A comienzos del siglo xix Montevideo era una ciudad
en expansión, reforzada por la presencia del apostadero naval de la armada
española, por lo que podía considerársela como una verdadera fortaleza.
También se afirmaba como un centro mercantil de importancia,
crecientemente relacionado por la vía del comercio exterior con los principales
mercados europeos. En este contexto se agudizaban las contradicciones que la
oponían con la elite bonaerense en virtud de la
franca lucha de puertos que se
libraba por el control del tráfico virreinal.[2]
La Banda Oriental constituía por entonces el
epicentro del desarrollo del ganado vacuno, que abundaba en sus praderas -
principal fuente de producción de los cueros que se extraían anualmente del
Plata-[3] favore ciendo con sus bajos precios la instalación
de varios saladeros. Igualmente, según reiterados testimonios, Montevideo
contaba con el mejor puerto del virreinato, lo que impulsó a Buenos Aires a
utilizar todos los medios a su alcance, incluidas sus prerrogativas de capital
y centro de decisión política, para neutralizar las ventajas relativas de sus
competidores orientales.
Así, al tenerse noticias en Montevideo del intento
de habilitar el puerto de Ensenada cundió la alarma y el desaliento, toda vez
que - reflejando centralmente los intereses del núcleo mercantil y
terrateniente allí radicado - la ciudad, «que se quejaba de la política de
absorción que ejercía Buenos Aires, sustentaba el propósito de ser el puerto
único».[4]
Una vez producida la Revolución de Mayo ambas
ciudades quedaron enfrentadas hasta mediados de 1814, cuando las tropas
directoriales lograron la rendición de los realistas de Montevideo.
Desde la óptica de los patriotas orientales la
cuestión económica fue abor dada en profundidad durante los debates del
Congreso de Abril de 1813, que
incluyó entre sus resoluciones la creación de un gobierno inmediato, conocido
como Gobierno de Guadalupe (actual Canelones) o Gobierno Económico, basado en
las formas organizativas de los cabildos coloniales.[5]
Artigas impulsó activamente la necesidad de su
instalación, al señalar que «convenía a la provincia Oriental que se
estableciese un cuerpo municipal que entendiese en la administración de la
justicia y demás negocios de la economía interior del país, sin perjuicio de
las ulteriores providencias que, para este mismo propósito emanen de la
asamblea soberana del Estado con acuerdo de los respectivos Diputados de esta
provincia».[6]
Una vez instalada, la nueva administración prestó
especial atención a la situación de la actividad pecuaria, ya que «la estancia
y el saladero habían prácticamente desaparecido por la falta de materia prima y
de los brazos que la sostenían».[7]
Este panorama se agravaba por la necesidad de
surtir el abasto de las tropas sitiadoras de Montevideo, que mantenían
clausurado su puerto dificultando la salida de los productos de la economía
ganadera de la provincia, lo que favorecía el incremento del tráfico ilegal con
destino principalmente a la frontera con los dominios portugueses.
También el fomento de la agricultura formó parte de
las preocupaciones del gobierno de Canelones, como lo muestra una nota dirigida
al cabildo de Soriano - el 6 de mayo de 1813- indicándole: «Tratará V.S. de que este año no sea
menos la agricultura que los precedentes, obligando si fuere preciso a los
remisos, si algunos se notaren; y proporcionándoles todo el auxilio posible
para sus sementeras y plantíos».[8]
Asimismo, en su breve período de ejercicio el
cuerpo municipal procuró la utilización en beneficio del país de los bienes de
los emigrados, el mejoramiento del sistema de recaudación de los impuestos
tradicionales y la regularización del comercio interior, que fue puesto bajo el
control exclusivo de los naturales de la provincia.
Otro resultado - el más trascendente - del Congreso
de Abril fue el texto de las Instrucciones a los diputados que debían incorporarse a la
Asamblea
General,[9] documento donde quedaron estampadas las
principales reivindi caciones económicas que inicialmente esperaban los
representantes orientales ver satisfechas por la revolución en marcha.
¿Qué
se reclamó? En primer término
que los puertos de Colonia y Mal- donado fueran oficialmente habilitados para
el comercio de exportación e importación, instalándose en ellos las
correspondientes aduanas (artículos 12 y 13).
En segundo lugar, que el tráfico interprovincial -
terrestre y fluvial - de mercancías no fuera gravado con ningún tipo de tasas o
derechos, y que los puertos de una provincia no tuvieran ninguna preferencia
por sobre los de otra (artículo 14).
El tercer reclamo fue que el gobierno de las
Provincias Unidas residiera indispensablemente fuera de Buenos Aires,
asegurando a cada una de las provincias iguales derechos y posibilidades
(artículos 19 y 20). Es innecesario resaltar las consecuencias políticas y la
trascendencia económica de esta propuesta.
Finalmente los congresistas solicitaron que la
provincia conservara el derecho, dentro de su jurisdicción, sobre bienes,
multas, confiscaciones, pertenencias de extranjeros que mueran intestados, etc.
(artículo 15).
El mismo espíritu general de las Instrucciones del Año XIII se expresó en la versión que de ellas
realizaron los santafecinos como orientación para su representante en el
Congreso de Oriente, estableciendo en su artículo decimoséptimo «que todos los
derechos impuestos y sisas que se impongan a las introducciones extranjeras
serán iguales en todas las Provincias Unidas, debiendo ser recargadas todas
aquellas que perjudiquen nuestras artes o fábricas, a fin de dar fomento a la
industria de nuestro territorio».[10]
El febril librecambismo que iba ganando a los
mercaderes y terratenientes porteños, así como su aspiración de que el
bonaerense fuese el puerto único del comercio de las provincias, chocaban con
todas y cada una de las pretensiones orientales. Sin duda en este conflicto
radica una de las claves -sino la decisiva - del largo enfrentamiento que opuso los intereses de las elites de Buenos
Aires con los de Montevideo y el resto del Litoral argentino, que buscó
establecer a través de la Banda Oriental un contacto directo con los mercados
exteriores que le permitiera resistir la absorción y el centralismo que ejercía
la capital.
El papel de Artigas no puede, entonces, escindirse
del marco de esta disputa. Sin embargo, su aporte doctrinario, sus metas
sociopolíticas y el creciente enfrentamiento que ellas le produjeron con los
grandes mercaderes, terratenientes y saladeristas montevideanos, lo impulsaron
- al calor de la lucha por el triunfo del «sistema» - a
trascender el esquema de la lucha de puertos, generando las definiciones democráticas características y
diferenciales del artiguismo respecto a otras elaboraciones políticas
rioplatenses.
En 1815, la derrota y posterior retirada de las
fuerzas directoriales permitió que los orientales recuperaran el control de la
totalidad de su territorio, eligiéndose el 4 de marzo el primer cabildo
autónomo,[11] el cual funcionaría subordinado al comandante
Otorgués, a la sazón gobernador interino.
En estas circunstancias, en nota a los flamantes
capitulares, Artigas describió el estado calamitoso en que se hallaba la
economía provincial tras cuatro años de revolución, guerra, e invasiones
extranjeras: «Los males de la guerra han sido trascendentales a todos. Los
talleres han quedado abandonados; los pueblos sin comercio, las haciendas de
campo destruidas, y todo arruinado. Las contribuciones que siguieron a la
ocupación de esa plaza concluyeron con lo que habían dejado las crecidísimas
que señalaron los veintidós meses de asedio, de modo que la miseria agobia todo
el país. Yo ansio con el mayor ardor poder verlo revivir y sentiría mucho
cualquier medida que en la actualidad ocasione el menor atraso. Jamás dejaré de
recomendar a los bellos esmeros de V.S. esta parte de mis deseos. Nada habrá
para mí más lisonjero, nada más satisfactorio, que se arbitrase lo conducente a
restablecer con prontitud los surcos de vida y prosperidad general, y que a su
fomento y progresos debiésemos el poder facilitar lo preciso a las necesidades
administrativas, proporcionando de ese modo los ingresos suficientes a la caja
pública».[12]
Teniendo presente este cuadro de situación y las
aspiraciones económicas y sociales que enuncia el líder oriental, nos
referiremos a continuación a algunos puntos de la acción de gobierno entre 1815
y 1816, la cual se halló condicionada por los múltiples problemas que requerían
urgente atención, entre los que se destacaban los vinculados con la
reorganización de las fuentes de producción, el comercio interior y exterior, el
régimen impositivo y la fiscalización de los gastos. Todas gestiones en las
cuales cumpliría un rol destacado el cabildo montevideano, primero con la
supervisión inmediata de Otorgues y luego de Miguel Barreiro, todos bajo el
control en última instancia de Artigas, quien se mantendría durante este
período en la villa de Purificación (en las proximidades de Salto y la costa
del Uruguay), a la sazón el cuartel general de los Pueblos Libres,
estratégicamente ubicado - social y geopolíticamente - en el «centro de sus
recursos».
Antes de entrar en materia, cabe advertir que las
diversas medidas inspiradas por Artigas referentes tanto a cuestiones
económicas como políticas, estuvieron ligadas a su convicción de que la
estabilidad político-militar que gozaba la provincia resultaría
absolutamente transitoria en la
medida en que no se lograra concretar una paz equitativa y permanente con
Buenos Aires.
Y de ese modo lo explicitó en reiteradas ocasiones,
por ejemplo el 8 de
julio de 1815, al anticipar que de acuerdo a los resultados de la misión
encomendada a los representantes del Congreso de Oriente, «se fijará el estatuto para el comercio extranjero, y
lo demás que se crea conveniente para el mejor entable de la economía
provincial. Todo por ahora es provisorio».[13]
Una razón relevante de esta provisoriedad, que
constituyó un punto nodal en la elaboración doctrinaria artiguista - no siempre
suficientemente subrayado en los estudios de origen uruguayo - es el rechazo de
la sola autonomía, si esta no se transformaba en un elemento, una garantía, al
servicio de la unión de las provincias bajo un régimen federal. Dicho de otro
modo: la soberanía particular de los pueblos - el dogma de la revolución - no
constituía un fin en sí mismo,
sino que debía entenderse como la base sobre la cual se articularía la alianza
ofensiva y defensiva de todos los gobiernos involucrados en la lucha
anticolonial.
En esta dirección, así como Artigas no fue
separatista, tampoco aceptó tomar medidas definitivas en el orden local -de la
provincia o el protectorado - ya que ellas deberían luego, a la hora de un
hipotético triunfo, ser articuladas dentro de un «sistema» (la confederación)
que reuniría las diferentes «soberanías particulares», incluida la bonaerense.
Atendiendo a la gestión económica que comenzó a
llevarse adelante en la Banda Oriental autónoma, entre las primeras medidas
adoptadas por el ayuntamiento - el 9 de marzo - se halla la resolución de
proceder a la extracción de los diezmos en todos los partidos de la provincia
para atender a los gastos de guerra, nombrando comisionados para la recolección
de granos y un depositario general que se hiciera cargo de ellos.[14]
Dicho impuesto fue recogido directamente bajo
control del gobierno, estableciéndose que para el alivio de los gastos del estado
sería conveniente «la agregación de los diezmos que sobre los frutos del país y
particularmente en el trigo correspondían antes al cabildo eclesiástico», para
lo cual se designaron en cada partido - se identifican 22, incluidas las ciudades de Maldonado y San Carlos
- los individuos idóneos para la recolección, quienes contarían con la
colaboración de los comandantes militares y jueces comisionados.[15]
Efectuada la recolección del tributo, se informó
que el trigo ingresado en el depósito general perteneciente al diezmo de 1815
sumaba un total provincial de 712 fanegas, agregándose un detalle de los
partidos de origen y de la distribución de lo recaudado, incluidas las 40
fanegas correspondientes al 6 % asignado por el gobierno al depositario general.[16]
Al año siguiente se volvió a la práctica
tradicional de rematar el derecho al cobro de la carga decimal, aunque en
algunas jurisdicciones la falta de interesados y otras complicaciones obligaron
a recurrir a la recolección directa, la cual se concentró especialmente en los
granos, de más fácil recaudación.[17]
Otra iniciativa interesante de analizar es la
originada el 14 de abril mediante la solicitud del cabildo a Otorgués para
obtener la aprobación de «la contribución que se trataba de imponer a las casas
de comercio de esta ciudad», y también para que autorizase al ayuntamiento «a
fin de recoger las propiedades extrañas (que correspondan a individuos
existentes en el ultramar enemigo) y aquellas cuyos herederos eran finados y
existían dolosamente en poder de algunos particulares».[18]
Luego de dar curso favorable a la creación de una
comisión de bienes extraños, fundamentando su rechazo al pedido del tributo al
comercio el gobernador provisorio argumentó que Artigas «le encargaba el no
gravar al público con impuesto alguno», razón por la cual «no podía asentir a
la contribución que solicitaba este cuerpo municipal», aunque se comprometía a
hacerle presente «la necesidad que había de una moderada contribución para
subvenir los gastos de una guerra que se ha hecho necesaria para defender
nuestros mismos intereses».[19]
Enterado el caudillo, respondió el 2 de mayo: «a mí no se me esconde la necesidad que
tenemos de fondos para atender a mil urgencias, que aún prescindiendo de todas
bastaba la que se muestra en la miseria que acompaña a la gloria del bravo
ejército que tengo el honor de mandar, vestido solo de sus laureles en el largo
período de cinco años, abandonado siempre a todas las necesidades en la mayor
extensión imaginable, y sin otro socorro que la esperanza de hallarlo un día.
Pero la voz sola - contribución - me hace temblar». En este marco, insiste en
que la revitalización de la economía oriental, en tanto sustento de la
prosperidad y felicidad general, debería ser la base de los ingresos de la caja
pública; pero concede que de resultar imprescindible se haga «uso de la medida
indicada con tal que no sea inconciliable con los fines que llevo propuestos».[20]
Esta respuesta seguramente se cruzó con el oficio
que el mismo día le enviara el cabildo con la noticia de la inminencia de una
expedición peninsular, que «venía compuesta de once mil hombres, a propagar el
horror más y más en estas provincias y perpetuar la opresión del yugo a que por
espacio de trescientos años nos habían uncido»,[21] razón por la cual afirmaban esperar con
impaciencia instrucciones, al tiempo que volvían a insistir sobre «la
aprobación del impuesto que debe hacer los fondos para sostener la guerra más
justa».
En el mismo documento los capitulares entregan una
viva pintura de la exacerbación de las contradicciones políticas inducida por
la noticia del intento colonialista, evidenciando que así como la fracción
patriota de la elite se hallaba vinculada por múltiples vínculos con sus pares
españoles, también existía una puja real por la hegemonía política y la
prelación económica y comercial, especialmente con las expresiones más
radicalizadas del realismo: «Venganza, venganza son sus clamores, y aquellos
mismos que viven entre nosotros, y a quienes hemos dispensado nuestra
protección, son los más imprudentes y atrevidos en los delirios de su
acaloramiento y designan ya las víctimas que deben ser inmoladas a su capricho
y resentimiento».[22]
Dadas las circunstancias, finalmente el 3 de mayo
el gobernador ordenó la imposición de «una contribución de cuarenta mil o más
pesos en metálico y efectos a la mayor brevedad al comercio de esta ciudad».[23] Al mismo tiempo Otorgues decretaba el
confinamiento de los españoles europeos que se habían hallado en Montevideo
durante el último sitio de la plaza, medida que - a pesar de los dichos recién
transcriptos - no sería bien vista por el cabildo, cuyos integrantes comenzaban
a dar signos de la complejidad y los límites de su enfrentamiento con el
españolismo más atemperado de muchos sus pares -y en algunos casos parientes -
del pa- triciado oriental.
Ejecutada la recaudación por el consulado de
comercio, el 13 de junio se conoció el listado de españoles europeos que
pagaron la contribución: eran 85 individuos con montos unitarios que iban de
2.124 a 12 pesos, sumando un total de 21.688 pesos. Suma distante de los 40 mil
o más que se aspiraba recaudar, lo cual según se le informaba a Otorgués se
debía a que los forzados contribuyentes «se han mostrado exhaustos de intereses».[24]
Cabe señalar que del
monto recolectado se pagaron 17.354 pesos a Juan Correa - proveedor de dinero y
vestuarios para las tropas - como parte de una deuda total de 47.772 pesos.[25]
Días después, un informe del tesorero Bartolomé
Hidalgo daba cuenta de la difícil situación que afrontaban las finanzas
provinciales, las que al contar como ingreso básico el proporcionado por la
aduana (a la que observa en «decadencia»), arrojaban un déficit de caja que
dificultaba el pago de raciones, sueldos y otras obligaciones, ante lo cual
proponía que - «sin gravar las fortunas de este benemérito vecindario tan
recomendado a V.E. por el Exmo Sr. General en Jefe» - se ingresaran en esa
tesorería «todos los productos de las rentas decimales de la provincia y los
alquileres de las casas de ausentes».[26]
Como se ha visto en el capítulo II (y se ampliará
en el V), si bien el cabildo de Montevideo tuvo una responsabilidad destacada
en la conducción de la gestión económica, al igual que en el plano político - o
más precisamente por la intimidad entre lo político y lo económico -, no siempre
expresó criterios coincidentes con los de Artigas. Esta dualidad de enfoques,
que llevó en ocasiones a la inobservancia de las órdenes del caudillo, se
advierte en el oficio que este dirigió al cabildo el 8 de julio de 1815 -una vez descartado el peligro de
la expedición militar española -[27] indignado por la emigración hacia Buenos Aires de
numerosas familias de buena posición social, en momentos en que se había
determinado que el puerto quedase absolutamente cerrado para la salida de
buques: «Sean los padres de la patria más inexorables por su deber. De lo
contrario, aún me sobran bríos para firmar su
exterminio».[28]
Tras formular tan drástica admonición, Artigas
instruyó sobre la inmediata publicación de un bando conteniendo «los dos
artículos siguientes: Ia. Todo extranjero que después de la toma de
la Plaza de Montevideo por los orientales hubiese salido de ella; si en el
término perentorio de un mes contado desde el día de esta publicación no
regresa a poseer los intereses que tenga, dentro o fuera de ella, todos serán
decomisados y aplicados a fondos públicos. 2a. Todo americano que
después de la ocupación de Montevideo por los orientales se hubiese ausentado
de ella, si en el término
perentorio de dos meses contados desde esta
publicación, no regresa a poseer sus intereses, serán estos confiscados y
aplicados a fondos públicos».[29]
A los efectos de esta
reglamentación se consideró que «los españoles son verdaderos extranjeros».[30] Asimismo, para el control y administración de los
bienes de los emigrados se activó el funcionamiento del tribunal recaudador de
«propiedades extrañas», el cual debía pasar mensualmente su producto a la
tesorería general.
La orientación confiscatoria de la política
artiguista respecto a los enemigos declarados de la revolución constituyó uno
de sus rasgos más característicos. Fue en virtud de este criterio que se
procedería a intervenir en el régimen de tenencia de la tierra: la propiedad
sería considerada y respetada en la medida en que no resultara antagónica con
lo que Artigas denominó «el interés de la provincia».[31]
En esta dirección,
los terrenos disponibles, cuyos titulares - «malos europeos y peores
americanos» - habían emigrado, fueron tratados de igual manera que el resto de
los elementos y patrimonios útiles para el adelantamiento económico-social:
«Serán distribuidos a nombre de la patria, en beneficio de aquellos mismos que
se esfuerzan por sostenerla».[32] Esta es sin duda una de las ideas-fuerza del
pensamiento del líder oriental.
Enfrentado a la
necesidad de restringir las zonas grises de la gestión de gobierno, tras la
salida de Otorgues,[33] Artigas trató de asegurar el cumplimiento de sus
directivas nombrando el 13 de agosto a su secretario Miguel Barreiro como
delegado ante el cabildo,[34] con el argumento de que ello facilitaría «la
adopción de las medidas que deben garantir en lo sucesivo nuestra seguridad. La
manera de entablar nuestro comercio, la economía en todas las ramas de
administración pública, el entable de relaciones extranjeras y otros varios
negocios forman el objeto de su misión. V.S. tendrá en todos ellos intervención
competente, para que dirigiendo a un solo fin nuestras miras, contribuya así
cada cual, en la parte que le corresponde, a la felicidad del país».[35]
Atento a la conducta política y la gestión
administrativa de los capitulares montevideanos, el 17 de septiembre Artigas
solicitó a Barreiro «una cuenta exacta de todos los gastos que han hecho los
tribunales y oficinas, como igualmente los que haya hecho el gobierno desde la
entrada de nuestras tropas a esa plaza, y también de los ingresos»,
puntualizando que si la información no era absolutamente precisa se esforzara
al menos por realizar la mejor estimación posible a efectos de «esclarecer la
conducta de ese cabildo gobernador desde su ingreso al mando».
