de
conquistar los ánimos, aumentó las filas de sus enemigos y el descontento de
ios habitantes, por la tirantez de sus procederes... En este estado, Soler se
puso en campaña con fuerzas respetables, pero andaba a ciegas, porque nadie le
decía dónde andaban sus enemigos, y las divisiones de Artigas sabían los pasos,
las fuerzas y dirección de las tropas argentinas; pues los habitantes de la
Banda Oriental reputaban a las fuerzas argentinas como una dominación opresora,
pues la política de que se había echado mano era diametralmente opuesta a la
que debió adoptarse».[126]
En estas circunstancias se
crearon las condiciones para la reconstrucción, con la sola exclusión del
núcleo pro-porteño, del frente político y social que habiendo protagonizado el
pronunciamiento de 1811, se había manifestado luego en el Congreso de Abril y
el Gobierno Económico instalado en Canelones.
El carácter de clase
predominante en el sector que entonces se reincorporaba, determinaría un
reforzamiento de la tensión creciente que generaba la convivencia de su
perspectiva mercantil-terrateniente con la más receptiva a las necesidades
provinciales y populares que lideraba Artigas; contradicción que se
manifestaría en adelante bajo diferentes formas hasta eclosionar cuando los
progresos de la invasión portuguesa pusieran a prueba las lealtades y los
patriotismos.
De momento, lo cierto es que el
artiguismo volvía a fortalecerse en el escenario de una situación ambigua que
se prolongó hasta que las milicias orientales obtuvieron, el 10 de enero de
1815, una decisiva victoria contra el
ejército comandado por Manuel Dorrego en la batalla de Guayabos,[127]
lo que sumado al entusiasmo popular que despertaba el movimiento en toda la
provincia, obligó a la evacuación de las fuerzas bonaerenses, que en su
retirada protagonizaron todo tipo de depredaciones y saqueos - incluido el de
la imprenta oriental - llegando a «la destrucción total de lo que no era
posible embarcar».[128]
Según relata Anaya en su
crónica, luego de Guayabos el general Soler «mandó cerrar los portones,
embarcar todo el brillante parque de bronce, armamentos, balas y municiones, y
cuanto elemento bélico habían dejado los españoles; todo fue obra de tres días,
sin dejar una libra de pólvora, pues estando abarrotados los buques
conductores, y no cabiendo unos depósitos que estaban en las bóvedas, se mandó
tirar el agua por las claraboyas que caían al puerto y que imprudentemente por
ahorrar tiempo arrojaban con palos de fierro: la pólvora se incendió y volaron las
tres bóvedas con fatal estrago de todo aquel barrio, sepultando en sus
escombros infinitas víctimas de hombre, mujer y niños... Al cabo de tres días
se hizo a la vela la expedición marítima argentina con el botín... sin haber
quedado en Montevideo unos caños de rezago de hierro».[129]
Una vez consumada dicha
retirada, el ingreso de las fuerzas artiguistas en Montevideo desmintió
rápidamente las esperanzas de aquellos realistas que no habían sabido
comprender la esencia de las discrepancias de Artigas con Buenos Aires: «Fue
constante y público -se lee en un informe portugués - el desprecio e ignominia
con que fue tratado el pabellón real español, sirviendo de alfombra en la
secretaría de Otorgués y siendo arrastrado con algaraza por las calles de la
plaza».[130]
Una carta particular de un
testigo de los hechos permite calibrar la fuerte impresión que causó la derrota
porteña y el ascendente prestigio de Artigas: «¡Quién había de creer que dicho
caudillo había con sus gauchos de humillar las legiones de la patria! Pues
asómbrese Ud. amigo mío, ha llegado al extremo de que se han visto en la
precisión de abandonar esta plaza como lo han hecho el día de hoy embarcándose
con bastante precipitación».[131]
Otra expresiva imagen de la
coyuntura política abierta tras el contraste directorial es proporcionada por
las memorias de José Batlle y Carreo, quien ante los rumores de la llegada de
una expedición reconquistadora española -y la amenaza de que «si se verificaba
lo pagarían los españoles europeos establecidos en la provincia» - había
emigrado al Brasil. Según sus dichos, apenas llegado «al Janeiro no se tardó en
saber la persecución que sufrían los españoles europeos y los naturales adictos
a la España, por disposiciones del general Artigas y los del partido de la
revolución... en Montevideo se habían prendido y mandado al Hervidero
(Purificación) los españoles europeos y algunos de los naturales adictos a la
España, con algunos asesinatos de los primeros».[132]
Dado que se trata de uno de los
puntos donde la valoración del accionar artiguista ha provocado más
controversias, cabe remarcar que la lucha contra el hegemonismo bonaerense no
implicó mengua alguna en la calidad de dirigente esencialmente anticolonialista
del líder oriental. Y de esa manera lo supieron aquilatar los realistas de
Montevideo: «nos hallamos en la más terrible situación los infelices que por
desgracia nos encontramos entre estos infames rebeldes. La imperdonable
lentitud de nuestros indolentes gobernantes en orden a la expedición tiene
ocasionados ya muchos males y por consecuencia toda tardanza es muy peligrosa y
perjudicial. El rebelde Artigas va tomando mucho cuerpo y yo creo
indudablemente que él será uno de los mayores enemigos que tendremos que vencer
(...). No escuchemos sin cuenta ni razón su maliciosa política, porque son unos
perfectos imitadores al dulce canto de la sirena que emboba y encanta;
vigilancia y actividad es lo que conviene, y a Dios rogando y con el mazo
dando».[133]
Cuatro días después de fechadas
estas expresiones de la reacción española que anidaba en Montevideo,[134]
el periódico El Independiente,
publicado en Buenos Aires, trasuntaba el rencor y el desprecio directorial
frente a los progresos del artiguismo: «Su situación es en la América del Sud y
se intitulan Orientales. Al oír este verdaderamente fantástico y vacío epíteto
cualquiera pensara que se trata de los habitantes del Asia (...). ¿Cómo
llamaremos al proyecto de constituir en un estado independiente a un terreno
que no tiene más que una ciudad?, ¿qué diremos del pomposo y exquisitísimo
título de República Minuana que se le tiene preparado? ¿Y qué del título de
Protector que se ha abrogado D. José Artigas? A la verdad que si no es la
certeza de que pierda el juicio cualquier hombre sensato que quiera analizar
estas cosas, todo lo demás es un delirio. Por tal reputamos Orientales en la
América del Sud; Estado independiente sin población; República sin virtudes;
Protector sin fuerza ni talentos».[135]
Así estaban las cosas, y la política rioplatense, en vísperas del quinto
aniversario del pronunciamiento de Mayo.
Mientras tanto, en Montevideo se
constituyó un nuevo cabildo - el 4 de marzo de 1815 -[136]
del que fueron excluidas las facciones que habían acompañado las dominaciones
española y porteña, aun cuando muchos de los nuevos capitulares mantenían
diversos vínculos con ellas en tanto, unos más y otros menos, el nuevo círculo
gobernante no dejaba de formar parte de la elite económica y social oriental.[137]
En este sentido, el ayuntamiento «artiguista» puede ser calificado como «el
órgano natural de expresión del patriciado»,[138]
el cual si bien se subordinaba en última instancia a Artigas, defendió
políticas sectoriales no siempre coincidentes con las que expresaba el líder
oriental, quien aunque representándolo en parte, lo limitaba, al acompasarlo a
la prioridad que otorgaba a lo que denominó el interés general de la provincia.
Por otra parte, se ha señalado
con acierto que «las características que el artiguismo portaba: desorden
inmediato, irrupción física del campo en la ciudad, política agraria, presencia
de las clases desposeídas, alardes igualitarios, tuvieron que distanciar al
patriciado montevideano del jefe de los orientales y preparar la hostilidad que
siguió».[139]
Estas diferencias, que se irían profundizando progresivamente, determinaron la
existencia de una virtual dualidad de
poderes, expresión de las dos perspectivas o tendencias que en última
instancia confrontaron -con mayor o menor intensidad en casi todas las ciudades
y pueblos de la provincia - en el seno de la dirigencia oriental.
Pugna que tomó, en muchos casos, el aspecto de una
falta de rapidez y celo por parte del cabildo gobernador para dar curso a las
instrucciones de Artigas, cuando no su liso y llano incumplimiento. Como se
verá en el capítulo V, fueron razones de esta naturaleza las que, además de
suscitar en diferentes oportunidades tensiones políticas y contrapuntos
doctrinarios, motivaron la decisión de Artigas de amenazar con su renuncia en
mayo de 1815: «Yo repito a V.S. que me hace incapaz de perpetuar la obra
después que mis providencias ni son respetadas, ni merecen la pública
aprobación».[140]
«Esta
federación, sin mas Dase que la fuerza, y sin más vínculo que el de los
instintos comunes de las masas agitaaas, no era, en realidad, sino
una liga de mandones, dueños de vidasy haciendas,, oue explotaban las
aspiraciones de la^ multitudes, sometidos estos mismos a la dominación
despótica y absoluta de Artigas, según era mayor o menor la distancia que se
nallaban del aduar del nuevo Atila».
Bartolomé Mitre
Sin perjuicio de la continuidad
de dichos conflictos, y mientras los patriotas orientales consolidaban el
control sobre la totalidad de su geografía, el
artiguismo continuó expandiéndose en las provincias litorales.[141]
Ante la aproximación de fuerzas
federales al mando de Manuel Francisco Artigas - hermano del caudillo - y
Andrés Latorre, el 24 de marzo de 1815 el general Díaz Vélez evacuó Santa Fe,
la que de ese modo eliminaba su dependencia del gobierno de Buenos Aires e
imponía su «soberanía particular»: el cabildo nombró gobernador a don Francisco
Antonio Candioti - uno de los terratenientes más influyentes de la provincia -[142]
«y flameó por primera vez en la plaza de la ciudad la bandera tricolor del
federalismo».[143]
El 29 de marzo también Córdoba
sacudió el control porteño y declaró su adhesión a la causa artiguista. Ese
día, el gobernador intendente Francisco Ortiz de Ocampo presentó su renuncia
ante un cabildo abierto reunido de urgencia, tras haber recibido pocas horas
antes un perentorio oficio de Artigas intimándolo a que «V.S. y las tropas que
oprimen a ese pueblo le dejen en pleno goce de sus derechos, retirándose a la
de Buenos Aires en el término preciso de 24 horas; de lo contrario marcharán
mis armas a esa ciudad, y experimentará V.S los desastres de la guerra».[144]
Inmediatamente fue nombrado gobernador el coronel José Javier Díaz, quien el 17
de abril de 1815 firmó el documento, muy poco difundido - incluso por sus
mismos autores - en que consta la declaración de la independencia adoptada por
la Asamblea Provincial.[145]
En ella se afirmaba: «Cuando
esta ciudad admitió la protección del general de los Orientales, fue decidida a
ponerse en libertad y franqueza, a que le provocaba la valentía y virtud de
este nuevo Washington, que hoy renueva la dulce memoria de aquel inmortal
Americano del Norte. En consecuencia, y para que en lo sucesivo no pueda ya
dudarse de su constitución actual, ni equivocarla jamás con la neutralidad, que
regularmente es un parto del temor y de la inacción, ha acordado la Asamblea
Provincial declarar que la provincia de Córdoba queda enteramente separada del
gobierno de Buenos Aires, y cortada toda comunicación y relación, bajo los
auspicios y protección del general de los orientales, que se constituye en
garante de su libertad».[146]
Frente a las noticias que
recibiera sobre el movimiento autonomista en ascenso, Alvear despachó una
expedición militar destinada a reprimir a los santafesinos. La iniciativa
bélica fue acompañada por un manifiesto publicado dos días después en la Gaceta, donde se retrataba con nitidez la
visión del artiguismo que predominaba en el poder directorial: «Los campos
desiertos, saqueados los pueblos, las estancias incendiadas, las familias
errantes, destruida la fortuna particular de los ciudadanos, despreciada la
religión santa de nuestros mayores, los asesinos con el mando, autorizados los
más hondos crímenes y el país más hermoso del mundo convertido en un teatro de
sangre y desolación: tales son los resultados de la anarquía que tratan de
introducir aquellos caudillos en nuestro territorio para completar sus miras
ambiciosas de perfidia».[147]
El director supremo,
desfavorecido por el cambio operado en las relaciones de fuerza luego de
Guayabos y las crecientes disidencias provinciales, intentó recurrir al terror
y a las proclamas insultantes,[148]
lo cual ocultaba mal su creciente debilidad político-militar, expresada también
en las fracasadas gestiones diplomáticas encomendadas entre enero y marzo de
1815 a Nicolás Herrera, Elias Galván y Guillermo Brown.[149]
Finalmente los hechos se
precipitaron: afirmada la rebeldía santafesina y cordobesa, el 3 de abril, en
Fontezuelas, el ejército que marchaba a reprimir la expansión del artiguismo
detuvo sus marchas y se pronunció contra Alvear, agudizándose la crisis
política que rápidamente culminaría, el día 17, con su destitución; quedando
provisoriamente a cargo del Directorio de las «Provincias Unidas» -por elección del cabildo bonaerense- el
general rebelde Álvarez Thomas.[150]
Pocos días antes, el 13 de abril, en su calidad de Protector, Artigas había
atravesado el río Paraná con una escolta de 50 hombres y entrado en Santa Fe.
Acomodándose a las circunstancias,
el ayuntamiento porteño se apresuró a «dar testimonio del aprecio que le merece
la conducta del General de los Orientales don José Artigas, como también la más
pública y solemne satisfacción de la violencia con que fue estrechado por la fuerza
y las amenazas del tirano, a suscribir la inicua proclama del 5 del pasado
abril ultrajante del distinguido mérito de aquel jefe... (disponiendo además
que) se quemen por mano del verdugo en medio de la plaza de la Victoria los
ejemplares que existen de dicha proclama».[151]
Enterado de las novedades, el 25
de abril Artigas se dirigió al cabildo de Montevideo comentando los aspectos
más relevantes de la nueva situación política: «Me es muy satisfactorio
comunicar a V.S. que los opresores de Buenos Aires han sido derribados. La
pretendida soberana asamblea general constituyente fue por sí misma disuelta y
el general Alvear destinado a bordo de una fragata de S.M.B., heridos todos de
la indignación del pueblo. En la municipalidad se halla refundido el gobierno de
aquella provincia. V.S. hallará en tan afortunado suceso el triunfo de la
justicia pública, y el resultado de nuestros constantes esfuerzos por
conservarla inviolable. Mis combinaciones han tenido una ejecución
acertadísima, y espero que el restablecimiento de la tranquilidad general
aparezca muy pronto. Yo ya he repasado el Paraná y circulado las órdenes
precisas para lo mismo a las fuerzas que había hecho avanzar desde la ribera
occidental. Sin embargo por ahora es preciso limitarnos a eso solo; por cuanto
aun no se ha formalizado particularmente tratado alguno que fije la paz. Yo no
perderé instante en comunicar a V.S. cuando llegue el momento de sellarla
(...). Que la alegría sea general, y sus efusiones solemnes y puras y que todos
miren en el cuadro magnífico que se le presenta, la historia de su grandeza y
la aurora de la vida y la prosperidad».[152]
Nunca como entonces el
artiguismo se había proyectado como una opción política posible y viable, no
solo por el entusiasmo que despertaba en numerosos pueblos y provincias, sino
por las crecientes simpatías que recogía incluso en la misma Buenos Aires,
donde no llamaban demasiado la atención hechos tales como la confección - en
junio de 1815 - de «un petitorio que reúne más de doscientas firmas solicitando
la constitución de lo que queda de la intendencia porteña en provincia
federal».[153]
Evidentemente estamos en
presencia de un momento clave de la
historia rioplatense, donde desde la perspectiva de una visión «argentina» de
los hechos, ¡a exclusión de Artigas del
centro de la escena hace ininteligible el pasado, en tanto el motín de
Fontezuelas y la caída de Alvear fueron consecuencias directas de la política
impulsada por el líder oriental, que acumuló fuerzas con estos sucesos.[154]
Los cuales, sin embargo, según lo confesara meses después Álvarez Thomas en
carta a Manuel de Sarratea, también «iban dirigidos a evitar que Artigas
entrara en Buenos Aires como vencedor, imponiendo de hecho el sistema federal».[155]
La elocuencia de este documento
muestra con nitidez cómo, más allá de los elencos y matices políticos, la
orientación que sostenía la elite dominante porteña era homogénea en cuanto a
sus objetivos de fondo: «Toma nuevas alas
Artigas, los pueblos empiezan a estudiar los cuadernillos de Rousseau, todo se
altera, se desquicia; sube Alvear al mando supremo y se consuma la
conjuración del espíritu público contra la facción dominante. Los enemigos de
ella en Buenos Aires abonan su causa; muchos prosélitos abandonan al que debía
caer y Artigas se hace expectable, extiende su influjo a Santa
Fe, Corrientes y Córdoba, que declaran su
independencia. La capital misma es amenazada y yo soy destinado para contener a
Artigas como segundo de Viana que salía después de mí para unírseme a cincuenta
leguas de esta capital. ¿En qué estado encontré las cosas, amigo mío? Las tropas habían sido minadas y a pesar de toda
la oposición de los jefes, Artigas debía entrar triunfante en Buenos Aires.
¿Qué recurso? ¡No había mucho que escoger! Se eligió el menor de los males».[156]
Esta orientación iría resultando
confirmada por los contenidos de la nueva política bonaerense, solo formalmente
distinta de la anterior. Una de sus expresiones relevantes - que debe pensarse
también en el contexto del temor generado por las noticias recibidas a comienzos
de mayo de 1815 sobre la llegada de una expedición reconquistadora española -[157]
fue la misión encomendada a Blas Pico y Francisco Rivaróla a los efectos de
lograr un entendimiento con el jefe oriental,[158]
quien fue informado de la iniciativa el 11 de dicho mes.[159]
Por entonces Artigas, que sin descubrir la jugada táctica porteña se mostraba
confiado en «la conclusión de las transacciones que espero formalizar»,[160]
ya había comenzado a difundir - días después de la caída de Alvear - la
convocatoria al que sería conocido como el Congreso del Oriente.
Así lo hacía en una nota del 29
de abril dirigida al cabildo de Concepción: «Conducidos los negocios públicos
al alto punto que se ven, es peculiar al pueblo sellar el primer paso que debe
seguirse a la conclusión de las transacciones que espero formalizar. En esta
virtud creo ya oportuno reunir en Arroyo de la China un congreso compuesto de
los diputados de los pueblos... por ser el prescripto un punto medio
relativamente a los demás pueblos que deben concurrir».[161]
Puesta en marcha esta
iniciativa, y conocida la propuesta directorial para «ajustar los pactos de
unión», en adelante para Artigas ambos asuntos marcharían relacionados y
acompasados, bajo el supuesto de que el congreso consideraría y formalizaría
los eventuales acuerdos que se alcanzaran mediante la negociación con Pico y
Rivarola.
Mientras tanto en las provincias
se iban eligiendo delegados y estableciéndose sus instrucciones, las cuales
resultan de gran interés para ilustrar el perfil político de algunos de los
actores que, desde matizados intereses y posicionamientos, operaban en la
coyuntura. Así, la elite correntina sumada al cauce artiguista instruyó - el 31
de mayo- a sus diputados para que procedieran con «el objeto de sancionar y
concluir los Tratados de pacificación, amistad, comercio y alianza con los
Estados independientes y adictos al justo y sagrado Sistema de nuestra deseada
libertad... en representación nuestra y beneficio de esta provincia».[162]
Por su parte, el 2 de junio el
gobernador intendente y los representantes de la provincia de Córdoba
confirieron a su diputado -José Antonio Cabrera - «el más bastante poder, y
cual es propio a un pueblo libre e independiente, capital de provincia, para
que a nombre de toda ella y representándola trance, dirima y corte todas y
cualesquiera diferencias que hayan embarazado, embaracen o puedan embarazar el
reconocimiento espontáneo del nuevo gobierno instalado por el Pueblo de Buenos
Aires; procurando remover todos cuantos obstáculos sean impeditivos de la más
pronta reunión del Congreso general, sobre las bases más sólidas y análogas a
los intereses de la causa común y particulares de esta provincia, así en su
actual independencia como para la sucesiva forma que pueda adoptarse hasta la
resolución del citado congreso».[163]
En el caso de Santa Fe, la
posición de la provincia y las expectativas respecto a la asamblea convocada
por Artigas aparecen claramente expre sadas en la nota que el 11 de junio le
enviara el gobernador Candioti al «director supremo del estado de Buenos
Aires», aludiendo a (muchos parecían querer creer estos argumentos) los nuevos
aires que correrían a partir de la caída del alvearismo - «la facción horrorosa
que acaba de desaparecer en esa capital» - el cual había constituido «una
tiranía tan cruel que ya le era insoportable». Estos justos motivos, continúa
la nota, «le obligaron a acogerse bajo la protección del Gral. del Oriente, y
bajo de la misma se halla hasta el día, entretanto se sancione en el Congreso
de Arroyo de la China la concordia general que una y ligue de un modo firme y
duradero a todos los pueblos y provincias de todos los territorios unidos».[164]
En esta línea conceptual, en el
acta de la elección del diputado santafe- sino - Pascual Diez de Andino - se
establecía que debería promover y sancionar «todos los puntos concernientes a
fijar de una vez el sistema proclamado en esta América de su libertad e
independencia, y la de cada uno de los pueblos unidos, y en particular de este,
haciendo que se reconozca por provincia independiente», lo cual debería
expresarse en el logro de «un perfecto gobierno federado y en la conservación
de los derechos de los pueblos».[165]
Sobre esta base fueron
redactadas las instrucciones que debían guiar el accionar de Andino en el
congreso, las cuales resumen en sus diez puntos un programa ciertamente
artiguista: soberanía particular de los pueblos y formación, sobre esa base, de
«un centro en que reunidas todas las partes de este cuerpo político se forme un
todo sobre el que pueda influir esa cabeza o autoridad».[166]
Juicio que aparece reforzado por el hecho de incluirse como parte del mandato
del delegado una copia (con algunos ajustes, secundarios respecto a su
contenido esencial) de las Instrucciones
orientales para sus diputados en la Asamblea del Año XIII.[167]
Cabe puntualizar que si bien estas orientaciones tendían a predominar en la
heterogénea elite santafesina, su formalización se halló estrechamente asociada
con la influencia ejercida por el gobernador Candioti, tal como puede
observarse en las consideraciones que realizara para guía de Andino bajo el
título de «puntos generales de instrucción»,[168]
las cuales reiteran el contenido del mandato formal que recibiera.
Durante los meses de mayo y
junio de 1815 todos los pasos convergentes hacia la realización del Congreso
del Oriente y las negociaciones de Artigas con los representantes del
Directorio marcharon entrelazados, bajo el supuesto de que los resultados que
arrojara la misión Pico-Rivarola constituirían la base fundamental de las
deliberaciones de dicho congreso.
Tal situación aparece reflejada
en las vicisitudes de los enviados porteños, quienes habían sido designados
para «ajustar los pactos de unión que deben vincular a ambos territorios»,
intención que resultaba indiso- ciable - como se lee en el primer párrafo de
las credenciales entregadas a los negociadores - de la percepción de la amenaza
«de una expedición de la Península que se dirige a las riberas de este río para
invadir nuestros hogares y atacar los derechos que proclama la América, (por lo
cual) se hace indispensable para prepararnos a la más vigorosa defensa el
contar con un concurso seguro de las provincias de la Unión».[169]
El 26 de mayo, ya en Concepción
del Uruguay, Pico y Rivarola se dirigen a Artigas indicándole que hacía cinco
días que se hallaban listos para iniciar las negociaciones y solicitando que
fije la fecha para ello, a lo que el caudillo respondió que «la demora en un
asunto tan importante me es muy sensible pero inevitable», dado que - argumenta
- se hallaba trabado para deliberar sin «la resolución que espero de
Montevideo», razón por la cual pide paciencia. El día 30 los delegados porteños
vuelven a insistir y Artigas les reitera las explicaciones anteriores
solicitándoles cuatro o seis días más de espera, durante los cuales seguramente
esperaba alcanzar una visión más exacta de las relaciones de fuerza (recordar,
por ejemplo, que todavía faltaba llegar la noticia de la participación activa
de Córdoba en el congreso, y que Santa Fe recién daría las instrucciones a su
representante el 14 de junio) en base a las cuales se sentaría a negociar. El 6
de junio Pico y Rivarola ofician al Directorio informando no haber logrado
todavía reunirse con el caudillo, quien se hallaba en Paysandú atendiendo -
según les decía- «negocios de urgente importancia a la Patria», pero que
esperaban hacerlo a la brevedad.
Lo cual finalmente se concretó
diez días después, cuando Artigas les presentara su propuesta de «Tratado de
Concordia entre el ciudadano jefe de los orientales y el gobierno de Buenos Aires»,
recibiendo el 17 de junio la contrapropuesta, bajo el título de «Tratado de Paz
y amistad propuesto por los Diputados de Buenos Aires».
La breve deliberación arrojó un
rotundo fracaso, y así lo comentó al día siguiente Artigas en nota a Rivarola:
«Ya dije a Ud. bastante en nuestras conferencias sobre la necesidad de nuestra
unión y principios que debían fijarla. Los calculadores sabrán dar a nuestras
diferencias el mérito que en sí envuelven».[170]
Al respecto, basta comparar el
primer punto de cada uno de los proyectos propuestos como base del convenio
para comprender inmediatamente las razones por las cuales el acuerdo resultaba
imposible, al menos sin la categórica derrota militar de alguno de los bandos
enfrentados.
La formulación sugerida por
Artigas, que reproduce los conceptos establecidos en el Congreso de Abril de
1813 - incluida una nueva y rotunda ratificación de que su objetivo era la autonomía en la federación y no la
independencia absoluta - afirmaba en su artículo 1Q: «La
Banda Oriental del Uruguay entra en el rol para formar el estado denominado
Provincias Unidas del Río de la Plata. Su pacto con las demás provincias es el
de una alianza ofensiva y defensiva. Toda provincia tiene igual dignidad, e
iguales privilegios y derechos; y cada una renunciará al proyecto de subyugar a
otra. La Banda Oriental del Uruguay está en el pleno goce de su libertad y
derechos; pero queda sujeta desde ahora a la constitución que organice el
Congreso General del Estado legalmente reunido, teniendo por base la libertad».[171]
Por su parte, el artículo
primero de la propuesta realizada por los emisarios porteños, que juzgaron como
«exótico» el planteo anterior, estipulaba: «Buenos Aires reconoce la
independencia de la Banda Oriental del Uruguay, renunciando los derechos que
por el antiguo régimen le pertenecían».[172]
[173]
Además de esta diferencia
crucial, entre otras controversias que se pueden señalar - como las diversas
compensaciones exigidas a Buenos Aires - 171 se destaca la vinculada
con la condición en que permanecerían las provincias colocadas bajo la
protección de Artigas. Al respecto, el punto 13 de su proyecto estipulaba que
«las provincias y pueblos comprendidos desde la margen oriental del Paraná
hasta la occidental, quedan en la forma inclusa en el primer artículo de este
Tratado, como igualmente las provincias de Santa Fe y Córdoba, hasta que
voluntariamente no gusten separarse de la Protección de la provincia Oriental
del Uruguay y dirección del jefe de los orientales». A su vez, el artículo 5
del plan directorial estipulaba que «las provincias de Corrientes y Entre Ríos
quedan en libertad de elegirse o ponerse bajo la protección del gobierno que
gusten», lo cual daba por supuesto que la antigua capital se reservaba
continuar ejerciendo los «derechos que por el antiguo régimen le pertenecían»
sobre santafesinos y cordobeses, provincias a las que no se hacía ningún tipo
de alusión.
Ante el fracaso de las
tratativas, Artigas le escribió al director Álvarez Thomas manifestando que
había «visto reproducidos los principios
detestables que caracterizaron la conducta del gobierno anterior, de
modo que todas las estipulaciones para la paz, venían a quedar reducidas a que
nosotros no hiciéramos la guerra. Vea V.E. si yo jamás podía estar en estado de
esperar esto».[174]
Sin duda los antiguos
«principios detestables» no habían cambiando, pero sí la coyuntura política y
el elenco gobernante en Buenos Aires, que buscó un avenimiento con Artigas
procurando acotar su influencia no más allá de las provincias litorales del
Uruguay - curándose además en salud frente a la amenaza del colonialismo
español -, mientras operaba en dirección a organizar (y hegemonizar) el
congreso general de las provincias recientemente convocado.[175]
Sin perjuicio de esta
interpretación, llama la atención que la dirigencia porteña imaginara que
podría alcanzar un acuerdo con Artigas sobre la base de ofrecerle la
«independencia» de la Banda Oriental, la posibilidad de mantener su influencia
sobre el Entre Ríos y la provisión de algún armamento. De hecho, al intentarlo,
la facción directorial mostraba una fuerte incomprensión de la política
artiguista, que a esa altura de los sucesos ya había dado sobradas muestras de
sus núcleos duros: «soberanía particular» de los pueblos frente a la absorción
centralista y unidad de las provincias autónomas bajo un régimen federal.
Ciertamente, no existía entonces, ni se registraría después, la menor
referencia documental - directa o indirecta - de que el líder oriental aspirara
a consolidar alguna suerte de separatismo.
Igualmente, vale reiterarlo,
antes del choque de las propuestas y el naufragio del convenio, no solo los
representantes de Buenos Aires esperaban alcanzar un arreglo,[176]
sino que también Artigas parecía convencido de lograrlo, tal como lo refleja el
testimonio de los negociadores bonaerenses en uno de sus informes al
Directorio: «Muy buena acogida, bellas palabras y ofrecimientos lisonjeros
antes de empezar nuestras conferencias; mucha frialdad, dificultades y
desconfianzas al formalizar los tratados, tal ha sido la conducta de aquel Sr.
General».[177]
A pesar de haberse frustrado uno
de los principales motivos que determinaron su convocatoria,[178]
y en el contexto de una situación oscurecida nuevamente por los nubarrones del
conflicto entre los dos proyectos políticos en pugna, el 29 de junio de 1815 se realizó el llamado
Congreso de Oriente o de Arroyo de la China (Concepción del Uruguay),[179]
al que Artigas caracterizó como «un congreso de todos los diputados que hasta
aquella fecha se habían reunido, tanto de la Banda Oriental como de los demás
pueblos que tengo el honor de proteger».[180]
El fiasco de las conversaciones
con los comisionados directoriales, que Artigas puso a consideración del
Congreso, obligó a que este se abocara a! análisis de las relaciones con Buenos
Aires, postergando el tratamiento de otros temas.[181]
Así lo explicitaría el caudillo al informar al gobernador de Corrientes sobre
la finalización de la reunión: «he mandado retirar los Diputados por creerlos
superfluos en este punto mientras no se allane el primer paso que debe servir
de pedestal a los demás».[182]
Existen diversos testimonios
sobre lo discutido en la reunión,[183]
como el proporcionado por el Dr. José Antonio Cabrera - representante de
Córdoba - al informar a las autoridades de su provincia que se habían reunido
«en el Congreso los diputados de esta Banda Oriental y demás pueblos de la Liga
y Confederación que están bajo la protección del jefe de este ejército, don
José Artigas, para tratar de los medios de una unión libre, igual y equitativa,
con el gobierno de Buenos Aires, y fundar sobre esta base una paz sólida y
verdadera. Abierta ayer la primera sesión, en que fuimos instruidos por el Sr.