Al respecto, las instrucciones del caudillo eran
tan precisas como ajustadas a la línea que luchó por imponerle al movimiento
político que conducía: «Aunque cueste trabajo es preciso entrar en todos estos pormenores
para seguir en adelante vida nueva, y que reunidos los fondos comunes tengan la
distribución importante y conveniente; entre tanto es preciso que se descubra
la conducta de esos servidores de la Patria. Estamos en tiempo de acreditar o
reprobar su conducta. Así se cortarán los vicios. Este debe ser nuestro trabajo
al presente y esto servirá de ejemplar en los que les subsigan. De lo contrario
nada haremos con respecto a nuestro sistema político. A cada paso encontraremos
nuevas dificultades; los malos se reirán de nuestros afanes, y no haremos más
que multiplicar sacrificios estériles. V. no se deje alucinar; avíseme de los
datos que deben acriminar la conducta de los malos y entonces verá V. si el
remedio pone fin a los males. Con ese objeto marchó V. y de su eficacia depende
ver llenados mis deseos».[36]
Entornada por esta perspectiva, una cuestión que
ocupó preferencial atención fue el sistema rentístico, para cuya mejora se procuró estructurar una
administración que, sin perder operatividad, se caracterizara por una extrema
sencillez. La aduana de Montevideo centralizaba la recaudación, dependiendo de
ella las aduanas de Colonia y Maldonado,
que a su vez controlaban la actividad
de las receptorías locales encargadas del cobro de impuestos tales como los de
introducción, exportación, extranjería, ancleo, alcabala, etc.[37]
Todo este sistema funcionaba, como se ha señalado,
en el marco de la lucha de puertos, siempre presente y solapada con la
conflictividad específicamente política. Dando cuenta de su importancia para el
fisco, el 3 de noviembre el administrador de la aduana se dirigió al cabildo
gobernador advirtiendo el grave detrimento que iban a sufrir los ingresos
aduaneros por entrada marítima de mercaderías de ultramar, por «haber cesado la
introducción de efectos que hacían los comerciantes ingleses, ya fuera
directamente desde sus buques, desde Buenos Aires o Río de Janeiro». Al
respecto señaló que la entrada de tales efectos con guías de la aduana
bonaerense conspiraba contra el fomento de la provincia, por lo cual proponía
que se les cobren los derechos establecidos, aun cuando las mercancías vinieran
con guía de dicha aduana, procurando de esa forma «precavernos de todo fraude
que se medite contra nuestro estado político y el que los efectos por fuerza
vengan en derechura a nuestro puerto sin aquella escala que tanto nos perjudica».[38]
Como parte de la misma problemática, el 29 de
noviembre un informe del tesorero general alertaba sobre la baja de las
recaudaciones, la que de continuar determinaría que con los impuestos vigentes
no se pudieran cubrir las más precisas obligaciones de la provincia, por lo
cual consideraba «indispensable que todos los efectos secos y frutos del país
que en adelante se introduzcan de Buenos Aires o de otra parte» pagaran un 4 %
de alcabala, «pues de no ser así la experiencia rápidamente manifiesta la
expectación a que esta sujeta nuestra provincia, y que la de Buenos Aires por
su mayor comercio hace todo el giro terrestre sin que podamos hacer la
oposición con nuestros frutos». Asimismo proponía que los géneros ingleses
provenientes desde Buenos Aires abonaran el 12,5 % como derecho de entrada, y
los que vinieran por trasbordo - como sucedía con frecuencia - el 25,5 %.
De esta forma la provincia «podrá contar con un fondo
suficiente para su defensa sin que sea gravoso al comercio en general».[39]
Junto con los ajustes arancelarios se procuró
mejorar el desempeño de los organismos recaudadores, para lo cual el 16 de
noviembre se uniformaron las aduanas de Colonia y Maldonado y las receptorías
de su dependencia según las pautas que regían en la de Montevideo. Se tuvo en
cuenta para ello lo manifestado por Artigas respecto a «la necesidad de que el
ministro de la Colonia tomase una cuenta y razón exacta de los productos de los
pueblos, y aquel ministro una residencia a los recaudadores sobre su
comportamiento. Lo mismo deberá practicar el ministro de Maldonado en su
respectiva jurisdicción. El ministro principal deberá tomar cuentas a los dos
subalternos y así es fácil conseguir efectos saludables. Practicada esta
diligencia dos veces en cada año, será dificultosa una mala administración, y a
los magistrados muy obvio el calcular sobre los fondos de la provincia, y
arreglar su inversión sobre su disminución o aumento».[40]
A comienzos de 1816 el reordenamiento se hizo
extensivo a las receptorías de Víboras, San Salvador, Soríano, Mercedes,
Paysandú y Purificación, replicándose el procedimiento también en Entre Ríos.
El 14 de febrero Artigas aprobó formalmente el Reglamento para estos entes, asignándoles un 6 % de todos los derechos que recaudaran.[41]
Suponiendo que los diferentes pasos dados para la
organización del aparato fiscal le permitían por entonces funcionar con cierta
«normalidad», una mirada a los ingresos provinciales registrados por la
administración y tesorería del Estado en el trimestre febrero-abril de 1816
-que totalizaron 104.921 pesos- confirma la importancia del tráfico mercantil
marítimo,[42] que daba cuenta de más del 60 % de la recaudación,
la que sumó 47.077 pesos para las entradas y 16.431 pesos para las salidas,
resultando muy menor - alrededor del 3 % - el monto correspondiente al movimiento
terrestre, completándose el total con otros rubros como «hacienda en común,
propiedades extrañas, consulado y otras tesorerías».[43] Fuera de esta contabilidad quedaban otros ingresos
importantes, del tipo de los mencionados por Artigas al referirse - en nota a
Barreiro - a los «20.000 pesos que deben entregarse en esa tesorería
pertenecientes a Correa Pérez y Obes, y los que deben resultar del embargo de
Reyna».[44]
La mala administración de las finanzas provinciales
fue otra preocupación constante de Artigas. Por ejemplo, en ocasión de enviarle
su delegado en Montevideo - en octubre de 1815 - un informe sobre los fondos
públicos de la ciudad y el detalle de su inversión, el jefe oriental luego de
especificar algunos errores, que atribuía a un incorrecto manejo
administrativo, afirmó: «Nada hacemos con estos extractos en general sino
mortificar la imaginación», ya que al haberse autorizado previamente los
procedimientos equivocados, «tampoco podremos obrar contra los administradores,
los males quedarán impunes y la confusión seguirá».[45]
Es evidente que por más acotada que resultara la
burocracia estatal en medio de las estrecheces impuestas por el proceso
revolucionario, Artigas sentía respecto a ella una profunda desconfianza,
debida seguramente al recuerdo, todavía fresco, de la confiscatoria maquinaria
española, que a través de los años absorbió la sustancia de la economía
oriental en perjuicio de los americanos, con intensidad variable de acuerdo a
la posición social de cada uno de ellos.
En este contexto, donde todas las acciones
resultaban provisorias, se comprende su énfasis al prevenir al cabildo:
«Reencargo a V.S. no se multipliquen, ni las autoridades, ni los
administradores, ni otros puestos, que graven los fondos de esta indigente
Provincia. La labor, la industria, el comercio son los canales por donde se
introduce la felicidad a los pueblos, y estos respiran tanto mayor aire de libertad
cuanto menos abrigan en su seno a esos hombres mercenarios. Pocos, bien
dotados, y conmovidos por la responsabilidad serán suficientes para llenar sus
deberes y ser útiles al país que los alimenta».[46]
El empeño puesto por Artigas en alcanzar estos objetivos
de buen gobierno también se expresó en la selección de los diversos
funcionarios: «Hallando V.S. todas las cualidades precisas en el ciudadano
Pedro Elizon- do para la administración de fondos públicos, es
indiferente la adhesión a mi persona. Póngalo V.S. en posesión de tan importante ministerio. Es
tiempo de probar la honradez, y que los americanos florezcan en virtudes.
¡Ojala todos se penetrasen de estos mis grandes deseos por la felicidad común!».[47]
En otra nota - dirigida al cabildo de Corrientes -
explícito y amplió estos conceptos: «Es preciso que V.S. convenza a sus
conciudadanos que los cargos que da la patria a sus hijos son de honor y empeño
por la felicidad pública. Esto dicta un sistema liberal a diferencia del
antiguo, que solo cedía en utilidad y honra de los privados. Por lo tanto el
que no se conforme a esta liberalidad de sentimientos será reputado por egoísta
y enemigo de la felicidad común».[48]
A medida que las circunstancias se comenzaron a
tornar más desfavorables debido a la inminencia de la invasión portuguesa, los
recursos escasos del estado debieron aplicarse sin la menor dilapidación o
pérdida de sus intereses, ya que, más que nunca, de la situación de la
tesorería oriental dependería la consecución del armamento necesario para la
autodefensa de la provincia.
Guiado por esta preocupación, Artigas no dejó de
recomendar repetidamente al cabildo que «cuide que en la remisión de los
efectos que compre el Estado no sean tan inútiles, pues para ello se paga el
dinero».[49]
Es indudable que la decisión de ligar el papel del
gobierno a la felicidad pública no fue grata a los grupos de orientales
económicamente privilegiados, que aunque fueron en lo esencial relevados de
contribuciones directas, no lograron - tanto como hubieran deseado - colocar el
aparato gubernamental al servicio de su acumulación sectorial, debiendo
acomodarse a la línea general que se les imponía.
Parte de este
concepto se trasluce en la misiva que el 25 de septiembre de 1815 le dirigió el
nuevo secretario de Artigas - Fray José Monterroso - a Barreiro,
transmitiéndole un conjunto de instrucciones «para que así tengas mejor como
cubrirte y privar que tiren tanto de la capa del
pobre estado. Todavía no se
habrán cansado de despedazarlo, que intentan aún sacarle el jugo con
dependencias y quieren (algunos hacendados y mercaderes) que el estado repare
sus quiebras cuando ellos no han sido capaces de auxiliar al Estado».[50]
Ligado con lo anterior, el cuidado del crédito de
la provincia con los proveedores extranjeros resultó vital para la continuidad
del aprovisionamiento de material bélico, y así se lo hizo saber Artigas a su
delegado: «me he alegrado que se haya tomado el armamento con equidad, y más
que todo me consuela tengamos cubierto el crédito con los extranjeros. Usted no
me falte a este propósito en todas las negociaciones».[51]
Tanto como se esforzó por garantizar los
pertrechos, el caudillo prestó atención a los hombres que debían empuñar las
armas, porque - con palabras suyas de mayo de 1816 - «armamento ya tenemos
alguno. Cuidaremos ahora de los soldados. Van para seis años que se
alimentan con solo palabras, y no es regular que otros disfruten del beneficio
debido a sus esfuerzos».[52]
También en lo referente al comercio interior se
tomaron medidas enderezadas a su reactivación e incremento. Además del
intercambio con las Misiones,[53] entre 1815 y 1816 tuvo importancia el circuito
mercantil Purificación- Montevideo, cuyo tráfico fue realizado por cuenta del estado y
constituyó una fuente de recursos para la tesorería oriental.[54]
Algunas referencias documentales resultan útiles
para establecer la naturaleza de este comercio:[55] «Remito a ese puerto dos buques cargados por
cuenta del Estado -anunciaba Artigas al cabildo en mayo de 1815- para expender
su cargamento en esa plaza, y conducir en retorno los efectos que con esta
fecha encargo a los comisionados, como útiles preciosos para suplir las
urgencias de las fronteras y de este cuartel general».[56]
Más detalladamente, el 13 de noviembre notició:
«Acompaño a V.S. la relación de los cueros y sebo que por cuenta del Estado
lleva la sumaca San Francisco Solano, para que V.S. los expenda y su producto
sea aplicado a fondos públicos».[57]
En otra carta particular remitida a Barreiro en
febrero de 1816, el caudillo explicitó la motivación principal de su empeño por
engrosar los recursos estatales: la compra de armas, municiones y pertrechos
bélicos, para cuyo pago «debe usted contar no solo con esos fondos, sino con
los 12.927 que me da de existencia la Tesorería de la Colonia. Además ya está
en marcha la lancha San Francisco Solano con cerca de 3.000 cueros y 800
arrobas de sebo y no omitiré diligencia para remitir lo que pueda».[58] Y agregaba en una nota posterior: «más adelante
pueden contar esos fondos con 4.000 a 6.000 cueros más que estoy mandando trabajar al efecto
por si llega más armamento».[59]
La eficacia de estos esfuerzos resulta bien
ilustrada por un minucioso detalle del material de guerra comprado por el
delegado del jefe de los orientales fechado en abril de 1816, donde se
consignan 1998 fusiles, 1.025 pistolas, 1.532 bayonetas y 2.914 sables,
especificándose los destinos asignados al armamento, el cual había sido en su
mayoría adquirido a navios ingleses y estadounidenses.[60]
Cueros, sebo, rentas aduaneras, el producto de las
propiedades del estado, los bienes de los emigrados, todo,
fue aplicado a la consecución de fondos, y ellos, en lo esencial, a la compra
de armas.[61]
El riesgo - multiplicado por el rumor enemigo - de
una expedición reconquistadora española, la presencia amenazante del
colonialismo portugués acechando una frontera largamente codiciada, y la
situación incierta del enfrentamiento con Buenos Aires, explican esta
orientación económica, que al mismo tiempo que propendió a la reconstrucción y
fomento de las fuentes de producción y las riquezas de la provincia, las puso
al servicio del esfuerzo bélico que, desde la perspectiva artiguista,
constituía la única garantía de que los derechos y la libertad de los pueblos
de la Liga fuesen respetados.
En el discurso de Artigas, esta lógica política de
aplicación de los recursos disponibles resultaba transparente: «Recolecte V.E.
(cabildo de Montevideo) todo el plomo y balas de fusil que se hallen sueltas;
piedras de fusil las que se puedan, útiles de armería para perfeccionar las dos
que tengo establecidas; y en suma, cuanto V.S. crea oportuno para aumentar la
fuerza que en todos los casos debe sostener nuestra seguridad».[62]
Si bien los cueros y el sebo - en ese orden -
ocuparon los primeros sitios entre los productos enviados desde Purificación,
cuando se careció circunstancialmente de ellos se los reemplazó por otros
bienes. Una comunicación de Artigas al cabildo, de febrero de 1816, ilustra
este fenómeno: «En los buques que salgan pienso mandar algunas camas y maderas
que he mandado cortar y también clines y aspas por no haber actualmente otro
cargamento. V.S. me dirá si será más fácil y útil la venta de las aspas enteras
o despuntadas para que en otra ocasión vayan en la mejor disposición. He
arbitrado este pronto recurso a fin de aumentar los fondos, ya que cueros no
tenemos en la actualidad».[63]
La vigilancia y supervisión que el caudillo ejerció
férreamente sobre todas las instancias de este circuito comercial, lo mismo que
sobre las gestiones ligadas a la administración del patrimonio de los
orientales, lo lle- varón a interesarse hasta de los más mínimos detalles, por
ejemplo: «si e sebo está en baja no me lo venda porque ha de subir y bastante»;
o a recia mar regularmente «una relación general de los ingresos de la
provincia 3 su
inversión».[64]
Otra característica importante del intercambio
comercial fue el haber se constituido en uno de los factores que coadyuvaron al
progreso de la vill< de Purificación. Con este objeto Artigas solicitó
reiteradamente al ayunta miento montevideano que le enviara todos los útiles
precisos para el fo mentó de la nueva población, especialmente herramientas,
picos, hachas azadas, brea y estopa para uso de las carpinterías de ribera,
medicinas pa ra tratar las enfermedades de las tropas, resmas de papel para
escritura 3 fabricación
de cartuchos, botellas de tinta, «e igualmente necesito siquie ra cuatro
docenas de cartillas para ocurrir a la enseñanza de estos jóvene: y fundar una
escuela de primeras letras, que espero V.S. las remitirá cor brevedad para que
surtan efecto».[65]
Entre otros testimonios, el crecimiento de
Purificación quedó refiejadc por la descripción realizada por Monterroso en la
ya citada nota a Barreiro «Por acá esto va tomando un nuevo orden. Esta
población se va aumentan do a fuerza de trabajo. El comercio sigue en boga y
los cueros los pagar aquí a 12 reales. Esperamos dos ingleses que vinieron a
pagarlos a plata 3 fueron
a traer su buque del Arroyo de la China para llevar 2.000 cueros qu< han
ajustado».[66]
Sintetizando el núcleo de lo expuesto, y dando una
muestra acabada d( cómo se iba integrando el
doble rol de pueblo en armas y de productores directo. que se reunía en las tropas orientales, Artigas
señalaba en noviembre d< 1815: «los cueros y sebos que mando ahora ya son
producto de la mism, Provincia; algunos del consumo de este cuartel general, y
el resto que h< mandado hacer con los mismos soldados para ese fin indicado.
He adoptadc este método por creerlo aventajado a la Provincia. Así se concluirá
much; parte de la torada que imposibilita la sujeción de los rodeos; los
soldado;
También las relaciones del Protector con los
pueblos que formaron parte de la Liga brindan abundantes elementos para el
estudio de algunos de los principales conceptos económicos que sustentó, en
particular los referentes al comercio interprovincial e internacional.
El Io de abril de 1815, Artigas le
comunicó al gobernador de Corrientes que en virtud de demostrar una voluntad
decidida a la buena armonía, la unión y la paz, aun en el marco de las desavenencias
no superadas con Buenos Aires, se había dispuesto facilitar el tráfico
comercial que hasta ese momento se mantenía interrumpido.[68]
A dicho efecto adjuntó el arancel aduanero que
fuera promulgado el 10 de abril, denominado Reglamento
de derechos generales para la apertura de los puertos y comercio de los Pueblos
Libres, en el que se establecía
la necesidad de instalar recaudadores de renta pública en los pueblos que
carecieran de administrador de aduanas. Se determinaban los porcentajes del 6 % que gravarían los efectos de ultramar y del 4 % a los de
tierra; asimismo quedaba establecido que una vez pagados los impuestos en
cualquiera de los puertos de la Liga ya no sería necesario volver a hacerlo en
ningún otro. Mientras que en el caso de cargamentos que habiendo salido de
algún puerto de la «federación» sin haber pagado los derechos llegasen a otro,
serían decomisados y aplicados a beneficio del pueblo que los descubriere. Por
último, el Reglamento exceptuaba del 4 % a los cueros, sebos y grasa, fijándoles
en cambio un arancel de un real por cada cuero y de otro por cada arroba de
sebo y grasa.
En los considerandos del articulado, Artigas
explicó el origen y los fines de la iniciativa: «Habiendo felizmente uniformado
nuestros sentimientos liberales con algunos de los pueblos occidentales y todos
los orientales, y deseando restablecer por medio del comercio las quiebras a
que los ha sujetado la guerra civil en que se hallan envueltos, he dispuesto
que se abran los puertos de todos los pueblos de la presente Federación,
franqueándose entre ellos el libre tráfico y deseando que las utilidades
redunden en beneficio de los mismos pueblos».[69]
Como las demás creaciones artiguistas, el Reglamento fue establecido con carácter de transitorio,
«dejando para el arreglo general tomar aque- .as providencias que den más vigor
al comercio y una utilidad recíproca a los pueblos».
Esto ocurría en el marco de la nueva situación
política signada por la caída del alvearismo, la cual parecía prometer un
rápido entendimiento con Buenos Aires: la misión de Pico y Rivarola ante el
Protector fue parte de ese clima de concordia - más aparente que real - en el
que sin embargo Artigas parecía haber depositado grandes esperanzas.
El fracaso de la gestión diplomática, agravado por
el trato descortés que Álvarez Thomas proporcionó a los representantes del
Congreso de Oriente que intentaron superar el estancamiento de las
negociaciones, frustraron rápidamente las expectativas de paz, dejando abierta
una perspectiva de conflictos e inestabilidad política sin desenlace inmediato.
Enterado de que la diputación se hallaba demorada
contra su voluntad, Artigas se dirigió el 29 de julio al cabildo montevideano
ordenando que «ningún buque salga de ese puerto ni demás de la provincia». Dos
días después, mediante una nueva esquela, precisaba que «sin embargo de haber
mandado cerrar el puerto absolutamente, ya puede abrirse el comercio de ese
para los demás extranjeros. Solamente para Buenos Aires o estas costas no debe
permitirse el comercio, mientras yo no avise el resultado de las negociaciones».[70]
Afirmando el concepto de que el manejo de las
consignaciones de mercaderías debía reservarse para los americanos, luego de
reconocer las limitaciones que imponían las circunstancias Artigas señalaba que
«ellas no impiden que por tierra firme obremos con libertad. Por lo mismo de
portones afuera no se permita que comerciante alguno extranjero trafique.[71] Estas ventajas debemos concedérselas al hijo del
país para su adelantamiento.
V.S. castigue severamente al que fuese ilegal en sus
contratos, al que por su mala versación degradase el honor americano. Enseñemos
a los paisanos a ser virtuosos a presencia de los extraños, y si su propio
honor no los contiene en los límites de su deber, conténgalos al menos la pena
con que serán castigados».[72]
Poco tiempo después, el 18 de septiembre, dando
muestra de que se trataba de un asunto vital para la elite mercantil oriental,
el consulado de comercio dictaría un detallado reglamento de catorce artículos
dirigido al «arreglo de las consignaciones de extranjeros que dirigiesen sus
expediciones a este puerto de Montevideo». Su objetivo era «conciliar el
crédito de la provincia con sus utilidades, las ventajas del consignatario
americano, y la confianza del consignador extranjero». Entre las preocupaciones
que se destacan en su redacción se halla la denuncia de que, según lo
acreditaba la experiencia, «los americanos, por lo general, han sido
consignatarios solamente en el nombre, con degradación y perjuicio particular
de sus intereses».[73]
Al día siguiente el consulado solicitaba al cabildo
que reforzara por bando el reglamento de consignaciones, «advirtiendo que los
extranjeros abarcan los ramos de la industria que en la realidad deben ser el
patrimonio de los hijos del país como son las fábricas, beneficios de sebo y
cueros, y las compras de los demás productos del país», por lo que urgía que se
pongan trabas a semejantes procedimientos.[74] El Reglamento fue aprobado en general por el delegado del
caudillo, estableciéndose que solo mediante la obtención de una carta de
ciudadanía podrían los extranjeros operar en calidad de comerciantes americanos.[75]
Ya asimilada la frustración de la gestión
diplomática de los diputados del Congreso de Oriente, y «convencido de las
miras del gobierno de Buenos Aires y de la imposibilidad de que los americanos
giren su comercio interno sin exponerse»,[76] Artigas hizo extensiva la apertura del comercio
extranjero al puerto de Colonia, donde se pagarían derechos de importación,
exportación y extranjería, con las restricciones ya indicadas.
Al respecto resulta remarcable la estrecha relación
que se verifica entre las posibilidades del logro del acuerdo político que
había estado en discusión y las características que adoptarían las políticas
comerciales, ya que de acuerdo con el resultado de las negociaciones - afirmaba
Artigas - «se fijara el estatuto para el comercio extranjero y lo demás que se
crea conveniente para el mejor entable de la economía provincial».[77]
Alejada pues, al menos de momento, la posibilidad
de alcanzar un avenimiento con el bando directorial, a comienzos de septiembre
de 1815 el cabildo puso en práctica las directivas llegadas desde Purificación,
estableciendo que «para la progresión del comercio de esta provincia podrán
todas las naciones introducir sus géneros mercantiles en solo las tres partes
designadas, Maldonado, Montevideo y Colonia del Sacramento, pagando sus
derechos y alcabalas conforme se ha ordenado siendo los consignatarios
solamente los naturales de esta América».[78] Asimismo se especificaba que los frutos extraídos
correrían por las mismas manos y por los mismos sitios, advirtiendo que todo lo
que entrara o saliera por fuera de las normas y lugares indicados sería
decomisado.
Una versión más sistematizada de las normas
destinadas a promover y reglar el comercio fue difundida el 16 de septiembre,
mediante un bando capitular compuesto de los siguientes puntos: 1. Toda fábrica
de cueros, sebo y cualquier otra producción del país correrá al cargo de sus
naturales. 2. Las
compras de los frutos de la provincia, fuera de esta capital se harán
indispensablemente por americanos. Esto es: en lo interior de la campaña. 3.
Los extranjeros podrán comprar en el recinto de la ciudad por conducto de los
corredores de número, nombrados por el tribunal del consulado, pero en ningún
caso por sí mismos. 4. En general los americanos exclusivamente podrán comprar
efectos productivos del país y vender las mercaderías extranjeras, tal como lo
establecía el bando del 7 de septiembre. 5. Al mes de la publicación del bando
debían cesar todas las fábricas que estuviesen en manos extranjeras,
advirtiéndose que el incumplimiento de estos artículos sería penado severamente.[79]
Poco antes, el 9 de septiembre Artigas había
promulgado el «Reglamento provisional que observarán
los recaudadores de derechos
que deberán establecerse en los puertos de las provincias confederadas de esta
Banda Oriental del Paraná, hasta el formal arreglo de su comercio».[80] Este instrumento regulador del tráfico mercantil -
que recoge conceptos del reglamento de abril - eliminó el pago de tasas
interprovinciales fijando un arancel único a liquidar en origen o destino,
tanto para las importaciones como para las exportaciones.[81]
La incipiente unión aduanera puesta en marcha abría la posibilidad de que la
vinculación política entre los miembros de la Liga se fuera orientando,
también, hacia una integración económica;[82] único recurso de fondo para superar la
disgregación regional propia del régimen precapitalista heredado de la colonia.
El Reglamento determinó los derechos de introducción, fijados en
un 25 % para todos los efectos de ultramar, a excepción de los siguientes: los caldos y
aceites, el 30%; la loza, vidrios, papel y tabaco negro, el 15 %; las ropas hechas
y calzados, el 40 %; y los muebles hechos, el 20 %.
Para los frutos de América el derecho de importación sólo consistiría en un 4
% en concepto de alcabala; contándose entre los que tributarían los caldos,
pasas y nueces de San Juan y Mendoza; los lienzos de tucuyo y el algodón de
Valle y La Rioja; la yerba y el tabaco del Paraguay; los ponchos, jergas y
aperos de caballos; los trigos, las harinas, cueros, sebo, etc. Los derechos de
extracción, a su vez, fueron fijados en general en un 4 %, que se incrementaba
de modo variable en los casos de cueros, sebo, oro y plata sellada, etc.
Por otra parte, mientras los porcentajes de la
carga impositiva se aumentaron para algunas importaciones competitivas con
producciones americanas, se declararon libres de derechos de introducción el
azogue, las máquinas, los instrumentos de ciencia y arte, los libros e
imprentas, las maderas y tablazones, la pólvora, azufre, salitre y medicina,
las armas blancas y de chispa, y todo armamento de guerra; también la plata y el
oro. Resultaban exentas de tributación las exportaciones de harinas de maíz y
las galletas fabricadas con ellas.
Acompañando el envío del Reglamento, en una nota al gobernador de Corrientes Artigas
explicó la mecánica de su aplicación: «remito la planilla de derechos que serán
los que deban cobrarse en los puertos de esa provincia según el arreglo
provisorio. Exigidos en esa forma los derechos, los buques podrán marchar
libremente a sus destinos respectivos, con prevención que los buques del
comercio inglés que hayan pagado sus derechos en cualquiera de los puertos de
la presente Confederación Oriental, ya no deberán pagar sobre los mismos frutos
que introduzcan o extraigan nuevos derechos en ningún puerto de la misma; pero
los frutos o efectos que vengan de otras provincias que no están en el rol de
las orientales, deberán pagar los expresados en este reglamento aun cuando en
aquellos puertos hayan pagado los mismos o mayores».[83]
Nótese como esta legislación provisoria
discriminaba a los efectos y mercaderías introducidas desde la órbita
bonaerense - que debían ajustarse a lo estipulado en el correspondiente arancel
- con una suerte de derecho diferencial.
A pesar de los esfuerzos que se prodigaron para
tornar fluido el tráfico mercantil, al poco tiempo - el 28 de noviembre-
Artigas debió reconocer el retraso que experimentaba el comercio debido a que
fuerzas navales bonaerenses bloqueaban de hecho las costas del Paraná: «Por lo
mismo se franquearon nuestros puertos a los extranjeros ingleses; pero estos
acaso no han penetrado a esos puntos o por combinación o por temor». Además,
continuaba manifestando, la detención segura de los barcos de la Liga que
intentaran aventurarse en el río tornaba inútil a Corrientes «exportar sus
frutos si ella no puede percibir en retorno su producto. Así nos aniquilaríamos
del mismo modo que no teniendo comercio alguno, porque los resultados a la
provincia siempre serían iguales... En esta virtud no puedo acceder, por ahora,
a que salgan de esos puertos los buques de nuestra dependencia. Para los
ingleses es otra la razón pues siendo perjudicados en sus intereses podrán
reclamarlos. Por lo mismo a ellos se les puede conceder el comercio, según la
planilla de derechos que con ese objeto mandé a ese gobierno».[84]
Cinco meses más tarde - a fines de abril de 1816 -
el Protector se dirigió al cabildo correntino realizando interesantes
consideraciones sobre el régimen del comercio,[85] en el que se advierten algunos ajustes
arancelarios: «El 25 por ciento recargado a los efectos de Buenos Aires es en
razón de su iniquidad y por no ser regular dar producto a un pueblo que
continuamente nos hace la guerra.
El que conociendo este principio quiera comerciar con lucro puede hacerlo con
los puertos de nuestra federación donde hallará los efectos con un 30 por
ciento menos de recargo (...). Sobre la extracción de oro y plata, V.S. verá la
providencia adoptada y el recargo que se ha creído conveniente. Prevengo a V.S.
que el 4 % de ramo patriótico aplicado a los efectos extranjeros es el mismo
derecho que por ramo de consulado se paga en los otros puertos».
En el mismo oficio se ratifica una vez más que el
comercio interior era concebido como un resorte
exclusivo de los americanos:
«En la extracción para la campaña ya está privado que puedan hacerlo los extranjeros,
y es el arbitrio para los hijos del país mientras mejoren las circunstancias
para que en el todo puedan girar su comercio».[86]
En lo referente a las relaciones mercantiles que el
artiguismo sostuvo con las naciones extranjeras - principalmente Inglaterra y
en segundo lugar Estados Unidos - cada vez más debieron guiarse por las
necesidades impostergables de aprovisionamiento de material bélico, muy
agudizadas luego del inicio de la agresión portuguesa. De este modo, la
orientación que presidió los intercambios se adecuó crecientemente a dicho
objetivo; por lo cual la mayoría de los comerciantes extranjeros que llevaron
cueros y otros productos de origen vacuno cumplieron un papel vital en el
circuito que proveía los tan ansiados armamentos.[87]
Estaban por eso en condiciones de imponer, entre
otras cosas, la introducción de todo tipo de manufacturas competitivas con las
de origen americano - como lo efectuaban desde tiempo atrás en la órbita de
Buenos Aires - e igualmente absorbieron los escasos medios de pago en metálico
con que contaban los pueblos orientales.[88]
Esta situación no pasó inadvertida para Artigas,
obligado por el bloqueo porteño de los ríos a autorizar la apertura de los
puertos de la Liga a comerciantes ingleses, en cuyas ambiciosas miras
mercantiles se confiaba para lograr vulnerar aquel obstáculo: «El comercio
inglés se ha admitido en todos nuestros puertos y aunque no
dejo de penetrar !a desventaja que resulta a los americanos, las circunstancias nos tienen ligados a la dura
ley de la necesidad (...) no crea V.S. que esta será la forma precisa del
comercio. El Reglamento es puramente provisorio y en esta razón se deja ver que no
son recargados los impuestos, cuando yo estoy muy penetrado de todas las
circunstancias. Yo sé muy bien el manejo de los ingleses y no hay motivo para
que ellos reporten una utilidad tan excedente con perjuicio de nuestros fondos».[89]
Dadas las graves dificultades y urgencias del
momento, es remarcable la firmeza con la que el jefe oriental encaró la
cuestión de las relaciones comerciales con los mercaderes británicos, tratando
que las obligadas concesiones que se les hiciesen redundaran, en última
instancia, en el fortalecimiento del proyecto de los Pueblos Libres.
En dos oficios al cabildo de Montevideo -fechados
el 31 de julio y 12 de agosto de 1815 - Artigas fundamentó su postura acerca
del respeto que se debía exigir a los representantes de potencias extranjeras:
«Consultado por el comandante de las fuerzas de S.M.B. del modo inequívoco como
los comerciantes de su nación podrán establecer su comercio con las provincias
de mi dirección, respondí: “que asegurando sus capitales en esa plaza sin
mantener relación alguna (mientras duren las diferencias) con el comercio de
Buenos Aires”. Lo comunico a V.S. para su debido conocimiento, y para que en
caso de llegar a ese puerto algunos barcos del comercio inglés, se les admita
con la restricción de que la introducción de sus efectos al interior debe ser
privativa de los americanos, quienes en retorno podrán conducir efectos del
país para sus cargamentos».[90]
En la segunda esquela, luego de reiterar los
conceptos anteriores,[91] informó que una vez pautado el modo preciso del
comercio inglés le advirtió al representante británico: «si no le acomoda haga
V.S. retirar todos sus buques de estas costas, que yo abriré el comercio con
quien más nos convenga. En cuyo concepto prevengo a V.S. no se rebaje un ápice
en su representación por mantener esta determinación. Los ingleses
deben conocer que ellos son los beneficiados, y por lo mismojamás deben
imponemos; al contrario, deben
someterse a las leyes territoriales según lo verifican todas las naciones y la
misma inglesa en sus puertos».[92]
Se trata, en síntesis, de un conjunto de principios
ligados al concepto de soberanía, que nunca, ni aun en las más apuradas
circunstancias de fines de 1817 - en ocasión de la firma del tratado
de comercio acordado con los representantes de Gran Bretaña - fueron abandonados por Artigas.[93]
Este convenio, propuesto por el Protector al
comodoro Bowles como «el ajuste preciso de algunos artículos necesarios para el
surtimiento de este ejército ofertando a V.S. en retorno los frutos del país»,[94] fue finalmente acordado el 8 de agosto,[95] estableciéndose que todo mercader inglés sería
admitido a un libre comercio en los puertos de la Liga, con la sola obligación
de pagar allí los derechos de introducción y extracción establecidos.
Igualmente el tratado garantizaba que ningún traficante inglés sería gravado
con contribuciones o pechos extraordinarios. Se indicaba también que los
extranjeros podrían girar su comercio solamente en los puertos.
Del mayor interés para el artiguismo, el articulo 5
determinaba que «el Sr. Comandante inglés franqueará por su parte con los
gobiernos neutrales o amigos que dicho tráfico no sea impedido ni incomodado».
Finalmente, y de similar importancia política que el anterior, el punto sexto
prohibía al comandante inglés la entrega de pasaportes a todo aquel comerciante
que «vaya o venga de aquellos puertos con quien nos hallamos actualmente en
guerra».[96]
El texto acordado fue acompañado por una planilla
de los derechos de introducción y extracción que deberían pagarse en los
puertos orientales,[97] que en tanto representó un arancel muy moderado,
buscó y logró a través del comercio inglés mantener transitoriamente abierto un
canal de abastecimiento militar vital para la guerra
anticolonial en la que se
jugaba - como se demostraría en 1820 - el destino del artiguismo.[98]
La trascendencia del tratado atravesó rápidamente
los mares y produjo extrema sorpresa en el gabinete británico, que se apresuró
a desautorizar la conclusión de un compromiso que aparecía revestido con todas
las formas diplomáticas: «Aunque aún no he recibido órdenes del Príncipe
Regente de instruir a usted oficialmente para que desautorice este instrumento
en nombre de su gobierno, no vacilo en informarle que debe ser considerado como
un acto que no ha sido autorizado en forma alguna por su Alteza Real».[99]
Como queda claro en las palabras del vizconde
Castlereagh, a comienzos de 1818 nada podía esperar el
artiguismo de la diplomacia inglesa: Río de Janeiro y Buenos Aires concentraban lo esencial de
su apuesta rioplatense.[100]
Junto a los vínculos con los británicos, también las
relaciones con los Estados Unidos
fueron objeto de una especial atención por parte de Artigas (admirador de su
revolución, sus progresos económicos y su sistema político), siempre en el
contexto dado por la dinámica comercial ya explicita- da: «Igualmente haga
usted -le había escrito a Barreiro el 11 de enero de 1816 - un esfuerzo por
conseguir de Norte América los útiles de guerra que puedan traerse y podamos
pagar, inspirando a los comerciantes de aquella nación la debida confianza
sobre los intereses de comercio e igualmente el entable de relaciones políticas
afirmando el sistema».[101]
Un papel destacado en el desarrollo de lazos
económicos con mercaderes oriundos de Estados Unidos le correspondió a la
gestión del cónsul de esa nación en Buenos Aires, Thomas Lloyd Halsey, quien
seguramente acicateado por las ventajas comerciales que obtenían los
traficantes ingleses mostró - especialmente luego de viajar a Purificación y
entrevistarse con Artigas - cierta simpatía por la causa oriental.
En este sentido, la perspectiva con que por
entonces operaba el diplomático estadounidense se expresa en una comunicación
al secretario de Estado de su país, a quien informaba haber sido recibido «con
destacada atención y delicadeza no solamente por su excelencia el jefe sino
también por gente de toda condición, y que este me encargó asegurarle a usted
que los ciudadanos de los Estados Unidos residentes dentro del territorio de su
dominio o los que desearen comerciar con este, siempre serán bien recibidos y
disfrutaran cuando menos de todas las ventajas y protección brindada a súbditos
británicos o a aquellos de la nación más favorecida».[102]
En julio de 1816, en los inicios de la invasión
portuguesa de la Banda Oriental, el artiguismo habilitó una nueva dimensión de
la lucha anticolonial al poner en práctica la concesión
de patentes de corso a los
capitanes y navios que enarbolaran el pabellón tricolor,[103] con la particularidad de que la iniciativa también
contribuyó al desarrollo de los lazos con intereses estadounidenses en tanto
muchos de los comandantes y propietarios de los corsarios aludidos eran
ciudadanos de los Estados Unidos.[104]
La eficacia de esta iniciativa fue rápidamente
puesta de manifiesto por el jefe de las fuerzas portuguesas,[105] quien se dirigió al director Pueyrredón
exhortándolo a tomar urgentes medidas en común frente a «la escandalosa
arbitrariedad con que el caudillo Artigas seducido por algunos extranjeros
distribuye patentes de corso para hostilizar el comercio portugués e
interceptar la navegación al abrigo de fuerzas extrañas».[106]
La misión de los corsarios - claramente estipulada
en las respectivas patentes - fue expuesta por Artigas en la carta que
remitiera en 1819 a Simón Bolívar: «Unidos íntimamente por vínculos de
naturaleza y de interés recíprocos, luchamos contra tiranos que intentan
profanar nuestros más sagrados derechos. La variedad en los acontecimientos de
la revolución y la inmensa distancia que nos separa me han privado la dulce
satisfacción de impartirle tan feliz anuncio. Hoy lo demanda la oportunidad y
la importancia de que los corsarios de esta república tengan la mejor acogida
bajo su protección. Ellos cruzan los mares y hostilizan fuertemente a los
buques españoles y portugueses, nuestros invasores. Por mi parte, ofrezco igual
correspondencia al pabellón de esa república... ofertando a V.E. la mayor
cordialidad por la mejor armonía y la unión más estrecha».[107]
En base a lo expuesto es posible concluir que
Artigas procuró combinar el ataque de los corsarios a los intereses de los
colonialismos que amenazaban en forma directa la causa americana, con el máximo
aprovechamiento de las posibilidades que surgían de la competencia comercial
entablada entre ingleses y estadounidenses, obteniendo de unos y otros los
pertrechos indispensables para sostener la defensa de su causa.
El pueblo oriental en armas aparecía entonces,
junto a la firmeza doctrinaria de su líder, como un probable reaseguro contra
las consecuencias ulteriores que hubiera aparejado, en caso de triunfar el
artiguismo, la ex-
cesiva e inevitable tolerancia con los apetitos mercantiles
de ambas potencias.
Al reflexionar sobre las contradicciones y
alternativas que se desplegaban en este período, es preciso tener en cuenta que
para los revolucionarios orientales, España primero y luego Portugal, fueron
los principales enemigos de la independencia rioplatense. En este contexto, la
política de los Directorios bonaerenses constituyó un
obstáculo a remover para
alcanzar las condiciones más favorables al desarrollo exitoso de la lucha
libertadora.
El colonialismo inglés - la amenaza más temible a
futuro - no constituyó un peligro inmediato para el artiguismo, que definió su
política general, comercio incluido, en función de repeler la agresión armada
hispano- lusitana: «nuestros opresores no por su patria, solo por serlo forman
el objeto de nuestro odio». Tal era el modo de pensar de Artigas.[108]
A pesar de todo, los cursos de acción que se
adoptaron en el manejo de las relaciones económicas reconocieron como premisa -
aunque muy mediatizada por las urgencias coyunturales - la convicción del jefe
oriental respecto a que la importación masiva de mercaderías competitivas con
las de origen local constituía un factor adverso al establecimiento de una industria
americana.[109]
Artigas nunca escindió las prácticas económicas de
su inmediata significación política, razón por la cual uno de los aspectos
remarcables de su pensamiento fue el sentido que otorgó a la actividad
comercial entendida como una arma más al servicio de la estrategia de poder y
los objetivos más generales del proyecto que lideró.
Como ya ha sido ilustrado en estas páginas,
comercio y política aparecen así indisolublemente vinculados en los hechos y en
los documentos emanados del caudillo, que reconocen un antecedente inmediato en
las palabras que Mariano Moreno estampó en la Gaceta
de Buenos Aires cuando - a
propósito de la conducta del capitán inglés Elliot - alertó sobre los designios
colonialistas de «entrar vendiendo para salir mandando».[110]
La perspectiva doctrinaria de Artigas es
inequívoca: «No se me oculta que el comercio es la base de la felicidad de los
pueblos, pero tampoco ignoro que el comercio con un pueblo
enemigo no acarrea sino desventajas».[111]
A tono con esta definición, el comercio fue
utilizado y regulado de acuerdo a los vaivenes y necesidades de las luchas
empeñadas por los Pueblos Libres, lo cual constituyó el origen de buena parte
de las fricciones y desencuentros del Protector con las aristocracias
provinciales, las cuales pretendieron desligar el tráfico mercantil de los
conflictos en curso para no sufrir en sus intereses sectoriales; tal vez por
eso en más de una oportunidad Artigas advirtió a estas dirigencias que «la
pobreza no es un delito».
Bastaron los primeros indicios sobre la inminente
invasión lusitana para que -el 12 de enero de 1816 - Artigas informara al
cabildo de Montevideo: «He mandado la orden absoluta para que en virtud de las
ocurrencias, se prive de todo tráfico con Portugal».[112]
El 6 de junio se profundizó el cierre del puerto
para los buques portugueses, llegándose a desembarcar partidas de trigo y carne
salada ya cargadas y listas para partir.[113]
El 30 de junio el caudillo ordenó que se hiciera un
recuento de todos los comerciantes portugueses que no fueran vecinos de la
provincia, para que de producirse un rompimiento resultaran inmediatamente
confiscados, aplicando sus bienes a los fondos públicos. Igualmente insistió en
que el puerto quedara cerrado para todo embarque con destino a Brasil, y que no
se permitiera a nadie extraer intereses de la provincia, cualquiera fuese el
destino invocado.
Los sucesos se continuaban precipitando
aceleradamente: el 19 de julio de 1816 anunciaba a su delegado en Montevideo
que «la guerra es abierta y digo al cabildo deben proceder al recaudo y venta
de todos los intereses de los portugueses. Ud. me avisará de cualquier fraude
que advierta sobre el particular para reconvenir al gobierno si no anda tan
escrupuloso como le prevengo».[114] Nótese que
Artigas se está refiriendo de modo tan receloso a los representantes de un
sector significativo del patriciado montevideano, que controlaba el
ayuntamiento y cogobernaba de hecho la provincia.
Mientras tanto, se establecía que los mercaderes
que embarcaran frutos del país con destino a Londres deberían realizar una
escritura de fianza comprometiéndose a no hacer escala por ningún pretexto en
alguno de los puertos de Brasil.[115]
A poco de consumada la penetración militar
portuguesa en territoric oriental, Artigas escribió el 10 de octubre al
director Pueyrredón señalándole: «creo inútil manifestar lo que es bien
conocido de todos, que en la unión está nuestro poder y que solo ella afianzará
nuestro presente y núes tro porvenir».[116]
Sin embargo, la unidad no pudo concretarse, y las
buenas relacione: políticas y comerciales que la dirección porteña mantuvo con
los invasores - agravadas por las intervenciones militares sobre Santa Fe -
impulsaron al Protector a firmar, el 16 de noviembre, una «circular a los
pueblo: de la Confederación» estableciendo la prohibición
de todo tipo de comercio j vinculación
con Buenos Aires.[117]
Además de las razones invocadas en el documento
público, Artigas s( refirió a los fundamentos de la medida en una comunicación
de igual fe cha dirigida a Barreiro: «Ayer llegó el hijo de Saavedra con el
pretexto d< armar un corsario contra los portugueses. El ha descubierto
demasiado las intenciones de aquel gobierno de Buenos Aires que no toma parte
en nuestra defensa; esta indiferencia y la criminal conducta de mantener abierto
el comercio y relaciones de Portugal, me han impulsado a tomar providencias
fuertes contra aquel gobierno, obligándolo a la decisión y a manifestar sus
intenciones. Por consecuencia he dado el paso de cerrar los puertos y obstruir
toda comunicación con Buenos Aires».[118]
Llevada adelante la medida, aunque matizada en su
aplicación por la siempre laxa administración y vigilancia de las elites
locales, una nueva esperanza de negociación con la administración bonaerense
llevó a que Artigas - el 29 de mayo de 1817 - pasara una «orden general para
que todos los puertos de las provincias abran su comercio con Buenos Aires»,
con la indicación de que las operaciones se giraran «en el modo y forma
anteriormente instituidas», y que se procediese con «la mayor escrupulosidad en
el cobro de los derechos y conservación en los fondos del Estado».[119]
Explicando su actitud, fundada en la posibilidad de
llegar a un acuerdo con el Directorio, Artigas brindó en junio otro ejemplo de
la íntima y dinámica relación del comercio con la política, al señalar: «yo por
mi parte creo haber llenado mis deseos por la unión, remitiéndoles los
oficiales prisioneros, abriendo los puertos al comercio y otros cuantos actos
que demuestran bastantemente mis afanes por la reconstitución».[120]
Poco duraría sin embargo la expectativa, ya que
pocos días después, al tomar conocimiento de nuevas acciones de colaboración
porteña con los portugueses, el caudillo afirmaría haber visto de «un solo
golpe cerradas todas las puertas al consuelo de la apetecida reconciliación».[121]
Finalizando esta breve revisión de algunos de los
aspectos que constituyeron la doctrina y práctica económica del artiguismo,
cabe volver a reiterar que solo entre 1815y 1816 la
sociedad oriental gozó de una relativa estabilidad,[122] un paréntesis fugaz en las continuas luchas
independentistas contra el colonialismo español y portugués, aun cuando debió
continuar enfrentando las orientaciones hegemonistas predominantes en el
gobierno de Buenos Aires.