General del éxito desgraciado que había tenido la negociación entablada con los
diputados de dicho gobierno, se ha tenido por conveniente en dicho Congreso
reproducir las mismas reclamaciones hechas anteriormente por el Sr. General,
autorizándolas con una diputación en que hemos sido electos los ciudadanos
doctor Don Simón García de Cossio, don Miguel Barreiro, doctor Pascual Andino y
yo». A continuación el diputado cordobés explica las razones por las cuales
había aceptado sumarse a lo resuelto: «Como el objeto principal de esta
negociación es el de conservar nuestra integridad provincial, restableciendo el
equilibrio de las provincias que debían unirse, he adherido a esta nueva
investidura, que sin destruir ni desnudarme de la promesa que he recibido de
este pueblo, ha reunido en mi causa y en mi persona la respetable
representación, voz y derechos de los pueblos vencedores del Oriente».[184]
Otro informante relevante es el
delegado por Santa Fe, quien reproduce en lo fundamental el relato de Cabrera,
reiterando que Artigas propuso el envío de una diputación a Buenos Aires a
efectos de insistir con «las justas redamaciones de las provincias
confederadas».[185]
Finalmente, la versión de
Artigas - en nota al cabildo de Montevideo - confirma las anteriores: «reunidos
en esta villa de Concepción del Uruguay en 29 del corriente expuse lo urgente
de las circunstancias para no dejar en problema estos resultados. Califique las
proposiciones que por ambas partes se habían propuesto. Su conveniencia y
disonancia en todas y cada una de sus partes, y después de muchas reflexiones
resolvió tan respetable corporación marchasen nuevamente ante el gobierno
porteño cuatro diputados que a nombre de este congreso general representasen la
uniformidad en sus intereses y la seguridad que reclaman sus provincias».[186]
En virtud de dicha comisión, ya
instalados en la antigua capital virreinal, el 13 de julio de 1815 los
emisarios del Congreso de Oriente presentaron un plan para el restablecimiento
de la concordia, que ajustado a los principios básicos del artiguismo, mostraba
en su apretada redacción la intención de hacerlo más aceptable para las autoridades
bonaerenses, entre cuyos sostenedores una minoría todavía aspiraba a un
entendimiento con los orientales.[187]
La propuesta se hallaba
concebida en los siguientes términos: «Habrá unión ofensiva y defensiva entre
las provincias que se hallan bajo la dirección del jefe de los orientales y el
exmo gobierno de Buenos Aires». En segundo lugar, sobre la base de que sería
«reconocido un carácter puramente auxiliador en las tropas que hasta la
ocupación de Montevideo pasaran de Buenos Aires a la Banda Oriental del
Uruguay», se reclamaba la devolución de una importante cantidad de armas,
municiones y lanchas cañoneras, además de la imprenta, igualmente arrebatada de
aquella plaza. También se estipulaba la entrega de quinientos fusiles a Córdoba
y otros tantos a 5anta Fe, mientras que «todo lo demás extraído de la provincia
oriental quedará en Buenos Aires en clase de depósito para auxiliar con ello a
las demás provincias».[188]
Junto a la entrega del plan, en
conocimiento de los matices de opinión que se manifestaban en la elite porteña,
los diputados enfatizaron su deseo de concurrir gustosamente a «cualquier
discusión que sobre el particular se promueva entre la magistratura de esta
capital... para así proveer las explicaciones consiguientes y poder remover las
dudas que pudieran suscitarse».
Sin haberles proporcionado
previamente ninguna señal sobre la respuesta a sus proposiciones, el 19 de
junio el director supremo se dirigió a los diputados comunicándoles que en
pocos días dispondrían de una «contestación decisiva», pero que mientras tanto
- «conviniendo al decoro y a la buena fe evitar comprometimientos recíprocos» -
había resuelto que pasaran a «hospedarse» fuera de la ciudad, en una corbeta
surta en el puerto. Medida que seguramente respondía a dos razones concurrentes:
evitar que dichos representantes se enteraran de las iniciativas militares que
se tramaban contra sus instituyentes, y que no pudieran influir sobre quienes
se mostraban menos intransigentes frente a los reclamos orientales. Cabe
consignar que si bien el Directorio negó que se tratara de un arresto, poco
disimulaba cual sería su decisión final, al tiempo que zahería a los
comisionados anunciándoles que guardaría la inmunidad de sus personas «aunque
no esté acreditada por otra parte la alta representación del carácter que
revistan».
La resistencia de los diputados,
que habían reaccionado dando por finalizada su misión y solicitado
infructuosamente sus pasaportes, les permitió eludir el embarque, el cual sería
finalmente suspendido el día 21, sucedién- dose de todos modos los
desencuentros y cierta desconsideración en el trato.
Finalmente, el 1 de agosto el
gobierno de Buenos Aires respondió a los emisarios del Congreso de Arroyo de la
China en los siguientes términos: «El plan presentado por V.V. como fundamento de la concordia
entre el jefe de los orientales y este gobierno fue examinado (y la) resolución
fue que las proposiciones que en el referido plan se ofrecen en los términos
que están concebidas son inadmisibles, y que carecen las personas de V.V.
del carácter y representación con que han sido
anunciadas. En esta virtud queda expedito su regreso a la Banda Oriental».[189]
Quedaba claro que la demora en
entregar esta respuesta y la retención de los diputados habían sido parte de
una táctica para ganar tiempo mientras se completaban los preparativos de una
expedición militar con destino a Santa Fe,[190]
como acabaría reconociéndolo Álvarez Thomas en nota a Artigas: «los diputados
de V.S. han padecido alguna detención en su despacho porque hallándose informados
de la indicada medida temí se precipitasen a V.S. para oponerse a que se
realizase con el sosiego que conviene a todos».[191]
Ignorante todavía de estas
novedades, el caudillo dirigió una breve esquela al director supremo, en la
cual se evidencia la profundidad de los desacuerdos y la absoluta volatilidad
de la situación: «Si yo amo la paz tampoco temo los desastres de la guerra. Sea
V.E. seguro que si al recibo de
esta no pone inmediatamente a los diputados en cualquiera de los puertos de
esta Banda doy principio a las hostilidades de un modo escandaloso».[192]
En tan apuradas circunstancias,
la complejidad de la situación política - incluidas las dudas que todavía
perturbaban a partidarios de uno y otro bando - daría lugar a un nuevo intento
de las partes por alcanzar algún tipo de entendimiento. Lo cual se expresó en
el contenido de dos documentos fechados en Buenos Aires el día 3 de agosto, que
dan cuenta de una negociación de último momento. Se trata por un lado de 10
artículos (nota 2) rubricados por Antonio Sáenz, «comisionado por parte del
Exmo Sr. Director del Estado para tratar la paz con los cuatro diputados que al
efecto han venido de Paysandú», entre cuyos puntos salientes se afirmaba que
habría «paz, amistad y alianza perpetua entre el jefe de los orientales y el
Gobierno de Buenos Aires», al igual que entre los pueblos que están bajo la
protección de uno y otro; que ambos territorios serán independientes, y que «el
Paraná será la línea de demarcación que los distinga»; obligándose las partes a
enviar diputados al Congreso del Tucumán.[193]
Como puede observarse, en lo esencial nada demasiado diferente a lo propuesto
por Pico y Rivarola.
Más llamativa, aunque no del
todo sorprendente, es la «única proposición» (nota l) firmada por Barreiro,
Andino, García de Cossio y Cabrera, en la que se afirma: «Habrá paz entre los
territorios que se hallan bajo el mando y protección del jefe de los orientales
y el exmo gobierno de Buenos Aires».
Sobre las circunstancias de este
postrer intento de acuerdo contamos con el informe elevado por Sáenz a Álvarez
Thomas. En él explica que después de largas discusiones «conseguí al fin que
conviniesen en hacer la paz, desistiendo absolutamente de sus pretensiones...
pero muy luego conocí que para sus miras no era tan llano firmar como
prometer». Sin dejar de retratar la postura porteña, lo que sigue a
continuación resulta extremadamente sugerente para pensar la adhesión al
«sistema» y conducta futura de la dirección cordobesa, de sectores de la elite
santafesina, correntina y entrerriana, y de los cabildantes montevideanos -
entre otros «artiguis- tas» - razón por la cual lo transcribimos in extenso: «Ellos me entregaron entonces
firmada la nota n.Q 1. Yo conocí que no me era dado suscribirla por
las dudas que ella presenta, por las interpretaciones ominosas de que es
susceptible, por estar concebida su única proposición en términos vagos e
indefinidos, por que la autoridad del Superior Director de las Provincias
Unidas aparece odiosamente menguada, con menos atribuciones que el jefe de los
orientales, y queda convertida en un simple Gobierno de Buenos Aires... Por
estos motivos les presente la nota del n.° 2 y pedí que la sancionasen. Me han
contestado que ella es conforme desde luego a lo que habíamos tratado, que
ninguno de sus artículos les ofrece reparo, y que todos ellos son otros tantos
consiguientes de la paz que han firmado; pero al mismo tiempo reponen que
quieren dar al mundo un fuerte testimonio de su buena fe y sinceridad
cumpliendo religiosamente todo cuanto se contiene los artículos de mi nota, sin
haberla firmado. Este es el único fundamento que me han manifestado para tan
extraña resistencia; alguna vez también dejaban caer la expresión de no ser
conveniente sancionarla por ahora, aunque confesaban que era justa, y ofrecían
remitir sus explanaciones después de haber regresado al lugar de su
residencia».[194]
Concluida en estos términos la
transacción, durante la permanencia de los diputados en la capital el
Directorio no dejó de ejercer constantes presiones sobre gobernadores, cabildos
y otros individuos influyentes localmente, procurando desbaratar la unidad de
las provincias que se habían reunido en el Arroyo de la China, y en particular
neutralizar y apartar a Santa Fe y Córdoba, de importancia estratégica decisiva
para el progreso de la economía y el comercio de Buenos Aires.
En esta dirección, resultan
ilustrativos los conceptos vertidos por el ejecutivo porteño al negar un
«auxilio de artículos de guerra» solicitado por las autoridades santafesinas
para contener las irrupciones de grupos indígenas, argumentando que se debía
esperar «el resultado de las negociaciones entabladas con el jefe de los
orientales». Lo cual, sin embargo, no lo inhibía de adelantar la condición de
la que dependería cualquiera ayuda, al referirse a «los tratados que con nombre
de conciliación ha remitido dicho jefe a este gobierno y que en copia acompaño
con unos documentos relativos. Vea pues V.S. si buenamente podemos socorrer a
esa ciudad mientras los negocios no varíen de aspecto».[195]
A diferencia de Santa Fe, cuyas
relaciones con el artiguismo perdurarían - si bien con fuertes altibajos -
hasta los tratados del Pilar en 1820, la adhesión de Córdoba al proyecto
oriental fue relativamente fugaz. Como hemos visto, deseosa de afirmar la
autonomía provincial frente al centralismo, una de las facciones en las que se
dividían los sectores dominantes locales encabezada por José Javier Díaz se
aproximó a Artigas, participando del Congreso de Oriente y autorizando a su
representante a integrar la delegación enviada ante el poder bonaerense.
Hallándose todavía en curso e indefinida dicha comisión, el alcance limitado de
la adhesión de los federales mediterráneos al artiguismo se pondría de
manifiesto en la autorización otorgada al delegado Cabrera para que «en el
evento de que no se realice la negociación entablada por los pueblos de la
Confederación Oriental que aún se halla pendiente en este Gobierno, pueda
entrar con él en otros tratados que aseguren la tranquilidad de esa Provincia».[196]
Al respecto, mientras mantenía
la restricción a los movimientos y comunicaciones de los diputados, el 20 de
julio el Directorio se dirigió a Cabrera dándose por «enterado por su nota de
esta fecha de hallarse con poderes de la provincia de Córdoba para tratar con
este Gobierno sobre los convenios que deban fijarse por parte de ambos
territorios hasta la resolución del próximo congreso general, y oportunamente
avisará a V. hallarse expedito para entrar en las proposiciones y
estipulaciones que se juzguen convenir».[197]
Un análisis equilibrado de la
posición política de las autoridades cordobesas en la coyuntura debe tener en
cuenta tanto el modo en que expresaba
sus preferencias: «la causa de la Banda Oriental - le escribía Cabrera a Díaz
el 26 de julio - es la de todos los pueblos, que ella prevalecerá cada vez más
en lo sucesivo, y que mientras no desaparezca esta provincia de la tierra
siempre enfrentará su valor el poder y ambiciosos proyectos de esta Capital», como el pragmatismo (no exento de
oportunismo) con el cual orientaba sus pasos concretos: «el estado de los
negocios, por último, exige no precipitarse en los brazos de ninguna de las
partes beligerantes”. En esta línea, el 6 de agosto -ya alejados de la capital
los otros diputados del Oriente - Cabrera propuso a las autoridades porteñas la
neutralidad de Córdoba frente a los conflictos entre las provincias interiores
y su colaboración contra los enemigos exteriores, reafirmando su autonomía
respecto a Buenos Aires y comprometiéndose a enviar diputados al congreso
general de Tucumán».[198]
Más allá de estas y demás
alternativas que ofrecían las disputas entre los dos grandes proyectos
políticos en pugna, a fines de 1815 la magnitud del fenómeno artiguista
resultaba evidente para propios y extraños. Así, por ejemplo, lo testimoniaba
el cónsul de Estados Unidos en Buenos Aires -Thomas Lloyd Halsey- en nota
ajames Monroe, secretario de Estado de Estados Unidos: «Artigas, jefe
inteligente para la clase de guerra en que se ocupa, tiene completa posesión
del resto de la margen del Río de la Plata más arriba de Montevideo y de lo que
se ¡lama Entre Ríos hasta Corrientes;
y aún cuando este gobierno ha hecho esfuerzos
considerables para reducirlo, han resultado ineficaces».[199]
Como se pudo comprobar con el
paso del tiempo, el resultado de los enfrentamientos y la guerra civil entre
los pueblos que habían formado parte del virreinato platense sería decisivo,
por sí o por no, en la conformación de un amplio país sudamericano, ya que las
provincias que tendían a una integración de tipo federal no solo reclamaban
autonomía, como seguirían haciéndolo en las décadas siguientes, sino que -bajo
la orientación arti- guista - luchaban por
un «sistema», el cual, al reunir a Buenos Aires bajo reglas
democráticas, tal vez hubiera podido crear las bases de una unificación de los
territorios que finalmente acabarían desmembrados y balcanizados.
En este sentido, la experiencia
posterior a 1820 mostraría que, sin este tipo de sistema, el denominado
federalismo tendía a reducirse a localismo, aislacionismo y dispersión
regional, mostrándose incapaz para cuestionar la hegemonía de la elite
terrateniente-mercantil bonaerense en el manejo de los asuntos esenciales.
En estas circunstancias, bajo
una fuerte influencia de los intereses porteños, se constituyó en Tucumán -en
marzo de 1816- el Congreso de las Provincias
Unidas, sin incluir en su seno a representantes de Santa Fe, Misiones,
Corrientes, Entre Ríos y la Banda Oriental.
Realizado bajo la presión de urgentes y justas necesidades políticas y
militares,[200]
el Congreso sesionó enmarcado en arduas gestiones diplomáticas dirigidas a la
concreción de alguna forma de régimen monárquico - incluida la propuesta de
Belgrano de coronar a un miembro de la dinastía de los Incas - que hiciera más
tolerable a las potencias europeas la independencia que se proclamó a todas las
naciones del mundo el 9 de julio.[201]
Siendo esta declaración lo esencial para el
juicio histórico, no debe ocultarse que el sistema unitario fue
ratificado en todos sus términos.
Impuesto de lo resuelto en Tucumán,
a fines de julio Artigas le recordó al nuevo director supremo Pueyrredón: «Hace más de un año que la Banda Oriental enarboló
su estandarte tricolor y juró su independencia... Lo hará V.E. presente
al soberano Congreso para su superior conocimiento».[202]
Efectivamente, ya el 4 de febrero de 1815 el líder
oriental había señalado en una nota al gobernador de Corrientes: «Buenos Aires
hasta aquí ha engañado al mundo entero con sus falsas políticas y dobladas
intenciones. Estas han formado siempre la mayor parte de nuestras diferencias
internas y no ha dejado de excitar nuestros temores la publicidad con que
mantiene enarbolado el pabellón español. Si para disimular este defecto ha
hallado el medio de levantar con secreto la bandera azul y blanca; yo he ordenado
en todos los pueblos libres de aquella opresión que se levante una igual a la
de mi cuartel general: blanca en medio, azul en los dos extremos, y en medio de
estos unos listones colorados, signo de la distinción de nuestra grandeza, de
nuestra decisión por la República y de la sangre derramada para sostener
nuestra Libertad e Independencia».[203]
«La cuestión es sólo entre la libertad y el
despotismo: nuestros opresores no por su patria, sólo por serlo, forman el
objeto de nuestro odio».
Artigas
Si bien las diferencias con el Directorio no lograron
zanjarse, la situación de relativa paz que se extendió durante buena parte de
1815 y 181t> permitió que el pueblo oriental - por primera vez desde el
comienzo de la revolución en posesión de su territorio - pudiera atender a la
reconstrucción de la vida económica y social devastada por años de guerras.
Vale recordar que hasta ese
momento el actual Uruguay, a diferencia de Buenos Aires, fue continuamente
campo de batallas: primero entre patriotas y españolistas - incluida la
intervención militar portuguesa en apoyo del virrey Elío - y luego entre
porteños y orientales, a lo que se deben agregar los efectos del éxodo masivo
de 1811. La suma de estos sucesos produjo una severa depredación de su importante
riqueza ganadera y la parálisis de la actividad mercantil: «Los males de la
guerra - afirmaba Artigas - han sido trascendentales. Los talleres han quedado
abandonados, los pueblos sin comercio, las haciendas de campo destruidas y todo
arruinado».[204]
En estas circunstancias, y con
los condicionamientos impuestos por el virtual cogobierno que ejercía el
cabildo de Montevideo (controlado por la fracción de la elite oriental que
reemplazó a sus pares favorecidos por las fuerzas bonaerenses de ocupación), Artigas
desplegó un conjunto de iniciativas
económicas y sociales procurando dar respuesta a las necesidades más
perentorias de los pueblos y territorios sobre los cuales ejercía su
influencia. Entre las principales medidas que se llevaron adelante - las cuales
son tratadas puntualmente en los siguientes capítulos - se cuentan los Reglamentos comerciales y aduaneros, el Reglamento provisorio para el fomento de la
campaña, y la política de colonización sobre la base de revalorizar el papel de
los pueblos originarios.
Por esos días, Dámaso Larrañaga
- comisionado por el cabildo de Montevideo - se reunió con Artigas en Paysandú,
dejando anotado en su diario un interesante retrato del jefe oriental: «Llegó
el general acompañado de un ayudante y una pequeña escolta. Nos recibió sin la
menor etiqueta. En nada parecía un general; su traje era de paisano, y muy
sencillo: pantalón y chaqueta azul sin vivos ni vueltas, zapato y media blanca
de algodón, y un capote de bayetón eran todas sus galas, aun todo esto pobre y
viejo. Es hombre de una estatura regular y robusta, de color bastante blanco y
muy buenas facciones, con la nariz algo aguileña; pelo negro y con pocas canas;
aparenta tener unos cuarenta y ocho años. Su conversación tiene atractivo,
habla quedo y pausado; no es fácil sorprenderlo con largos razonamientos, pues
reduce la dificultad a pocas palabras, y lleno de mucha experiencia tiene una
previsión y un tino extraordinario. Conoce mucho el corazón humano,
principalmente el de nuestros paisanos, así no hay quien le iguale en el arte
de manejarlos. Todos le rodean y todos le siguen con amor, no obstante que
viven desnudos y llenos de miserias a su lado... ».[205]
Formando parte de este
contingente eminentemente popular se con taron numerosos negros, algunos
libertos y muchos otros que hasta poco tiempo atrás habían sido esclavos. Al
respecto, cabe señalar brevemente que no existiendo documentos que permitan
identificar una postura definida por parte de Artigas sobre la vigencia de la
esclavitud, las evidencias disponibles indican que si bien no se manifestó opuesto a dicha institución -
aun cuando en las Instrucciones del
Año III propuso promover la libertad civil «en toda su extensión imaginable» -
propició la libertad de los esclavos huidos que se incorporaron a sus tropas.[206]
En esta dirección, luego de la retirada porteña de Montevideo, resolvió que
«los esclavos de que echó mano el gobierno anterior para seguridad de esa Plaza
deben conservar su libertad y mantenerse en servicio de ella misma. A sus amos
se librarán los boletos para tiempo oportuno; con prevención que los emigrados
han perdido todo el derecho a su cobro, y los existentes en esa ciudad solo
exigirán de esas cajas el precio equitativo que ajuicio de ese M. I. cabildo
gobernador se señalare».[207]
En otros casos directamente
impulsó el reforzamiento de los ejércitos de la Liga mediante la manumisión de
esclavos: «Me es forzoso insinuar a V.S. un pensamiento que si se lleva a la
ejecución podríamos asegurar unos resultados felices. Es preciso apurar los
recursos, y no es el menor la libertad de la esclavatura, dejando a la
prudencia de V.S. la elección de aquellos que sin mayor gravamen de esa
provincia pudieran recolectarse a fin de agregarlos a las armas».[208]
Otra referencia sugestiva, que
aludiría a una definición de Artigas sobre la necesidad de efectivizar la
libertad de vientres,[209]
es el pedido realizado por el gobernador de Corrientes de «una copia del bando
que se publicó en esa el año de 1815, en tiempo de don José de Silva, sobre la
reprobación del Exmo señor de la nueva esclavitud de los natos, que dicho Silva
de su propio motu los había vuelto a esclavizar a la entrada de su gobierno, y
si se encontrase el oficio del señor Gral. en que le reprobaba, para circular
por estas campañas... porque están en este error viviendo estas gentes,
vendiendo libertos por esclavos».[210]
[211]
Vale tener también en cuenta
que, a tono con el criterio predominante por entonces - e incluso durante las
décadas siguientes -2n sobre la cuestión de la esclavitud, en el
texto del Reglamento de tierras se
especifica que entre los que podían ser agraciados se hallaban «los negros
libres y los zambos de esta clase».
Por último, recordamos algunos
conceptos vertidos por el líder oriental en el expediente de un juicio sobre la
compra de su libertad por parte de una esclava y el monto que debía abonar a su
amo respecto al cual las partes no se ponían de acuerdo: «No obstante no haber
ley sancionada sobre el particular que se reclama, es conforme a los intereses
del sistema se proteja la libertad de la esclavatura contra las leyes del
despotismo. Por consecuencia la esclava Ana Gasquen deberá ser libre y hallarse
en el pleno goce de sus derechos naturales desde el momento que ella haya
satisfecho a su amo la cantidad que costó en su venta».[212]
Dejando planteado de esta manera
el tema, nos referimos ahora al cuartel general de Artigas en el período de
consolidación de su poder e influencia política. Si bien su movilidad en el
territorio provincial lo hacía variar con frecuencia de ubicación dando lugar
al funcionamiento de diferentes campamentos volantes, hacia 1815 instaló su
base de operaciones a orillas del río Uruguay, en un paraje denominado el
«Hervidero» - unos treinta kilómetros al sur de Salto - en virtud de
estrecharse allí el río, arremolinando y revolviendo las aguas. El sitio
ofrecía al caudillo ventajas evidentes: «políticas, porque es un punto central,
frente a un río que lo pone en rápida comunicación con la otra banda y, por lo
tanto, con Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Buenos Aires, y desde el que
podía, por ende, manejar todos los hilos de la vasta red de negocios de “los
pueblos” sobre los cuales ya extendía entonces su protección y dominio.
Ventajas estratégicas, porque le sería fácil atender rápidamente a cualquiera
de los frentes del peligro de ataque armado, ya fuera de los porteños, de
Portugal o de España».[213]
En las inmediaciones del
Hervidero no tardaría en nacer un pueblo: la villa de Purificación, que desde
mediados de mayo se constituyó en la sede principal del gobierno de la
provincia Oriental y del conjunto del protectorado artiguista.
El nombre de «Purificación» -
idea posiblemente de Fray José Monte- rroso -[214]
se liga, en momentos que se presentía la inminencia de una expedición realista,
a la política fijada por Artigas para controlar a los españoles y algunos
americanos enemigos de la independencia. Con él se quiso significar que la
nueva población sería «un centro destinado a reclusión de los conspiradores o
culpables políticos de cualquier naturaleza, al propio tiempo que al trabajo y
a forjar el porvenir de la patria».[215]
Es decir, un sitio de internación y reeducación para los enemigos del nuevo
sistema político, los cuales percibieron con toda claridad el meollo del
asunto: «Artigas, ciego y obstinado en perseguir y arruinar a los españoles
europeos, expide órdenes ejecutivas para que a ninguno se le permita morar en
esta ciudad, y se le remitan todos al Hervidero en donde los hace trabajar como
animales, sin permitirle ni aun aquellas comodidades que ellos con su dinero
pueden proporcionarse, y expuestos a los horrores que experimentan en el
transito de 120 leguas, son los hombres más desgraciados que pisan en este
hemisferio».[216]
[217]
Cuando hubo pasado el peligro de
la expedición reconquistadora, al haberse dirigido el ejército de Morillo hacia
Venezuela,21 Artigas sorprendió al cabildo de Montevideo al
ratificar y profundizar el confinamiento de los europeos, poniendo al
ayuntamiento - ahora sin el incentivo del temor a la represalia realista - en
la difícil circunstancia de enfrentarse con un sector del patriciado oriental
al que se hallaban vinculados por numerosos vasos comunicantes, incluida la
común desafección a sus rivales porteños.
Ante la resistencia de los
capitulares,213 Artigas les dirigió un oficio en octubre de 1815
-otro entre muchos de igual tenor- que ilustra la naturaleza de la situación:
«Me es forzoso reconvenir a V.S. por los resultados de aquella imprudente
condescendencia. Magariño y todo enemigo de la libertad no harán más que
atentar contra nuestro sosiego. De ese resultado calcule V.S. ulteriores
consecuencias con los enemigos que existen entre nosotros. Por lo mismo ordené
a V.S. me remitiese todos los hombres malos y que por su influjo pudiesen
envolvernos en nuevos males. Y me es doloroso decir a V.S. que su
condescendencia ha debilitado el vigor e importancia de mi providencia... Este
es el lugar destinado para su purificación».219 Pese a tan
perentorio reclamo, los cabildantes persistieron en un cumplimiento apenas
formal - remitiendo a personas poco influyentes y de dudosa peligrosidad -
mientras otorgaban indultos, ordenaban libertades y disimulaban la salida de
Montevideo de muchos sospechosos, que se refugiaban en los pueblos de campaña
donde -afirmaba Artigas- se dedicaban a «fomentar la irritación de los
paisanos».
Más allá de las vicisitudes de
esta disputa,220 la villa del Hervidero continuó siendo la base de
las operaciones de Artigas hasta principios de 1818, cuando debió ser evacuada
ante la cercanía de las tropas portugueses. [218]
[219]
[220]
«He propuesto al barón de la Laguna (jefe de las
tropas portuguesas) que acometa con sus fuerzas y persiga al enemigo común
hasta el Entre Ríos y Paraná en combinación con nosotros».
El director supremo Rondeau a Manuel García, 1819
Frustrados en 1815 los intentos
por lograr un avenimiento, la guerra civil volvió a recrudecer. El partido
directorial no cejaba en sus esfuerzos por constituir a Buenos Aires en el
puerto único de las crecientes importaciones y exportaciones de las provincias
bajo su dependencia, lo que además de las disputas en Entre Ríos explica la
constante presión que ejerció sobre Santa Fe, pieza fundamental para el esquema
centralista por su dominio del Paraná y de las comunicaciones con el interior.
En las condiciones descriptas,
con la afirmación del artiguismo y el relativo equilibrio de los bandos en
disputa, solo nuevas y muy adversas circunstancias podían modificar el curso de
los sucesos. Estas se precipitaron cuando, a mediados de agosto de 1816, «un
ejército portugués de más de 6.000 hombres bajo el mando del hábil general D.
Carlos F. Lecor, barón de la Laguna, empezó sus hostilidades so pretexto que el
fuego de la anarquía que devoraba la Banda Oriental podía incendiar a su vecino
el Brasil».[221]
El secular afán expansionista
lusitano hacia las riberas del Plata operó entonces potenciado por el temor que
despertaban en la dirigencia del imperio esclavista «las monstruosas
cavilaciones del sanguinario Robes- pierre Artigas»;[222]
o dicho de otro modo, por el ejemplo democratizador del artiguismo y su fuerza
expansiva, percibido como una amenaza para la estabilidad del poder portugués
en el sur de Brasil.[223]
Sin desmerecer la prioritaria
trama política interna que determinó la decisión de la corte lusitana, cabe
remarcar que la opción de avanzar sobre territorios anteriormente dependientes
de España fue incentivada reiteradamente por distintos voceros del poder
bonaerense. Una muestra de ello son los conceptos que expone Nicolás de Herrera
- quien fuera secretario de Alvear- en nota del 19 de julio de 1815 a las
autoridades portuguesas, en la cual luego de argumentar los peligros que
representaría para el Brasil la existencia próxima a sus fronteras del
artiguismo «separado de la unidad del gobierno de las provincias», la obligada
conformidad de España y la comprensión de la administración porteña, propone
que las tropas portuguesas «deben entrar por el territorio marchando en todas
direcciones con la rapidez del rayo arrollando a las partidas armadas sin
consideración ninguna. S.A.R. esparcirá proclamas en las cuales hablará como un
pacificador, que no tiene más objeto que liberar al país de la anarquía». En el
mismo documento, al aludir a las gestiones encomendadas a ManuelJ. García por
el Directorio de Alvear ante la corte lusitana, Herrera especifica: «el objeto
de su misión es notorio a V.S. pero quizá ignorará que los que han sucedido a
aquel gobierno bajo el pretexto que quería entregarlos, acaban de escribir al mismo
García ofreciéndole ratificar sus poderes y suponiendo uniformidad en
principios políticos».[224]
La movida del colonialismo
lusitano no tomó desprevenido a Artigas, que desde principios de 1816 había
hecho redoblar la vigilancia en la frontera: «Según toda probabilidad y una
carta particular de las tramoyas del Janeiro - alertaba a Rivera - los
portugueses intentan venirse sobre la Banda Oriental para abril o mayo... En
dicha carta se hace referencia a las intrigas de Buenos Aires sobre el
particular y cuanto contribuyen los emigrados de ese pueblo al meditado
proyecto. Es preciso que ahora más que nunca se redoble la energía y estén
ustedes con cuatro ojos al ver venir las cosas».[225]
En julio, el líder oriental
apuraba las medidas defensivas ante la inminencia de la invasión: «Es preciso
que todos los pueblos hagan su esfuerzo - escribió a Andresito - y que todos
corran a las armas como lo estamos haciendo aquí para acabar con Portugal. De
lo contrario no podremos lograr la felicidad que apetecemos».[226]
Unos días antes Artigas se había
dirigido al gobierno de Corrientes anunciándole la inminencia de la invasión
extranjera, acontecimiento que «irrita demasiado la delicadeza de unos pueblos
que se han sacrificado por sostener su libertad y absoluta independencia... Es
preciso que todo el mundo se inflame y que una alarma general escarmiente tal
atrevimiento». Al reenviar este oficio a los pueblos de la provincia, la
autoridad correntina los exhortó a empeñar toda «la energía y prontitud a
sostener los sagrados derechos que hemos jurado al pie de los altares. Estos no
son, como bajo el tiranismo, unos juramentos para sostener la causa de un
déspota que nos miraba y trataba como a un rebaño de ovejas de las cuales
mataba, vendía y disponía a su arbitrio. Son sí unos juramentos dirigidos a
sostener la dignidad de los hombres libres y capaces de disponer de sus vidas y
propiedades para sostener la causa del género humano».[227]
Artigas conocía que desde tiempo
atrás, en los informes que sus agentes dirigían a la corte portuguesa, se
mencionaba con alarma «el espíritu de ese quimérico e infeliz fantasma de la
libertad e independencia, que él defiende en sus proclamas, fáciles de concebir
y ser apoyadas por la gentuza inferior de la campaña que bebieron desde su
infancia la misma doctrina y hasta algunos fueron sus antiguos compañeros en
las faenas de preparar cueros».[228]
Como se ha indicado, su carácter
colonialista y el temor al desorden social que asociaban al artiguismo
-fundamentos de fondo de la decisión portuguesa de invadir la Banda Oriental - [229]
fueron eficazmente estimulados por distintos referentes del régimen
directorial. Así lo registran las crónicas de la época: «los de Buenos Aires
(forzoso es decirlo), no pudien- do contener el torrente de la opinión que
Artigas sembraba en el resto de las provincias, y no pudiendo con las armas
contrarrestarle, llamaron a los portugueses para que les ayudasen a destruir...