A pesar de ello, este período de paz produjo una
parcial revitalización de la vida económica, en especial en lo referente a la
explotación pecuaria: cueros, carnes saladas, sebo, y también astas, cerda,
crines, lana, etc. Sobre esta base crecieron rápidamente las exportaciones: en
1815 ingresaron al puerto montevideano 55 navios, que transportaron hacia el
extranjero más de 269.000 cueros, 700 toneladas de tasajo y gran cantidad de
sebo en diversas formas.
En 1816 se acentuó la recuperación ganadera -aunque
siempre lejos de los guarismos previos a la revolución -[123] recibiendo Montevideo cerca
de cien embarcaciones que transportaron en sus bodegas 296.644 cueros y más de
1.200 toneladas de charque,[124]
manteniéndose los niveles del sebo. El destino final de estos productos fue
esencialmente Inglaterra, y en menor medida Estados Unidos, Francia y las
Antillas.
Aunque con una significación económica poco más que
simbólica, también «las industrias menores se hacían presentes en este esfuerzo
productor. Se exportaban (en 1816) 12 sacos de lana, 91 fanegas de trigo y 184
zurrones de harina». A su vez la producción de la isla de Lobos permitió
exportar 3.000 cueros y 10 pipas de aceite, y lo mismo se hizo con 145 cueros
de tigre.[125]
No es posible determinar el grado de incidencia de
los productos ganaderos provenientes de Purificación y sus alrededores - que
pueden ser considerados de origen estatal - dentro de los totales de
exportación mencionados. Tampoco estamos en condiciones de evaluar globalmente
la producción y extracción de toda la confederación artiguista, más allá de
algunos datos de alcance provincial, que resultan insuficientes para generar
una interpretación totalizadora de la economía de los Pueblos Libres.
El papel de Artigas en la definición y conducción
de los principales asuntos económicos - en conflicto creciente con las
aristocracias aliadas, comenzando por la oriental - resultó decisivo en tanto
el caudillo tuvo, a través de los pueblos armados que lo
sostuvieron,[126] el control de una porción importante del poder en
su provincia y en la Liga.
La economía que se debía poner en pie y reconstruir
fue de guerra y para la guerra, contexto en el cual el Reglamento
de tierras de 1815 constituyó
el aporte más original y trascendente que realizara el artiguismo, al
introducir en el escenario histórico -aunque sea parcialmente - la perspectiva
política de los grupos sociales más infelices y postergados, acompañada de
propuestas concretas para su progreso social y mejor vivir.
Asimismo, en el orden más general del sistema
económico del protectorado, se ha planteado que las provincias intentaron - y
en alguna medida, y por momentos, lograron - «eludir la aduana porteña por
medio del puerto de Santa Fe, para desde allí, por vía terrestre o por el
cabotaje de la costa oriental del Plata, llegar hasta Montevideo y viceversa. Y
esto en un tráfico comercial exento de tasa interprovincial y regulada por un
arancel uniforme de derechos, que imponía un solo y único pago en la localidad
de origen o de destino a los frutos de la exportación o a los efectos de la
importación, liberando los que interesaba estimular en el doble camino del
tráfico, prohibiendo la salida de otros; gravando en forma compensatoria los
efectos de ultramar competitivos de las industrias regionales; y favoreciendo
con tasas menores la acogida de los productos de origen americano...».[127]
Esta síntesis, que en general puede considerarse
ajustada a los hechos, debe, sin embargo, ponderarse con moderación; teniendo
en cuenta la fugacidad de su vigencia, y evitando
las idealizaciones sobre una
realidad que fue, antes que nada, crisis, revolución, guerra e inestabilidad.
Al mismo tiempo, y esta constituye otra importante
limitación del «sistema», mientras se halló en poder de los orientales el
papel del puerto de Montevideo dentro del protectorado fue similar al de Buenos
Aires, en cuanto al
exclusivismo con que manejó las rentas aduaneras. La invasión portuguesa cortó
de raíz la posibilidad de que los elementos más dinámicos y progresistas del
artiguismo pusieran en debate la necesidad de imponer la participación
igualitaria de las provincias en la que debería considerarse la prefiguración
de una renta común.
Por las razones expuestas, la caída de Montevideo y
la pérdida de su puerto constituyeron un durísimo golpe al futuro de los Pueblos
Libres, ya que la oferta de facilidades de salida marítima para el comercio -
unida al respeto de sus intereses sectoriales - había constituido uno de los
factores decisivos de la inestable y oportunista confluencia de buena parte de
los grandes hacendados y mercaderes del Litoral argentino con el artiguismo.
«En cinco años de revolución no habéis
experimentado sino desastres y ya empezáis a sentir el benigno influjo de la
aurora de vuestra libertad... hoy felizmente el cuidado de vuestros pueblos
está fiado a vosotros mismos. Estáis con las armas en las manos para sostener
vuestros derechos. De todos sois amigos si nadie os provoca, y sed de todos
enemigos si os quieren oprimir».
Artigas a los pueblos guaraníes
La revolución y los
indios
El papel de los pueblos originarios en el régimen
colonial rioplatense estuvo determinado por los intereses de las elites
hispano-criollas, que los despojaron de sus tierras reduciéndolos a la
servidumbre de encomiendas, mitas, tributos y peonajes. En este contexto, la
opresión, el conflicto y la resistencia marcaron la tónica de las relaciones de
los blancos con las parcialidades indígenas avasalladas por el poder de los
conquistadores y sus continuadores.[128]
Sin embargo, luego de más de tres siglos de
dominación, el estallido de la revolución anticolonial de Mayo de 1810 creó las
condiciones que hacían posible el desarrollo de una nueva actitud frente a las
comunidades indígenas, la cual formaría parte del esfuerzo de un sector de los
patriotas por articular la lucha emancipadora con la realización de reformas
profundas en la estructura social virreinal.
Por otro lado, la existencia de una elite local de
terratenientes y mercaderes que con la eliminación del poder español se constituía
en principal beneficiaría del régimen socioeconómico heredado - razón por la
cual procurarían minimizar las transformaciones democráticas - alimentó la
pugna que dividió, en un largo y cruento enfrentamiento, a la dirigencia
criolla.[129]
Las grandes mayorías sociales, excluidas en la
colonia de todo derecho y participación política, luego de Mayo podrían o no
ser incorporadas al protagonismo activo, de acuerdo al papel que unos y otros
les asignaran en su visión de la nueva sociedad independiente. Esto implicaba una
valoración del rol de las fuerzas intemas, comenzando por la principal: el
pueblo productor de las riquezas, o sea los indios, criollos pobres, mestizos, negros y demás
castas.
Si entre todos ellos se destacan los pueblos
originarios, es porque fueron el soporte de la colonización española, y el
emergente más representativo y numeroso - según una visión actual y también
para la gente de aquel tiempo - de la masa social oprimida por el sistema del
feudalismo colonial hispanoamericano.[130]
En este sentido, resalta su valor simbólico en el
doble aspecto de indio objeto de la explotación e indio
sujeto de la rebelión: despreciado por infeliz bestia de carga y odiado por
violento enemigo de la «civilización» del opresor. Fuerza interna por definición, su presencia tiñó con el
simbolismo mencionado a todos los conjuntos sociales que lo incluyeron.
Los pueblos aborígenes que habitaban el virreinato
del Río de la Plata se caracterizaron por su indomable resistencia a los
conquistadores españoles y a las aristocracias americanas empeñadas en
someterlos.[131] Contra lo
afirmado por el discurso de los opresores, su conducta defensiva no significó -
como enfatizara Artigas - que los indios «desconocieran el bien», ni que
lucharan fieramente contra el blanco por causas inherentes a una supuesta
«naturaleza salvaje» que los tornaría refractarios al contacto con otra
civilización y al progreso.
Al contrario: los pueblos originarios defendieron
su tierra, su libertad y su derecho a la vida, respondiendo de modo comprensivo
y solidario en las escasas oportunidades en que fueron convocados a una
convivencia y un trato más igualitarios. Incluso, en ocasiones - demostrando
una lucidez política admirable - tomaron ellos mismos la iniciativa de proponer
la unidad a españoles y criollos, como ocurriera durante las invasiones
inglesas.
Las actas del cabildo de Buenos Aires, del 17 de
agosto de 1806, dan testimonio que un emisario indio expuso a través de un
intérprete «que venía a nombre de dieciséis caciques de los pampas y cheguelchos
a hacer presente que estaban prontos a franquear gente, caballos y cuantos
auxilios dependiesen de su arbitrio, para que este ilustre cabildo echase mano
de ellos contra los colorados, nombre que dio a los ingleses; que hacían
aquella ingenua oferta en obsequio a los cristianos porque veían los apuros en
que estarían, que también franquearían gente para conducir a los ingleses
tierra adentro si se necesitaba, y que tendrían mucho gusto en que se les
ocupase contra unos hombres tan malos como los colorados».[132]
Un mes después, se «apersonó en la sala el cacique
pampa Catemilla, expresando el sentimiento que él y sus gentes habían tenido
por la pérdida de la ciudad, y el contento por la reconquista de que daba la
enhorabuena; ratificó la oferta de gente y caballos que a nombre de dieciséis
caciques había hecho el indio Felipe. También expuso que solo con objeto de
proteger a los cristianos contra los colorados, en alusión a los ingleses,
habían hecho las paces con los ranqueles, con quienes estaban en dura guerra,
bajo la obligación estos de guardar los terrenos desde las salinas hasta
Mendoza, e impedir por aquella parte cualquier insulto a los cristianos;
habiéndose obligado el exponente con los demás pampas a hacer lo propio en toda
la costa del sur hasta Patagones».[133]
Otra referencia - del 22 de diciembre - resulta aún
más sugerente, pues informa sobre las motivaciones que llevaron a los indígenas
a ofrecer su ayuda al cabildo: «os ofrecemos nuevamente reunidos todos los
caciques que veis, hasta el número de veinte mil de nuestros súbditos, todos
gentes de guerra y cada cual con cinco caballos; queremos que sean los primeros
en embestir a esos colorados que parece aún os quieren incomodar. Nada os
pedimos por todo esto y más que haremos en vuestro obsequio: todo os es debido,
pues que nos habéis libertado, que tras de vosotros siguieran en nuestra busca.
Tendremos mucha vigilancia en rechazarlos por nuestras costas donde contamos
con mayor número de gente que el que os llevamos ofrecido. Nuestro reconocimiento
por la buena acogida que dais a nuestros frutos y permiso libre con que sacamos
lo que necesitamos, es lo bastante a recompensaros con este pequeño servicio».[134]
Estas poco conocidas actitudes de representantes de
los pueblos originarios en favor de una «perpetua felicidad y unión», fueron
muy agradecidas por el municipio porteño, que sin embargo rechazó los
ofrecimientos en espera, según sus dichos, de mejor oportunidad.
Ya en 1810, la revolución en marcha inscribió
dentro del contexto ideológico de su discurso la comunidad de causa que unía a
criollos e indios, ambos enfrentados al poder colonial español. En particular,
fue reiterada la invocación a las tradiciones de lucha de los naturales - sobre
todo norteños, altoperuanos y peruanos -, como quedó expresado en el himno
nacional argentino: «Se conmueven del inca las tumbas/ y en sus huesos revive
el ardor/ lo que ve renovado a sus hijos/ de la patria el antiguo esplendor»,
También el himno nacional del Uruguay refleja el
papel que jugaron los signos indigenistas: «Los patriotas al eco grandioso/ se
electrizan en fuego marcial/ y en su enseña más viva relumbra/ de los incas el
Dios inmortal».[135]
Entre otros testimonios, el de Cornelio Saavedra
informa sobre la relación que establecían los patriotas entre su lucha y la
vieja resistencia aborigen: «La historia de este memorable suceso (la
revolución) arranca su origen de los anteriores; que la América marchaba a
pasos largos a su emancipación era una verdad constante, aunque muy oculta en
los corazones de todos. Las tentativas de Túpac Amaru, de La Paz y de Charcas,
que costaron no poca sangre, y fueron inmaduras, acreditan esta idea».[136]
La referencia a Túpac
Amaru fue de las más
reiteradas: obras de teatro y cañones llevaron su nombre, e incluso los
primeros patriotas orientales fueron calificados por los realistas como tupamaros,
es decir seguidores del rumbo
rebelde señalado por los insurrectos de 1780.
El espíritu del momento fue bien percibido por
Bartolomé Mitre quien - sin disimular su aversión - lo explica así: «La raza
criolla que se apellidaba a sí misma americana, confundió en su odio a los
antiguos conquistadores con los dominadores y explotadores del país durante el
coloniaje, y al renegar, renegaba la sangre española que corría por sus venas,
y al hacer causa común con los indígenas, hacía suyos sus antiguos agravios,
como si descendiera de los monarcas y caciques que tiranizaban el nuevo mundo
antes del descubrimiento».[137]
De todos modos, es necesario señalar - para no
pecar de ingenuidad - que la alusión indigenista del pensamiento de Mayo fue
más formal que real; más un recurso discursivo que una práctica concreta. Es decir que, en lo esencial, la actitud de fondo
de la mayoría de los dirigentes patriotas - y de la aristocracia de mercaderes
y terratenientes que los sostenía - no se diferenció de la observada durante la
colonia.
Sin perjuicio de ello, un puñado de revolucionarios
manifestó - a favor de la crisis y la guerra independentista -una
actitud favorable a la integración más democrática del indio en la nueva sociedad que se gestaba en los campos
de batalla.
Este podría ser el caso de Mariano Moreno, quien ya
en 1802 había realizado una aguda crítica del sistema de dominación implantado
y sostenido por España mediante las más variadas modalidades de ejercicio de la
compulsión extraeconómica sobre los productores directos: «Desde el primer
descubrimiento de estas Américas empezó la malicia a perseguir a unos hombres
que no tuvieron otro delito que haber nacido en unas tierras que la naturaleza
enriquecía con opulencia (...) es notoria la
violencia que se les hace a los indios precisándoles a ajenos y determinados
servicios con exclusión de aquellos que voluntariamente quisiesen elegir, nada debe estar más lejos de un hombre libre que
la coacción y fuerza a unos servicios involuntarios. Aún más se evidencia la
verdad de mi opinión si se atienden los vejámenes y trabajos que han padecido
los indios con esta nueva especie de servidumbre».[138]
En 1805, luego de terminar sus estudios en la
Universidad de Chuquisa- cay «antes de dejar el Perú, quiso visitar la fuente
de sus riquezas y desgracias (las minas de Potosí). El doctor Moreno conservó
toda su vida una viva impresión de la lamentable escena que había presenciado».[139] A su
regreso al Río de la Plata, se puede afirmar, con Bagó, que «la sombra de Túpac
Amaru le acompañaba».[140]
Años más tarde, ocupando la secretaría de la
Primera Junta, Moreno se destacó por fomentar diversas iniciativas en favor de
las clases más oprimidas de la sociedad, como el reglamento de igualdad y
libertad entre las distintas castas que incluía el Estado, pues «es contra todo
principio o derecho de gentes querer hacer una distinción por la variedad de
colores, cuando estos son unos efectos puramente adquiridos por la influencia
de los climas».[141]
Sintetizando el modo como evaluaba la situación de
los pueblos originarios en la colonia, Moreno realizó públicamente, en las
páginas de la Gaceta de Buenos Aires, la crítica más
radical de las leyes españolas de Indias. Así, se pronunció contra «un espíritu afectado de
protección y piedad hacia los indios, explicado por reglamentos que solo sirven
para descubrir las crueles vejaciones que padecían, no menos que la hipocresía
e impotencia de los remedios que han dejado continuar los mismos males, a cuya
reforma se dirigían; que los indios no sean compelidos a servicios personales,
que no sean castigados al capricho de sus encomenderos, que no sean cargados
sobre las espaldas; a este tenor son las solemnes declaratorias, que de cédulas
particulares pasaron a código de leyes, porque se reunieron en cuatro
volúmenes; y he aquí los decantados privilegios de los indios, que con
declararlos hombres, habrían gozado más extensamente, y cuyo despojo no pudo
ser reparado sino por actos que necesitaron vestir los soberanos respetos de la
ley para atacar de palabra la esclavitud, que
dejaban subsistente en la realidad».[142]
También Manuel Belgrano - que se refirió a la
implantación del dominio colonial español en América calificándolo de
«horrorosas carnicerías llamadas conquistas» -[143] se distinguió por sostener
una actitud favorable hacia los indios.
Una muestra elocuente de ello es la proclama que en
su marcha hacia el Paraguay dirigió a los naturales de Misiones. En ella
afirmaba: la Junta Provisional «me manda restituiros vuestros derechos de
libertad, de propiedad y seguridad de que habéis estado privados por tantas
generaciones, sirviendo como esclavos a los que han tratado únicamente de
enriquecerse a costa de vuestros sudores, y aun de vuestra propia sangre (...)
ya estoy en vuestro territorio, y pronto a daros las pruebas más relevantes de
la sabia providencia de la Exma. Junta, para que se os repute como hermanos
nuestros, con cuyo motivo las compañías de vosotros que antes militaban en el
ejército entre las castas, por disposición de nuestros opresores, ahora lo
harán entre los regimientos de patricios y arribeños. Pedid lo que quisiereis,
manifestándome vuestro estado, que sin perder instantes contraeré mi atención a
protegeros y favoreceros, conforme a las instrucciones de la Exma. Junta».[144]
En estas circunstancias, Belgrano produjo un Reglamento para la administración de la provincia de
Misiones, que entre sus artículos fundamentales declaraba el derecho de los
indios para la disposición de sus bienes, se los liberaba de tributos por diez
años, concedíaseles el comercio franco de todas sus producciones con las otras
provincias, se los igualaba civil y poli ticamente a los demás ciudadanos, se
mandaba distribuir la tierra pública, se abolían los derechos parroquiales,
regularizábase la administración de justicia, se proveía al procedimiento de
elección de un diputado al Congre so, a la defensa de los yerbales,
limitaciones en los castigos y formación de un tesoro para establecer escuelas.[145]
En relación con otro aspecto de las posturas de
Belgrano hacia los ori ginarios, resulta revelador el testimonio de Tomás de
Anchorena, quien en calidad de diputado por Buenos Aires participó del Congreso
de Tucumán, en cuyas reuniones el general Belgrano propuso su proyecto de
coronar en el Río de la Plata «un vástago del Inca». Luego de reconocer que una
vez es cuchada la propuesta «se entusiasmó toda la cuicada y una multitud
considerable de provincianos congresales y no congresales», Anchorena señala
que el proyecto del rey inca no fue rechazado y ridiculizado por «proclamar un
gobierno monárquico constitucional, sino porque poníamos la mira en un monarca
de la casta de los chocolates, cuya persona, si existía, probablemente
tendríamos que sacarla borracha y cubierta de andrajos de alguna chichería para
colocarla en el elevado trono de un monarca. Reconviniendo yo privadamente al
general Belgrano por una ocurrencia tan exótica, con que nos había expuesto al
peligro de un trastorno general de toda la República, me contestó que él lo
había hecho con ánimo de que corriendo la voz, y penetrando en el Perú, se
entusiasmasen los indios... ».[146]
Más allá de las inclinaciones monárquicas y
centralistas de Belgrano, la anécdota del rey inca evidencia con toda claridad
las dos posturas en torno a las cuales se dividía el frente patriota en
relación con el papel de los pueblos originarios en la lucha por la
independencia; y hasta dónde estaba dispuesto a llegar el creador de la bandera
en pos del objetivo de movilizar a las masas campesinas del interior en la
lucha contra los realistas. Contrariamente, Anchorena refleja todo el racismo y
desprecio con que la aristocracia de mercaderes y terratenientes criollos
continuaría reproduciendo las conductas de los conquistadores españoles.
En la misma línea que Belgrano, y al frente de la
expedición despachada al norte altoperuano, Juan José Castelli protagonizó el
intento más destacado de movilización indígena impulsado por el núcleo democrático que integró la Primera
Junta.
Así como antes (capítulo i) señalamos los límites
de la experiencia de Castelli, resulta pertinente destacar ahora lo avanzado de
su pensamiento sociopolítico, que produjo piezas documentales como la Orden a los gobernadores intendentes y demás
autoridades, expedida en Tiahuanaco el 25 de mayo de 1811. Este decreto -en
cuya redacción participó su colaborador Bernardo de Monteagudo - establecía que
«después de haber declarado el gobierno superior con la justicia que reviste su
carácter que los indios son y deben ser reputados con igual opción que los
demás habitantes nacionales a todos los cargos, empleos, destinos, honores y
distinciones por la igualdad de derechos de ciudadanos, sin otra diferencia que
la que presta el mérito y aptitud: no hay razón para que no se promuevan los
medios de hacerlos útiles reformando los abusos introducidos en su perjuicio y
propendiendo a su educación, ilustración y prosperidad con la ventaja que
presta su noble disposición a las virtudes y adelantamientos económicos. En
consecuencia ordeno que siendo los indios iguales a todas las demás clases en
presencia de la ley, deberán los gobernadores... dedicarse con preferencia a
informar de las medidas inmediatas o provisionales que puedan adoptarse para reformar
los abusos introducidos
en perjuicio de los indios, aunque sean con el título de culto divino, promoviendo su beneficio en todos los ramos y con
particularidad sobre repartimiento de tierras, establecimientos de escuelas en
sus pueblos y excepción de cargas o imposiciones indebidas; pudiendo libremente
informarme todo ciudadano que tenga conocimientos relativos a esta materia a
fin de que impuesto del pormenor de todos los abusos por las relaciones que me
hicieren pueda proceder a su reforma».[147]
Y en otra proclama dirigida a los pueblos originarios,
Castelli afirmó: «¿No es verdad que siempre habéis sido mirados como esclavos,
y tratados con el mayor ultraje sin más derecho que la fuerza, ni más crimen
que habitar en vuestra propia patria? (...). Sabed que el gobierno de donde
procedo solo aspira a restituir a los pueblos su libertad civil, y que vosotros
bajo su protección viviréis libres gozando en paz juntamente con nosotros esos
derechos originarios que nos usurpó la fuerza. En una palabra la Junta de la
capital os mirará siempre como a hermanos, y os considerará como a iguales,
este es todo su plan y jamás discrepará de él mi conducta».[148]
Argumentos similares reiteró el 13 de febrero de
1811: «no satisfechas las miras liberales de la Junta Gubernativa con haber
restituido a los indios los derechos que un abuso intolerable había oscurecido,
ha resuelto darles un influjo activo en el Congreso para que concurriendo por
sí mismos a la constitución que ha de regirlo, palpen las ventajas de su nueva
situación y se disipen los resabios de la depresión en que han vivido».[149]
Vale destacar que Castelli actuó, en relación a los
pueblos originarios al- toperuanos y peruanos, con el convencimiento absoluto
de que la insurrección de los naturales era la
vía privilegiada por la cual el poder patriota alcanzaría el reducto realista
de Lima; camino militar al
bastión colonialista que implicaba, además de un derrotero geográfico, un
camino social de movilización de las masas indígenas.
Por eso, una vez destituido Moreno, y a poco de la
derrota del ejército auxiliador en Huaqui, dicha ruta democrática de la lucha
independentista fue abandonada para siempre por la dirigencia porteña, que
observó con recelo y temor los potenciales riesgos políticos que el
protagonismo de las mayorías oprimidas podía aparejar a la consolidación del
poder de las flamantes clases dominantes americanas, para las cuales la
movilización de indios, mestizos y criollos pobres (no siendo bajo el encuadre
formal en cuerpos militares estrechamente disciplinados) solo significaría
descontrol, desborde social y anarquía.
Otro ejemplo de una conducta favorable a la
participación de los pueblos aborígenes, no solo en el esfuerzo de la guerra
sino también de los beneficios de la paz, estuvo dado por el general San Martín
que, aunque cultor de un concepto democrático más restringido, supo sin embargo
mantener un razonable respeto por quienes denominaba «nuestros paisanos los
indios».
Cuando ellos fueron necesarios para la lucha
anticolonial, los convocó, recordándoles sus viejas tradiciones de resistencia
a la opresión: «¿Olvidareis también los ultrajes que habéis recibido sin número
de manos de los españoles? No, no puedo creerlo; antes bien me lisonjeo que os
mostraréis dignos descendientes de Manco Cápac, de Guayna Cápac, de Tupac
Yupan- qui, de Paullo Túpac, parientes de Túpac Amaru, de Tambo Guacso, de Pu-
macagua, feligreses del Dr. Muñecas y que cooperaréis con todas vuestras
fuerzas al triunfo de la expedición libertadora».[150]
Luego de la victoria militar sobre los realistas
que posibilitó la liberación de Lima, San Martín decretó: «Después que la razón
y la justicia han recobrado sus derechos en el Perú, sería un crimen consentir
que los aborígenes permaneciesen sumidos en la degradación moral a que los
tenía reducido el gobierno español, y continuasen pagando la vergonzosa
exacción que con el nombre de tributo fue impuesto por la tiranía como signo de
señorío. Por lo tanto declaro: 1Q) Consecuentemente con la solemne
promesa que hice en una de mis proclamas, queda abolido el impuesto que bajo la
denominación de tributo se satisfacía al gobierno español (...). 4o)
En adelante no se denominarán los aborígenes, indios o naturales: ellos son
hijos y ciudadanos del Perú, y con el nombre de peruanos deben ser conocidos».[151]
Los ejemplos que hemos mencionado permiten
establecer con certeza la existencia de una corriente en la dirigencia patriota
que tendió a no escindir el objetivo independentista de
la movilización de las masas campesinas, favoreciendo que estas, comenzando por los indígenas,
obtuvieran un principio de reparación tras siglos de opresión; lo cual resulta
inseparable del suceso histórico que definió el campo de sus posibilidades de
realización: el pronunciamiento anticolonial de 1810. En este sentido, estamos convencidos
que la relación de Artigas con los indios se instala en el interior de
la doctrina política de la corriente democrática de Mayo, a la que en los hechos desarrolla y profundiza.
En las praderas rioplatenses las relaciones y
compromisos - cuando los hubo- de las dirigencias patriotas con los pueblos
originarios tuvieron más que ver con las convicciones ideológicas de unos pocos
jefes, que con los beneficios que se podían obtener del uso oportunista de los
aborígenes. Y aun si se tratara en mayor medida de este último caso, no dejaba
de ser una unidad que había que tener el valor de plantear y asumir.
Artigas lo tuvo, y así se constituyó en el
protagonista del ejemplo mayor de una política persistente destinada a sumar a
los indígenas, práctica y eficazmente, al conjunto de los sectores que
conformarían la patria nacidí de la quiebra del sistema colonial.
El hecho de ser él mismo hacendado, nieto de un
fundador de Montevi deo.ydueño - enespecial entre 1815 y 1816 - de un gran
poder, no menguí su inclinación a tener en cuenta los intereses de los pueblos
más humildes) postergados, más allá de los compromisos que debió respetar
con las elite: tendero-pastoriles dominantes en las provincias que integraban
la Liga.
De esta manera se fueron instalando algunas de las
contradicciones qu< motorizaron la dinámica interna de los Pueblos Libres,
constituidos en uni dad pero recorridos en sus entrañas por la tensión social
que generaba 1í política artiguista, al dar un trato más justo a quienes el
régimen colonia había oprimido por más de tres siglos. Esto, con
ser muy poco para los bene ficiarios, fue demasiado para los terratenientes
ganaderos y grandes comerciante orientales y del Litoral argentino que - unos en virtud de la invasión portu guesa y
otros de los pactos del Pilar - finalmente traicionarían sus com promisos
políticos con el Protector.
Además de los charrúas
y mímanos -habitantes de la
Banda Oriental , también los guaraníes, los guaicuruces y abipones, se cuentan entre aque líos pueblos que probadamente
formaron parte, en distintos momentos; medidas, del proceso artiguista.
No afirmamos que el
indio participó en esta experiencia de relaciói con el jefe oriental de modo
completamente autónomo, y menos todaví en pos de su propio programa de
reivindicaciones; pero sí decimos que al gunos de esos intereses fueron
atendidos por Artigas, que pensó la movili zación y participación de los
«indianos» como un elemento necesario par la construcción económica y política.
De este modo se iría demostrandc en oposición al método exterminador de la
oligarquía finalmente triun fante, la posibilidad de otro camino para la
incorporación de los pueblo originarios en la nueva sociedad independiente.
A lo largo de una década la presencia del indio en
las campañas arti guistasfue - como lo indica una copiosa documentación -
activa y perms nente.
En febrero de 1811 se inició, con el Grito de
Asencio, la insurrecció oriental contra el poder realista ampliando de este
modo el movimiento d
Mayo hasta un territorio clave para el futuro de las luchas
por la emancipación americana. Empresa a la que no tardaron en sumarse diversos
con- t i rigentes indígenas, ofreciendo su aporte de sangre y la esperanza de
encontrar entre las banderas patriotas un futuro diferente al ofrecido por el
coloniaje.
Habiendo sostenido los primeros enfrentamientos con
los españolistas, pronto un nuevo enemigo reclamó la atención de los
revolucionarios; en estas circunstancias, «los charrúas y guaraníes que se
incorporaron al jefe de los orientales fueron los que libraron los últimos
combates contra la invasión luso-brasileña de 1811, constituyendo una
retaguardia imperfora- ble... Los enemigos fueron lanceados más de una vez por
caciques oscuros y turbas sin nombres».[152]
Luego de ratificado el Tratado de Pacificación
acordado por el Primer Triunvirato y el virrey Elío, que dejaba la Banda
Oriental a merced de sus antiguos opresores, Artigas escribió - en noviembre de
1811 - a Ambrosio Carranza: «La reunión de los indios bravos es de la primera
necesidad, y yo espero que usted de cualquier modo me envíe algún cacique
acompañado de 10 o 12 indios para que trate conmigo».[153]
El 14 de noviembre en carta a Elias Galván, en la
que detalla las fuerzas que lo siguen, el jefe oriental enfatizó que «los
indios infieles abandonando sus tolderías inundan la campaña presentándome sus
bravos esfuerzos para cooperar a la consolidación de nuestro gran sistema».[154]
El 19 de diciembre en un informe de un oficial
español se menciona que entre las tropas rebeldes se contaban «trescientos
minuanos infieles que se le han unido (y que Artigas ha enviado emisarios a
Misiones para) convidar a los indios a seguir su partido, cuya respuesta no le
será desagradable por la promesa que los referidos indios le hicieron de
unírsele, luego que en aquellos pueblos apareciese su gente».[155]
El mismo Artigas confirmó la presencia activa de
los indígenas en ocasión de reiterarle al renuente gobierno de Buenos Aires la
necesidad de iniciar operaciones ofensivas contra las fuerzas lusitanas que
ocupaban la Banda Oriental en apoyo a los españoles: «Yo me decidí e hice
marchar una división de quinientos hombres a la que uní cuatrocientos cincuenta
y dos indios».[156]
No solo los colonialistas españoles se alarmaron
por la unión de los patriotas con los grupos indígenas, también los portugueses
vieron complicados sus planes expansionistas, como consta en un reporte
dirigido a Diego de Sousa acerca de la situación en Misiones a comienzos de
1812: «Las tropas portuguesas que defienden aquella provincia llegan a
doscientos hombres, todo el resto son guaraníes que están esperando por el
instante de sacudir el yugo portugués; esta gente infiel tiene toda su
confianza en Artigas».[157]
El mismo informante, en oficio del 8 de febrero,
confirmaba la presencia de «infieles apoyados por la tropa de Artigas en esta
margen del Uruguay».[158]
En el Archivo General de la Nación Argentina se
conserva un «Estado que manifiesta las fuerzas del ejército oriental», en el
que luego de detallarse los efectivos regulares, se mencionan «450 indios
charrúas y minuanos unidos al ejército, con lanza, honda y flecha».[159] Esta
descripción, fechada el 26 de febrero y rubricada por Artigas, coincide con las
anteriores notas de los espías portugueses: el
indio era soldado artiguista.
Utilísima para el análisis de diversas cuestiones
políticas, la «Noticia sobre el estado del ejército oriental» proporcionada a
la Junta del Paraguay por su comisionado Don Francisco Laguardia el 3 de marzo,
refiere la presencia de «cuatrocientos indios charrúas armados con flechas y
bolas, y estoy persuadido, que aun en los pueblos de indios ha dispuesto
(Artigas) formar sus compañías».[160]
El 17 de marzo el oficial portugués Rebelo e Silva
al plantear a sus superiores la necesidad de un ataque inmediato y sorpresivo a
las fuerzas orientales, las describió así: «los cinco mil que tiene Artigas,
desarmados la mayor parte, indios y gente de toda clase».[161]
Pocos días después, desde la costa occidental del
Uruguay (Ayuí), donde se habían instalado los orientales como consecuencia del
éxodo de 1811,
Artigas ratificó esta presencia indígena en un oficio a las
autoridades de Buenos Aires: «mantengo en la otra costa cincuenta hombres y los
indios para que corran el campo y observen lo más mínimo para tener avisos de
cuanto ocurra».[162]
Es probable que los mencionados por Artigas sean
los que fueron duramente atacados por los portugueses el 12 de junio,[163] matando de
60 a 80 de ellos, lo cual resulta confirmado por el informe que 14 días después
le envió el oficial Oliveira Álvarez al Marqués de Alegrete: «me dirigí al paso
del Salto para impedir el paso de los insurgentes cuando intentasen cruzar y
para batir y destruir a los indios charrúas y minuanos que apoyaban la causa de
aquéllos y capturarles la caballada».[164]
Esta acción portuguesa fue consumada con éxito tras
cuatro horas de fiera lucha. Bauzá afirma que el contingente invasor quedó
«dueño de la campaña uruguaya después de aquel golpe, porque las tribus
indígenas eran a esa fecha el único grupo considerable de las fuerzas de la
revolución en el país».[165]
Otra referencia de 1812 reitera el papel de los
indios en la lucha contra los portugueses, al relatar que en la estancia de los
hermanos Villademoros fue «quemada la población principal por las tropas de
S.M.F. por haberse en ella refugiado para su defensa una partida de indios
infieles al servicio de Artigas».[166]
La relación de Artigas con los indígenas no fue
efímera, ni se limitó - como en otras experiencias de unidad entre criollos y
originarios - a un objetivo fugazmente compartido, cuando no a un uso
oportunista y momentáneo de los aborígenes.
Casi un año después del último documento portugués
citado, Chagas Santos le comunicó a De Sousa que indios sublevados operaban en
Mandi- soví, Yapeyú y La Cruz, extendiéndose la rebelión que reconocía a
Artigas como su jefe; y agregaba: «No se sabe con certeza la situación de
Artigas, y solo dicen que se halla en el río Negro declarado como un verdadero
rebelde que recluta todos los gauchos del campo, charrúas y minuanos».[167]
Otro informante portugués refiriéndose también a la
sublevación de los indios de Corrientes y las Misiones, advirtió que «las
consecuencias que se esperan de este desorden, si Artigas como dicen es
protector del levantamiento, son que no tardará en venir con sus fuerzas para
estos pueblos y reunirá consigo toda la indiada».[168]
La existencia entre los criollos patriotas de dos
actitudes bien diferenciadas
hacia los indígenas fue una constante del proceso abierto por la Revolución de
Mayo. Así, por ejemplo, mientras Artigas los movilizaba y tratabc de encabezar,
el cabildo de la ciudad de Corrientes - ante el anuncio de lz movilización de
los naturales - ordenaba «continuar con los esfuerzos que en adelante sean
precisos, a fin de estorbar el ingreso de esos sublevado: individuos en nuestro
territorio».[169]
Típica expresión de este segundo punto de vista
resulta la carta enviada por Ambrosio Carranza - el 21 de enero de 1812 - al
general en jefe de ejército porteño en la Banda Oriental, Manuel de Sarratea,
de la que extrae tamos algunos conceptos, en los cuales la ironía marcha a la
par del despre ció:«... no me descuido en participarle las novedades sobre los
ciudadano: libres (los orientales) pues creo son las principales que debo
comunicarle por si acaso quiere tomar alguna medida con estos facinerosos
libres (...) Según tengo entendido, los charrúas dan sus pasos con anuencia del
ge neral Artigas, y se prueba esta sospecha porque retirados de aquí fueron
< asesinar algunos de aquel ejército y no se ha tomado providencia ningún;
para vengar esta sangre, de lo que infiero que también serán ciudadano: libres
como aquellos».[170]
Por esos días - febrero de 1812 - un calificado
testigo redactaba esto significativos conceptos: «tuve ocasión de tratar con
los caciques minua nos que acompañan y aman tiernamente al jefe de este
ejército; uno di ellos comió con su mujer en la mesa del general».[171]
Meses después, luego de la expulsión de Sarratea -
por divisionista de L unidad del frente patriota - Artigas pudo reunirse con
las fuerzas de Bue nos Aires, consolidando con la presencia de los orientales
el segundo sitii de Montevideo.
Su ingreso al campo sitiador, el 26 de febrero de
1813, se realizó entre el estruendo de la artillería y las más variadas expresiones de la alegría general.[172] Es posible
reconstruir el momento, con el ejército bonaerense formado en línea para
rendirle honores al caudillo que avanzaba al frente de la columna: «El centro
lo ocupaba el coronel Artigas, llevando a su derecha al general en jefe don
José Rondeau y a su izquierda su mayor general don Nicolás de Vedia, y precediéndolos un piquete de indios charrúas
armados de chuza y flecha».[173]
Hacia mediados de 1813 el artiguismo ya había
definido su perfil político, autónomo y alternativo al de la dirección porteña,
y se propagaba de la Banda Oriental hacia las provincias del Entre Ríos, y lo
hacía del modo que le fue característico: poniendo en movimiento a los estratos más sumergidos de la
sociedad, como ejemplifican las rebeliones de indios de las que el teniente
gobernador de Misiones, Pérez Planes, fue testigo y víctima: «los sublevados
consiguieron a la fuerza hacer pasar a todos los naturales y familias de estas
capillas y campañas a la Banda Oriental, llevando amarrado al corregidor y al
alcalde provincial (...) hoy mismo al amanecer volvieron a ponerme el sitio con
más gente, mucha parte charrúas».[174]
También otros documentos de origen paraguayo y
portugués informan sobre las acciones de los pueblos indígenas de Yapeyú, que
como parte del movimiento de expansión del artiguismo en la región hostigaron
reiteradamente a las autoridades nombradas por Buenos Aires.[175] Chagas
Santos en nota a De Sousa lo confirma, al comunicar la detención de «dos indios
portadores de cartas de Artigas para los indios de Yapeyú, donde pocos días
después hubo un levantamiento».[176]
Ya en 1814, resultan de gran interés las
instrucciones impartidas al diputado del pueblo indio de Santa Lucía en ocasión
de convocarse, por inspiración de Artigas, el primer Congreso correntino: «1.
piden los naturales de este pueblo su libertad... 3. que el gobierno sea de los
mismos naturales... 5. piden permiso para entrar en los campos de Cosío, Machuca y Encinas, en donde se hallan todas las haciendas de
este pueblo... 6. piden se le prive a Cosío la entrada en los
fondos de los terrenos de la comunidad... 7. que se procure hacer repartos de toda clase de
animales como también de tierras».[177] Es de hacer notar que se
trata de hechos relativamente excepcionales, estimulados por el espacio que
Artigas reservó en su política para las aspiraciones indígenas, determinando
que la petición por sus reivindicaciones más sentidas pudiera ser expuesta y
defendida por los directos interesados.
Continuando con los testimonios acerca de la
relación del líder oriental con los pueblos originarios, mencionamos la nota de
Blas Pico al gobierne de Buenos Aires, del 5 de septiembre de 1814, en la que
informa «haber seguido muy de cerca al indio Mandure, y la chusma que mandaba
para evitar que se reuniese con el Protector que estaba en Mandisoví».[178]
Días después Pico insistía ante el director supremo
sobre el peligro que lo amenazaba: «los enemigos han pasado de este lado del
Uruguay come doscientos blandengues, y traen en su campaña a los charrúas».[179]
En noviembre de 1814, el secretario de Guerra
Javier de Viana recibió el siguiente informe: «El comandante de Paraná instruye
que por los Algarrobos han pasado muchos indios de resultas de haberlos
perseguido de Santa Fe y que tiene noticia tratan de incorporarse con Artigas».[180]
El 10 de diciembre Díaz Vélez, desde Santa Fe,
informaba a Posadas: «e indio Manuelito, corregidor de la reducción de San
Javier se ha pasado a ellos (los artiguistas) con cuatrocientos indios... las
amenazas de los indio: y la ferocidad con que talan y destruyen la campaña,
exigen con urgencia el envío de socorros».[181]
Mientras tanto Artigas certificaba el protagonismo
indígena al señalai - en nota a su secretario Barreiro - que «con 300 nuestros
y 100 charrúas a mando de Don Frutos Rivero se ha iniciado una acción contra
igual númerc de porteños».[182]
Poco después, comentando el éxito logrado en el
combate anunciada en el oficio anterior, el caudillo expresó su admiración
por el valor del indk como soldado: «algunos enemigos pagaron su obstinación con su muerte a
la intrepidez de la caballería charrúa».[183]
Retomando las numerosas referencias documentales de
origen portugués que destacan la presencia activa de los indios integrados a
las fuerzas artíguistas o actuando en el marco de la estrategia general de
aquellas, es posible saber que en octubre de 1814 «nove centos indios com sinco
cási- ques» formaban parte de las tropas al mando de Artigas.[184]
A principios del año siguiente un agente lusitano
advertía que grupos «de indios llegaron para unirse al partido de Artigas y
ponerse a sus órdenes».[185] Seguramente
a ellos se refería el líder oriental cuando ofició que «los caciques guaycurúes
que vinieron a presentárseme y a quienes di instrucciones, les hacen nuevamente
la guerra sobre Santa Fe».[186]
En marzo de 1815, Díaz Vélez le manifestaba al
gobierno de Buenos Aires: «me hallo cerciorado que el coronel Don José Artigas
se encuentra en marcha hacia la Bajada; y que su hermano don Manuel ya debe
estar pasando a los indios de esta frontera por Cayasta para atacarme».[187]
No se equivocaba este jefe en la apreciación, ya
que su testimonio aparece confirmado por las anotaciones de Manuel de Andino:
«Hoy 25 de marzo entró D. Manuel Artigas con su custodia de soldados, tres
caciques y Fray Ignacio Yspurga, cura del pueblo de San Javier. Dejan al
corregidor Manuel con cuatrocientos a quinientos indios en la estancia de José
Aguiar, a cuatro leguas de esta ciudad».[188]
La actitud del jefe oriental de incorporar los
indígenas a sus fuerzas fue constante: en abril de 1815, tras su breve estadía en Santa
Fe, «el general Artigas se retiró llevando consigo a su hermano Manuel y su
tropa, y a los caciques Alaiquin y otros indios que consiguió lo siguiesen».[189]
A mediados del mismo año, en el marco de la confusa
gestión diplomática que realizara el artiguismo en Río de Janeiro,[190] José B.