»,[230]
Otro testigo de los sucesos
apuntó que la invasión «era provocada desde Buenos Aires por un partido exaltado,
refiriéndose a una misión secreta que cultivaba en Río de Janeiro el enviado
argentino don José M. García para pulverizar al general Artigas, que conmovía y
seducía a las Provincias de la Unión en armas contra la capital, principalmente
las de Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Córdoba, de las que Artigas se
titulaba Protector de los Pueblos Libres».[231]
El contenido de estas
afirmaciones, coincidentes con otros testimonios, debe considerarse
detenidamente, pues una vez establecida su veracidad se transforma en una clave decisiva para la interpretación
histórica del periodo 181b 20, incluida la evaluación del papel del
Directorio y el Congreso de Tucumán en esos años.[232]
¿Tenía razón Artigas al señalar
- en agosto de 1816 - «que nuestra existencia política está minada por la
intriga con el gabinete portugués, y que no sin fundamento hemos mirado con
recelo a todos los mandatarios de Buenos Aires»?[233]
Sin duda la situación política
imperante en el Plata entregaba elementos de juicio suficientemente
significativos como para estimular que observadores relevantes de aquel momento
los registraran en sus documentos. Uno de ellos, el ministro francés residente
en Río de Janeiro, coronel Maler, analizando la suspensión de la ayuda que se
había enviado en los primeros momentos a Montevideo, informaba a sus superiores
sobre «el apresuramiento con que para aquella época el Director propietario
Pueyrredón voló hacia Buenos Aires a donde llegó sin ser esperado,
apresurándose a detener el envío de cualquier otro socorro. No hay duda alguna
de que ese Director y la mayoría del Congreso de Tucumán se han echado
enteramente en brazos de los portugueses».[234]
El 22 de septiembre de 1816 el
comodoro inglés Bowles -comandante de las fuerzas navales británicas en América
del Sur - envió al Almirantazgo un detallado análisis de la situación en el Río
de la Plata: «No es extraño pues, que en una circunstancia de tal alarma, el
descontento y el desorden existan, y que, mientras un partido se inclina a
solicitar ayuda del exterior, otro piense en reunir a lo mejor de su propio
pueblo para solucionar la situación. Es por estos motivos que, primero Santa Fe
y después Córdoba, se hayan aliado al partido de Artigas en contra de este
gobierno, de quien se consideran alejados y abandonados; y como los dos
partidos están igualmente exasperados y decididos a proseguir, es de temerse
que, excepto que el triunfo de los portugueses allane rápidamente este
problema, se sucedan escenas aún más serias y desastrosas de las que hasta aquí
han sucedido ya». Y agrega sobre la conducta del ejecutivo porteño: «tenemos
todas las razones para suponer que ha estado llevando a cabo negociaciones con
la corte de Río de Janeiro».[235]
Otro testimonio concurrente,
notable en tanto ilustra lo extendido de la difusión de ciertas negociaciones
«reservadas», es la nota del embajador austríaco en Madrid dirigida -el 31 de
octubre de 1816- al principe de Metternich, en la cual alude al «jefe del poder
ejecutivo, brigadier Balearse, de quien en América y aquí se sospechaba que se
hallaba en inteligencia secreta con el gobierno de Río de Janeiro».[236]
Si bien las fuentes citadas podrían probar menos de lo que sugieren,[237]
no ocurre lo mismo con las que ahora mencionaremos, que reflejan la complicidad
del Directorio con los portugueses. Esto implica que en la guerra civil que
desde 1814 ensangrentó a las provincias, una de las partes se acomodó al accionar de una
potencia extranjera (colonialista y agresiva, cuyas miras ambiciosas
respecto al Plata eran conocidas de antiguo), en circunstancias en que dicho Portugal se constituía en el enemigo principal
de la Banda Oriental y del resto de los pueblos de la confederación artiguista.
El espíritu que presidía la
actitud del gobierno se transparenta con claridad en la nota que Manuel García
- representante desde el tiempo de Posadas ante la corte portuguesa - le
dirigiera al director Pueyrredón el 25 de abril de 1817: «Acaba de firmarse con mi intervención el proyecto
consabido, al cual podrá V.E. poner aquellas adiciones que juzgue
propias para asegurarse más y más, con tal que no estén fuera de la línea que
ahora guarda este gabinete... Porque: demos por supuesto que triunfamos de los
portugueses y que los obligamos a evacuar la Banda Oriental. ¿Hemos ganado algo
en fuerza y poder? No señor; entonces el poder de Artigas aparecerá con mayor
ímpetu y será irresistible. La naturaleza de este poder es anárquica, es
incompatible con la libertad y la gloria del país; es inconciliable con los
principios del gobierno de Buenos Aires, y con los de todo gobierno regular.
Artigas y sus bandas son una verdadera calamidad. V.E. lo sabe, todos los
hombres de bien lo conocen, y no pueden decir otra cosa sin desacreditarse. Con
que, entonces habremos gastado nuestras fuerzas, atrasado nuestras relaciones
exteriores, habremos enflaquecido nuestros ataques al enemigo común, no para
recobrar la Banda Oriental, sino para alimentar y robustecer a un monstruo que
resolverá sus fuerzas y desgarrará las provincias, para dominar sobre sus
ruinas. Con que, si conseguimos el objeto de la guerra, no solo no
recompensaremos los sacrificios hechos, sino que renovaremos la lucha con un
enemigo interior, sin obtener antes la paz con los de afuera».[238]
El «proyecto» a que se refiere
García estaba constituido por una serie de puntos que se considerarían como
artículos adicionales al Armisticio de 1812 (Rademaker-Herrera), que
estipulaban que Portugal no avanzaría sobre Entre Ríos, territorio que quedaría
- una vez eliminado Artigas - bajo dependencia del Directorio; asimismo, se
aseguraba un comercio franco y recíproco entre los puertos bajo control de
Portugal y las Provincias Unidas.[239]
Pueyrredón elevó el asunto a la
aprobación del Congreso acompañado de una nota recomendando un tratamiento
favorable: «Me dirijo a V.S. para que con la posible brevedad se sirva
sancionar por su parte los artículos comprendidos en el mencionado proyecto
para que no venga a suceder que, prestado el avenimiento por parte de S.M.F.
como lo esperamos, se niegue la ratificación por parte de las Provincias que han tomado la iniciativa, lo que sería
monstruoso y para hacer a vuestra soberanía misma juez de la necesidad a que no
podemos sustraernos de establecer estos nuevos pactos».[240]
El Congreso consideró la
cuestión en cuatro sesiones secretas entre noviembre y diciembre de 1817,
aprobando finalmente el proyecto de dieciséis artículos que, salvo
modificaciones que no alteraron su esencia, era el propuesto por García y
Pueyrredón.[241]
En el acta de la sesión secreta
del 10 de diciembre se fundamentó el aval al Tratado:«... no puede de ningún
modo dudarse de las verdaderas intenciones del Brasil relativas a la España en
la ocupación de la Banda Oriental con un interés decidido en la contradicción
de España, pero que podría abandonar si no nos preparamos a aliar nuestro interés
con el suyo».[242]
Acomodado de este modo el relato
justificativo, el Congreso y el Directorio tomaron el camino deshonroso de aliarse con un enemigo (Portugal) mientras luchaban contra
otro (España),[243]
profundizando la división de los patriotas rioplatenses con el fin último de
eliminar la alternativa democrática, republicana y federal, que encarnaba
Artigas.
En conocimiento de tales
designios y desde las primeras noticias de la penetración lusitana, el líder
oriental definió el centro y eje de su política, que se caracterizaría en
adelante por resistir a Portugal, fortalecer
la Liga de ¡as provincias federales y, sobre todo, lograr que Buenos Aires
abandonara su actitud complaciente y se incorporara a la guerra que se
libraba en el Oriente contra las fuerzas invasoras.
La influencia creciente que el
pensamiento artiguista fue adquiriendo en sectores importantes de la opinión
pública, y las simpatías que despertaba su firmeza frente a la agresión
extranjera,[244]
tuvieron expresión principal en el periódico La Crónica Argentina - continuador de El Censor - constituido en vocero del
federalismo bonaerense, antimonárquico y opositor al Directorio.
Desde sus páginas, Manuel
Dorrego - paradójicamente el jefe porteño derrotado en Guayabos - criticó la
inacción oficial frente a la invasión portuguesa, hasta acabar deportado a la
isla de Santo Domingo por el delito de opinión, consistente en señalar que «dos
naciones, despreciables a la par que tiránicas, se oponen a la felicidad de
estos pueblos: la España y Portugal».[245]
La medida represiva no detuvo a
los redactores de La Crónica, que en
su número 34, del 26 de diciembre de 1816 -luego de acusar al gacetero del
gobierno de estar pagado «para callar cuando una expedición extranjera invade
un territorio americano» - ponían al descubierto la política direc- torial,
coincidiendo plenamente con Artigas: «Pero la Banda Oriental no reconoce al
Soberano Congreso, ni al Excmo. Sr. Director; he aquí un argumento especioso
para reducirnos al letargo, mientras los portugueses
lo necesitan para adelantar sus proyectos. Supongamos que los españoles invadiesen aquella interesante provincia; ella no reconoce al Congreso ni al Sr. Director, luego es preciso abandonarla a su destino. ¿No es esta una política admirable? ¿No descubriremos el primer eslabón de nuestra esclavitud en esa insensibilidad peligrosa? ¿Qué haremos pues? Presentarnos armados en defensa de la libertad de nuestros hermanos orientales, ya que tantas veces lo hemos hecho para ofenderlos».[246]
lo necesitan para adelantar sus proyectos. Supongamos que los españoles invadiesen aquella interesante provincia; ella no reconoce al Congreso ni al Sr. Director, luego es preciso abandonarla a su destino. ¿No es esta una política admirable? ¿No descubriremos el primer eslabón de nuestra esclavitud en esa insensibilidad peligrosa? ¿Qué haremos pues? Presentarnos armados en defensa de la libertad de nuestros hermanos orientales, ya que tantas veces lo hemos hecho para ofenderlos».[246]

Apenas llegados a Baltimore,
Agrelo, Moreno y Pazos produjeron un manifiesto justificando su conducta, en el
que afirmaban lo que habían temido publicar en la Crónica: «Ahora añadimos para
conocimiento de los pueblos y escándalo de los hombres cultos del mundo, que
desde el tiempo de Alvear se formó el infernal proyecto de postrar la
revolución a los pies del rey del Brasil, y que este plan ha seguido con más o
menos descaro en las épocas sucesivas hasta la actual de Pueyrredón».[248]
En posesión de este importante documento, que fortalecía su posición, Artigas
se apresuró a distribuirlo entre los pueblos de la Liga y otras provincias.
El modo como se han escrito
diferentes versiones oficiales de la historia argentina, deformando o
relativizando estos sucesos cuando no se pudo ignorarlos, fue puesto en
evidencia por distintos autores: «no han querido mirar a Artigas con intensidad;
han visto solo al Directorio y a San Martín: al Directorio, en lucha contra el
caudillaje, con la anarquía; y a San Martín, en guerra contra España. No han
querido ver a Portugal, que es tan extranjero como España, y que es su aliado
natural; ni tampoco al pueblo, al pueblo argentino, que no es la oligarquía
comunal de Buenos Aires. Portugal no existe para ellos como enemigo; Artigas no
existe tampoco, por consiguiente, como campeón de la independencia. No han
querido verlo; lo destierran de la historia... ».[249]
Efectivamente, como fue señalado
por numerosos investigadores orientales (en muchos casos a favor de que la
historia oficial uruguaya encontró
beneficioso no distorsionar este específico punto del pasado), y no fue tomado suficientemente en cuenta, salvo excepciones, por la historiografía argentina: la revolución en el Río de la Plata tuvo dos cuarteles centrales enemigos, Lima y Río de Janeiro.
beneficioso no distorsionar este específico punto del pasado), y no fue tomado suficientemente en cuenta, salvo excepciones, por la historiografía argentina: la revolución en el Río de la Plata tuvo dos cuarteles centrales enemigos, Lima y Río de Janeiro.
Y en determinadas circunstancias
históricas, a partir de la invasión de 1816, fue Portugal y no España el
enemigo más inmediato y peligroso de la revolución anticolonial independentista
iniciada en Mayo de 1810; al menos lo fue en
la región oriental, incluidas Misiones, Corrientes, Entre Ríos y Santa
Fe, directamente agredidas en tanto provincias integrantes de los Pueblos
Libres.
Por lo tanto, desde el punto de
vista de la historia argentina resulta injustificable que se haya considerado
más valioso el patriotismo antiespañol, que el patriotismo antiportugués; que
se haya pensado que Salta o Jujuy eran más parte de la nueva patria en
construcción que la Mesopotamia y la Banda Oriental del Uruguay.
Contrariamente, el modo como
Artigas evaluaba el papel de España, Portugal y Buenos Aires en el contexto del
proceso emancipador, puede ejemplificarse con el oficio que dirigiera al
caudillo salteño Martín Güe- mes a principios de 18 1 6:[250]
«Contener al enemigo después de la desgracia de Sipe Sipe debe ser nuestro
principal objeto. Por acá no hacemos menos esfuerzos por contener las miras de
Portugal. Este gobierno rodeado de intrigantes duplica sus tentativas; pero
halla en nuestros pechos la barrera insuperable. La fría indiferencia de Buenos
Aires y sus agentes en aquella corte me confirman su debilidad. Nada tenemos
que esperar sino de nosotros mismos (...). Por ahora nuestro afán es contener
al extranjero; pero si el año 1816 sopla favorable, ya desembarazados de estos
peligros, podremos ocurrir a los del interior, que nos son igualmente
desventajosos. Entonces, de un solo golpe será más fácil reunir los intereses y
sentimientos de todos los pueblos, y salvarlos con su propia energía».[251]
Como se ha visto, la
condescendencia del Directorio con la invasión portuguesa buscaba entre sus
objetivos principales la eliminación de Arti-
gas,[252]
que constituía una peligrosa amenaza para los intereses estratégicos de ambos
poderes. Coherentemente con esto, Buenos Aires solo auxiliaría a los orientales
sobre la base de la derrota política de la posición artiguista, es decir,
acabando con la «soberanía particular de los pueblos», que el jefe oriental
definiera como el dogma de la revolución.
Pueyrredón fue muy claro al respecto: «El ejército
portugués invade el territorio oriental por la razón de su independencia y
separación voluntaria y reconocida de la masa general de las Provincias Unidas.
Desaparezca pues esta especiosa razón. Póngase Montevideo en la unión de las
demás provincias por un acto libre y voluntario de sus habitantes, y entonces
pondremos a los portugueses en la necesidad de respetar esa plaza o declararse
también contra nosotros (...). Si esto no fuera verificable no me queda más
arbitrio que el de abrir con la mayor cordialidad nuestros brazos y nuestras
habitaciones a todos los habitantes que quieran sustraerse de una dominación
extranjera».[253]
El destinatario de esta nota, Miguel Barreiro - que
actuaba como delegado de Artigas en el cabildo de Montevideo - envió una
diputación ante el ejecutivo porteño integrada por Juan J. Durán y Juan F.
Giró, «para que con la brevedad posible soliciten los auxilios que reclaman las
actuales urgencias de esta provincia, injustamente invadida por la nación
portuguesa».[254]
Ambos negociadores eran miembros
prominentes del ayuntamiento montevideano y con suficientes motivaciones como
para no ser demasiado consecuentes en la defensa del ideal artiguista. F ue así
como a instancias de Pueyrredón - el 8 de diciembre de 1816 - acordaron firmar
un acta estipulando: «Que el territorio de la Banda Oriental del Río de la
Plata jurará obediencia al Soberano Congreso y al Supremo Director del Estado
en la misma forma que las demás provincias; que igualmente jurará la
independencia que el soberano Congreso ha proclamado, enarbolando el pabellón
de las Provincias Unidas, y enviando inmediatamente a aquella augusta
corporación los diputados que según su población le corresponda. En
consecuencia de esta estipulación el gobierno supremo por su parte queda en
facilitarle todos los auxilios que le sean dables y necesite para su defensa».[255]
A los pocos días de firmado el
convenio - que debía ser expresamente ratificado para poder considerarse
vigente - su contenido fue rechazado por Barreiro,[256]
invocando que los comisionados se habían excedido en sus atribuciones.[257]
La decisión no logró sin embargo evitar que, rápidamente impreso, fuera
masivamente difundido como un éxito de la política direc- torial,[258]
sin perjuicio de que apenas conocida la reprobación oriental se suspendió el
envío de los auxilios comprometidos, ya que en ningún caso se prestarían sin la
previa sanción del acta.[259]
Artigas, impuesto de lo ocurrido,
se dirigió a Durány Giró, dando por finalizada su comisión: «Es preciso o
suponer a V.S. extranjero en la historia
de nuestros sucesos,
o creerlo menos interesado en conservar lo sagrado de nuestros derechos, para
suscribirse a unos pactos que envilecen el mérito de nuestra justicia, y cubren
de ignominia la sangre de sus defensores El jefe de los orientales ha
manifestado en todos los tiempos que ama demasiado su patria para sacrificar este rico patrimonio de los
orientales al bajo precio de la necesidad»/00
Valorando esta enérgica y bella
posición de principios, cabe considerar como probable que una vez abandonadas o
postergadas las ideas de «soberanía particular de los pueblos» y «unidad por el
pacto recíproco», la ayuda hubiera llegado. Con palabras de Pueyrredón,
«reconociendo al Soberano Congreso de las Provincias Unidas cesará la causa de
la guerra... Hágase esta declaración sin más demora: la plaza será auxiliada
pronta y vigorosamente, y se hará saber al general del ejército portugués para que
considerándola comprendida en el armisticio existente entre este país y la
corte del Brasil desista de las hostilidades con que la tiene amenazada».[260]
[261]
[262]
Al día siguiente de esta
comunicación, se celebró en la capital una Junta de Guerra en la cual, dentro
de la diversidad de posiciones y matices, se escucharon propuestas - como la de
Martín Rodríguez - planteando que «la guerra debe declararse en el día a los
portugueses por considerarse aquella Banda una parte integrante de las
Provincias Unidas sin embargo de la oposición obstinada y hostil contra Buenos
Aires del jefe que la preside, por que se sabe que la mayor parte de los
habitantes claman por nuestra unión para obrar contra los agresores». Más
agudos aún fueron los conceptos de Juan Ramón Balcarce al referirse a «la
agresión injusta sobre el territorio oriental, que es una parte integrante de
las Provincias del Río de la Plata. Esta es una verdad inconcusa, contra la
cual nada prueba que el jefe de los orientales se mantenga con las armas en la mano
sin reconocer al gobierno supremo ni enviar diputados al Congreso, porque
Salta, Córdoba y Santa Fe han hecho poco más o menos lo mismo, ¿y habrá quien
diga que no son una parte de aquellas y que se deben abandonar a la suerte?».
Por su parte, reflejando el sentir de buena parte de los congregados, Nicolás
de Vedia, manifestó el rechazo a la «invasión que experimenta la Banda
Oriental, parte integrante de las que componen la unión, sin embargo de

la opinión y conducta de su actual caudillo».262 Evidentemente, frente a la línea que se impondría - sin sometimiento no hay auxilios - no eran pocos quienes priorizaban la lucha unida contra el colonialismo lusitano, ubicando, al menos frente a la invasión extranjera, en un plano secundario la contradicción con la línea política artiguista.
Mientras en Buenos Aires se
desarrollaban las referidas negociaciones y debates, las fuerzas portuguesas
penetraban, incontenibles, en la Banda Oriental. En estas circunstancias, el
plan de operaciones de Artigas se basó en llevar la guerra al territorio del
Brasil,[263]
a través de una acción militar emprendida desde Misiones por las fuerzas al
mando del dirigente guaraní - y comandante general de la provincia - Andrés
Guacurarí Artigas, que obligara a los portugueses a reconcentrar sus fuerzas
desviando su marcha sobre Montevideo.[264]
La suerte de las armas no
favoreció sin embargo a Andresito que debió abandonar San Borja; este
contraste, junto a las derrotas de Verdum y Artigas en las batallas de Ybiracoy
y Carumbé, determinó el fracaso del intento de contra invasión por el norte.[265]
Nuevos triunfos en India Muerta,
Arapey, Aguapey y Catalán, colocaron a las tropas lusitanas en las
inmediaciones de Montevideo, por lo que el delegado Barreiro decidió evacuar la
ciudad - el 18 de enero de 1817 - al frente de las fuerzas leales, sin cumplir
la orden de Artigas de «echar por tierra los muros para que esa ciudad no
vuelva a ser el apoyo de los perversos y los enemigos no se gloríen de su
conservación».[266]
Dos días después, «el ejército invasor entró a la plaza de Montevideo, cuyas
llaves le entregó el cabildo comisionando a su síndico D. Gerónimo Pío
Bianqui».[267]
Esta actitud fue consensuada por
el cuerpo capitular el 19 de enero, cuando - según consta en actas - se
establecieron los medios que debían
adoptarse luego de la retirada de la fuerza armada «que oprimía al vecindario, y por consiguiente libres de aquella opresión se hallaban en el caso de declarar y demostrar públicamente que la violencia había sido el motivo de tolerar y obedecer a Artigas». Dicho esto, el cabildo acordó que «habiendo desaparecido el tiempo en que su representación estaba ultrajada, sus votos despreciados y estrechados a obrar de la manera que la fuerza armada disponía, vejados aún de la misma soldadesca y precisados a dar algunos pasos que en otras circunstancias hubieran excusado, debían desplegar sus verdaderos sentimientos de que estaban animados, pidiendo y admitiendo la protección de las armas de S.M.F. que marchaban hacia la Plaza».[268]
adoptarse luego de la retirada de la fuerza armada «que oprimía al vecindario, y por consiguiente libres de aquella opresión se hallaban en el caso de declarar y demostrar públicamente que la violencia había sido el motivo de tolerar y obedecer a Artigas». Dicho esto, el cabildo acordó que «habiendo desaparecido el tiempo en que su representación estaba ultrajada, sus votos despreciados y estrechados a obrar de la manera que la fuerza armada disponía, vejados aún de la misma soldadesca y precisados a dar algunos pasos que en otras circunstancias hubieran excusado, debían desplegar sus verdaderos sentimientos de que estaban animados, pidiendo y admitiendo la protección de las armas de S.M.F. que marchaban hacia la Plaza».[268]
La posición del cabildo, aunque
censurable, no resultaba sorpresiva. Es sabido que según la opinión de Artigas
sus miembros eran «hombres que nunca fueron virtuosos»;[269]
lo que dicho de otro modo significa que los patriciados de terratenientes y
mercaderes de Montevideo y demás provincias de la Liga se hallaban embarcados
dentro del cauce artiguista más por cálculo
que por convicción doctrinaria, y más por la presión de los pueblos que por
adhesión al «sistema».
De manera que, llegados al punto
de quiebre de la caída de la ciudad- puerto nuevamente en poder del
colonialismo, las contradicciones de Artigas con el «cabildo gobernador»
(observables, por ejemplo, en torno a la aplicación del Reglamento de tierras, la actitud ante los
españolistas que debían marchar a Purificación, y la postura ante el gobierno
de Buenos Aires desde Capilla Maciel hasta el Convenio firmado por Durán y
Giró) estallaron cuando el ayuntamiento recibió solemnemente al general Lecor.[270]
Es realmente notable la absoluta
falta de principios de estos hacendados y mercaderes orientales, que los
retrata en diciembre entregándose al centralismo porteño - al prestar
obediencia al Directorio y el Congreso - y en enero aceptando de buen grado el
dominio lusitano. Lo cual debe ser tenido presente en todos los análisis de sus
relaciones con Artigas y su doctrina, desde 1811 hasta 1817, especialmente
teniendo en cuenta que durante casi dos años ejercieron una fuerte influencia
sobre la gestión del gobierno.
Atento a estas características
de la elite montevideana, y su conducta reglada por un riguroso cálculo de
costos/beneficios, el general Lecor se apresuró a poner música en sus oídos:
«El pueblo no volverá a sentir el peso de las contribuciones, y el comercio
libre con todas las naciones podrá reparar los quebrantos que causó la guerra
civil».[271]
La alegría con que los españoles
residentes en la ciudad saludaron la presencia portuguesa contrastó con el
discurso austero de Artigas, que desde Purificación anunciaba la disposición
del pueblo oriental a luchar hasta el final por su libertad e independencia:
«Hemos sido desgraciados cuando pensábamos ser gloriosos... Sin embargo, el
enemigo ha tenido sus contrastes, y debe creer que nunca extenderá su
dominación sino sobre nuestra sangre».[272]
Además de organizar y dirigir la
defensa de la provincia, el caudillo debió bregar por la unidad y
fortalecimiento de los pueblos que conformaban su protectorado, que perdían, con la rendición de Montevideo, el
puerto atlántico a través del cual giraban lo esencial de su comercio
exterior, resistiendo la absorción portuaria bonaerense.
Artigas, fiel a sus ideas,
reafirmó la decisión de no traficar con Buenos Aires hasta que sus autoridades
no se sumaran a la lucha contra los portugueses; mientras tanto, celebró un
tratado comercial con los ingleses para paliar en alguna medida la falta del
puerto oceánico, siempre teniendo en cuenta que, como lo había establecido
tiempo atrás, «los ingleses deben someterse a las leyes territoriales según lo
verifican todas las naciones, y la misma Inglaterra en sus puertos».[273]
Entre las iniciativas que el jefe oriental desplegó en tan
apuradas circunstancias se cuenta un intento de recomposición de las relaciones
políticas con el Paraguay, las cuales se habían deteriorado en virtud de
antiguas intervenciones de Artigas en los asuntos de aquel gobierno, al que
desde siempre procuró sumar, de un modo u otro,[274]
a su lucha contra el centralismo porteño. Así, a mediados de 1817 se dirigió a
Gaspar de Francia y al cabildo de Asunción solicitando apoyo frente a la invasión
portuguesa, o al menos procurando neutralizar algún entendimiento con las
fuerzas lusitanas: «Rasgado el seno de la patria por la voracidad de los
opresores, fueron siempre decididos nuestros empeños; ¿y será posible que V.E.
pueda mirarlos con indiferencia a presencia de la guerra que nos ha promovido
la potencia limítrofe, intentando con su dominación arruinar nuestros intereses
recíprocos... Si por un fatal principio la divergencia de opiniones nos ha
puesto en una alternativa peligrosa, ella debe cesar».[275]
Las diferencias políticas y
programáticas que siempre existieron -y que la adversidad agudizó - entre
Artigas y los grupos de terratenientes y comerciantes hegemónicos en las
dirigencias del Litoral argentino, fueron aprovechadas por el Directorio para
fomentar y apoyar las manifestaciones de oposición al jefe oriental: en
diciembre de 1817 partió una poderosa expedición militar porteña en auxilio del
caudillo entrerriano Hereñú, que se había pronunciado contra Artigas.[276]
Simultáneamente - anota un cronista
presencial, padre del diputado santafesino al Congreso de Oriente - «vino del
Director Pueyrredón oficio a Vera y cabildo, convidando a unirse con Santa Fe,
prometiendo premios y convidando a los vecinos a que se separen y no den
fomento a la Banda Oriental».[277]
El énfasis constante puesto por
el gobierno bonaerense en obtener la obediencia santafesina se debía - entre
otras causas - a que esta provincia cumplía un rol económico significativo en
materia portuaria. La revolución había puesto a la ex capital virreinal en
posesión material de todos los monopolios y privilegios que detentaba de jure
la metrópoli; por tanto, si se perdía Santa Fe - le escribe Darragueira a Guido
- «Buenos Aires sufrirá en su comercio y aduana, y en la consideración y preponderancia
de su localidad sobre las demás provincias, pues dejaría de ser el puerto
preciso de ellas».[278]
Las iniciativas destinadas a
golpear en el flanco occidental de la Liga, a pesar de no alcanzar mayores
éxitos resultaban eficaces en el marco de la estrategia global, donde se
sumaban a otras actitudes políticas igualmente hostiles al artiguismo. Entre
ellas el atizamiento de las discrepancias entre los principales jefes
orientales, incluido el intento de Pueyrredón de entenderse, por separado y a
espaldas del Protector, con Otorgués y Rivera,[279]
a quien envió un cargamento de armas y municiones indicándole que el único
obstáculo para la unidad eran las exaltadas pasiones y los errores de Artigas.
Al mismo tiempo que llevaba
adelante estas maniobras divisionistas, el director supremo autorizaba a los portugueses a navegar los ríos
Uruguay y Paraná en busca de ganado y demás alimentos, necesarios para
sostenerse en la sitiada Montevideo.