Redruello afirmaba refiriéndose a los charrúas: «[ellos componen] una de las
divisiones que acompaña a Artigas y le ayudó no poco con buen éxito en las
accione que frecuentemente da a los porteños, retirándoles el ganado, tomando
la caballadas, y aun con sus armas de lanza y flecha... bajo el comando de Ar
tigas a quien se empeñan en obedecer con emulación como yo fui testig cuando
estuve en sus campamentos».54
Otra referencia de gran utilidad para pensar la
actitud de Artigas frent a las heterogéneas fuerzas sociales puestas en
movimiento, es la crónic de Urbano de Iriondo, cuando señala: «Los santafesinos
que habían creíd que con la protección de Artigas mejorarían de situación con
respecto a lo indios, se engañaron, pues si protegió a Santa Fe para su
independencia d Buenos Aires, también protegía a los indios para que le
sirviesen».[191] [192]
La confianza de algunos y el recelo de los más
frente al protagonísm indígena es fácilmente perceptible en un oficio de
Artigas al comandant general de las Misiones: «Aquí me están moliendo la
paciencia los de Mari disoví con los naturales, e igualmente me escribe el
gobierno de Corriente sobre un parte dado de Curuzú Cuatiá, que los naturales
de San Pedro lo amenazaban. Yo he respondido a unos y otros que era un
disparate pensar lo, y que sus reuniones eran con fines muy diferentes».[193]
Los años posteriores y las diversas vicisitudes de
las luchas anticolonié les y civiles no cambiaron el modo de pensar del
caudillo, que en 1818 - en peñado en la lucha contra Portugal - le escribió al
gobernador de Santa F< «Yo, por mi parte, estoy seguro que con solo los
charrúas tengo bastant para escarmentarlos».[194]
En octubre de 1819, tras informarse de la ruptura
de hostilidades er tre Buenos Aires y Santa Fe, Artigas le ordenó a Ramírez que
auxiliase las fuerzas santafesinas con hombres y recursos, señalando que en San
]¿ vier se encontraban
los «indios reunidos con cosa de mil quinientos cabe líos, según me informa un
capitán de ellos que ha venido hoy. A estos tarr bién ordenaré estén prontos
con su auxilio para el primer aviso de Lope: a quien deben auxiliar».[195]
Poco tiempo después - en las vísperas de Cepeda -
Artigas se dirigió nuevamente a Ramírez dándole instrucciones para los sucesos
que se avecinaban. En uno de los párrafos de un denso oficio le indicaba que
«Don Manuel Luis Aldao me promete poner hasta mil guaicuruses en auxilio de ese
ejército. Se le han ofertado voluntariamente los indios y no estamos en tiempo
de malograr su oferta. Con ello se consigue que Santa Fe viva tranquila y la
patria será agradecida con que esos bravos se vayan
adiestrando y animando en defensa de sus más sagrados derechos».[196]
Todavía en 1820, derrotado por Portugal y
enfrentado a la defección de su antiguo lugarteniente Ramírez, al inspirar el
Pacto de Abalos Artigas recurrió a los restos de las antiguas reducciones
jesuíticas capitaneadas por Francisco Javier Sity y Miguel Javier Ariyú,
sucesores de Andresito.[197] E incluso
cuando estos lo abandonaron, ya vencido, «las últimas tropas que lo seguían,
las de la suprema fidelidad, eran casi todas formadas de indios».[198]
En septiembre de 1820, Artigas se internó en el
Paraguay y ya no produjo ninguna otra manifestación pública. Era el fin.
Sin embargo, el sentimiento que despertó en el
corazón de los indígenas no parece haberse extinguido fácilmente. Buena prueba
de ello es la anécdota relatada por Andino en su crónica con fecha 12 de mayo
de 1821: «Han traído los indios a Fernando Caraballo y tres compañeros más que
el general Ramírez les mandó con barriles de aguardiente, yerba, tabaco y (la
promesa de) tres días de saqueo para que viniesen a insultar la ciudad. Pero
poniéndose del lado de Santa Fe - agraviados con el general
Ramírez por haber destronado al general Artigas, que era el padre de los
indios, que los amparaba - han
venido como doscientos a ofrecerse a este gobernador, y doscientos más que
están a llegar».[199]
Tal vez por estas
razones un terrateniente oriental como Francisco Eche- nique, vacilante ante el
destino de sus estancias, todavía en 1824 recordaba los elocuentes rumores que
cuatro años antes habían recorrido la campa ña, y «mi miedo y mis cuidados (al
saber) que Artigas venía con cinco mi paraguayos y siete mil indios a arrojar
de la provincia a los portugueses».7
Hemos constatado hasta aquí la presencia activa y
permanente de lo; indios entre las huestes orientales; revisaremos ahora
algunos aspectos de pensamiento y la acción de Artigas acerca del papel de los
pueblos origina rios en el combate y la construcción de la nueva sociedad
independiente.
Cabe advertir, previamente, que si el rol
político-militar del caudillo ei las luchas anticoloniales y civiles entre 1811
y 1820 ha sido en muchos caso deformado y reducido a una mínima significación,
su carácter de reforma dor social fue directamente silenciado por la historiografía
oficial argentina
Para el estudio de esta faceta del líder oriental
sobresalen tres conjun tos temático-documentales principales: a) las
orientaciones políticas y so cíales con las que condujo a las fuerzas indias de
Misiones comandadas po Andresito; b) el Reglamento
de tierras que habilitaba el
derecho de «los má infelices» a acceder a la propiedad; y c) sus medidas en
favor de una co Ionización democrática y progresista tal como aparece expresada
en co rrespondencia al cabildo de Montevideo y al gobierno de la provincia d'
Corrientes.
Andrés Guacurarí o Andrés Artigas, más conocido
como Andresito - cau dillo
de sangre guaraní- nació en el pueblo de San Borja en las misione orientales.
A fines de 1811, debido a la invasión portuguesa,
numerosos grupos d aborígenes pertenecientes a tribus charrúas y guaraníes
huyeron de sus te rritorios y se presentaron ante Artigas, cuyo cuartel general
se encontrab en Entre Ríos luego del éxodo oriental. Entre ellos - según señala
uno d sus biógrafos - iba Andresito, que «en el campamento del Ayuí y en las
nue vas operaciones militares hasta el segundo sitio de Montevideo, así comí en
las luchas contra las tropas bonaerenses de ocupación, siguió la suert de su
padre adoptivo».[200] [201]
La correspondencia intercambiada entre Artigas y
Andrés Guacurarí constituye un valioso testimonio, no solo de la relación que
unía a ambos dirigentes, sino de los contenidos políticos específicos y el modo
con que Andresito condujo a los pueblos indígenas de Misiones entre 1815 y
1819.
Reveladora de esto es una de sus proclamas a los
guaraníes, que desde 1801 sufrían el dominio lusitano: «He puesto mi ejército
delante del portugués solo con el fin de dejar a los pueblos en el pleno goce
de sus derechos, esto es, para que cada pueblo se gobierne por sí, sin que
ningún otro Español, Portugués o cualquiera de otra provincia se atreva a
gobernar, pues habrán ya experimentado los pueblos los grandes atrasos,
miserias, males en los gobiernos del español y portugués. Ahora pues, amados
hermanos míos, abrid los ojos, y ved que se os acerca, y alumbra ya la hermosa
luz de la libertad, sacudid ese yugo que oprimía nuestros pueblos, descansad en
el seno de mis armas, seguros de mi protección, sin que ningún enemigo pueda
entorpecer vuestra suspirada libertad... ».[202]
La doctrina política del artiguismo se estructuró
en torno a dos conceptos básicos: soberanía particular de los pueblos y unidad
confederal, basada inicialmente
en la liga ofensiva y defensiva de los pueblos y provincias soberanas.
Artigas trabajó para que una vez roto el lazo colonial
-y sin ceder a las pretensiones porteñas - los pueblos se dieran «vida
política», constituyéndose autonómicamente a través de «gobiernos inmediatos» y
representativos de cada provincia, los que debían instituirse a través de
congresos generales, como el Congreso de Abril de 1813 y el Primer Congreso
Corren- tino de 1814.
Dentro de esta dinámica político-institucional,
reconoció en los guaraníes iguales derechos que en el resto de los pueblos. De
este modo, Andresito pudo enfatizar, manteniéndose firmemente en la concepción
ar- tiguista, que «estos territorios son de los naturales misioneros a quienes
corresponde el derecho de gobernarlos, siendo tan libres como las demás
naciones».[203]
No otra cosa afirmaba Artigas en una proclama que
les dirigiera a dichc pueblos el 23 de septiembre de 1815: «En cinco años de
revolución no ha béis experimentado sino desastres y ya empezáis a sentir el
benigno influj de la aurora de vuestra libertad... hoy felizmente el cuidado de
vuestrc pueblos está fiado a vosotros mismos. Estáis con las armas en las mane
para sostener vuestros derechos. De todos sois amigos si nadie os provoc: y sed
de todos enemigos si os quieren oprimir».[204]
Por entonces, en un oficio al jefe guaraní, Artigas
concluía señalandf «Es cuando tengo que prevenir a Ud. y exhortarle a que cada
día trate co más amor a esos naturales y les proporcione los medios que estén
en si alcances para que trabajen y sean felices. Yo celebro estén los pueblos
ta contentos con Usted».[205]
Un año después, es Andresito quien informa: «no
ceso de exhortarle siempre porque mis anteriores no han hecho más que mirar a
sus fine particulares, y nada en adelantamiento e instrucción de estos
habitante por cuyo motivo es menester mucho trabajo para hacerles entender si
derechos y sobre los principios que ruedan el sistema».[206]
Artigas, siempre que las circunstancias lo
requirieron y permitieroi trató de convalidar sus decisiones políticas - las
más trascendentes - a tr¡ vés de la realización de congresos. Además de los
mencionados más arrib. que fueron provinciales, en 1815 fue convocado por el
Protector un cot greso general de los Pueblos Libres: el Congreso de Oriente.
En virtud de esta iniciativa Artigas escribió a
Andresito: «pasé a usté las circulares para que mande cada pueblo su diputado
indio al Arroyo c la China. Usted dejará a los pueblos en plena libertad para
elegirlos a su s< tisfacción, pero cuidando que sean hombres de bien y de
alguna capacida para resolver lo conveniente».[207]
Asimismo reiteraba que la política fijada para las
Misiones requería de terrar de ellas «a todos los europeos y a los
administradores que hubiere para que los naturales se gobiernen por sí en sus
pueblos».[208]
En junio de 1815 se dirigió nuevamente a Andresito
transmitiéndole su satisfacción por «la exactitud con que ha convocado a los
pueblos y la liberalidad con que ellos han correspondido a nuestros votos».[209]
Una vez realizado el Congreso - que tuvo lugar en
Arroyo de la China, actual Concepción del Uruguay- Artigas se refiere a los
delegados indios que marcharon a participar de él: «He recibido a los diputados
- le escribe a Andresito - con todo aquel afecto que esos pueblos me merecen.
Si no he hecho más en su obsequio es porque nuestra miseria presente no nos
permite extendernos a más. Sin embargo, ellos dirán a usted cuanto se ha hecho
por agradarlos».[210]
Además de los aspectos mencionados, las relaciones
entre Artigas y Andresito reflejan también inquietudes en favor de la salud y
educación de los pueblos originarios: «Remito a usted -escribe Artigas en abril
de 1815- un libro que contiene la instrucción de la vacuna, para que la ponga
en todos los que no tienen la viruela, que es el mejor preservativo contra ese
contagio asolador. Por lo mismo envío a usted los vidrios para que pueda
recogerla y perpetuarla, haciendo ese beneficio a la humanidad».[211]
En 1816, guiado por la consigna que ha dado a sus
ejércitos de que «sean los orientales tan ilustrados como valientes», Artigas
se dirige nuevamente al comandante indio: «igualmente remito a Ud. esa
obra sobre la Revolución de Norte América. Por ella verá Ud. cuánto trabajaron
y se sacrificaron por allá hasta realizar el sistema que defendemos. En ella encontrará Ud. cosas muy buenas y que
pueden servir de instrucción a los curiosos para su adelantamiento».[212] Resulta
evidente la importancia de esta aseveración para el análisis de las fuentes en
que abrevó el pensamiento político del caudillo y, más precisamente, hacia
donde se orientaban sus simpatías políticas.
La obra remitida a Andresito debía ser parte del
reclamo que había re lizado poco antes al cabildo de Montevideo, en el que
reiteraba dichas pi ferencias: «Espero igualmente los dos tomos que V.S. me
oferta referent al descubrimiento de Norteamérica, su revolución, los varios
contraste; sus progresos hasta el año de 1807. Yo celebraría
que esa historia tan interese te la tuviese cada uno de los orientales. Por fortuna tengo un ejemplar, pero no basta a
ilustrar tanto cuanto yo deseo y por este medio mucho podi adelantarse».[213]
Por último, se debe
mencionar la preocupación que Artigas demost por la educación de aquellos
pueblos misioneros, toda vez que instó en i versas oportunidades al jefe
guaraní para que no dejara de prodigar a fin sus esfuerzos. En una de sus
comunicaciones le escribía: «envío a ust una docena de almanaques y cartillas
para que los remita a los pueblos p< la instrucción de la juventud y amigos».[214]
Para concluir esta brevísima reseña nos referiremos
al intercambio < mercial de los pueblos misioneros con Purificación, cuartel
general del Pi tectorado.
Este tráfico - hasta donde alcanzó a desarrollarse
- obedeció en gr medida a la iniciativa política de Artigas, preocupado por que
se guarde «la mejor armonía entre los pueblos hermanos, que sostienen el misi
sistema y se gobiernan por los mismos principios».[215]
Empeñado en este intento, el jefe oriental instruía
a Andresito: «ust no deje de alumbrar a esos naturales para que conduzcan sus
maderas, godón, yerba y tabaco por el Uruguay a este destino. Así abriremos el
i mercio. Ellos llevarán de nuestros frutos y traerán de los suyos. Así fom<
tarán las Misiones y estos pueblos. Anímelos usted para que hagan sus v jes en
canoas y conduzcan sus efectos río abajo que ellos verán la utilic prontamente».[216]
Al mismo tiempo enfatizaba la necesidad de que cada
provincia reali ra los esfuerzos necesarios - en base a sus propios recursos -
para no < pender de la ayuda del Protector en momentos cada vez más
difíciles para la Liga, debidos al peligro de la siempre posible expedición
reconquistadora española, la persistencia del gobierno de Buenos Aires en
imponer la obediencia de las provincias, y la inminente amenaza portuguesa.
Parte de este concepto se trasluce en un oficio,
fechado el 23 de marzo de 1816, en el que Artigas recomendaba al comandante de
las Misiones que «diga a los naturales que es preciso trabajar para adquirir lo
necesario para sus pueblos. Por acá nos hallamos en indigencia, y ocurren
tanto, que ya me voy quedando aun sin lo preciso para las tropas. Que se
dediquen al comercio y traigan maderas, yerba, algodón, tabaco y lo que
produzca el país, y verán si en retorno llevan lo necesario, como ha sucedido
con todos los que han venido; pero esperar que yo se los dé todo no puede ser
ni tengo de dónde».[217]
Tres meses después, reiteraba nuevamente el mensaje
transparentando el contenido de su pensamiento económico-social: «Igualmente
recomiendo a usted mucho inspire a esos naturales el deseo de activar su
comercio y expender sus frutos. Al efecto hágales hacer sus carretas: que
corten maderas para vender; que fomenten sus siembras de tabaco, algodón y
demás frutos, como también el beneficio de la yerba. Por muy lentos que
empiecen estos trabajos, aquí son plata de contado, que pueden emplearla en otros
renglones que sean más precisos para esos pueblos. Así se remediarán las
necesidades y se inspirará a los naturales el amor al trabajo. Entonces verán
su adelantamiento como sucede entre nosotros y de ese producto es donde vamos
sacando para comprar armas y todo lo preciso».[218]
El espíritu de este documento[219] se complementa con otras consideraciones
realizadas por Artigas, que permiten comprobar que no se trataba de expresiones
excepcionales sino de una política permanente.
Por ejemplo, le escribió a Andresito en septiembre
de 1815: «Lo que interesa es que los pueblos al paso
que se van libertando sientan todo el influjo de su felicidad. La yerba que usted me promete no me hace por ahora
tanta falta, supla con ella los vicios a sus tropas, si sobrare alguna puede
usted remitirla que con igual franqueza supliré yo a esos pueblos con lo
preciso para su subsistencia y defensa».[220]
Y en enero de 1816 reiteraba la argumentación: «les
repetirá usted mi afecto y el gran deseo de servirlos. Igualmente les hará
presente que nc es necesario hagan sacrificio alguno ni de sus cosechas ni de
sus intereses (...). Yo desearía remediasen el sinnúmero de necesidades que
usted me expresa. No cese de animarles y promoverlos a la labor, y que sus frutos
los conduzcan para acá a vender, así hallarán el mérito de su trabajo, se
empeñarán por continuarlo, y verán renacer en sus pueblos la abundancia la
felicidad y el comercio».[221]
Tiempo después, en vísperas de la invasión
portuguesa, los preparativos para la guerra y la defensa se trasformaron en la
tarea central de los orientales y misioneros, ya que ambos territorios
constituían objetivos inmediatos de la expansión lusitana.
Fue así como Artigas se dirigió al caudillo guaraní
solicitando su ayuda para una curiosa iniciativa que proponía a los pueblos
indios: «Incluyo í usted un oficio para el cabildo de Concepción, a quien le
inspiro la mayoi confianza prometiendo auxiliar la institución de la fábrica
de pólvora cor algunos recursos
si aquellos naturales se animan a hacer alguna porción Yo desearía la formación
de este establecimiento que sería benéfico pan Misiones y para la masa común,
proveyéndonos de un renglón que nece sitamos comprarlo de fuera, y que en este
caso produciría al país ventaja; incalculables».[222]
Andresito no perdió tiempo y dio a la propuesta un
tratamiento entu siasta, enviando una circular a cada uno de los pueblos
misioneros en h que enfatizaba: «Habiéndose descubierto lo que tanto tiempo en
los terre nos de Misiones estaba sepultado en el olvido, cual es el grande arte
de 1; pólvora, útil preciso para hacemos respetar de
todo opresor tirano del
hombr< que aspira a su libertad (...) pero habiéndose (el americano)
ilustrado ] roto el velo que le oscurecía es preciso que enarbolemos nuestras
armas para sostener el estandarte de nuestros derechos, herencia que desde el
alto imperio la hemos heredado: para ello me ha sido preciso poner una fábrica
de pólvora en el pueblo de Concepción y siendo uno de los ingredientes el
azufre, para dicho efecto suplico a V.S. dirija a dicho punto todo el que
obtenga para su adelantamiento».[223]
En el Archivo General del Uruguay se conserva una
carta de Artigas al cabildo de Montevideo - del 18 de julio de 1816 - que
confirma el éxito inicial de la empresa, tanto como la satisfacción que ese
resultado produjo en el Protector: «Marcha por el correo una cajita con muestra
de la pólvora que en su primer ensayo me presenta el pueblo de Concepción en
Misiones, su producto ha sido de 8 libras y media. Si en medio de la escasez de sus
recursos y por solo su deseo han podido emprender un negocio de tanta
importancia, ¿qué no harán hallándose fomentados? Por lo mismo es mi ánimo fomentar aquella
institución. Su progreso por ningún aspecto puede sernos desventajoso, y lo creo
digno de nuestra primera atención. Así todos a porfía se
empeñarán en descubrimientos útiles y el gobierno tendrá la satisfacción de ver
promovida la industria en su país, y con ella su adelantamiento».[224]
Nuevamente se nota en las palabras de Artigas una
propensión a sostener posiciones que en materia económica lo distancian del
librecambismo a ultranza, sin dejar por ello de ser un firme defensor de la
libertad de comercio.
Toda la acción sociopolítica que Artigas y
Andresito desplegaron en beneficio de las poblaciones indígenas de las Misiones
no tardó en lograr la adhesión y el reconocimiento de los pueblos, que se
dispusieron a participar denodadamente en la defensa del «sistema».
Una muestra de esta predisposición quedó
testimoniada por el jefe oriental cuando, en septiembre de 1816, le informó a
Miguel Barreiro - su delegado en Montevideo - que había recibido un «oficio de
Andrés avisándome que muchos naturales de San Borja se pasaron estos días a él
dando cuenta que los portugueses hablaban de pasar a degüello a todos los
naturales, temerosos de su insurrección».[225]
La larga resistencia que orientales y misioneros
sostuvieron contra un maquinaria militar técnica y numéricamente superior, como
la constituid por los contingentes de invasión luso-brasileños, es una página
poco tran sitada de la historia, que sin embargo encierra como pocas una auténtic
epopeya en defensa de la libertad y la independencia de territorios americano que eran parte de las
Provincias Unidas, tan «argentinos» como Salta o Ju juy.
La descripción de la situación imperante en 1819,
permite justiprecia el papel que desempeñaron Andresito - sin duda un personaje
mayor del ai tiguismo - y sus
hombres dentro de la estrategia general fijada por Artiga; «La resistencia de
los orientales a la invasión luso-brasileña estaba casi ani quilada, cuando
Andresito a la cabeza de un millar de sus fieles guaraníe pasó el Uruguay en
San Isidro, en los primeros días de mayo. Solament Artigas, Latorre, Rivera y
Duarte permanecían en armas contra el invasoi Bauza, los Oribe, Fuentes y otros
defeccionaron en 1817; Lavalleja, Otoi gués, Manuel Artigas, Berdum y Bernabé
Rivera estaban prisioneros en Rí de Janeiro desde 1818. El incansable
Andresito, llevando de jefe de vanguai dia a uno de sus más bravos guerreros,
el capitán Manuel Cahiré, como t de raza guaraní, desalojó por la fuerza las guarniciones
enemigas».[226]
Teniendo en cuenta ejemplos como este, sumados al
fracaso porteñ en doblegar el autonomismo oriental, fue que la historiografía
oficial ai gentina - indignada por el rumbo artiguista- concluyó que «el
element semibárbaro habíase sobrepuesto en el interior a la influencia de los
horr bres de principios». Desde esta perspectiva, Artigas fue calificado como
«< caudillo del vandalismo y la federación semibárbara».[227]
Perspectiva que también se expresó en Uruguay,
donde se planteó qu el jefe oriental «fue el representante de la barbarie
indígena, el caudillo d la clase inculta de los campos».[228]
Acaso dicho de otro
modo, y desde marcos ideológicos más progresistas, corresponda indicar que el
tono revolucionario del artiguismo fue producto, entre otros factores, de haber
expresado, limitadamente, las necesidades de los pueblos campesinos y
originarios, a través de una
práctica política y doctrinaria fuertemente influida por algunas de las ideas
avanzadas de la época del ascenso mundial de la burguesía.
Nos referiremos ahora a las iniciativas impulsadas
por Artigas en materia de colonización y adelantamiento económico, con las que
reemplazando inmigrantes por indios, superó cronológicamente, y por las
implicancias democráticas de su proyecto, muchas de las experiencias
posteriores en la materia.
Este aspecto de su pensamiento social, y los
esfuerzos que realizó por atraer y convencer a los aborígenes, quedaron
estampados en un conjunto de documentos, tan poco difundidos por la
historiografía argentina como insustituibles a la hora de realizar la
hermenéutica de la ideología del líder oriental.
Entre ellos mencionaremos en primer término la nota
que Artigas envió el 3 de mayo de 1815 a José de Silva - gobernador de
Corrientes - la que puede considerarse como un virtual programa de gobierno
destinado a satisfacer viejas reivindicaciones de los pueblos originarios: «Yo
deseo que los indios en sus pueblos se gobiernen por sí, para que cuiden de sus
intereses como nosotros los nuestros. Así experimentarán
la felicidad prácticay saldrán de aquel estado de aniquilamiento a que los
sujeta la desgracia. Recordemos que ellos tienen el principal derecho, y que sería una degradación vergonzosa para
nosotros mantenerlos en aquella exclusión vergonzosa, que hasta hoj han
padecido por ser indianos».[229]
Estas recomendaciones obedecían a que el Protector
había recibido er esos días a los representantes de varios pueblos autóctonos,
que le presentaron diversas quejas y demandas sobre el mal gobierno que
padecían dada la antigua y desaprensiva conducta de los encargados de
administrarlos. En dichas circunstancias el jefe oriental poco dudó en aceptar
la verdac y justicia del reclamo: «Yo no lo creí extraño por ser una conducta
tan inveterada, y ya es preciso mudar esa conducta».[230]
No era esta la primera vez que enfatizaba a sus
aliados y subordinado: la necesidad de prodigar los máximos esfuerzos en beneficio
de los indígenas, ni sería la última. En este sentido, los elementos de juicio
disponible: indican que solo en virtud de su
insistencia se puede entender
la promulgación de bandos como el dictado por el gobernador de Corrientes en
junic de 1815, haciéndose eco de las órdenes de Artigas: «siendo uno de los ob
jetos que se me recomienda por este, el de la protección de los naturale: de
los pueblos de indios, en orden de su propia existencia, y que estos se
gobiernen por sí, manejando con gusto sus intereses y gozando la libertac que
de derecho les corresponde».[231]
A principios del año siguiente Artigas dio un nuevo
paso en la revalo rización del indio, al que consideró como un recurso humano -
laboral 3 militar
- de suma importancia para la reconstrucción y reforma de la so ciedad
oriental. Para el logro de este fin procuró articular la aplicación de Reglamento
de Tierras con ¡a
inmigración hacia la Banda Oriental de guaicuruse. y abipones, para con ellos «conseguir el aumento de la
población que es e principio de todos los bienes».[232]
En referencia a estos intentos, se ha sostenido que
«es en aplicación de mismo, sin duda, que ya en junio de 1816 están con él,
sobre nuestro propi< suelo, los indios del Chaco, guaycurús y abipones, a
los cuales Corrientes 3 Santa Fe habían temido tradicionalmente, por sus invasiones
depredado ras, pero que Artigas no vacila en suponer tan aptos como cualquier
hom bre para la vida civilizada y tan portadores de la condición humana como
cualquier otro pueblo para que se le reconocieran sus derechos».[233]
En cuatro oficios remitidos al gobierno de
Corrientes Artigas produjo un expresivo testimonio de los trabajos y
dificultades que debió afrontar para lograr el traslado de los indios a la
Banda Oriental, convencido de «que ellos serán muy útiles a la provincia, y que
todo sacrificio debe dispensarse en su obsequio».[234]
La primera esquela - que alude a una anterior que
desconocemos - fechada en Purificación el 2 de enero de 1816, daba cuenta que:
«Marcha el cacique donjuán Benavídez con el objeto de recoger sus familias del
otro lado y traer todos los naturales que puedan y quieran pasarse a esta
Banda. Entre tanto me suplica dicho cacique se le asigne un lugar donde pueda
permanecer con sus naturales y sus familias, sin perjuicio del vecindario y con
utilidad de ellos propios. V.S. les señalará el que estime más conveniente. Yo
con esta fecha escribo al capitán Aranda para que en las inmediaciones del
puerto de Goya se les auxilie en su ida y vuelta al otro lado del Paraná, para
que así podamos conseguir todas las ventajas consiguientes al objeto que nos
hemos propuesto y que dicho cacique promete desempeñar con ventaja».[235]
El 9 de enero - con el operativo inmigratorio ya en
marcha - se dirigió nuevamente a las autoridades correntinas, dejando traslucir
en su nota que los criterios sobre el papel del indio no eran coincidentes; en
este sentido sus argumentos apuntaron a refutar la idea de que la presencia
aborigen constituía un elemento necesariamente hostil y perjudicial para
aquellos territorios.
Artigas planteó entonces que los indígenas debían
ser incorporados e integrados en la sociedad «sujetos a la ley que V.S. quiera
indicarles, no con bajeza y sí con un orden posible a que ellos queden
remediados, y la provincia con esos brazos más a robustecer su industria, su
labranza y su fomento. Todo consiste en las sabias disposiciones del gobierno.
Los indios aunque salvajes no desconocen el bien y aunque con trabajo al fin
bendecirán la mano que los conduce al seno de la felicidad mudando de religión
y costumbres. Este es el primer deber de un magistrado que piensa en cimentar
la pública felicidad».[236]
En la misma comunicación propuso que el cabildo
gobernador entregara tierras a los naturales «donde se alimentasen y viviesen
bajo un arreglo, siendo útiles a sí y a la provincia», recurriendo para ello a
la expropiación de los muchos enemigos que tenía el «sistema».
Finalmente, en el caso de que dichas sugerencias
resultaran desestimadas, Artigas trasmitía también su buena predisposición a
recibirlos en l¿ Banda Oriental: «si mi influjo llegase a tanto que todos
quisieran venirse yo los admitiría gustosamente».[237]
La tercera nota - del 13 de enero - expresaba en
uno de sus párrafos «Ya tengo reiterado a V.S. la importancia de atraer a todos
los naturales que se hallen en esa jurisdicción y los demás que se puedan del
Chaco. Cor este objeto he tomado por mi parte las medidas convenientes, espero
quí ellos serán apoyados por la generosidad de V.S. y de todos los gobiernos dí
su dependencia».[238]
Vale recordar que esta correspondencia constituyó una
confrontación di concepciones,
ya que la aristocracia correntina,[239] aunque aliada para la de fensa de los derechos
provinciales, no compartió la confianza que el Pro tector depositó en las
castas más oprimidas e indigentes de aquellas sociedades recién emancipadas del
dominio colonial.
Solo en este contexto se puede interpretar
cabalmente el sentido de cuarto oficio -del 31 de enero de 1816- en el que
Artigas no oculta si desagrado por ver desatendidas las insinuaciones
anteriores, reclamandc por «la indolencia con que se ha mirado a los indios
negándoles los auxi lios precisos, al tiempo que informaban a Ud. no eran
convenientes en es< destino. Ansioso de que mejorasen de suerte mandé
traerlos a este destine según dije a V.S. en mi anterior. Efectivamente ha
llegado el cacique Juar Benavidez, quien se queja de la indolencia con que son mirados
y de lo: ningunos auxilios que se le han brindado para su transporte, por lo
que n< han podido traer sus familias y se hallarán en consecuencia
imposibilitados para conducir los demás que quieran venirse del otro lado. Ya
dije a V.S. que a mí lejos de serme perjudiciales, me serían útiles. Es preciso
que a los indios se los trate con más consideración, pues no es
dable cuando sostenemos nuestros derechos excluirlos del que justamente les
corresponde. Su ignorancia e
incivilización no es un delito reprensible. Ellos deben ser condolidos más bien
por esta desgracia, pues no ignora V.S. quién ha sido su causante, ¿y
nosotros habremos de perpetuarla? ¿Y nos preciaremos de patriotas siendo
indiferentes a este mal? Por lo
mismo es preciso que los magistrados velen por atraerlos, persuadirlos y
convencerlos y que con obras, mejor que con palabras, acrediten su compasión y amor filial».[240]
Pese a las dificultades consignadas, Artigas
comenzó a ver coronado por el éxito su empeño colonizador con el arribo de un
contingente de cuatrocientos indios abipones con sus familias, que se sumaron a
los numerosos guaicuruses afincados desde poco antes en las inmediaciones de
Purificación.[241]
Apenas instalados los recién llegados, el 22 de junio de 1816, se apresuró a comunicar la
novedad al cabildo de Montevideo, instruyéndolo también para el cumplimiento de
una serie de iniciativas necesarias para el éxito de su proyecto: «Estos
robustos brazos darán un nuevo ser a estas fértiles campañas, que por su
despoblación no descubren todo lo que en sí encierran, ni toda la riqueza que
son capaces de producir (...). Al efecto es preciso que V.S. nos provea de
algunos útiles de labranza, arados, azadas, algunos picos y palas, igualmente
que algunas hachas para que empiecen estos infelices a formar sus poblaciones y
emprender sus tareas. Es asimismo necesario que V.S. remita las semillas de
todos los granos que se crean útiles y aun necesarios, para su subsistencia y
la de los demás».[242]
El mismo día Artigas escribió - en un tono de mayor
intimidad - a su delegado en Montevideo, anoticiándole que «acaban de llegar
más de 400 abipones con el cacique Benavidez
y sus respectivas familias. Ya no me
entiendo con tanta gente. Sin los otros que espero con Aldao, y que según me
escribe después de su regreso, ya pasaban de mil los que habían repasado

el Paraná, y por falta de auxilios no pasaba el resto de suerte que en breve tendremos la campaña bien poblada, y aunque de pronto no den toda la utilidad que es de esperar, al menos algo se conseguirá con buena dirección, Al efecto escribo al cabildo me busque algunos útiles igualmente granos para facilitarles de ese modo el fomento de las sementeras, sin embargo que estamos aislados de recursos es preciso consolarnos con la dulce satisfacción que todo lo suple el buen deseo, y que en medio de las penalidades siempre son grandes nuestras empresas».[243]
Que no se trataba de iniciativas eventuales u
oportunistas, sino de uno firme convicción respecto al aporte que podían
brindar los pueblos originarios en la lucha por la construcción de la nueva
patria americana, quede demostrado por la insistencia de Artigas, quien en
enero de 1817 se dirigir al gobernador de Santa Fe señalándole que «los indios
no dejarían de sei útiles por acá y si no los he invitado hasta el presente ha
sido por creerlo: necesarios para auxilio de ustedes, pero si han roto los
vínculos de la amistad y ceden en perjuicio de esa provincia, será para mí muy
satisfactoric convocarlos y tenerlos a mi lado».[244] El 1 de marzo, en otra nota a Vera,[245]* informa
estar aguardando la llegada de «la indiada», a la que estima come una
contribución a la lucha contra los enemigos del sistema.[246]
[247]
Mientras tanto, el 3 de febrero de 1817, Artigas
oficiaba al cabildo go bernador de Corrientes solicitándole la activación del
oficio que enviara < los comandantes de Goya y El Rey conteniendo «la
invitación a los indio; que deben pasar por aquel destino. Yo estimaré que V.S.
por su parte coopere a su pronto transporte y a que sean auxiliados con la
mayor eficacia».121
Dando cuenta del progreso de la iniciativa, el 3 de
marzo - desde Purificación - se dirige nuevamente a los capitulares correntinos
informando hallarse «enterado de la eficacia con que V.S. ha promovido el
auxilio para los indios que se hallan en marcha o próximos a pasar según me
oficia el gobernador de Santa Fe. Espero que V.S. pasará las órdenes
convenientes para que no se les demore y se les auxilie con lo posible».[248]
Solo podemos agregar a la expresividad de los
documentos, que la invasión portuguesa, simultánea con estos primeros intentos
de reconstrucción demográfica y económica, frustró de raíz el ensayo
colonizador, aun cuando muchos de aquellos indígenas, sumados a la resistencia
oriental, lucharían hasta el final contra el colonialismo lusitano.
Los años venideros demostraron que así como la
visión democrática de Artigas respecto a la cuestión de los pueblos originarios
le permitió ganar un sitio en el corazón de los indígenas, de igual modo, esa
misma política - unida al Reglamento de tierras, las trabas al comercio con los enemigos del
sistema y la persistencia en sus principios políticos - le enajenó el favor de
las elites de terratenientes y mercaderes, las que intuyendo los costos y
peligros que los acechaban de seguir embarcados en el cauce artiguista, no
dudaron en romper su alianza con el jefe oriental y reconciliarse con sus
viejos adversarios del puerto de Buenos Aires.
[2] - Carlos Maggi. La
Banda Oriental a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. Montevideo:
El País, 1960, pág. 11. José Barrán y Benjamín Nahum. Bases económicas de la revolución artiguista.
Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1989, pág. 44.
[3] - Eduardo Azcuy Ameghino. Comercio exterior y comercio de cueros en el virreinatc
del Río de la Plata. Documento de trabajo 3. Buenos Aires: IIHES-UBA,
1988, pág. 22.
[4] -
Ricardo Levene. Investigaciones
acerca de la historia económica del virreinato de¡ Plata. Tomo II. Buenos Aires: El Ateneo, 1952, pág. 296.
[5] - El Gobierno Económico se estableció el 21 de
abril de 1813, dando cuenta de su instalación a las autoridades de Buenos Aires
-de las que se consideró un par- las que optaron por ignorar su existencia ante
el riesgo de aceptar la soberanía provincial oriental. Cesó en sus funciones el
9 de diciembre de 1813 por resolución del Congreso de Capilla Maciel que,
realizado bajo los auspicios de las tropas porteñas, modificó los principios
políticos fijados en abril, generando una profunda división entre los patriotas
uruguayos. Para una ampliación de diversos aspectos vinculados con su labor se
puede consultar el tomo XII del Archivo Artigas.
[7] - Agustín Beraza. La
economía de la Banda Oriental. Montevideo: Ediciones de la Banda
Oriental, 1969, pág. 37.
[10] - Emilio Ravignani .Asambleas
Constituyentes Argentinas. Tomo VI (2da parte). Buenos Aires: Instituto
de Investigaciones Históricas, 1939, pág. 89.
[12] -
AGN-U. Correspondencia del
general José Artigas al cabildo de Montevideo. 1814- 1816, pág. 6.
[14] - Sobre la problemática de los diezmos
coloniales y los debates historiográficos generados por su utilización como
indicador de la producción agropecuaria rioplatense, véase Eduardo Azcuy
Ameghino. La otra historia. Economía, estado y
sociedad en el Río de la Plata colonial. Buenos Aires: Imago Mundi,
2002, cap. 7.
[17] - Una referencia más amplia a los diezmos de
1815 y 1816 se puede consultar en AA. Tomo XXVI, documentos 1610 a 1639.
[25] - AA. Tomo
XXIV, pág. 251. Nótese que este gran mercader caería en desgracia política
pocos meses después, severamente cuestionado por Artigas (véase capítulo V).
[27] - La presunción y consiguiente alarma respecto
a la llegada de la expedición militar española se extendió durante los meses de
mayo y junio, y se desvaneció definitivamente en los primeros días de julio
tras las noticias de que su destino no era el Río de la Plata.
[32] - Justo
Maeso. Estudio sobre Artigas y su época.
Tomo III. Montevideo: Tipografía Oriental, 1885, pág. 463.
[33] - El 21 de junio, obedeciendo órdenes de
Artigas, el comandante Otorgués había abandonado Montevideo con el objeto de
marchar a cubrir la frontera, asumiendo el mando pleno el ayuntamiento en
calidad de cabildo gobernador.
[34] - Por lo que se ve, el caudillo no alcanzó a
soportar dos meses de gestión autónoma antes de enviar a su delegado «para
arreglar los diferentes ramos de administración». Sobre la creación de la
figura del «delegado», véase Ana Frega. «La virtud y el poder. La soberanía
particular de los pueblos en el proyecto artiguista». En: Caudillismos riopla- tenses. Nuevas miradas a un viejo
problema. Buenos Aires: EUDEBA, 1998, pág. 125.
[37] - El 10 de
octubre de 1815 se elaboró, con la aprobación de Barreiro, una nueva lista de
precios para el aforo de las mercancías y efectos que se Introdujeran por las
distintas aduanas, la cual incluía 200 artículos proporcionando una interesante
referencia de los productos de importación y de sus valores fiscales. AA. Tomo
XXV, pág. 434.
[39] - El día 3 de
enero de 1815 Barreiro respondió a estas inquietudes, señalándole al cabildo
«que en obsequio al mismo fin, en orden del 14 de noviembre se instruyó a aquel
ministro aforase los géneros y exigiese los derechos en los cargamentos que
viniesen de Buenos Aires según el lugar de sus fábricas y no según el de su
última procedencia. Relativamente a los efectos y frutos del país parece
razonable paguen en el acto de su entrada un 4% de alcabala, entendiéndose esto
únicamente con los que se introduzcan de Buenos Aires y Santa Fe». AA. Tomo
XXV, pág. 458-459.
[42] - Diversas
referencias sobre el movimiento comercial en los puertos orientales entrejumo
de 1815 y diciembre de 1816, con menciones a productos, nacionalidad de los
navios y destinos, se pueden consultar en: AA. Tomo XXV, documentos 1040 a 1097.
[48] - Hernán Gómez. El
general Artigas y los hombres de Corrientes. Corrientes: Imprenta del
Estado, 1929, pág. 150.
[55] - Para una visión detallada del tráfico oficial
entre Montevideo y Purificación, véase AA. Tomo XXII, pág. 1-63.
[57] -Son numerosos los testimonios de similar
contenido, por ejemplo el 26 de febrero de 1816: «Adjunto a V.S. - escribió
Artigas- la relación de los efectos que conduce la balandra Carmen por cuenta
del Estado. Es lo único que he podido mandar. Procure V.S. sean vendidos y su
producto aplicado a esos fondos, como igualmente los fletes que deben producir
los dos buques que saldrán de este destino para ese puerto». AGN- U, Correspondencia del general José Artigas al cabildo de
Montevideo, pág. 48 y 83.
[61] - «Ha llegado
Toyo con 700 fusiles que manda Lezica. Me los da a 17 pesos puestos aquí y
medícese los pague cuando y como quiera. Yo me he visto por lo tanto en la
necesidad de tomarlos. Igualmente me avisa que marchaba para ese puerto una
fragata inglesa de su cuenta con 800 más y 300 quintales de pólvora. Si los dan
bajo alguna espera pueden tomárseles, pues al efecto estoy haciendo el
cuerambre posible y así que los buques no se demoren es lo muy preciso». Nota
de Artigas a Barreiro. Purificación, 18 de junio de 1816. AA. Tomo XXI, pág.
235. Otro ejemplo: «Parten dos buques deco-
misados por
propiedades europeas (españolas) y cargados con efectos de las mismas. Van con
el destino de ser vendidos dichos efectos y con su producto proporcionar a
estas tropas el remedio en sus necesidades. Propenda V.E. a su pronto despacho,
y en su regreso puede cargaren ellas todo lo que crea importante, tanto para el
socorro de estos soldados como aquellos útiles de guerra que no sean tan
precisos en esa plaza y puedan robustecer este cuartel general». Artigas al
Cabildo de Montevideo, Io de julio de 1815. AGN-U, Correspondencia del general José Artigas al cabildo de
Montevideo, pág. 13.
63.
-
AGN-U, Correspondencia del
general José Artigas al cabildo de Montevideo,
pág. 80.
[64] - Se trata de
dos cartas a Barreiro del 25 de mayo y 9 de junio de 1816, respectiva mente.
AA. Tomo XXI, pág. 229 y 232. Otro ejemplo: «Si V.S. (Cabildo de Montevideo
calcula que los cueros están a ínfimo precio no hay que malbaratarlos: sería
mejor es perar oportunidad de venderlos con más lucro». AGN-U, Correspondencia del genere José Artigas al cabildo de
Montevideo, pág. 60.
[68] - Un panorama de las finanzas correntinas
durante su adhesión a la Liga de los Pueblos Libres, en: Enrique Schaller. «La
formación de una provincia argentina. Administración y finanzas públicas en
Corrientes (1810-1824)». En: III Jornadas de Historia Económica. AUDHE.
Montevideo, 2003.
[75] - Existen
fuertes indicios respecto a que en torno a la mencionada ciudadanía se libraba
una pugna por el acceso a las operaciones comerciales más redituables, tal como
lo ¡lustra la queja de un mercader al que se le niega el rol de consignatario,
el cual aseguraba ser «negociante comisionista» desde hacía años y haber
obtenido su carta de ciudadanía del gobierno español, sumándose luego a los
partidarios de la regeneración política, pero aún así no podía descargar las
mercancías «por no estar en una lista remitida por este consulado a la aduana
designando solo veinte individuos privilegiados para ser admitidos a transar
negocios en ella». Por lo tanto solicitaba que... «se me ponga en el rol de los
susodichos privilegiados para recibir consignaciones». AA. Tomo XXV, pág. 150
[81] - «Artigas
les ofreció a las provincias tantas ventajas cuantos inconvenientes encontraban
en Buenos Aires: salida al mar, libertad comercial, igualdad provincial,
reparto de las rentas aduaneras. No fueron estas meras promesas, se concretaron
en reglamentos, disposiciones y acciones». Barrán y Nahum, Bases económicas de la revolución artiguista,
pág. 55.
[82] - «Cabe
señalar, sin embargo, como una limitación del “sistema” la endeblez de recursos
y la falta de participación de las provincias federadas en lo que hubiera sido
una “renta nacional” habilitada por la fuente principal de la Aduana de Montevideo
y de las comprendidas en el Reglamento de
septiembre de 1815... Montevideo, en tal sentido, obró dentro del protectorado
con un exclusivismo similar al de Buenos Ai res». Oscar Bruschera. Artigas. Montevideo: Marcha, 1971, pág. 27.