Igualmente, el 17 de octubre de
1817 fueron recibidos en Buenos Aires, con toda consideración, los jefes que
desertando de la lucha antiportuguesa habían fomentado la defección del
batallón de Libertos y sembrado la división y el pesimismo entre los patriotas
orientales. Sobre el significado de estos sucesos, el memorialista Cáceres
anotaría lo siguiente: «Encabezaron el movimiento Don Rufino Bauza y Don Manuel
Oribe. Este acontecimiento facilitó mucho su conquista a los portugueses:
estaba muy pronunciada la opinión del país contra ellos, en el ejército era
fanático el entusiasmo, y fue el primer ejemplo de desmoralización entre
nosotros».[280]
Sin perjuicio de los diferentes
matices que se expresan en las orientaciones políticas llevadas adelante por
Pueyrredón, entre las cuales cabe reconocerle su aporte a las campañas
sanmartinianas, es un hecho probado que respecto a la Banda Oriental favoreció
las miras portuguesas. No solo por retacear la ayuda bonaerense, sino porque a
través de la agresión a las provincias del Litoral, contribuyó a debilitar las
fuerzas que resistían la invasión,[281]
distrayéndolas parcialmente de su tarea principal: «Artigas tenía fraccionadas
sus fuerzas, pues había hecho pasar algunas divisiones al Entre Ríos para
rechazar a los porteños, que a las órdenes de Montes de Oca por Gualeguaychú, y
de Balcarce por el Paraná, nos llamaban la atención de un modo muy serio».[282]
Así lo creyó el jefe oriental,
pese a que todavía el 25 de junio de 1817 continuaba esperanzado, como lo
señaló en una misiva al cabildo gobernador de Corrientes, en alcanzar un
acuerdo: «Al fin tocaremos los resultados de la reconciliación y ella será el
norte por donde dirijamos nuestras operaciones y esfuerzos». En la misma nota
se mencionan las razones de su optimismo: «... ansioso de dar el mejor impulso
a los negocios he pedido y espero una diputación del gobernador de Buenos
Aires, relativa a la transacción de nuestras diferencias. Yo por mi parte creo
haber llenado mis deseos por la unión remitiéndoles los oficiales prisioneros,
abriendo las puertas al comercio y otros cuantos actos que demuestran
bastantemente mis afanes por la reconstitución».[283]
Sin embargo, los sucesos
adversos y las reiteradas provocaciones direc- toriales acabaron, una vez más,
por desengañarlo: sin derrotar la política
dominante en el gobierno porteño y en el Congreso, resultaría prácticamente
imposible triunfar sobre los portugueses; o sea que Cepeda - la batalla
en que los Pueblos Libres derrotarían a las fuerzas de Buenos Aires - aparece
preanunciada, con casi tres años de anticipación, como un resultado necesario
de la táctica artiguista.
Fue entonces que el 13 de
noviembre de 1817, desde Purificación,[284]
Artigas envió el oficio a Pueyrredón - notable en más de un aspecto - que
significó el virtual reconocimiento de un estado de guerra abierta: «V.E.
negándose a conciliar los intereses de una y otra banda es un criminal, e
indigno de la menor consideración. Pesará a V.E. el oír estas verdades, pero
debe pesarle mucho más haber dado los motivos bastantes a su esclarecimiento
(...). Hablaré por esta vez, y hablaré para siempre: V.E. es responsable ante
las aras de la patria por su inacción o su malicia contra los intereses
comunes. Algún día se levantará el tribunal severo de la Nación y él
administrará justicia».[285]
Los años siguientes fueron
testigos de la resistencia tenaz y ejemplar del pueblo oriental a la conquista
lusitana, aun cuando los triunfos resultaran escasos y crecientes las bajas en
combate, defecciones y traiciones.
En 1818 las fuerzas orientales
sufrirían duros golpes, como la derrota y prisión de Lavalleja y de Andresito
Artigas, a lo que se sumó, entre muchas, la muerte en combate del caudillo
Encarnación Benítez, al igual que el jefe guaraní un exponente de los sectores
populares que aglutinó el artiguis- mo, sobre el cual volveremos al referirnos
al Reglamento de tierras de 1815.
Asimismo se produjo la defección y pasaje a las filas portuguesas de Tomás
García de Zúñiga,[286]
quien en 1813 había marchado en misión a Buenos Aires portando la consigna de
que «la soberanía particular de los pueblos es e! objeto de la revolución».
En mayo de 1819 fue capturado
por los portugueses Fernando Otorgués, uno de los principales comandantes
artíguistas, a pesar de lo cual la resistencia se mantenía activa, encabezada
por jefes como Andrés Latorre, Gor- gonio Aguiar, Pantaleón Sotelo, Manuel
Cairé, Faustino Tejera, Ramón de Cáceres, Segundo Aguiar, Juan Pablo Bulnes,[287]
José Llupes y Pedro Campbell.
El hecho de que entre 1816 y
1820 las tropas del colonialismo lusitano - más numerosas y mejor armadas - no
lograran consolidar su dominio sobre los pueblos de la Banda Oriental, solo
puede explicarse por el espíritu de lucha, sacrificio y constancia que estos
pusieron de manifiesto al sostener el combate. Esta caracterización no debe
impedir, sin embargo, percibir toda la complejidad de la situación y las
dificultades que con frecuencia debilitaban la resistencia al invasor. Un buen
ejemplo de ello es el mensaje de Artigas al cabildo de San José -fechado en
septiembre de 1818- reprochando que «los orientales han olvidado tan sagrados
deberes (amar su libertad). Ruego a ustedes que en mi nombre y por el bien
general del país quieran recomendárselos. Ellos hicieron el voto de la
revolución y cuando los paisanos debían ostentar la heroicidad de sus
sentimientos coronando sus sienes con laureles de honor, los han marchitado con
su indiferencia. No es la inacción la que debe salvarnos».[288]
En esta dirección, otorgando un
gran papel a los aspectos ideológicos para el logro de la unidad en la causa y
la movilización -y sobre la base de reconocer que las armas son imprescindibles
- en reiteradas oportunidades Artigas especificó que sin la convicción y
decisión del hombre que las empuña aquellas de poco servirían: «las pistolas
podrán ser útiles si los paisanos son interesados en la defensa de su suelo; si
no lo son, superfluas serán las pistolas, fusiles, armas y demás pertrechos».[289]
Presentes desde el mismísimo
Grito de Asencio, expuestas durante el exilio en 1812 y recrudecidas en Capilla
Maciel, la invasión del colonialismo portugués agudizó todas las
contradicciones de la sociedad oriental, fenómeno que se replicó en algunos
casos con mayor intensidad en el resto de los pueblos y provincias embarcadas
en el cauce artiguista. Así, desde 1817, aunque en un segundo plano frente a la
defensa de la patria agredida, cobró cada vez más importancia la multiplicación
de las tensiones, divisiones, defecciones, obediencias forzadas, rebeldías
solapadas, cabildos remisos, paisanos indolentes y demás manifestaciones de los
diversos grados de incomodidad y desacuerdo que se iban manifestando respecto a
la línea política fijada por Artigas.
No es difícil percibir que,
sobre todo desde la caída de Montevideo, la conducción unificada de los Pueblos
Libres se hacía cada vez más difícil y compleja. Tiempos y circunstancias
diferentes para los diversos lugares y actores estimularon el desarrollo de
ideas - emergentes de las comprensiones de la situación vivida y sus imaginadas
perspectivas - que necesariamente tendieron a desalinearse del centro político
del movimiento general. Fenómeno en el cual se mezclaron - a menudo
potenciándose - actitudes de oposición a la conducción y la orfandad respecto a
orientaciones que tardaban en llegar o eventualmente no llegaban.[290]
Aunque copiosa, la
correspondencia emanada del cuartel general solía ser irregular, y no siempre
lograba mantener actualizadas las noticias requeridas por los cabildos y
autoridades de los pueblos sobre la situación en los distintos frentes y del
estado de las relaciones con Buenos Aires, lo cual se hacía más sensible en
circunstancias apuradas, toda vez que la información propia competía con
múltiples fuentes alternativas, expresión de una heterogénea paleta de
intereses donde se destacaba la potencia del aparato directorial y su uso a
destajo de la imprenta.[291]
En un escenario articulado,
entre otras referencias relevantes, por el devenir de la invasión portuguesa,
la lucha contra el hegemonismo porteño, la guerra con España y los renovados
rumores sobre una posible expedición reconquistadora, los balances sobre el
estado de las cosas y sus perspectivas que realizan en cada lugar los vecinos
afincados reflejan el refuerzo de la inclinación a medir cada vez más la
situación en términos de costos y beneficios individuales inmediatos. En todos
los pueblos y parajes, y - allí donde existen - en sus órganos capitulares, se
encuentran presentes sin duda partidarios de Artigas, pero también de Buenos
Aires, de los intereses locales y comarcales, y - sobre todo en la Banda
Oriental - del Montevideo aportuguesado, de modo que la lucha política es
intensa al interior de cada uno de los núcleos de sociabilidad dispersos en los
territorios de la Liga/92
Lo cual opera condicionado por una suerte de red de
contención, determinada por la presencia de gente que se encuadra mal dentro de
las jerarquías vecinales, y que forma parte - efectiva o potencialmente - de la
fuerza de choque de Artigas, constituyendo un factor difícil de ignorar por
quienes laboraban en contra de las directivas del caudillo. En este contexto,
la progresión y dirección de los sucesos se basaba esencialmente en la
evolución de las relaciones de fuerza, tal como se pudo observar en la actitud
y declaraciones de los cabildantes montevideanos una vez llegadas las tropas
portuguesas.
«Se engaña si cree que su partido es el que fue en
otro tiempo. Al hombre que pierde todos le huyen la cara, y tal va a ser su
suerte».
Pueyrredón a San Martín, enero de 1817
Mientras en la Banda Oriental se
desplegaba la guerra de independencia contra el colonialismo portugués, en el
occidente se sucedían los intentos porteños dirigidos a doblegar la adhesión de
Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos al sistema de los Pueblos Libres, entre los
cuales puede mencionarse la incursión de tropas porteñas desbaratada por las
fuerzas de Ramírez en [292]
el arroyo Ceballos en diciembre de 1817; igualmente, el 25 de mayo del año
siguiente, el caudillo entrerriano derrotó a Balcarce en el combate del Sau-
cesito,[293]
y meses después volvió a batir sendos intentos comandados por Hereñúy Huboc.[294]
Mientras tanto, en mayo de 1818,
en Corrientes era depuesto el gobernador Méndez por tropas al mando del coronel
Bedoya en connivencia con el Directorio. Frente a este intento, Andresito,
cumpliendo órdenes de Artigas, se movilizó rápidamente al frente de un nutrido
contingente de guaraníes y con la ayuda de Campbell derrotó completamente la
sublevación.[295]
Por esos días Artigas se dirigía al cabildo de la capital correntina
señalando la necesidad de liberar a los esclavos, los que sin mayor gravamen
para la provincia podían agregarse a las armas «y sellar su libertad con sus
servicios».[296]
En todos los casos, su figura ocupaba el centro del escenario rioplatense, constituyéndose
en protagonista decisivo - como lo era desde 1811 - de la historia argentina.
Enfrentado a esta incomoda
circunstancia, y como parte de sus objetivos estratégicos, el poder directorial
procuró la destrucción del líder oriental, sumando a los medios puramente
militares una intensa acción propagandística a través de manifiestos, proclamas
y circulares;[297]
todos impresos con los cuales se procuró minar su prestigio entre los pueblos,
aprovechando que Artigas no tuvo a su alcance el arma de la imprenta para
difundir su versión acerca de las luchas políticas y militares de casi una
década.[298]
El tenor de este tipo de
panfletos, entre los cuales se destaca el líbelo encomendado a Sáinz de Cavia,[299]
era el siguiente: «Arrancad la simiente perniciosa de esa doctrina antisocial
que el peligroso patriota Don José Artigas ha esparcido en estos hermosos
países (...). El gobierno hace la diferencia debida entre la perversidad de
Artigas y la desgracia de los beneméritos vecinos que sufren el yugo de un
déspota tanto más cruel cuanto más disfrazado». Los artiguistas eran, desde la
óptica porteña, «hombres turbulentos que solo pueden vivir en el desenfreno de
la anarquía».[300]
Sin embargo, a pesar de alguna
ventaja ocasional, en general esta política no lograba prender en el espíritu
de los pueblos, que, contrariamente, tendían a compartir cada vez más los
argumentos del dirigente oriental: «La sangre americana - decía Artigas a
Estanislao López- ha sido derramada para sacudir el yugo infame del opresor
español. ¿Con qué derecho pretende ahora (el ejecutivo de Buenos Aires)
entregarnos a manos del portugués? Este delito nacional ya no puede ocultarse».[301]
Dicha argumentación,
reiteradamente presente en la correspondencia de Artigas, era el núcleo de su
línea política: «Nada es tan obvio a un porteño como no declarar la guerra a
los portugueses, y nada es tan urgente a los intereses de la América como
declararla».[302]
En otra esquela a Francisco
Ramírez, Artigas insistía en hacerle notar el papel reaccionario que
representaba el Directorio al propiciar la guerra civil soslayando la invasión
lusitana: «No hay complotación con los portugueses, pero la guerra contra ellos
no se puede declarar. Es más obvio que se derrame la sangre entre americanos y
no contra un enemigo común. ¿Y podrá Buenos Aires vindicarse a presencia del
mundo entero que esto ve y observa? Veremos nuestros países haciendo la
ambición de los extranjeros si no obstruimos los pasos que se le franquean».[303]
Si estos eran los lineamientos
estratégicos de la perspectiva artiguista, la táctica de sus adversarios
consistió - sobre la base de «la libertad e independencia de las provincias
representadas en el Congreso» - en aguardar la derrota de Artigas a manos
portuguesas,[304]
procurando mientras tanto atraer a su dependencia al resto de las provincias
rebeldes, entendiéndose con los caudillos locales sobre la base de que
desconocieran la autoridad del Protector.
En este contexto, y como parte
del cúmulo de importantes sucesos previos a la caída del Directorio, nos
referiremos brevemente a dos iniciativas políticas que tuvieron lugar en 1819,
anticipando componentes fundamentales de los sucesos -y su desenlace- del año
XX: la decisión santafesina de firmar con Buenos Aires el armisticio de San
Lorenzo y el intento de mediación del general San Martín entre los bandos en
pugna, invocando el peligro español.
Como se ha visto, las relaciones de Artigas con Santa Fe se
dinamizaron a partir de marzo de 1815, cuando reafirmando su «soberanía
particular» esta rompió la dependencia respecto del gobierno central y se
colocó bajo los auspicios del líder oriental,[305]
mortificando la aduana y el comercio porteños al privar a esta ciudad de su
preponderancia como puerto preciso de las demás provincias.
Sin embargo, la elite
mercantil-terrateniente santafesina no se destacó por sus coincidencias
políticas en torno a cómo insertar su terruño en el nuevo escenario que la
consolidación de la alternativa artiguista iba delineando hacia mediados de
1815. Así, sin perjuicio de solapamientos y cambios de bando, pueden
identificarse tres posturas principales en relación con la organización
política del antiguo virreinato: la de aquellos cuyos vínculos comerciales y
simpatías ideológicas se inclinaban por la integración bajo la hegemonía
bonaerense; la de los más decididos a formar parte de un sistema dotado de
mayor autonomía relativa dentro de las posibilidades que ofrecía el proyecto
oriental - que despertaba poderosas adhesiones entre el paisanaje - y
finalmente la de quienes, constituyendo una corriente con fuerte predicamento,
tendieron a oscilar entre las anteriores, prefiriendo preservar a Santa Fe de
un compromiso estrecho con orientales y porteños.
Algunos sucesos vinculados con
las relaciones interprovinciales vigentes inmediatamente después de fracasada
la misión de los diputados del Congreso de Oriente pueden servir para ilustrar
la explicación anterior. Por entonces, aludiendo a la expedición militar que
había despachado el Directorio,[306]
Artigas escribía el 13 de agosto al cabildo de Santa Fe: «el simple pretexto
con que aquel gobierno conduce sus tropas a esa ciudad no es bastante a
calificarlo de justo ni a sincerar su buena fe. Yo invitado por V.S. y
arrebatado de los clamores de ese pueblo, podría haber anticipado ese paso;
pero ansioso de la paz no he querido ni pretendo fomentar por mi parte las
complicaciones que pudieran impedirla. En consecuencia V.S. exponga la
necesidad de retirarse las tropas a Buenos Aires que entonces las mías ni
pasarán, ni se acercarán a ese destino (...) de lo contrario esa fuerza
alarmante será un escollo insuperable y se perpetuarán las hostilidades, y yo
no respondo de los desastres».[307]
Días después, asimilando estos
conceptos y procurando eludir un compromiso mayor, el cabildo santafesino le
hacía saber a Viamonte, comandante del ejército porteño, que «nada sería más
grato a esta corporación que ver alejados de nuestro territorio los desastres y
males horrorosos consiguientes al rompimiento con el jefe de los orientales, y
que ya nos presagia en su oficio (citado arriba), siempre que las fuerzas de su
mando entren en este pueblo; por lo mismo penetrado del conflicto de nuestras
circunstancias tenga la dignación de suspender sus marchas hasta tanto el
Director Supremo resuelva en el particular».[308]
Sin hacer caso a este planteo,
el 25 de agosto las tropas bonaerenses entraron en la ciudad de Santa Fe, casi
en coincidencia con la muerte del gobernador Candioti, cabeza visible del
sector más afín al artiguismo.[309]
En este contexto, estimulado por el apoyo militar, el grupo de la elite
local proclive al acuerdo con Buenos Aires logró operar el nombramiento de un
nuevo gobernador -Juan F. Tarragona - perteneciente a dicha facción, no sin
antes sobrellevar un conflicto con el cabildo, donde se manifestaba una
orientación más autonómica en la que se mezclaban partidarios de Artigas con
parte del centro político oscilante, aunque siempre dispuesto a enfrentar los
«excesos» del centralismo porteño.
La estabilidad lograda
resultaría sin embargo precaria. La rebeldía san- tafesina se fue incrementando
hasta que, a fines de marzo de 1816, la debilitada fuerza de Viamonte fue
derrotada militarmente, recuperándose el control de la ciudad. En el alzamiento
autonómico se habían destacado Estanislao López y Mariano Vera - que
resultarían electos comandante de armas y gobernador respectivamente -
participando también activamente fuerzas de obediencia artiguista conducidas
por José F. Rodríguez.
El pensamiento de Viamonte,
expresado al director supremo en vísperas del enfrentamiento en que acabaría
derrotado, resulta inequívoco respecto al modo como se encaraba por entonces la
contienda entre las dos líneas fundamentales para la organización política de
los pueblos y provincias que habían roto sus vínculos coloniales: «El insulto
atroz que ha sufrido la causa común en la agresión degradante de los
salteadores orientales pide una satisfacción proporcionada a su plan desolador
(...). Yo Sr. Exmo tengo sobrada disposición para llevar la guerra en la parte
oriental con más deseo que si la hiciera a los
peninsulares, porque en mi opinión aquellos nos hacen el mal que no son
capaces estos».[310]
Apurado por la rendición de
Viamonte, el general Díaz Vélez - al mando de las tropas enviadas a reforzar el
control sobre Santa Fe - procuró neutralizar el progreso del artiguismo en la
provincia negociando un tratado basado en garantizar la deposición de Álvarez
Thomas, sobre el que se arrojaban las responsabilidades por la guerra civil en
curso. Esta actitud política, aunque no puede desligarse de los conflictos y luchas
por el poder en el seno de la elite directorial, se puede interpretar como una
táctica destinada a capear el momento y reorganizar sus fuerzas, como lo
reconoce el mismo Díaz Vélez al señalar que «solo el bien y seguridad de mi
país podía haberme constituido víctima de la necesidad forzándome a atropellar
los respetos del benemérito Brigadier General Don Manuel Belgrano y los del
Excelentísimo Señor Director Coronel Mayor Don Ignacio Álvarez».[311]
En estas circunstancias los
representantes de Buenos Aires propusieron una interpretación de la coyuntura
basada en reconocer los «atropellos y ultrajes» generados por la ocupación de
Santa Fe, lo que habría obligado a este pueblo a pedir el auxilio de Artigas
con los resultados conocidos. De esta manera, y autocrítica formal mediante, se
procuraba - al precio de otorgar temporalmente cierta autonomía a los
santafesinos - el retiro de los orientales, dado que su presencia «auxiliadora»
ya no tendría razón de ser.
Finalmente el acuerdo de Santo
Tomé del 9 de abril de 181o,[312]
desaprobado por Artigas, reflejó la tendencia porteña a pactar por separado con
Santa Fe, procurando apartarla de la influencia oriental. Al aceptar la
negociación propuesta, el gobernador Vera profundizó su distanciamiento con
Artigas y sus partidarios en la provincia, proceso que culminó con la firma del
tratado del 28 de mayo,[313]
[314]
que a sus cláusulas conocidas agregaba un acuerdo secreto por el que se
coincidía en que «si el general Don José Artigas no conviniere en lo estipulado
por el tratado público, Santa Fe queda en la obligación a su cumplimiento para
con Buenos Aires».314
Pese a estos términos, la
dirigencia bonaerense se negó a ratificar el tratado en tiempo y forma,
remitiéndolo al Congreso - donde volvió a ser rechazado - lo cual contribuyó al
descontento santafesino,[315]
al reforzamiento del «partido que deseaba permanecer bajo la protección del
jefe de los orientales» -como se lamentaban los frustrados negociadores-[316]
y a la decisión final de Artigas (que había seguido expectante el curso
de la negociación) de no enviar diputados a Tucumán.[317]
Las necesidades socioeconómicas
de los mercaderes y hacendados porteños excluían, una vez más, una solución
política que, no significando la sujeción de las provincias a la pretendida
capital, las reuniera en una liga más o menos igualitaria. Obediencia o pacto, al igual que en 1813,
seguían siendo los términos del conflicto,[318]
toda vez que Buenos Aires habiendo alcanzado la hegemonía en el Congreso de
Tucumán lo transformaba rápidamente en un instrumento de su política
centralista.[319]
En virtud de estos resultados,
los santafecinos, incluido su hasta entonces remiso gobernador, tendieron a
acercar nuevamente sus posiciones políticas a las del protector,[320]
postura que resultó reforzada por el resultado de la observación directa que
Vera realizó del estado de las fuerzas orientales, acicateado por las «noticias
funestas» que sobre ellas difundía la propaganda enemiga: «Acabo de volver de
la Banda Oriental donde me llevó el designio de reconocer a la vista el estado
de aquel jefe y sus tropas. Me he encontrado asombrado al ver cuan ajenas de la
verdad eran las especies diseminadas por los enemigos disimulados. En efecto
había oído decir que aquel jefe desamparado casi de todos los suyos se hallaba
en un estado de imbecilidad incapaz de resistir al enemigo sin otro arbitrio
que el de la fuga; y que aquel se movía por todas partes en su contra. He visto
por mis ojos todo lo contrario: se halla el jefe en la Purificación con un
ejército respetable que no puede temer al del enemigo, ya por su crecido número
como por su buena disciplina militar (todo muy diverso de lo que se me había
informado). He tenido a bien transcribir estas favorables noticias por la
relación que tienen con la causa común, conceptuando le serán placenteras,
principalmente porque considero que llegarán a sus manos en un tiempo en que
tendrá formadas otras ideas muy distintas con motivo de las falsas noticias que
me obligaron a trasladarme personalmente a aquellos lugares».[321]
En una nueva misiva igualmente
dirigida a Güemes, Vera sintetizó la visión del momento político expresando la
perspectiva de la facción dirigente santafesina hacia la navidad de 1817: «Los
planes de aquel gobierno (el Directorio) son tirados en primer lugar contra el
jefe de los orientales, y en seguida contra el pueblo de Santa Fe... Nada
decanta más que la necesidad de la unión ¿Y cuáles son los medios que emplea
para conseguirla? Opresión, guerra y cismas. ¿Quién no conoce que estos no son
los alicientes de la amistad sincera, sino los precursores del despotismo?».[322]
Este reajuste coyuntural de la actitud de los santafesinos frente al poder
bonaerense se manifestaría en el rechazo tanto de agresiones militares como de
dudosas propuestas de avenimiento, para lo cual contaron en más de una
oportunidad con el concurso de tropas entrerrianas y correntinas comandadas por
Ricardo López Jordán, Pedro Campbell y otros jefes artiguistas.
Acaudillada desde julio de 1818
por Estanislao López,[323]
Santa Fe obtuvo importantes triunfos sobre las intentonas militares porteñas,
sin por ello abandonar su tradicional política pendular respecto al conflicto
de fondo entre Artigas y el Directorio, en cuyas modulaciones se continuaba
expresando la lucha de intereses entre diversos grupos de la dirigencia local.
En virtud de estas
fluctuaciones, y como ya había ocurrido en 1816, la dirección santafesina
celebró en abril de 1819 un nuevo pacto - el Armisticio de Rosario - con el
general Viamonte, aprobado luego por Belgrano.[324]
Este acuerdo fue ratificado el 12 de abril mediante la firma del Convenio
de San Lorenzo, por el cual se estipuló una vez más el cese de los
enfrentamientos bélicos y el restablecimiento de las comunicaciones, obteniendo
Buenos Aires libertad para el transporte terrestre y fluvial, lo que le
facilitaría reactivar su comercio afectado por las diversas restricciones
derivadas de la guerra civil.
Las causas puntuales de la
conducta de los santafesinos en este trance - parecida a la manifestada en
ocasión del Pacto de Santo Tomé - pueden ser varias y concurrentes: el temor a
la intervención decidida de los ejércitos de San Martín y Belgrano en los
conflictos interprovinciales, el creciente rechazo de la aristocracia local a
las modalidades tumultuarias del movimiento popular dentro del cauce artiguista
y, probablemente, el conocimiento por parte de López de los rumores que
anunciaban el envío desde España de una nueva y poderosa expedición
reconquistadora.
También puede considerarse como
factor explicativo de las tendencias políticas de la elite santafesina su
renuencia, con una economía provincial exhausta, a sostener los crecientes
perjuicios que implicaba involucrarse directamente en la guerra con el invasor
portugués, en condiciones en que el artiguismo no ofrecía ya los servicios de un
puerto transatlántico alternativo al bonaerense.
Como era de esperar, Artigas
rechazó el contenido de lo acordado pues no respondía a los objetivos que a su
juicio perseguía el accionar político- militar de la Liga; en particular por
ignorar la declaratoria de guerra a Portugal y permitir que Buenos Aires ganara
el tiempo necesario para desequilibrar la situación en su favor, especulando
con la inminente derrota de la resistencia en la Banda Oriental.
Por estas razones, desde el
primer momento presionó por la ruptura del convenio de abril, expresando: «Yo
no he exigido por base de nuestra reconciliación sino el deber de hacer la
guerra a los portugueses. Si ella no es admitida - escribía el 28 de julio al
cabildo de Santa Fe - habremos de remover todos los obstáculos que podrían
oscurecer mi cálculo. Entonces la cuestión es de hecho y lo es igualmente que
se estudia sobre nuestra inacción, debilitando los resortes que debieran dar el
movimiento impulsivo a los negocios. Santa Fe es el único punto desde donde
debe propagarse. V.S. debe conocerlo y convenir conmigo que no está en los
intereses de la Liga esa calma terrible de cuatro meses, en que han encontrado
los enemigos el mejor apoyo a sus esperanzas. Penétrese V.S. que no puedo ser
indiferente a resultados de esa trascendencia. Por consecuencia, si Buenos
Aires no inspira mejor confianza y no se allana al rompimiento indicado, yo
tampoco podré permanecer en inacción contra el doble objeto de sus miras. V.E.
es quien debe premeditarlo y resolverlo. Yo por mi parte estoy resuelto
conciliando unos y otros intereses. Para mí es indiferente que Santa Fe se
resuelva o no a nuevos empeños. Lo que exijo de V.S. es el libre repaso de las
tropas que con mis órdenes marcharán a multiplicarlos».[325]
En estos términos Artigas
reafirmaba su decisión de derrotar al Directorio, para lo cual alistó las
fuerzas entrerrianas, correntinas y misioneras, insistiendo ante Santa Fe para
«declarar guerra a Buenos Aires o permiso para que pasen sus tropas».[326]
López, que parecía inclinarse a
mantener los acuerdos contraídos, vaciló ante los firmes reclamos de Artigas,
hasta que - en conocimiento de documentos que probaban la connivencia de
porteños y portugueses, y de la Constitución unitaria y monárquica aprobada por
el Congreso -[327]
acabó por sumarse, a fines de 1819, al ejército de la Liga que iniciaba sus
marchas sobre la ex capital virreinal, no sin antes asegurar el perfil político
y legal de la provincia promoviendo su designación como gobernador y coman
dante de armas, y favoreciendo el dictado de un Estatuto provisional.[328]
Señala la crónica de Andino que el 29 de septiembre se
enarboló en el cabildo de Santa Fe la bandera oriental, con salva y música. El
regreso de López al cauce artiguista permitió consolidar por un tiempo la
unidad de la dirigencia provincial, ya que el gobernador volvió a contar con el
apoyo de los elementos más fieles al Protector, de los que se había distanciado
en virtud de su frustrada aproximación a la política directorial.
Meses antes de que estos sucesos
se precipitaran - antes aún del armisticio de San Lorenzo - el general San Martin intentó detener la contienda civil que
ensangrentaba el escenario rioplatense: «Para el efecto se dirigió en febrero
de 1819 a la logia Lautaro de Chile y al general O’Higgins, pidiéndoles que
mediaran oficiosamente con Artigas, al paso que él escribía a este y a
Estanislao López en idéntico sentido».[329]
No era la primera vez que San
Martín tomaba una iniciativa semejante, pues ya en abril de 1817 había
sostenido comunicaciones con Otorgués y probablemente también con Artigas. Se
trata sin duda de un tema cuyo tratamiento resulta sumamente complejo y
delicado, razón por la cual aquí solo consideraremos algunos aspectos parciales
aunque relevantes a efectos de explorar la percepción sanmartiniana del
artiguismo.