[85] - En otra
comunicación de igual fecha -25 de abril de 1816- anunció: «Acompaño a V.S. el Reglamento provisional de comercio calculado
sobre los intereses de esta provincia y con arreglo a los demás que rolan bajo
los mismos principios». Previamente, el 4 de abril, ya había anticipado el
nuevo arancel: «En el correo próximo remitiré a V.S. arreglado y bien calculado
el reglamento de derechos, así de introducción como de extracción y del ramo
patriótico, para su más exacto cumplimiento». AA. Tomo XXIX, pág. 172.
[87] - La
naturaleza del circuito armas-cueros fue
expuesta por el mismo Artigas al sostener: «Hoy se me han presentado dos comerciantes
ingleses poruña partida que llegará en breve de Inglaterra de 1200 fusiles; sus
precios son subidos, pero ellos bajarán o si apuran los momentos no habrá
remedio sino tomarlos. Al efecto estoy acoplando el cuerambre posible...». Y
agrega la siguiente consideración sobre los mecanismos de comercio: «Pero la
dificultad que se halla para el acoplo de dichos 1.200 es el que vendrán
directamente a Buenos Aires por estar allí los consignatarios. Ellos son
quienes desde allí los ofrecen, siendo preciso que el buque no arribe a aquel
puerto porque de lo contrario es difícil pasarlos a este lado». AA. Tomo XXI,
pág. 184.
[88] - Esta
problemática aparece reflejada en una nota de Barreiro al cabildo - el 15 de
noviembre de 1815 - con instrucciones para el administrador de la aduana a
efectos de limitar la extracción de numerario - plata y oro - a puertos
extranjeros, estableciendo los topes que debían regir para los embarques a
puertos de Portugal - los más castigados - Inglaterra, los demás de Europa y
otros de América. AA. Tomo XXIV, pág. 84.
[90] -AGN-U, Correspondencia de! general José Artigas al cabildo de
Montevideo, pág. 17. Refiriéndose a estos intercambios, Carlos Montagu Fabian
-comandante de las fuerzas navales británicas- se dirigió al cabildo
montevideano señalando que Artigas le había manifestado «los más cordiales
sentimientos para con los súbditos de mi nación y su deseo de promover y
entablar la mejor armonía y buena inteligencia entre ambos», razón por la cual
solicitaba que lo mantengan al tanto de cualquier medida que pudiera tomar el
gobierno oriental en orden a sus relaciones comerciales. AA. Tomo XXIV, pág.
56.
[91] -Afirmaba
Artigas: «Respondí al comandante principal sobre el comercio inglés, que mis
puertos estaban abiertos, que la seguridad de sus intereses mercantiles era
garantida, debiendo los comerciantes para importar y exportar sus mercancías
reconocer por puertos precisos Colonia, Montevideo y Maldonado, que dichos
comerciantes ingleses no pueden traficar a Buenos Aires mientras nuestras
desavenencias con aquel gobierno no queden allanadas». AA. Tomo XXII, pág. 163.
[93] - Se ha señalado que la firma del Convenio fue
«un acto de singular trascendencia para la provincia, no solo por las ventajas
materiales que le reportarían aislada de Buenos Aires y en guerra con los
portugueses que dominaban parte de su territorio, sino porque implicaba la
existencia de un Estado sujeto de derecho internacional, categoría que Artigas
hizo alcanzar a la provincia por la imposición de las circunstancias y no
porque fuese la culminación de un ideal perseguido». María J. Ardao. El gobierno artiguista en la provincia Oriental.
Montevideo-, El País, 1960, pág. 116.
[95] - El texto completo de los «Artículos de
convenio entre el jefe de los orientales y el teniente de navio Eduardo
Frankland, comisionado del comodoro William Bowles», en: AA. Tomo XXXIV, pág.
222.
[96] - Charles K. Webster. Gran Bretaña y la independencia de América Latina,
1812-1830. Tomo I. Buenos Aires: Kraft, 1944, pág. 260.
[98] - Confirmando
la eficacia de estas operaciones (entre cuyos protagonistas se contaron los
hermanos Parish Robertson), el general portugués Lecor presentó - el 28 de
agosto de 1818 - una severa queja al comodoro Guillermo Bowles, jefe de las
fuerzas británicas en la región, en razón de «haber llegado a mi poder
positivas noticias de que algunos especuladores ingleses tratan de introducir
en esta Banda Oriental artículos de guerra para municionamiento de gente armada
a las órdenes de Artigas». AA Tomo XXXIII, pág. 276.
[99] - Webster, Gran Bretaña y la independencia de América Latina,
1812-1830, pág. 260. En el citado oficio al ministro inglés en Río de
Janeiro, Castlereagh agregaba que el tratado comercial «ha despertado la mayor
sorpresa en el gobierno (pues) aunque el capitán Bowles informó que estaba por efectuar
algún arreglo con Artigas para la protección del comercio, no se tenía idea
aquí de que este entendimiento conduciría a la conclusión de un compromiso
revestido de tales formas diplomáticas y adoptando decisiones sobre tan vastos
intereses nacionales». AA. Tomo XXXIV, pág. 236.
[100] - Sin
perjuicio de no haber recibido la aprobación del gabinete británico, la táctica
artiguista que llevó a la firma de los artículos del convenio permitió abrir
una ventana de varios meses - hasta la plena difusión de la negativa en la
región rioplatense - durante los cuales el acuerdo preliminar sirvió de
paraguas a diversas transacciones comerciales.
[103] - El tomo
XXXV del Archivo Artigas, dedicado a los corsarios al servicio del estado
oriental, ofrece una abundante documentación de utilidad para los interesados
en profundizar el conocimiento del tema.
[104] - Juan Pivel
Devoto. Los corsarios de Artigas en nuestros
anales diplomáticos. Apartado del Boletín del Ministerio de Relaciones
Exteriores. Montevideo, 1933.
[105] - Según el
historiador brasileño Pereira da Silva «los corsarios del Río de la Plata y
aguas adyacentes pasaron luego al océano Atlántico, que fue infestado entera y
audazmente, perturbando y dañando los intereses de los súbditos de Juan VI y
particularmente las comunicaciones marítimas entre Portugal y el Brasil.
Hiciéronse notables en estas prácticas y usos condenados por la moral y el
derecho de gentes, los pueblos americanos del norte, y con especialidad
vergonzosa los habitantes de la ciudad de tíaltimore». Citado por: Eduardo
Acevedo. José Artigas. Jefe de los Orientales y
Protector de los Pueblos Ubres. Montevideo: Barreiro y Ramos, 1933, pág.
846.
[106] - AA. Tomo
XXXIV, pág. 265. En su comunicación al director supremo - fechada el 13 de
diciembre de 1817 - Lecor agregaba: «se sabe que son varias las patentes que ha
dado aquel caudillo, y es de creer que los especuladores de estas nuevas
empresas intenten armar corsarios en esos puertos, o en los Estados Unidos,
burlando con cautela la vigilancia de los gobiernos (...). Tolerada una vez la
arbitrariedad de aquel caudillo en dar patentes de corso, y el escandaloso
atentado en los piratas aventureros de hacer uso de ellas para hostilizar en los
mares, sería difícil que los demás partidarios de esta Banda Oriental, que se
consideran absolutos al abrigo de la anarquía, no se autorizasen de esas
circunstancias para expedir también sus patentes, usurpando
un derecho que corresponde exclusivamente a los gobiernos independientes. El
interés en prevenir estos males es común».
[109] -Adolfo
Dorfman. Historia de la Industria Argentina.
Buenos Aires: Solar-Hachette, 1970, pág. 48. Barrán y Nahum, Bases económicas de la revolución artiguista,
pág. 58. Julio Millot y Magdalena Bertino. Historia
económica del Uruguay. Montevideo: FCU, 1991, pág. 112.
[117] - El texto de
la circular - por demás sugestivo - manifestaba: «El giro de la revolu ción
debe medirse por el de los sucesos. Yo al frente de vosotros en seis años de
traba jos he acreditado suficientemente mi amor al país y a los sagrados
intereses de nuestr; libertad: por ello hemos combatido a los enemigos
exteriores e interiores y en medk de las graves complicaciones el triunfo
siempre se decidió por la justicia. El Gobierne de Buenos Aires empeñado en
nuestro aniquilamiento ha contrastado nuestra époc< con los varios esfuerzos
de la guerra que ha mantenido por dos años consecutivos. N mi moderación, ni
los diversos contrastes, ni la resistencia que ha encontrado en toda: partes,
han bastado a contener o su capricho o sus intrigas. Últimamente a presenci: de
la irrupción de Portugal apuró aquel Gobierno su movimiento sobre Santa Fe, ex
citando con justicia nuestros fundados recelos. Yo haciendo alarde de prudencia
corr con mis tropas a la frontera por contener al portugués que se nos
aproximaba. En me dio de nuestros empeños contra esta potencia, Buenos Aires mantiene una conducti criminal, manteniendo
su comercio y relaciones abiertas con Portugal. Por consecuen cia y en
razón de las varias complicaciones resultantes de esta indiferencia he delibera
do con esta fecha que todos los puertos de esta Banda Oriental queden
absolutamenti cerrados para Buenos Aires, y cortado todo tráfico y comunicación
con aquel pueblo; los de su dependencia, quedando por el mismo hecho detenidos
y asegurados todo los buques pertenecientes a aquel destino desde el recibo de
esta mi orden... Dado ei este ejército, a 16 de noviembre de 1816. José
Artigas». Gómez, El general Artigas y lo hombres
de Corrientes, pág. 165.
[120] - Gómez, El general Artigas y los hombres de Corrientes,
pág. 184. Aún en los tiempos más adversos, Artigas persistió en mantener las
restricciones comerciales con los enemigos de la Confederación. Así, en mayo de
1819 -entre otros ejemplos- continuaba recordándole al gobierno correntino que
«los puertos de esa provincia deben estar cerrados para los traficantes de
Buenos Aires».
[122] - Junto con
los aspectos estrictamente económicos y comerciales, existieron otras áreas de
actividad en las cuales intervino, con diversas intensidades y matices, el
gobierno oriental, pudiendo mencionarse entre ellas las cuestiones vinculadas
con la mejora del servicio de postas y conducción de chasques; el
funcionamiento de la iglesia: la gestión de la salud pública; la enseñanza de
las primeras letras, creación de la biblioteca pública - debida a la iniciativa
de Dámaso Antonio Larrañaga - las fiestas mayas de 1816 y otras ceremonias, el
quehacer de actores de teatro y músicos, gestión de la imprenta y
administración de la lotería. AA. Tomo XXVI, varios documentos.
[123] -
Azcuy Ameghino, Comercio
exterior y comercio de cueros en el virreinato del Río de la Plata.
[124] - Pese a su
evolución positiva, la producción de tasajo o charque resultaba todavía de un
volumen extremadamente incipiente, como lo prueba el hecho de estar las cifras
de exportación mencionadas muy por debajo de los promedios alcanzados durante e
período colonial. Alfredo Montoya. Historia de los
saladeros argentinos. Buenos Aires Raigal, 1956, pág. 28.
[125] - Beraza, La economía de la Banda Oriental, pág. 62. De
esta obra tomamos los datos sobre las exportaciones de 1815-1816.
126.
-
Artigas encaró la relación con las elites montevideana y departamentales como
un vínculo donde coexistían contradictoriamente la unidad y la lucha. Así, y en
relación con dotar de cierta autonomía a la precaria institucionalidad vigente
en los diferentes pueblos, se pueden pensar las medidas enderezadas a recortar
el poder - en ocasiones omnímodo- que ejercían los comandantes militares en la
vasta campaña oriental, ordenándose que los piquetes distribuidos en las
diferentes poblaciones regresaran a sus campamentos. Si bien la posterior
invasión portuguesa limitaría fuertemente su vigencia en virtud de la
militarización general, se trató de una iniciativa avalada por Artigas, quien
probablemente la concibió como un gesto político contemporizador dirigido hacia
los poderes locales. AA. Tomo XXII, pág. 205.
1.- Eduardo Azcuy
Ameghino. «El descubrimiento de la conquista». En: Revista de Antropología, n.° 12: n/d (1992).
Ricardo Rodríguez Molas. Los sometidos de la
conquista. Buenos Aires: CEAL, 1985. Raúl Mandrini. «Las
transformaciones de la economía indígena bonaerense (1620-1820)». En: Huellas de la tierra. Tandil: IEHS, 1993. Rómulo
Muñiz.
Los indios
pampas. Buenos Aires: Bragado,
1966.
2.- Como se ha
expuesto en el capítulo primero, es posible afirmar que entre quienes
participaron de la alianza anticolonial hubo diferencias ideológicas,
enfrentamientos políticos y confrontación armada sobre los rumbos de la
revolución, pudiéndose identificar entre otros puntos conflictivos: a) el modo
de comprender y diligenciar el pronunciamiento anticolonial, es decir el camino
de la lucha por la independencia total frente a las diversas propuestas de
salidas intermedias y aun regresivas, b) El sistema de organización política de
las provincias, para lo cual se planteó básicamente el enfrentamiento entre la
hegemonía de Buenos Aires y la liga ofensiva y defensiva en la perspectiva de
un poder confederal, c) Proteger las artesanías locales como base de un futuro
desarrollo industrial, o dejarlas libradas a la desigual competencia con los
productos europeos, d) Consolidar o restringir el latifundio y la gran
propiedad, columna vertebral del orden social colonial, y fuente de poder,
ingresos e influencia de los terratenientes del Río de la Plata, e) Fomentar el
desarrollo agrícola, las políticas de colonización y el mercado interno,
restringiendo el monopolio ganadero; o profundizar el destino pastoril que ya
se insinuaba desde la época virreinal.
[130] - José C. Mariátegui. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana.
Lima: Amauta, 1958. Ruggero Romano. Los
conquistadores. Buenos Aires: Huemul, 1978. Claude Morin. Michoacán en la Nueva España del siglo XVIII.
México, DF: FCE, 1979. Eduardo Azcuy Ameghino. «Sobre el feudalismo colonial
tardío». En: Reflexiones sobre historia social
desde nuestra América. Comp. por Gabriela Gresores, Claudio Spiguel y
Cristina Mateu. Buenos Aires: Editorial Cienflores, 2014.
[131] -
Carlos Martínez Sarasola. Nuestros
paisanos los indios. Vida, historia y destino de las comunidades indígenas en
la Argentina. Buenos Aires: Emecé, 1992.
[135] -
La Independencia. Antología de
la poesía hispanoamericana. Buenos Aires:
Huemul, 1967, pág. 21 y 56.
[137] - Bartolomé Mitre. Historia de Belgranoy de la Independencia Argentina.
Buenos Aires: Suelo Argentino, 1950, pág. 286.
[139] - Manuel Moreno. Memorias de Mariano Moreno. Buenos Aires: Carlos
Pérez Editor, 1968, pág. 53.
[141] -
Mariano Moreno. Plan revolucionario de
Operaciones. Buenos Aires: Plus Ultra, 1965, pág. 40.
[145] -
Hernán Gómez. Historia de la
Nación Argentina. Tomo X: Los territorios nacionales y límites interprovinciales
hasta 1862. Buenos Aires: El Ateneo, 1962,
pág. 508.
[165] -
Francisco Bauzá. Historia de la dominación
española en el Uruguay. Tomo III. Montevideo: El Demócrata, 1929, pág.
117.
[171] -
Dámaso Larrañaga. Selección de
escritos. Descubrimiento y población de esta Bar da Oriental del Río de la
Plata, 1494-1818. Montevideo, 1965, pág. 28.
[172] - Carlos Anaya. Apuntaciones históricas sobre la revolución oriental.
Tomo XX. Montevideo: Revista Histórica, 1954, pág. 67.
[173] -Agustín Beraza. El pueblo reunido y armado. Montevideo: Ediciones
de la Banda Oriental, 1967, pág. 223.
[188] - Diario de Manuel Ignacio Diez de Andino. Crónica santafesina, 1815-1822. Rosario: Junta de
Historia y Numismática Americana, 1931, pág. 26.
[192] - Washington Reyes Abadle, Oscar
Bruschera y Tabaré Melogno. El ciclo artiguist Tomo
II. Montevideo: Silberberg, 1978, pág. 74.
[194] -
Eduardo Acevedo. José Artigas. Jefe de los
Orientales y Protector de los Puebh Ubres. Montevideo: Barreiro y Ramos,
1933, pág. 800.
[195] -
Joaquín Pérez. Artigas, San
Martín y los proyectos monárquicos en el Río de la Plai y Chile. Montevideo, 1960, pág. 118.
[196] - En ibíd., pág. 127. En el mismo
oficio, Artigas le enfatiza a Ramírez: «Creo un deber recomendar a Ud. que la
provincia de Santa Fe sea socorrida, repartiendo Ud. proporcionalmente los
animales vacunos y caballares, entregándoselos al Sr. Gobernador López, y
reencárguele a este, que en su distribución tenga
presentes a los guaicuruses, excitando así su gratitud y sensibilidad
para que el infeliz vecindario de la campaña no sea perjudicado en lo que pueda
tocarle en suerte».
[197] - Federico Palma. El Congreso de Abalos. Montevideo: Instituto de
Investigaciones Históricas, 1951, pág. 16.
[200] -
José Barrán y Benjamín Nahum. Bases económicas de
la revolución artiguistc Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental,
1989, pág. 126.
[201] -
Patiño, Los tenientes de Artigas, pág. 15,
También se puede consultar: Salvadores bral. Andresito
Artigas. Buenos Aires: Castañeda, 1980.
[202] -
Bauzá, Historia de la dominación española en el
Uruguay, pág. 444. El documento lleva un expresivo encabezamiento:
«Andrés Guacurarí y Artigas, Ciudadano Capitán de Blandengues y Comandante
General de la provincia de Misiones, por el Supremo Gobierno de la Libertad, a
todos los naturales...».
82.
-
Ibid., pag. 70. En el mismo documento Artigas señala la urgencia que había para
que los representantes misioneros llegaran al sitio del Congreso, dado que «los
diputados de Buenos Aires ya están en este puerto, y creo no habrá dificultad
en que se plante la unión felizmente entre nosotros. Todo contribuye a fijar
aquel gran día en que veamos aparecer la libertad de estas provincias y con
ella su felicidad». Verdaderamente una buena muestra de la voluntad de Artigas,
favorable a un rápido arreglo con el gobierno de Buenos Aires que permitiera la
unidad e integración definitiva de las provincias.
[211] -
Juan Zorrilla de San Martín. Obras Escogidas. La
epopeya de Artigas. Madrid: Agui- lar, 1967, pág. 756.
[213] - Justo Maeso. Estudio sobre Artigas y su época. Tomo III.
Montevideo: Tipogr; Oriental, 1885, pág. 336.
[219] -
Difícilmente otra pieza documental del período y la región exprese mejor que
esta nota dirigida a Andresito la elaboración más avanzada que en materia
doctrinaria produjo el ciclo de Mayo sobre la actitud revolucionaria frente a
los pueblos originarios. El aporte de Artigas es, a su vez, el ejemplo mayor,
porque pese a conducir en los hechos un vasto frente político y social, en el
que tuvieron gran peso los intereses de la aristocracia oriental, no «usó» a
los pueblos campesinos - blancos pobres, mestizos, negros e indios- como tropa
de maniobra de un proyecto ajeno por completo a sus intereses.
[224] -
AA. Tomo XXI, pág. 393. AGN-U. Correspondencia
del general José Artigas al cabildo de Montevideo. 1814-1816, pág. 103.
101.- Francisco
Berra. Bosquejo histórico de la República Oriental
del Uruguay. Cit do en: Justo Maeso. Estudio
sobre Artigas y su época. Tomo I. Montevideo: Tipograf Oriental, 1885,
pág. 308. Es interesante la opinión del oriental Berra, al afirmar lo qi otros
sostuvieron sin escribirlo: «Había, pues, dos civilizaciones en el Río de la
Plat una avanzada, con la que nos aproximábamos a la europea; otra, bárbara y
salvaj exclusivamente americana. El pueblo y el ejército de Artigas no
correspondían a la pi mera: pertenecían a la segunda; eran el pueblo y el
ejército del campo... Montevidr y la Colonia, y en grado inferior los pueblos
menores, fueron, al contrario, europeos mestizos que conocían y estimaban los
progresos y las costumbres importadas, que veían en el elemento artiguista un
enemigo natural, y que fueron por intereses y por sentimientos, pueblo español
o portugués o aporteñado, antes que pueblo de Artigas». Entre las múltiples
reflexiones que sugiere este texto, anotamos que el ejemplo del artiguismo da
por tierra con cualquier asimilación más o menos esquemática y unilateral entre
la ciudad concebida como el núcleo de mayor propensión a los cambios y el campo
en tanto sinónimo de conservadorismo, toda vez que sin negar el papel de los
sectores revolucionarios urbanos, vale enfatizar que en las sociedades
precapitalistas - y más en una tan inmadura y atrasada como la del Río de la
Plata - el campo resulta un escenario privilegiado de las contradicciones
sociales que motorizan su dinámica histórica.
[229] - Hernán
Gómez. El general Artigas y los hombres de
Comentes. Corrientes: Impren ta del Estado, 1929, pág. 87.
[239] - Esta actitud, es oportuno recordarlo, fue
común a los grandes terrateniente y mercaderes argentinos, que culminaron su
«política indígena» con la denominad. Conquista del Desierto en 1879. David
Viñas. Indios, ejército y frontera. Buenos
Aires Siglo XXI, 1982.
[241] Al respecto se ha señalado que precisamente en
la zona de Purificación «comenzó porobra deArtigasy con el plantel inicial
representado por estos indios la colonización agraria sobre el suelo de nuestro
país». Petit Muñoz, Artigas y ¡os indios,
pág. 231.
[245] -Cabe señalar
que este gobernador, desengañado respecto a algunos intentos fra casados de
entendimiento con las parcialidades indígenas cercanas a Santa Fe, le es cribió
a Artigas el 26 de enero de 1818, mostrando su escepticismo respecto de los pro
pósitos del Protector: «Hoy mismo ha llegado de San Javier el cacique Santiago
Nave nadac y me asegura que no hay que pensar en reducir los indios, que apenas
siguer nuestras ideas el corto número de treinta poco más o menos. El ha
regresado a su pue blo a esperar los enviados de V.S. y acompañarlos en su
misión. Creo que nada se con seguirá a pesar de esfuerzos y deseos, porque es
visto ya que del indio nada absoluta mente hay que esperar, y solo resta tocar
el último resorte del escarmiento». Archivi Histórico de Santa Fe.
Correspondencia oficial, 1817-1818. Santa Fe, 1956, pág. 45.