A fines de 1816, frente a la
invasión portuguesa de la Banda Oriental, San Martín en su correspondencia con
Guido había manifestado un punto de vista favorable a emprender la guerra con
los lusitanos, aunque también expresaba sus dudas acerca de cómo y cuánto
tiempo se podría sostener el conflicto, en el marco de una situación general
que estimaba más crítica que ninguna anterior: «si los portugueses vienen a la
Banda Oriental como Ud. me dice, y Artigas les hace la guerra que acostumbra,
no les arriendo la ganancia; lo que si temo es por Montevideo el que en mi
opinión es enteramente perdido».[330]
Sin embargo, poco después, en
otra carta a Guido, señaló: «Yo opino que los portugueses avanzan con pie de
plomo esperando a su escuadra para bloquear Montevideo por mar y tierra; y en
mi opinión se lo meriendan; a la verdad no es
la mejor vecindad, pero hablándole a Ud. con franqueza, la prefiero a la de
Artigas: aquellos no introducirán desorden y amargura, y este si la cosa
no se corta lo verificará en nuestra campaña como estoy bien informado».[331]
Evidentemente estar «informado»
por Pueyrredón y otros de la misma facción implicaba nutrirse de un enfoque
harto unilateral respecto de la naturaleza del artiguismo. Lo cierto es que, ya
en enero de 1817, San Martín expuso su desacuerdo con que se declare la guerra
a los «fidalgos». Mientras tanto, en marzo, Artigas ordenaba la celebración en
las provincias de la Liga del triunfo obtenido en Chacabuco por «las armas de
la patria», indicando sus deseos de que «sirviera como ejemplo para dirigir con
eficacia nuestros empeños contra los que hoy intentan nuestra subyugación».[332]
Puede resultar difícil
comprender la actitud de San Martín al rechazar «el desorden» que atribuye al
artiguismo, si se obvia señalar - como hacen muchos autores que se ocuparon del
tema - las serias limitaciones políticas y sociales del Libertador, que le
impedían entender y aceptar las expresiones más radicales emergentes del
movimiento multifacético de los pueblos que se sacudían siglos de dominación y
opresión. Prisionero en buena medida de los prejuicios y otras notas
ideológicas de las aristocracias de la época, tendió a confundir el
protagonismo democrático de las mayorías postergadas con la tan temida
«anarquía», que al igual que el «federalismo» aparecía como un peligro cierto
para la conservación de pilares fundamentales del orden social heredado de la
colonia.
Sin que signifique mengua alguna
de los inmensos servicios prestados por San Martín al logro de la independencia
de tres futuros países, y de su indiscutible mérito histórico, queda pues
planteada su incomprensión del hecho que el patriotismo valía tanto para
rechazar la dominación de España como la de Portugal.
Desde esta perspectiva, cuando
San Martín reprocha a Otorgues que «mientras yo y mis bravos compañeros de
armas nos hacemos pedazos por acabar la obra de la libertad, por aquí se está
destruyendo con el dedo lo que por allá se trabaja no solo a ambas manos sino
hasta con la vida»;[333]
comete una gran injusticia, agravada
por la circunstancia de que no podía alegar ignorancia respecto a la colusión
que se verificaba entre los intereses políticos de Buenos Aires y Río de
Janeiro. ¡También en la Banda Oriental se hacían «pedazos por acabar la obra de
la libertad», toda vez que la vida era el principal rescate que se ofrendaba en
pos de alcanzar la libertad e independencia frente al colonialismo portugués!
Con estos antecedentes se
produjo el intento de mediación entre «el general Artigas y el gobierno supremo
de Buenos Aires», impulsado por el director O’Higgins y aprobado por el senado
chileno el 27 de febrero de 1819.[334]
San Martín, que pugnaba por
entonces para concretar la expedición al Perú, sentía peligrar toda su
estrategia antiespañola, alarmado por los rumores de una expedición
reconquistadora peninsular que se dirigía al Río de la Plata y por la
incorporación del ejército de Belgrano a la guerra contra el litoral rebelde.
En estas circunstancias, la satisfacción del Libertador ante la concreción de
la mediación («me ha gustado infinito la comisión mediadora nombrada por ese
estado», le escribió a O’Higgins), contrastó con el desasosiego de dirigentes
como Belgrano, quien al momento de tener noticia de la iniciativa compartía la
irreal convicción triunfalista del Directorio, que contra toda experiencia
suponía una sencilla tarea militar acabar con los «anarquistas».[335]
Afirmaba entonces Belgrano - en
marzo de 1819 - que «esta guerra no tiene transacción; la hacen hombres
malvados sin objeto ni fin, y para mí tengo que los promotores son movidos por
los españoles (...). Los que están a mi frente son gente en desorden y ellos
correrán luego que vean tropas».[336]
El creador de la bandera
argentina, lejos en la ocasión del rumbo
democrático al que había adherido en la primera hora de Mayo,[337]
variaría luego de opinión - desalentado por los contrastes y la impotencia
político militar para imponer el modelo centralista- reconociendo que «hay
mucha equivocación en los conceptos, no existe tal facilidad de conclusión de
esta guerra, si los autores de ella por sí mismos no quieren concluirla, no se
acaba jamás».
Y reiteraba Belgrano, en ocasión
de aprobar el Armisticio de Rosario, que detenía por un momento su
enfrentamiento con las fuerzas santafesi- nas: «Para acabar esta guerra ni todo
el ejército de Jerjes es suficiente. El ejército que mando no puede acabarla,
es un imposible; podrá contener de algún modo, pero ponerle fin, no lo alcanzo
sino por un avenimiento».[338]
Al contrario de esta tardía
conclusión, San Martín había comprendido el problema - al menos en sus términos
militares - antes y con menores dudas; lo que explica no solo su intento por
detener la guerra civil, sino su posterior
desobediencia cuando fuera convocado por el Directorio a intervenir con
su ejército en la contienda. Ahora, ¿bajo qué principios se proponía la
mediación?
La comisión chilena planteaba
que debían concentrarse todos los esfuerzos en la lucha antiespañola - atacar a
Lima - y que luego del triunfo podrían dirigirse, reunidos, todos los recursos
a reclamar contra la usurpación lusitana del territorio oriental. El argumento
parece difícil de compartir por quienes desde hacía tres años luchaban
denodadamente, armas en mano, para evitar la dominación del colonialismo
portugués.[339]
Aun que, desde esta perspectiva, si la mediación hubiera permitido neutralizar
las agresiones bonaerenses en el flanco occidental de la Liga y dificultar su
entendimiento con la corte de Río de Janeiro, sin duda habría creado mejores condiciones para la lucha
antiportuguesa, sin perder de vista que para Artigas el objetivo de
fondo era que las Provincias Unidas acompañaran a la Oriental en su guerra por
la independencia.
Así también lo evaluaba por
entonces la diplomacia inglesa: San Martín «es partidario abierto de la forma
monárquica de gobierno, y dice que ninguna otra sería adecuada al pueblo de
Buenos Aires y de Chile o a sus hábitos. Su oposición a cualquier arreglo con
España que no implique la independencia es tan resuelta como siempre, y no
tiene predilección por los portugueses. Se cree que ha escrito para proponer un
arreglo amistoso con Artigas, que este, en su actual estado precario,
probablemente estaría dispuesto a escuchar; se sabe que tiene gran confianza en
San Martín, lo que sin duda apresurará una buena inteligencia entre él y Buenos
Aires».[340]
Por otro lado San Martín
escribió a Artigas - aunque la nota fue interceptada y devuelta por Belgrano -
en marzo de 1819: «No puedo ni debo analizar las causas de esta guerra entre
hermanos americanos (...). Unámonos contra los maturrangos bajo las bases que
usted crea y al ejecutivo porteño más convenientes, y después que no tengamos
enemigos exteriores, sigamos la contienda con las armas en la mano en los
términos que cada uno crea por conveniente».[341]
Pero, ¿cuál era en 1819 la
esencia de la guerra civil? Como queda claro en la actitud de López y Santa Fe
al romper el armisticio de San Lorenzo, el problema era que «la política del
Directorio en su obstinado monarquismo, no solamente ha llegado a ofrecer la
corona del Río de la Plata al príncipe de Lúea, sino que ha incitado a los
portugueses a invadir Entre Ríos para terminar con Artigas y los anarquistas
del Litoral».[342]
Por lo tanto -y esto escapaba a
la penetración política de San Martín - la guerra, de la que no quería «analizar
sus causas», no era solo el emergente de cuestiones domésticas sino que se ligaba directamente con las ambiciones de «un
enemigo exterior».
Precisamente por estas razones,
y pese a las limitaciones que le apuntamos, la mediación no fue rechazada por la
Liga federal - que apenas tuvo noticias de su existencia -, sino que fue el
director supremo Pueyrredón quien «justamente ofendido de que se enviase una
misión internacional ante un caudillo rebelde, que hacía una guerra de
bandalaje, antes de dirigirse a él, y de que se reconociese por el hecho a las
montoneras como beligerantes, a riesgo de ensoberbecerlas más, previno
formalmente a los diputados chilenos que suspendiesen todo paso en el ejercicio
de su comisión, y así lo significa a San Martín reprobando confidencialmente su
avanzado proceder».[343]
La negativa de Pueyrredón,
fechada el 11 de marzo de 1819, afirmaba entre otros conceptos de igual tono:
«... lejos de necesitar padrinos, estamos en caso de imponer la ley a la
anarquía. Por otra parte, ¡cuánto es humillante para nosotros que la embajada
se dirija a Artigas, para pedirle la paz, y no a este gobierno! Esto probaría
que aquel es el fuerte, el poderoso, y el que lleva la opinión en su favor, y
que nuestro lugar político es subordinado al de aquel. Los extranjeros que vean
y sepan este paso degradado para nosotros ¿Qué juicio formarán?».[344]
Impuesto de la situación a
principios de abril, San Martín dio por finalizada la mediación, aunque se
mantuvo fiel a los principios que lo movieron a apoyarla.
«Mi conducta
es siempre uniforme. Si las circunstancias varían, no por eso mi constancia
deja de ser acrisolada. Mi interés no es otro que el de la causa: si es injusta
en sus principios, no debió Ud. haberla adoptado».
Artigas a Francisco
Ramírez, 1820
Una vez producida la ruptura del armisticio de San
Lorenzo por la dirección santafesina, y removido en consecuencia uno de los
principales obstáculos que retardaban la concreción de la estrategia oriental,
se aceleraron los preparativos del ejército federal a efectos de actuar
ofensivamente sobre Buenos Aires. Allí, en junio de 1819, Rondeau había
reemplazado a Pueyrredón, quien cesó en sus funciones en virtud del dictado de
la Constitución monárquico-unitaria, sin por eso resignar el papel de
orientador del gobierno, al igual que Tagle, que continuó con sus funciones
ministeriales en el gabinete directorial.[345]
El 30 de octubre, en oficio al
Congreso, el nuevo director daba cuenta de las novedades que conmovían el
Litoral: «Tengo el disgusto de anunciar el obstinado empeño con que el gobierno
de Santa Fe instigado y protegido del jefe de los orientales, Don José Artigas,
nos ha declarado abiertamente la guerra, inflingiendo los pactos estipulados y
principiando sus hostilidades con la confiscación de las propiedades de Buenos
Aires, intercepción - de su comercio terrestre y marítimo, y aprehensión de
todo transeúnte, entre los que se enumeran algunas personas respetables por su
carácter y rango».[346]
Movido por las noticias que llegaban a la capital
sobre los preparativos de una expedición española que partiría de Cádiz y
procurando ganar tiempo para lograr el concurso del ejército de San Martín,
Rondeau simuló abrir negociaciones con Artigas. La respuesta no se hizo esperar:
«Cuatro renglones habrían bastado a firmar la unión deseada (...). Empiece
usted por desmentir esas ideas mezquinas de su predecesor y a inspirar la
confianza pública; empiece usted por el rompimiento con los portugueses y este
paso afianzará la seguridad de los otros».[347]
No era esa por cierto la
intención de Rondeau, quien no dudó en desarrollar todas las iniciativas a su
alcance a efectos de exterminar al artiguis- mo. Así, escribió a Manuel García
en octubre de 1819: «He propuesto de palabra por medio del coronel Pinto al
barón de la Laguna, que acometa con sus
fuerzas y persiga al enemigo común hasta el Entre Ríos y Paraná en
combinación con nosotros».[348]
Menos «de palabra» es la nota,
de igual fecha, por la cual Rondeau se dirige directamente al jefe portugués
señalando que está procurando «evitar el pasaje de anarquistas que salen de
Montevideo con dirección al Entre Ríos y Banda Oriental a encender el fuego de
la discordia y fomentar desórdenes que se hacen ya insoportables»; y
confirmando la referencia de más arriba, agrega: «Se me ha presentado el
coronel Antonio Pinto da Fontoura y le he dispensado las consideraciones a que
es acreedor por su carácter y rango, por la insinuación de V.E. y por
pertenecer a una Nación con quien procura este gobierno mantener las mejores
relaciones de amistad y correspondencia».[349]
Simultáneamente el director
informaba al Congreso que había expedido «órdenes terminantes al general del
ejército auxiliador del Perú, igualmente que al capitán general Don José de San
Martín, para que predisponiéndose a esta guerra operasen activamente».[350]
En diciembre de 1819 el choque
entre las fuerzas directoriales y las montoneras de la Liga federal era
inminente; y la línea política de inspiración artiguista de esta última,
indudable.
Ramírez proclamaba:«... arrojar
del mando a los déspotas, restablecer la igualdad civil entre los pueblos y los
ciudadanos, y fuertes en la unidad acabar con el ambicioso portugués y con los
restos de la impotencia española, para cantar himnos a la libertad interior, a
la paz general, y a la independencia de Sud América».[351]
Y López prometía «los más
felices resultados y la protección invencible del inmortal Artigas, vencedor de
riesgos y minador de bases de toda tiranía y el héroe al cual otro Hércules dividirá
con la espada sus siete cabezas».[352]
Finalmente, frente al intento
realizado por Rondeau para detener las hostilidades, los dos caudillos le
respondieron: «El general Artigas por el
clamor de los pueblos nos manda exigir del Directorio, antes de entrar
en avenimiento alguno, declaratoria de
guerra contra los portugueses que ocupan la Banda Oriental y el
establecimiento de un gobierno elegido por la voluntad de las provincias, que
administre por base el sistema de federación, por el que han suspirado todos
los pueblos desde el principio de la revolución».[353]
Es decir, en pocas palabras, que
se exigía el cumplimiento del programa político que desde 1813 sostenía
Artigas, adecuado a la coyuntura de fines de 1819.
Fue indudablemente el jefe
oriental quien inspiró e impulsó la campaña que acabaría con el Directorio, el
Congreso de Tucumán y los planes monárquicos para el Río de la Plata. Al igual
que en los nueve años anteriores, también en esos momentos trascendentales era
Artigas un personaje de primera importancia en la historia argentina. Una parte
insoslayable de ella.
Desde esta perspectiva deben
destacarse sus comunicaciones - fechadas el 27 de diciembre de 1819, es decir
en vísperas del desenlace de la guerra civil - al Congreso,[354]
al director Rondeau[355]
y al general San Martín,[356]
deslindando las responsabilidades correspondientes al decisivo
enfrentamiento bélico que se avecinaba.
Tal definición militar - ya que
no política como enseguida se verá - flotaba en el ambiente desde muchos meses
antes por el creciente disconformismo de los pueblos y el deterioro de la
política directorial. Pese a los contrastes que sufría a manos portuguesas, Artigas era la figura de la hora: «Las
ideas de federación que se confundían con las de independencia de las
provincias, eran proclamadas por Artigas y sus tenientes, y hallaban eco hasta
en los más recónditos ámbitos de la República».[357]
Esta percepción resultaba común
a los más diversos observadores; por ejemplo en febrero de 1819 el comodoro
inglés Guillermo Bowles - a cargo de la estación naval en el río de la Plata -
informaba al secretario del almirantazgo: «El estado de cosas en esta ciudad y
sus alrededores es también asunto que cada día se torna más critico y
alarmante. La opinión general es que Artigas al fin prevalecerá».[358]
Más gráfico aún es el concepto de Valentín Gómez, a la
sazón ministro argentino en Francia encargado de las negociaciones en procura
de monarcas para el Río de la Plata, quien en un informe datado en París en el
mes de julio de 1819 -recibido por Rondeauy el Congreso en noviembre- se
refería a que «se difundieron en esta Corte noticias comunicadas de Londres y
venidas del Janeiro por las que se aseguraba que las fuerzas de Santa Fe habían
triunfado de las fuerzas de Buenos Aires, que Don José Artigas había sido
nombrado Director y que a consecuencia había sido... declarada la guerra a los
portugueses».[359]
La expresividad del documento exime de mayores comentarios.
El P de febrero de 1820, la
batalla de Cepeda selló con el triunfo federal la caída del Directorio y del
Congreso de Tucumán,[360]
que al poco tiempo fueron disueltos en virtud de las conminaciones de Artigas
en ese sentido.[361]
El 7 de febrero se publicó en la
Gaceta un oficio de Ramírez al
cabildo de porteño, felicitándose por el triunfo de los patriotas orientales
sobre el invasor portugués en la batalla de Ibirapuitán: «El general Artigas a
la cabeza de tres mil decididos orientales acabó con la división del
distinguido portugués Abreu; corre la frontera del Brasil y priva al enemigo en
aquella parte de todos su recursos; puede V.E. leer los partes de aquel jefe inmortal para tomar una idea exacta de
los sucesos».[362]
Participando de la lógica de la
situación, ante las primeras noticias del triunfo del ejército de los Pueblos
Libres, el general Lecor se apresuró a informar a la corte lusitana que «todos
por allí esperan que se produzca a la brevedad un cambio de gobierno, que puede
comprometer y alterar la neutralidad y armonía entre ellos y la nación
portuguesa». Sacando conclusiones similares, mediante otra comunicación enviada
desde Montevideo al conde dos Arcos se anunciaba que «es voz general en la
ciudad de Buenos Aires que se declarará la guerra a los portugueses, lo que
debe acontecer necesariamente una vez que la montonera sea quien dicte la ley».[363]
Comenzando a desmentir tan racionales presunciones, el 17
de febrero una Junta de Representantes bonaerenses eligió gobernador a Manuel
de Sarratea, quien el día 23 procedió a firmar junto a López y Ramírez el Tratado del Pilar, del que transcribimos dos
de sus cláusulas más relevantes a los efectos de nuestro estudio:
«Art. 3o Los gobernadores de Santa Fe y
Entre Ríos por sí y a nombre de sus provincias, recuerdan a la heroica
provincia de Buenos Aires, cuna de la libertad de la nación, el estado difícil
y peligroso a que se ven reducidos aquellos pueblos hermanos por la invasión
con que los amenaza una potencia extranjera que con respetables fuerzas oprime
la provincia aliada de la Banda Oriental. Dejan a la reflexión de unos
ciudadanos tan interesados en la independencia y felicidad nacional el calcular
los sacrificios que costará a los de aquellas provincias atacadas el resistir
un ejército imponente, careciendo de recursos, y aguardan de su generosidad y
patriotismo auxilios proporcionados a lo arduo de la empresa, ciertos de
alcanzar cuanto quepa en la esfera de lo posible.
»Art. 10f! Aunque las partes contratantes están
convencidas de que todos los artículos arriba expresados son conformes con los
sentimientos y deseos del excelentísimo señor capitán general de la Banda
Oriental, don José Artigas, según lo ha expuesto el Sr. gobernador de Entre
Ríos, que dice hallarse con instrucciones privadas de dicho Sr. excelentísimo
para este caso, no teniendo suficientes poderes en forma, se ha acordado remitirle
copia de esta nota, para, siendo de su agrado, entable desde luego las
relaciones que puedan convenir a los intereses de la provincia de su mando,
cuya incorporación a las demás federadas se miraría como un dichoso
acontecimiento».[364]
Si en muchas de sus estipulaciones
el tratado aparentó representar el triunfo del ideal artiguista, en su esencia
- como se desprende de los artículos mencionados - ni sancionó la declaración
de la guerra a los portugueses, ni garantizó medidas prácticas y eficaces para
constituir la unidad confederal como forma de organización política, ni,
finalmente, reconoció el papel de Artigas como Protector de los Pueblos Libres,
desligándose López de su alianza y Ramírez de su obediencia, olvidando que
habían llegado a Buenos Aires al frente de las fuerzas de una Liga de
provincias a cuyos intereses generales presuntamente se debían.
Hubo en el Pilar también, junto
a las estipulaciones públicas, otras de carácter secreto: «cuando los tres
gobiernos de esta ciudad, Santa Fe y Entre Ríos firmaron el tratado de Paz, se
había acordado secretamente por separado, para no inspirar alarma al gobierno
portugués, que se darían al de Entre Ríos... el número de 500 fusiles, 500
sables, 25 quintales de pólvora, 50 de plomo, y que se repetiría según las
necesidades de aquel ejército».[365]
Si se tiene presente que todas
las partes contratantes sabían que los términos del acuerdo resultarían
inaceptables para Artigas, y si se recuerda la antigua enemistad de Sarratea y
Carrera - de peso en las decisiones de Ramírez - [366]
con el Protector, se concluye fácilmente que las armas que facilitaba Buenos
Aires más que para hacer la guerra a los lusitanos, serial para enfrentar a
Artigas, como efectivamente sucedió.
A todo esto, el general Lecor,
desde Montevideo, corrigió - seguramen te con alivio - sus pronósticos
iniciales e informó a su gobierno: «Por aque itado (del Pilar) verá V.E. que no
solo no se da a Artigas, déspota sin lími y cuya alma ambiciosa no reconoce
superiores, la importancia que él si arroga, ni a lo menos la que era de
presumir, hablándose de él por acciden te... sino también se abre la puerta a
una animosidad sin compostura, qui ya comenzara hace tiempo y que ahora se
confirmaría entre él y Ramírez y que yo trataré de exasperarla».[367]
Ahora bien: ¿por qué? ¿Cuál fue la causa puntual de que en el Pilarse
acor dara el fin del artiguismo? ¿Por qué Ramírez, hasta allí
lugarteniente del Pro tector, lo desconoció para luego enfrentarlo? ¿Qué
sucedió entre Cepeda) el Pilar?
La respuesta se halla
estrechamente vinculada con un hecho decisivo: H larga y ejemplar resistencia
oriental al opresor extranjero recibió un golpt prácticamente definitivo
cuando, el 22 de enero, fue aniquilada su fuerzí principal - 800 muertos, 490
prisioneros, pérdida de armamentos, caballo: y ganados, dispersión general - [368]
en la desgraciada batalla de Tacuarembó.[369]
Pocos días antes de firmar los
tratados, Ramírez tuvo noticias del desastre
militar de Artigas, agravado hasta donde esto era posible por la posterior
defección de Fructuoso Rivera,[370]
quien abandonando al jefe vencido se pasó a las filas portuguesas: «Don Frutos,
cediendo a la influencia de personas muy notables en el país, estaba unido o al
menos en relación con los portugueses; este suceso labró mucho en el ánimo de
Artigas».[371]
Estas razones principales
decidieron sin duda a Ramírez a dar el atrevido paso de desligarse de Artigas,
aprovechando su debilidad militar y la parte innegable de descrédito que le
acarrearía la derrota,[372]
contrastada con «su» triunfo sobre los antipáticos porteños. Aunque difícil de
medir, también podemos sumar en la explicación el peso de la ambición personal
de Ramírez, que operó seguramente estimulada por los consejos de variopintos
enemigos (¡Sarratea, Alvear!) del jefe oriental, tanto como por su superficial
aprehensión del ideario artiguista.
Un segundo orden de
explicaciones - que no ha sido suficientemente valorado en la bibliografía
sobre el tema - está dado por aquellas causas menos coyunturales y más
profundas, menos visibles también, que hacen a la hegemonía de las aristocracias provinciales de
mercaderes y terratenientes sobre el conjunto del movimiento
sociopolítico y su ningún interés en involucrarse, como señaló en algún momento
el propio Artigas, en las penurias de la guerra en general y de la
antiportuguesa en particular.
Esta hipótesis vale
principalmente para el núcleo de la elite tendero pastoril bonaerense, que en
una década solo conoció los ecos periodísticos de los combates libertadores y
algún cañonazo de los poco eficaces bloqueos, corporizada en los nombres de los
miembros de la Junta de Representantes que ratificó con sus firmas el Tratado
del Pilar: Tomás M. Ancho- rena, Antonio J. Escalada, Manuel L. Oliden, Juan C.
Anchorena, Vicente López, Victorio García de Zúñiga, Sebastián Lezica y Manuel
Obligado.
Pero también se aplica a la
decisión de los jefes santafesinos y entre- rrianos de soslayar los objetivos
que originalmente los habían conducido en la marcha hacia Buenos Aires y en el
triunfo en Cepeda.
Acaso Ramírez - la historia
comprobaría que así sucedió con López - se conformara con garantizar una
supuestamente ventajosa autonomía para su provincia y un hinterland regional
donde alargar sus empresas político- militares, sin avanzar mucho más en la
lucha por la unidad federal, en pie de igualdad y establecida por pacto
constitucional, de todas las provincias surgidas del virreinato.
Desde esta óptica, una vez
logrados los objetivos básicos con ayuda -y como parte - del artiguismo, se
podía abandonar el programa político del jefe oriental, dándolo por cumplido allí cuando este recién
comenzaba a desplegarse, lo que en los hechos permitiría que, aun por un
camino zigzagueante, Buenos Aires lograra mantener e imponer las viejas
prerrogativas hegemó- nicas que en su calidad de capital virreinal había gozado
hasta 1810.
La explicación propuesta también
resulta útil para pensar el absoluto divorcio que por entonces vinculaba a
Artigas con el patriciado oriental, el cual anteponiendo la defensa de sus
intereses sectoriales a los más generales del país había traicionado - con
pocas excepciones - la independencia de la patria, colaborando con el invasor
extranjero.[373]
En estas circunstancias
extremas, tras haber sido en 1811 expresión y esperanza de un sector de los
terratenientes de la campaña rebelados contra España, y luego el líder de la
mayoría de sus paisanos en la lucha contra el autoritarismo dictatorial y la
invasión portuguesa, Artigas cerraba su ciclo histórico asociado
-objetivamente, en los hechos- a los intereses y necesidades de los pueblos
campesinos rioplatenses, criollos y originarios, que solo a través del triunfo artiguista podían
aspirar por entonces, en alguna medida, a trascender la condición de bestias de
trabajo y carne de cañón en disputas ajenas a la cual los sometían las
aristocracias precapitalistas de mercaderes y terratenientes.
De esta manera, polarizada socialmente la política por los
conflictos entre las clases y grupos sociales enfrentados, junto con la
influencia de Artigas se eliminó la perspectiva de «los más infelices» - al
menos bajo esa expresión y programa - en la disputa por el poder y los destinos
de esta parte de Sudamérica.
Finalmente, subsiste para la
polémica y el estudio la evaluación de la situación a fines de febrero de 1820,
en el sentido de si - como afirman muchos autores - nos hallamos frente al
triunfo del federalismo y del ideal artiguista,[374]
a pesar de su paradojal derrota; o, como apuntamos aquí, se firmó en el Pilar
el fin de los Pueblos Libres como proyecto de integración democrática y
confederal de las provincias que habían roto con el poder español en 18 10,[375]
iniciándose un proceso de restauración social y acentuado despotismo político.
Apenas enterado del triunfo en
Cepeda - de cuyas imaginadas consecuencias disfrutaría muy pocos días - [376]
Artigas creyó llegado por fin el momento de imponer el programa que había
sostenido la Liga desde su virtual fundación en 1815.
Sus esperanzas se traslucen
claramente en el oficio que dirigió el 19 de febrero al cabildo de Santa Fe:
«Parece que la suerte se ha empeñado en favorecernos en medio de los
contrastes, y que la América será libre en medio de las grandes
contradicciones. Está por demás aglomerar pormenores que no desconoce la
penetración de V.S. Superada la barrera del poder di rectorial, ¿qué restará
pues para sellar el mérito de nuestros afanes, y que aparezca triunfante la
libertad en América? Nada en mi concepto, sino que las provincias quieran
realizarla. Por este deber oficio a todas, informándolas en los principios que
deben reglar nuestra conducta en lo sucesivo. Todas deberán convenir en uno que
será el precursor y elemental de núes tra libertad civil: que los pueblos sean armados y garantidos de su
seguridad con sus propios esfuerzos».[377]
De similar tenor es la expresiva
misiva que dirigió el 18 de febrero al cabildo de San Juan, evidenciando una
poco estudiada tendencia a proyectar su influencia política más allá de la zona
donde era habitual la incidencia del programa oriental. El contenido del texto,
el momento especial que refiere, sus destinatarios y su virtual desconocimiento,
aconsejan considerarlo en detalle: «Al presente todo debe contraerse a este
principio fundamental: los pueblos están libres y son árbitros a decidir de su
suerte. Por más que en varias épocas se les haya convocado a llenar tan sagrado
deber, los pueblos han visto siempre desmentidas sus mejores esperanzas por la
arrogancia de un pueblo que se creyó presidir la suerte de los otros. No ha
bastado a contener este golpe de arbitrariedad la respetabilidad de los
nombres: junta de representantes, asambleas y congresos. Los más sagrados
derechos se han confundido, y los mejores deseos han sido contrastados en la
preponderancia de un partido exclusivo. El se declaró con el entable del
Directorio, y está de manifiesto el objeto de sus miras. Desde Posadas empezó
la guerra civil y se ha llevado este fervor contra los pueblos hasta el último
de los directores».
Luego de recordar su oposición a
la política porteña, y las circunstancias en que había alcanzado la jefatura de
la Liga, continuaba Artigas analizando la nueva situación y las tareas que en
adelante deberían llevarse a cabo: «Los pueblos revestidos de dignidad y
reasumiendo en sí sus derechos se hallan en oportunidad de representarlos
francamente, expresar sus votos, fijar sus pactos y decidir de los intereses de
la Nación. Creo este paso tan importante como necesario, y asegurarlo el primer
deber de los pueblos. Sin que sean armados ni serán respetadas sus
resoluciones, ni las de sus representantes. Por lo mismo todos deberemos
conformarnos a este principio que será elemental y el precursorio a constituir
la libertad en América. Tal es el principio animante de mis ideas. A él están
comprometidas las cinco Provincias que sostienen con ardor los intereses de la
federación. Sin este requisito no creo habrán terminado los males de la guerra
intestina. Fijar su término cede en honor de los americanos, y proveer de un
eficaz remedio, un deber de todos los provincianos. Yo a su frente continuaré
la marcha de nuestros esfuerzos hasta ver garantidos los intereses de las
provincias, y que los pueblos respiren de su pasada opresión».[378]
Indudablemente estas
evaluaciones de la situación previa e inmediatamente posterior a Cepeda,
Artigas las efectuaba en base principalmente a las informaciones que le
proporcionaban los jefes del ejército de la Liga. Así por ejemplo, el 29 de
diciembre de 1819. Ramírez, comentándole el modo en que Rondeau quería
enturbiar los términos del enfrentamiento, le aseguraba que «entonces y
siempre, no admitiré otra paz que la que tenga por base la declaración de
guerra contra el rey Don Juan, como usted quiere».[379]
No debe extrañar entonces la
airada reacción del líder oriental al rechazar los términos acordados por
Ramírez y López con el gobierno bonaerense, e interpretarlos como la pérdida en
el terreno de las negociaciones de lo que se había ganado en el campo de
batalla: «van diez años en que se redoblan los afanes - escribió en marzo de
1820 al cabildo de Santa Fe - y es lastimoso dejarlos escapar en unos momentos
que debíamos sellarlos con honor».[380]
La repulsa de Artigas a los artículos acordados en el
Tratado del Pilar mereció por entonces un sugestivo comentario del
ministro francés en Río de Janeiro: el 17 de abril de 1820 el coronel Maler
informaba a su gobierno que «el general Artigas no aprobó la convención del 23
de febrero. Lo he considerado siempre como un hombre intratable; sin embargo
pienso que es el único vecino de Buenos Aires que sepa apreciarla en su justo
valor». Renglones antes (refiriéndose a los puntos 1, 3 y 10 del tratado) había
escrito; «Monseñor, son actos de comedia... ».[381]
Por entonces Artigas increpaba
explícitamente a Ramírez, haciéndole notar que «el objeto y los fines de la
convención del Pilar celebrada por V.S. sin mi autorización ni conocimiento, no
han sido otros que confabularse con los enemigos de los pueblos libres para
destruir su obra y atacar al jefe supremo que ellos se han dado para que los
protegiese; y esto es sin hacer mérito de muchos otros pormenores maliciosos
que contienen las cláusulas de esa inicua convención y que prueban la apostasía
y la traición de V.S. (...) no es menor crimen el haber hecho ese vil tratado
sin haber obligado a Buenos Aires a que declarase la guerra a Portugal... »,[382]
La respuesta de Ramírez no sería
menos destemplada: «¿Por qué extraña V.S. que no se declarase la guerra al
Portugal? O usted no conoce el estado actual de los pueblos, o traiciona sus
propios sentimientos. ¿Cuál es la fuerza efectiva y disponible de Buenos Aires
y de las demás provincias para emprender nuevas empresas después de la
aniquilación a que los condujo una fracción horrorosa y atrevida? ¿Qué interés
hay de hacer esa guerra ahora mismo y en hacerla abiertamente? ¿Cuáles son sus
fondos, cuáles sus recursos? ¿Cuál es, en una palabra, su poder para repartir
su atención y divertirla del primer objeto que es asegurar el orden interior y
consolidar la libertad? ¿O cree V.S. que por restituirle una provincia que ha
perdido han de exponerse con inoportunidad todos los demás?».[383]
Frente a la insólita línea
argumenta! con que Ramírez justificaba su deserción a las consignas artiguistas
y su conciliación con la política de las clases dominantes de Buenos Aires,[384]
el jefe oriental, dispuesto a enfrentarse militarmente con su ex-lugarteniente
como un último esfuerzo por modificar el nuevo estado de cosas, marchó hacia la
costa de Avalos con el fin de reorganizar sus menguadas fuerzas: «solo le
restaban Corrientes con el capitán Juan Bautista Méndez y el comandante de
marina Pedro Campbell,[385]
y los restos de las antiguas misiones jesuíticas capitaneadas por
Francisco Javier Sity y Miguel Javier Ariyú,
sucesores de Andresito». Con ellos Artigas suscribió, el 24 de abril, el Pacto de Avalos, el último acuerdo
programático interprovincial elaborado bajo su inspiración.[386]
El 8 de mayo volvería a
escribirle a Ramírez, que por entonces ya se encontraba embarcado en una
campaña de provocaciones contra el Protector y sus partidarios.[387]
Ratificaba en un largo oficio su repulsa a la figurada unión de las provincias
en federación que se pretendía hacer aparecer como un resultado de los pactos
del Pilar: «Ya expuse a usted los pormenores maliciosos que envolvía cada uno
de sus artículos; mis persuasiones no han bastado a formar su arrepentimiento,
y obstinado en el empeño aún pretende calificar de juicioso su comportamiento.
Usted, sin un remordimiento interno, no puede afirmar que nada le increpa su
conciencia. Cuando usted marchó sobre Buenos Aires anunció al público en todas
sus proclamaciones que la combinación oculta del gobierno de Buenos Aires con
la corte del Brasil ponía al borde del precipicio las provincias de Sud
América. Ellas, convencidas, se declararon en favor de su libertad; mi influjo
se hacía valer por instantes y todo conducía a sellar el objeto de nuestros
afanes (...). Y sin embargo de la firmeza de esos antecedentes, hasta hoy no
puede verse realizado ese objeto por el que llevamos cuatro años de sangre y
afanes. ¡Y fue a su cuidado la empresa! ¿Logró usted superar los esfuerzos del
director Rondeau? ¿Y cuál es hoy la satisfacción de usted? ¡Unirse a los
intereses de Buenos Aires! ¡Y ese pueblo sin declararse contra los intereses de
Portugal! Es evidente que usted ahora apoya los mismos principios bajo los
cuales antes lo creyó enemigo de la causa común».[388]
En este debate final, la lógica
de Artigas era de hierro: «Mi conducta es siempre uniforme. Si las
circunstancias varían, no por eso mi constancia deja de ser acrisolada. Mi
interés no es otro que el de la causa: si es
injusta en sus principios, no debió
Ud. haberla adoptado. Pero que hoy quiera Ud. contrastarla después de
haber recibido por ella la mayor importancia, eso solo servirá para convencerle
de ingrato y argüirle de injusto».
Evidentemente el desenlace del
grado de conflicto que había alcanzado la relación entre ambos dirigentes no
podía ser otro que la guerra: «Usted ha elegido el choque de las armas y estoy
resuelto a resistirlas. En sus resultados conocerá Ud. que es más fácil ceda
Artigas al imperio de la razón, que al del poder y las circunstancias».[389]
Sin embargo ya no habría más
triunfos: abandonado de la mayoría de sus aliados, y hostilizado
encarnizadamente por Ramírez, se internó en las campañas de Misiones, donde aún
era tal «el prestigio de Artigas entre aquellas gentes que a pesar de verse
solo y perseguido incesantemente (...) en su tránsito salían los indios a
pedirle su bendición, y salían tras él como en procesión, con sus familias,
abandonando sus casas, sus vaquitas, sus ovejas».[390]
Sin duda esta descripción no
estaba demasiado alejada de la realidad,[391]
[392]
toda vez que por esos mismos días, el 9 de julio de 1820, Sarratea
escribía a
Ramírez aconsejándole que diera la máxima difusión
posible a sus victorias sobre Artigas, de modo que «vaya cayendo el crédito de
ese demonio, pues como Ud. sabe, la mayor
fuerza de este enemigo es la opinión, y esta la que debe minársele por
todas partes».392
A comienzos de septiembre,
derrotado y en compañía de unos pocos fieles partidarios, Artigas se presentó
en la frontera del Paraguay. Nunca había entendido o aceptado la política
defensiva de aquella provincia, y en algún caso favoreció la desestabilización
de la orientación fijada por su principal dirigente; sin embargo allí debió
marchar en búsqueda de refugio.[393]
Enterado del paso dado por
Artigas, y acicateado por el temor al ascendiente que este todavía conservaba
entre los pueblos, Ramírez se dirigió a Gaspar Rodríguez de Francia
solicitándole la entrega del caudillo: «Recuerdo a V.S. la necesidad que hay de
la persona de Artigas para que responda enjuicio público».[394]
El Dr. Francia no respondió las
requisitorias de Ramírez y encarceló a sus emisarios. Al respecto luego
declararía: «Era un acto no solo de
humanidad, sino aún honroso para la República, el conceder asilo a unjefe
desgraciado que se entregaba (...). Los portugueses sin duda se habrán
alegrado de la ruina de Artigas. Ellos han tenido también sus inteligencias y
comunicaciones con el bandido Ramírez, quien tal vez los ha metido en
aprehensiones por haberse refugiado Artigas en el Paraguay; pero el hecho de
aquel pérfido, intrusado ahora en la otra banda, es manifiestamente infame y lo
reprochará todo el mundo imparcial».[395]
El 16 de septiembre de 1820, a
los 56 años, Artigas llegó a la ciudad de Asunción, iniciando su larga
internación en el Paraguay,[396]
donde moriría en 1850.
Se cerraba así en la región rioplatense, con la derrota del
artiguismo, el ciclo democrático de Mayo, que abierto por la revolución, había
tenido en Moreno y en el líder oriental sus más avanzados dirigentes.
«Habiendo
felizmente uniformado nuestros sentimientos liberales con algunos de los
pueblos occidentales y todos los orientales, y deseando restablecer por medio
de! comercio las quieoras a que los ha sujetado la guerra civil en que se
hallan envueltos, he dispuesto que se abran los puertos de todos los pueblos de
la presente Federación, franqueándose entre ellos el libre tráfico y deseando
que las utilidades redunden en beneficio de los mismos pueblos».
Artigas, abril de 1815
«Más adelante
pueden contar esos fondos con 4000 a 6000 cueros mus que estoy mandando
trabajar al efecto por si llega más armamento».
Artigas a Miguel Barreiro, 1816
En este capítulo nos proponemos
revisar sumariamente algunos de los aspectos más relevantes de la economía de
la Banda Oriental, especialmente entre 1815 y 1816, sumando elementos de juicio
para la interpretación histórica del proyecto político llevado adelante por
Artigas.
Es sabido que desde mucho antes de la Revolución de Mayo
existió entre Buenos Aires y Montevideo una aguda disputa comercial,
intensificada por diversos sucesos relacionados con el papel de ambas ciudades
durante las invasiones inglesas; y luego, por la creación de la junta de
gobierno que - en setiembre de 1808 - desconoció el poder del virrey Liniers,
al que acusó de afrancesado.1
1.- Eduardo Azcuy Ameghino. Nuestra gloriosa insurrección. La revolución
anticolonial de Mayo de 1810. Trama política y documentos fundamentales. Buenos Aires: Imago Mundi, 2010, pág. 26.
!.- Artigas nunca aceptó que la defensa de las autonomías
provinciales se transformara en separatismo o aislamiento, enfrentándose con
quienes dentro de la dirigencia oriental plantearon posiciones
segregaciónistas. Como se analizará más adelante, esta postura fue expresamente
reafirmada en numerosas oportunidades, especialmente en ocasión de las misiones
diplomáticas Amaro-Candioti y Pico-Rivarola.
[2] - Federico
ibarguren. José Artigas, adalid de la
independencia argentina. Buenos Ai res: Theoría, 1964, pág. 14.
[3] - John Lynch.
Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires: Emecé,
1984. Mirón Bürgin. As pectos económicos del federalismo
argentino. Buenos Aires: Solar,
1975.
[5] Alfredo Montoya. Historia de los saladeros argentinos. Buenos Aires: Raigal, 1956, pág. 41. Carlos Ibarguren. Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires: Frontispicio,
1955, pág. 35.
[8] - Eduardo Acevedo. José Artigas. Jefe de los Orientales y Protector de los
Pueblos Libres. Montevideo: Barreiro y Ramos, 1933, pág. 13.
[9] -Adolfo
Saldías. Historia de la Confederación Argentina.
Tomo I. Buenos Aires: EU DEBA, 1978, pág. 93.
[10] - Escribiendo
en la Gaceta, Moreno dejó claro su
pensamiento respecto al papel de la capital virreinal: «Buenos Aires no debió
erigir por sí sola una autoridad extensiva a pueblos que no habían concurrido
con su sufragio a su instalación. El inminente peligro de la demora y la
urgencia con que la naturaleza excita a los hombres a ejecutar, cada uno por su
parte, lo que debe ser obra simultánea de todos, legitimaron la formación de un
gobierno que ejerciese los derechos que improvisadamente habían devuelto al
pueblo, y que era preciso depositar prontamente para precaver los horrores de
la confusión y la anarquía; pero este pueblo, siempre grande, siempre generoso,
siempre justo en sus resoluciones, no quiso usurpar a la más pequeña aldea la
parte que debía tener en la erección del nuevo gobierno; no se prevalió del
ascendiente que las relaciones de la capital proporcionan sobre las provincias;
y estableciendo la Junta, le impuso la calidad de provisoria, limitando su
duración hasta la celebración del Congreso, y encomendando a este la
instalación de un gobierno firme, para que fuese obra de todos lo que tocaba a
todos igualmente». Mariano Moreno. Escritos
políticos y económicos. Buenos Aires: OCESA, 1961, pág. 249.
[17] - Julio C. Chaves. Historia de las relaciones entre Buenos Aires y el
Paraguay. Buenos Aires: Nizza, 1959, pág. 217.
[18] - En la Gaceta Extraordinaria de Buenos Aires del 15 de
abril de 1811, el redactor se lamentaba de que por la acción de «hombres
fanáticos que inflaman a la gente sin experiencia.. . hace tiempo que hemos
visto, no con poco sentimiento, irse introduciendo una furiosa democracia».
Junta de Historia y Numismática. Buenos Aires, 1910. Tomo II, pág. 277. Este
texto refleja el sentir de los hombres que el 5 y 6 de abril habían liquidado
los restos del morenismo; quienes paradójicamente, el 23 de septiembre - luego
de contribuir a eliminar a la corriente más revolucionaria - sufrieron las
consecuencias de no haber sabido distinguir entre esta, democrática y
americanista, y las dirigencias que expresaban sin cortapisas el creciente
centralismo y despotismo porteño.
[20] - Ramón de
Cáceres. Reseña histórica e
imparcial de algunos acontecimientos en el Estado Oriental por un
contemporáneo. MM. Contribución
documental para la historia del Río de la Plata. Tomo V,
pág. 258.
[21] El 28 de
febrero de 1811, en las proximidades del arroyo Asencio, se Inicio la
insurrección anticolonial en la camparía oriental. El movimiento de Mercedes
fue conducido por Ramón Fernández, Pedro Viera y Venancio Benavides. Uno de los
nombres - el más despectivo - con que los calificaron las autoridades españolas
fue el de «tupamaros», es decir émulos de Túpac Amaru.
[22] - Ricardo Levene. Significación histórica de Artigas: caudillo de la Independencia
y de la Libertad. Montevideo, 1952, pág. 6.
[23] -Artigas,
nieto de uno de los fundadores de Montevideo y de familia de hacendados, supo
en su juventud participar activamente del mundo de los changadores y
corambreros, siendo retratado en un sumario de 1796 como «Pepe Artigas
contrabandista y vecino de esta ciudad». Al poco tiempo, acogiéndose a un
indulto dictado por las autoridades montevideanas, se sumaría al cuerpo de
blandengues, donde continuó profundizando su conocimiento de los hombres y la
geografía de la campaña oriental. AA. Tomo IV, pág. 483.
[26] - Carlos
Anaya. Apuntaciones históricas sobre la revolución
oriental. Tomo XX. Montevideo: Revista Histórica, 1954, pag. 48.
[29] - Ramón de Cáceres. Reseña histórica e imparcial de algunos
acontecimientos en el Estado Oriental por un contemporáneo. MM. Contribución documental para la historia del Río de
la Plata. Tomo V, pág. 254.
[30] - El 22 de
septiembre se constituyó el Primer Triunvirato, el cual luego de un breve
período de disputas políticas con el sector referenciado en Saavedra y el Dean
Funes ordenó - el 7 de noviembre - la disolución de la Junta Grande y el
posterior abandono de Buenos Aires por parte de los diputados del interior,
afirmando el influjo de la di-
rigencia porteña
en un gobierno que se pretendía expresión de las Provincias Unidas. Tulio
Halperín Donghi. De la revolución de la
independencia a la confederación rosista. Buenos Aires: Paidós, 1980,
pág. 80.
31.
ACBA. § IV.
Tomo IV, pág. 544.
33.
-
A pesar de la prioridad que otorgaba Gran Bretaña a su alianza con la resistencia
española ante la invasión francesa de la península - en tanto en el
enfrentamiento con Napoleón se dirimía la hegemonía europea y sus proyecciones
internacionales -, esta potencia nunca perdió de vista el objetivo de afianzar
sus lazos e influencia comercial con las colonias españolas. Para ello, luego
de producida la insurrección de Mayo, y sobre la base de presionar para que la
dirigencia rioplatense no mentara «prematuramente» la cuestión de la
independencia, practicó una política de mediación asentada en el supuesto -
poco creíble, pero formalmente sostenible ante un gobierno español
extremadamente débil y necesitado de ayuda - de que el conflicto que enfrentaba
a Buenos Aires y Montevideo era una lucha entre vasallos del mismo rey, cuyo dominio
ambas partes reivindicaban, aun cuando discreparan en el modo de defender sus
derechos (junta como en España u obediencia al consejo de regencia). Por cierto
que con esta política lograban ingresar con sus mercaderías en ambos puertos y
mantenían abiertas sus opciones estratégicas en la región, sin descuidar el eje
antinapoleónico de su accionar global.
[36] - Frente a
la posición oriental de mantener el sitio - expresada en la Asamblea déla
Panadería de Vidal - el virrey Elío, contrariado, afirmó que «un enjambre de
egoístas, de necios charlatanes y de solapados hipócritas... declamaron
altamente contra las saludables reformas tratando de acomodar el gobierno a sus
antojos». Blanca París y Querandy Cabrera Piñón. Artigas
y el primer sitio de Montevideo. Montevideo: El País, 1960, pág. 50.
[37] -«Poco
después de la separación de las tropas de Buenos Aires, emprendió Artigas,
desde el arroyo Grande, lo que llamamos el Éxodo
del pueblo oriental como merecido homenaje a quienes lo realizaron a costa de
los más crueles padecimientos». Clemente Fregeiro. Estudios históricos sobre la Revolución de Mayo.
Tomo I, Buenos Aires: Junta de Historia y Numismática, 1930, pág. 131.
[38] - Un informe
portugués hace referencia a más de cinco mil hombres a los que se sumaban las
familias emigradas. AA. Tomo Vil, pág. 384. Por su parte Artigas menciona «el
padrón que se ha formado de las familias que siguen a este ejército cuyo total
asciende a 4301 almas». AA. Tomo VI, pág. 96.
[39] - Anaya .Apuntaciones históricas sobre la revolución oriental,
pág. 59. Para una cuan- tificación mas ajustada de las familias y carruajes
involucrados en la «redota», consultar AA. Tomo VI, págs. 98-154.
[42] - Daniel Antokoletz. Historia de la Nación Argentina. Tomo V(2da
parte): La diplomacia de la
Revolución de Mayo y las primeras misiones diplomáticas hasta 1813. Buenos
Aires: El Ateneo, 1961, págs. 216 y 255.
[44] - Washington
Reyes Abadie, Oscar Bruschera y Tabaré Melogno. El
ciclo artiguista. Tomo I. Montevideo: Silberberg, 1977, pág. 265 y ss.
[46] - Ramón de Cáceres. Reseña histórica e imparcial de algunos
acontecimientos en el Estado Oriental por un contemporáneo. MM. Contribución documental para la historia del Río de
la Plata. Tomo V, pág. 255.
[47] - Ramón de Cáceres. Reseña histórica e imparcial de algunos
acontecimientos en el Estado Oriental por un contemporáneo. MM. Contribución documental para la historia del Río de
la Plata. Tomo V, pág. 256.
[49] - Como parte
de esta política Sarratea lograría «arrebatarle al general Artigas las mejores
divisiones y fuerzas de línea de su ejército provincial, entre los que se hallaba
el regimiento de blandengues, seduciendo a su jefe don Ventura Vázquez, y en
seguida a las fuerzas de milicias a las órdenes de don Venancio Benavides y don
Pedro Viera con grandes halagos de ascensos y regalos para que entraran a
formar parte del ejército nacional, reconociendo como su autoridad superior al
gobierno de Buenos Aires». Justo Maeso. Los
primeros patriotas orientales de 1811. Montevideo, 1888, pág. 173.
[52] - AA. Tomo
IX, pág. 48. Nótese como resuenan en esta declaración algunos de los conceptos
básicos que Moreno había difundido mediante la Gaceta
de Buenos Aires; resultando también significativa la familiaridad que
guarda con expresiones provenientes del discurso francista.
[53] -AA. Tomo
IX, pág. 335. Este testimonio resulta particularmente valioso por provenir de
un conocido enemigo de los contenidos políticos y sociales del artiguismo, con
el cual - según Vedia - «principió una época que nos degradaría si se hiciese
de ella una mención circunstanciada».
[57] - Por esos
días, anticipando lúcidamente sucesos que todavía no se hallaban en el centro
de las preocupaciones artiguistas, la Junta Gubernativa de Paraguay - de la que
formaba parte Gaspar Rodríguez de Francia- se dirigió al líder oriental
rechazando de plano que la Asamblea Constituyente que estaba por iniciar sus
sesiones pudiera «ser juez de las relaciones que hayan de fijar el destino de
los pueblos (...). Si esto no viene a reducirse más que a hacer una ilusión
para alucinar para dar un valor aparente, afirmar sus ideas y llevar adelante
sus intenciones, lo juzgará el mundo imparcial. Pues Buenos Aires, con todos
sus pueblos dependientes, no puede considerarse sino como una sola provincia,
por consecuencia incapaz e insuficiente para terminar negocios de otra
provincia igualmente soberana e independiente». AA. Tomo IX, pág. 210.
[60] - En mayo de
1816 Artigas le escribió al cabildo de Corrientes: «Tengo para remitir a V.S.
el compendio de la historia de Norte América, ansioso de que sus luces basten a
esclarecer las ideas de esos magistrados y todo contribuya a fijar nuestro
adelantamiento». Conceptos similares se reiteran en notas al cabildo de
Montevideo y Andresito (ver capítulo IV). AA. Tomo XXIX, pág. 183.
[61] - Si bien se
trata de una hipótesis polémica, cabe mencionar que también se ha postulado que
«la revolución artiguista responde en buena parte de su contenido a las
vertientes del pensamiento francés y de la Revolución francesa». Mario Dotta. El artiguismoy la Revolución francesa.
Montevideo: FCU, 1991, pág. 116.
[62] - La Asamblea
había sido convocada luego de que el 8 de octubre de 1812, bajo la presión de
San Martín, Alvear, la Logia Lautaro y la Sociedad Patriótica, fuera removido
el Primer Triunvirato - muy influido por Rivadavia -, el cual fue reemplazado
por otro (Paso, Alvarez Jonte y Rodríguez Peña) de similares características
institucionales,
que funcionaría hasta enero de 1814, cuando dejó el poder
en manos de un ejecutivo unipersonal encarnado por la figura de un director
supremo.
63.
- Héctor
Miranda. Las Instrucciones del añoXIII. Tomo I. Montevideo: Clásicos
Uruguayos, 1964, pág. 26.
[65] - La
orientación política predominante en el Congreso, plasmada en las Instrucciones, también se expresó en los tratados
firmados por Artigas y Rondeau - que serían desconocidos por el gobierno de
Buenos Aires - titulados «Pretensiones de la provincia Oriental», «Pretensiones
de las tropas orientales» y «Convención de la provincia Oriental», todos
reproducidos en AA. Tomo XI, pág. 117.
[72] - Una clara
muestra de cómo entendían el Triunvirato y la Asamblea la unidad y organización
democrática de pueblos y provincias se expresa en un acuerdo secreto del poder
ejecutivo instalado en Buenos Aires, fechado el 6 de abril de 1813: «Habiendo
demorado el general D. José Rondeau la jura y reconocimiento de la Asamblea
Soberana G. C. y del Supremo P. E. de las Provincias Unidas que se le había
prevenido, a virtud de la convocatoria que el coronel Artigas promulgó en los
pueblos orientales como diligencia previa antes de la jura, se acordó
extrañarle su conducta bajo del grave fundamento de que Artigas jamás podía
acreditar la personería pública y representación legítima para convocara los
pueblos de la otra banda». AA. Tomo XI, pág. 94.
[73] - Ariosto
González. Las primeras fórmulas constitucionales
en los países del Plata. Montevideo: Barreiro y Ramos, 1962, pág. 278.
[78] - La actitud
paraguaya, aunque no compartida, no sorprendía a la dirigencia arti- guista,
como se desprende de los dichos de José Monterroso en nota dirigida a Miguel
Barreiro en enero de 1816: «El Paraguay ya es visto que no sale fuera de sus
fronteras». AA. Tomo XXIV, pág. 125.
[79] - Charles K.
Webster. Gran Bretaña y la independencia de
América Latina, 1812-1830. Tomo I. Buenos Aires: Kraft, 1944, pág. 123.
[83] - Justo
Maeso. Estudio sobre Artigas y su época. Tomo
III. Montevideo:
Tipografía Oriental, 1885, pág. 349.
[88] - Agustín
Beraza. La diputación oriental a la Asamblea
General Constituyente. 1814- 1815. Montevideo: Instituto Histórico
Geográfico del Uruguay, 1953, pág. 5.
[89] - Memoria
postuma del coronel Ramón de Cáceres. Museo Histórico Nacional, Revista
Histórica. Tomo XXIX, 1959, pág. 389.
[90] - AGNA. X,
3-10-1. Cuenta Anaya que Artigas, «lleno de confianza en sus nacionales, hizo
formar cuadro a sus tropas (y) les manifestó el Decreto añadiendo: “que el que
se hallase inspirado de aquellos sentimientos, tenía libres las vías para ganar
los $ 6.000 que ofrecía el gobierno de Buenos Aires por su cabeza”. Las tropas
se pronunciaron en contrario sentido». Anaya,
Apuntaciones históricas sobre la revolución oriental, pág. 81.
[91] - No era sin
duda su primer intento, puesto que con bastante anterioridad - 6 de abril de
1812 - el gobierno español le había ordenado al capitán general de las
Provincias del Río de la Plata que en virtud de tener noticias de que Artigas
se hallaba «ofendido actualmente por aquella junta subversiva, ha resuelto S.A.
que V.S. por cuantos medios le dicten su celo y conocimientos procure atraer al
partido de la justa causa al mencionado oficial». AA. Tomo Vil, pág. 388.
[94] - El 25 de
enero de 1813, en un oficio dirigido a la princesa Carlota Joaquina de Bortón,
Vigodet realizó un ajustado análisis de las relaciones de Artigas con el
gobierno de Buenos Aires, exponiendo además «las razones de conveniencia que se
nos seguirían de ganar a aquel caudillo». AA. Tomo X, pág. 339.
[95] - AGNA. X,
1-6-1. En nota a Otorgues, Artigas se refirió a estos intentos de negociación
evaluando su significación: «Recibí los pliegos del cabildo, de Larrobla y
Vigodet, pero nada encuentro en ellos que sea ventajoso. Todo viene bajo del
pie de unirnos a la constitución española... Tú bien conoces mi modo de pensar,
y mis deseos, que proponerme estar yo con los
orientales bajo de la España, no es proponerme una paz. Las demás
proposiciones montadas en ese requisito solo muestran una capitulación honrosa
que se me ofrece, para que yo ceda a su favor todas las ventajas de la guerra,
sin atender en cosa alguna a su objeto. Ya ves que esto es querer cada uno la
sardina para su plato, y no estamos para esas». AA. Tomo XIV, pág. 105.
[96] - La
Revolución de Mayo a través de los impresos de la época. Comisión Nacional
Ejecutiva del 150 Aniversario de la Revolución de Mayo. Buenos Aires, 1967.
Tomo VI, pág. 236. Se incluyen en la colección el oficio de Pezuela y la respuesta
de Artigas, ambos publicados en Buenos Aires por la Imprenta del Estado, lo que
revela - a pesar del grave enfrentamiento de orientaciones políticas- la
influencia que la palabra del jefe oriental podía ejercer para tonificar el
movimiento patriota en su conjunto.
[97] - Francisco
Bauzá. Historia de la dominación española en el
Uruguay. Tomo III. Montevideo: El Demócrata, 1929, pág. 207.
[98] - Bartolomé
Mitre. Historia de Belgrano y de la Independencia
Argentina. Buenos Aires: Suelo Argentino, 1950, pág. 245.
[100] - Nótese que
estos conceptos se recortan sobre un paisaje político y diplomático en el cual,
sobre la base de la derrota de Napoleón, se iba abriendo en Europa un período imbuido
por la oleada ideológica reaccionaria que acompañaría la restauración de las
monarquías tradicionales, y los intentos por restaurar el principio de
legitimidad, los poderes y jerarquías establecidas, y el sentido de autoridad.
Jacques Droz. Europa: restauración y revolución,
1815-1848. Siglo XXI: Madrid, 1974.
[101] - Bauzá, Historia de la dominación española en el Uruguay,
pág. 212. El 25 de mayo de 1814, Manuel de Sarratea - comisionado del
Directorio en Londres - dirigió una representación al rey Fernando Vil,
explicando: «El pueblo de Buenos Aires no ha levantado jamás la voz contra su
adorado Rey; si ha tomado las armas ha sido para defenderse de la agresión de
los que profanando tan Augusto nombre lo han usado allí solo para degollar
españoles sin oírlos». AA. Tomo XVIII, pág. 15. El tono claudicante de esta
comunicación es el mismo que se expresa en la del director Posadas al rey
restaurado, fechada el 10 de diciembre.
[103] - Miguel A.
Cárcano. La política internacional en la historia
argentina. Tomo I. Libro III. Buenos Aires: EUDEBA, 1973, pág. 198. La
misiva también señalaba que «solamente la generosa nación británica puede poner
un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos a estas provincias
que obedecerán su gobierno y recibirán sus leyes con mayor placer». Vale
recordar que como parte de esta política antipatriótica frente a la
restauración borbónica en España y los progresos del artiguismo, el director
Alvear llegó a ofrecer, de ser necesario, la cesión a Portugal de una parte del
territorio oriental.
[104] - Tulio Halperín Donghi. Revolución y guerra. Formación de una elite
dirigente en la Argentina criolla. Buenos Aires: Siglo XXI, 1972, pág. 245.
[106] - Ricardo Caillet-Bois. Historia de la Nación Argentina. Tomo VI: El Directorio, ¡as Provincias de la Unión y el
Congreso de Tucumán. Buenos Aires: El Ateneo, 1961, pág. 555.
[107] - Justo
Maeso. Estudio sobre Artigas y su época. Tomo I.
Montevideo: Tipografía Oriental, 1885, pág. 412.
[108] - Una reseña
de las diversas negociaciones, en: Washington Reyes Abadie, Oscar Bruschera y Tabaré
Melogno. El ciclo artiguista. Tomo II.
Montevideo: Silberberg, 1978, págs. 48-61.
[113] - En la nota
que dirige el 14 de noviembre a Barreiro adjuntando el oficio para De Souza,
Artigas haciéndose eco de los rumores en curso hace mención a «los quince mil
hombres entre españoles e ingleses que vienen de Europa». Setembrino Pereda. Artigas, 1784-1850. Tomo II. Montevideo: Siglo
Ilustrado, 1930, pág. 271.
[114] - César Pérez
Colman. Historia de la Nación Argentina.
Tomo IX: Entre Ríos (1810- 1821). Buenos
Aires: El Ateneo, 1961, pág. 194.
115 - Luego de este
primer pronunciamiento, durante el resto de 1814 la provincia fue escenario de
violentas disputas entre las facciones que se referenciaban en el gobierno
de Buenos Aires y
en Artigas, prevaleciendo finalmente la tendencia federal luego de la derrota
de Perugorría en diciembre y el nombramiento de José de Silva como gobernador.
Al respecto, resulta interesante recordar cómo fueron caracterizados estos
sucesos en el marco de la historiografía oficial: «Corrientes quedó segregada
de la nación argentina, bajo el dominio de Artigas, dejando de contribuir en la
lucha por la independencia nacional, ausente del Congreso de Tucumán, oprimida
y vejada por la anarquía». Ángel Acuña. Historia
de la Nación Argentina. Tomo IX: Corrientes
(1810-1862). Buenos Aires: El Ateneo, 1961, pág. 260.
[117] -
Puntualmente, en la provincia oriental - en abril de 1815 - el cabildo de Montevideo
reconoció a Artigas con «el título de protector y patrono de la libertad de los
pueblos». AA. Tomo XXI, pág. 7.
[119] -Cabe
anticipar que Candioti sería nombrado en 1815 gobernador de Santa Fe, para lo cual
contaría con el apoyo de Artigas.
[122] - AGNA. X,
1-6-1. Más allá de esta precisión, la fórmula - tal como se expresaba en el
artículo 10 del convenio - no dejaba de presentar cierta ambigüedad, en tanto
sólo se afirmaba, sin mayores aclaraciones, que «los habitantes de aquel
territorio no serán perseguidos de manera alguna por sus opiniones anteriores».
[123] - «El
Directorio evitó hacer una declaración pública que tendría el eco y la
repercusión natural de un acto solemne, por el cual se ponía fin a la guerra
civil. Si bien se sentía obligado por las circunstancias de la política, no
podía eludir el sentido depresivo que para su autoridad importaba el convenio,
ya que era un pacto celebrado por el Gobierno Supremo de la Nación, con un jefe
a quien consideraba subalterno, y en violación de los principios fundamentales
de la jerarquía y de la subordinación». Beraza, La
diputación oriental a la Asamblea General Constituyente. 1814-1815, pág.
63.
[124] - AGN-U. Correspondencia del qeneral José Artigas al cabildo de
Montevideo. 1814- 1816, pág. 1.
[127] - Sin
perjuicio de la cuota de demérito y desprecio hacia el heroísmo y capacidad de
combate de los orientales que rezuman sus palabras, Manuel José García en un
memorial enviado a la corte portuguesa en enero de 1816 (muy ilustrativo sobre
las relaciones que en todos los tiempos suelen vincular la eficacia de un
ejército y el clima político que reina en su seno), afirmaba respecto a la
derrota porteña: «A pesar de la ineptitud de los jefes que mandaron las últimas
acciones, se hubiera sujetado sin duda todo el país de no haber sobrevenido el
grande inconveniente de que la mayor parte de los oficiales y soldados se creían empeñados en una guerra injusta, y contraria a
las falsas ideas de libertad que se habían proclamado, cuya opinión destruyendo
la fuerza moral del ejército excitó la desobediencia y la deserción, causas
necesarias del mal éxito de la empresa». AA. Tomo XXX, pág. 45.
[128] - Juan Canter. Historia de la Nación Argentina. Tomo VI
(Ira parte): La revolución de
abril de 1815 y la organización del nuevo directorio. Buenos
Aires: El Ateneo, 1961, pág. 211.
[133] - Carta de
José Fraginales a Cristóbal Salvanach, 7 de abril de 1815. AA. Tomo XXVIII,
pág. 154.
[134] - La lucha
entre los patriotas y la contrarrevolución realista se expresó en todos los
terrenos, incluida la iglesia, donde muchas pugnas internas tenían en última
instancia dicha connotación. Así, por ejemplo, lo manifestaba fray José I.
Otazú al cabildo montevideano refiriendo su enfrentamiento con otro sacerdote
«de intenciones perversas contra los americanos, faccioso declarado de nuestros
enemigos, dado a bandos y parcialidades a favor de sus paisanos los europeos, y
siempre contra la causa sagrada de la libertad». AA. Tomo XXVI, pág. 495.
[136] -Entre la
fecha indicada y fines de junio el cabildo funcionó subordinado al mando de
Fernando Otorgues, quien ejerció el cargo de gobernador hasta que enviado por
Artigas a cubrir la frontera con Portugal delegara en el ayuntamiento el mando
político y militar de Montevideo. AA. Tomo XXIV, pág. 14.
[137] - El 26 de
febrero «una parte numerosa del pueblo americano» solicitó a Otorgués la
elección de un elenco capitular más a tono con la nueva situación política:
«Animados de la libertad que acababan de recobrar los pueblos del continente
oriental por el esfuerzo de sus dignos defensores suplicaban que siendo incompatible
con sus reclamaciones e ilegítima la existencia del actual cabildo de la ciudad
de Montevideo se le permitiese a ella elegirlo nuevamente a su libertad pues
siendo hechura del gobierno de Buenos Aires era escandaloso subsistiera en el
régimen político de sus negocios, no obstante que los señores que le componían
se habían conducido con el mayor honor». AA. Tomo XXIII, pág. 163.
[139] - Carlos
Real de Azúa. El patriciado uruguayo.
Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1981, pág. 62.
[141] - Véase cómo
apreciaba la situación de las provincias Felipe Contucci, antiguo agente
portugués y gran conocedor de la política rioplatense, quien en julio de 1815
anotaba: «Que en Salta se ha levantado un nuevo Artigas, (Martín) Güemes con
ochocientos hombres de aquella campaña que impiden la comunicación de Rondeau
con Buenos Aires. Y que Córdoba, Santa Fe, Corrientes y casi todos los pueblos
se han declarado independientes, sin obedecerá los de Buenos Aires». AA. Tomo
XXIII, pág. 462.
[142] - Según una
crónica de la época, Candioti, que en buena medida había amasado su fortuna
mediante el comercio de muías en el Alto Perú, «era el verdadero príncipe de
los gauchos, señor de trescientas leguas cuadradas de tierra, propietario de
doscientas cincuenta mil cabezas de ganado, dueño de trescientos mil caballos y
muías y de más de quinientos mil pesos atesorados en sus cofres en onzas de
oro». John P. Robertson y William P. Robertson. La
Argentina en los primeros años de la revolución. Buenos Ai res, 1916,
pág. 43.
[145] - Como se
analiza más adelante, si bien la aristocracia cordobesa resistía los abusos de
poder del centralismo porteño, lo cual favoreció el crecimiento de las
simpatías por el papel que cumplía Artigas en la política del momento, también
eran fuertes los sectores - en parte nucleados en el cabildo - que se oponían a
tomar mayores compromisos con el líder oriental. Asimismo, dentro de los que
entre abril y julio de 1815 encabezaron el enfrentamiento con Buenos Aires «se
advierten dos corrientes afines que tienden a confundirse: la del simple
autonomismo, a la que pertenecía, sin duda, el gobernador Díaz y la del
artiguismo, cuya figura representativa parece ser la de don Juan Pablo Bulnes».
Enrique Martínez Paz. Historia de la Nación
Argentina. Tomo IX: Córdoba (1819-1862).
Buenos Aires: El Ateneo, 1961, pág. 233.
[148] -En Buenos
Aires el capitán Ubeda fue ahorcado por conspirar contra Alvear, quien a su vez
obligó al cabildo a publicar una proclama infamante contra Artigas. Canter, La revolución de abril de 1815y la organización del
nuevo directorio, pág. 222.
[149] - AHDU. pág.
209-232. El estado de ánimo de las fuerzas contendientes quedaría bien
reflejado en el análisis que realizó Herrera -ante el forzado retiro de las
tropas porteñas de Montevideo - sobre las frustradas negociaciones: «Diecinueve
días de tareas nada han producido sino desaires, fatiga inútil y últimamente el
desengaño de que los jefes orientales... sólo hablaban de tratados para
adormecernos, sólo de paz para hostilizarnos».
[154] - «El
caudillo oriental Artigas ha vencido al director supremo, que no dispone de
fuerzas leales para oponerse a su avance. Dueño de la provincia Oriental, de Entre
Ríos, Corrientes y Misiones, domina Santa Fe y Córdoba le ofrece su concurso.
Santiago del Estero, Catamarca y La Rioja también simpatizan con él... En
Buenos Aires bulle la oposición en los suburbios y la campaña, que es agitada
por un grupo de federales, simpatizantes de Artigas. La impopularidad del
director es tan grande como el prestigio adquirido por Artigas». Cárcano, La política internacional en la historia argentina, pág.
207.
[155] - Edmundo Favaro. Artigas, el Directorio, el Congreso de Tucumán y la
invasión portuguesa. Montevideo: El País, 1960, pág. 131.
[156] - Gregorio
Rodríguez. Historia de Alvear. Tomo II.
Buenos Aires: Mendesky, 1913, pág. 428. En tan apuradas circunstancias, la
posibilidad de realizar tal elección resultó favorecida por un probablemente
erróneo cálculo político de Artigas. No eran buenas sin duda las razones que lo
llevaron a ordenar a sus tropas el repaso del Paraná en vez de marchar sobre la
capital cuando las condiciones así lo aconsejaban. ¿Falta de un partido
confiable en Buenos Aires? ¿Deseo de no reproducir una acción que pudiera
interpretarse como del mismo tenor que la de los porteños en Montevideo?
¿Ingenuidad política? Lo cierto es que hasta Cepeda ya no se presentaría una
ocasión tan favorable para imponer la derrota del gobierno directorial.
[157] - Porsu
parte, el cabildo informaba a Artigas - el 2 de mayo de 1815 - sobre el riesgo
de una expedición reconquistadora española compuesta por «once mil hombres que
se destacan para propagar el horror en estas provincias». AA. Tomo XXI, pág.
12. AA. Tomo XXIII, pág. 291.
[159] - Con la
firma de Tagle, el gobierno de Buenos Aires fundamentó el envío de la misión
por la necesidad de unirse para coordinar «las medidas y planes de obstinada
defensa» frente a la temida expedición peninsular, y «de ponernos de acuerdo
para guardar un orden invariable en nuestras resoluciones, sin esperar el
Congreso General de los diputados de todas las provincias». AA. Tomo XXVIII,
pág. 208.
[160] - AGN-U, Correspondencia del general José Artigas al cabildo de
Montevideo, pág. 5. En otra nota al cabildo de Montevideo, Artigas
afirmaba optimista: «Yo espero en estos días los diputados de Buenos Aires con
los cuales tratar todos los asuntos que son de nuestra atención en la
actualidad, y tendrá consiguientemente lugar entre ellos la organización de un
plan de defensa general que ponga a todas las provincias del Río de la
Plata a cubierto de toda fatalidad, disputando su
independencia con dignidad y grandeza. .. no hay impotencia particular luego
que la unión general caracteriza los afanes y designa los recursos; y nosotros
no debemos tener en vista lo que podemos respectivamente sino lo que podrán
todos los pueblos reunidos». En ibíd., pág. 7.
[166] -Asimismo,
entre otros puntos, el diputado debería reclamar a Buenos Aires la entrega de
500 fusiles, 6 piezas de artillería y una suma de dinero en calidad de
indemnización por los despojos realizados durante sus intervenciones militares
en la provincia; y también exigir la aceleración del congreso general que
elegiría al futuro gobierno central «con la libertad que se requiere»,
aclarándose que «esta provincia reconocerá por supremo director bajo las
condiciones expresadas a la persona que sea del agrado de! Sr. Protector
General». AA. Tomo XXVIII, pág. 227.
[173] - Dichas
demandas se expresan en los artículos 5 a 8 del Tratado de Concordia propuesto
por los orientales, mientras que en el documento presentado por su contraparte
no se hace mención al asunto, aunque se indica - condescendientemente - que
«Buenos Aires jamás podrá pedir a la provincia Oriental indemnización bajo
ningún pretexto de los cinco millones y más de pesos que gastó en la toma de
Montevideo». Sin perjuicio de ello, al dar cuenta de su misión al director
supremo, Pico y Rivarola reconocen que pese a que se excedieron «por amor a la
paz, unión y tranquilidad a darle mil fusiles de contado y quinientos más según
las remesas que viniesen de Londres, los doce cañones de campaña que pedía» y
otros armamentos y municiones, «nada fue bastante para obligar a este Sr.
General a entrar en partido alguno que no fuese el de sus proposiciones». AA.
Tomo XXVIII, pág. 244.
[175] El 6 de
mayo, teniendo como referencia el Estatuto Provisional formado por la junta de
observación, se produjo la jura del nuevo director sustituto Alvarez Thomas.
Una visión emanada de la historiografía argentina clásica retrata (y se
retrata) los componentes principales de una coyuntura en la cual el artiguismo
brilla por su ausencia: «asoma así una nueva época. San Martín emprende la
reorganización de la Gran Logia y hace los aprestos para su gran campaña
continental. Es anunciado el Congreso de Tu- cumán y se crea el clima de la
declaración de la independencia». Canter, La
revolución de abril de 1815y la organización del nuevo directorio, pág.
242.
[176] - Esta
expectativa no era homogénea entre la dirigencia directorial, tal como lo
evidencia una nota dirigida por la junta de observación a Álvarez Thomas luego
de frustrada la negociación con Artigas, señalando que la misma ya había
pronosticado dicho desenlace «cuando significó a V.E. la inoportunidad de
aquella misión». En esta línea, los firmantes de la misiva - Gascón, Medrano y
Serrano - proponían que se suspendiera «en adelante toda comunicación oficial,
que ya degrada demasiado la autoridad y respetos de este gobierno». AA. Tomo
XXVIII, pág. 249.
[177] AA. Tomo
XXVIII, pág. 240. Sumando elementos para la comprensión del fondo de ¡deas con
que Pico y Rivarola iban pensando las vicisitudes de su gestión, es interesante
remarcar como describen su percepción del proyecto de tratado presentado por
Artigas, al expresar: «habiendo conocido lo abultado, irregular e injusto de
las expresadas proposiciones, y que tal vez se había adoptado este medio para
no entrar en conciliación alguna».
[178] - El 27 de
junio Artigas anoticia a Andresito del fracaso de las negociaciones con Buenos
Aires, de su esperanza de que pudieran retomarse, y de que «mientras es preciso
tomar todas las medidas. Con este fin paso mañana
al Arroyo de la China a celebrar el Congreso y resolver lo mejor».
[179] - Si bien confunde
y mezcla referencias de un frustrado congreso de los pueblos de la provincia
oriental que Artigas se proponía reunir en 1815, del realizado en Arroyo de la
China y de la misión Pico-Rivarola, es notable, en forma y contenido, el modo
como un observador portugués expresaba su percepción de estos eventos: «Artigas
está en la capilla nueva de Mercedes formando un congreso llamado oriental, que
se dice es formar la Constitución de la nueva república Minuana que él pretende
establecer. A esta reunión de salteadores parece que han enviado los de Buenos
Aires dos de sus principales secuaces». AA. Tomo XXIII, pág. 462.
[180] -
Especificando que la adhesión de Córdoba sería fugaz, inestable la de Santa Fe,
e institucionalmente difusa la de Entre Ríos - donde el control político de
Artigas tendía a desdibujar el perfil de las autoridades provinciales
autónomas- se puede afir- marque los Pueblos Libres constituyeron un frente
político bajo el formato de una liga ofensiva y defensiva. Con algún matiz
interpretativo respecto a esta formulación, también se ha señalado que «la liga
formada en 1815 bajo la protección de Artigas no fue otra cosa que la
confederación, tal como se había señalado en el año 1813, pero una
confederación de hecho, no de derecho, desde que no llegó a celebrarse
formalmente el pacto que le diera carácter jurídico». Ardao y de Castellanos, Artigas, pag. 62.
[181] - Al respecto
creo necesario señalar que varias generaciones de argentinos se educaron bajo
la influencia de versiones historiograficas cuyo sesgo político ideológico las
llevó a enfatizar, sin mayores fundamentos, el «fracaso de la Asamblea del
Arroyo de la China, que demostró que el caudillo oriental no deseaba
celebrarlo, ni organizar el país». Cárcano, La
política internacional en la historia argentina, pág. 357.
[183] - El médico
Francisco Martínez, residente en San Carlos - quien afirma haber participado
del congreso en calidad de delegado oriental - rememoró en 1859 que «a nuestro
arribo encontramos reunidos un crecido número de diputados: por Córdoba,
Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos y Estado Oriental», ratificando en general las
otras versiones existentes sobre lo tratado. Mariano Berro. Francisco Dionisio Martínez. Autobiografía. San Carlos,
1859. Montevideo: Revista Histórica, 1913.
[187] - En este
sentido, el 10 de julio Artigas escribía a Álvarez Thomas a favor del acuerdo,
haciendo la siguiente mención: «Para mí es satisfactoria la entrevista con el
Sr. Intendente de Ejército Don José Alberto Cálcena y Echeverría. Él impondrá a
V.E. de mi cordialidad por los votos comunes». En igual sentido, moderadamente
esperanzado, también el cabildo de Santa Fe - al referirse a la misión de la
que formaba parte su diputado - señalaba: «Este ayuntamiento se congratula con
tan justa medida, como que de ella dependerá tal vez la finalización de
nuestras divisiones políticas».
[190] - Si bien se
trata de una conducta política reiterada, la decisión no debe haber sido ajena
a las noticias recibidas en el Río de la Plata los primeros días de julio de
1815 respecto a que la temida expedición española se había dirigido con rumbo a
Venezuela, y que en Francia se había producido el regreso triunfal de Napoleón
al poder.
192.
-AA.
Tomo XXVIII, pág. 284. En la misma fecha Artigas se dirigió al cabildo de
Buenos Aires señalando que «aun cuando fuesen injustas las solicitudes de nuestros
enviados eso solo serviría para no admitirlas y no para ultrajar su alta
representación». Poniendo en evidencia uno de los rasgos de su accionar
político, y un conocimiento ajustado de los matices y contradicciones
existentes en las posiciones e intereses de la elite dirigente porteña, Artigas
inquirió a los capitulares que tengan «la bondad de descifrarme si el gran
pueblo de Buenos Aires autoriza o no los desastres de la guerra civil. Yo soy
el provocado con los nuevos incidentes a perpetuarla, y en este caso jamás
serán imputables a mí los resultados».
[198] - Efraín
Bischoff. «José Javier Díaz, Gobernador de Córdoba: 1815-1816». Trabajos y Comunicaciones 15 (1966), pág. 83.
[200] - «¡Hasta
cuándo esperamos declarar nuestra independencia! ¿No le parece a Ud. -escribía
San Martín al diputado Godoy Cruz- una cosa bien ridicula acuñar moneda, tener
pabellón y cocarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien
en el día se cree que dependemos? ¿Qué nos falta más que decirlo? Por otra
parte, ¿qué relaciones podremos emprender cuando estamos a pupilo? Los enemigos
(y c.on mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos.
Esté usted seguro que nadie nos auxiliará en tal situación... ánimo, que para
los hombres de coraje se han hecho las empresas. Veamos claro, mi amigo, si no
se hace, el congreso es nulo en todas sus partes». Caillet-Bois, El Directorio, las Provincias de la Unión y el Congreso
de Tucumán, pág. 541.
[201] - El 21 de
julio, en la sala de sesiones del congreso, se juró «promover y defender la
libertad de las Provincias Unidas y su independencia del rey de España, sus
sucesores y metrópoli, y de toda otra dominación extranjera». Mitre, Historia de Belgranoyde la Independencia Argentina,
pág. 271.
[203] - AA. Tomo
XX, pág. 165. Sobre el pabellón artiguista, véase: Agustín Beraza. Las banderas de Artigas. Montevideo: Instituto
Histórico y Geográfico del Uruguay, 1957.
[205] - Dámaso
Larra haga. Diario de viaje de Montevideo a
Paysandú. Buenos Aires: Montevideo, 1930, pág. 117.
[206] - Lucía
Sala. «Jacobinismo, democracia y federalismo». En: Calidoscopio latinoamericano. Comp. por Waldo
Ansaldi. Buenos Aires: Ariel, 2004, pág. 39.
[208] - Artigas al
cabildo gobernador de Corrientes, Purificación 12 de enero de 1817. AA. Tomo XXXIV,
pág. 9.
[209] - Por ley
del 7 de setiembre de 1825, la Cámara de Representantes reunida en la Florida
estableció: «Serán libres, sin excepción de origen, todos los que nacieren en
la provincia desde esta fecha en adelante».
[210] - AA. Tomo
XXXIV, pág. 128. Juan Bautista Méndez al cabildo de Corrientes, 30 de noviembre
de 1817.
[211] - José C.
Chiaramonte. «La esclavitud no se abolió en 1813». En: Revista Ñ: Buenos Aires (13 de febrero de 2013).
[213] - Juan
Rebella. Purificación: sede del Protectorado de
los Pueblos Libres. Montevideo: Siglo Ilustrado, 1934, pág. 7.
[214] - Eduardo Salterain y Herrera. Monterroso. Iniciador de la Patria y secretario de
Artigas. Montevideo, 1948.
[215] - Setembrino
Pereda. Artigas, 1784-1850. Tomo IV.
Montevideo: Siglo Ilustrado, 1930, pág. 385.
[216] - Carta de
Felipe Arana a Francisco Antonio Belaustegui, Montevideo, 13 de noviembre de
1815. En: Rufino de Elizalde. El doctor Rufino de
Elizaldeysu época vista a través de su archivo. Tomo I. Buenos Aires:
Universidad de Buenos Aires, 1972, pág. 338.
[218] - Esta
actitud contrasta con la manifestada poco antes al considerarse inminente la
expedición española, cuando - acicateados por el temor- los cabildantes se
referían al peligro contrarrevolucionario que anidaba en Montevideo entre
«aquellos mismos que viven entre nosotros y a quienes hemos dispensado nuestra
protección».
[220] - La postura
de Artigas frente a los enemigos de la revolución aparece claramente expresada
en la nota que envía al cabildo de Montevideo el 29 de octubre de 1815: «Yo
estoy en el por menor de nuestros sacrificios y de los causantes de nuestras
desgracias ¿y será creíble que pueda mirarlos con ojos de fría indiferencia?
Conozco el genio de la revolución, las causas motrices y sus resultados; y así,
por más que V.S. me signifique la vigilancia que mantiene sobre esa ciudad y
los pueblos de la provincia, ella quedará burlada en los momentos del conflicto
temerosa de sus enemigos interiores. V.S. no crea que su moderación sirva de
estímulo a su arrepentimiento. La obstinación de los hombres es grande y yo
estoy seguro que si afectan vivir gustosos entre nosotros más es por
conveniencia que por convencimiento». En ibíd., pág. 42.
[222] - AGNA. Politice lusitana en el Río de la Plata. Tomo II,
pág. 211. Nótese como el discurso y las circunstancias convocan el recuerdo de
Moreno y el Plan de Operaciones.
[223] - Este temor
se expresa en diversos informes elevados al gobierno portugués en 1815,
especialmente luego de la expulsión de las fuerzas porteñas que ocupaban la
Banda Oriental. En uno de ellos se preve que «puede haber novedades muy
importantes en el futuro si no estamos alerta, apenas Artigas se encuentre más
libre, visto que nos tiene muy mala voluntad y no existe ningún tratado ni
armisticio hecho con él». Y en otra memoria se alerta: «quedaremos expuestos a
una Invasión... que ÍArtl- gas) no se olvidará de llevara cabo para hacerse más
poderoso, sugiriendo entretanto y socavando los ánimos de algunos vasallos
malos de S.A.R.» AGNA. Política lusitana en el Río
de la Plata. Tomo III, pág. 294 y 296.
[224] - AA. Tomo
XXX, pág. 15. Asimismo, en el documento se especifica que «las personas de
alguna moralidad y seso del país: los americanos propietarios y los vecinos
españoles pondrán a disposición de S.A.R. sus personas y bienes, para
perfeccionar una empresa que miran como el único remedio a sus desgracias
actuales».
[226] - MM. Contribución documental para la historia del Río de la
Plata. Tomo IV, pág. 89. AA. Tomo XXXI, pág. 345.
[227] -AA. Tomo
XXXI, pág. 392. Al igual que ocurría con el patriciado montevideano, las
eventuales coincidencias políticas con las elites dirigentes en las provincias
de la Liga se matizaban al emerger múltiples contradicciones respecto a los
objetivos - estratégicos y tácticos - y métodos de acción propuestos por
Artigas. Un ejemplo de ello se observa en la nota que el caudillo dirigió al
cabildo de Corrientes en agosto de 1816 a propósito de la situación de las
tropas: «Yo he presentido el disgusto con que marchan y en mis filas no quiero
hombres que teman el peligro. Los hombres que tengo el honor de mandar pelean
por su libertad, y prodigan sus sacrificios hasta asegurar los Intereses de
estas provincias. En consecuencia los hombres que me sigan deben ser
voluntarios, y toda operación que no parta de este principio es para mi
desagradable». AA. Tomo XXXI, pág. 399.
[229] - «Tan
pronto se supo en Rio de Janeiro que este jefe cometía devastaciones sobre las
fronteras del Brasil, que reunía tropas para invadir la provincia de S. Pedro
del Sud, que sembraba proclamas para excitar los habitantes de las Siete
Misiones a la revuelta, y cuando por consiguiente S.M. ya no podía hesitar
respecto del partido que debía tomar, se decidió a hacer marchar un cuerpo de
tropas con orden de penetrar en la provincia dominada por Artigas, de perseguir
a este jefe hasta más allá del Uruguay y de ocupar el territorio de la orilla izquierda
de este río». Nota del embajador de Portugal al principe de Metternich, 30 de
junio de 1817. Karl Korner. La independencia de la
América española y la diplomacia alemana. Buenos Aires: Universidad de
Buenos Aires, 1968, pág. 98.
[232] - Luego de
la caída de Alvear tras el motín de Fontezuelas, el cabildo de Buenos Aires
organizó la elección del general Rondeau como nuevo director, quien por
hallarse al frente del ejército del norte fue remplazado por Ignacio Álvarez
Thomas en calidad de director interino. Posteriormente, el mismo cabildo -
acompañado al efecto por electores designados ad
hoc- procedió a instalar una Junta de Observación con la idea de
contrapesar el poder ejecutivo unipersonal. Pocos días después, por exigencia
del cuerpo capitular, dicha junta produjo un Estatuto que en su artículo 30
contemplaba la reunión de un Congreso de las provincias, el cual inició sus
sesiones el 24 de marzo de 1816 en la ciudad de Tucumán, con la ausencia de
representantes de la Banda Oriental, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y
Misiones. El 3 de mayo el Congreso eligió por abrumadora mayoría a Juan Martín
de Pueyrredón como nuevo director supremo. En marzo de 1817, bajo el impulso de
los delegados bonaerenses y con el apoyo de Pueyrredón, el congreso traslado su
sede a la ciudad de Buenos Aires.
[234] - Hugo
Barbagelata. Sobre la época de Artigas.
Documentos conservados en el Ministerio de Negocios Extranjeros de Francia.
París, 1930, pág. 85.
[235] - Ricardo
Piccirilli. San Martín y la política de los
pueblos. Buenos Aires: Guré, 1957, pág. 408. El comodoro Bowles agrega
en su informe una interesante observación sobre quienes formaron la base social
principal del artiguismo: «debe también temerse de que si Artigas se viera
frente a fuerzas superiores del lado izquierdo del río, cruzaría a Santa Fe y
se esforzaría en mantenerse en este punto, donde su
extraordinaria popularidad entre la clase baja del pueblo le asegura
numerosos adeptos».
[237] - Como se
expresa en parte en estas páginas, y más allá de que el punto amerita un
tratamiento que excede este estudio tal como fuera originalmente concebido,
creo necesario puntualizar: 1) el colonialismo portugués aspiraba desde antiguo
a ocupar la Banda Oriental, lo cual puede considerarse su principal objetivo
estratégico en la región. Asimismo, en las vísperas de la invasión, y luego de
la lucha conjunta contra Napoleón, la corte de Juan VI acumulaba resentimientos
contra España originados en sus antiguas disputas, agravados por situaciones
conflictivas en curso en la nueva situación europea. 2) Antes deque el
Directorio y el Congreso aprobaran formalmente la confluencia antiartiguista
con el invasor portugués, entre mediados de 1815 y 1817 personajes como Manuel
García - «comisionado de este supremo gobierno» ante la corte de Brasil - y
Nicolás Herrera fogonearon activamente (rebasando cualquier instrucción oficial
que pudieran tener al respecto) la intervención lusitana en la Banda Oriental
desde posturas acérrimamente contrarias a la unidad democrática de pueblos y
provincias, manifestando un odio profundo hacia la figura de Artigas. 3)
Existen evidencias de que el pueblo de Buenos Aires - al igual que la mayoría
de los que integraron el virreinato - y sectores de la elite porteña, incluidos
actores políticos participantes en diversas
instancias del gobierno, experimentaron una fuerte repulsa frente a la
invasión portuguesa - incluidas alusiones a la posible «complicidad del
Congreso» y tendieron inicialmente a procurar una conciliación con Artigas y
prestar un apoyo activo a los orientales. 4) Si bien la resistencia oriental
nunca dejó de gozar de simpatías entre los pueblos y provincias gobernadas por
el Directorio, las corrientes políticas que sostuvieron la necesidad de sumarse
a la guerra contra el colonialismo portugués fueron derrotadas en Buenos Aires
y en el seno del Congreso, definiéndose formal y oficialmente en 1817 la
coincidencia con el invasor lusitano. 5) El objetivo del Directorio y del
sector hegemónico en el Congreso de Tucumán era destruir al artiguismo,
responsable del único proyecto político más o menos orgánico y consistente
capaz de amenazar la consolidación del poder de las nuevas clases dominantes en
las Provincias Unidas, expresado en esos días por dirigentes como Pueyrredón,
Rondeau, Tagle y Sarratea.
[239] - El 30 de
diciembre de 1817 Lecor le expresa al rey Juan VI que ha oficiado al gobierno
de Buenos Aires, con quien mantiene buenas relaciones, con el objeto de que se
modifique el armisticio de 1812, y que dicho gobierno resolvió entenderse
directamente con el Ministerio de Río de Janeiro por medio de su diputado ante
la corte Manuel García. El mismo día, en otro oficio, Lecor afirma que el
gobierno de Buenos Aires aspira a delimitar su territorio del oriental mediante
el río Uruguay, y que tácitamente aprueba la ocupación de este por las armas
portuguesas. AA. Tomo XXXI, pág. 259 y 355.
[241] - Para un
tratamiento más pormenorizado del proceso diplomático que enmarcó la ocupación
portuguesa de la Banda Oriental, y el modo en que continuó la negociación del
«Proyecto» que mencionamos, se puede consultar: Cárcano, La política internacional en la historia argentina,
págs. 507-563.
[243] - Por esos
días, ejemplificando una opción estratégica diferente, Artigas oficiaba a las
autoridades de las provincias del protectorado dando cuenta del triunfo
obtenido en Chile - en la batalla de Chacabuco - por el ejército al mando de
San Martín contra el colonialismo español: «Me es muy satisfactorio anunciar
este suceso para que sea celebrado en esa provincia como se ha verificado en
las demás. Yo celebraría que... en el oriente se hiciesen igualmente
respetables las armas de la Patria». AA. Tomo XXXIV, pág. 71.
[245] - BM. Tomo
Vil, pág. 6433. Analizando la política directorial, el grupo redactor de la Crónica Argentina escribió en el n.° 39 del
periódico: «¿Y cómo podríamos por ningún motivo mirar con indiferencia las
nuevas cadenas que estos tiranos nos están mostrando ya como cubierta de
flores? No creáis ciudadanos, ningún conquistador hace ninguna colonia feliz;
el deshonor, la infamia y la esclavitud serán los frutos de vuestra apatía,
sino corréis a las armas...».
[249] - Juan
Zorrilla de San Martín. Obras Escogidas. La
epopeya de Artigas. Madrid: Agui- lar, 1967, pág. 1000.
[250] - Sobre la
actuación política del caudillo salteño, véase: Sara Emilia Mata. Los gauchos de Güemes. Guerras de independencia y
conflicto social. Buenos Aires: Sudamericana, 2012.
[251] - Eduardo
AzcuyAmeghino. Art/gos en la historia argentina.
Buenos Aires: Corregidor, 1986, pág. 185.
[252] - «Es
desgracia ciertamente que cuando estamos tan empeñados en la destrucción de
estos extranjeros, ellos (el gobierno de Buenos Aires) los patrocinen de ese
modo, permitiendo la introducción de trigos a Montevideo, con lo que es difícil
la empresa de acabarlos por asedio». Artigas al cabildo de Corrientes, 27 de
junio de 1817. AA. Tomo XXXIV, pág. 96.
[256] -
Ciertamente, las circunstancias de esta misión son algo menos claras que como
se expresan en nuestro relato - donde se recorta solo lo esencial del asunto -
especialmente si se toma en cuenta la afirmación de Duran y Giró de haber
actuado de acuerdo con lo conversado previamente con Barreiro. Nótese que
frente a la dura reconvención de Artigas, en su respuesta los comisionados
afirman: «Así es que la cuestión solamente debe reducirse a si la diputación ha
excedido los límites de sus poderes o si ha obrado con arreglo a ellos, y
nosotros no dudamos haber convencido el último extremo de esta disyuntiva».
Para un análisis más detenido, véase: AA. Tomo XXXII, documentos n.° 604 a 659.
[257] - AA. Tomo
XXXI, pág. 334. Es interesante el análisis que realiza Barreiro - en nota a
Rivera - de la negociación: «Todo lo que he sacado en limpio es que el pueblo y
todas las corporaciones (de Buenos Aires) están decididas a que se nos auxilie
y que el director tiene un guisao interiormente y pinta que quiere auxiliarnos.
Para evitar demoras yo envié una diputación, y esta firmó la adjunta acta.
Léela y te llenarás de indignación. Aquel gobierno estaba bien seguro que
nosotros habríamos de mirar con el mayor furor semejantes pactos y que lejos de
admitirlos contestaríamos indignadísimos, y de ese modo lograban decir al
pueblo que en nosotros había consistido el hecho de que no se nos auxiliase...
ese es el medio que ha hallado oportuno para decir que no quiere auxiliarnos».
[258] - El
Directorio envió copia del Convenio firmado el 8 de diciembre por Durán y Giró
a todas las provincias, incluidas las reunidas en los Pueblos Libres,
recibiendo - lo que reforzó su jugada - numerosas respuestas de «satisfacción
por la unión que se anuncia». Asimismo el texto fue difundido a través del
periódico La Crónica y por la Gaceta Ministerial.
[259] - Para
entonces Pueyrredón conocía perfectamente - por nota de Lecor del 27 de
noviembre- que el objetivo del ejército portugués era «alejar de la frontera
del Brasil el germen del desorden y ocupar un país que se halla entregado a la
anarquía», y que la operación se realizaba «en un territorio declarado
independiente de la parte occidental», respetándose escrupulosamente los
artículos del Armisticio de 1812. AA. Tomo XXXII, pág. 23.
263 - Una síntesis
del plan de Artigas para enfrentar la invasión portuguesa, en: AA. Tomo XXI,
pág. 241.
[264] - Hernán Gómez. Historia de la Nación Argentina. Tomo X: Los territorios nacionales y límites interprovinciales
hasta 1862. Buenos Aires: El Ateneo, 1962, pág. 510. MM. Contribución documental para la historia del Río de
la Plata. Tomo IV, pág. 89.
[265] - Emilio
Loza. La invasión lusitana. Artigas y la defensa
de la Banda Oriental. Tomo VI. Buenos Aires: El Ateneo, 1961, pág. 179.
[266] - Esta
instrucción fue dada a Barreiro el 7 de diciembre, al cabildo de Montevideo el
día 9, y reiterada a Barreiro el 5 de enero de 1817. AA. Tomo XXXI, pág. 313.
AA. Tomo XXXIII, pág. 9.
[270] -«Cuando, en
1817, el cabildo de Montevideo salga a recibirá Lecor y afirme que solo “por
temor y por fuerza” había obedecido al Precursor, hacía años, probablemente,
que no hablaba con tanta sinceridad». Real de Azúa, El patriciado uruguayo, pág. 64.
[271] - Pablo
Blanco Acevedo. El federalismo de Artigas y la
independencia nacional. Montevideo: Impresora Uruguaya, 1939, pág. 199.
[274] - Ante la
persistente política de «no intervención» practicada por el Dr. Francia -
mediante la cual expresaba su férrea decisión de no involucrarse en la guerra
de Buenos Aires con el artiguismo -, el lider oriental, entre la impaciencia y
la urgente necesidad del apoyo político paraguayo, procuró entenderse con otros
referentes de la dii igencia del país, quienes resultarían finalmente
derrotados por la corriente francista, que de allí en más rechazaría, o mejor
ignoraría, los diferentes intentos dirigidos a lograr su participación en las
luchas anticoloniales y civiles. Julio C. Chaves. Artigas
en el alma paraguaya. Montevideo, 1952.
[276] - Si no
existiera la copiosa documentación que la prueba, la coincidencia objetiva
manifestada porel Directorio y el colonialismo portugués ¡nvasorde la Banda
Oriental para «golpear juntos» al artiguismo quedaría plenamente en evidencia
por este tipo de agresiones, que obligaban
a la división de las fuerzas orientales forzadas o sostener dos frentes de combate simultáneamente,
tal como lo reconocía Artigas: «Contra toda esperanza el gobierno de Buenos
Aires nos promueve de nuevo la guerra. Al efecto ha desembarcado sus tropas en
varios puntos del Entre Ríos. He tomado mis providencias para contenerlo. Si no
bastasen me veré precisado a desatender la frontera...». Nótese la trama de
sucesos que alimenta la agresión porteña, ya que en este caso «desatender la frontera»
también implicaba debilitar el control sobre los sectores de las elites
comarcales cada día más disconformes con la jefatura de Artigas, que evaluaban
por entonces las ventajas de acomodarse al nuevo poder portugués instalado en
Montevideo. Artigas al cabildo y pueblo de Maldonando, 8 de diciembre de 1817.
AA. Tomo XX- XIV, pág. 162.
[277] - Diario de Manuel Ignacio Diez de Andino. Crónica santafesina, 1815-1822. Rosario: Junta de
Historia y Numismática Americana, 1931, pág. 83.
[279] - El camino
que transitaba Pueyrredón no era solo de ida, tal como se comprueba en una nota
de Otorgués al director supremo - del 2 de agosto de 1817- en la cual
manifestaba haber hecho todo lo posible por el restablecimiento de la concordia
con Buenos Aires, pero Artigas «mal aconsejado me ha estado faltando a sus
promesas, y al fin me convencí de ser preciso hacerlo sin su consulta. Yo estoy
de acuerdo con todos los paisanos de poder e influjo y puedo asegurar a V. que
todo está listo... El objeto es obligar a don José Artigas a que oiga el clamor
general sin dar lugar a demoras». AA. Tomo XXXII, pág. 336.
[281] - Lo cual
fue reconocido por Artigas en más de una oportunidad: «Cuando toda mi actividad
se preparaba para dirigir un esfuerzo vigoroso contra las tentativas de
Portugal, cuando los paisanos todos se hallaban penetrados del más noble empeño
por el sostén de su país, y con él la felicidad de todos, el gobierno de Buenos
Aires apura sus movimientos alimentando nuestra desconfianza e imposibilitando
nuestros esfuerzos». AA. Tomo XXII, pág. 239.
[283] - Hernán
Gómez. El genera! Artigasy los hombres de
Corrientes. Corrientes: Imprenta del Estado, 1929, pág. 184.
[284] - Abandonado
por las fuerzas artiguistas, el cuartel general de Purificación cayó en manos
portuguesas el 9 de abril de 1818.
[286] - Al
informar al gobierno portugués sobre la defección de Tomás García de Zúñiga, de
quien recibiera «una sumisa carta», el general Lecor remarcaba que «por su
inteligencia y astucia, por su riqueza, por los muchos esclavos que tiene
-contando casi 400- y por comandar los Cívicos de Campaña, puede ser de mucho
provecho para nuestros intereses con su influencia». AA. Tomo XXXIII, pág. 229.
[287] - Bulnes
había sido uno de los más importantes referentes del artiguismo en Córdoba
durante -y después- de la fugaz incorporación de la provincia a los Pueblos
Libres durante el gobierno de José Javier Díaz. Efraín Bischoff. Historia de Córdoba. Trabajos y comunicaciones
15. Buenos Aires: Plus Ultra, 1989.
[288] -AA. Tomo
XXXIII, pág. 292, véase también: MM. Contribución
documental para la historia del Río de la Plata. Tomo V, pág. 261.
[291] - El modo
como son utilizadas las noticias y documentos como parte de la confrontación
aparece claramente graficado, por un lado mediante la masiva difusión del
Convenio firmado por los orientales Durán y Giro con el Directorio, y por el
otro con la circulación de las denuncias realizadas por La Crónica Argentina sobre la complicidad de
Buenos Aires con los invasores lusitanos.
[293] - El sentido
político de estos hechos - y el modo como eran en general comprendidos en ese
momento fue bien ejemplificado por el general Lecor, al informar a su gobierno
que «las tropas que Buenos Aires tenía en Entre Ríos fueron últimamente batidas
por Artigas». AA. Tomo XXXIII, pág. 197.
[297] - Sobre el
artiguismo y la prensa rioplatense, se puede consultar: Juan Pivel Devoto.
«Advertencia». AA. Tomo XI.
[298] - La
imprenta oriental fue transportada a Buenos Aires por las tropas porteñas al
abandonar Montevideo luego de la derrota en Guayabos, siendo posteriormente
devuelta -en julio de 1815- al cabildo de Montevideo. Sin embargo, no
alcanzaría a transformarse en un instrumento de la política artiguista por no
hallarse - afirmaban los capitulares- persona capaz de hacerse cargo de sus
publicaciones. A lo cual Artigas respondería - el 24 de noviembre de 1815 -
manifestándoles que «para mí es muy doloroso no haya en Montevideo un solo
paisano que, encargado de la prensa, de a luz
sus ideas ¡lustrando
a los orientales y procurando instruirlos en sus deberes. Todo me penetra de la
poca decisión y la falta de espíritu público que observo en ese pueblo».
Pereda, Artigas, 1784-1850, pág. 464.
[299] - El protector nominal de los pueblos libres D. José
Artigas clasificado por el amigo del orden. Buenos Aires: Imprenta de
los Expósitos, 1818. AA. Tomo XXXIV (reproducción facsimilar).
[304] - En las
actas de la sesión secreta celebrada por el Congreso de Tucumán el 4 de
septiembre de 1816 esta orientación se hallaba claramente plasmada: «Si el
objeto del gabinete portugués es solamente reducir a orden la Banda Oriental,
de ninguna manera podrá apoderarse de Entre Ríos por ser este territorio
perteneciente a la provincia de Buenos Aires, que hasta ahora no ha renunciado
el Gobierno ni cedido a aquella Banda». AA. Tomo XXX, pág. 126.
[305] - El 26 de
abril de 1815 -con el auxilio de milicias artiguistas- fue electo gobernador de
la provincia el fuerte terrateniente Francisco Candioti; en contra de este
pronunciamiento se produjo enseguida la invasión porteña comandada por Viamonte
a la que hacemos referencia más adelante. Un resumen de la evolución política
santafesina desde el comienzo de la revolución en: Manuel Cervera. Historia de la Nación Argentina. Tomo IX: Santa Fe 1810-1820. Buenos Aires: El Ateneo,
1961, pág. 107.
[310] - AA. Tomo
XXIX, pág. 337. Para apreciar la complejidad de la situación, al igual que las
contradicciones y matices políticos presentes en los cuadros directoriales
hacia julio-agosto de 1816, vale nuevamente el testimonio de Viamonte (quien
poco antes había manifestado que prefería pelear contra el artiguismo antes que
contra España), cuando preso en Purificación -tras su derrota en Santa Fe -
escribía al director supremo que «el interés de la causa común pide hoy una
conciliación»; mientras que, puntualmente frente al avance portugués,
consideraba que «esta poderosa razón acalla toda otra por justa que sea entre
nosotros mismos y pide la unión, a la que creo está dispuesto este Sr. General
(Artigas)». AA. Tomo XXX, pág. 162.
operar en la guerra civil, y como ya había ocurrido
luego de la caída de Alvear, la política porteña procuraba ganar tiempo frente
a coyunturas de debilidad relativa, aun al costo de sacrificar a dirigentes
prominentes. Ahora sería el turno de Álvarez Thomas y de Belgrano, que debieron
abandonar sus puestos luego de acordado el pacto de Santo Tomé, mediante el
cual el negociador Díaz Vélez endulzó el oído de santafesinos y orientales
condenando formalmente el «despotismo y la arbitrariedad» del Director Supremo,
al tiempo que se apuraban los pasos para concretar - y controlar- el Congreso
de Tucumán.
314.- Emilio Ravignani. Asambleas Constituyentes Argentinas. Tomo VI.
Buenos Aires. Instituto de Investigaciones Históricas, 1937, pág. 110. Se ha
señalado que el tratado secreto «demuestra que Santa Fe en este momento
encaraba ya sus problemas políticos con Independencia de Artigas, y que una vez
lograda la solución de dichos problemas no vacilaría en desvincularse del
Protector». Ardao y de Castellanos, Artigas,
pág. 76. 315 - «Acaba de llegarme oficio del gobierno de Santa Fe. Por el verá
- Informaba Artigas a Juan J. Durán en junio de 1815 - que nuevamente ha
discordado aquel gobierno con Buenos Aires y todos refluyen al oriente como aun
centro de apoyo. De todas partes nos buscan...». AA. Tomo XXII, pág. 237.
[318] - Ante la
invitación realizada por el Congreso de Tucumán para el envío de diputados
orientales, «sin despreciar su insinuación, mi respuesta ha sido que mientras
los diputados comisionados por Buenos Aires no sellen de un modo público las
cifras con la Banda Oriental no podríamos entrar en pactos sociales». Artigas
al cabildo de Montevideo, 9 de junio de 1816. AA. Tomo XXI, pág. 232.
[319] - Ejemplificando
una vez más esta orientación, el gobierno de Buenos Aires escribía al
gobernador de Santa Fe en septiembre de 1816: «Me es extraña la indicación de
que el plan de estas transacciones exige que no se le desagrade a Don José
Artigas, quien tiene a ese pueblo bajo su protección. Yo espero que usted
quedará convencido deque si hemos de buscar un centro de unidad que legal y
sólidamente sirva de apoyo, este no puede ser otro que el Soberano Congreso en
que reside toda la autoridad de la Nación». AA. Tomo XXX, pág. 202.
[320] - Al
respecto, Gregorio Funes - comisionado por el Directorio ante las autoridades
santafesinas- informaba en septiembre de 1816: «No pueden ocultarse a la
penetración de V.E. las dificultades de que se halla erizada la conciliación de
este pueblo. Hay que formar de nuevo la opinión pública, y persuadir a todos
que el Gobierno de V.E. se halla desnudo de todas las miras de ambición y
tiranía. Aun esto no basta, es preciso ganar también la confianza y el
consentimiento del jefe de los orientales. Estas gentes han reconcentrado de
tal modo su fortuna con la de dicho Jefe y sus secuaces que debe mirarse como
identificada. Lo primero que se les oyó luego que me vieron arribara este
pueblo fue que mi comisión debió tener su principio en Don José Artigas, como
si la dependencia en que viven de Su Voz excluyese toda negociación por
separado». AA. Tomo XXX, pág. 189.
[321] - Mariano
Vera al gobernador de Salta, Martín Güemes, 4 de noviembre de 1817. AA. Tomo
XXXIV, pág. 117.
[322] -Archivo
Histórico de la provincia de Santa Fe. Correspondencia oficial 1817-1818. Libro
copiador. Santa Fe, 1956, pág. 32.
[323] - José C.
Chiaramonte. «Legalidad constitucional o caudillismo: el problema del orden
social en el surgimiento de los Estados autónomos del litoral argentino en la
primera mitad del siglo XIX». En: Desarrollo
Económico, n.° 102: Buenos Aires (1986), pág. 180.
[327] - Joaquín Pérez. Artigas, San Martín y los proyectos monárquicos en el Río
de la Plata y Chile. Montevideo, 1960, pág. 109.
[331] - Washington
Reyes Abadie. San Martín y Artigas. Encuentro y
desencuentro. Separata Primer Congreso Internacional Sanmartiniano.
Buenos Aires, 1978, pág. 448.
[334] - Flavio García .Artigas y San Martín. Contribución documental
sobre la mediación chilena de 1819. Montevideo, 1950.
[335] - Según la
opinión de Belgrano - en nota de marzo de 1819 a los mediadores chilenos- el
movimiento político orientado por Artigas estaba compuesto por: «los
anarquistas, mejor diré los salteadores de camino, ladrones, cuatreros y
asesinos». En ibíd., pág. 46.
[336] - Documentos del Archivo de San Martín. Tomo VI.
Buenos Aires: Comisión Nacional del Centenario, 1910, pág. 18.
[337] - Manuel
Belgrano había sido antes de 1810, cuando muchos de los actores que observamos
en el escenario de 1819 no soñaban siquiera con el destino que los aguardaba
tan cercanamente, uno de los precursores de la independencia argentina e
hispanoamericana. Fundador junto a Castelli, Vieytes, Beruti y otros
dirigentes, del partido revolucionario más activo por la libertad de la
colonia, tuvo un papel destacado durante los primeros tiempos de la
insurrección compartiendo - bajo la orientación política de Moreno - la
corriente democrática de Mayo, en la que se destacó por sus posturas
proteccionistas de las artesanías locales y el fomento de su desarrollo en un
sentido industrial, entre otros puntos a través de los cuales criticó
agudamente las modalidades socioeconómicas del orden colonial. Derrotado el
morenismo, y en el marco del predominio de la línea política impuesta por las
nuevas clases dominantes en Buenos Aires, no pudo o no quiso resistir los
contenidos antidemocráticos ínsitos en la perspectiva directorial, aunque nunca
resignó su decidida vocación independentista de la primera hora. Para una
visión más detallada de lo que afirmamos véase el capitulo I, y también: Eduardo
Azcuy Ameghino. Nuestra gloriosa insurrección. La
revolución anticolonial de Mayo de 1810. Trama política y documentos
fundamentales. Buenos Aires: Imago Mundi, 2010.
[339] - En palabras
de Artigas, una vez iniciada la invasión lanzada desde el Brasil, la lucha no
podía ser sino «contra españoles y portugueses en la presente guerra que unos y
otros tienen declarada a esta América del Sur». AA. Tomo XXXV, pág. 2.
[343] - Bartolomé
Mitre. Historia de San Martín y de la emancipación
sudamericana. Buenos Aires: El Ateneo, 1959, pág. 440.
[344] - Documentos del Archivo de San Martín. Tomo IV.
Buenos Aires: Comisión Nacional del Centenario, 1910, pág. 612. En otro oficio,
Pueyrredón preguntaba a San Martín: «¿Cuáles son tas ventajas que Ud. se ha
prometido de esta misión? ¿Es acaso docitizar el genio feroz de Artigas, o
traer a razón a un hombre que no conoce otra que su conservación, y que está en
la razón de su propia conservación hacernos la guerra?».
[345] - Más allá de que formalmente el
relevo de Pueyrredón estaba previsto por el Reglamento
provisorio de 1817 - al indicar que el director permanecería en el cargo
hasta que se sancionase la constitución -, sería un error no observar el gran
desgaste público de la figura del gobernante, sospechado de favorecer las miras
del Brasil y resistido crecientemente por las provincias que veían avasalladas
sus soberanías particulares.
[350] - AHPBA, Documentos del Congreso de Tucumán, pág. 383.
Como es sabido San Martín desobedeció esta orden y ofreció sus tropas a
O’Higgins para la expedición al Perú. Poco después se sublevó en Arequito - el
7 de enero de 1820 - el ejército del norte bajo la influencia de los generales
Bustos y Paz. Sobre la defección de los dos grandes ejércitos puede
consultarse: Pérez, Artigas, San Martín y los
proyectos monárquicos en el Río de la Plata y Chile, cap. 6.
[360] - Ibíd.,
pág. 412. Por esos días el ex director Pueyrredón se refugió en Montevideo,
donde fue muy bien recibido por el general portugués Lecor.
[361] - El oficio
intimatorio es el dirigido al Congreso el 27 de diciembre de 1819, que fue
entregado por Ramírez luego de Cepeda y leído por aquella corporación el 7 de
febrero.
[365] - ACBA. §
IV. Tomo IX, pág. 81. En su Memoria Postuma, el general Lucio V. Mansilla
reveló que «en el tratado público y secreto que yo
conocía se estipulaba que... Buenos Aires entregaría a Ramírez una
cantidad de dinero, un armamento para mil soldados y su oficialidad. En un
momento de expansión y confianza con Ramírez le dije que juzgaba que Artigas no
ratificaría el tratado... Ramírez me contestó que
"si Artigas no aceptaba lo hecho lo pelearían’’-, y que si era de
mi agrado me invitaba a la pelea. Conversé acerca de esto con el gobernador
Sarratea y le manifesté la idea de acompañara Ramírez con el fin de trabajar
por el tratado, haciendo lo que conviniera según el caso que se presentase.
Sarratea aceptó y me dio una licencia temporal» Saldías, Historia de la Confederación Argentina, pág. 32.
[366] - En 1819,
abandonando su exilio en Montevideo (en manos portuguesas), los ge nerales
Carlos de Alvear y José Miguel Carrera llegaron a Entre Ríos ofreciéndole sus
servicios a Ramírez, con la idea de que la derrota del Directorio podría
permitirles rein tegrarse activamente a la política en sus lugares de origen.
Enterado Artigas, rechazc de plano la admisión de estos personajes, previniendo
a Ramírez para que hiciera le mismo. Sin embargo, desoyendo estas indicaciones,
el jefe entrerriano los acogió er su círculo íntimo. Pérez Colman, Entre Ríos (1810-1821), pág. 204.
[367] - Pérez, Artigas, San Martín y los proyectos monárquicos en el
Río de la Plata y Chile pág. 236. En otro oficio, apuntaba Lecor sobre
la situación de Ramírez: «Todo esto se encamina a envanecerlo, viendo la
importancia que se le da, y a hacer que desprecie a Artigas y se indigne de
tener relaciones con él».
[369] - Sobre la
resistencia oriental a la invasión portuguesa y los combates finales, incluido
el postrer intento de contrainvasión al Brasil impulsado por Artigas en 1819,
se puede consultar: Oscar Antúnez Olivera. Artigas
como militar. Montevideo: El País, 1960, pág. 143. Loza, La invasión lusitana, pág. 165. Bauzá, Historia de la dominación española en el Uruguay,
pág. 247. Un párrafo aparte merece la acción marítima - dirigida contra buques
españoles y portugueses - de los llamados corsarios de Artigas. Precisamente en
función de obtener protección y buena acogida para «los corsarios de esta
república», fue que Artigas se dirigió a Simón Bolívar, revelando en esas pocas
líneas su visión continental de la independencia
americana (véase capítulo III).
[370] - En febrero
de 1820 Rivera formalizó su obediencia al «excelentísimo gobierno de la capital
de Montevideo». AA. Tomo XXXVI, pág. 298.
[371] - de
Caceres, Memoria postuma, pág. 402. Un
oficio de Rivera del 8 de marzo de 1820, señalaba: «Desde el momento en que
determiné reconocer al Gobierno de la capital (portugués) como autoridad del
país, nada más consulté que la aniquilación total de la anarquía y el
restablecimiento de la tranquilidad». Acevedo, José
Artigas, pág. 856.
[372] - Expresando
algo precipitadamente sus deseos, aunque anticipando rasgos del nuevo escenario
político determinado por la invasión portuguesa, tres años antes el director
supremo de Buenos Aires había afirmado que Artigas «se engaña si cree que su
partido es el que fue en otro tiempo. Al hombre que pierde todos le huyen la
cara, y tal va a ser su suerte». Pueyrredón a San Martín, 24 de enero de ¡817.
AA. Tomo XXXIV, pág. 245.
373.
-
El sector mayorltario del patriciado terrateniente-mercantil, que recibió bajo
palio al invasor Lecor, estaba integrado por «hombres como Juan José Duran, que
había estado en Montevideo durante el primer sitio, integrante del Congreso de
Abril y electo para el Gobierno Económico de Canelones, miembro del Gobierno
Municipal elegido porel Congreso de Capilla Maciel, Gobernador Intendente
durante la dominación porteña del año 14, miembro del cabildo gobernador de
1816 e integrante con Juan Francisco Giró de la misión que ante Pueyrredón
abdicara de los principios artiguistas y fuera repudiada por el jefe de los
orientales». Lucía Sala de Tourón, Nelson de la Torre y Julio Rodríguez. Artigas: tierra y revolución. Montevideo: Arca,
1974, pág. 45.
[374] Al
respecto, resultan especialmente llamativas opiniones como la de Joaquín Pérez,
quien siendo autor de una de las obras más interesantes y documentadas sobre el
proceso político rioplatense entre 1818 y 1820 - reivindicando la perspectiva
artiguista - concluye que la diferencia de opinión de (y con) Artigas «no
significaba que con la firma del tratado Ramírez y López renegaran del ideario
artiguista o lo hubieran mutilado en su aspecto doctrinario. Todo lo
contrario». Pérez, Artigas, San Martín y los
proyectos monárquicos en el Río de la Plata y Chile, pág. 231.
[375] - «En ese
año de 1820, murió el carácter revolucionario del federalismo y se cerró el
ciclo de la Revolución de Mayo». Sala de Tourón, de la Torre y Rodríguez, Artigas: tierra y revolución, pág. 26.
[376] - Aportando
otra pincelada al retrato del momento político en curso, tanto como realzando
la centralidad de la figura del líder oriental en el escenario histórico
actualmente argentino, luego de la sublevación del ejército del norte en
Arequito, uno de sus principales jefes y próximo gobernador de Córdoba, Juan
Bautista Bustos, se dirigió a Artigas - el 17 de febrero- pidiéndole su apoyo
para la reunión de un nuevo congreso de las provincias: «Espero que V.E. como
el más interesado en esta grande obra coopere por su parte á la más pronta
formación de dicho Congreso, pues con este paso acabará V.E. de afianzar para
siempre su reputación pública y estas Provincias y el mundo entero reconocerán
en la persona de V.E. el Washington de ellas y de Sud América». Carlos Segreti.
«Últimos contactos de Artigas con Córdoba». En: Boletín
histórico del Estado Mayor del Ejército, n.° 88-91: Montevideo (1961).
[379] - Molinari, Viva Ramírez, pág. 152. El calificativo de
«traidor» que luego Artigas aplicaría a Ramírez parece autorizarse en declaraciones
como la mencionada.
[384] - Digo
«insólita» por ser un presunto artiguista quien enuncia el discurso, en cuya
polifonía se descubren fuertes resonancias directoriales.
[385] - Una
semblanza de este irlandés que llegaría a ser jefe artiguista en la provincia
de Corrientes en: Enrique Patiño. Los tenientes de
Artigas. Montevideo: Monteverdey Cía., 1936. John P. Robertson y William P. Robertson.
Cartas de Sudamérica. Buenos Aires: Nova, 1946, pág. 71.
[386] - Federico
Palma. El Congreso de Abalos. Montevideo:
Instituto de Investigaciones Históricas, 1951, pág. 51.
[387] - Cabe remarcar - lo cual no sucede a menudo en la
historiografía uruguaya - la posición política de Fructuoso Rivera, la que sin
duda estimulaba los afanes de Ramírez, a quien le escribía el 5 de junio de
1820: «Es de necesidad disolver las fuerzas del general Artigas, principio de
donde emanarán los bienes generales y particulares de todas las provincias, al
mismo tiempo que sera salvada la humanidad de su más sanguinario perseguidor.
Los monumentos de su ferocidad existen en todo este territorio, ellos excitan a
la compasión y mucho más a la venganza». AA. Tomo XXXVI, pág. 356.
[388] - Gómez, El general Artigas y los hombres de Corrientes,
pág. 215. Ampliando la acusación de que Ramírez defendía ahora los mismos
principios que antes había combatido, decía Artigas: «Este es el nudo gordiano
que yo no puedo desatar, y a lo cual debe usted responder después de su
comisión. Usted se engaña miserablemente en sus atribuciones a la sola
provincia de Entre Ríos. Debe usted considerar que en diez años de sacrificios
todas a la par han prodigado sus esfuerzos y no debió olvidar los intereses de
las otras que estaban en el rol de la Liga. Por este principio creyó Ud.
mezquina la conducta de Santa Fe el año anterior cuando firmó armisticio con
Buenos Aires, y hoy insta contra Ud. la misma acusación habiendo celebrado los
intereses de la convención por la provincia de Santa Fe y Entre Ríos quedando
excluidas las demás. El público que siempre decide por los hechos sabrá
discernir del mérito de sus pretextos. Yo por mi parte no debo aprobar esa conducta,
que no está arreglada por los intereses de una Liga ofensiva y defensiva».
[390] - de
Cáceres, Memoria postuma, pág. 593. El
valor de este testimonio aumenta en la medida que Cáceres revistaba en ese
momento en las filas del caudillo entrerriano, compartiendo la tenaz
persecución que este hacía de Artigas.
[391] - Luego de
afirmada la invasión portuguesa, las fuerzas de Artigas «se fueron reduciendo
en la provincia Oriental a las gentes de condición más humilde. Entre quienes
continuaron luchando hasta el final se contaron peones, antiguos faeneros
clandestinos, negros que alcanzaron la libertad al huir de sus amos enemigos de
la revolución, e indios guaraníes y del complejo chaná-charrúa». En: Lucia
Sala. «Democracia durante las guerras por la independencia en Flispanoamérica».
En: Nuevas miradas en torno al
393 La visión de
Artigas como prisionero -y no asilado - del gobierno del Paraguay, puede
consultarse en Alfonso Fernández Cabrelli. Los
orientales. Tomo I. Montevideo: Grito de Asencio, 1973, pág. 116.
[394] - Daniel
Hammerly Dupuy. Rasgos biográficos de Artigas en
el Paraguay. Montevideo: El País, 1960, pág. 252.
[396] - Una
síntesis de la vida de Artigas en el Paraguay, en: Washington Reyes Abadie. Artigas. Antes y después de la gesta. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2006.
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